lunes, 24 de febrero de 2020

La revolución norteamericana


La revolución de las trece colonias británicas en América del Norte constituyó un hito fundamental en la historia de Occidente, un acontecimiento que sirvió de referencia a las posteriores revoluciones en su lucha por llegar al asentamiento del liberalismo. Se inició como un levantamiento en el que los habitantes de las colonias pretendían sacudirse el yugo de una metrópoli que los trataba de forma injusta. Pero se convirtió en un acontecimiento extraordinario, un conflicto internacional que preparó el camino para la creación de un país libre donde se llegaría a formar la primera sociedad democrática del mundo moderno. En la conciencia de los colonos pesaba la cultura política heredada de una nación que había llegado, después de sufrir una revolución, a ser la cuna del liberalismo. La sensación de libertad que les confería estar lejos de la autoridad real fue sin duda un acicate en su lucha por construir una república, basada en unos firmes valores de independencia y compromiso. La revolución de las trece colonias británicas dio lugar a una república federal, regida por una constitución y por un gobierno nacional; una gran potencia desvinculada del viejo continente. Para los europeos, los sucesos del otro lado del Atlántico confirmaron la posibilidad de cambiar un orden de cosas establecido que ya no satisfacía a casi nadie.

1. Fundamentos teóricos y contexto
Los fundamentos políticos de los ilustrados no habían podido arraigar de forma práctica en la sociedad del Antiguo Régimen pero habían dejado una huella muy profunda en todas las personas con sensibilidad ante los conflictos y tensiones que se estaban sucediendo. Hasta la revolución, los colonos americanos se habían mantenido fieles a la corona británica, orgullosos de formar parte de ese gran imperio que se extendía por el mundo desde la India hasta los confines de las tierras americanas; incluso la revolución se inició teniendo muy en cuenta la defensa de la constitución británica. Los problemas con la metrópoli fueron el detonante para que una sociedad peculiar, con unas normas propias, ya no tan cercanas a la vida europea, rompiera con el pasado para convertirse en la vanguardia de la libertad y el republicanismo.
La convulsión política de las colonias, la primera de las revoluciones liberales del mundo occidental, coincidió con la revolución industrial. El conflicto se inició en unas circunstancias de crisis económica por el alza de precios y estancamiento de mercancías que tuvo lugar en 1770, pero el malestar de los colonos por su situación y la conciencia de que era necesario un cambio venía de tiempo atrás. John Adams diría años después: "La revolución se hizo antes de que empezara la guerra…".
Una vez ganada la contienda, a la hora de establecer un nuevo sistema político, los ideólogos americanos tuvieron muy en cuenta la idea de que el poder del gobierno derivaba del pueblo, pero dieron un paso más al afirmar que la soberanía permanecía siempre en el pueblo y que el gobierno era solamente un organismo que le representaba de forma temporal y revocable.
La interpretación que han hecho los historiadores de la revolución americana ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Durante los primeros años, después de producirse el acontecimiento, se explicó como una lucha por la libertad contra la tiranía de los británicos. Ya en el siglo XIX, Bancroft y sus seguidores contemplaron la revolución como "el cumplimiento providencial del destino democrático del pueblo americano", que existía desde la llegada de los primeros colonos. En el siglo XX, el historiador Becker y su escuela veían en el levantamiento algo más que una revolución colonial, y se inclinaban a pensar que los colonos no sólo pretendían un gobierno propio sino también establecer en qué manos iba a recaer ese gobierno. Otros autores han resaltado la faceta social como desencadenante de los hechos; Schlesinger ha destacado el papel de los comerciantes, Jameson se inclina por el conflicto de clases y Tolles por la diferencia entre las colonias, o el predominio de la aristocracia del sur. A partir de la mitad del siglo XX se ha debatido sobre el carácter conservador y constitucional de la revolución, llegando a interpretaciones de gran complejidad intelectual.

Las colonias británicas en América antes de la revolución
Las trece colonias británicas establecidas en la costa este de América del Norte eran New Hampshire, Massachusetts, Connecticut, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Pensilvania, Maryland, Delaware, Virginia, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Georgia.
En los años previos a la revolución las colonias formaban un pequeño mundo de gran dinamismo y movilidad, que desde principios del siglo XVIII aumentaba de población a un ritmo extraordinario.
En 1650 la población de las colonias era de unos 52.000 habitantes; en 1700 contaba ya con 250.000, llegando a cerca de los dos millones en 1760; esta cifra representaba una parte muy importante dentro del mundo británico, que también hacia mediados del siglo XVIII había experimentado un crecimiento sin precedentes.
La corriente migratoria desde las islas británicas a las colonias en el siglo XVIII era incesante; protestantes irlandeses y escoceses habían iniciado la emigración a principio de siglo, pero su marcha se hizo aún más intensa después de la guerra de los Siete Años; entre 1764 y 1776 alrededor de 125.000 personas abandonaron Gran Bretaña camino de América del Norte y este aumento sin precedentes ocasionó una gran presión demográfica en una población que durante muchos años había vivido limitada a una franja de terreno de varios cientos de kilómetros. Las colonias estaban situadas en la costa atlántica, desde las fronteras de Canadá, que había sido dominio francés (Nueva Francia había pasado a ser británica en 1763) hasta la península de la Florida, territorio que desde el siglo XVIII se disputaban franceses, ingleses y españoles, llegando a los Apalaches en el interior del continente.
En algunas regiones del este, las tierras de labor habían sido cultivadas en exceso y en los primeros años del siglo XVIII estaban agotadas; las ciudades más antiguas como Nueva York empezaban a estar superpobladas y a los jóvenes ya no les era posible adquirir fácilmente tierras al llegar a la mayoría de edad, como había sucedido con sus padres; tras la derrota de los franceses, las gentes se trasladaban continuamente en busca de terrenos donde establecerse en el interior y muchos colonos y especuladores se dirigieron al oeste, hacia Pensilvania Occidental y al sur, hacia las Carolinas creando a su paso multitud de nuevas poblaciones que servían para abastecer a los viajeros y extender el comercio. Entre 1756 y 1765 se fundaron en Pensilvania veintinueve ciudades; Carolina del Norte se convirtió en 1775 en la cuarta colonia más poblada. Pero también a partir de 1760 se inició la exploración de nuevos caminos hacia el oeste por cazadores y exploradores como Daniel Boone, cruzando los Apalaches.
Otros se encaminaron al sur, hacia el nacimiento de los ríos Cumberland y Tennessee o hacia el noroeste siguiendo el recorrido del Kentucky o las cuencas del Ohio y Mississippi hasta la recién incorporada provincia de Florida Occidental, donde se establecieron en 1773-1774 cuatrocientas familias procedentes de Connecticut.
La población no se concentraba mucho en las ciudades, hacia 1765 sólo cinco de ellas tenían más de ocho mil habitantes. Las más pobladas en esos momentos eran Filadelfia que contaba con 20.000, Nueva York con 16.500 y Boston con 15.000.
No todos los inmigrantes procedían de Inglaterra. A los puritanos ingleses se habían unido poco a poco campesinos escoceses, irlandeses, alemanes, holandeses y protestantes franceses, que no sentían lealtad a la corona británica. Alemanes, suizos e irlandeses constituían la décima parte de la población. En 1770 había 250.000 alemanes, el 70 por ciento de ellos establecidos en las colonias centrales. El origen de Nueva York había sido holandés (cuando se fundó la llamaron Nueva Ámsterdam) y pasó a la corona británica en el siglo XVII. Los holandeses habían estimulado la inmigración concediendo vastos territorios a los patronos que llevaran consigo a cincuenta trabajadores. El carácter de estos hombres era emprendedor, agresivo, con hábitos de libertad, y gracias a su esfuerzo constante consiguieron un rápido crecimiento de la población. A pesar de esta diversidad en el origen de los colonos, la vida social se regía en la mayor parte de los estados por las normas británicas.
Los puritanos ingleses, muy apegados a las tradiciones, habitaban las colonias del norte, llamadas de Nueva Inglaterra. Se dedicaba a la agricultura en pequeña escala, tenían muchos recursos madereros, caza de ballenas, abundante pesca y comercio marítimo.
Las colonias situadas en el centro, con ciudades tan importantes como Nueva York y Filadelfia, se dedicaban al comercio por el río Hudson hasta el estrecho de Long Island. Poco a poco se habían ido fundiendo con las del sur de Nueva Inglaterra.
Los grandes propietarios, con haciendas dedicadas al cultivo de tabaco y algodón, se habían establecido en el sur. Comerciaban también con artículos navales y maderas. Llegaron a contar con un gran número de esclavos procedentes de África. En 1715 había en Virginia 23.000 esclavos que al inicio de la revolución eran ya 150.000. En Carolina del Sur el número de esclavos en 1765 era de 90.000 y doblaba el número de habitantes blancos. Las ciudades más importantes de las colonias del sur eran Carolina del Norte y Carolina del Sur, Georgia (donde no se asentaron colonos hasta 1733), Charleston y Savannah.

