domingo, 23 de febrero de 2020

Los pueblos germanos


La Edad Media comprende un período de diez siglos, desde la caída del imperio romano de Occidente, en el año 476, hasta la toma de Constantinopla por los turcos, en el año 1453[1].
Abarca un largo período de luchas y transformaciones en lo político, social y económico.
Los pueblos germanos, a menudo empujados por otros, desbordan la frontera del imperio romano y se establecen en Europa, creando nuevos reinos. Así quedó destruida la unidad política del imperio, pero no el patrimonio cultural de la antigüedad, que prosiguió su desarrollo; luego de un período de asimilación y transformación, sucedió otro con formas y características propias.
La sociedad medieval es esencialmente religiosa: el hombre considera a Dios como centro del mundo (teocentrismo). El paganismo de la antigüedad fue sustituido por el espíritu cristiano, la influencia de la Iglesia, que convirtió a los bárbaros y morigeró las costumbres, permitió la fusión de la cultura grecolatina con la de los pueblos invasores.
Desde un enfoque socioeconómico, la nobleza detentaba todas las potestades; Europa dependía casi totalmente de la riqueza agraria, en un sistema de economía cerrada. El comercio, en general, se reducía al mercado local y estaba estructurado alrededor del trueque.

El imperio romano y los bárbaros
Cuando Teodosio dividió el imperio romano entre sus dos hijos, Honorio y Arcadio, en el año 395, el de Occidente se hallaba debilitado por dentro, como consecuencia de los desórdenes políticos y la corrupción social y administrativa. Las fronteras, débilmente defendidas, estaban amenazadas por poderosas federaciones de pueblos guerreros, a quienes los romanos llamaban "bárbaros", porque eran extranjeros y no hablaban griego ni latín.
En Europa, los bárbaros ocupaban los territorios comprendidos entre el Danubio, el mar Báltico, el Rin y los montes Urales.
Entre estos pueblos bárbaros podían distinguirse tres etnias principales:
* Germanos: establecidos en Europa Central, se extendían en abanico desde el mar Báltico hasta el mar Negro. Estaban agrupados en tribus, entre las que podemos citar francos, alamanes, anglos y sajones, situados al oeste; vándalos, burgundios y lombardos, en el este; en el litoral del mar Negro estaban los godos, divididos por el río Dniéster en visigodos (godos del oeste) y ostrogodos (godos del este).
* Eslavos: habitaban en la región comprendida entre el Vístula y las estepas rusas. Entre ellos se encontraban checos, moravos, moscovitas y lituanos.
* Mongoles: ocupaban el Asia Central. Eran, por tanto, los residentes más distantes del imperio romano, pero los más temibles y los que empujaron a los demás pueblos sobre el mundo civilizado. A esta raza pertenecían hunos, búlgaros, magiares y turcos.

Los germanos
Los germanos pertenecían a la raza indoeuropea. Procedían del Asia y, luego de abandonar el nomadismo, se establecieron en la parte norte y central de Europa, donde adoptaron las costumbres sedentarias.
Valientes en el combate, respetuosos y fieles a la autoridad del jefe; además, fuertemente individualistas y amantes de la libertad. Vivían en chozas de madera y paja dispersas en los campos, ya que no poseían ciudades.
Entre los germanos la guerra constituía la ocupación más digna, en ella participaban los hombres libres y a veces todo el pueblo.
La familia era la base de su organización social. Constituida bajo el sistema patriarcal, el padre era el jefe absoluto de la misma, dueño de la vida y de los bienes de la mujer e hijos. El matrimonio era monogámico, y si bien el marido compraba a la esposa, ésta gozaba de gran respeto y consideración. Cuidaba la casa, los campos y la hacienda. Además, muchas eran sacerdotisas y adivinas, y otras participaban en la guerra junto a sus maridos y hermanos.
La tierra pertenecía a la comunidad, y todos los años era sorteada entre las familias. Los caudillos recibían una parte mayor y podían poseer la casa y el huerto como bienes personales.
Entre los germanos existían tres clases sociales:
* La nobleza: constituida por las familias de los jefes y los grupos adinerados.
* Los hombres libres: formaban la masa principal de la población, con todos los derechos, pero con menor participación en los beneficios.
* Los siervos y esclavos: carecían de independencia y estaban encargados de los trabajos pesados, no podían llevar armas ni guerrear. Según Tácito "pocas veces azotan a los esclavos ni los ponen en cadena ni los condenan a trabajar. Suelen matarlos no por castigo ni severidad sino cuando los ciega el enojo y la cólera, como pudieran hacerlo con un enemigo pero sin recibir pena por ello".
En el derecho germano, que no tenía leyes escritas, sino que se regía por la costumbre, el delito cometido contra un individuo no afectaba a la sociedad, sino a la familia del agraviado. Por tanto, correspondía a sus parientes aplicar el castigo, el acusado debía pagar un "precio de sangre" o indemnización que variaba según el estatus social de la víctima y la calidad de la ofensa. Los juicios eran públicos y orales, y a falta de pruebas utilizaban el "duelo judicial", es decir, el acusado debía luchar contra su denunciante y si vencía quedaba demostrada su inocencia. Si los litigantes pertenecían a una clase inferior, recurrían a las ordalías o "juicios de Dios"[2].
Desde el punto de vista político, los germanos no llegaron a constituir un estado, por cuanto estuvieron divididos en multitud de tribus independientes, que guerreaban a menudo entre sí. Algunas de ellas estaban regidas por reyes, otras por príncipes o jefes militares. Los cargos eran electivos y su autoridad estaba limitada por una asamblea de hombres libres, que se reunía generalmente durante el novilunio o plenilunio.
En los pueblos de gobierno monárquico, el rey estaba al frente del gobierno y del ejército, y era importante su estirpe noble. Otras tribus sólo elegían un jefe en caso de guerra. Debía poseer valor y capacidad militar, y su misión terminaba junto con la contienda.
Los germanos eran politeístas, paganos y muy supersticiosos. Adoraban a las fuerzas de la naturaleza, las que eran representadas con figuras humanas revestidas de fuerza y de belleza. Creían en la vida de ultratumba. El premio estaba en el paraíso o Valhalla, morada de los dioses. En este recinto sólo ingresaban los que habían muerto en la batalla y eran conducidos a él por las valquirias, bellas diosas guerreras que les aseguraban la felicidad por medio de una eterna sucesión de festines y combates. Los que morían de vejez o enfermedad penetraban en la fría morada del espíritu del mal y de los infiernos. Carecían de sacerdotes profesionales, ya que las funciones religiosas estaban a cargo de los reyes, príncipes o jefes de familia. También tenían sacerdotisas y hechiceras. No erigieron templos y el culto se realizaba en bosques sagrados donde sacrificaban animales y, algunas veces, seres humanos.

