La Edad Media
comprende un período de diez siglos, desde la caída del imperio romano de
Occidente, en el año 476, hasta la toma de Constantinopla por los turcos, en el
año 1453[1].
Abarca un largo
período de luchas y transformaciones en lo político, social y económico.
Los pueblos
germanos, a menudo empujados por otros, desbordan la frontera del imperio
romano y se establecen en Europa, creando nuevos reinos. Así quedó destruida la
unidad política del imperio, pero no el patrimonio cultural de la antigüedad,
que prosiguió su desarrollo; luego de un período de asimilación y transformación,
sucedió otro con formas y características propias.
La sociedad
medieval es esencialmente religiosa: el hombre considera a Dios como centro del
mundo (teocentrismo). El paganismo de la antigüedad fue sustituido por el
espíritu cristiano, la influencia de la Iglesia, que convirtió a los bárbaros y
morigeró las costumbres, permitió la fusión de la cultura grecolatina con la de
los pueblos invasores.
Desde un enfoque
socioeconómico, la nobleza detentaba todas las potestades; Europa dependía casi
totalmente de la riqueza agraria, en un sistema de economía cerrada. El
comercio, en general, se reducía al mercado local y estaba estructurado
alrededor del trueque.
El
imperio romano y los bárbaros
Cuando Teodosio
dividió el imperio romano entre sus dos hijos, Honorio y Arcadio, en el año
395, el de Occidente se hallaba debilitado por dentro, como consecuencia de los
desórdenes políticos y la corrupción social y administrativa. Las fronteras,
débilmente defendidas, estaban amenazadas por poderosas federaciones de pueblos
guerreros, a quienes los romanos llamaban "bárbaros", porque eran
extranjeros y no hablaban griego ni latín.
En Europa, los
bárbaros ocupaban los territorios comprendidos entre el Danubio, el mar Báltico,
el Rin y los montes Urales.
Entre estos pueblos
bárbaros podían distinguirse tres etnias principales:
* Germanos:
establecidos en Europa Central, se extendían en abanico desde el mar Báltico
hasta el mar Negro. Estaban agrupados en tribus, entre las que podemos citar
francos, alamanes, anglos y sajones, situados al oeste; vándalos, burgundios y
lombardos, en el este; en el litoral del mar Negro estaban los godos, divididos
por el río Dniéster en visigodos (godos del oeste) y ostrogodos (godos del
este).
* Eslavos:
habitaban en la región comprendida entre el Vístula y las estepas rusas. Entre
ellos se encontraban checos, moravos, moscovitas y lituanos.
* Mongoles:
ocupaban el Asia Central. Eran, por tanto, los residentes más distantes del imperio
romano, pero los más temibles y los que empujaron a los demás pueblos sobre el
mundo civilizado. A esta raza pertenecían hunos, búlgaros, magiares y turcos.
Los
germanos
Los germanos
pertenecían a la raza indoeuropea. Procedían del Asia y, luego de abandonar el
nomadismo, se establecieron en la parte norte y central de Europa, donde adoptaron
las costumbres sedentarias.
Valientes en el
combate, respetuosos y fieles a la autoridad del jefe; además, fuertemente
individualistas y amantes de la libertad. Vivían en chozas de madera y paja
dispersas en los campos, ya que no poseían ciudades.
Entre los germanos
la guerra constituía la ocupación más digna, en ella participaban los hombres libres
y a veces todo el pueblo.
La familia era la
base de su organización social. Constituida bajo el sistema patriarcal, el
padre era el jefe absoluto de la misma, dueño de la vida y de los bienes de la
mujer e hijos. El matrimonio era monogámico, y si bien el marido compraba a la
esposa, ésta gozaba de gran respeto y consideración. Cuidaba la casa, los
campos y la hacienda. Además, muchas eran sacerdotisas y adivinas, y otras
participaban en la guerra junto a sus maridos y hermanos.
La tierra
pertenecía a la comunidad, y todos los años era sorteada entre las familias.
Los caudillos recibían una parte mayor y podían poseer la casa y el huerto como
bienes personales.
Entre los germanos
existían tres clases sociales:
* La nobleza:
constituida por las familias de los jefes y los grupos adinerados.
* Los hombres
libres: formaban la masa principal de la población, con todos los derechos,
pero con menor participación en los beneficios.
* Los siervos y
esclavos: carecían de independencia y estaban encargados de los trabajos
pesados, no podían llevar armas ni guerrear. Según Tácito "pocas veces
azotan a los esclavos ni los ponen en cadena ni los condenan a trabajar. Suelen
matarlos no por castigo ni severidad sino cuando los ciega el enojo y la cólera,
como pudieran hacerlo con un enemigo pero sin recibir pena por ello".
En el derecho
germano, que no tenía leyes escritas, sino que se regía por la costumbre, el
delito cometido contra un individuo no afectaba a la sociedad, sino a la
familia del agraviado. Por tanto, correspondía a sus parientes aplicar el
castigo, el acusado debía pagar un "precio de sangre" o indemnización
que variaba según el estatus social de la víctima y la calidad de la ofensa.
Los juicios eran públicos y orales, y a falta de pruebas utilizaban el
"duelo judicial", es decir, el acusado debía luchar contra su
denunciante y si vencía quedaba demostrada su inocencia. Si los litigantes
pertenecían a una clase inferior, recurrían a las ordalías o "juicios de
Dios"[2].
Desde el punto de
vista político, los germanos no llegaron a constituir un estado, por cuanto
estuvieron divididos en multitud de tribus independientes, que guerreaban a
menudo entre sí. Algunas de ellas estaban regidas por reyes, otras por
príncipes o jefes militares. Los cargos eran electivos y su autoridad estaba limitada
por una asamblea de hombres libres, que se reunía generalmente durante el
novilunio o plenilunio.
En los pueblos de
gobierno monárquico, el rey estaba al frente del gobierno y del ejército, y era
importante su estirpe noble. Otras tribus sólo elegían un jefe en caso de
guerra. Debía poseer valor y capacidad militar, y su misión terminaba junto con
la contienda.
Los germanos eran
politeístas, paganos y muy supersticiosos. Adoraban a las fuerzas de la
naturaleza, las que eran representadas con figuras humanas revestidas de fuerza
y de belleza. Creían en la vida de ultratumba. El premio estaba en el paraíso o
Valhalla, morada de los dioses. En este recinto sólo ingresaban los que habían
muerto en la batalla y eran conducidos a él por las valquirias, bellas diosas
guerreras que les aseguraban la felicidad por medio de una eterna sucesión de
festines y combates. Los que morían de vejez o enfermedad penetraban en la fría
morada del espíritu del mal y de los infiernos. Carecían de sacerdotes profesionales,
ya que las funciones religiosas estaban a cargo de los reyes, príncipes o jefes
de familia. También tenían sacerdotisas y hechiceras. No erigieron templos y el
culto se realizaba en bosques sagrados donde sacrificaban animales y, algunas
veces, seres humanos.