2. La vida política en las colonias
Cada colonia se regía de distinta forma dependiendo de su origen, pero el sistema político continuaba basándose en el británico, ya que los colonos se sintieron durante mucho tiempo pertenecientes a esa nación de la que habían heredado su cultura, su forma de hacer política y su experiencia. Estaban regidas por un gobernador y organizadas en asambleas elegidas por sufragio restringido. En algunas de ellas el gobernador era nombrado por el monarca, y en otras era elegido por los propietarios de bienes raíces o por la asamblea. En Connecticut y en Rhode Island la asamblea elegía al gobernador; en los demás estados lo nombraba la corona o los propietarios.
La vida política era muy activa, las sesiones públicas se preparaban en reuniones privadas en las tabernas y a pesar de que eran poco numerosos los que tenían derecho a voto, toda la población se interesaba por las luchas que mantenían los electores para defender la carta de la colonia (ley fundamental en la que se establecían sus competencias e incluso les otorgaba un limitado poder legislativo), para mantener en su sitio al gobernador o para resistir a las presiones de los grandes propietarios de bienes raíces. Cada estado o colonia podía funcionar de forma casi autónoma a pesar de que desde hacía siglo y medio la metrópoli intentaba reorganizar la administración colonial. El gobierno de Londres quedaba muy lejos, sus decisiones tardaban en llegar y mientras tanto las asambleas coloniales actuaban a su conveniencia.
A pesar de las diferencias administrativas, las colonias tenían economías complementarias y se relacionaban con mucha frecuencia. Esta relación fue la base de una conciencia común que se manifestó al iniciarse el movimiento de protesta contra Gran Bretaña.

3. La economía colonial
La base de la próspera economía de las colonias inglesas era la agricultura, la caza, la pesca y el comercio. La mayor parte de la población trabajaba el campo y adoptó muchas de las técnicas de cultivo de los indios: fecundar la tierra quemando raíces, alternar cosechas e ir introduciendo productos autóctonos como el maíz; en Nueva Inglaterra, además del maíz, los granjeros cultivaban avena, centeno, trigo y frutales. Inicialmente, importaron ganado, con el que consiguieron una gran producción de leche. En el sur se cultivaba tabaco, que agotaba rápidamente el suelo; a mediados del siglo XVIII los plantadores de Carolina del Sur intentaron, con éxito, otros tipos de cultivo como el arroz, el índigo, la morera y el cáñamo, que pronto se extendieron y exportaron en cantidades considerables.
El resto de la población lo constituían mercaderes, marineros, mineros y pequeños artesanos ya que la mayoría de las manufacturas seguían siendo importadas desde Gran Bretaña. La metrópoli recibía de las colonias numerosas productos: especias, maderas, pieles, aceite de ballena, salitre, pez, cáñamo, etc., que le servían para no depender de los productos vendidos por otros países europeos. Las colonias representaban para Inglaterra un negocio muy lucrativo ya que tenían por obligación que comprar sus manufacturas y someterse a una serie de gravámenes como utilizar para sus exportaciones navíos ingleses o que todas las importaciones de otro país a las colonias tuvieran que pasar por un puerto inglés y pagar un peaje. A partir de 1660, por el Acta de Navegación, el gobierno obligó a las colonias a reservar ciertos productos como el tabaco, el azúcar, el índigo, el algodón y algunos otros en exclusiva para el mercado inglés. Estas cargas se fueron haciendo muy impopulares entre los colonos, ya que les impedían desarrollar libremente su comercio.

