Uno de los procesos
más influyentes en la sociedad occidental de finales del siglo XVIII y
comienzos del XIX fue el cambio político, social y económico ocurrido en
Francia entre 1789 y 1799, la revolución francesa. Durante estos diez años se
produjo el despertar de la sociedad a un nuevo sistema de relaciones entre el
pueblo y sus dirigentes. Fue una transformación radical y profunda del sistema
de poder, no sólo de la sociedad francesa sino de toda Europa. Se suprimió el
dominio absoluto ejercido hasta entonces por la monarquía y se redactaron las
constituciones liberales que proclamaron la separación de poderes para proteger
los derechos de los ciudadanos.
Este gran cambio
político y social dio origen a un "nuevo régimen" también en el
continente europeo. Francia instauró el primer régimen monárquico
constitucional con la total separación de poderes: el ejecutivo lo ostentaba un
rey hereditario con poderes muy recortados, del que dependían los secretarios
de despacho; el legislativo, con gran capacidad de actuación, estaba en poder
de una asamblea; el poder judicial quedaba independiente. A partir de la
implantación en Francia de la república como nuevo sistema de gobierno,
desapareció la figura del monarca y el poder ejecutivo pasó a ejercerlo una
comisión de gobierno, el legislativo estuvo representado por una o dos cámaras,
y el judicial continuó siendo independiente de los otros dos poderes.
Durante la
revolución fueron eliminados los privilegios del clero y la nobleza,
considerados como el primer y el segundo estamentos de la sociedad, se
otorgaron derechos políticos a la población en general y la burguesía consiguió
imponerse y suplantar a la anterior aristocracia respecto al poder político y
económico. La soberanía, que hasta 1791 había estado depositada en el monarca
por "derecho divino", pasó a ser depositada en la nación. El antiguo
régimen en Francia había dado paso al nuevo régimen.
1.
Fundamentos teóricos sobre las causas de la revolución
La revolución que
estalló en la Francia de finales del siglo XVIII ha sido considerada como el
modelo de revolución política por antonomasia, ya que supuso la conquista del
poder por la burguesía y el desplazamiento de la aristocracia, predominante
hasta entonces en los cargos políticos y administrativos más significativos.
Sin embargo, el espíritu revolucionario no surgió únicamente en Francia, puesto
que antes de 1789 ya había ocurrido una revolución en Norteamérica. El 4 de
julio de 1776 el congreso de las trece colonias británicas de la costa norte de
América, formado por antiguos colonos de Gran Bretaña, aprobó la declaración de
independencia de los Estados Unidos y continuó la lucha contra su antigua
metrópoli. Las trece colonias originales se convirtieron en los Estados Unidos
de América por el tratado de paz de París de 1783 donde Inglaterra reconoció su
independencia. Los movimientos independentistas contribuyeron a crear en las
conciencias ilustradas un creciente deseo de cambios políticos, sociales y
económicos que pudieran mejorar la vida de los franceses. La mayoría de los
historiadores que han escrito sobre estos acontecimientos están de acuerdo en
afirmar que en 1789 se inició una nueva etapa histórica con la supresión del
sistema señorial, la proclamación de la libertad e igualdad de todos los
hombres ante la ley y la afirmación de la soberanía nacional. Existe un gran
debate historiográfico sobre su importancia, el orden en que se produjeron los
acontecimientos y las causas que dieron origen a esta revolución. Todavía se
considera como uno de los temas más estudiados de la historia universal.
Ya desde el inicio
de los conflictos revolucionarios surgió la idea de que no fueron espontáneos,
sino que estuvieron ocasionados por intrigas políticas premeditadas. El grupo
más relevante se encontraba dirigido por Luis Felipe, segundo duque de Orleans
y primo de Luis XVI, conocido por los revolucionarios como "Felipe
Igualdad", que fue guillotinado en 1793 durante la etapa del
"Terror" protagonizado por Robespierre. Los valedores del duque
fueron destacados protagonistas de la revolución, como el conde de Mirabeau,
futuro presidente de la Asamblea Nacional; el abate Sieyès, posterior presidente
de la convención termidoriana, miembro del Directorio y uno de los primeros
tres cónsules con Napoleón; Choderlos de Laclos, militar y autor de Las
amistades peligrosas, así como otros aristócratas, políticos y burgueses de
renombre, que desde 1789 se fueron uniendo contra el sistema de "monarquía
absoluta". Este conjunto de individuos tenía gran influencia en Francia y
se dedicaba a desprestigiar a Luis XVI y a sus sucesivos gobiernos, acusándoles
de estar llevando a Francia hacia una inevitable bancarrota. Los orleanistas
proponían la instauración de una monarquía liberal semejante a la de Inglaterra.
Desde la residencia del duque en el Palais-Royal, sitio clave de París para la
agitación revolucionaria, comenzaron a organizar la sublevación de las masas.
Esos testimonios,
perfectamente documentados, pronto fueron negados y ocultados por no ser convenientes
para la historia de Francia. Los hagiógrafos de la revolución francesa como el
mismo Napoleón, el abate Sieyès y muchos de los jacobinos participantes en los acontecimientos,
basaron las causas del estallido revolucionario en la injusticia social protagonizada
por un grupo de privilegiados que oprimía a la población, desigualdad que era
necesario eliminar. Lo mismo defendieron unos años más tarde los historiadores
y políticos franceses como Adolphe Thiers y Alexis de Tocqueville. Así, desde comienzos
del siglo XIX se ha optado por omitir al máximo los detalles escabrosos y los
actos violentos cometidos por la convención y por la plebe dominada por sus
dirigentes.
Otra teoría es la
esgrimida por los historiadores, sociólogos y políticos de tendencias marxistas
que han estudiado esta revolución, en su mayoría franceses. Louis Blanc, Jean
Jaurés, Albert Mathiez, Henri Lefevbre y Albert Soboul, entre otros, se
centraron sobre todo en los problemas económicos como causa fundamental del
estallido revolucionario, que al final se concretó en la lucha de clases.
Algunos de ellos, como Soboul y George Rudé, han resaltado, también, la
importancia del papel que desempeñaron los sectores más miserables de las
ciudades que se organizaban igual que los burgueses, en clubes y sociedades
fraternales, para influir y apoyar a los grupos políticos más radicales.
Para otros
especialistas, como François Furet, la economía no fue más que una mera
situación de base material para explicar la realidad social. Defiende en su
tesis que la revolución francesa fue sobre todo un enfrentamiento de individuos
y grupos y no sólo una lucha de clases. Este autor explica que los campesinos
eliminaron a muchos nobles e intermediarios, los parisinos pobres fueron contra
los ricos, la pequeña nobleza intentó eliminar a la aristocracia y la burguesía
pretendió hacerse con las riquezas y prestigio del segundo estamento (clero y
nobleza), afirmando que todos ellos compitieron entre sí. La falta de
entendimiento entre unas clases y otras y los frecuentes enfrentamientos entre
los diversos grupos humanos fueron para Furet causas determinantes del
estallido revolucionario.
La escuela
historiográfica de los Annales, fundada en 1929 por Marc Bloch y Lucien Febvre,
destacados historiadores franceses, se ha ocupado extensamente de estudiar la
revolución francesa: sobre todo interesaba la búsqueda de la "historia
total" que pregonaba la tercera generación de esta escuela. La
recuperación de la dimensión política de los procesos revolucionarios ha sido
defendida por el historiador francés René Rémond para justificar que "no
hay más historia total que la de la participación en la vida política".
Rémond afirma que la revolución francesa es la revolución por excelencia y se encuentra
en el origen de la sociedad moderna en la que hoy vivimos.