Las invasiones
A partir del siglo I, los romanos comenzaron a contener los avances de los pueblos germanos que pugnaban por penetrar en el imperio. Mario, Julio César y Augusto combatieron a los invasores, e incluso organizaron contraofensivas para atacar a los bárbaros en sus propias tierras.
Sucesivos descalabros obligaron a los romanos a contentarse con defender las fronteras naturales del Rin y del Danubio, a pesar de lo cual las tribus germanas continuaron infiltrándose en el imperio. Como las legiones romanas se hallaban raleadas y los campos estaban escasos de labradores, los bárbaros fueron lentamente incorporados a esas actividades en calidad de mercenarios o colonos. Entre los siglos I y IV, el imperio sufrió una verdadera invasión pacífica, ya que se efectuó sin violencia y con el consentimiento de los propios romanos.
De tal modo, los bárbaros llegaron a ocupar cargos significativos en el ejército imperial y hasta en la corte. La defensa de las fronteras quedó en manos de los propios germanos, y esto favoreció la invasión en masa que no tardó en producirse.

Los visigodos
Los hunos, pueblo de pastores de raza amarilla, perseguidos desde el norte y contenidos en el sur, debieron escapar hacia el oeste. Alanos y godos trataron de contenerlos en la llanura ucraniana pero, impelidos por el invasor, empujaron ellos a su vez a los otros pueblos germanos. Desde China a las costas atlánticas hubo una verdadera marejada de pueblos. Tenían un aspecto temible y por donde pasaban las poblaciones quedaban paralizadas de terror[3].
A mediados del siglo IV, los hunos comenzaron a extenderse sobre Europa Oriental. Procedían de las estepas del Asia Central y, cuando atravesaron los Urales, obligaron a los germanos a desplazarse sobre el imperio romano en busca de mayor seguridad.
Los hunos iniciaron sus incursiones europeas en las estepas al norte del mar Negro. Los primeros en ser atacados fueron los ostrogodos, que habían fundado un reino en la actual Ucrania[4].
Derrotados los ostrogodos, los visigodos, asentados por Aureliano en las costas del mar Negro (Dacia), fueron los siguientes en sentir el empuje de los hunos. Solicitaron al emperador Valente asilo en suelo romano y, a las órdenes de Alarico, cruzaron el Danubio en el año 376 y se instalaron en los Balcanes, cerca de Constantinopla[5]. Dos años después, acusaron a los romanos de haberlos estafado[6] y tomaron las armas contra Roma; el ejército romano fue derrotado y los visigodos saquearon todo a su paso en los Balcanes. El emperador Valente preparó una contraofensiva, pero fue derrotado y muerto en la batalla de Adrianópolis en el año 378. Su sucesor, Teodosio el Grande, logró someterlos y los hizo sus aliados a cambio de un tributo anual[7].
Los visigodos permanecieron algunos años custodiando las fronteras del imperio. A la muerte de Teodosio, en el año 395, el imperio fue repartido entre sus dos hijos y pronto surgió una lucha entre ambos. Los visigodos aceptaron el ofrecimiento del emperador de Oriente, se alzaron en armas (suministradas por los arsenales de Constantinopla) y, luego de asolar Grecia y Macedonia, se dirigieron hacia Italia. Alarico se estableció temporariamente en Iliria y desde allí se dispuso a atacar el imperio romano de Occidente, gobernado por Honorio. La defensa estuvo en manos de Estilicón, hábil general de origen vándalo, quien logró contener a los visigodos durante algunos años.
La ofensiva de los bárbaros tuvo funestas consecuencias para el imperio de Occidente. Estilicón había retirado tropas del Rin y desguarecido esa frontera.

La gran invasión
Al mismo tiempo, en el año 405, nuevas hordas de pueblos germanos iniciaban una gran invasión irrumpiendo en el imperio a través del Rin y de los Alpes. Eran suevos, alanos y vándalos, quienes procedentes de las costas del mar Báltico se encaminaban hacia Europa Occidental. Nuevamente Estilicón consiguió contenerlos y los derrotó en las proximidades de Florencia. El grueso de los invasores, compuesto por casi medio millón de hombres, cambió de rumbo, penetró en la Galia y, luego de arrasarla, cruzó los Pirineos y se estableció en España.

Alarico y el saqueo de Roma
En el año 408, el emperador Honorio mandó asesinar a Estilicón, creyéndolo un conspirador. Entonces, el visigodo Alarico, que se hallaba en Iliria, reanudó sus ataques contra el imperio, puso sitio a Roma y se apoderó de la ciudad en el año 410, la que fue terriblemente saqueada durante tres días[8]. Luego la abandonaron con un enorme botín y gran número de prisioneros, entre ellos la hermana del emperador Honorio (Gala Placidia, quien luego contrajo matrimonio con Ataúlfo, cuñado de Alarico). Alarico murió pocos meses después[9], cuando se disponía a atacar África desde el sur de Italia. Le sucedió Ataúlfo[10] quien, luego de pactar con Honorio, partió con sus fuerzas a España, a fin de expulsar a los vándalos y restituirla a la dominación romana. Tiempo después, en el año 419, los visigodos fundaron un reino en el sur de la Galia, cuya capital fue Tolosa.

Los vándalos
Las hordas de suevos, alanos y vándalos que Estilicón consiguió desviar en Italia, inundaron la Galia y en el año 409 penetraron en España[11]. Los suevos ocuparon la parte noroeste de la península (Galicia), los alanos la zona oeste y central y los vándalos (emparentados por raza e idioma con los godos) se establecieron en la región sur, que se llamó Vandalucía (Andalucía)[12].
Cuando los visigodos penetraron en España como aliados de Roma, en el año 414, consiguieron restablecer el orden y sometieron a los alanos y a los suevos. Los vándalos, a las órdenes de Genserico, pasaron al norte de África. Allí, tribus moras se unieron a ellos y en poco tiempo destruyeron las defensas romanas. Durante el asedio a Hipona, en el año 430, murió el obispo de esa ciudad, san Agustín.
Genserico arrebató sus tierras a todos los propietarios romanos de la región y las entregó a los vándalos, al tiempo que los demás habitantes hubieron de pagar un tributo.
Luego de diez años de lucha fundaron un reino, cuya capital fue Cartago.
El reino de los vándalos constituía el segundo de los estados germanos en territorio romano. El tercero fue fundado por los burgundios, pueblo probablemente de origen escandinavo. Desembarcaron en el continente entre el Óder y el Vístula, y fundaron un reino en el actual Palatinado[13], que sucumbió en el año 436 luchando contra los hunos, cuyo eco recoge la Canción de los nibelungos. Del pueblo burgundio quedó poco y el imperio romano de Occidente les asignó nuevas tierras en una región del Ródano, que después se denominaría ducado de Borgoña.

