Con la muerte de
Clodoveo, en el año 511, el reino de los francos comenzó a desintegrarse, lo
que causó guerras civiles y la decadencia de la monarquía merovingia. Los
últimos representantes de esta familia fueron monarcas incapaces, llamados
"soberanos holgazanes". Lejos de las tareas de gobierno, delegaron el
poder en los llamados "mayordomos de palacio", los que comenzaron
siendo encargados de administrar los bienes personales del monarca. Con el
tiempo, la designación de estos funcionarios dejó de ser privilegio de los
soberanos y estuvo en manos de la aristocracia, que controlaba así el poder.
Desde el siglo VII, el puesto pasó a ser hereditario y recayó en la familia de
Carlos Martel, de la casa de Heristal, que logró contener el ataque de los
musulmanes. A su muerte, sus hijos Carlomán y Pipino heredaron el cargo. Como
el primero ingresó en un convento, el segundo comenzó a gobernar en nombre de
Childerico III, un monarca que carecía de poder efectivo.
Pipino, llamado el
Breve, consultó al Papa si era justo que el título real residiera en manos de
quien no gobernaba y, estimulado por la respuesta papal, depuso a Childerico y
se hizo reconocer soberano de los francos, lo que marcó el fin de la monarquía
merovingia y el advenimiento de la dinastía carolingia. El Papa se trasladó a
Francia y consagró a Pipino, otorgándole el derecho a la sucesión hereditaria.
Después, solicitó su auxilio para derrotar a los lombardos, recibiendo como
legado los territorios del nordeste italiano. El pontífice se transformó así en
un soberano con autoridad espiritual y poder temporal.
Pipino falleció en
el año 768, y el reino fue heredado por sus hijos Carlos y Carlomán, quien
murió al poco tiempo; por lo que Carlos fue reconocido único soberano, con el
nombre de Carlomagno.
El reino franco de
Carlomagno comprendía casi toda la Francia actual, los Países Bajos y la parte
occidental de Alemania. Durante su reinado, batalló para ensanchar las
fronteras y para conservar los espacios conquistados. Las principales campañas
militares de Carlomagno fueron:
* Contra los
lombardos: muerto Pipino el Breve, los lombardos se apoderaron otra vez de los
territorios pontificios. Carlomagno logró derrotarlos, restituyendo al papa sus
dominios.
* Contra los
musulmanes: no obstante la derrota de Poitiers, los árabes continuaron atacando
el sur de Francia. Para alejarlos de los Pirineos, Carlomagno emprendió
expediciones poco afortunadas; por ejemplo, fue derrotado por los vascos en
Roncesvalles. Finalmente, logró someter los territorios españoles entre los
Pirineos y el Ebro, creando una comarca fronteriza, denominada marca, con
capital en Barcelona[1].
* Contra los
sajones: acaso la más dura de las campañas de Carlomagno. Los sajones eran
paganos, no aceptaban el cristianismo y durante años ofrecieron resistencia a
las expediciones de los francos. Para someterlos, Carlomagno apeló a matanzas y
deportaciones en masa. Lograda la sumisión de Sajonia, la incorporó al reino
franco y creó las marcas de Suabia, Brandeburgo y Baviera.
Con la derrota de
los ávaros, un pueblo pagano emparentado con los hunos, y los eslavos
Carlomagno logró dominar por completo la Germania, y ensanchó hacia el oeste
las fronteras de Occidente. Para consolidar su conquista, creó una marca en el
este, en los actuales territorios austriacos.
Con estas exitosas
campañas, las fronteras del reino franco fueron tan extensas como las del
imperio romano de Occidente; lo que, junto a la necesidad de consolidar la
unidad de los pueblos cristianos, indujo al Papa, en alianza con Carlomagno, a
restablecer la unidad imperial[2].
Repuesto en el
cargo el santo padre, que había sido destronado por una rebelión, Carlomagno
fue coronado, el 25 de diciembre del año 800, emperador por el Papa León, el
que se consideró su vasallo en el orden temporal[3].
La coronación de
Carlomagno aumentó su prestigio, y le aseguró el predominio sobre todos los
príncipes cristianos de Occidente. Impuso una política centralizada, a efectos
de mejorar la administración, además de alentar la instrucción pública y
difundir el cristianismo.