Las demás
revisiones historiográficas que se han realizado y las que aún se encuentran en
ejecución pueden llevar finalmente a resolver el problema planteado sobre las
causas y consecuencias de la revolución francesa. Actualmente, la escritora
Annie Jourdan es la historiadora más cercana y realista respecto a las
interpretaciones de dicha revolución, al compararla con las revoluciones de los
Países Bajos, de Inglaterra y de Norteamérica.
Sin embargo, para
conveniencia de los gobiernos de la república francesa desde finales del siglo
XIX, el verdadero protagonista de la revolución ha sido el pueblo francés que
se sublevó contra la tiranía del rey tomando e incendiando la prisión de la
Bastilla para manifestar su rechazo a los opresores monárquicos que impedían a
la población evolucionar hacia la libertad, igualdad y fraternidad, conceptos que
se convirtieron en el lema de la revolución francesa. Éstas son las enseñanzas
que se imparten a los franceses desde su primera infancia y por lo tanto
difíciles de cambiar pese a las continuas revisiones de estos hechos
históricos. Aunque no hay duda de que existieron numerosos factores
ideológicos, económicos, políticos y sociales que desencadenaron el estallido
revolucionario. El problema es cuantificarlos y resolver cuál de ellos fue el
más influyente.
2.
Contexto
Durante los últimos
años del reinado de Luis XVI existía en Francia, el país más poblado de Europa,
una gran crisis económica. La mayoría de los 26 millones de franceses pertenecía
al "estado llano" o tercer estado, compuesto por indigentes,
campesinos, jornaleros, colonos, terratenientes, obreros, trabajadores
domésticos, comerciantes, funcionarios, burgueses, etc., población de distintos
niveles económicos. En definitiva, lo constituía el común de los vecinos de un
pueblo, a excepción de los eclesiásticos, nobles y militares. Francia era por
entonces la nación más poderosa de Europa, poseía colonias en varios
continentes y su cultura y su lengua dominaban en todas las cortes europeas.
Sin embargo, la población francesa se encontraba cada día más descontenta,
germen propicio para un cambio de mentalidad, a causa de un cúmulo de factores
como la falta de subsistencias provocada por las malas cosechas y por la
actuación de especuladores sin escrúpulos, la gran sangría en las finanzas
debido a la participación de Francia en la guerra de la independencia de
Norteamérica y también por los desaciertos financieros ocurridos en el transcurso
de esos años.
Las condiciones
para el estallido revolucionario en Francia se habían ido gestando desde
comienzos del siglo XVIII. La burguesía iba en aumento gracias a su progresivo
enriquecimiento, pero continuaba privada de los derechos políticos suficientes
para hacerse con el poder y con los privilegios que ostentaban el primer y el
segundo estamentos. Aunque el creciente acceso de muchos privilegiados y
burgueses a los movimientos filosóficos y literarios del siglo XVIII les fue
provocando ambición política. El más influyente de todos fue el de la Ilustración,
movimiento filosófico y literario, europeo y americano, del siglo XVIII
caracterizado por la extremada confianza en la capacidad de la razón natural
para resolver todos los problemas de la vida humana. Los "Ilustrados"
franceses más destacados fueron Voltaire con su crítica a las instituciones,
Rousseau que predicaba la doctrina de la soberanía nacional y Montesquieu,
defensor de la separación de poderes. Estas ideas fueron publicadas y
difundidas en esa época por la Enciclopedia francesa. Otros de los hitos
determinantes del cambio de mentalidad política fueron la reciente constitución
de los Estados Unidos de América con su declaración de derechos, así como la
revolución industrial que se estaba desarrollando en Inglaterra, que desde
finales del siglo XVII era una monarquía constitucional. Las normas de convivencia
y administración del nuevo estado republicano de Norteamérica despertaron las
conciencias burguesas y las prepararon para lograr la mejora de sus condiciones
políticas y sociales.
El ascenso
económico que estaba suponiendo para la población inglesa las innovaciones
tecnológicas y sociales, estimularon a la burguesía francesa. Por otra parte,
los estamentos privilegiados exentos de pagar impuestos se encontraban
insatisfechos con las reformas emprendidas por Turgot, Necker, Calonne y
Brienne, sucesivos ministros de las finanzas francesas. Sus medidas
hacendísticas no sólo perjudicaban al tercer estado sobre el que recaía el
mayor peso fiscal, sino que incluso incidían negativamente en las prerrogativas
de los privilegiados, a los que restaba poder de actuación. Por unos motivos u
otros, a finales del siglo XVIII diversos grupos de la sociedad francesa se
encontraban preparados para afrontar el cambio político, social y económico que
finalmente se precipitó en el verano de 1789.
3.
Crisis económica y movilización política
En 1787, ante la
inminente reforma social y económica, se había reunido en Versalles una
Asamblea de Notables integrada por príncipes, grandes nobles, alto clero,
consejeros del rey y magistrados municipales. Eran los representantes del
primer y del segundo estado que deberían dar su aprobación a la propuesta del
ministro Calonne sobre el establecimiento de nuevas subvenciones territoriales,
que deberían abonar las propiedades agrarias según su extensión y también el
rescate de los derechos señoriales percibidos por la Iglesia. Las nuevas medidas
fiscales fueron rechazadas por la Asamblea de Notables. Debido a los problemas
anteriormente señalados, Luis XVI decidió como último recurso subir los
impuestos y reformar la hacienda con el fin de sacar al país de la crisis
financiera en que se encontraba. Esta decisión llevó a los estamentos
privilegiados a presentar sus protestas y a unirse para luchar contra el
absolutismo monárquico. Asimismo, el malestar aumentó en el tercer estado,
puesto que las nuevas medidas económicas elevarían su carga fiscal. La
constante subida de los precios de los alimentos y las malas cosechas de 1787 y
1788 provocaron una crisis de subsistencias que en la primavera de 1789 se
trasformó en disturbios y motines. Éstos solían comenzar en los mercados por la
falta de abastecimiento o por el excesivo precio del pan y culminaban con el
asalto a los graneros y a las viviendas de los acaparadores. Dichos tumultos se
fueron convirtiendo en una de las fuerzas fundamentales del movimiento revolucionario.
En la bancarrota
que se produjo en Francia en 1789, la deuda pública desempeñó un papel muy
importante. La política de prestigio internacional adoptada durante todo el
siglo XVIII provocó un aumento de los gastos del estado que tuvo que recurrir a
los empréstitos, lo que agravó aún más el déficit público. Las reformas que
habían emprendido los sucesivos ministros de hacienda habían fracasado. La descontenta
población y sobre todo los estamentos privilegiados y los representantes del
tercer estado, enfrentados al absolutismo monárquico, exigieron a Luis XVI la
convocatoria en breve de los Estados Generales del Reino, que no se habían
reunido desde 1614. A comienzos del siglo XIV se había establecido en Francia
la costumbre de reunir con carácter extraordinario una asamblea (semejante a
las cortes españolas) con representantes de los tres órdenes o estamentos, con
el fin de que fueran aprobadas por éstos las nuevas medidas fiscales. Las
deliberaciones se realizaban por separado en cada estamento, pero el primer
estado y el segundo solían unirse, obteniendo así la mayoría de votos (uno por
cada grupo) e impedían que el tercer estado consiguiera hacer valer sus
decisiones o quejas, pese a constituir la mayoría de la población. No obstante,
Luis XIV, el rey más absolutista, había suprimido en el siglo XVII esta
convocatoria.