4. Los intentos de reforma colonial del gobierno británico
La reforma de la administración colonial había sido discutida en el Parlamento británico en muchas ocasiones, sin llegar a concretarse. A pesar del contrabando, las colonias resultaban rentables con el comercio de distintos productos que la metrópoli trataba de monopolizar.
La llegada al trono de Jorge III en 1760, un monarca joven e inexperto que decidió intervenir activamente en los asuntos de estado, cambiaría las relaciones con los colonos. El gobierno se enfrentó a la necesidad de reorganizar los nuevos territorios adquiridos de Francia y España al finalizar la guerra de los Siete Años y regular el comercio indio, así como las reclamaciones de tierras y a evitar los conflictos surgidos entre los colonos y los nativos. Además, los enormes gastos de la contienda provocaron graves problemas financieros, que el gobierno trató de solucionar con nuevos impuestos sobre las colonias.
Una de las primeras medidas fue volver a poner en vigor, de forma rigurosa, la prohibición de comerciar con cualquier otro país que no fuera Inglaterra. Poco más tarde la Sugar Act (1764), dictado por el ministerio Grenville gravó las importaciones sobre las melazas que las colonias adquirían en las Antillas francesas y de las que obtenían grandes beneficios. Las asambleas de ocho colonias redactaron protestas, que enviaron a las autoridades inglesas, en las que explicaban los graves perjuicios económicos que les causaba esta ley.
Por otra parte, el Parlamento aprobó también en 1764 una nueva ley que les prohibía emitir monedas. En 1765 se gravó mediante la ley del timbre todos los documentos legales y comerciales que se enviaban a las colonias y también periódicos, folletos, libros, etc., sin consultar a las asambleas coloniales, como era costumbre. El aumento de la presión fiscal llegaba en unos momentos en que la economía sufría un estancamiento como consecuencia de la guerra de los Siete Años y las materias primas se amontonaban en los almacenes sin posibilidad de salida. Las colonias reaccionaron ante estas medidas que consideraban injustas. En octubre de 1765 nueve de ellas enviaron delegados a un ilegal congreso reunido en Nueva York, en el que decidieron rechazar los nuevos impuestos decretados por un Parlamento en el que no se sentían representados. Surgieron asociaciones radicales como la titulada "Los Hijos de la Libertad" para oponerse a esas "imposiciones sin representación"; se limitaron las importaciones que venían de Inglaterra y los colonos consiguieron la derogación de la Stamp Act.
Pero de nuevo el Parlamento de Londres votó en 1767 otros impuestos sobre el té, el vidrio y el plomo. Los disturbios ocasionados por esta nueva decisión terminaron trágicamente con la "matanza de Boston", donde murieron cinco colonos en un enfrentamiento con los soldados británicos.
Los colonos consiguieron en 1770 que se derogaran los impuestos sobre el vidrio y el plomo sin lograr lo mismo con el que gravaba al té; además, en 1773 el Parlamento concedió a la Compañía de las Indias Occidentales el monopolio de dicho producto, desatando las iras de los colonos que asaltaron los barcos de la compañía arrojando al mar sus cargamentos.
La reacción de la metrópoli no se hizo esperar; se movilizó al ejército y el Parlamento aprobó cuatro leyes coercitivas: el cierre del puerto de Boston, la abolición de la asamblea de Massachusetts, el traslado de los implicados en los sucesos a Londres y la obligación de las colonias de abastecer al ejército. Estas leyes fueron calificadas por los colonos como "intolerables".
Por el Acta de Quebec de 1774 el gobierno de Londres anunció la expansión de esta provincia al interior hasta los ríos Ohio y Misisipi, a las antiguas posesiones de Francia, adquiridas por los británicos en la Paz de París (1773). Las tierras que bordeaban los Allegheny (Apalaches), el Misisipi y Los Lagos se dedicarían a reservas indias. Se prohibía a los colonos establecerse en estos nuevos territorios, cortando las posibilidades de expansión tanto a los del norte como a los virginianos del sur. Con estas medidas, el Parlamento británico pretendía organizar la administración de los nuevos dominios para gobernarlos con más energía que las colonias antiguas, además pretendía evitar los enfrentamientos con los feroces indios. Esta prohibición indignó a los colonos, que se empezaban a considerar ciudadanos de segunda clase utilizados por la corona para sufragar con impuestos los gastos de la guerra, pero a los que no compensaba con los territorios conquistados, como al resto de sus súbditos.
A partir de 1772, personalidades de la vida política entre las que se contaban Jefferson, Patrick Henry, Washington y Adams, compartían información y transmitían a través de los Comités de Correspondencia sus inquietudes políticas basadas en los enciclopedistas y en ideas reformistas ilustradas, que pretendían establecer los derechos de los colonos, negando la autoridad del Parlamento de Londres sobre ellos. También planeaban acciones conjuntas dirigidas a unir a los colonos en contra de la represión británica. Aún no se había llegado a la idea de independencia que se materializaría durante la guerra, pero el malestar se hacía cada vez más vivo. En 1774, Thomas Jefferson y John Adams sostenían que las cámaras legislativas norteamericanas independientes eran soberanas en Norteamérica; el Parlamento no tenía ninguna autoridad sobre las colonias sólo vinculadas al imperio británico a través del monarca. Por estas fechas, los mismos colonos que habían celebrado diez años antes la llegada al trono del nuevo monarca Jorge III estaban a punto de rebelarse contra la metrópoli.
En septiembre de 1774 los colonos convocaron el Primer Congreso Continental de Filadelfia, con la asistencia de cincuenta y cinco delegados procedentes de doce colonias (todas menos Georgia). El congreso fue dirigido por Patrick Henry, Richard Henry Lee, de Virginia, y Samuel y John Adams, de Massachusetts. Después de encendidos debates en los que algunos de los miembros eran partidarios de la resistencia abierta a las leyes "intolerables", el congreso, que aún no estaba preparado para la independencia, decidió proclamar una declaración de derechos de las colonias, mantener el boicot a las mercancías inglesas hasta que se reconociera su autonomía legislativa y dar fuerza legal a los Comités de Correspondencia para difundir las ideas independentistas.

