Arabia es una
península situada en el extremo occidental de Asia; limita al oeste con el mar
Rojo, que la separa de África, al este con el golfo Pérsico, al sur con el mar
de Omán y tras los indefinidos límites del norte se encuentran Siria y la
Mesopotamia.
El territorio de
Arabia es extenso (tres millones de km2), pero sólo la sexta parte
es habitable, debido al clima excesivamente seco y caluroso. Un ardiente
desierto de arena y rocas ocupa el centro del país. Por ello, la escasa población
se concentraba en el litoral oeste, en las regiones de Hiyaz y Yemen, sobre las
costas del mar Rojo. Allí las tierras son fértiles y la temperatura agradable[1].
La región logró
mantenerse relativamente aislada de los centros políticos y culturales de la
antigüedad (de hecho, hasta el siglo IV había quedado al margen de toda
influencia civilizadora)[2] y, desde
tiempos remotos, fue punto de partida de migraciones de pueblos nómadas que
ocuparon las zonas más fértiles del norte.
Los árabes,
habitantes originarios, pertenecen a la raza semítica, al igual que fenicios y
judíos. Los griegos, que nunca recorrieron la península, llamaban a los árabes
"sarracenos", que significa "hombres de Oriente".
Los árabes eran
simples en sus costumbres, pero altivos, guerreros y profundamente religiosos.
Vengaban implacablemente las ofensas, y el perdón de las mismas se consideraba
signo de debilidad y cobardía. Sin embargo, eran generosos y hospitalarios.
Podemos distinguir
tres regiones y grupos que, aunque poseían el mismo origen, se diferenciaban en
su carácter y costumbres:
a. El Hiyaz, en la
costa del mar Rojo: lugar de paso de importantes rutas de comunicación. Sus
habitantes eran sedentarios y camelleros, transportadores de artículos de lujo
provenientes de Bizancio y perfumes, maderas, aceite y trigo de Siria. En esta
región se alzaron poblaciones importantes como Yazrib y La Meca.
b. El Yemen, al
sudoeste de la península: región conocida como "Arabia Felix",
productora de incienso y perfumes, que sus habitantes comerciaban desde muy
antiguo a través del mar Rojo.
c. El Néyed: región
desértica que se encuentra en el interior, como una prolongación del desierto
sirio. Habitada por pastores llamados "beduinos" que prefirieron la
vida nómade del desierto, que les brindaba mayor libertad. Estaban organizados
en tribus comandadas por un jeque (jefe).
Estos pastores
cubrían su cuerpo con una larga túnica sin mangas (albornoz), y en la cabeza
ceñían un pañuelo arrollado con una de sus puntas colgando sobre la nuca
(turbante). Las mujeres vestían casi de la misma manera, pero ocultaban el
rostro con un velo.
Dedicados al
cuidado de sus rebaños de camellos y cabras, habitaban en tiendas que cambiaban
de lugar según las necesidades de sus ganados, vivían del comercio con los pueblos
vecinos y alternaban esa actividad con la guerra o el saqueo a las caravanas
que realizaban intercambios mercantiles en la región. Carecían de un código
legal, y la venganza era fuente de justicia.
Los árabes carecían
de unidad política, y el único vínculo social era el de la tribu. Hablaban una
lengua semejante al hebreo, pero casi ninguno sabía leer o escribir. Hasta sus
poetas eran analfabetos; sin embargo, durante un mes al año, la tribu se reunía
y se dedicaban a componer y recitar estrofas y versos.
Entre los árabes,
la familia estaba bajo la patriarcal autoridad del jeque, anciano sabio y
prudente. El padre vivía con sus hijos varones en una tienda, y las mujeres
aparte, pues eran tenidas a menos. Practicaban la poligamia y el marido
compraba su esposa, abonando una dote a sus padres. El conjunto de familias
formaba la tribu y, en caso de guerra, era comandada por un emir.
En un principio,
los árabes eran politeístas y adoraban ídolos de piedra con formas humanas o de
animales. Las fuerzas de la naturaleza y los astros también fueron objeto de
culto. Cada tribu tenía su dios particular, pero el padre de familia poseía sus
divinidades domésticas, que eran veneradas en el hogar.
Esta primitiva
religión recibió la influencia de los cultos extranjeros: igual que los
mesopotámicos, temían el poder de los genios malignos (djinns), que habitaban
en el desierto. Admitían la existencia del alma y una breve vida de ultratumba.
Las influencias monoteístas del judaísmo y del cristianismo lograron debilitar
las creencias primitivas, y prepararon el camino de la reforma religiosa
protagonizada por Mahoma.