Las
invasiones
A partir del siglo
I, los romanos comenzaron a contener los avances de los pueblos germanos que
pugnaban por penetrar en el imperio. Mario, Julio César y Augusto combatieron a
los invasores, e incluso organizaron contraofensivas para atacar a los bárbaros
en sus propias tierras.
Sucesivos
descalabros obligaron a los romanos a contentarse con defender las fronteras
naturales del Rin y del Danubio, a pesar de lo cual las tribus germanas continuaron
infiltrándose en el imperio. Como las legiones romanas se hallaban raleadas y
los campos estaban escasos de labradores, los bárbaros fueron lentamente
incorporados a esas actividades en calidad de mercenarios o colonos. Entre los
siglos I y IV, el imperio sufrió una verdadera invasión pacífica, ya que se
efectuó sin violencia y con el consentimiento de los propios romanos.
De tal modo, los
bárbaros llegaron a ocupar cargos significativos en el ejército imperial y
hasta en la corte. La defensa de las fronteras quedó en manos de los propios
germanos, y esto favoreció la invasión en masa que no tardó en producirse.
Los
visigodos
Los hunos, pueblo
de pastores de raza amarilla, perseguidos desde el norte y contenidos en el
sur, debieron escapar hacia el oeste. Alanos y godos trataron de contenerlos en
la llanura ucraniana pero, impelidos por el invasor, empujaron ellos a su vez a
los otros pueblos germanos. Desde China a las costas atlánticas hubo una verdadera
marejada de pueblos. Tenían un aspecto temible y por donde pasaban las
poblaciones quedaban paralizadas de terror[3].
A mediados del
siglo IV, los hunos comenzaron a extenderse sobre Europa Oriental. Procedían de
las estepas del Asia Central y, cuando atravesaron los Urales, obligaron a los
germanos a desplazarse sobre el imperio romano en busca de mayor seguridad.
Los hunos iniciaron
sus incursiones europeas en las estepas al norte del mar Negro. Los primeros en
ser atacados fueron los ostrogodos, que habían fundado un reino en la actual
Ucrania[4].
Derrotados los
ostrogodos, los visigodos, asentados por Aureliano en las costas del mar Negro
(Dacia), fueron los siguientes en sentir el empuje de los hunos. Solicitaron al
emperador Valente asilo en suelo romano y, a las órdenes de Alarico, cruzaron
el Danubio en el año 376 y se instalaron en los Balcanes, cerca de
Constantinopla[5].
Dos años después, acusaron a los romanos de haberlos estafado[6] y
tomaron las armas contra Roma; el ejército romano fue derrotado y los visigodos
saquearon todo a su paso en los Balcanes. El emperador Valente preparó una
contraofensiva, pero fue derrotado y muerto en la batalla de Adrianópolis en el
año 378. Su sucesor, Teodosio el Grande, logró someterlos y los hizo sus aliados
a cambio de un tributo anual[7].
Los visigodos
permanecieron algunos años custodiando las fronteras del imperio. A la muerte
de Teodosio, en el año 395, el imperio fue repartido entre sus dos hijos y
pronto surgió una lucha entre ambos. Los visigodos aceptaron el ofrecimiento
del emperador de Oriente, se alzaron en armas (suministradas por los arsenales
de Constantinopla) y, luego de asolar Grecia y Macedonia, se dirigieron hacia
Italia. Alarico se estableció temporariamente en Iliria y desde allí se dispuso
a atacar el imperio romano de Occidente, gobernado por Honorio. La defensa
estuvo en manos de Estilicón, hábil general de origen vándalo, quien logró
contener a los visigodos durante algunos años.
La ofensiva de los
bárbaros tuvo funestas consecuencias para el imperio de Occidente. Estilicón
había retirado tropas del Rin y desguarecido esa frontera.
La
gran invasión
Al mismo tiempo, en
el año 405, nuevas hordas de pueblos germanos iniciaban una gran invasión
irrumpiendo en el imperio a través del Rin y de los Alpes. Eran suevos, alanos
y vándalos, quienes procedentes de las costas del mar Báltico se encaminaban
hacia Europa Occidental. Nuevamente Estilicón consiguió contenerlos y los
derrotó en las proximidades de Florencia. El grueso de los invasores, compuesto
por casi medio millón de hombres, cambió de rumbo, penetró en la Galia y, luego
de arrasarla, cruzó los Pirineos y se estableció en España.
Alarico
y el saqueo de Roma
En el año 408, el
emperador Honorio mandó asesinar a Estilicón, creyéndolo un conspirador.
Entonces, el visigodo Alarico, que se hallaba en Iliria, reanudó sus ataques
contra el imperio, puso sitio a Roma y se apoderó de la ciudad en el año 410,
la que fue terriblemente saqueada durante tres días[8]. Luego
la abandonaron con un enorme botín y gran número de prisioneros, entre ellos la
hermana del emperador Honorio (Gala Placidia, quien luego contrajo matrimonio
con Ataúlfo, cuñado de Alarico). Alarico murió pocos meses después[9], cuando
se disponía a atacar África desde el sur de Italia. Le sucedió Ataúlfo[10] quien,
luego de pactar con Honorio, partió con sus fuerzas a España, a fin de expulsar
a los vándalos y restituirla a la dominación romana. Tiempo después, en el año
419, los visigodos fundaron un reino en el sur de la Galia, cuya capital fue
Tolosa.
Los
vándalos
Las hordas de suevos,
alanos y vándalos que Estilicón consiguió desviar en Italia, inundaron la Galia
y en el año 409 penetraron en España[11]. Los
suevos ocuparon la parte noroeste de la península (Galicia), los alanos la zona
oeste y central y los vándalos (emparentados por raza e idioma con los godos)
se establecieron en la región sur, que se llamó Vandalucía (Andalucía)[12].
Cuando los
visigodos penetraron en España como aliados de Roma, en el año 414,
consiguieron restablecer el orden y sometieron a los alanos y a los suevos. Los
vándalos, a las órdenes de Genserico, pasaron al norte de África. Allí, tribus moras
se unieron a ellos y en poco tiempo destruyeron las defensas romanas. Durante
el asedio a Hipona, en el año 430, murió el obispo de esa ciudad, san Agustín.
Genserico arrebató
sus tierras a todos los propietarios romanos de la región y las entregó a los
vándalos, al tiempo que los demás habitantes hubieron de pagar un tributo.
