domingo, 23 de febrero de 2020

Los musulmanes


Arabia es una península situada en el extremo occidental de Asia; limita al oeste con el mar Rojo, que la separa de África, al este con el golfo Pérsico, al sur con el mar de Omán y tras los indefinidos límites del norte se encuentran Siria y la Mesopotamia.
El territorio de Arabia es extenso (tres millones de km2), pero sólo la sexta parte es habitable, debido al clima excesivamente seco y caluroso. Un ardiente desierto de arena y rocas ocupa el centro del país. Por ello, la escasa población se concentraba en el litoral oeste, en las regiones de Hiyaz y Yemen, sobre las costas del mar Rojo. Allí las tierras son fértiles y la temperatura agradable[1].
La región logró mantenerse relativamente aislada de los centros políticos y culturales de la antigüedad (de hecho, hasta el siglo IV había quedado al margen de toda influencia civilizadora)[2] y, desde tiempos remotos, fue punto de partida de migraciones de pueblos nómadas que ocuparon las zonas más fértiles del norte.
Los árabes, habitantes originarios, pertenecen a la raza semítica, al igual que fenicios y judíos. Los griegos, que nunca recorrieron la península, llamaban a los árabes "sarracenos", que significa "hombres de Oriente".
Los árabes eran simples en sus costumbres, pero altivos, guerreros y profundamente religiosos. Vengaban implacablemente las ofensas, y el perdón de las mismas se consideraba signo de debilidad y cobardía. Sin embargo, eran generosos y hospitalarios.
Podemos distinguir tres regiones y grupos que, aunque poseían el mismo origen, se diferenciaban en su carácter y costumbres:
a. El Hiyaz, en la costa del mar Rojo: lugar de paso de importantes rutas de comunicación. Sus habitantes eran sedentarios y camelleros, transportadores de artículos de lujo provenientes de Bizancio y perfumes, maderas, aceite y trigo de Siria. En esta región se alzaron poblaciones importantes como Yazrib y La Meca.
b. El Yemen, al sudoeste de la península: región conocida como "Arabia Felix", productora de incienso y perfumes, que sus habitantes comerciaban desde muy antiguo a través del mar Rojo.
c. El Néyed: región desértica que se encuentra en el interior, como una prolongación del desierto sirio. Habitada por pastores llamados "beduinos" que prefirieron la vida nómade del desierto, que les brindaba mayor libertad. Estaban organizados en tribus comandadas por un jeque (jefe).
Estos pastores cubrían su cuerpo con una larga túnica sin mangas (albornoz), y en la cabeza ceñían un pañuelo arrollado con una de sus puntas colgando sobre la nuca (turbante). Las mujeres vestían casi de la misma manera, pero ocultaban el rostro con un velo.
Dedicados al cuidado de sus rebaños de camellos y cabras, habitaban en tiendas que cambiaban de lugar según las necesidades de sus ganados, vivían del comercio con los pueblos vecinos y alternaban esa actividad con la guerra o el saqueo a las caravanas que realizaban intercambios mercantiles en la región. Carecían de un código legal, y la venganza era fuente de justicia.
Los árabes carecían de unidad política, y el único vínculo social era el de la tribu. Hablaban una lengua semejante al hebreo, pero casi ninguno sabía leer o escribir. Hasta sus poetas eran analfabetos; sin embargo, durante un mes al año, la tribu se reunía y se dedicaban a componer y recitar estrofas y versos.
Entre los árabes, la familia estaba bajo la patriarcal autoridad del jeque, anciano sabio y prudente. El padre vivía con sus hijos varones en una tienda, y las mujeres aparte, pues eran tenidas a menos. Practicaban la poligamia y el marido compraba su esposa, abonando una dote a sus padres. El conjunto de familias formaba la tribu y, en caso de guerra, era comandada por un emir.
En un principio, los árabes eran politeístas y adoraban ídolos de piedra con formas humanas o de animales. Las fuerzas de la naturaleza y los astros también fueron objeto de culto. Cada tribu tenía su dios particular, pero el padre de familia poseía sus divinidades domésticas, que eran veneradas en el hogar.
Esta primitiva religión recibió la influencia de los cultos extranjeros: igual que los mesopotámicos, temían el poder de los genios malignos (djinns), que habitaban en el desierto. Admitían la existencia del alma y una breve vida de ultratumba. Las influencias monoteístas del judaísmo y del cristianismo lograron debilitar las creencias primitivas, y prepararon el camino de la reforma religiosa protagonizada por Mahoma.