Atila y los hunos
A principios del siglo V, otro peligro amenazaba desde el oeste a los distintos pueblos germanos que habitaban en el imperio. Los hunos reanudaban sus ataques, esta vez a las órdenes de Atila[14], caudillo inteligente, feroz e implacable, llamado el "azote de Dios". Solía vanagloriarse diciendo "donde pisa mi caballo no crece la hierba". Atila estableció su campamento en los llanos de Hungría y Rumania e iba a lanzarse sobre Constantinopla cuando Marciano, emperador romano de Oriente, consiguió sobornarlo ofreciéndole un tributo. Entonces volvió sus fuerzas hacia Occidente y, luego de cruzar el Rin, invadió la Galia, arrasando cuanto encontraba a su paso.
En el año 451, ante el peligro común, las tribus germanas se unieron con los romanos y, a las órdenes del general Aecio, lograron detener a los hunos en Orleáns. Germanos y romanos, opuestos aquí a los hunos, simbolizan al Occidente contra el Oriente. Atila se estableció en la llanura de Chalons (Campos Cataláunicos) y debió librar batalla contra los ejércitos romanos, visigodos, francos y burgundios, que lograron el triunfo después de un terrible combate[15]. Con el resto de sus fuerzas, Atila se dirigió a Italia sin hallar resistencia. Iba a penetrar en Roma cuando el papa san León logró detenerlo sin más armas que su magnificencia y autoridad[16]. Atila se retiró al Danubio y murió en el año 453, a consecuencia de los excesos cometidos en un festín. Entre galos y germanos su memoria se perpetúa en innumerables relatos legendarios: en los cantos de la Edda escandinava se le llama Atli y Etzel en la Canción de los nibelungos. Los magiares que ocuparon Hungría, "país de los hunos", desde comienzos del siglo XI enarbolarían el emblema de Atila y lo considerarían uno de sus héroes nacionales. Con su muerte, el poder de los hunos se derrumbó y los pueblos germanos sometidos por ellos se sublevaron; poco después el reino de los hunos desaparecería para siempre.
Tiempo después, las intrigas y las calumnias hicieron mella en el emperador Valentiniano III: mandó asesinar a Aecio y meses más tarde amigos del oficial lograron vengarlo, matando al emperador durante un desfile militar.

Genserico saquea Roma
En tanto, en Cartago, donde se había establecido, el vándalo Genserico construyó una poderosa flota, con la que logró el dominio del Mediterráneo occidental. En el año 455, desembarcó en Italia y se lanzó sobre Roma, la que fue saqueada durante quince días en forma tan despiadada que la palabra "vandalismo" quedó en lo sucesivo como expresión de brutalidad y barbarie[17]. Los vándalos se retiraron llevándose casi todos los objetos artísticos y más de 60.000 romanos cautivos, entre los que se encontraban la emperatriz Eudoxia y sus hijas. La nueva Cartago vengaba a la antigua[18].

Los visigodos en España
Con la invasión de los suevos, los alanos y los vándalos, el territorio de España quedó en su mayor parte en poder de los bárbaros. Sin embargo, los hispano-romanos que habitaban la península lograron conservar algunas fortalezas hasta la llegada de los visigodos en el año 414 que, aliados de Roma, franquearon los Pirineos al mando de Ataúlfo y se establecieron en Barcelona. Asesinado por un anti-romano, Ataúlfo fue sucedido por Walia, quien se propuso restaurar en España la autoridad imperial. Además, inició su dominación en el sur de la Galia, donde los visigodos poseyeron un reino llamado Aquitania, cuya capital fue Tolosa.
El rey Eurico, que gobernó entre los años 467 y 485, consiguió la independencia de Aquitania, un año antes de la caída del imperio de Occidente. Producido el derrumbe del poder romano, Eurico dispuso conquistar para sí toda la península ibérica, ya que el noroeste estaba aún en manos de los suevos. Logró apoderarse de Zaragoza y Pamplona, además dejó guarniciones militares en algunas ciudades importantes. Eurico fue gran guerrero y hábil político y, si bien no logró completar su dominación en la península, puede considerársele como el fundador de la monarquía visigoda en España[19].
A comienzos del siglo VI, los francos conquistaron la región sur de la Galia y expulsaron de allí a los visigodos. Éstos debieron internarse aún más en España y la corte se estableció en Toledo, que fue su nueva capital.
Cuando los visigodos penetraron en España se hallaban notablemente romanizados. Además, eran ya cristianos, pero a fines del siglo IV abrazaron el arrianismo. Los hispano-romanos, en cambio, continuaban siendo católicos. Esta diferencia religiosa dificultó la fusión de ambos pueblos, y cuando el rey visigodo Atanagildo se instaló en Toledo debió apelar a sus mejores recursos a fin de dominar los choques entre católicos y arrianos.
Leovigildo, hermano del anterior, reinó entre los años 582 y 586. Logró someter a los suevos y, a fin de consolidar la unidad política de España, procuró imponer el arrianismo. Su hijo Hermenegildo se convirtió al catolicismo y encabezó una sublevación, pero fue derrotado y entregado a su padre como prisionero. Como se negara a abjurar de su fe, pereció en manos de sus enemigos. Cuando Recaredo, el otro hijo de Leovigildo, ocupó el trono de España, cambió la política de su padre. Lejos de perseguir a los católicos, trató de congraciarse con ellos. Finalmente, siguió el ejemplo de su hermano Hermenegildo y, en el año 587, se convirtió públicamente al catolicismo, actitud que imitaron los miembros de la corte y gran número de arrianos. La conversión de Recaredo aceleró la fusión entre los hispano-romanos y visigodos.