Sobre la ruta
comercial que unía el Yemen con los pueblos del norte se levantaba la pequeña
ciudad de La Meca. Allí habían erigido el templo de la Kaaba ("el
dado" o "el cubo"), que consiste en un recinto cúbico sin más
abertura que una pequeña puerta, cubierto en su totalidad con una funda de paño
oscuro. En este santuario adoraban una gran piedra negra (probablemente un
aerolito) que, según sus creencias, se había oscurecido por los pecados de los
hombres y sólo volvería a brillar el día del juicio final. Casi todas las
tribus árabes llevaban sus ídolos a la Kaaba, donde llegaron a reunirse
trescientos sesenta dioses. El lugar era muy visitado por los devotos, que todos
los años y en determinada época efectuaban peregrinaciones a La Meca.
Junto a esa
concentración tenían lugar grandes ferias comerciales, organizadas por la tribu
gobernante de la ciudad (la tribu de Quraysh o coraichitas)[3], quienes
eran los principales beneficiarios.
La Meca era,
entonces, el centro espiritual y económico del pueblo árabe. Allí también se
realizaban concursos poéticos, a los que el pueblo era muy afecto.
Mahoma
A partir del siglo
VII, el pueblo árabe sufrió una profunda transformación como consecuencia de la
prédica de un profeta llamado Mahoma (en árabe, "alabado"), quien,
merced a su nueva doctrina, logró la unidad política y religiosa de las
distintas tribus.
Mahoma nació en La
Meca, en el año 570[4].
Pertenecía a la tribu que tenía la misión de administrar y custodiar el
santuario de la Kaaba. Siendo muy niño conoció la orfandad (fue educado por su
tío Abu Tálib) y la pobreza, por lo que se hizo pastor, y más tarde camellero.
De esta manera, realizó largos viajes con las caravanas de mercaderes y visitó
pueblos judíos y cristianos (por ejemplo, en Yazrib se había instalado desde
muy antiguo una colonia judía, explotando huertas y palmerales), cuyas
religiones monoteístas dejaron profundas huellas en su espíritu. Advirtió que
esos credos monoteístas eran los cimientos sobre los que se asentaba la unidad
de los pueblos que los practicaban, y que un monoteísmo militante era el medio
adecuado para lograr la unión del pueblo árabe.
A los veinticinco
años contrajo matrimonio con una viuda adinerada, llamada Jadiya, lo que le
permitió abandonar sus ocupaciones y dedicarse a la meditación. Pese a la
costumbre árabe de tomar varias esposas, vivió en absoluta monogamia con ella,
con quien tuvo varias hijas (una de las cuales, Fátima, sería posteriormente célebre)
y dos hijos, que murieron siendo aún niños.
Mahoma había
alcanzado la idea de la unidad de Dios, y deseaba desterrar de su pueblo las
prácticas politeístas y la idolatría.
Tenía cuarenta años
cuando comenzó a sentirse inspirado y, en cierta ocasión, hallándose en la
cueva de Hira, en la montaña Jabal al-Sur, oyó la voz del ángel Jibreel (para
los cristianos, Gabriel) que le instaba a difundir su doctrina y le ordenaba
"¡Predica!".
A partir de ese
momento, Mahoma comenzó a exponer sus ideas entre parientes y amigos y, luego
de convertirlos a la nueva fe, se dedicó a predicar públicamente.
En los primeros
tiempos logró pocos adeptos (según la tradición, durante diez años no consiguió
reunir más de ochenta) y muchos enemigos, en especial la tribu coraichita, a la
que perjudicaban las prédicas monoteístas.
Durante algunos
años, Mahoma consiguió resistir las burlas y las amenazas, pero en el año 622
fue condenado a muerte. Entonces huyó de La Meca y, en compañía de sus
partidarios, se refugió en Yazrib, ciudad que desde ese momento se llamó Medina
("ciudad del profeta"). Esta fuga, o Hégira (literalmente
"migración" y no "huida", como por error es traducida a
veces), señala el comienzo de la era musulmana.
Los habitantes de
Yazrib aceptaron con entusiasmo la nueva doctrina y, en poco tiempo, Mahoma
logró gran número de adeptos.
Comprendió que a su
doctrina debía darle un aire nacional, y resolvió que el santuario de la Kaaba
sería siempre el templo de los seguidores de la nueva fe.
Resuelto a imponer
sus creencias por medio de la fuerza, se transformó en guerrero y, después de
organizar un ejército, inició la guerra santa contra los infieles de La Meca.
Luego de algunos años de lucha, logró apoderarse de la ciudad (en el año 630),
donde ordenó destruir los antiguos ídolos y comenzó a organizar el nuevo estado.
Durante algún
tiempo combatió contra tribus judías y príncipes bizantinos establecidos en
Siria.
Envalentonado por
sus éxitos, intimó a todos los pueblos del mundo para que se sometieran a la
nueva fe.