5. La guerra de la independencia
La guerra se inició como una represión de los británicos a los colonos rebeldes para convertirse más tarde en una contienda generalizada entre Gran Bretaña y varias grandes potencias extranjeras.
El gobierno británico creía que Boston era el foco del conflicto y que castigando a esa ciudad portuaria sometería a los rebeldes, terminando con su resistencia. Las leyes coercitivas de 1774 se basaban en ese supuesto y los hechos que desencadenaron el enfrentamiento se fundamentaban en la misma presunción.
Los primeros choques entre los colonos y las tropas reales del general Gage tuvieron lugar el 18 de abril de 1775, cuando los soldados británicos trataban de incautarse de armas y municiones rebeldes, almacenadas en Concord. Una patrulla de colonos avisó a los cabecillas rebeldes para que huyeran y preparó a los granjeros para que hicieran frente a los casacas rojas. La lucha se inició en Lexington y continuó en la ciudad de Concord, con el triunfo de los rebeldes. En su huida hacia Boston, los británicos se vieron acosados por los rebeldes desde Charleston y Dorchester. En la escaramuza cayeron 95 miembros de las milicias rebeldes y 265 soldados británicos.
Los colonos no tenían ejército ni marina profesionales, cada colonia aportó una milicia local que carecía de entrenamiento, de uniformes, de la disciplina propia de los soldados profesionales y sólo contaban con armas ligeras, pero eran más numerosos y en estas primeras escaramuzas vencieron también al ejército real en Saratoga. En junio de 1775 las tropas reales, ahora al mando del general Howe, con un refuerzo de 4.500 soldados llegados por mar, derrotaron por primera vez a los colonos en Bunker Hill. En mayo de 1775 las noticias de los enfrentamientos habían llegado a Filadelfia, donde se hallaba reunido el Segundo Congreso Continental que asumió las responsabilidades de un gobierno de todas las colonias. El congreso decidió establecer un ejército regular para coordinar todas las fuerzas nombrando comandante en jefe a George Washington, rico terrateniente de Virginia. El congreso autorizó la invasión de Canadá, emitió papel moneda para sustentar a las tropas y nombró una comisión que pudiera negociar con otros países. Los colonos se declaraban abiertamente en guerra contra la metrópoli. El 4 de julio de 1776 el congreso votó a favor de la independencia de los Estados Unidos.
En el verano de 1775 la situación estaba totalmente fuera de control y el gobierno británico se convenció por fin de que lo sucedido en las colonias no era una simple revuelta. En agosto de 1775 el rey Jorge III proclamó a las colonias en rebeldía, en octubre las acusó de levantarse para conseguir la independencia. En diciembre se declaró el bloqueo marítimo, de forma que los buques británicos podían confiscar todos los barcos que pretendieran comerciar o auxiliar a los norteamericanos.
La formación del Ejército Continental fue muy problemática y durante toda la guerra Washington utilizó tanto tropas regulares como milicias locales. En noviembre de 1775, por una resolución del Congreso Continental, se creó en Filadelfia un cuerpo de ejército, origen del actual cuerpo de marines. En 1776, Washington contaba con 20.000 hombres a su mando, de los cuales un tercio venían de las distintas milicias estatales y dos tercios habían sido alistados para el Ejército Continental. Durante la contienda sirvieron como soldados regulares o como milicianos un total de 250.000 hombres, aunque nunca hubo más de 90.000 luchando al mismo tiempo.
En principio, los británicos creyeron que muchos de los colonos permanecerían fieles a la corona, pero la realidad fue otra. Entre un 40 por ciento y un 45 por ciento de los colonos participaron activamente en la rebelión; del 35 por ciento y el 45 por ciento se declararon neutrales y entre un 15 por ciento y un 20 por ciento fueron leales a la corona británica. En cuanto a los indios, la guerra afectó mucho a los que vivían al este del Misisipi. Algunas tribus se relacionaban de forma amistosa con los colonos, pero en general los consideraban como una amenaza para sus territorios. La confederación iroquesa se dividió ante el conflicto, las tribus mohawk, séneca, onondaga y cayuga apoyaron a los británicos y muchos de los oneida y tuscarora se alinearon con los colonos. Aproximadamente 13.000 indios lucharon junto a los británicos.
Al iniciarse el conflicto Gran Bretaña parecía tener todas las bazas posibles para ganar rápidamente la contienda. Desde su triunfo en la guerra de los Siete Años había quedado establecida su superioridad naval internacional, su armada era la mayor del mundo y casi la mitad de sus barcos participaron inicialmente en la guerra con Norteamérica. Poseían un ejército profesional, bien entrenado, que llegó a tener 50.000 soldados en tierras americanas con el refuerzo, en algunos momentos, de 30.000 soldados mercenarios alemanes. Pero las desventajas británicas eran muy grandes. Tenían que dirigir las operaciones desde el continente, con los consiguientes problemas en las comunicaciones y el avituallamiento del ejército, combatían en un terreno desconocido, de gran extensión, donde las maniobras y desplazamientos constituían graves problemas. Otra desventaja importante para los británicos era la de no poder enfrentarse a un ejército en batallas organizadas. Al carecer los norteamericanos de un ejército profesional, la mayor parte de la contienda se desarrolló en ataques de guerrillas locales, con un gran apoyo de la población que les acosaba, les impedía avituallarse y les cortaba el paso. La autoridad de los norteamericanos era fragmentaria, no había un solo centro de poder susceptible de ser atacado y lo que en principio parecía una tarea fácil se convirtió para los británicos en un infierno.
En el verano de 1776 William Howe, general en jefe del ejército británico al frente de 30.000 hombres, llegó al puerto de Nueva York con la intención de aislar a Nueva Inglaterra del resto de los rebeldes. En una campaña que duraría dos años, el general y su hermano el almirante Richard Howe llevaron a cabo una campaña en la que se mezclaban las acciones de guerra y los intentos de pacificación.
En agosto de 1776 el ejército de George Washington fue derrotado en Long Island, obligado a salir de Nueva York y a huir de forma apresurada hacia el sur. Howe ocupó Nueva Jersey y distribuyó sus tropas por varias ciudades de la zona para convencer a los rebeldes de que estaban perdiendo la guerra. Muchos de los colonos leales a los británicos que permanecían escondidos se unieron a las tropas de Howe, y otros varios miles de colonos aceptaron la oferta de indulto si juraban lealtad a la corona. Éste fue uno de los momentos en que los norteamericanos estuvieron a punto de perder la guerra. Pero la política de pacificación de los hermanos Howe se vio perjudicada por los saqueos de los soldados británicos y el triunfo de Washington al tomar los puestos avanzados de Trenton en diciembre de 1776 y Princeton en enero de 1777. El ejército de Howe tuvo que retirarse de las orillas del río Delaware, lo que permitió a las milicias patrióticas volver a conquistar las zonas abandonadas.
Los británicos continuaban en la creencia de que si aislaban Nueva Inglaterra conseguirían terminar con el foco principal de los rebeldes y ganar la guerra. Con este fin, en 1777 movilizaron a 8.000 hombres, al mando del general Burgoyne, que debía dirigirse desde Canadá hacia el sur, pasando por el lago Champlain para recuperar el fuerte Ticonderoga; en las cercanías de Albany debían reunirse con las tropas mandadas por el teniente coronel Barry St. Leger, que se desplazarían hacia el este y con las del general Howe, que desde Nueva York debía ir hacia el norte por el valle del río Hudson.
Pero Howe, en vez de colaborar en el plan, pensando que muchos de los colonos de los estados del centro continuaban fieles a la corona, decidió tomar la ciudad de Filadelfia, sede del congreso. El 11 de septiembre, Washington se enfrentó con Howe en Brandywine, cerca de Pensilvania y el 4 de octubre en Germantown. Los británicos vencieron en ambas batallas, pero el ejército norteamericano demostró que podía enfrentarse a los británicos en un combate organizado e impidió que Howe pudiera unirse a las tropas de Burgoyne. Las tropas de St. Leger fueron vencidas en Oryskany, cerca de Nueva York en el verano de 1777 y el numeroso ejército al mando del general Burgoyne pasaba por grandes dificultades para desplazarse, ya que las milicias de los patriotas de Nueva York les acosaban, destruían puentes, derribaban árboles y retrasaban todo lo posible su avance. Luchando contra tantos impedimentos, los británicos iban perdiendo fuerza mientras que los norteamericanos se recuperaban. Al llegar a Saratoga, el ejército de Burgoyne, debilitado por las emboscadas, los sufrimientos y el hambre se enfrentó a más de diez mil soldados americanos al mando del general Horatio Gates, y tuvo que rendirse.