Ante la urgente
necesidad de fondos, el Parlamento de París, haciéndose eco de los tres
estamentos y para evitar el hundimiento económico del reino, impuso a Luis XVI
la condición de que para aprobar cualquier futura reforma debía convocar los
Estados Generales para que éstos decidieran, como era su privilegio. El rey
tuvo que someterse a las exigencias de los próceres parisinos y el 5 de mayo de
1789 se congregaron, en la sala del palacete de los Menus Plaisirs del palacio
de Versalles, los representantes del clero, la nobleza y el pueblo llano (ésta
sería la última gran representación de la todavía "sociedad
estamental"). Luis XVI anunció que había reunido a los Estados Generales
para poner orden en las finanzas del reino e indicó que tenía intención de
mantener su autoridad al invitar a los diputados a resistirse ante el deseo
exagerado de reformas. Cuando el rey abandonó la reunión, los estamentos del
clero y de la nobleza se retiraron a otras salas que les habían sido
adjudicadas para deliberar, mientras el tercer estado permaneció en la
original. En esos momentos comenzaron las discusiones, a la vez que por toda
Francia circulaban numerosos cuadernos de quejas y súplicas donde se
manifestaban las reivindicaciones del pueblo llano. El primer y el segundo estamento
aprovecharon también este sistema de protesta para exteriorizar su rechazo al
absolutismo real. En la actualidad estos innumerables "cahiers de
doléances", difundidos no sólo por los tres estamentos sino por numerosas
instituciones locales y provinciales, constituyen un testimonio fidedigno de la
crisis social, política y económica que por entonces estaba viviendo Francia.
Los representantes
del tercer estado, decididos a rechazar el debate por estamentos, se
proclamaron "comunes" según el modelo británico. A continuación
solicitaron el aumento de sus delegados y la primacía del voto individual, con
el fin de igualar sus reivindicaciones y su peso en el número de votos a los de
los privilegiados. Mientras tanto, en París, fueron calando las protestas del
pueblo llano y las insurrecciones, algaradas y tumultos se multiplicaron. Por
fin, el 16 de junio de 1789, ante la intransigencia del monarca y por el
enfrentamiento ocurrido entre los representantes del primer y del segundo
estamentos, considerados como el "poder arbitrario", los delegados
del tercer estado, único representante del pueblo, se constituyeron en Asamblea
Nacional e iniciaron los debates para la reforma fiscal. Sus miembros, con el
apoyo de algunos representantes del bajo clero, se reunieron en el pabellón del
"juego de pelota" (un tipo de frontón) por habérseles impedido la
entrada a la sala de reuniones del palacio. Allí se juramentaron para dar al
pueblo una constitución que fuera capaz de solucionar los problemas económicos,
jurídicos, políticos y sociales que tanto afectaban a la población francesa.
Luis XVI, ante tantas presiones, no tuvo más opción que claudicar e invitó al
clero y a la nobleza a que se unieran a la asamblea del tercer estado.
Juramento
de fidelidad (16 de junio de 1789)
"La asamblea
nacional, considerando que al estar llamada a fijar la constitución del reino,
realizar la regeneración del orden público y mantener los verdaderos principios
de la monarquía, nada puede impedir que continúe sus deliberaciones, allí donde
esté obligada a establecerse, y que en cualquier parte donde estén reunidos sus
miembros, allí está la asamblea nacional.
Dispone que todos
los miembros de la asamblea prestarán, al instante, solemne juramento de no
separarse nunca y de reunirse en cualquier lugar donde las circunstancias lo
exijan, hasta que la constitución del reino esté establecida y asentada sobre
fundamentos sólidos; y que una vez prestado dicho juramento, todos los
miembros, y cada uno de ellos en particular, confirmarán con su firma esta
resolución irrevocable".
4.
La desintegración del Antiguo Régimen y la Asamblea Constituyente
La Asamblea
Nacional se transformó a partir del 9 de julio de 1789 en Asamblea
Constituyente, ya que su fin sería en adelante redactar una constitución (ley
fundamental) que convirtiera el antiguo sistema representativo en otro en el
que el pueblo llano tuviera las mismas prerrogativas que las de la nobleza y el
clero. También ese mismo día la Asamblea Constituyente redactó un plan que
establecía las condiciones en las que se debía basar la nueva constitución. En
primer lugar correspondía formular una "declaración de los derechos del
hombre", para continuar fijando los principios de la monarquía, los
derechos de la nación y los del rey, así como los derechos de los ciudadanos
bajo el gobierno francés. Además, se tenía que precisar la organización y función
de la asamblea de diputados y de las asambleas provinciales y municipales, así
como las formas necesarias para el establecimiento de las leyes. Por último,
convenía determinar los principios, obligaciones y límites del poder judicial y
las funciones y deberes del militar. El rey, temiendo una revuelta popular,
ordenó concentrar tropas en Versalles, lo que dio lugar a las protestas de la
población. La revolución comenzó dando fin al Antiguo Régimen.
En París se fue
caldeando el ambiente, los electores populares eligieron un Comité Permanente
para dar su apoyo a los representantes del tercer estado, mientras que los
partidarios del duque de Orleans conspiraban para derrocar a Luis XVI.
Finalmente, el 14 de julio fueron asaltadas las armerías militares con objeto
de distribuir las armas entre la población exaltada. A continuación, la
multitud descontrolada se dirigió a la Bastilla, que representaba la opresión
del absolutismo real, y aunque apenas si quedaban siete presos, se produjo la
quema de la torre y una gran cantidad de muertos y heridos entre el tumulto
revolucionario. El asalto a la Bastilla se conmemora en Francia como el principal
triunfo de su democracia. El 14 de julio de 1880 se declaró oficialmente día de
la fiesta nacional francesa, que no sólo celebra la "toma de la
Bastilla", sino también la fiesta de la federación, conmemoración organizada
por La Fayette el 14 de julio de 1790, como acontecimiento que debía
reconciliar y unir a todo el pueblo francés.
La Asamblea
Constituyente abolió en agosto las prerrogativas del clero y de la nobleza al
suprimir el diezmo y los privilegios señoriales. Los derechos feudales habían
quedado abolidos y la igualdad fiscal aprobada tras establecer la igualdad
civil de todos los franceses. El 26 de agosto quedó sancionada la Declaración
de derechos del hombre y del ciudadano que proclamaba los principios
fundamentales de "Libertad, Igualdad y Fraternidad". Quedaron así
establecidos los derechos de la persona: la inviolabilidad de la propiedad, la
resistencia a la opresión, el derecho a la seguridad y a la igualdad jurídica,
aunque no política, así como la libertad de opinión y de prensa. En ese momento
se produjo la verdadera revolución jurídica al sustituirse el concepto de
"absolutismo real" por el de "soberanía nacional". El Antiguo
Régimen había quedado suprimido; comenzaba el nuevo régimen.
El Comité
Permanente se transformó en la Comuna de París, sistema de gobierno
revolucionario que comenzó a regir la ciudad desde el 16 de julio de 1789 hasta
1794, sustituyendo al gobierno del ayuntamiento parisino (en 1871, tras la
definitiva caída de la monarquía en Francia, fue restaurada brevemente). La
Comuna de París organizó una milicia urbana, la Guardia Nacional, y concedió su
dirección al marqués de La Fayette, monárquico liberal y héroe popular de la guerra
por la independencia de Norteamérica. El ejemplo parisino se extendió por toda
Francia y rápidamente los revolucionarios del campo y la ciudad se fueron
haciendo con los ayuntamientos. Se organizaron también milicias armadas para
reprimir a cuantos protestaban por el cambio de poderes que se estaba
produciendo. El rey, presionado por la Iglesia y por los privilegiados, se negó
a firmar las decisiones tomadas por la asamblea. No obstante, a finales del
verano tuvo que sancionar los decretos de agosto, cediendo así a las exigencias
de la Asamblea Constituyente y de la Comuna de París.