Mahoma murió en
Medina, poco tiempo después, en el año 632.
Luego de su muerte,
los creyentes decidieron institucionalizar el liderazgo de la comunidad,
creando un califato. Los primeros califas (literalmente
"representantes", aunque algunas veces es traducido como
"sucesores") fueron elegidos por consenso, pero cuando hubo que
nombrar a los siguientes la comunidad se dividió. Este acontecimiento es
conocido como fitna ("división" o "guerra civil").
Los legitimistas
(chiitas o chiíes) pensaban que el liderazgo de la comunidad debía recaer en un
miembro de la familia de Mahoma: en primer lugar su primo y yerno Alí, y luego
los hijos de éste, Hasan y Husáin. Además, sostenían únicamente las verdades
del Corán.
Alí y sus dos hijos
fueron los tres primeros profetas del chiismo. La línea sucesoria de Alí, de
padre a hijo, se interrumpió en el año 872, con la "desaparición" del
duodécimo imán[5].
Pero la corriente
que acaparó el poder desde el año 661 (y que dio origen a los sunitas o suníes)
descartaba la descendencia biológica como criterio. La única exigencia era que
el califa perteneciera a la tribu de Mahoma. Aparte de las verdades del Corán,
admitían también los relatos y tradiciones de los familiares y amigos del
profeta.
La ausencia de una
autoridad religiosa central en el sunismo favoreció el pluralismo. La teología
sunita reduce el dogma a un mínimo de creencias, y otorga menos importancia a
lo codificado en la ley. Por eso hay una convivencia de varias escuelas
jurídicas. La falta de autoridad central favoreció, también, la apertura del
sunismo al esoterismo y a la búsqueda del sentido escondido. De tal manera,
desde el siglo X (dentro del sunismo y, sobre todo, en el mundo turco) se
desarrolló una corriente mística, conocida como sufismo.
La última
corriente, compuesta por los jariyíes ("los que salen"), pensaba que
el califato tenía que volver al mejor de los musulmanes, independientemente de
sus orígenes.
Los sunitas y los
jariyíes cuestionaban la legitimidad de Alí como califa, porque su nominación
obedecía a una negociación entre clanes, mientras los tres primeros califas
eran compañeros de viaje de Mahoma y por ello sucesores naturales.
El
Islam
La religión de
Mahoma recibió el nombre de Islam o islamismo (que quiere decir "aceptación
y sometimiento ante Dios"), y los creyentes se denominan musulmanes ("entregados
a la voluntad de Dios")[6].
La doctrina musulmana
está contenida en el Corán (Alcorán, "la recitación"), libro sagrado
que resume las enseñanzas y relatos del profeta Mahoma, escrito por sus discípulos
y publicado después de su muerte, en tiempos del califa Otmán, y bajo la
dirección de Zahid ben Talib, antiguo secretario del profeta.
Para los árabes, el
Corán es algo más que una fuente religiosa, pues contiene preceptos morales,
disposiciones civiles, políticas y administrativas. La obra está compuesta por
ciento catorce suras (capítulos), subdivididos en versículos, sin un orden
aparente. Sin ser un gran teólogo, Mahoma supo comprender la idiosincrasia de
su pueblo, y combinar sus principales características con elementos
judeocristianos con los que entró en contacto. El cuerpo doctrinario creado por
él facilitó la concreción de dos importantes objetivos: la unión del pueblo
árabe y la expansión del Islam.
El Islam propugna
el total sometimiento a la voluntad del único Dios verdadero, así como la
reivindicación de los oprimidos, la caridad y la limosna, basadas en un
profundo sentido social.
Asimismo, el Corán
prohíbe la venganza, el abandono y muerte de las mujeres, la ingesta de bebidas
alcohólicas, limita a cuatro el número de esposas e impone el baño como medida
religiosa e higiénica.
Los preceptos
esenciales del Corán son:
a. La profesión de
fe (shahada, "testimonio"): todo musulmán debe afirmar creer en Alá,
que es único Dios. Éste, a través de los profetas, comunica su voluntad. Mahoma
es el último y más importante de todos ellos. La profesión de fe encuentra su
resumen en el precepto "no hay más Dios que Alá y Mahoma es el profeta de
Alá".
b. La oración (azalá,
"plegaria" o "acto de devoción"): debe efectuarse cinco
veces al día, con la cabeza inclinada hacia La Meca. La lengua utilizada para
orar es el árabe, aceptando al Corán como supremo mandato. La disposición logró
la unidad lingüística de la cultura musulmana, al tiempo que el carácter comunitario
de la oración pretende lograr un espíritu de hermandad y solidaridad entre los
fieles.