Luego de diez años
de lucha fundaron un reino, cuya capital fue Cartago.
El reino de los
vándalos constituía el segundo de los estados germanos en territorio romano. El
tercero fue fundado por los burgundios, pueblo probablemente de origen
escandinavo. Desembarcaron en el continente entre el Óder y el Vístula, y fundaron
un reino en el actual Palatinado[13], que
sucumbió en el año 436 luchando contra los hunos, cuyo eco recoge la Canción de
los nibelungos. Del pueblo burgundio quedó poco y el imperio romano de
Occidente les asignó nuevas tierras en una región del Ródano, que después se
denominaría ducado de Borgoña.
Atila
y los hunos
A principios del
siglo V, otro peligro amenazaba desde el oeste a los distintos pueblos germanos
que habitaban en el imperio. Los hunos reanudaban sus ataques, esta vez a las
órdenes de Atila[14],
caudillo inteligente, feroz e implacable, llamado el "azote de Dios".
Solía vanagloriarse diciendo "donde pisa mi caballo no crece la
hierba". Atila estableció su campamento en los llanos de Hungría y Rumania
e iba a lanzarse sobre Constantinopla cuando Marciano, emperador romano de Oriente,
consiguió sobornarlo ofreciéndole un tributo. Entonces volvió sus fuerzas hacia
Occidente y, luego de cruzar el Rin, invadió la Galia, arrasando cuanto encontraba
a su paso.
En el año 451, ante
el peligro común, las tribus germanas se unieron con los romanos y, a las
órdenes del general Aecio, lograron detener a los hunos en Orleáns. Germanos y
romanos, opuestos aquí a los hunos, simbolizan al Occidente contra el Oriente.
Atila se estableció en la llanura de Chalons (Campos Cataláunicos) y debió librar
batalla contra los ejércitos romanos, visigodos, francos y burgundios, que
lograron el triunfo después de un terrible combate[15]. Con el
resto de sus fuerzas, Atila se dirigió a Italia sin hallar resistencia. Iba a
penetrar en Roma cuando el papa san León logró detenerlo sin más armas que su magnificencia
y autoridad[16].
Atila se retiró al Danubio y murió en el año 453, a consecuencia de los excesos
cometidos en un festín. Entre galos y germanos su memoria se perpetúa en
innumerables relatos legendarios: en los cantos de la Edda escandinava se le
llama Atli y Etzel en la Canción de los nibelungos. Los magiares que ocuparon
Hungría, "país de los hunos", desde comienzos del siglo XI enarbolarían
el emblema de Atila y lo considerarían uno de sus héroes nacionales. Con su
muerte, el poder de los hunos se derrumbó y los pueblos germanos sometidos por
ellos se sublevaron; poco después el reino de los hunos desaparecería para siempre.
Tiempo después, las
intrigas y las calumnias hicieron mella en el emperador Valentiniano III: mandó
asesinar a Aecio y meses más tarde amigos del oficial lograron vengarlo,
matando al emperador durante un desfile militar.
Genserico
saquea Roma
En tanto, en
Cartago, donde se había establecido, el vándalo Genserico construyó una
poderosa flota, con la que logró el dominio del Mediterráneo occidental. En el
año 455, desembarcó en Italia y se lanzó sobre Roma, la que fue saqueada
durante quince días en forma tan despiadada que la palabra "vandalismo"
quedó en lo sucesivo como expresión de brutalidad y barbarie[17]. Los
vándalos se retiraron llevándose casi todos los objetos artísticos y más de 60.000
romanos cautivos, entre los que se encontraban la emperatriz Eudoxia y sus hijas.
La nueva Cartago vengaba a la antigua[18].
Los
visigodos en España
Con la invasión de
los suevos, los alanos y los vándalos, el territorio de España quedó en su
mayor parte en poder de los bárbaros. Sin embargo, los hispano-romanos que
habitaban la península lograron conservar algunas fortalezas hasta la llegada
de los visigodos en el año 414 que, aliados de Roma, franquearon los Pirineos
al mando de Ataúlfo y se establecieron en Barcelona. Asesinado por un anti-romano,
Ataúlfo fue sucedido por Walia, quien se propuso restaurar en España la
autoridad imperial. Además, inició su dominación en el sur de la Galia, donde
los visigodos poseyeron un reino llamado Aquitania, cuya capital fue Tolosa.
El rey Eurico, que
gobernó entre los años 467 y 485, consiguió la independencia de Aquitania, un
año antes de la caída del imperio de Occidente. Producido el derrumbe del poder
romano, Eurico dispuso conquistar para sí toda la península ibérica, ya que el
noroeste estaba aún en manos de los suevos. Logró apoderarse de Zaragoza y
Pamplona, además dejó guarniciones militares en algunas ciudades importantes.
Eurico fue gran guerrero y hábil político y, si bien no logró completar su
dominación en la península, puede considerársele como el fundador de la
monarquía visigoda en España[19].
A comienzos del
siglo VI, los francos conquistaron la región sur de la Galia y expulsaron de
allí a los visigodos. Éstos debieron internarse aún más en España y la corte se
estableció en Toledo, que fue su nueva capital.
Cuando los
visigodos penetraron en España se hallaban notablemente romanizados. Además,
eran ya cristianos, pero a fines del siglo IV abrazaron el arrianismo. Los
hispano-romanos, en cambio, continuaban siendo católicos. Esta diferencia
religiosa dificultó la fusión de ambos pueblos, y cuando el rey visigodo Atanagildo
se instaló en Toledo debió apelar a sus mejores recursos a fin de dominar los
choques entre católicos y arrianos.
Leovigildo, hermano
del anterior, reinó entre los años 582 y 586. Logró someter a los suevos y, a
fin de consolidar la unidad política de España, procuró imponer el arrianismo.
Su hijo Hermenegildo se convirtió al catolicismo y encabezó una sublevación,
pero fue derrotado y entregado a su padre como prisionero. Como se negara a
abjurar de su fe, pereció en manos de sus enemigos. Cuando Recaredo, el otro
hijo de Leovigildo, ocupó el trono de España, cambió la política de su padre.
Lejos de perseguir a los católicos, trató de congraciarse con ellos. Finalmente,
siguió el ejemplo de su hermano Hermenegildo y, en el año 587, se convirtió
públicamente al catolicismo, actitud que imitaron los miembros de la corte y
gran número de arrianos. La conversión de Recaredo aceleró la fusión entre los hispano-romanos
y visigodos.
Instituciones
de la España visigótica
Entre los
visigodos, la monarquía tenía carácter electivo y el poder del rey era absoluto
en materia militar y de justicia. Los asuntos legislativos estaban en manos de
las asambleas de nobles, y los religiosos correspondían a los concilios.