Instituciones de la España visigótica
Entre los visigodos, la monarquía tenía carácter electivo y el poder del rey era absoluto en materia militar y de justicia. Los asuntos legislativos estaban en manos de las asambleas de nobles, y los religiosos correspondían a los concilios.
Luego de la conversión de Recaredo, los concilios se transformaron en un verdadero poder legislativo, integrado por miembros del clero y la nobleza[20].
La recopilación de las distintas disposiciones legislativas dictadas por esas asambleas constituyó la base del derecho español. En efecto, los reyes Chindasvinto y Recesvinto elaboraron un código llamado "Fuero Juzgo"[21] que, después de algunas modificaciones y agregados, fue promulgado en el año 687.
El Fuero Juzgo regía por igual sobre los hispano-romanos y los visigodos. Contribuyó favorablemente a la fusión entre ambos pueblos, pues de hecho quedaban anuladas disposiciones anteriores (como la famosa "ley de raza", que prohibía los matrimonios de visigodos con naturales del país, política racista que había impedido la formación de una conciencia nacional en un momento en que los musulmanes ya eran por completo dueños del norte africano) que creaban diferencias entre vencedores y vencidos. Primitivamente escrito en latín, el Fuero Juzgo fue traducido al castellano en el siglo XIII.

Decadencia de la monarquía visigoda
El carácter electivo de la monarquía originó grandes luchas entre el gobierno y los nobles que aspiraban al trono. Los últimos monarcas visigodos, además, se enfrentaron con problemas religiosos, persecuciones antisemitas, quejas de los concilios toledanos e intrigas palaciegas.
El rey Wamba debió reprimir varias sublevaciones y rechazó un intento de invasión de los árabes, establecidos en el norte de África.
El último monarca visigodo fue don Rodrigo. Durante su reinado se acentuaron de tal modo las discordias internas que algunos nobles no vacilaron en solicitar el auxilio de los árabes para derrocarlo. En abril del año 711, los musulmanes pusieron pie en tierra española y en el mes de junio derrotaron a Rodrigo en la batalla de Jerez (o Guadalete). De esta manera, desapareció la monarquía visigoda y comenzó la lucha por la reconquista, que se prolongó por más de siete siglos.

La caída del imperio romano de Occidente
Los hérulos
En el año 454, el emperador Valentiniano III mandó asesinar al general Aecio, que tan brillante actuación había tenido al derrotar a los hunos. Al año siguiente, pocos meses antes de que Genserico saqueara Roma, su muerte fue vengada, y el emperador murió en un atentado. Con la desaparición de Valentiniano III terminó la dinastía iniciada por Teodosio y, a partir de ese momento, el imperio romano de Occidente entró en plena decadencia.
En pocos años se sucedieron nueve emperadores, cuyos poderes se debilitaron debido a la gran influencia que los bárbaros ejercían en el ejército y en la corte.
En el año 476, el emperador Rómulo Augústulo, joven de catorce años, fue depuesto por Odoacro, jefe de un ejército de hérulos mercenarios al servicio del imperio.
Odoacro tomó el título de rey de Italia, y no el de emperador, pues entendía que la autoridad de Constantinopla era suficiente para todo el mundo romano. Zenón, el emperador de Oriente, reconoció el gobierno de Odoacro y a partir de ese momento Italia pasó a ser un reino de los hérulos. De esta manera, se extinguió el imperio romano de Occidente.

Teodorico y los ostrogodos
Poco tiempo duró el dominio de los hérulos en Italia, pues en el año 493 Odoacro fue destituido por el jefe de los ostrogodos, llamado Teodorico[22]. En efecto, cuando los ostrogodos se liberaron de los hunos, siguieron las huellas de los visigodos y emprendieron el camino de Occidente. Teodorico había recibido del emperador Zenón la misión de reconquistar el reino de Italia y, cuando lo consiguió, gobernó el país con prudencia, justicia y energía[23].
Teodorico había sido educado en la corte bizantina y, aunque era arriano, no persiguió a los católicos; antes bien, procuró unir a los ostrogodos con los romanos colocando a los primeros en los cargos militares y a los segundos en los empleos civiles. Instaló la corte en Rávena, ciudad que hizo su capital, y desde allí extendió su dominación sobre casi todo el antiguo imperio de Occidente.
Teodorico murió en el año 526, sin dejar sucesor; el reino ostrogodo se derrumbó de inmediato, situación que aprovechó Justiniano, nuevo emperador romano en Oriente, para emprender la reconquista del reino de Italia y transformarlo en un virreinato o exarcado dependiente de Constantinopla, en el año 553.

Los lombardos
En el año 568, Italia fue nuevamente invadida. Esta vez eran los lombardos o longobardos, pueblo germano que, procedente de las costas del Báltico, entró por el norte, donde se radicó. Naturalmente belicosos y conquistadores, los lombardos habían ocupado, a mediados del siglo VIII, el resto del territorio italiano. Entonces, los papas apoyaron el movimiento de resistencia e incluso solicitaron ayuda a los francos, que pudieron desalojar a los invasores de la región central y sur.