Sobre la ruta comercial que unía el Yemen con los pueblos del norte se levantaba la pequeña ciudad de La Meca. Allí habían erigido el templo de la Kaaba ("el dado" o "el cubo"), que consiste en un recinto cúbico sin más abertura que una pequeña puerta, cubierto en su totalidad con una funda de paño oscuro. En este santuario adoraban una gran piedra negra (probablemente un aerolito) que, según sus creencias, se había oscurecido por los pecados de los hombres y sólo volvería a brillar el día del juicio final. Casi todas las tribus árabes llevaban sus ídolos a la Kaaba, donde llegaron a reunirse trescientos sesenta dioses. El lugar era muy visitado por los devotos, que todos los años y en determinada época efectuaban peregrinaciones a La Meca.
Junto a esa concentración tenían lugar grandes ferias comerciales, organizadas por la tribu gobernante de la ciudad (la tribu de Quraysh o coraichitas)[3], quienes eran los principales beneficiarios.
La Meca era, entonces, el centro espiritual y económico del pueblo árabe. Allí también se realizaban concursos poéticos, a los que el pueblo era muy afecto.

Mahoma
A partir del siglo VII, el pueblo árabe sufrió una profunda transformación como consecuencia de la prédica de un profeta llamado Mahoma (en árabe, "alabado"), quien, merced a su nueva doctrina, logró la unidad política y religiosa de las distintas tribus.
Mahoma nació en La Meca, en el año 570[4]. Pertenecía a la tribu que tenía la misión de administrar y custodiar el santuario de la Kaaba. Siendo muy niño conoció la orfandad (fue educado por su tío Abu Tálib) y la pobreza, por lo que se hizo pastor, y más tarde camellero. De esta manera, realizó largos viajes con las caravanas de mercaderes y visitó pueblos judíos y cristianos (por ejemplo, en Yazrib se había instalado desde muy antiguo una colonia judía, explotando huertas y palmerales), cuyas religiones monoteístas dejaron profundas huellas en su espíritu. Advirtió que esos credos monoteístas eran los cimientos sobre los que se asentaba la unidad de los pueblos que los practicaban, y que un monoteísmo militante era el medio adecuado para lograr la unión del pueblo árabe.
A los veinticinco años contrajo matrimonio con una viuda adinerada, llamada Jadiya, lo que le permitió abandonar sus ocupaciones y dedicarse a la meditación. Pese a la costumbre árabe de tomar varias esposas, vivió en absoluta monogamia con ella, con quien tuvo varias hijas (una de las cuales, Fátima, sería posteriormente célebre) y dos hijos, que murieron siendo aún niños.
Mahoma había alcanzado la idea de la unidad de Dios, y deseaba desterrar de su pueblo las prácticas politeístas y la idolatría.
Tenía cuarenta años cuando comenzó a sentirse inspirado y, en cierta ocasión, hallándose en la cueva de Hira, en la montaña Jabal al-Sur, oyó la voz del ángel Jibreel (para los cristianos, Gabriel) que le instaba a difundir su doctrina y le ordenaba "¡Predica!".
A partir de ese momento, Mahoma comenzó a exponer sus ideas entre parientes y amigos y, luego de convertirlos a la nueva fe, se dedicó a predicar públicamente.
En los primeros tiempos logró pocos adeptos (según la tradición, durante diez años no consiguió reunir más de ochenta) y muchos enemigos, en especial la tribu coraichita, a la que perjudicaban las prédicas monoteístas.
Durante algunos años, Mahoma consiguió resistir las burlas y las amenazas, pero en el año 622 fue condenado a muerte. Entonces huyó de La Meca y, en compañía de sus partidarios, se refugió en Yazrib, ciudad que desde ese momento se llamó Medina ("ciudad del profeta"). Esta fuga, o Hégira (literalmente "migración" y no "huida", como por error es traducida a veces), señala el comienzo de la era musulmana.
Los habitantes de Yazrib aceptaron con entusiasmo la nueva doctrina y, en poco tiempo, Mahoma logró gran número de adeptos.
Comprendió que a su doctrina debía darle un aire nacional, y resolvió que el santuario de la Kaaba sería siempre el templo de los seguidores de la nueva fe.
Resuelto a imponer sus creencias por medio de la fuerza, se transformó en guerrero y, después de organizar un ejército, inició la guerra santa contra los infieles de La Meca. Luego de algunos años de lucha, logró apoderarse de la ciudad (en el año 630), donde ordenó destruir los antiguos ídolos y comenzó a organizar el nuevo estado.
Durante algún tiempo combatió contra tribus judías y príncipes bizantinos establecidos en Siria.