c. La limosna
(azaque, "probidad"): en principio fue una forma de caridad; luego, y
en la práctica, mudó en impuesto que todos deben pagar. Con el tiempo, el valor
más elevado es el que paga el infiel, es decir, el no musulmán. Lo obtenido se
destina a solventar gastos militares y mantener a los necesitados.
d. El ayuno (sawm):
se practica durante 30 días en el mes de Ramadán, y prohíbe ingerir alimentos
de cualquier naturaleza, bebidas alcohólicas, efectuar transacciones
comerciales y demás actividades, hasta la puesta de sol.
e. La peregrinación
(hach o hajj): todo creyente debe peregrinar a La Meca, al menos una vez en la
vida, por ser el lugar donde ha nacido el profeta y donde se encuentra el
santuario de la Kaaba[7].
Ciertos movimientos
musulmanes añaden a estas obligaciones fundamentales una más: la guerra santa
(yihad, "esfuerzo") contra los infieles[8].
El templo musulmán
es la mezquita, aunque los árabes podían practicar sus oraciones en cualquier
lugar. A la mezquita solo concurrían hombres, las mujeres debían orar en el
hogar, aunque en el siglo VIII se les permitió concurrir a los templos, pero
apartadas de la vista de los hombres.
En razón de que
entre los musulmanes están prohibidas las imágenes religiosas y las
representaciones humanas y animales, las mezquitas carecen de ellas.
La oración es anunciada
por el almuédano o muecín ("gritador"), y es dirigida por el imán
("que predica la fe"), quien desde el minbar o púlpito dirige el
culto. A partir del siglo VIII se construyeron torres (alminares o minaretes)
desde donde se llama a la oración.
Mahoma no dejó
escritos, lo que dificulta la sistematización de la doctrina islámica, por lo
que es difícil discernir qué elementos de dicha doctrina pertenecen al profeta
y cuáles fueron agregados posteriormente.
Expansión
del Islam
Mahoma había dicho
a sus adeptos: "La guerra contra los infieles es santa; Dios está con los
míos, y el creyente que muere en la batalla irá derecho al paraíso". Esto
despertó el sentimiento guerrero de los árabes, quienes se lanzaron a la
conquista de los pueblos vecinos para imponer su nueva fe[9].
A la muerte de
Mahoma, la jefatura política y religiosa del pueblo musulmán recayó en Abu
Bakr, que asumió el gobierno con el título de califa. La autoridad del califa
era absoluta, tanto en lo político como en lo religioso, aunque poseía un
consejo de estado, pero que actuaba solo como organismo consultivo. A veces el
califa delegaba el gobierno en el visir (asesor político del califa)[10] y
confiaba la justicia a los cadíes (jueces o "magistrados"), quienes
debían basar sus sentencias en la ijma (consenso de la comunidad islámica),
aconsejados por los ulemas ("eruditos"). Las provincias gozaban de
autonomía y estaban al mando de emires, cuyas funciones eran políticas y
religiosas.
Durante el breve
gobierno del califa Abu Bakr, entre los años 632 y 634, los beduinos ingresaron
en la comunidad musulmana, con lo que quedó unificada la península arábiga. Al
mismo tiempo comenzó la expansión hacia los territorios de Siria y Palestina.
El califa Úmar, que
gobernó de 634 a 644, completó la conquista de Siria. Después invadió Egipto,
donde fundó El Cairo; y, luego de someter Menfis, sitió catorce meses
Alejandría, que finalmente se rindió. Entretanto, parte de sus fuerzas ocupaban
Persia y Armenia; mientras otras se extendieron por Libia, Túnez, Argelia y
Marruecos. En el oeste, conquistó el litoral africano, apoderándose de Cartago,
en el año 640. Los moros fueron sometidos e ingresaron en la comunidad
musulmana.
Después de Úmar, el
califato recayó en Uthmán (entre los años 644 y 656); durante su gobierno los
musulmanes llegaron hasta el Cáucaso y, en el este, hasta el río Indo.
Alí, primo y yerno
de Mahoma, sucedió al anterior y gobernó entre los años 656 y 661. En su
reinado se produjo el cisma entre los musulmanes, lo que originó una guerra
civil. Alí, cuya legitimidad como califa fue cuestionada, fue asesinado y
sucedido por Muawiya, quien, al ocupar el califato, dio comienzo a la dinastía
de los omeyas.
Los cuatro primeros
califas (Abu Bakr, Úmar, Uthmán y Alí) fueron llamados "ortodoxos" o
"legítimos", por ser considerados los más dignos de continuar la obra
del profeta, al ser sus discípulos más directos.