En octubre de 1789,
Luis XVI, obligado por una manifestación de mujeres parisinas que fueron a
Versalles para denunciar la crisis de subsistencias y la intransigencia real,
se trasladó al palacio de las Tullerías de París, escoltado por las tropas de
la Guardia Nacional al mando del marqués de La Fayette. En adelante, la
Asamblea Constituyente estableció su sede en el mismo palacio de las Tullerías.
Con la multiplicación de los disturbios por toda Francia, se produjo la huida
masiva de la nobleza y de los grandes terratenientes, que contemplaban atemorizados
cómo las instituciones tradicionales se iban aboliendo. Desde julio se había impuesto
el "gran miedo" (la grande peur) en todo el territorio francés. Los
campesinos, soliviantados por los acontecimientos y por la escasez y carestía
de los alimentos, se dirigieron a los castillos y residencias señoriales para
exigir los títulos de los derechos feudales. Al resistirse los señores a
entregarlos, muchos de ellos fueron ahorcados y sus castillos y palacios
quemados.
Entre febrero y
julio de 1790 una comisión de la Asamblea Constituyente elaboró la constitución
civil del clero. La preparación de este proyecto, que iba a afectar en adelante
a las relaciones del estado francés con la Iglesia católica de Roma, propuso
entre otras las siguientes medidas: supresión de las antiguas instituciones
como los cabildos catedralicios y reestructuración de las diócesis y
parroquias, que en adelante fueron tomando el modelo de la nueva organización
del territorio francés, así se establecieron 83 diócesis, una por departamento.
Los obispos y sacerdotes debían ser elegidos por los fieles, y el estado se hacía
cargo de la remuneración del clero. Se otorgaban derechos civiles a todos los
religiosos para permitirles abandonar sus cargos y convertirse en ciudadanos
como los demás, sin privilegios ni regalías.
Con esta nueva ley,
que fue aprobada por la Asamblea Constituyente en julio de 1790, Francia
consiguió la desamortización y nacionalización de los bienes de la Iglesia, que
dependía del estado y no del papado. Los obispos y sacerdotes se convirtieron
en "funcionarios públicos eclesiásticos" y debían jurar la futura constitución,
aunque muchos de ellos se negaron, por lo que fueron perseguidos y considerados
como contrarrevolucionarios. Los bienes eclesiásticos fueron vendidos a cambio
de asignados, bonos de la deuda pública emitidos por el estado, auténtico papel
moneda. Esta medida provocó la inflación y la depreciación de su valor, aunque
favoreció a la burguesía porque se hizo con gran parte del patrimonio
eclesiástico.
En junio de 1791 se
aprobó la ley Le Chapelier (nombre del presidente de la asamblea) que decretó
la abolición del feudalismo, instauró la libertad de empresa y prohibió las
asociaciones y corporaciones gremiales de todo tipo. Así, fueron suprimidos los
gremios y los monopolios y quedó regulada la actividad industrial por la ley de
la oferta y la demanda. Esta ley impedía a los trabajadores y a los dueños de
las industrias tomar acuerdos o deliberaciones sobre pretendidos intereses
comunes. Los constituyentes que habían establecido los principios del
liberalismo político sentaron también las bases del liberalismo económico.
El papa Pío VI
manifestó su rechazo a las nuevas medidas que estaba implantando Francia e
instó a Luis XVI a evitar sancionar la constitución. El rey, presionado por sus
cortesanos y ante los progresos revolucionarios, comenzó a solicitar a las
monarquías europeas ayuda para hacer fracasar la revolución. Impulsado por el
miedo y ante la tardanza de la ayuda europea, el 20 de junio de 1791 huyó con
su familia del palacio de las Tullerías, burlando la vigilancia de la asamblea
y de la Comuna de París. No obstante, y a pesar de los disfraces con los que
creían pasar desapercibidos, los miembros reales y sus seguidores fueron
descubiertos y detenidos en Varennes (noreste francés). Inmediatamente fueron
obligados a regresar a palacio donde quedaron en arresto domiciliario. Luis XVI
fue suspendido por la asamblea de todas sus funciones. Esta huida de la familia
real precipitó los acontecimientos y ocasionó la consolidación de la conciencia
republicana entre los revolucionarios franceses.
El mundo
revolucionario lo constituían varios grupos políticos. El club de los
cordeleros, llamados así por reunirse en el antiguo convento de los
franciscanos o "cordeleros", era un grupo extremista del pueblo llano
liderado por Danton y Marat, considerado plenamente demócrata porque deseaba la
igualdad social y exigía la supresión del régimen monárquico y la instauración
de la república. Estos republicanos junto a los jacobinos, revolucionarios
exaltados que tenían sus reuniones en el expropiado convento dominico de San
Jacobo, incitaron a la población parisina para que se uniera a sus
reivindicaciones. El 17 de julio de 1791, una gran multitud se presentó ante el
"altar de la patria" que un año antes había sido levantado en el
Campo de Marte parisino, para exigir que se suprimiese la monarquía y se
instalase la república. Asustada la asamblea por tamaña manifestación, ordenó su
disolución a las fuerzas del orden. Éstas cargaron contra el pueblo produciendo
más de cincuenta muertos y multitud de heridos. "La matanza del Campo de
Marte" aumentó la división entre los moderados monárquicos y los
revolucionarios demócratas. Desde entonces ese suceso ha sido considerado un
crimen contra el pueblo.
Los grupos de
revolucionarios moderados, preocupados por la situación de Francia, fueron los
girondinos y los cistercienses. Los primeros, pequeños burgueses defensores de
la monarquía constitucional y procedentes en su mayoría de la región francesa
de la Gironda, se habían escindido de los jacobinos. Los cistercienses,
monárquicos liberales, tomaron ese apodo por haber establecido su club en el
expropiado convento de los monjes "feuillants" del Císter, por lo que
fueron también apodados "feuillants". De igual manera procedían del
club de los jacobinos, pero se separaron de ellos por ser contrarios a la república.
Este "club monárquico", como fue llamado por sus detractores, tuvo en
adelante una connotación de moderado, realista y aristócrata. No obstante,
muchos de los diputados que compusieron las diversas asambleas en esta época
revolucionaria evitaron adscribirse a los clubes políticos, con el fin de poder
optar por una u otra tendencia según les conviniera. Estos asamblearios fueron
considerados "de centro" por colocarse en los escaños del medio del
hemiciclo.
5.
La constitución de 1791 y la Asamblea Legislativa
Tras dos años de
complicada elaboración, por fin el 3 de septiembre de 1791 fue promulgada la
primera constitución francesa por la asamblea y jurada el 14 de septiembre por
Luis XVI, que fue repuesto en sus atribuciones.
Preámbulo
de la constitución francesa de 1791
"La Asamblea
Nacional, queriendo establecer la constitución francesa sobre los principios
que acaba de reconocer y declarar, decreta la abolición irrevocable de las
instituciones que vulneraban la libertad y la igualdad de derechos. Ya no hay
nobleza, ni pares, ni distinciones hereditarias, ni distinciones de órdenes, ni
régimen feudal, ni justicias patrimoniales, ni ninguno de los títulos,
denominaciones y prerrogativas que derivaban de ellas, ni órdenes de
caballería, ni ninguna de las corporaciones o condecoraciones para las cuales
se exigían pruebas de nobleza o suponían distinciones de nacimiento; ya no
existe más superioridad que la de los funcionarios públicos en el ejercicio de
sus funciones. Ya no hay venalidad, ni adquisición por herencia de ningún
oficio público. Ya no hay, para ninguna parte de la nación, ni para ningún
individuo, privilegio o excepción alguna al derecho común de todos los
franceses. Ya no hay gremios, ni corporaciones de profesiones, artes y oficios.