Luego de la
conversión de Recaredo, los concilios se transformaron en un verdadero poder
legislativo, integrado por miembros del clero y la nobleza[20].
La recopilación de
las distintas disposiciones legislativas dictadas por esas asambleas constituyó
la base del derecho español. En efecto, los reyes Chindasvinto y Recesvinto
elaboraron un código llamado "Fuero Juzgo"[21] que, después
de algunas modificaciones y agregados, fue promulgado en el año 687.
El Fuero Juzgo
regía por igual sobre los hispano-romanos y los visigodos. Contribuyó
favorablemente a la fusión entre ambos pueblos, pues de hecho quedaban anuladas
disposiciones anteriores (como la famosa "ley de raza", que prohibía
los matrimonios de visigodos con naturales del país, política racista que había
impedido la formación de una conciencia nacional en un momento en que los musulmanes
ya eran por completo dueños del norte africano) que creaban diferencias entre
vencedores y vencidos. Primitivamente escrito en latín, el Fuero Juzgo fue
traducido al castellano en el siglo XIII.
Decadencia
de la monarquía visigoda
El carácter
electivo de la monarquía originó grandes luchas entre el gobierno y los nobles
que aspiraban al trono. Los últimos monarcas visigodos, además, se enfrentaron
con problemas religiosos, persecuciones antisemitas, quejas de los concilios
toledanos e intrigas palaciegas.
El rey Wamba debió
reprimir varias sublevaciones y rechazó un intento de invasión de los árabes,
establecidos en el norte de África.
El último monarca
visigodo fue don Rodrigo. Durante su reinado se acentuaron de tal modo las discordias
internas que algunos nobles no vacilaron en solicitar el auxilio de los árabes
para derrocarlo. En abril del año 711, los musulmanes pusieron pie en tierra
española y en el mes de junio derrotaron a Rodrigo en la batalla de Jerez (o
Guadalete). De esta manera, desapareció la monarquía visigoda y comenzó la
lucha por la reconquista, que se prolongó por más de siete siglos.
La
caída del imperio romano de Occidente
Los
hérulos
En el año 454, el
emperador Valentiniano III mandó asesinar al general Aecio, que tan brillante
actuación había tenido al derrotar a los hunos. Al año siguiente, pocos meses
antes de que Genserico saqueara Roma, su muerte fue vengada, y el emperador
murió en un atentado. Con la desaparición de Valentiniano III terminó la dinastía
iniciada por Teodosio y, a partir de ese momento, el imperio romano de Occidente
entró en plena decadencia.
En pocos años se
sucedieron nueve emperadores, cuyos poderes se debilitaron debido a la gran
influencia que los bárbaros ejercían en el ejército y en la corte.
En el año 476, el
emperador Rómulo Augústulo, joven de catorce años, fue depuesto por Odoacro,
jefe de un ejército de hérulos mercenarios al servicio del imperio.
Odoacro tomó el
título de rey de Italia, y no el de emperador, pues entendía que la autoridad
de Constantinopla era suficiente para todo el mundo romano. Zenón, el emperador
de Oriente, reconoció el gobierno de Odoacro y a partir de ese momento Italia
pasó a ser un reino de los hérulos. De esta manera, se extinguió el imperio
romano de Occidente.
Teodorico
y los ostrogodos
Poco tiempo duró el
dominio de los hérulos en Italia, pues en el año 493 Odoacro fue destituido por
el jefe de los ostrogodos, llamado Teodorico[22]. En efecto,
cuando los ostrogodos se liberaron de los hunos, siguieron las huellas de los
visigodos y emprendieron el camino de Occidente. Teodorico había recibido del emperador
Zenón la misión de reconquistar el reino de Italia y, cuando lo consiguió, gobernó
el país con prudencia, justicia y energía[23].
Teodorico había
sido educado en la corte bizantina y, aunque era arriano, no persiguió a los
católicos; antes bien, procuró unir a los ostrogodos con los romanos colocando
a los primeros en los cargos militares y a los segundos en los empleos civiles.
Instaló la corte en Rávena, ciudad que hizo su capital, y desde allí extendió
su dominación sobre casi todo el antiguo imperio de Occidente.
Teodorico murió en
el año 526, sin dejar sucesor; el reino ostrogodo se derrumbó de inmediato,
situación que aprovechó Justiniano, nuevo emperador romano en Oriente, para
emprender la reconquista del reino de Italia y transformarlo en un virreinato o
exarcado dependiente de Constantinopla, en el año 553.
Los
lombardos
En el año 568,
Italia fue nuevamente invadida. Esta vez eran los lombardos o longobardos,
pueblo germano que, procedente de las costas del Báltico, entró por el norte,
donde se radicó. Naturalmente belicosos y conquistadores, los lombardos habían
ocupado, a mediados del siglo VIII, el resto del territorio italiano. Entonces,
los papas apoyaron el movimiento de resistencia e incluso solicitaron ayuda a
los francos, que pudieron desalojar a los invasores de la región central y sur.
La
heptarquía anglosajona
A principios del
siglo V, en el año 408, cuando los germanos amenazaban las fronteras europeas,
el emperador Honorio retiró las guarniciones romanas de la Gran Bretaña a fin
de reforzar sus legiones en el Rin y el Danubio.
Britania era la
provincia más lejana del imperio romano y, mientras la crisis afectaba la parte
central del imperio, los bretones se mantenían leales y civilizados.
Al norte del muro
de Adriano habitaban los pictos, pueblo belicoso, e Irlanda estaba poblada por
tribus celtas, de la misma raza que los bretones pero que nunca habían tenido
contacto con la civilización romana ni con el cristianismo. La más conocida era
la de los escotos, que pasaron más tarde a Escocia, dando nombre a la región.
En el año 370, los
bretones fueron atacados por todas partes: anglos de la península de Jutlandia
y sajones de las llanuras del norte de Alemania emprendieron expediciones de
saqueo. Un ejército romano atravesó el canal de la Mancha, rechazó a los
invasores y castigó a pictos y escotos. El triunfo alivió la situación de los
bretones, pero en el año 408 el emperador Honorio retiró las guarniciones
romanas de Britania, a fin de reforzar las legiones en el Rin y en el Danubio,
en ocasión de la amenaza germana a las fronteras continentales del imperio.
Con el retiro de
los romanos, desapareció la base de la cultura latina y Britania se desplomó en
la barbarie.
Los bretones
quedaron indefensos y, ante los ataques de pictos y escotos, solicitaron ayuda
a los piratas sajones. Éstos lograron rechazar a los invasores, pero se
radicaron en el territorio y comenzaron a luchar contra los propios bretones, que
resistieron valientemente.