Para facilitar la
administración, dividió su territorio en unas trescientas regiones, a cuyo
frente puso a condes, funcionarios con autoridad militar y reglamentaria. Esos
condados fueron la base de la organización administrativa.
El gobierno de las
marcas estuvo en manos de los marqueses, cuya categoría era superior a la de
los condes.
Para vigilar la
marcha de la administración y la conducta de los funcionarios, Carlomagno
utilizó a los missi dominici, especie de inspectores reales, uno laico y otro
religioso. Comunicaban las órdenes del soberano y recibían las denuncias
referidas a la conducta de las autoridades. Logró así difundir su autoridad en
todo el reino, y concentrar el poder.
Con el objeto de
escuchar la opinión de los pueblos de sus dominios, solía reunir dos veces al
año asambleas, donde participaban el clero, la nobleza y los hombres libres.
Pero la autoridad del soberano era absoluta, pues las reuniones no tenían
carácter legislativo, sino consultivo. Fue elaborándose así un derecho que
desplazó poco a poco al derecho consuetudinario germano, favoreciendo la unidad
del Estado. El conjunto de reglamentos fue designado Capitulares, por estar
agrupado en 62 capítulos.
Si bien Carlomagno
residía preferentemente en el campo, en los últimos años se estableció en
Aquisgrán, ciudad instituida como capital del reino.
Conforme la
costumbre germana, la milicia no era permanente, y cada propietario estaba
obligado a armarse por cuenta propia. Carlomagno dispuso que los terratenientes
debían equipar un soldado por cada tres hectáreas de tierra, al tiempo que
todos los hombres libres estaban obligados a integrar el ejército.
Consolidados el
orden y la tranquilidad interior, dispuso lo necesario para impulsar la
instrucción pública y la recuperación intelectual, por ser grande en aquellos
tiempos la decadencia cultural. El soberano creó en su palacio una escuela
modelo, denominada palatina, que se erigió en espíritu del renacimiento
carolingio. Para difundir la instrucción en todas las clases sociales,
estableció la enseñanza gratuita y obligatoria[4].
Carlomagno falleció
en el año 814; pero, según la costumbre, antes había repartido el reino entre
sus tres hijos. Como Carlos y Pipino fallecieron, Luis asumió el gobierno a la
muerte de su padre.
Luis, llamado
Ludovico Pío, fue un soberano sin carácter ni condiciones, por lo que sus tres
hijos, Lotario, Pipino y Luis, le reclamaron la participación anticipada del
reino, a lo que el monarca accedió. El posterior nacimiento de Carlos el Calvo,
obligó a efectuar otro posterior reparto, con lo que se repitieron las luchas
intestinas.
Cuando Lotario
ocupó el trono desconoció, los derechos de Luis y Carlos (Pipino había muerto
con anterioridad), y éstos suscribieron un pacto de unión, conocido como Juramento
de Estrasburgo, que constituye el documento más antiguo tanto en lengua franca
como teutona, por haber sido redactado en ambos idiomas, y derrotaron a
Lotario, quien reconoció la derrota en el tratado de Verdún.
Según dicho pacto,
Lotario conservó la dignidad soberana y Lotaringia, Carlos recibió Francia y a
Luis le correspondió la Germania[5]. Este
tratado acabó con la unidad del reino carolingio, el que continuó separándose
en gran número de principados:
Luis el Germánico:
las tierras de la actual Alemania.
Carlos el Calvo:
los territorios coincidentes con la moderna Francia.
Lotario: el sector
entre los dominios de sus hermanos, actuales Holanda, Bélgica, parte de Francia
y la península itálica.
Como causas del
fraccionamiento podemos mencionar:
* La gran extensión
territorial y la inexistencia de buenas rutas de comunicación, que atentaron
contra la unidad y favorecieron el aislamiento de los diferentes pueblos.
* La estructura
administrativa, que careció de solidez; pues a la muerte de Carlomagno, sus funcionarios
procuraron erigirse en jefes hereditarios de los territorios confiados a su
custodia.
* La inexistencia
de tropas permanentes, que impidió a los soberanos defender con éxito las
fronteras de sus Estados.
* Los normandos,
que a partir del siglo IX comenzaron a asediar y saltear los restos del reino.