La ley ya no reconoce ni los votos religiosos, ni ningún otro compromiso que
sea contrario a los derechos naturales o a la constitución".
La constitución
garantizaba la libertad económica al abolir los monopolios, los privilegios
económicos y los gremios, e instaurar el principio de la libre iniciativa en la
creación de empresas y en las relaciones laborales. También se reformó el
sistema fiscal al crearse el impuesto directo, denominado "contribución",
más igualitario que el gravamen anterior. Otro de los logros administrativos lo
constituyó la organización del estado con la desaparición de las provincias
históricas y su sustitución por la creación de 83 departamentos, provincias más
uniformes, gobernadas por un procurador general y un consejo elegido por los
ciudadanos activos de cada departamento.
El régimen de monarquía
constitucional y la división de poderes quedaron establecidos en diecisiete
artículos. El ejecutivo lo ostentaba un rey con poderes recortados, como representante
hereditario de la soberanía nacional. Al monarca le correspondía designar a los
secretarios y dirigir el ejército y la diplomacia; el poder judicial debía ser
independiente y el legislativo quedaba depositado en una Asamblea Nacional
Legislativa.
Esta nueva cámara
se encontraba integrada por 745 diputados varones mayores de 25 años, que se
renovaban cada dos años. Sólo podían votar los ciudadanos denominados "activos",
que eran hombres que tenían más de 25 años y pagaban impuestos directos equivalentes
a tres días de trabajo, entre otros requisitos; por eso se denomina censitario este
sistema electoral. Los que no podían votar seguían siendo considerados
ciudadanos, pero "pasivos". Los ciudadanos activos procedían a
realizar una elección indirecta, en diferentes pasos: primero se reunían cada
dos años en asambleas en las que nombraban "electores" para cada
departamento; y eran estos "electores" (que debían cumplir a su vez
una serie de requisitos más exigentes, además de ser ciudadanos activos) los
que elegían a los diputados en la Asamblea Nacional. Para este fin eran "elegibles"
todos los ciudadanos "activos". Estos diputados debían tener una
renta superior a la media establecida de los "activos", grupo
económico al que pertenecía cualquier contribuyente que pagara impuestos
directos. Así, los ciudadanos "pasivos" (el pueblo llano más pobre)
no podrían intervenir en la política oficial, lo que convenía a los burgueses.
La nueva asamblea,
constituida por 745 franceses, agrupaba 264 diputados de "derecha",
en su mayoría pertenecientes al grupo de los girondinos y al club de los
cistercienses, más los 345 diputados de "centro". Estos asamblearios
carecían de adscripción política determinada aunque estaban orgullosos de los
logros revolucionarios y se encontraban sentados en la parte baja de la sala,
en la "llanura". Completaban la asamblea los 136 delegados de la "izquierda",
los pequeños burgueses más demagógicos de la revolución, partidarios de la
democracia y de la república como sistema de gobierno. La mayoría pertenecía al
club de los jacobinos y a ellos se habían sumado los cordeleros. Estos
parlamentarios, revolucionarios exaltados, se colocaban en lo alto de la asamblea,
denominada la "montaña".
Todos los diputados
elegidos como representantes del pueblo en la Asamblea Legislativa lo eran por
primera vez, ya que la Asamblea Nacional Constituyente fue renovada
completamente. La vida política se había polarizado entre los grupos
asamblearios, que trataban de imponer sus ideas desde los clubes, periódicos,
salones aristocráticos, etc. En el exterior, los círculos de emigrantes y los
gobiernos monárquicos europeos alentaban a la contrarrevolución.
El pueblo francés
continuaba sufriendo las subidas de los precios, las represiones contra las
insurrecciones llevadas a cabo por la Guardia Nacional y los sermones de muchos
eclesiásticos que aconsejaban rebelarse contra la constitución y el gobierno
revolucionario. Ante tamaño desbarajuste político y social en Francia, los
monarcas europeos decidieron unir sus fuerzas y en agosto de 1791 Austria y Prusia
firmaron la Declaración de Pilnitz (Sajonia). En ella se alentaba a los demás
gobiernos del continente a combatir a la Francia revolucionaria para salvar a
Luis XVI del caos en que se encontraba. Por fin, en abril de 1792 Austria y
Prusia formaron la Primera Coalición e invadieron Francia con sus tropas, lo
que dio lugar a que la asamblea les declarase la guerra. El ejército francés,
que todavía se encontraba dirigido por aristócratas contrarrevolucionarios, fue
derrotado por el alemán debido a su inferior preparación.
6.
La revolución popular, la convención y el Terror
Tanto la asamblea
como el pueblo, culparon al rey y a sus fieles monárquicos del fracaso militar.
Se formó la "comuna insurreccional" para luchar contra la monarquía.
A la comuna parisina se unieron los sans-culottes, hombres del pueblo y
revolucionarios ardientes, fervientes partidarios del régimen republicano,
denominados así por vestir el pantalón popular y no el aristocrático. El 10 de
agosto de 1792, una multitud enardecida de hombres y mujeres provistos de armas
asaltó el palacio de las Tullerías, apresó al rey y a su familia y los
condujeron a la prisión del Temple, momento que aprovechó la Asamblea
Legislativa para despojar a Luis XVI de todas sus prerrogativas. La población,
exaltada por los acontecimientos insurreccionales, comenzó a asesinar a todo
aquel considerado contrarrevolucionario, produciéndose entonces el "primer
Terror".
Se decidió convocar
nuevas elecciones por sufragio universal masculino, lo que produjo la
disolución de la asamblea y la elección el 20 de septiembre 1792 de una convención.
Este cambio político renovó el entusiasmo del ejército francés, que animado
también por el cántico (La Marsellesa) de las tropas procedentes de Marsella,
ese mismo día consiguió una gran victoria en Valmy (este de Francia) contra los
ejércitos europeos invasores. La nueva asamblea o parlamento, la convención, se
radicalizó hacia la izquierda al quedar apartados de la misma los monárquicos
fieles a Luis XVI. Para dirigir la nación se formó un Consejo Ejecutivo, cuyo
ministro más relevante fue Danton. Ahora, los 749 nuevos asamblearios se
dividían en 150 diputados de derecha, en su mayoría girondinos partidarios de una
administración descentralizada y de la continuación de la guerra contra las
monarquías europeas, con el fin de unir a todos los franceses en la defensa de
su patria y propagar las ideas liberales en los estados extranjeros. Otros 224
parlamentarios pertenecían a la izquierda: eran jacobinos, cordeleros y otros
diputados extremistas que por situarse en la parte más alta de la sala de
reuniones, fueron denominados "montañeses". Completaban la nueva cámara
375 diputados sin ideología definida que ocupaban los escaños de la llanura.
Éstos, al comienzo de las sesiones apoyaron a los girondinos, por identificarse
con la defensa de la propiedad y del estado federal que ese grupo defendía. No
obstante, cuando el régimen se inclinó totalmente a la izquierda, no dudaron en
secundar a los montañeses.
La Convención Nacional
comenzó siendo dirigida por los girondinos y tuvo como primera misión redactar
una nueva constitución que declarara al estado francés como república. Al rey
se le había abierto un proceso judicial para culparle de los intentos
contrarrevolucionarios. El 20 de septiembre de 1792, y en contra de los
dirigentes girondinos, se le consideró culpable de traicionar a la revolución.