Poco tiempo después
llegaron los anglos, y fundaron otros reinos.
Los celtas
resistieron mucho tiempo a los germanos en el sudoeste, pero los bretones
hubieron de someterse a los anglosajones, quienes no se mezclaron con la
población local. Eran paganos y el cristianismo no encontró eco, por ello las iglesias
fueron demolidas o se arruinaron lentamente. Algunos bretones atravesaron el
canal de la Mancha y se asentaron en una región de la actual Francia, a la que
dieron el nombre de Bretaña.
Con el tiempo, los
germanos fundaron pequeños reinos en varios puntos del territorio conquistado:
los anglos se dirigieron al centro, los sajones avanzaron hacia el oeste y los
daneses se asentaron en Kent.
Mientras el
paganismo se extendía por Britania, el cristianismo florecía en Irlanda, donde
se desarrolló una Iglesia cristiana ortodoxa, la primera en abrir una brecha en
el muro de paganismo que anglos y sajones habían levantado en torno a
Inglaterra.
A fin de consolidar
su unidad política, anglos y sajones unieron sus reinos en una confederación
llamada "heptarquía".
Posteriormente,
lograban la unidad religiosa convirtiéndose al cristianismo. En el siglo IX,
Egberto, rey de Wessex, colocó bajo su autoridad a los reinos confederados y
fue el primer monarca de Inglaterra.
En síntesis, tribus
germanas oriundas de Dinamarca, del norte de Alemania y, según Beda, del sur de
Suecia fueron irrumpiendo en Inglaterra en el siglo V de la era cristiana[24]. Los
textos más antiguos recalcan el carácter militar y violento de esta ocupación[25], pero
Lethbridge prefiere hablar de migración y no de invasión[26].
Finalmente, la
expresión "lengua anglosajona" ha sido entendida de dos formas: se ha
dicho que es la lengua de los sajones y de los anglos; también, que sirvió para
diferenciar el idioma de los sajones de Inglaterra del de los sajones continentales.
Los
francos
Entre los pueblos
germanos que se establecieron en la Galia, el más importante fue el de los
francos. Éstos no constituían un estado, sino una confederación de tribus entre
las que podemos citar la de los ripuarios, los salios[27],
sicambrios, etc.
En un principio,
los francos fueron contratados por los romanos para defender las fronteras
sobre el Rin, pero luego, a raíz de la gran invasión del año 406, se instalaron
en la región norte de la Galia. Pocos años después, cuando Atila invadió el imperio,
los francos se aliaron con los romanos y, a las órdenes de su soberano Meroveo,
participaron en la batalla de los Campos Cataláunicos. Este rey fue el fundador
de la dinastía merovingia, que reinó por más de dos siglos.
Radicados en la
región norte de la Galia, se mantuvieron alejados de las influencias romanas,
lo que les permitió conservar sus costumbres paganas y sus hábitos guerreros.
Clodoveo
En el año 481, los
francos proclamaron rey al jefe de los sicambrios, un joven de dieciséis años
llamado Clodoveo. El nuevo monarca, que era nieto de Meroveo, poseía grandes
dotes de caudillo. Inteligente, ambicioso y sin escrúpulos, se propuso la
conquista de la Galia, para lo cual se dio a la tarea de unificar las tribus
antes de lanzarlas a la lucha. En el año 486, venció al general romano Siagrio,
cerca de Soisson, ciudad que hizo su capital. Tiempo después se casó con Clotilde,
princesa católica que le instó a la conversión, sin poder lograrlo de inmediato.
Sin embargo,
Clodoveo estuvo a punto de ser derrotado por los alamanes en la batalla de
Tolbiac, en el año 496. Entonces, pidió ayuda al Dios de su esposa y le
prometió convertirse si salía victorioso. Así sucedió y Clodoveo abrazó el catolicismo
y fue bautizado en la Navidad de ese mismo año.
Al convertirse,
Clodoveo logró el poderoso apoyo de la Iglesia, lo que le permitió proseguir
con su ayuda la conquista de la Galia. Al mismo tiempo, había logrado la unidad
religiosa, puesto que todos los francos abandonaron el paganismo y fueron
bautizados. La fusión entre galos y germanos favoreció la unidad política, todo
lo cual aumentó el prestigio de Clodoveo, convertido en el monarca más poderoso
de la Europa Occidental.
En el año 500,
sometió a los burgundios en la batalla de Dijon. Siete años después luchó con
los visigodos arrianos establecidos en el sur de la Galia (Aquitania) y los
derrotó en Vouillé. La Galia comenzó a llamarse Francia, que significa
"país de los francos".
Clodoveo murió en
el año 511, y sus cuatro hijos dividieron el reino en otros tantos estados.
Esto originó frecuentes guerras civiles que perjudicaron la unidad política,
debilitando el poder de la dinastía merovingia.
"En el origen
de la literatura germánica está el obispo de los godos, Ulfilas, que nació más
allá del Danubio. Enviado como rehén a Constantinopla, profesó el arrianismo.
En el año 341 fue consagrado obispo; regresó al norte del Danubio e inició la
conversión de los godos al cristianismo. En el año 376 Ulfilas atravesó el Danubio
con su pueblo, sus rebaños y sus majadas, y los condujo a una retirada región
en la actual Bulgaria. Lejos del tumulto guerrero de sus hermanos, los conversos
emprendieron allí una vida pacífica y pastoril.
De sus escritos en
idioma griego nada ha quedado. La gran obra de Ulfilas fue su traducción
visigótica de la Biblia. Antes de acometer la traducción, hubo de crear el
alfabeto en que la escribiría. La Biblia gótica es el monumento más antiguo de
los idiomas germánicos.
Antes de la era
cristiana, los idiomas germánicos ya se habían dividido en tres grupos: el
oriental, el occidental y el septentrional.
El septentrional
logró su máxima difusión con la lengua danesa de los vikings; el occidental dio
el idioma alemán, el idioma inglés y el idioma holandés; el oriental, que
Ulfilas preparó para un complejo porvenir literario, ha perecido
enteramente"[28].
[1] Algunos historiadores
prefieren considerar como punto de partida el año 395, cuando Teodosio divide
el imperio romano entre sus dos hijos. Otros lo hacen finalizar en el año 1492,
con el descubrimiento del continente americano.
[2] Partiendo de la idea de que
Dios intervenía en los procedimientos criminales para salvar al inocente y
castigar al culpable, a lo largo de los tiempos antiguos y durante la Edad
Media se admitieron los "juicios de Dios", llamados también
"ordalías", como medios probatorios. Consistían en someter al
inculpado a pruebas, casi siempre crueles y que nada tenían que ver con una
investigación razonable, que decidían sobre la condición del sometido a ellas.