6. La internacionalización de la guerra. La batalla de Saratoga
Tras la derrota inglesa en Saratoga en octubre de 1777, la contienda tomó un carácter internacional al firmar las colonias un tratado con Francia en 1778, y con España en 1779 (las dos potencias que habían sido derrotadas por Gran Bretaña en la guerra de los Siete Años). Lo sucedido en Saratoga decidió a los británicos a ofrecer un acuerdo a los rebeldes, dándoles la posibilidad de volver a la situación anterior a 1763; la oferta no fue aceptada pero sirvió como baza a Benjamin Franklin, enviado a Francia como embajador, para negociar un acuerdo comercial y otro militar muy beneficioso, ante el temor de los franceses a una nueva alianza entre británicos y americanos. Desde el comienzo de la guerra, Francia había estado suministrando a los rebeldes en secreto armas y dinero para vengarse de su derrota en la guerra de los Siete Años y con la esperanza de recuperar sus antiguos territorios. En 1780, Rusia firmó la Liga de Neutralidad Armada con el resto de las potencias marítimas de Europa, dejando a Gran Bretaña aislada por primera vez en su historia.
Las campañas militares se desplazaron hacia el sur y tuvieron lugar en las Antillas, donde Gran Bretaña trataba de defender sus posesiones. Con el apoyo de la armada desplegada por la costa, los británicos, ahora al mando del general Henry Clinton, bombardearon puertos de forma despiadada e hicieron incursiones al interior, tratando a la vez de negociar y atraerse a líderes rebeldes, sin conseguir grandes resultados. Concentraron sus fuerzas en el sur, se mantuvieron a la defensiva en Nueva York y Rhode Island y abandonaron Filadelfia. Sus planes eran conquistar el sur, donde creían tener suficientes apoyos de los leales a la corona, que vivían aterrorizados por los indios y los levantamientos de los esclavos, y más tarde llevar sus ejércitos al norte e ir pacificando todos los territorios rebeldes. Pero la retirada de Filadelfia le proporcionó a Washington la oportunidad de atacar a los británicos con un ejército mejor organizado y más disciplinado del que había tenido hasta entonces, gracias a la preparación ofrecida por el barón prusiano von Steuben. La batalla tuvo lugar el 28 junio de 1778 sin que ninguno de los dos ejércitos venciera, pero para los americanos significó una victoria por haberse enfrentado sin ser derrotados a las bien entrenadas tropas británicas.
En el invierno de 1778-1779 los británicos consiguieron victorias importantes en el sur, tomaron Savannah, Augusta y restablecieron el gobierno de la corona en Georgia. En 1780 consiguieron conquistar Carolina del Sur, venciendo a un ejército al mando de Benjamin Lincoln. La rendición de los cinco mil hombres del ejército de Lincoln supuso la mayor derrota de los patriotas en toda la guerra. Para detener la ofensiva, el general Gates, con un ejército formado apresuradamente, se enfrentó en agosto del mismo año a los británicos. De nuevo los americanos fueron derrotados, pero las victorias de los británicos no sirvieron para pacificar y consolidar los territorios conquistados. Los saqueos de los casacas rojas y las represalias de los leales a la corona contra los revolucionarios hicieron que muchos de los habitantes de Carolina del Sur y Georgia apoyaran la revolución, organizando partidas de patriotas que se dedicaron a acosar a las tropas británicas y a los partidarios de la corona.
El general británico Cornwallis, atacado constantemente por la guerrilla revolucionaria, decidió en el otoño de 1780 llevar sus tropas hacia Carolina del Norte, pero las noticias de que una parte de su ejército había sido destruido le hicieron volver a Carolina del Sur. Los americanos, entretanto, habían logrado organizar un nuevo ejército en el sur al mando de Nathanael Green, intendente general del Ejército Continental que trató por todos los medios de dividir las fuerzas del enemigo. En enero de 1781 la legión británica de Tarlenton fue destruida por un destacamento del ejército americano al mando de Daniel Morgan. Este triunfo hizo que los británicos abandonaran su base en Charleston, reunieran sus tropas en Carolina del Norte para pasar a Virginia y dejaran el terreno libre para que los patriotas recuperaran el sur en la primavera y verano de 1781.
En Virginia, los británicos eligieron Yorktown como cuartel general, y durante el verano de 1781 en una incursión a Charlottesville estuvieron a punto de capturar a Jefferson y parte del gobierno de ese estado. Pero fuerzas conjuntas americanas y francesas reunieron un ejército muy poderoso al mando de Washington y el conde de Rochambeau para atacar a los británicos. Una flota francesa impidió a la armada inglesa prestar apoyo al general Cornwallis, que en octubre tuvo que rendirse con sus 8.000 hombres. La armada británica navegaba desde 1778 a lo largo de la costa atlántica para apoyar al ejército, pero en esta ocasión no pudo prestar su ayuda. La guerra continuó durante unos meses más, pero la victoria de Yorktown significó el triunfo de los norteamericanos.
Una vez ganada la guerra, los americanos tuvieron que negociar una paz complicada por las alianzas a las que habían llegado durante la contienda con Francia y España. Se habían comprometido con Francia a firmar una paz conjunta con Gran Bretaña, lo que significaba tener en cuenta a España, que por su parte pretendía recuperar Gibraltar y mantener sus territorios del valle del Misisipi. Ni a Francia ni a España les interesaba una Norteamérica poderosa e independiente y España temía que las ideas republicanas se extendieran a sus colonias de América. Los diplomáticos enviados a Europa para la negociación, Franklin, Adams y Jay, decidieron negociar solamente con Gran Bretaña y consiguieron que reconociera unos límites muy ventajosos para el nuevo país. Las fronteras de Estados Unidos llegarían por el oeste hasta el río Misisipi, por el norte hasta la actual frontera de Canadá y por el sur hasta el paralelo treinta y uno. Gran Bretaña renunciaba a sus territorios entre los Allegheny (Apalaches) y el Misisipi. Dicho río haría de frontera entre los Estados Unidos y los territorios españoles. Los británicos conservarían Canadá y podían navegar libremente por el Misisipi y los americanos el derecho de pesca en Terranova y en San Lorenzo. Una vez conseguido el preacuerdo con Gran Bretaña los embajadores americanos negociaron con Francia, que aceptó el acuerdo con algunas reticencias. Francia recobraba Saint-Pierre-et-Miquelon y algunas concesiones en la India y en África. España tuvo que renunciar a su pretensión de que le fuera devuelto Gibraltar y conservó la Florida. En el tratado de Versalles firmado en septiembre de 1783 se reconocía la independencia de los Estados Unidos por parte de la corona británica.
La mayor parte de los realistas permanecieron en Estados Unidos después de la guerra, aproximadamente 37.000 marcharon a Canadá, donde el gobierno británico creó para ellos en 1784 la provincia de New Brunswick, algunos se exiliaron en Inglaterra y en las Indias Occidentales. Decenas de miles de esclavos escaparon durante la contienda. El gobierno británico invirtió en total 4.000.000 de libras en compensar a más de 4.000 antiguos colonos realistas por sus pérdidas territoriales.