La dinastía omeya
gobernó durante casi un siglo (entre los años 661 y 750), trasladó la capital a
Damasco y prosiguió la expansión de las armas musulmanas, que ocuparon España,
el Turquestán y llegaron hasta la India. Con los omeyas, el gobierno cobró un
marcado carácter monárquico, por influencia de los imperios persa y bizantino,
ya que se dio por finalizada la práctica electiva del califa, pasando ahora a
ser una cuestión hereditaria.
En el año 750, una
revolución iniciada en Kufa (actual Irak) consagró califa a Abu I-Abbás. Todos
los omeyas, salvo Abderramán I, fueron asesinados. Comenzó así la dinastía
abasí o abásida, que estableció su capital en Bagdad y se mantuvo en el poder
hasta el año 1055, cuando los turcos selyúcidas tomaron Bagdad y se apoderaron
del califato.
A mediados del
siglo XIII, agotada la fuerza expansiva del Islam, distintas regiones se
constituyeron en estados libres e independientes del poder central, por lo que
el mundo musulmán se encontró dividido en tres califatos: Bagdad, El Cairo y
Córdoba.
Los
musulmanes en España
Una vez
establecidos en el norte de África, los árabes efectuaron repetidos e
infructuosos intentos para invadir la península ibérica. En el año 711, España
estaba gobernada por el rey visigodo don Rodrigo, el que se hallaba en lucha
con uno de los partidos que le disputaban la corona. El conde Julián,
gobernador de Ceuta, se sublevó contra Rodrigo y, a fin de derrocarlo, pidió
ayuda a Musa ibn Nusair, jefe árabe del norte de África.
Los musulmanes
aprovecharon la oportunidad y su ejército, a las órdenes del general Táriq ibn
Ziyad, atravesó el estrecho de Gibraltar[11] y
desembarcó en la bahía de Algeciras.
La mayor parte de
los musulmanes que invadieron España eran moros (berberiscos), habitantes del
Magreb (antigua Mauritania, hoy Marruecos), que se habían convertido a la
religión de Mahoma. Los árabes de raza constituían la minoría.
En el mes de julio
de ese año, Rodrigo fue derrotado y muerto en la batalla de Guadalete;
posteriormente, sucesivos contingentes musulmanes penetraron en la península
que no tardó en ser dominada (en parte, a consecuencia de la pasividad de los
hispano-romanos, que se mostraron indiferentes a la caída de sus antiguos
señores), obligando a los cristianos a refugiarse en las regiones montañosas del
norte del país (Asturias y Vasconia), desde ese momento el foco de la
resistencia al invasor.
Los invasores se
mostraron, en general, tolerantes con los hispano-romanos y visigodos que
habitaban la península (también con los muchos judíos dedicados al comercio y
al cultivo de las ciencias), razón por la cual gran parte de la población
regresó a las tierras ocupadas y convivió con los conquistadores.
Así, en la sociedad
de Al-Ándalus (denominación de la península ibérica bajo el dominio musulmán),
los que desearon seguir profesando el cristianismo pudieron hacerlo, pagando un
tributo a los musulmanes (iguales disposiciones rigieron para los judíos,
quienes compartían con los cristianos el estatus legal de dimmíes, es decir
"no creyentes"). Este grupo de habitantes fue llamado mozárabe[12].
Otros, en cambio,
optaron por convertirse, a fin de gozar de los mismos derechos que los musulmanes,
y fueron llamados muladíes[13].
Los musulmanes
también ofrecieron la libertad a los esclavos cristianos que abrazaran el Islam
y, los que así lo hicieron, fueron llamados maulas.
El rey visigodo
Pelayo, en el año 718, inició la reconquista de España, y logró vencer a los
invasores en la batalla de Covadonga, pero la expulsión de los musulmanes
recién pudo ser completada ocho siglos más tarde, en 1492, cuando los Reyes
Católicos conquistaron el reino de Granada.
Poco después de
completar la conquista de Al-Ándalus, los árabes continuaron su avance hacia el
norte y, luego de atravesar los Pirineos, penetraron en la Galia. Los francos,
dirigidos por Carlos Martel (abuelo del futuro Carlomagno), se prepararon para
la defensa y lograron derrotar a los musulmanes en la llanura de Poitiers, en
el año 732. El combate duró varios días, durante los cuales los batallones
francos y germanos pudieron dispersar a la veloz caballería árabe, paralizando
de este modo la expansión musulmana en Europa.