Envalentonado por sus éxitos, intimó a todos los pueblos del mundo para que se sometieran a la nueva fe.
Mahoma murió en Medina, poco tiempo después, en el año 632.
Luego de su muerte, los creyentes decidieron institucionalizar el liderazgo de la comunidad, creando un califato. Los primeros califas (literalmente "representantes", aunque algunas veces es traducido como "sucesores") fueron elegidos por consenso, pero cuando hubo que nombrar a los siguientes la comunidad se dividió. Este acontecimiento es conocido como fitna ("división" o "guerra civil").
Los legitimistas (chiitas o chiíes) pensaban que el liderazgo de la comunidad debía recaer en un miembro de la familia de Mahoma: en primer lugar su primo y yerno Alí, y luego los hijos de éste, Hasan y Husáin. Además, sostenían únicamente las verdades del Corán.
Alí y sus dos hijos fueron los tres primeros profetas del chiismo. La línea sucesoria de Alí, de padre a hijo, se interrumpió en el año 872, con la "desaparición" del duodécimo imán[5].
Pero la corriente que acaparó el poder desde el año 661 (y que dio origen a los sunitas o suníes) descartaba la descendencia biológica como criterio. La única exigencia era que el califa perteneciera a la tribu de Mahoma. Aparte de las verdades del Corán, admitían también los relatos y tradiciones de los familiares y amigos del profeta.
La ausencia de una autoridad religiosa central en el sunismo favoreció el pluralismo. La teología sunita reduce el dogma a un mínimo de creencias, y otorga menos importancia a lo codificado en la ley. Por eso hay una convivencia de varias escuelas jurídicas. La falta de autoridad central favoreció, también, la apertura del sunismo al esoterismo y a la búsqueda del sentido escondido. De tal manera, desde el siglo X (dentro del sunismo y, sobre todo, en el mundo turco) se desarrolló una corriente mística, conocida como sufismo.
La última corriente, compuesta por los jariyíes ("los que salen"), pensaba que el califato tenía que volver al mejor de los musulmanes, independientemente de sus orígenes.
Los sunitas y los jariyíes cuestionaban la legitimidad de Alí como califa, porque su nominación obedecía a una negociación entre clanes, mientras los tres primeros califas eran compañeros de viaje de Mahoma y por ello sucesores naturales.

El Islam
La religión de Mahoma recibió el nombre de Islam o islamismo (que quiere decir "aceptación y sometimiento ante Dios"), y los creyentes se denominan musulmanes ("entregados a la voluntad de Dios")[6].
La doctrina musulmana está contenida en el Corán (Alcorán, "la recitación"), libro sagrado que resume las enseñanzas y relatos del profeta Mahoma, escrito por sus discípulos y publicado después de su muerte, en tiempos del califa Otmán, y bajo la dirección de Zahid ben Talib, antiguo secretario del profeta.
Para los árabes, el Corán es algo más que una fuente religiosa, pues contiene preceptos morales, disposiciones civiles, políticas y administrativas. La obra está compuesta por ciento catorce suras (capítulos), subdivididos en versículos, sin un orden aparente. Sin ser un gran teólogo, Mahoma supo comprender la idiosincrasia de su pueblo, y combinar sus principales características con elementos judeocristianos con los que entró en contacto. El cuerpo doctrinario creado por él facilitó la concreción de dos importantes objetivos: la unión del pueblo árabe y la expansión del Islam.
El Islam propugna el total sometimiento a la voluntad del único Dios verdadero, así como la reivindicación de los oprimidos, la caridad y la limosna, basadas en un profundo sentido social.
Asimismo, el Corán prohíbe la venganza, el abandono y muerte de las mujeres, la ingesta de bebidas alcohólicas, limita a cuatro el número de esposas e impone el baño como medida religiosa e higiénica.
Los preceptos esenciales del Corán son:
a. La profesión de fe (shahada, "testimonio"): todo musulmán debe afirmar creer en Alá, que es único Dios. Éste, a través de los profetas, comunica su voluntad. Mahoma es el último y más importante de todos ellos. La profesión de fe encuentra su resumen en el precepto "no hay más Dios que Alá y Mahoma es el profeta de Alá".
b. La oración (azalá, "plegaria" o "acto de devoción"): debe efectuarse cinco veces al día, con la cabeza inclinada hacia La Meca. La lengua utilizada para orar es el árabe, aceptando al Corán como supremo mandato. La disposición logró la unidad lingüística de la cultura musulmana, al tiempo que el carácter comunitario de la oración pretende lograr un espíritu de hermandad y solidaridad entre los fieles.