La monarquía, como sistema de gobierno había quedado abolida, ya que el 22 de
septiembre se instituyó la república como sistema político que se fundamenta en
la constitución y en la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos. Los
súbditos franceses se convirtieron en "ciudadanos". Se sustituyó la
era cristiana por la revolucionaria, quedando abolido el calendario gregoriano
establecido en el orbe católico en 1582. El nuevo anuario republicano comenzaba
por el año I, equivalente a 1793. Los años se iniciaban en septiembre en honor
a la instauración de la república. Los meses contenían 30 días más 5 al final del
año, o 6 si era bisiesto, y llevaban el nombre basado en los periodos
climáticos y agrícolas: fructidor, vendimiario, brumario, frimario, nivoso,
pluvioso, ventoso, germinal, floreal, pradial, termidor y passidor. El 20 de
enero de 1793, por escasa mayoría, la convención decidió la inmediata ejecución
del rey.
Poco tiempo antes
había comenzado a prepararse una máquina para decapitar a los reos, ya
utilizada en siglos anteriores, pero ahora perfeccionada y aconsejada por el
cirujano y miembro de la Asamblea Nacional, Guillotin, a quien debe su nombre.
El gobierno republicano impuso la guillotina como medio más rápido de ejecución
y para que la pena de muerte fuera igual para todos, sin distinción de rangos
ni clases sociales.
El 21 de enero de
1793 Luis XVI fue guillotinado, dando fin así a la monarquía constitucional. La
ejecución del rey Borbón produjo el unánime rechazo de los estados europeos.
Gran Bretaña, España, Holanda y otros países se unieron a la Primera Coalición
antifrancesa. Para reforzar el ejército, la convención ordenó en febrero la
leva de 300.000 soldados, hecho que provocó el levantamiento del campesinado y
revueltas en las regiones más católicas, deprimidas y contrarias a la revolución.
El principal movimiento campesino armado se produjo en la región atlántica de la
Vendée, secundado por monárquicos y religiosos. La convención quedó dividida y
los montañeses fueron consiguiendo poder por el apoyo de los sans-culottes, que
deseaban una rápida mejora de las clases desfavorecidas a costa de los ricos aristócratas
y grandes burgueses.
A la convención
girondina se le acumulaban los problemas: la rebelión de la Vendée y de otras
comarcas francesas, la huida de los nobles y de la gran burguesía por el pánico
a ser detenidos y guillotinados, la devaluación de los asignados, el aumento de
la inflación, las malas cosechas, la falta de víveres, el abuso de los
especuladores, las guerras exteriores, etc. Para paliar tantas dificultades
comenzaron a crearse comités que controlarían cada aspecto social y político.
Primeramente la convención instituyó en marzo de 1793 el Tribunal
Revolucionario Extraordinario para que los nobles, eclesiásticos y otras
personas contrarias al régimen fueran juzgados inmediatamente. También se
repartieron por las ciudades los Comités de Vigilancia y de Seguridad General con
el propósito de detectar y solucionar las insurrecciones.
En abril, los
diputados más extremistas, como Robespierre, consiguieron formar el Comité de
Salud Pública presidido por Danton, para perseguir, encarcelar y ejecutar a los
enemigos de la revolución y para controlar la actuación del gobierno girondino.
Por su parte, éste creó la Comisión de los Doce que vigilaría y juzgaría a los
perturbadores del orden público. Finalmente, el malestar general favoreció a los
jacobinos, que tras hacerse con la Guardia Nacional consiguieron detener a los
diputados girondinos. El 2 de junio de 1793 comenzó la etapa más dramática de
la revolución: el gobierno del Terror.
Maximilien de
Robespierre, la figura más destacada del club de los jacobinos, se puso al
frente de la nueva convención jacobina, dirigida ahora por los montañeses.
Robespierre se hallaba decidido a transformar totalmente la sociedad francesa,
que se basaría en los ideales ilustrados y en el radicalismo democrático
fundado en la sola razón (la diosa razón), debiendo estar dirigida por un estado
centralizado en el que todos sus habitantes fueran iguales en derechos y
deberes. Robespierre intentó sustituir el cristianismo por un culto de estado
dedicado al Ser Supremo, y para congraciarse con la burguesía prometió proteger
la propiedad individual y perseguir a los causantes de los desórdenes sociales.
El Comité de Salud Pública fue el encargado de suprimir los últimos privilegios
del clero, la nobleza y la alta burguesía, así como de juzgar y guillotinar a
todos los sospechosos antirrevolucionarios. En el verano de 1793 quedó impuesta
la "dictadura del Terror".
También fue
elaborada la segunda constitución francesa. La constitución del año I (junio de
1793) no terminó de implantarse, pero ha sido considerada como la más
democrática y avanzada. Recogía el sufragio universal masculino y directo; el
poder ejecutivo debía ser elegido por la asamblea entre los candidatos de los
departamentos; se consolidaban los derechos de trabajo, asistencia e
instrucción gratuita, la obligatoriedad de la enseñanza primaria, la abolición
de la esclavitud y el derecho a la rebelión. La constitución tenía que ser
ratificada por un referéndum popular.
Declaración
de los derechos del hombre y el ciudadano (acta constitucional de 24 de junio
de 1793 – año I)
"El pueblo
francés, convencido de que el olvido y el desprecio de los derechos naturales del
hombre son las únicas causas de las desgracias del mundo, ha resuelto exponer
en una declaración solemne estos derechos sagrados e inalienables, a fin de que
todos los ciudadanos, pudiendo comparar en todo momento los actos del gobierno
con la finalidad de toda institución social, no se dejen jamás oprimir ni envilecer
por la tiranía; a fin de que el pueblo tenga siempre ante sus ojos las bases de
su libertad y de su felicidad, el magistrado la regla de sus deberes, el
legislador el objeto de su misión. En consecuencia, proclama en presencia del
Ser Supremo, la siguiente declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano:
Artículo 1º. El fin
de la sociedad es la felicidad común. El gobierno ha sido instituido para
garantizar al hombre el goce de sus derechos naturales e imprescriptibles.
Artículo 2º. Estos
derechos son la igualdad, la libertad, la seguridad, la propiedad.
Artículo 3º. Todos
los hombres son iguales por naturaleza y ante la ley".
La nueva constitución
no resolvió los problemas de la sociedad francesa. Continuaron las
insurrecciones en varios departamentos. En Normandía, el Midi, Lyon, Burdeos y
sobre todo en la Vendée se vivieron los enfrentamientos más sangrientos.
Charlotte Corday, seguidora del club de los girondinos, asesinó el 12 de julio
de 1793 a Marat, líder de los sans-culottes, que se encontraba tomando un baño
en su casa de París. A causa de este homicidio se desató el "gran Terror"
por parte de los jacobinos. Se suspendieron las garantías constitucionales y aumentaron
las persecuciones contra todo posible sospechoso antirrevolucionario. Se
calcula que durante el año que dominó la convención jacobina se ajustició a más
de 35.000 personas, incluidas la reina María Antonieta y su familia, varios
revolucionarios, los diputados girondinos de la primera convención y otros
políticos como Danton y Desmoulins, partidarios de la extrema izquierda aunque
contrarios a la extensión del Terror. Robespierre justificaba la represión como
exigencia de la "virtud" que predicaba, y no dudó en ejecutar también
a destacados líderes de los sans-culottes, como Hebert, a pesar de que había
sido uno de sus principales puntales en la consecución del poder.