Los normandos
constituían un pueblo pagano, perteneciente a la raza germana y ocupaban la
península de Escandinavia y Dinamarca. Obligados por el aumento de la población
y la aspereza de sus tierras, se lanzaron sobre Occidente al mando de caudillos
llamados vikingos. Los primeros objetivos de sus ataques fueron las costas de
las islas británicas y, al finalizar el siglo IX, se había apoderado de esos
territorios. Francia soportó dos siglos los ataques normandos[6], las
principales ciudades fueron saqueadas e incluso París conoció el asedio[7].
En el año 911,
Carlos el Simple, nieto de Carlos el Calvo, cedió a éstos la región del Sena
inferior, que se llamó Normandía. Los normandos adoptaron el cristianismo, al
tiempo que asimilaban el idioma y las costumbres de los franceses.
Desde Francia, los
normandos continuaron su expansión. Llegaron a España, pero fueron expulsados
por los árabes. Luego penetraron en el Mediterráneo, y conquistaron Nápoles y
Calabria. En Sicilia desalojaron a los musulmanes, y también se establecieron
en Rusia. Descubrieron Islandia y, de acuerdo con algunas crónicas, Groenlandia
y las costas de la península del Labrador.
La
sociedad feudal y el señorío
La división del imperio
de Carlomagno y los ataques normandos, favorecieron la aparición de un nuevo
régimen político y social, llamado feudalismo, que predominó en Europa entre
los siglos IX y XV.
La ausencia de
buenas vías de comunicación y de ejércitos permanentes impidió a los reyes
defender las fronteras de sus Estados. Entonces, los ricos propietarios
asumieron por su cuenta la protección de sus intereses, para lo cual
organizaron fuerzas militares y construyeron recintos fortificados.
Todo eso contribuyó
a debilitar la autoridad del rey, al tiempo que aumentaba el poder de los
señores locales.
Campesinos y
pequeños propietarios, incapaces de organizar sus defensas, se agruparon
alrededor de los castillos y solicitaron amparo. Los "castellanos"
otorgaban dicha protección, pero exigían la entrega de tierras, la prestación
de ayuda militar y el acatamiento de su poder[8]. En
recompensa por esos servicios, los señores devolvían las tierras a sus
protegidos, quienes las recibían no como propias sino en calidad de feudos[9], es
decir, sujetas a las condiciones establecidas en el contrato feudal.
El que daba las
tierras se llamaba señor feudal, y el que recibía el feudo era vasallo o
servidor. El pacto se formalizaba mediante el homenaje[10],
ceremonia en la que el vasallo juraba fidelidad y acatamiento a su señor, al
tiempo que le cedía sus propiedades[11]. El
señor, transformado en propietario de los bienes del vasallo, se los
encomendaba en calidad de feudos y le concedía la investidura, devolviéndole el
símbolo recibido.
[1] "…y ciertamente
Carlomán, después de haber gobernado conjuntamente el reino durante dos años,
falleció de enfermedad; entonces Carlos, hermano del difunto, fue reconocido
rey con el consentimiento de todos los francos… De todas las guerras que hizo,
la primera fue la de Aquitania, empezada pero no terminada por su padre, el
cual él creía que podría terminar con rapidez. La inició en vida de su hermano
a quien solicitó ayuda. Y aunque este no le prestara el auxilio prometido
prosiguió la expedición iniciada vigorosamente, rehusó desistir de lo comenzado
o retirarse de la empresa iniciada antes que con perseverancia y continuidad
consiguiera llevarla a buen fin. Hunoldo, que después de la muerte de Waïfre
había intentado ocupar la Aquitania y reemprender la guerra ya así acabada, fue
obligado a dejar la Aquitania y dirigirse a Gascuña. Arreglados los asuntos de
Aquitania y acabada esta guerra, habiendo abandonado este mundo aquel que con
él compartía el reino, a ruegos y preces de Adriano, obispo de la ciudad de
Roma, emprendió una guerra contra los lombardos; la cual ya antes su padre, a
ruegos del Papa Esteban, había emprendido con gran dificultad, puesto que
algunos de los principales jefes francos, a los que acostumbraba a consultar,
se habían opuesto resueltamente a su proyecto… Sin embargo tuvo lugar la
expedición contra el rey Astolfo y se terminó rápidamente. Pero, aunque parece