En la historia
política de Al-Ándalus se pueden distinguir cuatro períodos:
a. Emirato dependiente
del califato de Damasco (años 714 a 756). Al-Ándalus era una provincia del imperio
árabe, dependiente del califato de Damasco, bajo la autoridad de un gobernador
denominado emir ("comandante en jefe").
b. Emirato
independiente (años 756 a 929). Cuando la dinastía abasí tomó el poder, la
capital del imperio fue trasladada a Bagdad. Abderramán I (que pertenecía a la familia
derrocada de los omeyas) huyó a Al-Ándalus y, en Córdoba, se proclamó emir
independiente. No obstante, mantuvo con Damasco y, posteriormente, Bagdad la
unidad cultural y espiritual.
c. Califato de
Córdoba (años 929 a 1031). Abderramán III transformó el emirato en califato
independiente, con capital en la ciudad de Córdoba. Durante ese período,
Al-Ándalus alcanzó un enorme desarrollo económico y cultural. Córdoba, Sevilla,
Granada y Málaga eran importantes centros de un intenso intercambio mercantil e
intelectual entre Oriente y Occidente. Declarada la independencia, incluso
religiosa, respecto de Bagdad, buscó consolidar las rutas marítimas
mediterráneas y garantizar las relaciones económicas con Bizancio. En el año
950, el califato intercambiaba embajadores con el Sacro Imperio Romano
Germánico.
d. Desmembramiento
del califato de Córdoba (años 1031 a 1492). Las guerras civiles y la anarquía
debilitaron la unidad del califato de Córdoba, por lo que se fraccionó en
varios reinos independientes (llamados "taifas", que significa
"bando" o "facción") que continuaron la lucha contra los
españoles, los que iban reconquistando el territorio poco a poco. En el centro
y norte del territorio se habían formado reinos cristianos (Castilla, Asturias,
León y Aragón), que obligaron a los musulmanes a retroceder. La división entre
territorios cristianos y musulmanes fue desde entonces más pronunciada. Los
almorávides (bereberes del norte de África) y almohades se encargaron de
reunificar las distintas taifas; sin embargo, los cristianos continuaban
afianzando su posición. Finalmente, en 1492 los Reyes Católicos consiguieron
expulsar de manera definitiva a los musulmanes de la península, derrotando a
Boabdil y anexionando el reino de Granada a la corona de Castilla[14].
El
legado cultural del Islam
La extensión de los
dominios musulmanes permitió el contacto entre las más diversas civilizaciones.
Si bien las mayores influencias son de las culturas persa y bizantina, es justo
reconocer el sello propio que los árabes le supieron imprimir.
El gran mérito del
legado cultural islámico fue haber actuado como intermediario entre Oriente y
Occidente. Los árabes aprendieron en Egipto las técnicas de agricultura
intensiva y los sistemas de riego[15], en
Persia el trabajo en cerámica y en Damasco la fabricación de tejidos y tapices,
además del sobresaliente trabajo en metales.
El idioma árabe
cumplió la función de elemento común a un mosaico de pueblos separados por
grandes diferencias lingüísticas, porque los musulmanes nunca abandonaron su
lengua original; influyendo con no pocas palabras de uso permanente, por ejemplo,
en el idioma castellano[16].
En materia
comercial, sus barcos recorrieron el Mediterráneo, el mar Rojo y el océano
Índico, llegaron hasta la India, Indochina, Indonesia y la costa sudeste de
África, en busca de marfil, oro, perlas, piedras preciosas y especias. Los
principales centros portuarios y comerciales fueron Basora y Beirut, en Asia;
Alejandría y Tánger, en África; y Sevilla y Alicante, en la península ibérica.
En Samarcanda (actual Uzbekistán) trataron con mercaderes chinos, con quienes
conocieron el papel, la brújula y la pólvora.
En el ámbito de las
letras, la tradición árabe colocó en primer lugar la poesía. Desde los tiempos
de los beduinos nómades, la poesía ejerció fascinación entre los árabes. Los
motivos nostálgicos, el canto a las caravanas o a las hazañas tribales fueron
reemplazados posteriormente por los poemas cortesanos, que cantan a los
jardines, a las cacerías, a los placeres mundanos y al amor. La poesía en
Al-Ándalus expresa el gusto por la naturaleza y el amor cortesano, motivos que
ejercerán influencia en la poesía trovadoresca de Occidente.
El siglo X
constituye la edad de oro de la literatura musulmana. La cultura árabe se
caracterizó por su difusión en la Europa cristiana, ligada al desarrollo urbano
y a la fabricación de papel.
Todas las ciudades
islámicas contaban con bibliotecas y escuelas, dependientes de las mezquitas, y
la pasión por los manuscritos de la antigüedad generó un gran número de
copistas.
Los árabes
desarrollaron también un tipo de literatura de fantasía y sensual, contraria al
fuerte ascetismo impuesto por los cristianos. Los escritores de las cortes
musulmanas estaban comprometidos con las pasiones y preocupaciones mundanas,
que inspiraron relatos tan famosos como los que integran Las mil y una noches,
recopilados en tiempos de Harún al-Rashid, califa de Bagdad, en el siglo VIII.
En materia artística,
la originalidad musulmana residió en la forma en que utilizaron los diferentes
legados de los antiguos imperios.