Robespierre,
convertido en el "gran dictador" a finales de 1793, dominaba todos
los registros del ejecutivo y el legislativo. La oposición casi había sido
anulada y aunque el ejército de un millón de hombres, conseguido gracias al
servicio militar obligatorio, estaba cosechando triunfos contra las monarquías
europeas, el elevado número de soldados había dejado al campo sin brazos. La
crisis económica no terminaba de solucionarse, pese a la nueva ley de precios y
salarios y la requisa de alimentos que Robespierre había decretado para evitar
especulaciones ante las malas cosechas. El gobierno jacobino había adoptado la
economía dirigida, necesaria para cubrir las necesidades de abastecimiento del
ejército que ya luchaba en muchas batallas contra la coalición antifrancesa.
En septiembre de
1793 se publicó la ley del "máximum general" que fijaba los precios
máximos que podían alcanzar las subsistencias y los salarios. Esta economía
dirigida triunfó en esos momentos porque permitió alimentar a la población y al
ejército, medida que propició la aceptación del "dictador" por el
pueblo francés. Por el contrario, la burguesía revolucionaria partidaria de la
libertad económica se apartó de este gobierno que imponía todas las medidas a
base del "Terror" (se perseguía y condenaba a muerte a los
acaparadores y se admitía cualquier denuncia, fuera o no fundamentada). El
poder político había quedado totalmente centralizado. Robespierre, con su
intervencionismo político y económico era el que dirigía todo el estado.
En 1794 las crisis
políticas y sociales fueron en aumento. El Comité de Salud Pública fue
perdiendo la conformidad de la mayoría parlamentaria, que ya estaba cansada de
tanta represión e intervención económica. En la llanura, los representantes más
significativos de este sector de la convención, como Fouché, el conde de Barrás
y Tallien (posteriormente casado con la española Teresa Cabarrús), comenzaron a
conspirar contra Robespierre y sus seguidores para lograr hacerse con el
gobierno de la convención. El 9 de termidor del año II (27 de julio de 1794)
dieron un golpe de estado, apresaron de forma violenta a Robespierre, a
Saint-Just, presidente por entonces de la convención jacobina, y a los
partidarios del "Terror", que sin juicio previo fueron guillotinados
al día siguiente. La "república de la virtud" patrocinada por Robespierre
había finalizado.
De esta forma se
produjo otro cambio político, ahora eran los burgueses de la llanura los que
desataron lo que se ha denominado "reacción termidoriana". Se
suprimió el Comité de Salud Pública, se depuró el tribunal revolucionario y
muchos de sus miembros fueron guillotinados, mientras que los acusados por
sospechosos contrarrevolucionarios quedaron libres. Los girondinos y
refractarios, que habían logrado huir de Francia durante el Terror, regresaron
del exilio. Asimismo, se decretó la persecución contra jacobinos y cordeleros, sus
clubes fueron clausurados y guillotinados los más exaltados revolucionarios. A
esta etapa represiva se le ha dado el nombre de "Terror blanco". Fue
restablecido el culto católico y suprimida la ley del máximum general que había
sido impuesta por la convención jacobina, quedando restablecida la libertad de
precios y el comercio de granos. Sin embargo, estas medidas produjeron mayor
pobreza en las clases populares, mientras los financieros, los grandes
especuladores y comerciantes amasaban enormes fortunas. La inflación y la
escasez de alimentos provocada por las malas cosechas de 1795 agravaron la
situación de la población, dando lugar a levantamientos populares en París y en
toda Francia, que fueron reprimidos por el ejército al mando de un joven
general de artillería, Napoleón Bonaparte, triunfador en muchas batallas contra
la coalición europea. En 1795, Francia firmó en Basilea la paz con Prusia y
España y también conquistó las Provincias Unidas (Holanda y Bélgica), que
fueron convertidas en el estado de la República Bátava.
7.
El final de la revolución: el Directorio
La tercera constitución
francesa, que supuso un amplio retroceso respecto a las dos anteriores, fue
aprobada en septiembre de 1795. Sólo se mantenía la igualdad de todos los
ciudadanos ante la ley y el derecho a la propiedad, mientras se anulaban muchos
de los derechos conseguidos en las anteriores etapas revolucionarias.
La asamblea de
diputados, que representaba al poder legislativo, fue dividida en dos cámaras:
el Consejo de Ancianos compuesto por 250 miembros de más de 40 años (ancianos
para la época) que tenía la misión de aprobar las leyes, y el Consejo de los
Quinientos, integrado por 500 legisladores encargados de elaborar los proyectos
de ley que debía ratificar el Consejo de Ancianos.
El poder ejecutivo
lo ejercía un Directorio formado por cinco miembros designados por el Consejo
de Ancianos sobre una lista de diez, propuestos por el Consejo de los
Quinientos. Había quedado suprimido el sufragio universal, que fue sustituido
por el censitario. El mantenimiento de la administración territorial, con la división
de Francia en 83 departamentos y la definitiva supresión de los distritos procedentes
de la anterior distribución regional del Antiguo Régimen, constituyó la herencia
más destacada de la primera constitución.
Las reformas
políticas y sociales llevadas a cabo por el Directorio no consiguieron la paz
interior ni exterior. El problema financiero continuaba sin resolverse, las
condiciones de vida de los franceses seguían empeorando, los asignados perdían
su valor, siendo sustituidos por un nuevo papel moneda de curso forzoso, el
mandato territorial, que tampoco logró solucionar la economía francesa. Se
produjeron varias sublevaciones contra el gobierno del Directorio, como la Conjura
de los Iguales protagonizada por el filósofo François Noël Baboeuf, que deseaba
instaurar un régimen de tipo comunista con la supresión de la propiedad privada
y el establecimiento de una administración común. Baboeuf, Buonarroti y otros
revolucionarios habían fundado la Sociedad de los Iguales para conseguir un
nuevo sistema de gobierno más igualitario. Pero estos idealistas
revolucionarios no lo lograron porque fueron denunciados, condenados a muerte y
guillotinados en mayo de 1797. Este movimiento comunitario tuvo gran influencia
en la historia del socialismo, comunismo y anarquismo de los siglos XIX y XX.
Mientras tanto, el
gobierno del Directorio tuvo que volver a la moneda metálica, acción que
provocó la deflación, favorecida también por las buenas cosechas de 1796 y
1797. El déficit del tesoro continuaba sin resolverse. Para pagar las deudas
del estado, los "directores" resolvieron recurrir a banqueros,
abastecedores, especuladores, etc., y en septiembre de 1797, gracias a las
victorias obtenidas frente a las coaliciones extranjeras, decidieron abordar
una reforma financiera para reducir la deuda. También se reestructuró el
sistema fiscal con nuevos impuestos.