c. La limosna (azaque, "probidad"): en principio fue una forma de caridad; luego, y en la práctica, mudó en impuesto que todos deben pagar. Con el tiempo, el valor más elevado es el que paga el infiel, es decir, el no musulmán. Lo obtenido se destina a solventar gastos militares y mantener a los necesitados.
d. El ayuno (sawm): se practica durante 30 días en el mes de Ramadán, y prohíbe ingerir alimentos de cualquier naturaleza, bebidas alcohólicas, efectuar transacciones comerciales y demás actividades, hasta la puesta de sol.
e. La peregrinación (hach o hajj): todo creyente debe peregrinar a La Meca, al menos una vez en la vida, por ser el lugar donde ha nacido el profeta y donde se encuentra el santuario de la Kaaba[7].
Ciertos movimientos musulmanes añaden a estas obligaciones fundamentales una más: la guerra santa (yihad, "esfuerzo") contra los infieles[8].
El templo musulmán es la mezquita, aunque los árabes podían practicar sus oraciones en cualquier lugar. A la mezquita solo concurrían hombres, las mujeres debían orar en el hogar, aunque en el siglo VIII se les permitió concurrir a los templos, pero apartadas de la vista de los hombres.
En razón de que entre los musulmanes están prohibidas las imágenes religiosas y las representaciones humanas y animales, las mezquitas carecen de ellas.
La oración es anunciada por el almuédano o muecín ("gritador"), y es dirigida por el imán ("que predica la fe"), quien desde el minbar o púlpito dirige el culto. A partir del siglo VIII se construyeron torres (alminares o minaretes) desde donde se llama a la oración.
Mahoma no dejó escritos, lo que dificulta la sistematización de la doctrina islámica, por lo que es difícil discernir qué elementos de dicha doctrina pertenecen al profeta y cuáles fueron agregados posteriormente.

Expansión del Islam
Mahoma había dicho a sus adeptos: "La guerra contra los infieles es santa; Dios está con los míos, y el creyente que muere en la batalla irá derecho al paraíso". Esto despertó el sentimiento guerrero de los árabes, quienes se lanzaron a la conquista de los pueblos vecinos para imponer su nueva fe[9].
A la muerte de Mahoma, la jefatura política y religiosa del pueblo musulmán recayó en Abu Bakr, que asumió el gobierno con el título de califa. La autoridad del califa era absoluta, tanto en lo político como en lo religioso, aunque poseía un consejo de estado, pero que actuaba solo como organismo consultivo. A veces el califa delegaba el gobierno en el visir (asesor político del califa)[10] y confiaba la justicia a los cadíes (jueces o "magistrados"), quienes debían basar sus sentencias en la ijma (consenso de la comunidad islámica), aconsejados por los ulemas ("eruditos"). Las provincias gozaban de autonomía y estaban al mando de emires, cuyas funciones eran políticas y religiosas.
Durante el breve gobierno del califa Abu Bakr, entre los años 632 y 634, los beduinos ingresaron en la comunidad musulmana, con lo que quedó unificada la península arábiga. Al mismo tiempo comenzó la expansión hacia los territorios de Siria y Palestina.
El califa Úmar, que gobernó de 634 a 644, completó la conquista de Siria. Después invadió Egipto, donde fundó El Cairo; y, luego de someter Menfis, sitió catorce meses Alejandría, que finalmente se rindió. Entretanto, parte de sus fuerzas ocupaban Persia y Armenia; mientras otras se extendieron por Libia, Túnez, Argelia y Marruecos. En el oeste, conquistó el litoral africano, apoderándose de Cartago, en el año 640. Los moros fueron sometidos e ingresaron en la comunidad musulmana.
Después de Úmar, el califato recayó en Uthmán (entre los años 644 y 656); durante su gobierno los musulmanes llegaron hasta el Cáucaso y, en el este, hasta el río Indo.
Alí, primo y yerno de Mahoma, sucedió al anterior y gobernó entre los años 656 y 661. En su reinado se produjo el cisma entre los musulmanes, lo que originó una guerra civil. Alí, cuya legitimidad como califa fue cuestionada, fue asesinado y sucedido por Muawiya, quien, al ocupar el califato, dio comienzo a la dinastía de los omeyas.
Los cuatro primeros califas (Abu Bakr, Úmar, Uthmán y Alí) fueron llamados "ortodoxos" o "legítimos", por ser considerados los más dignos de continuar la obra del profeta, al ser sus discípulos más directos.