Había una gran variedad de ordalías y Escriche señala entre las más corrientes:
la del juramento; la del duelo a combate singular entre acusador y acusado,
para condenar como culpable al que resultaba vencido; la del fuego, en que el
acusado, previas ciertas ceremonias religiosas, agarraba con la mano un hierro
candente y si al cabo de unos días su mano no presentaba señales de quemaduras,
era proclamada su inocencia; la del agua hirviente, similar a la del fuego; la
del agua fría, consistente en atar la mano derecha del inculpado a su pie
izquierdo y así se lo echaba al agua, dependiendo su inocencia o culpabilidad
de que sobrenadase o se sumergiese, respectivamente; entre otras (en Ossorio,
M. Diccionario de Ciencias Sociales).
[3] Amiano Marcelino, en
Historia del imperio romano, los describe así: "Exceden en ferocidad a
cuanto es posible imaginar de bárbaro y feroz. Su fealdad supera todos los
límites. Son de corta estatura, cabeza grande, imberbes y de vigorosa
constitución, tienen el cuello ancho y su aspecto es terrible que más parecen
animales bípedos que seres humanos. Apenas nacen sus hijos, les hacen cortes
profundos en las mejillas, para destruir la raíz de las barbas. Bajo una forma
humana viven en estado de animales. Recorren montes y bosques, acostumbrándose
desde la más tierna edad a sufrir la intemperie, el hambre y la sed. Están en
su físico tan endurecidos, que no necesitan fuego, no hierven ni cuecen los
alimentos, se alimentan de raíces de plantas silvestres encontradas al azar y
de carne medio cruda, que colocan bajo la silla, sobre el lomo desnudo de sus
caballos, para macerarla, calentarla y tenerla más a mano. Nunca pernoctan bajo
techo, a no ser que se vean obligados por la más urgente necesidad, pues allí
no se sienten en seguridad… A caballo día y noche, el huno trafica, come y
bebe. Montados a caballo celebran también sus asambleas; peligrosos como
combatientes, tienen una movilidad que contrasta con la lentitud y rigidez de
las legiones romanas. Sus evoluciones son ligeras y repentinas. Obligados a
dispersarse, se rehacen instantáneamente, y sus galopadas en desorden siembran
la carnicería por doquier. Es tal su rapidez, que saltan el foso y saquean el
campo enemigo antes de haber sido advertidos… Siempre errantes, sin hogar, sin
ley, sin costumbres fijas, parecen fugitivos; su único domicilio son los
carros, donde transportan a sus mujeres e hijos".
[4] Algunos lograron escapar a
Crimea, donde sus descendientes vivirían hasta que, en el siglo XVIII, Catalina
II los dispersara y se asimilaran a los demás pueblos del imperio ruso.
[5] Fue un acontecimiento
histórico de suma importancia: por primera vez un pueblo entero obtenía
autorización para asentarse en el interior del imperio y vivir en él como
nación independiente, con leyes y gobernantes propios.
[6] Los visigodos acusaron a los
romanos de haberlos retenido en la orilla sur del Danubio hasta que sus
reservas de víveres se agotaron, obligándolos así a comprar víveres a precio de
oro. Los visigodos sufrieron tanto hambre que vendieron como esclavos a sus
mujeres e hijos. Encolerizados, decidieron atacar a los romanos.
[7] Sinesio de Cirene, en Acerca
de la realeza, ante la falta de dignidad de las autoridades frente a los
bárbaros, dice: "En toda familia acomodada hay un esclavo escita:
cocinero, bodeguero. Escitas son también los que, cargando sillitas en sus
hombros, las ofrecen a quienes desean descansar al aire libre. Pero ¿no es como
para provocar asombro el que esos mismos bárbaros rubios, que en la vida
privada hacen de domésticos, peinados a la moda eubea, nos den órdenes en la
vida pública? A esos bárbaros suplicantes se les tiene por aliados en la
guerra, se les hace participar en las magistraturas y se les da, a esos
corruptores de la gestión pública, porciones de territorio romano; el emperador
torna su magnificencia natural y su generosidad en condescendencia y clemencia.
Pero los bárbaros no han comprendido o apreciado en su valor la nobleza de ese
gesto. Atrevidos, se mofan de nosotros. Tienen tanta conciencia de la manera
con que merecerían ser tratados por nosotros, como del tratamiento que tenemos
la debilidad de depararles".
[8] San Agustín, en De civitate
Dei, comenta: "De esta manera (refugiándose en las iglesias de Roma)
salvaron sus vidas muchos de los que ahora infaman y murmuran de los tiempos
cristianos, culpando a Cristo de los trabajos y penalidades que Roma sufrió y
no atribuyen a este gran Dios el enorme beneficio de haber visto sus vidas a
salvo por el respeto que infunde su santo nombre. Por el contrario cada cual
hace depender este feliz suceso de la influencia del hado, cuando, si lo
reflexionasen, deberían atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por
la mano vengadora de sus enemigos a los arcanos y sabias disposiciones de la
providencia divina, que acostumbra a corregir y aniquilar con los funestos
efectos que presagia una guerra cruel, los vicios y las costumbres corruptas de
los hombres… deberían también los vanos impugnadores atribuir a los tiempos en
que florecía el dogma católico, la gracia de haberles hecho merced de sus vidas
los bárbaros, en contra de los que es usual en las guerras, sin más respeto que
por iniciar su sumisión y reverencia a Jesucristo, otorgándoles este favor en
todos los lugares, y particularmente si se refugiaban en los templos".
[9] Para que los restos de
Alarico no fuesen profanados, los visigodos lo sepultaron en el cauce del río
Busento, que previamente fue desviado. Luego, restablecieron el curso de las
aguas y ejecutaron a los esclavos que tomaron parte en el trabajo, a fin de que
nadie conociera el lugar.
[10] Paulo Orosio, en Historiæ
adversus paganos, dice: "Ataúlfo era un gran hombre, por su valor, poder e
inteligencia. Su deseo más ardiente, decía a sus familiares y próximos, había
sido borrar el nombre de Roma, hacer de todo el territorio romano un imperio
godo, de la Romania una Gothia, convertirse en César Augusto. Pero, como sabía
por experiencia, los godos no obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie
sin freno; y no se podía prescindir de las leyes, sin las cuales un estado no
puede existir. Así, al menos, había escogido hacerse famoso restaurando en su
integridad y extendiendo el nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a
los ojos de la posteridad como restaurador de Roma, ya que no había podido
destruirla. Por eso se abstenía de la guerra y aspiraba a la paz".