7. Del modelo confederal a la federación
En el verano de 1776, cuando los británicos iban ganado la guerra, se reunió de nuevo el Congreso Continental de Filadelfia. La violencia y el bloqueo a que estaban sometidos los colonos les hizo cambiar de actitud y exigir la independencia política. En un folleto titulado Sentido común, escrito por el radical inglés Thomas Paine, el autor defendía la causa independentista y las ventajas del sistema republicano sobre el monárquico. Esta obra tuvo tanto impacto que se vendieron más de 100.000 ejemplares. Su principal mérito fue su estilo muy directo y llano, no basado en principios legales que eran los que solían esgrimirse y resultaban aburridos para el gran público.
"Un gobierno celoso de nuestra prosperidad ¿es el que debe gobernarnos? Quien conteste que no a esta pregunta, es partidario de la independencia, pues independencia significa sencillamente: ¿haremos nosotros mismos nuestras leyes o abandonaremos esta labor al rey, que es el mayor enemigo de nuestro continente?… Un solo hombre honrado es más precioso a la sociedad que todos los bribones coronados de la tierra… La distancia a la que el todopoderoso ha colocado a Inglaterra de América es una prueba natural de que la autoridad de la una sobre la otra no entraba nunca en los designios de la providencia… (fragmento de la obra de Paine, Sentido común).
Con la guerra como telón de fondo, el 4 de julio de 1776 el congreso aprobó el acta de independencia basada en un borrador elaborado por Thomas Jefferson, John Adams y Benjamin Franklin. Los principios en los que fundamentaron el acta tenían su origen en Locke, quien en el siglo XVII, en su obra Dos tratados de gobierno, había demostrado que todo sujeto posee derechos naturales y que, en el caso de que éstos fueran violados, el pacto social entre el soberano y el pueblo quedaba deshecho. Esta doctrina les permitía a los americanos romper de forma honorable con la corona británica "en virtud de las leyes de la naturaleza y por la voluntad de Dios…". El acta de independencia también tenía influencias de Rousseau, al declarar que el objetivo de todo gobierno era la garantía de los derechos del hombre; que todo gobierno debía obtener sus poderes con el consentimiento de los gobernados y que, si un gobierno dejaba de garantizar esos derechos, el deber del pueblo estriba en modificarlo o suprimirlo.
El proceso político siguiente pasó por profundas divisiones entre los delegados de los distintos estados. Los grupos realistas minoritarios de Nueva Inglaterra se vieron obligados a aceptar la independencia o a emigrar a la metrópoli o hacia Nueva Escocia. En el sur, los realistas fueron sometidos por la fuerza. Alguna de las colonias centrales, como Pensilvania, permaneció realista.
En cuanto al modelo político a adoptar, en el centro y en el sur los federalistas pretendían que se instaurara un fuerte gobierno central, con mayor poder en manos del ejecutivo; los más radicales se sentían republicanos confederales y demócratas y se oponían tanto a la monarquía como a un gobierno que limitara el poder de los grupos locales.
Ya desde mediados de 1775 los rebeldes habían conseguido controlar políticamente la mayor parte del territorio. Las trece colonias se denominaban a sí mismas estados, habían expulsado a los gobernadores británicos, cerrado los tribunales e iban preparando constituciones propias que desplazaran las cartas otorgadas por la corona británica. La primera constitución estatal ratificada fue la de New Hampshire, en 1776, seis meses antes de la declaración de independencia. Poco después Virginia, Carolina del Sur y Nueva Jersey redactaron nuevos textos constitucionales mientras que en Connecticut y Rhode Island continuaron rigiéndose por sus cartas otorgadas de las que habían eliminado cualquier alusión a la corona.
La diferencia social en la población de cada nuevo estado tuvo una gran influencia en las distintas soluciones adoptadas en relación con las cuestiones constitucionales como el sufragio universal o el censitario; el poder ejecutivo más o menos fuerte frente al legislativo o la legislatura unicameral o bicameral, y en muchos casos dio lugar a la protesta de aquellos que no veían sus ideas representadas en la constitución de su estado.
En 1777 el congreso aprobó los Artículos de la Confederación y Unión Perpetua, que se ratificarían en marzo de 1781 pasando a denominarse Congreso de la Confederación. Los Artículos de la Confederación establecían, entre otras cuestiones, que el congreso era la única institución por encima de los trece estados, pero afirmaba la prioridad de los estados separados sobre el gobierno de la confederación y limitaba los poderes del gobierno central a dirigir las relaciones exteriores, a declarar la guerra; a establecer los pesos y medidas y a ser árbitro final en las disputas entre los estados miembros; cada uno de los estados tenía un voto en el Congreso de la Confederación y una delegación de dos a siete miembros que eran designados por los órganos legislativos locales. Se requería la aprobación de nueve estados para admitir a otros en la confederación y se aprobó por adelantado la admisión de Canadá. Los gastos serían financiados por fondos recaudados por los congresos locales teniendo en cuenta el valor de sus propiedades. La confederación aceptaba la deuda de guerra del congreso antes de la promulgación de los artículos.
El deseo de mantener su independencia llevó a los colonos a no querer establecer un gobierno nacional poderoso. El congreso, para proteger la libertad de cada uno de los estados, creó una estructura unicameral débil y la confederación carecía de mecanismos para obligar a los estados a que pagaran impuestos o incluso a que pagaran sus deudas.
Los problemas surgieron enseguida. Cada estado actuaba de forma soberana y disponía de un solo voto en la asamblea legislativa y esto daba lugar a que los más poblados se veían en muchas ocasiones bloqueados por las decisiones de otros más pequeños.
En cuanto a la política exterior, cada uno defendía sus intereses de forma que para que los tratados fueran eficaces las potencias extranjeras tenían que firmarlos con cada estado, lo cual era un peligro ya que existían serias amenazas de las potencias vecinas que aún tenían colonias. La carencia de protección por parte de un poder central podía tentar a algunos estados limítrofes a pactar con ingleses o españoles que les garantizaran su apoyo y abandonar su lealtad por la confederación. Los que estaban situados en la costa, que tenían gran actividad comercial, gravaban las mercancías que pasaban por sus tierras en dirección a sus vecinos del interior. Otros llegaban a acuñar su propia moneda. Las relaciones comerciales y la libre circulación se veían coartadas también por las rencillas y por las distintas leyes locales.
Durante la guerra, el país había contraído una enorme deuda, el Congreso Continental había recurrido a la emisión de papel moneda para financiar la contienda que perdió rápidamente su valor, la inflación se disparó y los soldados se lamentaban de que sus pagas llevaban muchísimo retraso. En el mes de marzo de 1783 se extendieron los rumores de un levantamiento en el cuartel general de Newburg (Nueva York) y de una conspiración para exigir el dinero que se debía a los soldados. La intervención de George Washington fue decisiva a la hora de frenar un descontento muy peligroso en un ejército que había ganado la guerra.
No todos los estados tenían la misma capacidad para gestionar sus asuntos públicos. Mientras que Nueva York, Pensilvania y Rhode Island resolvían con éxito sus problemas, otros como Delaware o New Hampshire eran incapaces de salir adelante. La mayor parte de los estados del sur, con la excepción de Carolina del Norte y Georgia, que prosperaron, decidieron no pagar sus deudas lo que significó una grave depresión de las economías privadas y un importante deterioro del crédito público. En 1786, Massachusetts vivió una verdadera revolución ante la negativa de los granjeros a pagar los altos impuestos establecidos para saldar la deuda.
Los Artículos de la Confederación no sirvieron para establecer el nuevo estado ya que no eran suficientes para afrontar todos los problemas del país. Se basaban en la buena voluntad, no podían garantizar los compromisos adquiridos ni hacer respetar los tratados de paz. El poder federal era muy débil, existía un vacío en la legislación y era necesario crear una administración interior y una hacienda capaz de hacer frente a la fuerte deuda exterior.