La arquitectura
islámica refleja los aportes de dos grandes épocas: la omeya, de influencias
bizantinas, y la abasí, de inspiración persa.
En cuanto a motivos
decorativos, sobresalió la pintura sobre la escultura. Los artistas musulmanes
no practicaron la escultura estatuaria, debido a que el Corán prohíbe la
representación de imágenes; pero, aunque la figuración plástica de hombres y animales
estaba prohibida en los edificios religiosos, la prohibición era menos estricta
respecto de las residencias particulares[17].
La arquitectura
cobró un papel preponderante. Los dos tipos principales de construcción fueron
las mezquitas y los alcázares (palacios de pequeños pabellones, diseminados
entre jardines y fuentes, dentro de altos muros).
Los principales
elementos arquitectónicos, de influencia persa y bizantina, fueron los arcos (muchas
veces en forma de herradura), las cúpulas y los mosaicos. La decoración
interior empleaba motivos geométricos y vegetales, conocidos como arabescos.
Otro elemento
característico de la arquitectura árabe fue el iwan: un pórtico rectangular,
cubierto por una alta bóveda, inspirado en las tradiciones persas.
Las traducciones de
los antiguos manuscritos griegos influyeron en el desarrollo de la filosofía
árabe. Uno de los intelectuales más renombrados fue Avicena, nacido en Persia,
poseedor de grandes conocimientos sobre medicina y filosofía[18].
Averroes fue otro
médico y filósofo, nacido en Córdoba, que trascendió por su obra. Sus escritos
se basan en la filosofía de Aristóteles, y su pensamiento ejerció gran
influencia sobre los intelectuales occidentales.
La ciencia árabe,
apartada en muchos aspectos de la religión, fue libre de realizar todo tipo de
experimentos. La matemática fue una de las disciplinas cultivadas con mayor
éxito. Los occidentales tomaron de los árabes la palabra "cifra" y
"cero", así como el sistema de numeración que llamaron arábigo (aunque,
en rigor, es de origen hindú). El álgebra también fue producto de la
especulación matemática de los musulmanes y de sus necesidades prácticas.
La astronomía
apareció confundida con la astrología, aunque los astrónomos árabes
descubrieron muchas nociones relacionadas con la navegación, ampliando los
catálogos de los astros realizados por los griegos. También lograron
perfeccionar el astrolabio.
La farmacología y
la alquimia alcanzaron un gran desarrollo; los experimentos en esta última
sirvieron para sentar las bases de la futura ciencia química.
En medicina, los
árabes reconocieron las influencias de Hipócrates y Galeno, quienes, no
obstante, fueron corregidos y ampliados por la experiencia, basada en el
desarrollo de los hospitales ubicados en todos los centros urbanos. Hay que
destacar, además, los progresos alcanzados en oftalmología, especialidad en la
que practicaron importantes intervenciones quirúrgicas.
Prueba fehaciente
del prestigio de la cultura y ciencia islámicas es el desarrollo de las universidades.
La de Toledo, por ejemplo, era visitada por los grandes sabios de Europa,
quienes consideraban que allí se brindaba el saber más actualizado.
[1] Los romanos dividieron la
península arábiga en tres regiones: Arabia Petraea (provincia romana desde el
siglo II; formada por parte de Jordania, parte de Siria, el Sinaí, el noroeste
de Arabia Saudita y el sur de Israel), Arabia Deserta (el interior desértico de
la península, poblada desde la antigüedad por tribus nómadas) y Arabia Felix
(esquina sudoccidental de la península, actualmente Yemen).
[2] Indro Montanelli, en
Historia de la Edad Media, afirma: "Los romanos solo intentaron penetrar
en ella una vez, pero fueron diezmados por el calor y las epidemias, y desde
entonces se conformaron con mantener una guarnición en Adén para vigilar la
ruta y el tráfico del mar Rojo".
[3] Se consideraban
descendientes directos de Abraham y de Ismael. Por esta razón administraban las
rentas del templo y ejercían una suerte de supervisión sobre el gobierno de La
Meca. Como otras tribus de la Arabia preislámica, su nombre es el de un animal
que debió de ser totémico. En este caso se trata del tiburón: quraysh significa
"tiburoncito". Mahoma nació en el clan Banu Hashim de esta tribu que,
paradójicamente, fue la que más combatió a los primeros musulmanes.
[4] En el año 565, en
Constantinopla, murió Justiniano, emperador romano de Oriente. Las guerras
contra los lombardos (por el dominio de Italia) y contra los persas supusieron
un importante peso sobre los recursos del imperio, que se encontraba en un
período de decadencia y de pérdida de territorios, que no sería revertido hasta
tres siglos más tarde.