[11] San Jerónimo, en carta a Geruchia,
narra el cruce del Rin en el año 409: "El pequeño número de los que
sobrevivimos fue gracias no a nuestros méritos, sino a la misericordia del
Señor. Pueblos innumerables y feroces han ocupado el conjunto de las Galias.
Todo el país que se extiende entre los Alpes y los Pirineos, el que limita con
el océano y el Rhin, ha sido devastado por quados, vándalos, sármatas, alanos,
gépidos, hérulos, sajones, burgundios, alamanos y, terrible desgracia, los
panonios se han convertido en enemigos, pues Assur ha llegado con ellos.
Maguncia, en otro tiempo ilustre, ha sido tomada y saqueada. En su iglesia,
millares de hombres han sido masacrados. Worms ha sido reducida después de un
largo asedio. Las prepotentes urbes de Reims, Amiens, Arras, Tournai, Spira y Strasburgo
han sido trasladadas a Germania. Las provincias de Aquitania, Novempopulania,
Lugdunense y Narbonense, salvo un pequeño número de ciudades, han sido
completamente saqueadas. Las ciudades han quedado despobladas por la espada y
el hambre. No puedo recordar sin lágrimas a Tolosa, cuya ruina solo ha sido
impedida por el mérito de su santo obispo Exuperio. Hispania misma, tiembla
recordando la irrupción de los cimbrios…".
[12] Así como su nombre parece
hallarse en la etimología de la voz Andalucía, el de los visigodos acaso
también parece encontrarse en la etimología de la voz Cataluña (Gotland o
Gotalaunia).
[13] Región de Alemania, situada
a orillas del Rin, al norte de Alsacia.
[14] Jordanes, en Historia de los
godos, dice de Atila: "era hombre de ademanes arrogantes, tenía una mirada
singularmente ágil, aun cuando cada uno de sus movimientos dejaba traslucir el
orgullo de su poderío…". Después, en ocasión de una recepción en el campamento
de Atila, contada por Prisco, refiere la austeridad del caudillo de los hunos:
"Había mesas a cada lado de la de Atila. Un primer sirviente llevó ante
Atila un plato de carne; detrás de ese, otros distribuyeron legumbres sobre la
mesa. Pero mientras para los otros bárbaros, como asimismo para nosotros, los
manjares venían bien arreglados en vajilla de plata, a Atila se le sirvió en
una escudilla de palo, y únicamente carne. En todo mostraba la misma
austeridad. Su vestido era simple y no ofrecía otro lujo que la limpieza. Aun
su espada, los cordones de sus calzas, las riendas de su caballo no estaban,
como las de los demás escitas, adornadas de oro, gemas ni materiales preciosos
algunos… Cuando vino la tarde, se encendieron antorchas. Dos escitas se
ubicaron frente a Atila y recitaron cantos compuestos por ellos para celebrar
sus victorias y virtudes guerreras. Después apareció un orate, que se explayó
en dislates e inepcias completamente horras de sentido común, haciendo reír a
carcajadas a todo el mundo".
[15] Jordanes dice: "De la
parte romana, Teodorico y sus visigodos ocupan el ala derecha; Aecio y los
romanos, el ala izquierda. Habían colocado en el centro a Sangíbano, rey de los
alanos… En cuanto al ejército de los hunos, fue alineado en batalla en orden
contrario al de los romanos; Atila se colocó en el centro con los más valientes
entre los suyos… Los pueblos numerosos, las naciones que habían sometido a su
dominación, formaban sus alas. Entre ellos se hacía notar el ejército de los
ostrogodos, mandados por Valamiro, Teodomiro y Videmiro, tres hermanos que
sobrepasaban en nobleza al propio rey, a las órdenes del cual marchaban
entonces, porque pertenecían a la ilustre y poderosa raza de los ámalos.
También se veía allí, a la cabeza de una tropa numerosa de gépidos, a Ardarico,
su rey, tan valiente y tan famoso, cuya grande fidelidad lo hacía admitir por
Atila a sus consejos… La muchedumbre de los otros reyes y los jefes de las
diversas naciones, parecidos a satélites, espiaban los menores movimientos de
Atila, y en cuanto él les hacía un signo con la mirada, cada uno, en silencio,
con temor y temblando, venía a colocarse delante de él, o bien ejecutaba las
órdenes que de él había recibido. Sin embargo, el rey de todos los reyes,
Atila, velaba sobre todos y por todos".
[16] Cuando los hunos llegaron a
las puertas de Roma con ánimo de destruirla, la indefensa ciudad se dispuso a
pactar con Atila por medio de una embajada presidida por el papa. La gravedad y
sabiduría del sacerdote motivaron que los invasores desistieran de sus
propósitos y se retiraran.
[17] En una situación similar a
la de años anteriores, los ruegos del papa san León lograron que Genserico
perdonara la vida de los habitantes.
[18] Seis siglos habían
transcurrido desde que la república romana, con amargo rencor, arrasara Cartago
y arara el suelo de esa orgullosa ciudad. Ahora el ciclo de la historia había
dado un giro completo.
[19] Eurico transformó en leyes
las antiguas costumbres visigóticas y romanas, y las agrupó en forma de código,
el que regía sobre los visigodos y no afectaba a los hispano-romanos, que
utilizaban sus leyes primitivas.
[20] Se reunían en la ciudad de
Toledo, de ahí el nombre de "Concilios Toledanos".
[21] Código visigodo o compilación
de leyes establecidos en España por los reyes godos. Fue aprobado en el año 681
por el Concilio XVI de Toledo y lo componen 12 libros, subdivididos en 54
títulos y 559 leyes. A mediados del siglo XIII, san Fernando encargó que se
tradujera del latín al romance y lo otorgó como fuero particular de Córdoba y
de Sevilla, al concretar la reconquista de las dos capitales andaluzas.