que su guerra y la de su padre empezaron por una causa similar o mejor por la
misma causa, sin embargo no fueron comparables ni el esfuerzo realizado ni el
fin conseguido. Puesto que Pipino, después de haber sitiado unos pocos días al
rey Astolfo en Ticenum, le obligó a entregar rehenes, restituir a los romanos
las fortalezas y castillos arrebatados y jurar que no intentaría recobrar lo
que entregaba; Carlos, por su parte, después de haber empezado la guerra, no
cejó hasta que el rey Desiderio, agotado por tan largo asedio, se rindió, hasta
que su hijo Adalgiso, en el que todos habían puesto sus esperanzas, no solo fue
obligado a abandonar el reino sino también Italia, hasta que todas las cosas
arrebatadas a los romanos les fueron restituidas, hasta que toda Italia estuvo
subyugada bajo su autoridad y hasta que hubo establecido en ella a su hijo
Pipino como rey… Después que terminó esta guerra se reemprendió la de los
sajones, que parecía como interrumpida. Ninguna fue más larga, ninguna más
atroz y más costosa para el pueblo franco, puesto que los sajones, como casi
todos los pueblos que vivían en Germanía, eran feroces por naturaleza… Mientras
se combatía asiduamente y casi sin parar contra los sajones… marchó a Hispania
con todas las fuerzas disponibles; y salvados los Pirineos, recibida la
sumisión de todas las fortalezas y castillos que encontró, regresó con el
ejército salvo e incólume, con la particularidad de que en la misma cima de los
Pirineos, en el retorno, tuvo la ocasión de experimentar un poco la perfidia de
los wascones. Puesto que cuando el ejército marchaba extendido en larga fila,
tal y como lo exigían las angosturas del lugar, los wascones emboscados en el
vértice de la montaña… descolgándose de lo alto empujaron al barranco al bagaje
que cerraba la marcha y a las tropas que, yendo en retaguardia, cubrían la
marcha de las precedentes, y, entablada la batalla con los nuestros, mataron
hasta el último hombre… En esta empresa ayudó a los wascones no solo la
ligereza de su armamento sino también la configuración del lugar en que la
suerte se decidía; por el contrario a los francos, tanto la pesadez de su
armamento como el estar en un lugar más bajo les hizo a todas luces inferiores
a los wascones. En este combate perecieron el senescal Egiardo, el conde de
palacio Anselmo y Roldán, prefecto de la marca de Bretaña, entre otros muchos.
Y este fracaso no pudo ser vengado de inmediato, porque el enemigo, realizado
el hecho, se dispersó de tal manera que ni siquiera quedó rastro del lugar
donde podía encontrarse…". Eginardo, Vie de Charlemagne; citado en Les
classiques de l'histoire de France.
[2] "Lo nuestro es según el
auxilio de la divina piedad, defender por fuerza con las armas y en todas
partes la santa Iglesia de Cristo de los ataques de los paganos y de la
devastación de los infieles, y fortificarla dentro con el conocimiento de la fe
católica. Lo vuestro es, santísimo padre, elevados los brazos a Dios como
Moisés, ayudar a nuestro ejército, hasta que gracias a vuestra intercesión el
pueblo cristiano alcance la victoria sobre los enemigos del santo nombre de
Dios, y el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en todo el
mundo". Carlomagno. Epístola 7ª ann. 796; citado en Artola, Textos
fundamentales para la Historia.
[3] "…como en el país de
los griegos no había emperador y estaban bajo el imperio de una mujer, le
pareció al Papa León y a todos los padres que en asamblea se encontraban, así
como a todo el pueblo cristiano, que debían dar el nombre de emperador al rey
de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos los césares habían
tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y Germanía.
Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países bajo su autoridad,
pareció justo, conforme a la solicitud de todo el pueblo cristiano, que llevase
en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud,
sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por
los prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la consagración
del Papa León". Annales Laureshamenses; citado en Joseph Calmette. Textes
et documentes d'histoire.