[5] Según el chiismo duodecimano
o imaní, que constituye la mayor rama del islamismo chiita, desde ese año vive
en estado de "ocultación", que proseguirá mientras lo determine la
voluntad divina.
[6] Expresión que da idea del
fatalismo con que los fieles aceptan su suerte, ya que, según la doctrina
musulmana, el destino de todos está señalado de antemano y ha de cumplirse
inexorablemente. Un ejemplo de lo dicho es la celebración llamada Laylat
al-Qadr ("Noche del destino"), durante el mes de Ramadán. Los
musulmanes creen que durante esa noche se decide el destino del próximo año,
por lo que rezan a Dios invocando su piedad.
[7] Llegados a la ciudad, los
creyentes cambian sus vestiduras, dan siete vueltas alrededor de la Kaaba y
besan la piedra negra. Después, hacen siete veces el recorrido entre dos
colinas ubicadas en La Meca y beben agua de un pozo sagrado llamado Zamzam. Al
día siguiente, los peregrinos visitan el monte Arafat. Al caer la tarde del
tercer día, regresan a La Meca y desde el puente Jamaraat, en el valle de Mina,
arrojan piedras a los tres pilares Jamrah, que representan al demonio. De
regreso en la ciudad, los creyentes repiten las circunvalaciones a la Kaaba, el
recorrido entre las dos colinas y, luego de una última vuelta a la Kaaba (la
del adiós), se rapan la cabeza (las mujeres se cortan unos pequeños mechones de
cabello) y emprenden el retorno a sus hogares.
[8] En algunos de sus pasajes,
el Corán fomenta la lucha contra los infieles, es decir aquellos que se oponen
abiertamente al Islam. Sin embargo, en otros propicia la tolerancia en materia
religiosa, por lo que la interpretación se muestra contradictoria. Para algunos
eruditos, el término "yihad" refiere a la lucha espiritual de cada
musulmán, en su fuero íntimo, para mantener durante toda su existencia la
pureza de su fe.
[9] La rápida expansión del
Islam, que en el siglo VIII abarcaba los territorios comprendidos entre el
océano Atlántico y el río Indo, respondió a múltiples causas, no solo de
carácter religioso. Existieron propósitos materiales, tales como el ansia de
botín y las necesidades económicas. Además, los califas advirtieron que las guerras
de conquista constituían un medio para contener los enfrentamientos tribales.
Por otra parte, la pobreza del suelo arábico los impulsó a conquistar regiones
más ricas y fértiles, los imperios persa y bizantino estaban debilitados por
sus luchas religiosas y políticas y, finalmente, la simplicidad de la doctrina
del profeta sedujo a mucha gente que abrazó la nueva fe, cansada de disputas
teológicas que poco o nada significaban para ellos.
[10] Cargo de origen persa,
especie de primer ministro con múltiples funciones a cargo: reclutaba y dirigía
ejércitos, controlaba el estado y sus unidades político-administrativas,
nombraba y destituía funcionarios, entre otras. Su poder y atribuciones se
incrementaron con el tiempo y, para comienzos del siglo VIII, era quien
gobernaba de facto.
[11] El peñón recibe su nombre
actual, Gibraltar, de la expresión "Jabal Táriq", que significa
"monte de Táriq".
[12] A la inversa, cuando los
cristianos comenzaron a reconquistar el territorio, muchos musulmanes quedaron
sometidos, pero continuaron con su religión y leyes especiales. Se les llamó
mudéjares.
[13] El mismo nombre recibían los
hijos de un matrimonio mixto cristiano-musulmán, de religión musulmana.
[14] El reino nazarí de Granada,
también denominado emirato o sultanato, fue fundado en 1238 por Muhammad ibn
Nasr. Originariamente, tenía su capital en la ciudad de Jaén, pero, años después
de su fundación, la misma fue trasladada a la ciudad de Granada. Fue el último
estado musulmán de la península ibérica (la antigua Al-Ándalus), y desapareció
de manera definitiva tras la guerra de Granada, el 2 de enero de 1492, con su
rendición ante los Reyes Católicos.
[15] Además introdujeron el
cultivo de arroz, caña de azúcar, naranjo, azafrán, cáñamo y otras variedades
vegetales desconocidas en la península ibérica y en Europa.
[16] Se calcula que más de cuatro
mil palabras castellanas provienen del árabe.
[17] La Alhambra (residencia de
los monarcas nazaríes desde 1238), en la ciudad de Granada, posee una de las
escasas esculturas del arte islámico: la famosa Fuente de los Leones.
[18] Su obra, El canon de la
medicina, fue durante siglos la base de la enseñanza médica en Europa. Como
filósofo expuso su pensamiento en el llamado Libro de la curación, autentica
enciclopedia de filosofía.
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