[22] En el Anonymus Valesianus, o
Excerpta Valesiani, puede leerse: "Teodorico rey de los ostrogodos:
...varón belicosísimo y animoso, era hijo natural de Valamir, llamado rey de
los godos. Su madre, goda, llamada Ereriliva, era católica y en el bautismo
recibió el nombre de Eusebia. Preclaro y de buena voluntad para con todos,
reinó treinta y tres años y aseguró la felicidad de Italia treinta años y la
paz para sus sucesores. Nada hizo de malo. Así gobernó aunados dos pueblos, el
de los romanos y el de los godos. Aunque pertenecía a la secta arriana, nada
intentó contra la religión católica. Ofreció juegos en el circo y en el
anfiteatro, lo que fue llamado por los romanos un Trajano o un Valentiniano, en
cuya época se inspiró. Y los godos lo estimaron como su mejor rey por el edicto
en que estableció el derecho. Prescribió a los romanos que el servicio militar
fuese como bajo los emperadores. Fue pródigo en dádivas y distribución de
víveres y aun cuando encontró el erario público exhausto, lo restableció y lo
hizo opulento con su labor. Aun cuando era iletrado, demostró tanta agudeza,
que algunos de sus dichos son aún hoy sentencia para el vulgo; por eso no nos
avergüenza recordar algunas de ellas. Dijo 'el que tiene oro y demonio no lo
puede esconder'. También 'el romano miserable imita al godo y el godo útil
imita al romano'… Era también amigo de las construcciones y un restaurador de
ciudades. Restauró el acueducto de Ravena, obra del emperador Trajano, y
después de mucho tiempo hizo correr agua; edificó el palacio hasta terminarlo,
pero no lo dedicó y acabó el pórtico alrededor del palacio. Además hizo las
termas y el palacio de Verona y agregó una galería desde la puerta hasta el
palacio; reedificó el acueducto que por mucho tiempo había estado destruido e
hizo circular el agua, circundó la ciudad con otros muros nuevos. También en
Ticino hizo un palacio, las termas, el anfiteatro y amuralló la ciudad. Pero
también benefició a otras ciudades. Tanto agradó a los pueblos vecinos, que se
ofrecieron a pactar con él en la esperanza de tenerlo por rey. También llegaban
hasta él comerciantes desde diversas provincias, pues había tanto orden que, si
alguno quería enviar a su dominio oro y plata, podía considerarse tan seguro
como si estuviera dentro de los muros de la ciudad. Y así fue en toda Italia,
que no dotó de puertas a ciudad alguna, ni las cerró donde las había…".
[23] Procopio de Cesarea, en
Historia de las guerras: guerra gótica, Vol. III y IV, Libros V a VIII, dice
sobre el gobierno de Teodorico: "…es necesario reconocer que gobernó a sus
súbditos con todas las virtudes de un gran emperador. Mantuvo la justicia y
estableció buenas leyes. Defendió su país de la invasión de sus vecinos y dio a
todos prueba de una prudencia y de un valor extraordinarios. No cometió ninguna
injusticia contra sus súbditos, ni permitió que se cometieran, salvo que
permitió que los godos se repartieran las tierras que, en tiempos, Odoacro
había distribuido entre los suyos. En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el
título de rey, no dejó de alcanzar la gloria de los más ilustres emperadores
que hayan jamás ocupado el trono de los césares. Fue igualmente querido por
godos e italianos, lo cual no sucede habitualmente entre los hombres, que no
están acostumbrados a aprobar en el gobierno del estado aquello que no esté de
acuerdo con sus intereses, y que condenan todo lo que les es contrario. Después
de haber gobernado durante treinta y siete años y de haberse presentado como
temible para sus enemigos, murió de esta manera…".
[24] Beda el Venerable, en
Historia ecclesiastica gentis anglorum, afirma: "En el año 449 de la
encarnación del Señor habiendo obtenido Marciano la realeza, junto con
Valentiniano, como cuadragésimo sexto sucesor de Augusto, la poseyó siete años.
En esta época, el pueblo de los anglos o de los sajones fue invitado por el mencionado
rey Vortigern y se trasladó a Bretaña con tres barcos largos, y recibió
residencia en la parte oriental de la isla, bajo las órdenes del mismo rey,
para defenderla como si de su patria se tratara, aunque en realidad para
conquistarla. Así, después de entablar lucha contra los enemigos que venían del
norte, trabaron batalla y los sajones se alzaron con la victoria. Lo que, una
vez anunciado en su lugar de origen, así como la fertilidad de la isla y la
cobardía de los bretones, pronto enviaron los sajones una flota más nutrida con
gente armada de refuerzo que, junto a los precedentes, formaron un ejército
invencible. Los que llegaron recibieron asiento entre los bretones, por
concesión de estos, con la condición de que lucharan contra sus adversarios, por
la salvación y paz de la tierra, y que les darían el estipendio debido por sus
servicios. Habían venido gentes de los tres pueblos más valerosos de Germania,
esto es, los sajones, los anglos y los jutos. De origen juto son los cantuari y
los victuari, o sea, el pueblo que posee la isla de Wight y el pueblo llamado
hasta hoy juto en la provincia de los sajones occidentales (Wessex). De los
sajones, es decir, de la región que se llama hoy país de los viejos sajones
(Holstein), vinieron los sajones orientales, meridionales y orientales (Essex,
Sussex y Wessex). De los anglos, es decir, del país que se denomina Angeln (en
el este de Schleswig), y que desde entonces hasta hoy ha permanecido desierto,
salieron los anglos orientales (East Anglia) y anglos mediterráneos (South
Anglia y Uppland), Mercia y toda la descendencia de los northumbrios, es decir,
los que habitan el norte del río Humber, y todos los otros pueblos
ingleses".
[25] Gildas el Sabio, en De
excidio Britanniae, escribe: "Una multitud de cachorros salió de la
guarida de esa leona bárbara, en tres naves de guerra, con las velas henchidas
por el viento y con presagios y profecías favorables… El fuego de la venganza,
justamente encendido por crímenes anteriores, corrió de mar a mar, alimentado
en el Oriente por las manos de nuestros enemigos, y alcanzó el otro lado de la
isla y hundió su roja y salvaje lengua en el océano occidental. Algunos,
apresados en las montañas, fueron asesinados; otros, forzados por el hambre,
ofreciéronse como esclavos, a riesgo de una muerte inmediata, que hubiera sido
la mayor merced para ellos; otros atravesaron los mares; otros, confiando su
salvación a las montañas, precipicios, forestas y a las rocas del mar, se
quedaron en su país, pero con tembloroso corazón". Se presume en este
pasaje una exageración retórica.
[26] Edward Gibbon, en Historia
de la declinación y caída del imperio romano, evoca centenares de canoas y
observa que el limitado territorio no pudo haber producido las hordas de sajones
"que dominaron el océano, que llenaron la isla británica con su idioma,
sus leyes y sus colonias, y que tan largamente defendieron la libertad del
norte contra las armas de Carlomagno". Agrega que la situación de los
sajones nativos "los predisponía a abrazar las azarosas profesiones de
pescador o de pirata, y que el éxito de sus primeras aventuras despertaría la
emulación de sus más valerosos compatriotas, hartos de la sombría soledad de
sus bosques y de sus montañas".
[27] Quienes redactaron la ley
sálica, según la cual la tierra y el trono eran heredados por los hijos varones
o parientes cercanos de ese sexo, con exclusión absoluta de la mujer. La ley
sálica se aplicó en todas las tribus de los francos.
[28] Jorge Luis Borges, en
colaboración, en Antiguas literaturas germánicas.
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