[4] "Hablaba con abundancia
y facilidad y sabía expresar con claridad lo que deseaba. Su lengua nacional no
le bastó; se aplicó al estudio de las lenguas extranjeras y aprendió tan bien
el latín que se expresaba indistintamente en esta lengua y en la materna. No le
ocurría lo mismo con el griego, que comprendía más que hablaba. Por lo demás,
tenía facilidad de palabra que lindaba casi con la prolijidad. Cultivó
apasionadamente las artes liberales y, lleno de veneración hacia aquellos que
le enseñaban, los colmó de honores. Para el estudio de la gramática siguió las
lecciones del diácono Pedro de Pisa, entonces en su vejez. Para las otras
disciplinas su maestro fue Alcuino, llamado Albius, diácono él también, sajón
originario de Bretaña y el hombre más sabio de entonces. Consagró mucho tiempo
y labor en aprender junto a él la retórica, la dialéctica, y sobre todo, la
astronomía. Aprendió el cálculo y se aplicó con atención y sagacidad en
estudiar el curso de los astros. Ensayó también a escribir y tenía la costumbre
de colocar bajo los almohadones de su cama tablillas y hojas de pergamino a fin
de aprovechar los momentos de descanso para ejercitarse en el trazo de las
letras. Pero se inició en ello demasiado tarde y el resultado fue
mediocre". Eginardo, Vie de Charlemagne; citado en Les classiques de
l'histoire de France.
[5] "…llegado Carlos, los
hermanos se reunieron en Verdún. Allí fue hecho el reparto; Luis recibió todo
el territorio más allá del Rhin, las ciudades de Spira, Worms, Maguncia y sus
pagos. Lotario, el territorio que se encuentra entre el Rhin y el Escalda,
hasta el mar, y del otro lado, por el Cambresis, el Hainaut, los países de
Lomme y de Meziers y los condados vecinos al Mosa hasta la confluencia del
Saona y del Ródano, y el curso del Ródano hasta el mar, con los condados
contiguos. Fuera de estos límites, Lotario obtuvo solamente Arras de la
humanidad de su hermano Carlos. El resto hasta España lo recibió Carlos.
Después de haber hecho los correspondientes juramentos, se separaron".
Annales de Saint Bertin, ann. 842 y ss.; citados en Joseph Calmette.
[6] "…los frecuentes e
infortunados ataques de los normandos… no disminuían en absoluto, y el abad
Hilbodus, de Noirmoutier, había construido en la isla un castillo que les
protegiera contra ese pueblo infiel. Junto con sus hermanos, acudió ante el rey
Pipino y preguntó a su alteza que proyectaba hacer sobre este problema.
Entonces el glorioso rey y los grandes hombres del reino, se celebraba entonces
asamblea general del reino, deliberaron sobre el problema con graciosa
preocupación y se hallaron incapaces de ayudar organizando un asalto vigoroso.
A causa de las extraordinariamente peligrosas mareas, la isla no era siempre fácilmente
accesible para nuestras fuerzas, pero todos sabían que a los normandos les
resultaba fácilmente accesible siempre que el mar estuviera tranquilo. El rey y
los grandes hombres optaron por la decisión que juzgaron más ventajosa. Con el
acuerdo del serenísimo rey Pipino, casi todos los obispos de la provincia de
Aquitania y los abades, condes y otros hombres fieles que estaban presentes y
otros muchos más que se habían enterado de la situación, aconsejaron
unánimemente que el cuerpo del bienaventurado Filiberto fuera sacado de la isla
y no permaneciera más en ella… El número de naves aumenta; la muchedumbre
innumerable de los normandos sigue creciendo; los cristianos son en todas
partes víctimas de sus ataques, pillaje, devastaciones e incendios, cuyas huellas
manifiestas perdurarán mientras dure el mundo. Toman todas las ciudades por las
que cruzan sin que nadie les ofrezca resistencia; toman las de Burdeos,
Périgueux, Limoges, Angulema y Tolosa, Angers, Tours y Orleáns son arrasadas.