En el exterior,
Francia, gracias a su ya poderoso ejército y al genio militar de sus más
destacados generales, sobre todo el de Napoleón Bonaparte, continuó conquistando
territorios europeos. Se fundaron "repúblicas hermanas" tributarias
del estado galo, así la República Helvética en Suiza, la República Romana en
los Estados Pontificios y la República Partenopea en Nápoles. También fueron
ocupados por el ejército francés el Piamonte y la Toscana en la península
italiana. En julio de 1798, Bonaparte fue enviado a Egipto para interceptar la colonización
inglesa hacia la India. Sus tropas consiguieron la ocupación del noreste africano
tras el triunfo en la batalla de las pirámides. Sin embargo, en agosto de ese
año, la flota francesa fue aniquilada frente a Egipto por el almirante inglés
Horacio Nelson. Este éxito militar inglés propició la formación de una Segunda
Coalición antifrancesa compuesta ahora por Inglaterra, Austria, Rusia, Turquía y
el rey de Nápoles, que se encontraba refugiado en Sicilia. En la primavera de
1799 Francia perdió toda Italia y Alemania.
Por entonces, el
Directorio se encontraba en su fase más baja. Sus fracasos militares,
administrativos y políticos incitaron a que algunos de sus directores, como el
ex abate Sieyès, el vizconde de Barrás y Roger Ducos, decidieran recurrir a la
fuerza del ejército para solucionar tanto los problemas del interior como del
exterior. Llamaron a Napoleón Bonaparte, el general más prestigioso del
ejército francés, recién llegado de Egipto y de acuerdo con él organizaron un
golpe de estado, que se produjo el 18 de brumario del año VIII (9 de noviembre de
1799). El triunfo de este golpe de estado incruento consiguió poner fin a la
etapa revolucionaria del Directorio e iniciar la del Consulado. En ese momento
comenzó la dominación napoleónica.
8.
El difícil proceso de cambio: alcance y trascendencia de la revolución
Es necesario
señalar que cuando surgieron los acontecimientos revolucionarios en 1789, el
tercer estado no pretendía derrocar a Luis XVI, al que prácticamente no conocía
aunque acataba como representante de Dios. El pueblo francés aceptó que un
monarca gobernase la nación, hasta que los rápidos sucesos que se fueron
produciendo cambiaron su mentalidad. Rápidamente, el pueblo llano asumió las
ideas republicanas y el deseo de un estado sin dirigentes privilegiados, donde
todos los hombres tuviesen oportunidad de progresar en el aspecto social,
económico y político. La mayoría de la sociedad francesa se fue radicalizando
hacia la izquierda. En diciembre de 1792, la presión de las masas junto con la
traición del rey llevaron a los diputados de la convención a declarar la república
como nuevo régimen de gobierno.
La revolución
modificó la demografía francesa. Se produjo un retroceso en la natalidad y un
aumento en la mortalidad a causa de las sublevaciones, las represiones, las
emigraciones, las guerras, las epidemias, la escasez de alimentos, etc. Si en
1789 se ha estimado una población en Francia de 27.6 millones, el censo de 1801
ha dado la cifra de 27.3 millones de franceses. No sólo París y las grandes
urbes sufrieron enfrentamientos y revueltas, también el campo fue muy perjudicado
por esas luchas, malas cosechas y la falta de brazos jóvenes. No obstante, el
avance de la democracia en Francia, a partir de la instauración del nuevo
régimen de gobierno, tuvo consecuencias muy positivas para el progreso mundial.
El afán de Robespierre de imponer un sistema científico en todos los aspectos
de la vida del hombre que pudiese mejorar y normalizar el sistema social y
económico, dio como resultado la racionalización del sistema de pesos y medidas.
Así se llegó al sistema decimal, en lo que respecta a medidas, pesos, monedas y
distancias, que poco a poco fue adoptando la mayoría de los países europeos.
También se creó el sistema centígrado para medir la temperatura. El termómetro
tendría 100 grados, estableciendo el 0º para la solidificación y el 100º para
la evaporación. Hoy día el sistema métrico decimal francés ha quedado adoptado
por la totalidad de las naciones.
A partir del
triunfo de la revolución francesa surgió la sociedad de clases que suplantó a
la ya decrépita sociedad estamental. Esta revolución contribuyó a que en muchos
de los estados europeos del siglo XIX se proclamara la libertad e igualdad de
todos los hombres ante la ley y se establecieran regímenes constitucionales
cimentados en la soberanía nacional. Una de las influencias ideológicas para la
instauración de las democracias en muchos países fue la propugnada por los
jacobinos, herederos de las teorías expuestas por Rousseau en El contrato
social, e impulsores del concepto de soberanía nacional, que debe residir en el
pueblo y no en un rey o gobernante. Asimismo, fue asimilada la noción del
"interés común" por encima del privado. Estas ideas, que también han
ido predominando en los regímenes de los siglos XVIII, XIX, XX y XXI, fueron
divulgadas en Europa a través de los exiliados prerrevolucionarios, como fueron
Rousseau y Necker; por los emigrados contrarrevolucionarios y por los ejércitos
conquistadores de la república y del imperio. Todos ellos contribuyeron a la
definición del nuevo pensamiento político. Se consiguió pasar del sistema de
administración del estado basado en la monarquía absoluta, característico del Antiguo
Régimen, a un gobierno (poder ejecutivo) controlado por el judicial y por los
representantes del pueblo reunidos en asambleas o parlamentos (poder
legislativo). Este sistema de gobierno de una nación es conocido como nuevo régimen
y fue Francia el primer país europeo donde quedó eliminado el ya caduco Antiguo
Régimen.
Europa se comportó
de diferente manera durante los años revolucionarios. En Suiza, Bélgica y Gran
Bretaña las ideas divulgadas por Francia reavivaron los deseos de cambio,
aunque otros países como España e Italia se fueron incorporando al nuevo
proceso por la fuerza de las armas francesas. En Suecia, Dinamarca, Prusia o
Polonia, los gobiernos monárquicos intentaron defenderse de la influencia
extranjera estableciendo sus propias reformas. En las monarquías más
conservadoras como Rusia, Turquía y Austria los pensamientos revolucionarios también
propiciaron los avances políticos que un siglo más tarde se llevaron a la
práctica. Aunque no hay duda de que fueron las tropas francesas, en su escalada
europea durante la república y el imperio las que propagaron con mayores
consecuencias las nuevas ideas y sistemas de gobierno constitucionales.
Así, la historia de
las relaciones entre Francia y Europa durante esta época ha quedado definida
por el espíritu revolucionario y la existencia de una clara intención
ideológica de los políticos y militares franceses triunfadores en su país. Los
soberanos absolutistas europeos se dieron cuenta de que la única forma que
tenían de frenar esa influencia, que para ellos era aniquiladora, consistía en
la unión de todos sus ejércitos y en la total supresión del francés. Pero a
partir de 1795 las victorias francesas fueron deshaciendo toda posible
esperanza triunfadora, por lo que las potencias europeas comenzaron a utilizar
la vía diplomática. Por el Tratado de Basilea de abril de 1795, Prusia renunció
a la orilla izquierda del Rin a cambio de compensaciones en la orilla derecha.
Como prolongación de este tratado fue firmada la paz entre Francia y España el
22 de julio de 1795, acuerdo que establecía la obligación del Directorio de
devolver los territorios ocupados en España y a cambio el gobierno de Carlos IV
cedió a Francia la parte española de la isla caribeña de Santo Domingo (los franceses
desde 1697 ya controlaban la parte occidental de la isla, Haití). También
fueron normalizadas las relaciones comerciales entre ambos países. La firma del
Tratado de San Ildefonso de La Granja del 26 de agosto de 1796 entre Francia y
España instauró una alianza con el Directorio para unir sus flotas y mermar así
el poderío marítimo de Gran Bretaña. Austria, en octubre de 1797 firmó la Paz
de Campoformio, donde reconoció las nuevas repúblicas establecidas por Francia.
Ya sólo faltaba la rendición de Gran Bretaña, la gran potencia enemiga. El
Directorio centró sus esfuerzos en luchar contra ella, aunque no consiguió
someterla. Sería el futuro emperador francés, Napoleón Bonaparte, el que desde
1799 pondría toda su energía en lograrlo.
Concepción Ybarra Enríquez de
la Orden
en Ángeles Lario (coord.)
Historia contemporánea
universal
Alianza Editorial
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