La heptarquía anglosajona
A principios del siglo V, en el año 408, cuando los germanos amenazaban las fronteras europeas, el emperador Honorio retiró las guarniciones romanas de la Gran Bretaña a fin de reforzar sus legiones en el Rin y el Danubio.
Britania era la provincia más lejana del imperio romano y, mientras la crisis afectaba la parte central del imperio, los bretones se mantenían leales y civilizados.
Al norte del muro de Adriano habitaban los pictos, pueblo belicoso, e Irlanda estaba poblada por tribus celtas, de la misma raza que los bretones pero que nunca habían tenido contacto con la civilización romana ni con el cristianismo. La más conocida era la de los escotos, que pasaron más tarde a Escocia, dando nombre a la región.
En el año 370, los bretones fueron atacados por todas partes: anglos de la península de Jutlandia y sajones de las llanuras del norte de Alemania emprendieron expediciones de saqueo. Un ejército romano atravesó el canal de la Mancha, rechazó a los invasores y castigó a pictos y escotos. El triunfo alivió la situación de los bretones, pero en el año 408 el emperador Honorio retiró las guarniciones romanas de Britania, a fin de reforzar las legiones en el Rin y en el Danubio, en ocasión de la amenaza germana a las fronteras continentales del imperio.
Con el retiro de los romanos, desapareció la base de la cultura latina y Britania se desplomó en la barbarie.
Los bretones quedaron indefensos y, ante los ataques de pictos y escotos, solicitaron ayuda a los piratas sajones. Éstos lograron rechazar a los invasores, pero se radicaron en el territorio y comenzaron a luchar contra los propios bretones, que resistieron valientemente.
Poco tiempo después llegaron los anglos, y fundaron otros reinos.
Los celtas resistieron mucho tiempo a los germanos en el sudoeste, pero los bretones hubieron de someterse a los anglosajones, quienes no se mezclaron con la población local. Eran paganos y el cristianismo no encontró eco, por ello las iglesias fueron demolidas o se arruinaron lentamente. Algunos bretones atravesaron el canal de la Mancha y se asentaron en una región de la actual Francia, a la que dieron el nombre de Bretaña.
Con el tiempo, los germanos fundaron pequeños reinos en varios puntos del territorio conquistado: los anglos se dirigieron al centro, los sajones avanzaron hacia el oeste y los daneses se asentaron en Kent.
Mientras el paganismo se extendía por Britania, el cristianismo florecía en Irlanda, donde se desarrolló una Iglesia cristiana ortodoxa, la primera en abrir una brecha en el muro de paganismo que anglos y sajones habían levantado en torno a Inglaterra.
A fin de consolidar su unidad política, anglos y sajones unieron sus reinos en una confederación llamada "heptarquía".
Posteriormente, lograban la unidad religiosa convirtiéndose al cristianismo. En el siglo IX, Egberto, rey de Wessex, colocó bajo su autoridad a los reinos confederados y fue el primer monarca de Inglaterra.
En síntesis, tribus germanas oriundas de Dinamarca, del norte de Alemania y, según Beda, del sur de Suecia fueron irrumpiendo en Inglaterra en el siglo V de la era cristiana[24]. Los textos más antiguos recalcan el carácter militar y violento de esta ocupación[25], pero Lethbridge prefiere hablar de migración y no de invasión[26].
Finalmente, la expresión "lengua anglosajona" ha sido entendida de dos formas: se ha dicho que es la lengua de los sajones y de los anglos; también, que sirvió para diferenciar el idioma de los sajones de Inglaterra del de los sajones continentales.

Los francos
Entre los pueblos germanos que se establecieron en la Galia, el más importante fue el de los francos. Éstos no constituían un estado, sino una confederación de tribus entre las que podemos citar la de los ripuarios, los salios[27], sicambrios, etc.
En un principio, los francos fueron contratados por los romanos para defender las fronteras sobre el Rin, pero luego, a raíz de la gran invasión del año 406, se instalaron en la región norte de la Galia. Pocos años después, cuando Atila invadió el imperio, los francos se aliaron con los romanos y, a las órdenes de su soberano Meroveo, participaron en la batalla de los Campos Cataláunicos. Este rey fue el fundador de la dinastía merovingia, que reinó por más de dos siglos.
Radicados en la región norte de la Galia, se mantuvieron alejados de las influencias romanas, lo que les permitió conservar sus costumbres paganas y sus hábitos guerreros.

Clodoveo
En el año 481, los francos proclamaron rey al jefe de los sicambrios, un joven de dieciséis años llamado Clodoveo. El nuevo monarca, que era nieto de Meroveo, poseía grandes dotes de caudillo. Inteligente, ambicioso y sin escrúpulos, se propuso la conquista de la Galia, para lo cual se dio a la tarea de unificar las tribus antes de lanzarlas a la lucha. En el año 486, venció al general romano Siagrio, cerca de Soisson, ciudad que hizo su capital. Tiempo después se casó con Clotilde, princesa católica que le instó a la conversión, sin poder lograrlo de inmediato.
Sin embargo, Clodoveo estuvo a punto de ser derrotado por los alamanes en la batalla de Tolbiac, en el año 496. Entonces, pidió ayuda al Dios de su esposa y le prometió convertirse si salía victorioso. Así sucedió y Clodoveo abrazó el catolicismo y fue bautizado en la Navidad de ese mismo año.
Al convertirse, Clodoveo logró el poderoso apoyo de la Iglesia, lo que le permitió proseguir con su ayuda la conquista de la Galia. Al mismo tiempo, había logrado la unidad religiosa, puesto que todos los francos abandonaron el paganismo y fueron bautizados. La fusión entre galos y germanos favoreció la unidad política, todo lo cual aumentó el prestigio de Clodoveo, convertido en el monarca más poderoso de la Europa Occidental.
En el año 500, sometió a los burgundios en la batalla de Dijon. Siete años después luchó con los visigodos arrianos establecidos en el sur de la Galia (Aquitania) y los derrotó en Vouillé. La Galia comenzó a llamarse Francia, que significa "país de los francos".
Clodoveo murió en el año 511, y sus cuatro hijos dividieron el reino en otros tantos estados. Esto originó frecuentes guerras civiles que perjudicaron la unidad política, debilitando el poder de la dinastía merovingia.

"En el origen de la literatura germánica está el obispo de los godos, Ulfilas, que nació más allá del Danubio. Enviado como rehén a Constantinopla, profesó el arrianismo. En el año 341 fue consagrado obispo; regresó al norte del Danubio e inició la conversión de los godos al cristianismo. En el año 376 Ulfilas atravesó el Danubio con su pueblo, sus rebaños y sus majadas, y los condujo a una retirada región en la actual Bulgaria. Lejos del tumulto guerrero de sus hermanos, los conversos emprendieron allí una vida pacífica y pastoril.
De sus escritos en idioma griego nada ha quedado. La gran obra de Ulfilas fue su traducción visigótica de la Biblia. Antes de acometer la traducción, hubo de crear el alfabeto en que la escribiría. La Biblia gótica es el monumento más antiguo de los idiomas germánicos.
Antes de la era cristiana, los idiomas germánicos ya se habían dividido en tres grupos: el oriental, el occidental y el septentrional.
El septentrional logró su máxima difusión con la lengua danesa de los vikings; el occidental dio el idioma alemán, el idioma inglés y el idioma holandés; el oriental, que Ulfilas preparó para un complejo porvenir literario, ha perecido enteramente"[28].