La dinastía omeya gobernó durante casi un siglo (entre los años 661 y 750), trasladó la capital a Damasco y prosiguió la expansión de las armas musulmanas, que ocuparon España, el Turquestán y llegaron hasta la India. Con los omeyas, el gobierno cobró un marcado carácter monárquico, por influencia de los imperios persa y bizantino, ya que se dio por finalizada la práctica electiva del califa, pasando ahora a ser una cuestión hereditaria.
En el año 750, una revolución iniciada en Kufa (actual Irak) consagró califa a Abu I-Abbás. Todos los omeyas, salvo Abderramán I, fueron asesinados. Comenzó así la dinastía abasí o abásida, que estableció su capital en Bagdad y se mantuvo en el poder hasta el año 1055, cuando los turcos selyúcidas tomaron Bagdad y se apoderaron del califato.
A mediados del siglo XIII, agotada la fuerza expansiva del Islam, distintas regiones se constituyeron en estados libres e independientes del poder central, por lo que el mundo musulmán se encontró dividido en tres califatos: Bagdad, El Cairo y Córdoba.

Los musulmanes en España
Una vez establecidos en el norte de África, los árabes efectuaron repetidos e infructuosos intentos para invadir la península ibérica. En el año 711, España estaba gobernada por el rey visigodo don Rodrigo, el que se hallaba en lucha con uno de los partidos que le disputaban la corona. El conde Julián, gobernador de Ceuta, se sublevó contra Rodrigo y, a fin de derrocarlo, pidió ayuda a Musa ibn Nusair, jefe árabe del norte de África.
Los musulmanes aprovecharon la oportunidad y su ejército, a las órdenes del general Táriq ibn Ziyad, atravesó el estrecho de Gibraltar[11] y desembarcó en la bahía de Algeciras.
La mayor parte de los musulmanes que invadieron España eran moros (berberiscos), habitantes del Magreb (antigua Mauritania, hoy Marruecos), que se habían convertido a la religión de Mahoma. Los árabes de raza constituían la minoría.
En el mes de julio de ese año, Rodrigo fue derrotado y muerto en la batalla de Guadalete; posteriormente, sucesivos contingentes musulmanes penetraron en la península que no tardó en ser dominada (en parte, a consecuencia de la pasividad de los hispano-romanos, que se mostraron indiferentes a la caída de sus antiguos señores), obligando a los cristianos a refugiarse en las regiones montañosas del norte del país (Asturias y Vasconia), desde ese momento el foco de la resistencia al invasor.
Los invasores se mostraron, en general, tolerantes con los hispano-romanos y visigodos que habitaban la península (también con los muchos judíos dedicados al comercio y al cultivo de las ciencias), razón por la cual gran parte de la población regresó a las tierras ocupadas y convivió con los conquistadores.
Así, en la sociedad de Al-Ándalus (denominación de la península ibérica bajo el dominio musulmán), los que desearon seguir profesando el cristianismo pudieron hacerlo, pagando un tributo a los musulmanes (iguales disposiciones rigieron para los judíos, quienes compartían con los cristianos el estatus legal de dimmíes, es decir "no creyentes"). Este grupo de habitantes fue llamado mozárabe[12].
Otros, en cambio, optaron por convertirse, a fin de gozar de los mismos derechos que los musulmanes, y fueron llamados muladíes[13].
Los musulmanes también ofrecieron la libertad a los esclavos cristianos que abrazaran el Islam y, los que así lo hicieron, fueron llamados maulas.
El rey visigodo Pelayo, en el año 718, inició la reconquista de España, y logró vencer a los invasores en la batalla de Covadonga, pero la expulsión de los musulmanes recién pudo ser completada ocho siglos más tarde, en 1492, cuando los Reyes Católicos conquistaron el reino de Granada.
Poco después de completar la conquista de Al-Ándalus, los árabes continuaron su avance hacia el norte y, luego de atravesar los Pirineos, penetraron en la Galia. Los francos, dirigidos por Carlos Martel (abuelo del futuro Carlomagno), se prepararon para la defensa y lograron derrotar a los musulmanes en la llanura de Poitiers, en el año 732. El combate duró varios días, durante los cuales los batallones francos y germanos pudieron dispersar a la veloz caballería árabe, paralizando de este modo la expansión musulmana en Europa.