Se llevan las cenizas de muchos santos; casi se cumple así la amenaza que
profirió el Señor por boca del profeta: 'desde el norte se desencadenará el mal
sobre todos los habitantes de la tierra' (Jer. 1.14). También nosotros huimos a
un lugar llamado Cunault, en el territorio de Anjou, en la orilla del Loire,
que Carlos, el glorioso rey antes nombrado, nos había dado como refugio, a
causa del inminente peligro, antes de que fuera tomado Angers. Los normandos
atacaron también España, bajaron por el Ródano y devastaron Italia. Mientras se
libraban por todas partes tantas guerras civiles y exteriores, transcurrió el
año de la encarnación de Cristo. Pero nos quedaba alguna esperanza de regresar
a nuestra patria, esperanza que resultó ser ilusoria, y mientras las peripecias
de nuestra huida hicieron que nos hospedáramos en lugares diversos, el cuerpo
de San Filiberto se había quedado en su lugar, como hemos dicho, porque a causa
de los males que nos abrumaban en todas partes no habíamos podido encontrar la
garantía de un asilo seguro…". Ermentaire, en Miracles de Saint Philibert;
citado en Ladero Quesada, Historia Universal de la Edad Media.
[7] "…entonces los daneses
empezaron a construir una plataforma y la colocaron sobre dieciséis ruedas,
¡oh, cosa maravillosa!, era un verdadero monstruo como jamás había conocido.
Tenía tres pisos en un solo bloque, estaba hecha con troncos de gruesas
encinas; en cada piso se colocó un ariete, este estaba cubierto con un elevado
techo. En el espacio interior de las profundidades secretas de sus flancos se
escondían, según se decía, 60 hombres provistos de cascos. Sin embargo, solo
consiguen construir una de estas máquinas con la suficiente amplitud, pues
finalizando una segunda y trabajando en una tercera, una lanza arrojada con
destreza y con la fuerza de una ballesta, mató a la vez a dos de los
constructores; así estos fueron los dos primeros en comprobar la muerte que
ellos preparaban contra nosotros. En consecuencia, heridos mortalmente de un
solo tiro, el cruel golpe los mató. Los daneses arrancaron el cuero del cuello
y espaldas de toros jóvenes y con él construyeron mil escudos, que un autor
latino llama plutos o cratesves, cada uno de ellos podía cubrir de cuatro a
seis hombres… Estos infortunados hombres avanzaban hacia la ciudadela, con las
espaldas curvadas bajo el peso de los arcos y el hierro de las escamas de sus
corazas. Ocultan a nuestros ojos los campos con sus espadas y las aguas del
Sena con sus escudos. Mil balas de plomo fundido no cesaban de volar sobre la
ciudad. En los puentes se entremezclan las torres de vigilancia y las poderosas
catapultas… las campanas de bronce de todas las iglesias tocaban lúgubremente,
llenando el aire con sus siniestros sones… En este momento destacan los nobles
y los héroes; el primero de todos el obispo Gozlin y junto a él Eblo, su
sobrino, el abad favorito de Marte y también Roberto, Eudo, Regnario, Uttón,
Erilango, todos ellos condes, pero el más valiente era Eudo. Murieron tantos
daneses como dardos lanzó. El pueblo cruel combatió y el pueblo fiel se
defendió". Abbon, De bello parisiacae urbis; en Textos comentados del
medioevo.
[8] En la antigüedad, los
romanos acostumbraban ceder tierras en pago de servicios militares. En la Edad
Media, cuando los germanos invadieron el imperio, las tierras quedaron
repartidas entre los conquistadores. Algunas, se mantuvieron libres de toda
obligación, y se llamaron alodios (posesión antigua); pero otras, imponían la
obligación de prestar "determinados servicios" al donante, y se
denominaron beneficios. En el siglo IX, el régimen de beneficio y vasallaje se
hizo general, estimulado por razones políticas y sociales y por el edicto de
Mersen, dictado por Carlos el Calvo en el año 847, que autorizaba a hombres
libres a elegir señor "protector", dentro o fuera del reino. En el
año 877, el edicto de Kiersy reconoció los grandes feudos y declaró
hereditarios los cargos señoriales.