[1] Algunos historiadores prefieren considerar como punto de partida el año 395, cuando Teodosio divide el imperio romano entre sus dos hijos. Otros lo hacen finalizar en el año 1492, con el descubrimiento del continente americano.
[2] Partiendo de la idea de que Dios intervenía en los procedimientos criminales para salvar al inocente y castigar al culpable, a lo largo de los tiempos antiguos y durante la Edad Media se admitieron los "juicios de Dios", llamados también "ordalías", como medios probatorios. Consistían en someter al inculpado a pruebas, casi siempre crueles y que nada tenían que ver con una investigación razonable, que decidían sobre la condición del sometido a ellas. Había una gran variedad de ordalías y Escriche señala entre las más corrientes: la del juramento; la del duelo a combate singular entre acusador y acusado, para condenar como culpable al que resultaba vencido; la del fuego, en que el acusado, previas ciertas ceremonias religiosas, agarraba con la mano un hierro candente y si al cabo de unos días su mano no presentaba señales de quemaduras, era proclamada su inocencia; la del agua hirviente, similar a la del fuego; la del agua fría, consistente en atar la mano derecha del inculpado a su pie izquierdo y así se lo echaba al agua, dependiendo su inocencia o culpabilidad de que sobrenadase o se sumergiese, respectivamente; entre otras (en Ossorio, M. Diccionario de Ciencias Sociales).
[3] Amiano Marcelino, en Historia del imperio romano, los describe así: "Exceden en ferocidad a cuanto es posible imaginar de bárbaro y feroz. Su fealdad supera todos los límites. Son de corta estatura, cabeza grande, imberbes y de vigorosa constitución, tienen el cuello ancho y su aspecto es terrible que más parecen animales bípedos que seres humanos. Apenas nacen sus hijos, les hacen cortes profundos en las mejillas, para destruir la raíz de las barbas. Bajo una forma humana viven en estado de animales. Recorren montes y bosques, acostumbrándose desde la más tierna edad a sufrir la intemperie, el hambre y la sed. Están en su físico tan endurecidos, que no necesitan fuego, no hierven ni cuecen los alimentos, se alimentan de raíces de plantas silvestres encontradas al azar y de carne medio cruda, que colocan bajo la silla, sobre el lomo desnudo de sus caballos, para macerarla, calentarla y tenerla más a mano. Nunca pernoctan bajo techo, a no ser que se vean obligados por la más urgente necesidad, pues allí no se sienten en seguridad… A caballo día y noche, el huno trafica, come y bebe. Montados a caballo celebran también sus asambleas; peligrosos como combatientes, tienen una movilidad que contrasta con la lentitud y rigidez de las legiones romanas. Sus evoluciones son ligeras y repentinas. Obligados a dispersarse, se rehacen instantáneamente, y sus galopadas en desorden siembran la carnicería por doquier. Es tal su rapidez, que saltan el foso y saquean el campo enemigo antes de haber sido advertidos… Siempre errantes, sin hogar, sin ley, sin costumbres fijas, parecen fugitivos; su único domicilio son los carros, donde transportan a sus mujeres e hijos".
[4] Algunos lograron escapar a Crimea, donde sus descendientes vivirían hasta que, en el siglo XVIII, Catalina II los dispersara y se asimilaran a los demás pueblos del imperio ruso.
[5] Fue un acontecimiento histórico de suma importancia: por primera vez un pueblo entero obtenía autorización para asentarse en el interior del imperio y vivir en él como nación independiente, con leyes y gobernantes propios.
[6] Los visigodos acusaron a los romanos de haberlos retenido en la orilla sur del Danubio hasta que sus reservas de víveres se agotaron, obligándolos así a comprar víveres a precio de oro. Los visigodos sufrieron tanto hambre que vendieron como esclavos a sus mujeres e hijos. Encolerizados, decidieron atacar a los romanos.
[7] Sinesio de Cirene, en Acerca de la realeza, ante la falta de dignidad de las autoridades frente a los bárbaros, dice: "En toda familia acomodada hay un esclavo escita: cocinero, bodeguero. Escitas son también los que, cargando sillitas en sus hombros, las ofrecen a quienes desean descansar al aire libre. Pero ¿no es como para provocar asombro el que esos mismos bárbaros rubios, que en la vida privada hacen de domésticos, peinados a la moda eubea, nos den órdenes en la vida pública? A esos bárbaros suplicantes se les tiene por aliados en la guerra, se les hace participar en las magistraturas y se les da, a esos corruptores de la gestión pública, porciones de territorio romano; el emperador torna su magnificencia natural y su generosidad en condescendencia y clemencia. Pero los bárbaros no han comprendido o apreciado en su valor la nobleza de ese gesto. Atrevidos, se mofan de nosotros. Tienen tanta conciencia de la manera con que merecerían ser tratados por nosotros, como del tratamiento que tenemos la debilidad de depararles".
[8] San Agustín, en De civitate Dei, comenta: "De esta manera (refugiándose en las iglesias de Roma) salvaron sus vidas muchos de los que ahora infaman y murmuran de los tiempos cristianos, culpando a Cristo de los trabajos y penalidades que Roma sufrió y no atribuyen a este gran Dios el enorme beneficio de haber visto sus vidas a salvo por el respeto que infunde su santo nombre. Por el contrario cada cual hace depender este feliz suceso de la influencia del hado, cuando, si lo reflexionasen, deberían atribuir las molestias y penalidades que sufrieron por la mano vengadora de sus enemigos a los arcanos y sabias disposiciones de la providencia divina, que acostumbra a corregir y aniquilar con los funestos efectos que presagia una guerra cruel, los vicios y las costumbres corruptas de los hombres… deberían también los vanos impugnadores atribuir a los tiempos en que florecía el dogma católico, la gracia de haberles hecho merced de sus vidas los bárbaros, en contra de los que es usual en las guerras, sin más respeto que por iniciar su sumisión y reverencia a Jesucristo, otorgándoles este favor en todos los lugares, y particularmente si se refugiaban en los templos".
[9] Para que los restos de Alarico no fuesen profanados, los visigodos lo sepultaron en el cauce del río Busento, que previamente fue desviado. Luego, restablecieron el curso de las aguas y ejecutaron a los esclavos que tomaron parte en el trabajo, a fin de que nadie conociera el lugar.