En la historia política de Al-Ándalus se pueden distinguir cuatro períodos:
a. Emirato dependiente del califato de Damasco (años 714 a 756). Al-Ándalus era una provincia del imperio árabe, dependiente del califato de Damasco, bajo la autoridad de un gobernador denominado emir ("comandante en jefe").
b. Emirato independiente (años 756 a 929). Cuando la dinastía abasí tomó el poder, la capital del imperio fue trasladada a Bagdad. Abderramán I (que pertenecía a la familia derrocada de los omeyas) huyó a Al-Ándalus y, en Córdoba, se proclamó emir independiente. No obstante, mantuvo con Damasco y, posteriormente, Bagdad la unidad cultural y espiritual.
c. Califato de Córdoba (años 929 a 1031). Abderramán III transformó el emirato en califato independiente, con capital en la ciudad de Córdoba. Durante ese período, Al-Ándalus alcanzó un enorme desarrollo económico y cultural. Córdoba, Sevilla, Granada y Málaga eran importantes centros de un intenso intercambio mercantil e intelectual entre Oriente y Occidente. Declarada la independencia, incluso religiosa, respecto de Bagdad, buscó consolidar las rutas marítimas mediterráneas y garantizar las relaciones económicas con Bizancio. En el año 950, el califato intercambiaba embajadores con el Sacro Imperio Romano Germánico.
d. Desmembramiento del califato de Córdoba (años 1031 a 1492). Las guerras civiles y la anarquía debilitaron la unidad del califato de Córdoba, por lo que se fraccionó en varios reinos independientes (llamados "taifas", que significa "bando" o "facción") que continuaron la lucha contra los españoles, los que iban reconquistando el territorio poco a poco. En el centro y norte del territorio se habían formado reinos cristianos (Castilla, Asturias, León y Aragón), que obligaron a los musulmanes a retroceder. La división entre territorios cristianos y musulmanes fue desde entonces más pronunciada. Los almorávides (bereberes del norte de África) y almohades se encargaron de reunificar las distintas taifas; sin embargo, los cristianos continuaban afianzando su posición. Finalmente, en 1492 los Reyes Católicos consiguieron expulsar de manera definitiva a los musulmanes de la península, derrotando a Boabdil y anexionando el reino de Granada a la corona de Castilla[14].

El legado cultural del Islam
La extensión de los dominios musulmanes permitió el contacto entre las más diversas civilizaciones. Si bien las mayores influencias son de las culturas persa y bizantina, es justo reconocer el sello propio que los árabes le supieron imprimir.
El gran mérito del legado cultural islámico fue haber actuado como intermediario entre Oriente y Occidente. Los árabes aprendieron en Egipto las técnicas de agricultura intensiva y los sistemas de riego[15], en Persia el trabajo en cerámica y en Damasco la fabricación de tejidos y tapices, además del sobresaliente trabajo en metales.
El idioma árabe cumplió la función de elemento común a un mosaico de pueblos separados por grandes diferencias lingüísticas, porque los musulmanes nunca abandonaron su lengua original; influyendo con no pocas palabras de uso permanente, por ejemplo, en el idioma castellano[16].
En materia comercial, sus barcos recorrieron el Mediterráneo, el mar Rojo y el océano Índico, llegaron hasta la India, Indochina, Indonesia y la costa sudeste de África, en busca de marfil, oro, perlas, piedras preciosas y especias. Los principales centros portuarios y comerciales fueron Basora y Beirut, en Asia; Alejandría y Tánger, en África; y Sevilla y Alicante, en la península ibérica. En Samarcanda (actual Uzbekistán) trataron con mercaderes chinos, con quienes conocieron el papel, la brújula y la pólvora.
En el ámbito de las letras, la tradición árabe colocó en primer lugar la poesía. Desde los tiempos de los beduinos nómades, la poesía ejerció fascinación entre los árabes. Los motivos nostálgicos, el canto a las caravanas o a las hazañas tribales fueron reemplazados posteriormente por los poemas cortesanos, que cantan a los jardines, a las cacerías, a los placeres mundanos y al amor. La poesía en Al-Ándalus expresa el gusto por la naturaleza y el amor cortesano, motivos que ejercerán influencia en la poesía trovadoresca de Occidente.
El siglo X constituye la edad de oro de la literatura musulmana. La cultura árabe se caracterizó por su difusión en la Europa cristiana, ligada al desarrollo urbano y a la fabricación de papel.
Todas las ciudades islámicas contaban con bibliotecas y escuelas, dependientes de las mezquitas, y la pasión por los manuscritos de la antigüedad generó un gran número de copistas.
Los árabes desarrollaron también un tipo de literatura de fantasía y sensual, contraria al fuerte ascetismo impuesto por los cristianos. Los escritores de las cortes musulmanas estaban comprometidos con las pasiones y preocupaciones mundanas, que inspiraron relatos tan famosos como los que integran Las mil y una noches, recopilados en tiempos de Harún al-Rashid, califa de Bagdad, en el siglo VIII.
En materia artística, la originalidad musulmana residió en la forma en que utilizaron los diferentes legados de los antiguos imperios.