[9] "Qué cosa es feudo, et
ónde tomó este nombre. Et quántas maneras son de él… Feudo es bienfecho que da
el señor al algunt home porque se torna su vasallo, et le face homenatge de
serle leal: et tomó este nombre de fe que debe siempre guardar el vasallo al
señor. Et son dos maneras de feudo: la una es cuando es otorgado sobre villa, o
castiello o otra cosa que sea raíz: et este feudo a tal non puede ser tomado al
vasallo, fueras ende si fallesciere al señor las posturas que con él puso, e
sil feciese algunt yerro tal por que lo debiese perder, así como se muestra
adelante. Et la otra manera es la que dicen feudo de cámara: et este se face
quando el rey pone maravedís a algunt su vasallo cada año de su cámara: et este
feudo atal puede el rey toller cada que quisiere". El feudo según las
partidas de Alfonso X el Sabio; citado en Ladero Quesada, Historia Universal de
la Edad Media.
[10] "Arturo, duque de
Bretaña y Aquitania, conde de Anjou y Maine, a todos aquellos a quienes lleguen
las presentes cartas, salve. Sabed que he prestado homenaje ligio, contra todos
los que puedan vivir o morir, a mi muy querido señor Felipe, ilustre rey de
Francia, por los feudos de Bretaña, Anjou, Maine y Turena, cuando Dios lo
quiera, el rey o yo mismo hayamos adquirido estos bienes, con la excepción de
todas las tenencias que estaban en manos del señor rey y de sus hombres el día
que desafió a Juan, rey de Inglaterra, a causa de las actividades a las que
este se había entregado contra él durante toda la última guerra, debido a lo
cual sitió Boutavant. Este acuerdo se hace… en las condiciones siguientes:
cuando reciba los homenajes de Anjou, Maine y Turena, lo haré bajo reserva de
los convenios establecidos entre él, Felipe, y yo. Si falto a los convenios
hechos entre él y yo, los vasallos y sus feudos pasarán al señor rey y lo
ayudarán contra mí. Además, he hecho homenaje ligio a mi señor rey en lo
concerniente al 'dominio de Poitou', en el caso de que, gracias a Dios, lo
adquiriésemos, él o yo, de alguna manera. Los barones de Poitou que han tomado
partido por el señor rey, y los otros que acepte, le harán el homenaje ligio
por su tierra contra todos los que puedan vivir o morir. Y, por orden del rey
mismo, me harán homenaje ligio, reservando la fe que le deben. Si el ilustre
rey de Castilla pretende algún derecho sobre esta tierra, se procederá por
juicio del tribunal de nuestro señor el rey de Francia, si este último no puede
restablecer la paz entre el rey de Castilla y yo mismo, de nuestro común
acuerdo. En cuanto a Normandía, será como sigue: nuestro señor el rey de
Francia guardará para sí mientras le plazca los bienes que ya ha adquirido y
los que, con la ayuda de Dios, pueda adquirir; de la tierra de Normandía dará
la que le plazca a sus hombres que han perdido sus tierras por él".
Homenaje de Arturo,
duque de Bretaña, a Felipe Augusto (julio de 1202), Layettes du Trésor des
chartes; citado en Boutruche, Señorío
y feudalismo II: el apogeo. Siglos XI al XII.
[11] "En el nombre de
Cristo. A todos nosotros… place, sin que nadie fuerce nuestro albedrío, sino
por propia voluntad, haceros carta de donación a vos, conde Ramón, hijo del
conde Lope, y, en virtud de ella, os donamos todos nuestros alodios en el pago
de Pallars y villa Baén, tierras, viñas, casas, huertos, árboles, molinos,
aguas, canales: desde Nogaria hasta el lugar que llaman Exdrumunato o la Portella,
desde el bosque de Pentina hasta el oratorio de San Licerio, y por encima de
aquel bosque hasta la fuente llamada de Llano Tavernario… Te donamos, por
tanto, todo lo que se halla dentro de estos términos con integridad completa,
por voluntad expresa nuestra, con el fin de que seáis nuestro señor bueno y
defensor contra todos los hombres de vuestro condado y sea esto manifiesto a
todos, para que desde hoy tengáis potestad. Y si nosotros o cualquier otro
hombre tratara de estorbar el cumplimiento de lo que aquí se acuerda, pague el
duplo y siga en pie el contrato aquí expuesto. Hecha esta carta de donación el
mes de abril, año XXIII del reinado de Carlos emperador". Enmendación con
entrega del patrimonio (ann. 920); citado en de Abadal y de Vinyals, Catalunya
Carolingia III (doc. 132).
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