La convención de Filadelfia
Ante este cúmulo de problemas parecía inevitable que se revisaran los Artículos de la Confederación. Los representantes de Virginia y Maryland, que querían llegar a un tratado que regulara el comercio y la navegación por el río Potomac, se reunieron en Alexandria, en septiembre de 1786. Influenciados por James Madison, representante de Virginia, decidieron celebrar una convención de todos los estados para tratar en común muchas cuestiones pendientes.
En mayo de 1787 se reunió la convención en Filadelfia como Convención Federal, con la asistencia de todos los estados (menos el de Rhode Island), representados por sus hombres más notables. De los cincuenta y cinco que componían esta asamblea, veintinueve eran universitarios y el resto militares, políticos o juristas tan importantes como George Washington, Benjamin Franklin o Alexander Hamilton. Como presidente fue elegido George Washington, por su reconocido prestigio militar y político.
En principio, los dirigentes políticos creían que debía darse nuevos poderes al congreso para enmendar los Artículos de la Confederación, y conceder al congreso autoridad para regular el comercio y establecer impuestos. La delegación de Virginia, representada por Madison, inició el debate con propuestas radicales que no eran una revisión de los Artículos de la Confederación sino un proyecto para un cambio muy significativo del gobierno. Los representantes de los estados grandes apoyaban la propuesta de Madison, propugnando la creación de un nuevo gobierno nacional mucho más poderoso que fuera capaz de resolver todos los problemas pendientes en cuanto al comercio, las relaciones exteriores, el crédito, etcétera.
El Plan de Virginia proponía la creación de dos cámaras, una elegida por sufragio universal y otra elegida por la primera. La representación en ambas debía ser proporcional a la población. El ejecutivo y el judicial debían ser elegidos y nombrados por las cámaras, que podían decidir sobre la constitucionalidad de las leyes votadas por los distintos estados. Madison creía que así el gobierno podía desempeñar un papel de árbitro como el de la corona en el imperio británico.
Muchos de los delegados rechazaron el plan de Madison porque suponía ir mucho más allá de lo que en un principio habían proyectado, que era una reforma de los Artículos de la Confederación otorgando más poder al gobierno federal. El plan presentado por Virginia suponía debilitar de forma extraordinaria la autoridad estatal. William Paterson, representante de Nueva Jersey, de acuerdo con los delegados de Connecticut, Delaware y Nueva York presentó otra propuesta para aumentar los poderes del congreso, reformar Artículos de la Confederación y conservar la soberanía de los estados. Los nacionalistas, representados por Madison y Wilson, convencieron a la mayoría para que rechazaran este plan que mantenía todos los Artículos de la Confederación que habían sido causa de debilidad: una sola cámara, representación igual para todos los estados, el único poder ejecutivo representado por un comité elegido por los legisladores… No obstante, tuvieron que hacer algunas concesiones de importancia como ceder en su propuesta sobre la autoridad de la asamblea nacional para vetar la legislación de los estados o el principio de representación proporcional en ambas cámaras. Pero ganaron la batalla al conseguir la aprobación sobre los puntos fundamentales como el referido a la creación de un poderoso gobierno central.
La primera dificultad fue conseguir el consenso entre las propuestas de los grandes y los pequeños estados, que hasta esos momentos tenía derecho a un voto en el congreso. Los grandes proponían una representación proporcional a la población y a los impuestos directos, mientras que los pequeños pretendían que se siguiera con un voto por estado. El texto constitucional fue el resultado de importantes y encendidos debates entre los partidarios del republicanismo clásico, antifederalistas y los federalistas.
Finalmente, una comisión formada por un miembro de cada estado presentó un informe, conocido como la Transacción de Connecticut que fue aceptado: se crearían dos asambleas, una como Cámara de los Representantes, dando a cada estado un número de diputados proporcional a la población; la segunda, el Senado con dos senadores por estado independientemente de la población de éste. Se crearía una federación, la soberanía popular pasaría de los estados a dicha federación; los poderes ejecutivo, legislativo y judicial que emanaban del pueblo se mantendrían totalmente separados y se controlarían mutuamente. El ejecutivo sería ejercido por un presidente elegido por cuatro años, mediante un sufragio indirecto. El poder judicial se confió a un tribunal supremo de nueve jueces, designados por el presidente de acuerdo con el Senado, y sería el encargado de dirimir los conflictos entre el congreso y el presidente. El congreso, compuesto por el Senado y la Cámara de Representantes, ostentaría el poder legislativo y podría proponer enmiendas a la constitución, que a su vez tendrían que ser ratificadas por los estados. En este nuevo modelo político, los representantes de los estados del norte pidieron ventajas en materias comerciales, y los del sur lucharon por conservar la esclavitud.