[10] Paulo Orosio, en Historiæ adversus paganos, dice: "Ataúlfo era un gran hombre, por su valor, poder e inteligencia. Su deseo más ardiente, decía a sus familiares y próximos, había sido borrar el nombre de Roma, hacer de todo el territorio romano un imperio godo, de la Romania una Gothia, convertirse en César Augusto. Pero, como sabía por experiencia, los godos no obedecían leyes, como consecuencia de su barbarie sin freno; y no se podía prescindir de las leyes, sin las cuales un estado no puede existir. Así, al menos, había escogido hacerse famoso restaurando en su integridad y extendiendo el nombre romano gracias a la fuerza gótica, pasar a los ojos de la posteridad como restaurador de Roma, ya que no había podido destruirla. Por eso se abstenía de la guerra y aspiraba a la paz".
[11] San Jerónimo, en carta a Geruchia, narra el cruce del Rin en el año 409: "El pequeño número de los que sobrevivimos fue gracias no a nuestros méritos, sino a la misericordia del Señor. Pueblos innumerables y feroces han ocupado el conjunto de las Galias. Todo el país que se extiende entre los Alpes y los Pirineos, el que limita con el océano y el Rhin, ha sido devastado por quados, vándalos, sármatas, alanos, gépidos, hérulos, sajones, burgundios, alamanos y, terrible desgracia, los panonios se han convertido en enemigos, pues Assur ha llegado con ellos. Maguncia, en otro tiempo ilustre, ha sido tomada y saqueada. En su iglesia, millares de hombres han sido masacrados. Worms ha sido reducida después de un largo asedio. Las prepotentes urbes de Reims, Amiens, Arras, Tournai, Spira y Strasburgo han sido trasladadas a Germania. Las provincias de Aquitania, Novempopulania, Lugdunense y Narbonense, salvo un pequeño número de ciudades, han sido completamente saqueadas. Las ciudades han quedado despobladas por la espada y el hambre. No puedo recordar sin lágrimas a Tolosa, cuya ruina solo ha sido impedida por el mérito de su santo obispo Exuperio. Hispania misma, tiembla recordando la irrupción de los cimbrios…".
[12] Así como su nombre parece hallarse en la etimología de la voz Andalucía, el de los visigodos acaso también parece encontrarse en la etimología de la voz Cataluña (Gotland o Gotalaunia).
[13] Región de Alemania, situada a orillas del Rin, al norte de Alsacia.
[14] Jordanes, en Historia de los godos, dice de Atila: "era hombre de ademanes arrogantes, tenía una mirada singularmente ágil, aun cuando cada uno de sus movimientos dejaba traslucir el orgullo de su poderío…". Después, en ocasión de una recepción en el campamento de Atila, contada por Prisco, refiere la austeridad del caudillo de los hunos: "Había mesas a cada lado de la de Atila. Un primer sirviente llevó ante Atila un plato de carne; detrás de ese, otros distribuyeron legumbres sobre la mesa. Pero mientras para los otros bárbaros, como asimismo para nosotros, los manjares venían bien arreglados en vajilla de plata, a Atila se le sirvió en una escudilla de palo, y únicamente carne. En todo mostraba la misma austeridad. Su vestido era simple y no ofrecía otro lujo que la limpieza. Aun su espada, los cordones de sus calzas, las riendas de su caballo no estaban, como las de los demás escitas, adornadas de oro, gemas ni materiales preciosos algunos… Cuando vino la tarde, se encendieron antorchas. Dos escitas se ubicaron frente a Atila y recitaron cantos compuestos por ellos para celebrar sus victorias y virtudes guerreras. Después apareció un orate, que se explayó en dislates e inepcias completamente horras de sentido común, haciendo reír a carcajadas a todo el mundo".
[15] Jordanes dice: "De la parte romana, Teodorico y sus visigodos ocupan el ala derecha; Aecio y los romanos, el ala izquierda. Habían colocado en el centro a Sangíbano, rey de los alanos… En cuanto al ejército de los hunos, fue alineado en batalla en orden contrario al de los romanos; Atila se colocó en el centro con los más valientes entre los suyos… Los pueblos numerosos, las naciones que habían sometido a su dominación, formaban sus alas. Entre ellos se hacía notar el ejército de los ostrogodos, mandados por Valamiro, Teodomiro y Videmiro, tres hermanos que sobrepasaban en nobleza al propio rey, a las órdenes del cual marchaban entonces, porque pertenecían a la ilustre y poderosa raza de los ámalos. También se veía allí, a la cabeza de una tropa numerosa de gépidos, a Ardarico, su rey, tan valiente y tan famoso, cuya grande fidelidad lo hacía admitir por Atila a sus consejos… La muchedumbre de los otros reyes y los jefes de las diversas naciones, parecidos a satélites, espiaban los menores movimientos de Atila, y en cuanto él les hacía un signo con la mirada, cada uno, en silencio, con temor y temblando, venía a colocarse delante de él, o bien ejecutaba las órdenes que de él había recibido. Sin embargo, el rey de todos los reyes, Atila, velaba sobre todos y por todos".
[16] Cuando los hunos llegaron a las puertas de Roma con ánimo de destruirla, la indefensa ciudad se dispuso a pactar con Atila por medio de una embajada presidida por el papa. La gravedad y sabiduría del sacerdote motivaron que los invasores desistieran de sus propósitos y se retiraran.
[17] En una situación similar a la de años anteriores, los ruegos del papa san León lograron que Genserico perdonara la vida de los habitantes.
[18] Seis siglos habían transcurrido desde que la república romana, con amargo rencor, arrasara Cartago y arara el suelo de esa orgullosa ciudad. Ahora el ciclo de la historia había dado un giro completo.
[19] Eurico transformó en leyes las antiguas costumbres visigóticas y romanas, y las agrupó en forma de código, el que regía sobre los visigodos y no afectaba a los hispano-romanos, que utilizaban sus leyes primitivas.
[20] Se reunían en la ciudad de Toledo, de ahí el nombre de "Concilios Toledanos".
[21] Código visigodo o compilación de leyes establecidos en España por los reyes godos. Fue aprobado en el año 681 por el Concilio XVI de Toledo y lo componen 12 libros, subdivididos en 54 títulos y 559 leyes. A mediados del siglo XIII, san Fernando encargó que se tradujera del latín al romance y lo otorgó como fuero particular de Córdoba y de Sevilla, al concretar la reconquista de las dos capitales andaluzas.