La arquitectura islámica refleja los aportes de dos grandes épocas: la omeya, de influencias bizantinas, y la abasí, de inspiración persa.
En cuanto a motivos decorativos, sobresalió la pintura sobre la escultura. Los artistas musulmanes no practicaron la escultura estatuaria, debido a que el Corán prohíbe la representación de imágenes; pero, aunque la figuración plástica de hombres y animales estaba prohibida en los edificios religiosos, la prohibición era menos estricta respecto de las residencias particulares[17].
La arquitectura cobró un papel preponderante. Los dos tipos principales de construcción fueron las mezquitas y los alcázares (palacios de pequeños pabellones, diseminados entre jardines y fuentes, dentro de altos muros).
Los principales elementos arquitectónicos, de influencia persa y bizantina, fueron los arcos (muchas veces en forma de herradura), las cúpulas y los mosaicos. La decoración interior empleaba motivos geométricos y vegetales, conocidos como arabescos.
Otro elemento característico de la arquitectura árabe fue el iwan: un pórtico rectangular, cubierto por una alta bóveda, inspirado en las tradiciones persas.
Las traducciones de los antiguos manuscritos griegos influyeron en el desarrollo de la filosofía árabe. Uno de los intelectuales más renombrados fue Avicena, nacido en Persia, poseedor de grandes conocimientos sobre medicina y filosofía[18].
Averroes fue otro médico y filósofo, nacido en Córdoba, que trascendió por su obra. Sus escritos se basan en la filosofía de Aristóteles, y su pensamiento ejerció gran influencia sobre los intelectuales occidentales.
La ciencia árabe, apartada en muchos aspectos de la religión, fue libre de realizar todo tipo de experimentos. La matemática fue una de las disciplinas cultivadas con mayor éxito. Los occidentales tomaron de los árabes la palabra "cifra" y "cero", así como el sistema de numeración que llamaron arábigo (aunque, en rigor, es de origen hindú). El álgebra también fue producto de la especulación matemática de los musulmanes y de sus necesidades prácticas.
La astronomía apareció confundida con la astrología, aunque los astrónomos árabes descubrieron muchas nociones relacionadas con la navegación, ampliando los catálogos de los astros realizados por los griegos. También lograron perfeccionar el astrolabio.
La farmacología y la alquimia alcanzaron un gran desarrollo; los experimentos en esta última sirvieron para sentar las bases de la futura ciencia química.
En medicina, los árabes reconocieron las influencias de Hipócrates y Galeno, quienes, no obstante, fueron corregidos y ampliados por la experiencia, basada en el desarrollo de los hospitales ubicados en todos los centros urbanos. Hay que destacar, además, los progresos alcanzados en oftalmología, especialidad en la que practicaron importantes intervenciones quirúrgicas.
Prueba fehaciente del prestigio de la cultura y ciencia islámicas es el desarrollo de las universidades. La de Toledo, por ejemplo, era visitada por los grandes sabios de Europa, quienes consideraban que allí se brindaba el saber más actualizado.

[1] Los romanos dividieron la península arábiga en tres regiones: Arabia Petraea (provincia romana desde el siglo II; formada por parte de Jordania, parte de Siria, el Sinaí, el noroeste de Arabia Saudita y el sur de Israel), Arabia Deserta (el interior desértico de la península, poblada desde la antigüedad por tribus nómadas) y Arabia Felix (esquina sudoccidental de la península, actualmente Yemen).
[2] Indro Montanelli, en Historia de la Edad Media, afirma: "Los romanos solo intentaron penetrar en ella una vez, pero fueron diezmados por el calor y las epidemias, y desde entonces se conformaron con mantener una guarnición en Adén para vigilar la ruta y el tráfico del mar Rojo".
[3] Se consideraban descendientes directos de Abraham y de Ismael. Por esta razón administraban las rentas del templo y ejercían una suerte de supervisión sobre el gobierno de La Meca. Como otras tribus de la Arabia preislámica, su nombre es el de un animal que debió de ser totémico. En este caso se trata del tiburón: quraysh significa "tiburoncito". Mahoma nació en el clan Banu Hashim de esta tribu que, paradójicamente, fue la que más combatió a los primeros musulmanes.
[4] En el año 565, en Constantinopla, murió Justiniano, emperador romano de Oriente. Las guerras contra los lombardos (por el dominio de Italia) y contra los persas supusieron un importante peso sobre los recursos del imperio, que se encontraba en un período de decadencia y de pérdida de territorios, que no sería revertido hasta tres siglos más tarde.