La federación: la constitución
La constitución fue redactada durante el verano de 1787, aprobada por la convención el 17 de septiembre de 1787 y enviada para su ratificación a los trece estados el 28 de septiembre del mismo año. Una vez ratificado el texto constitucional por el noveno estado en junio de 1788, el congreso fijó la fecha del 4 de marzo de 1789 para que el gobierno empezara a trabajar (las primeras elecciones bajo la nueva constitución habían tenido lugar a finales de 1788). Como todavía cuatro de los trece estados estaban pendientes de la prometida inclusión de una declaración de derechos, el congreso propuso 12 enmiendas en septiembre de 1789; diez de ellas fueron ratificadas por los estados y su adopción certificada el 15 de diciembre de 1791.
En los debates para la ratificación del texto constitucional los antifederalistas estaban en contra de instituir un fuerte gobierno central que consideraban parecido a una monarquía, puesto que concentraba el poder a expensas de la libertad de los estados; además, consideraban que no sería posible gobernar una república tan extensa sin caer en la tiranía al eliminar la soberanía independiente de cada uno de ellos. Creían que la nueva constitución iba en contra de los principios revolucionarios y de los de la confederación. Pero los federalistas se oponían a estos argumentos al afirmar que no negaban el principio de soberanía sino que lo trasladaban a todo el pueblo. Así se creaba una nueva forma de relación del gobierno con la sociedad. Este principio de soberanía se había ido forjando en Norteamérica durante todos los años de la revolución en los que el pueblo había controlado directamente las instituciones del gobierno para hacerlas más eficaces y rápidas. Madison, en uno de los artículos publicados en El Federalista en defensa de la constitución, afirmaba que el tamaño de la nueva república era una de sus fuentes de fortaleza ya que los intereses de la sociedad aumentarían de forma que se controlarían unos a otros y sería difícil que una mayoría tiránica se aliara con el poder para oprimir los derechos de las minorías.
Jefferson, antifederalista, manifestó que no podía considerar completo el texto constitucional mientras no se le añadiese una declaración de derechos, como compensación por haber cedido ante cuestiones importantes en las que no estaba de acuerdo con los federalistas. Madison propuso una serie de enmiendas que constituían una garantía de las libertades humanas. Aseguraban la tolerancia religiosa, la libertad de pensamiento, de prensa, de reunión y la libertad del pueblo para llevar armas, constituyendo el conjunto más completo de garantías que ninguna sociedad había tenido hasta el momento.
Las instituciones políticas inglesas se tuvieron presentes en todo momento, hay que recordar que la mayor parte de los revolucionarios americanos se habían formado en la metrópoli y en cierto modo, se sentían culturalmente británicos.
"Virginia insistirá en anexar una declaración de derechos a la nueva constitución, es decir, un documento en el que el gobierno declare: 1º la libertad religiosa; 2º la libertad de prensa; 3º el juicio por jurados se mantendrá en todos los casos; 4ª que no habrá monopolios en el comercio; 5º que no habrá ejército permanente.
Hay solamente dos enmiendas que deseo sean aceptadas: una declaración de derechos, que interesa de tal modo a todos que me imagino que será aceptada. La primera enmienda propuesta por Massachusetts responde en cierto grado a ese fin, pero no del todo. Hará demasiado en algunos casos y demasiado poco en otros. Atará al gobierno federal en algunos casos en que debiera tener libertad y no le coartará en otros en que la restricción sería justa. La segunda enmienda que me parece necesaria es la restauración del principio de rotación obligatoria, particularmente para el Senado y la presidencia, pero sobre todo para la última. La reelegibilidad hace del presidente un funcionario vitalicio y los desastres insuperables de una monarquía electiva hacen que sea preferible, si no podemos desandar ese paso, que sigamos adelante y nos refugiemos en una monarquía hereditaria. Pero al presente no tengo esperanza alguna de que sea corregido ese artículo de la constitución, porque veo que apenas ha provocado objeciones en América. Y si no se hace esa corrección inmediatamente no se hará nunca, de seguro…" (fragmento de los comentarios de Jefferson sobre la constitución norteamericana).

La influencia de la revolución norteamericana
Con el nacimiento de Estados Unidos se inició en Europa un periodo de grandes conmociones ya que la constitución americana supuso un antes y un después en la vida política del mundo occidental. La formación de un nuevo país, con una constitución democrática en la que se plasmaban de forma práctica los principios enunciados por los filósofos de la Ilustración mostraba a los europeos que era posible romper con las trabas que suponía el absolutismo monárquico y el conjunto de normas obsoletas del Antiguo Régimen. También a las colonias iberoamericanas llegó el eco de la revolución y tuvo una gran importancia a la hora de plantear su independencia. La propaganda del proceso revolucionario se extendió gracias a los diplomáticos americanos destinados en Europa, como Franklin y Jefferson, a los militares europeos que habían luchado en la revolución americana, como La Fayette o Mazzei. En 1789, en Inglaterra, Irlanda, Bélgica, Suiza y las Provincias Unidas se iniciaron protestas o procesos revolucionarios poco antes de que estallara la revolución francesa, y en todo el continente se vivía un ambiente de levantamiento en contra del orden establecido, que sin duda debía tener una conexión directa con lo sucedido al otro lado del Atlántico.

Florentina Vidal Galache
en Ángeles Lario (coord.)
Historia contemporánea universal
Alianza Editorial

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