[22] En el Anonymus Valesianus, o Excerpta Valesiani, puede leerse: "Teodorico rey de los ostrogodos: ...varón belicosísimo y animoso, era hijo natural de Valamir, llamado rey de los godos. Su madre, goda, llamada Ereriliva, era católica y en el bautismo recibió el nombre de Eusebia. Preclaro y de buena voluntad para con todos, reinó treinta y tres años y aseguró la felicidad de Italia treinta años y la paz para sus sucesores. Nada hizo de malo. Así gobernó aunados dos pueblos, el de los romanos y el de los godos. Aunque pertenecía a la secta arriana, nada intentó contra la religión católica. Ofreció juegos en el circo y en el anfiteatro, lo que fue llamado por los romanos un Trajano o un Valentiniano, en cuya época se inspiró. Y los godos lo estimaron como su mejor rey por el edicto en que estableció el derecho. Prescribió a los romanos que el servicio militar fuese como bajo los emperadores. Fue pródigo en dádivas y distribución de víveres y aun cuando encontró el erario público exhausto, lo restableció y lo hizo opulento con su labor. Aun cuando era iletrado, demostró tanta agudeza, que algunos de sus dichos son aún hoy sentencia para el vulgo; por eso no nos avergüenza recordar algunas de ellas. Dijo 'el que tiene oro y demonio no lo puede esconder'. También 'el romano miserable imita al godo y el godo útil imita al romano'… Era también amigo de las construcciones y un restaurador de ciudades. Restauró el acueducto de Ravena, obra del emperador Trajano, y después de mucho tiempo hizo correr agua; edificó el palacio hasta terminarlo, pero no lo dedicó y acabó el pórtico alrededor del palacio. Además hizo las termas y el palacio de Verona y agregó una galería desde la puerta hasta el palacio; reedificó el acueducto que por mucho tiempo había estado destruido e hizo circular el agua, circundó la ciudad con otros muros nuevos. También en Ticino hizo un palacio, las termas, el anfiteatro y amuralló la ciudad. Pero también benefició a otras ciudades. Tanto agradó a los pueblos vecinos, que se ofrecieron a pactar con él en la esperanza de tenerlo por rey. También llegaban hasta él comerciantes desde diversas provincias, pues había tanto orden que, si alguno quería enviar a su dominio oro y plata, podía considerarse tan seguro como si estuviera dentro de los muros de la ciudad. Y así fue en toda Italia, que no dotó de puertas a ciudad alguna, ni las cerró donde las había…".
[23] Procopio de Cesarea, en Historia de las guerras: guerra gótica, Vol. III y IV, Libros V a VIII, dice sobre el gobierno de Teodorico: "…es necesario reconocer que gobernó a sus súbditos con todas las virtudes de un gran emperador. Mantuvo la justicia y estableció buenas leyes. Defendió su país de la invasión de sus vecinos y dio a todos prueba de una prudencia y de un valor extraordinarios. No cometió ninguna injusticia contra sus súbditos, ni permitió que se cometieran, salvo que permitió que los godos se repartieran las tierras que, en tiempos, Odoacro había distribuido entre los suyos. En fin, aunque Teodorico no tuvo más que el título de rey, no dejó de alcanzar la gloria de los más ilustres emperadores que hayan jamás ocupado el trono de los césares. Fue igualmente querido por godos e italianos, lo cual no sucede habitualmente entre los hombres, que no están acostumbrados a aprobar en el gobierno del estado aquello que no esté de acuerdo con sus intereses, y que condenan todo lo que les es contrario. Después de haber gobernado durante treinta y siete años y de haberse presentado como temible para sus enemigos, murió de esta manera…".
[24] Beda el Venerable, en Historia ecclesiastica gentis anglorum, afirma: "En el año 449 de la encarnación del Señor habiendo obtenido Marciano la realeza, junto con Valentiniano, como cuadragésimo sexto sucesor de Augusto, la poseyó siete años. En esta época, el pueblo de los anglos o de los sajones fue invitado por el mencionado rey Vortigern y se trasladó a Bretaña con tres barcos largos, y recibió residencia en la parte oriental de la isla, bajo las órdenes del mismo rey, para defenderla como si de su patria se tratara, aunque en realidad para conquistarla. Así, después de entablar lucha contra los enemigos que venían del norte, trabaron batalla y los sajones se alzaron con la victoria. Lo que, una vez anunciado en su lugar de origen, así como la fertilidad de la isla y la cobardía de los bretones, pronto enviaron los sajones una flota más nutrida con gente armada de refuerzo que, junto a los precedentes, formaron un ejército invencible. Los que llegaron recibieron asiento entre los bretones, por concesión de estos, con la condición de que lucharan contra sus adversarios, por la salvación y paz de la tierra, y que les darían el estipendio debido por sus servicios. Habían venido gentes de los tres pueblos más valerosos de Germania, esto es, los sajones, los anglos y los jutos. De origen juto son los cantuari y los victuari, o sea, el pueblo que posee la isla de Wight y el pueblo llamado hasta hoy juto en la provincia de los sajones occidentales (Wessex). De los sajones, es decir, de la región que se llama hoy país de los viejos sajones (Holstein), vinieron los sajones orientales, meridionales y orientales (Essex, Sussex y Wessex). De los anglos, es decir, del país que se denomina Angeln (en el este de Schleswig), y que desde entonces hasta hoy ha permanecido desierto, salieron los anglos orientales (East Anglia) y anglos mediterráneos (South Anglia y Uppland), Mercia y toda la descendencia de los northumbrios, es decir, los que habitan el norte del río Humber, y todos los otros pueblos ingleses".
[25] Gildas el Sabio, en De excidio Britanniae, escribe: "Una multitud de cachorros salió de la guarida de esa leona bárbara, en tres naves de guerra, con las velas henchidas por el viento y con presagios y profecías favorables… El fuego de la venganza, justamente encendido por crímenes anteriores, corrió de mar a mar, alimentado en el Oriente por las manos de nuestros enemigos, y alcanzó el otro lado de la isla y hundió su roja y salvaje lengua en el océano occidental. Algunos, apresados en las montañas, fueron asesinados; otros, forzados por el hambre, ofreciéronse como esclavos, a riesgo de una muerte inmediata, que hubiera sido la mayor merced para ellos; otros atravesaron los mares; otros, confiando su salvación a las montañas, precipicios, forestas y a las rocas del mar, se quedaron en su país, pero con tembloroso corazón". Se presume en este pasaje una exageración retórica.
[26] Edward Gibbon, en Historia de la declinación y caída del imperio romano, evoca centenares de canoas y observa que el limitado territorio no pudo haber producido las hordas de sajones "que dominaron el océano, que llenaron la isla británica con su idioma, sus leyes y sus colonias, y que tan largamente defendieron la libertad del norte contra las armas de Carlomagno". Agrega que la situación de los sajones nativos "los predisponía a abrazar las azarosas profesiones de pescador o de pirata, y que el éxito de sus primeras aventuras despertaría la emulación de sus más valerosos compatriotas, hartos de la sombría soledad de sus bosques y de sus montañas".
[27] Quienes redactaron la ley sálica, según la cual la tierra y el trono eran heredados por los hijos varones o parientes cercanos de ese sexo, con exclusión absoluta de la mujer. La ley sálica se aplicó en todas las tribus de los francos.
[28] Jorge Luis Borges, en colaboración, en Antiguas literaturas germánicas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En caso de comentar una publicación se ruega tener especial cuidado con la ortografía y el vocabulario empleado.