[5] Según el chiismo duodecimano o imaní, que constituye la mayor rama del islamismo chiita, desde ese año vive en estado de "ocultación", que proseguirá mientras lo determine la voluntad divina.
[6] Expresión que da idea del fatalismo con que los fieles aceptan su suerte, ya que, según la doctrina musulmana, el destino de todos está señalado de antemano y ha de cumplirse inexorablemente. Un ejemplo de lo dicho es la celebración llamada Laylat al-Qadr ("Noche del destino"), durante el mes de Ramadán. Los musulmanes creen que durante esa noche se decide el destino del próximo año, por lo que rezan a Dios invocando su piedad.
[7] Llegados a la ciudad, los creyentes cambian sus vestiduras, dan siete vueltas alrededor de la Kaaba y besan la piedra negra. Después, hacen siete veces el recorrido entre dos colinas ubicadas en La Meca y beben agua de un pozo sagrado llamado Zamzam. Al día siguiente, los peregrinos visitan el monte Arafat. Al caer la tarde del tercer día, regresan a La Meca y desde el puente Jamaraat, en el valle de Mina, arrojan piedras a los tres pilares Jamrah, que representan al demonio. De regreso en la ciudad, los creyentes repiten las circunvalaciones a la Kaaba, el recorrido entre las dos colinas y, luego de una última vuelta a la Kaaba (la del adiós), se rapan la cabeza (las mujeres se cortan unos pequeños mechones de cabello) y emprenden el retorno a sus hogares.
[8] En algunos de sus pasajes, el Corán fomenta la lucha contra los infieles, es decir aquellos que se oponen abiertamente al Islam. Sin embargo, en otros propicia la tolerancia en materia religiosa, por lo que la interpretación se muestra contradictoria. Para algunos eruditos, el término "yihad" refiere a la lucha espiritual de cada musulmán, en su fuero íntimo, para mantener durante toda su existencia la pureza de su fe.
[9] La rápida expansión del Islam, que en el siglo VIII abarcaba los territorios comprendidos entre el océano Atlántico y el río Indo, respondió a múltiples causas, no solo de carácter religioso. Existieron propósitos materiales, tales como el ansia de botín y las necesidades económicas. Además, los califas advirtieron que las guerras de conquista constituían un medio para contener los enfrentamientos tribales. Por otra parte, la pobreza del suelo arábico los impulsó a conquistar regiones más ricas y fértiles, los imperios persa y bizantino estaban debilitados por sus luchas religiosas y políticas y, finalmente, la simplicidad de la doctrina del profeta sedujo a mucha gente que abrazó la nueva fe, cansada de disputas teológicas que poco o nada significaban para ellos.
[10] Cargo de origen persa, especie de primer ministro con múltiples funciones a cargo: reclutaba y dirigía ejércitos, controlaba el estado y sus unidades político-administrativas, nombraba y destituía funcionarios, entre otras. Su poder y atribuciones se incrementaron con el tiempo y, para comienzos del siglo VIII, era quien gobernaba de facto.
[11] El peñón recibe su nombre actual, Gibraltar, de la expresión "Jabal Táriq", que significa "monte de Táriq".
[12] A la inversa, cuando los cristianos comenzaron a reconquistar el territorio, muchos musulmanes quedaron sometidos, pero continuaron con su religión y leyes especiales. Se les llamó mudéjares.
[13] El mismo nombre recibían los hijos de un matrimonio mixto cristiano-musulmán, de religión musulmana.
[14] El reino nazarí de Granada, también denominado emirato o sultanato, fue fundado en 1238 por Muhammad ibn Nasr. Originariamente, tenía su capital en la ciudad de Jaén, pero, años después de su fundación, la misma fue trasladada a la ciudad de Granada. Fue el último estado musulmán de la península ibérica (la antigua Al-Ándalus), y desapareció de manera definitiva tras la guerra de Granada, el 2 de enero de 1492, con su rendición ante los Reyes Católicos.
[15] Además introdujeron el cultivo de arroz, caña de azúcar, naranjo, azafrán, cáñamo y otras variedades vegetales desconocidas en la península ibérica y en Europa.
[16] Se calcula que más de cuatro mil palabras castellanas provienen del árabe.
[17] La Alhambra (residencia de los monarcas nazaríes desde 1238), en la ciudad de Granada, posee una de las escasas esculturas del arte islámico: la famosa Fuente de los Leones.
[18] Su obra, El canon de la medicina, fue durante siglos la base de la enseñanza médica en Europa. Como filósofo expuso su pensamiento en el llamado Libro de la curación, autentica enciclopedia de filosofía.

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