viernes, 28 de febrero de 2020

La dinastía carolingia. Carlomagno


Con la muerte de Clodoveo, en el año 511, el reino de los francos comenzó a desintegrarse, lo que causó guerras civiles y la decadencia de la monarquía merovingia. Los últimos representantes de esta familia fueron monarcas incapaces, llamados "soberanos holgazanes". Lejos de las tareas de gobierno, delegaron el poder en los llamados "mayordomos de palacio", los que comenzaron siendo encargados de administrar los bienes personales del monarca. Con el tiempo, la designación de estos funcionarios dejó de ser privilegio de los soberanos y estuvo en manos de la aristocracia, que controlaba así el poder. Desde el siglo VII, el puesto pasó a ser hereditario y recayó en la familia de Carlos Martel, de la casa de Heristal, que logró contener el ataque de los musulmanes. A su muerte, sus hijos Carlomán y Pipino heredaron el cargo. Como el primero ingresó en un convento, el segundo comenzó a gobernar en nombre de Childerico III, un monarca que carecía de poder efectivo.
Pipino, llamado el Breve, consultó al Papa si era justo que el título real residiera en manos de quien no gobernaba y, estimulado por la respuesta papal, depuso a Childerico y se hizo reconocer soberano de los francos, lo que marcó el fin de la monarquía merovingia y el advenimiento de la dinastía carolingia. El Papa se trasladó a Francia y consagró a Pipino, otorgándole el derecho a la sucesión hereditaria. Después, solicitó su auxilio para derrotar a los lombardos, recibiendo como legado los territorios del nordeste italiano. El pontífice se transformó así en un soberano con autoridad espiritual y poder temporal.
Pipino falleció en el año 768, y el reino fue heredado por sus hijos Carlos y Carlomán, quien murió al poco tiempo; por lo que Carlos fue reconocido único soberano, con el nombre de Carlomagno.
El reino franco de Carlomagno comprendía casi toda la Francia actual, los Países Bajos y la parte occidental de Alemania. Durante su reinado, batalló para ensanchar las fronteras y para conservar los espacios conquistados. Las principales campañas militares de Carlomagno fueron:
* Contra los lombardos: muerto Pipino el Breve, los lombardos se apoderaron otra vez de los territorios pontificios. Carlomagno logró derrotarlos, restituyendo al papa sus dominios.
* Contra los musulmanes: no obstante la derrota de Poitiers, los árabes continuaron atacando el sur de Francia. Para alejarlos de los Pirineos, Carlomagno emprendió expediciones poco afortunadas; por ejemplo, fue derrotado por los vascos en Roncesvalles. Finalmente, logró someter los territorios españoles entre los Pirineos y el Ebro, creando una comarca fronteriza, denominada marca, con capital en Barcelona[1].
* Contra los sajones: acaso la más dura de las campañas de Carlomagno. Los sajones eran paganos, no aceptaban el cristianismo y durante años ofrecieron resistencia a las expediciones de los francos. Para someterlos, Carlomagno apeló a matanzas y deportaciones en masa. Lograda la sumisión de Sajonia, la incorporó al reino franco y creó las marcas de Suabia, Brandeburgo y Baviera.
Con la derrota de los ávaros, un pueblo pagano emparentado con los hunos, y los eslavos Carlomagno logró dominar por completo la Germania, y ensanchó hacia el oeste las fronteras de Occidente. Para consolidar su conquista, creó una marca en el este, en los actuales territorios austriacos.
Con estas exitosas campañas, las fronteras del reino franco fueron tan extensas como las del imperio romano de Occidente; lo que, junto a la necesidad de consolidar la unidad de los pueblos cristianos, indujo al Papa, en alianza con Carlomagno, a restablecer la unidad imperial[2].
Repuesto en el cargo el santo padre, que había sido destronado por una rebelión, Carlomagno fue coronado, el 25 de diciembre del año 800, emperador por el Papa León, el que se consideró su vasallo en el orden temporal[3].
La coronación de Carlomagno aumentó su prestigio, y le aseguró el predominio sobre todos los príncipes cristianos de Occidente. Impuso una política centralizada, a efectos de mejorar la administración, además de alentar la instrucción pública y difundir el cristianismo.
Para facilitar la administración, dividió su territorio en unas trescientas regiones, a cuyo frente puso a condes, funcionarios con autoridad militar y reglamentaria. Esos condados fueron la base de la organización administrativa.
El gobierno de las marcas estuvo en manos de los marqueses, cuya categoría era superior a la de los condes.
Para vigilar la marcha de la administración y la conducta de los funcionarios, Carlomagno utilizó a los missi dominici, especie de inspectores reales, uno laico y otro religioso. Comunicaban las órdenes del soberano y recibían las denuncias referidas a la conducta de las autoridades. Logró así difundir su autoridad en todo el reino, y concentrar el poder.
Con el objeto de escuchar la opinión de los pueblos de sus dominios, solía reunir dos veces al año asambleas, donde participaban el clero, la nobleza y los hombres libres. Pero la autoridad del soberano era absoluta, pues las reuniones no tenían carácter legislativo, sino consultivo. Fue elaborándose así un derecho que desplazó poco a poco al derecho consuetudinario germano, favoreciendo la unidad del Estado. El conjunto de reglamentos fue designado Capitulares, por estar agrupado en 62 capítulos.
Si bien Carlomagno residía preferentemente en el campo, en los últimos años se estableció en Aquisgrán, ciudad instituida como capital del reino.
Conforme la costumbre germana, la milicia no era permanente, y cada propietario estaba obligado a armarse por cuenta propia. Carlomagno dispuso que los terratenientes debían equipar un soldado por cada tres hectáreas de tierra, al tiempo que todos los hombres libres estaban obligados a integrar el ejército.
Consolidados el orden y la tranquilidad interior, dispuso lo necesario para impulsar la instrucción pública y la recuperación intelectual, por ser grande en aquellos tiempos la decadencia cultural. El soberano creó en su palacio una escuela modelo, denominada palatina, que se erigió en espíritu del renacimiento carolingio. Para difundir la instrucción en todas las clases sociales, estableció la enseñanza gratuita y obligatoria[4].
Carlomagno falleció en el año 814; pero, según la costumbre, antes había repartido el reino entre sus tres hijos. Como Carlos y Pipino fallecieron, Luis asumió el gobierno a la muerte de su padre.
Luis, llamado Ludovico Pío, fue un soberano sin carácter ni condiciones, por lo que sus tres hijos, Lotario, Pipino y Luis, le reclamaron la participación anticipada del reino, a lo que el monarca accedió. El posterior nacimiento de Carlos el Calvo, obligó a efectuar otro posterior reparto, con lo que se repitieron las luchas intestinas.
Cuando Lotario ocupó el trono desconoció, los derechos de Luis y Carlos (Pipino había muerto con anterioridad), y éstos suscribieron un pacto de unión, conocido como Juramento de Estrasburgo, que constituye el documento más antiguo tanto en lengua franca como teutona, por haber sido redactado en ambos idiomas, y derrotaron a Lotario, quien reconoció la derrota en el tratado de Verdún.
Según dicho pacto, Lotario conservó la dignidad soberana y Lotaringia, Carlos recibió Francia y a Luis le correspondió la Germania[5]. Este tratado acabó con la unidad del reino carolingio, el que continuó separándose en gran número de principados:
Luis el Germánico: las tierras de la actual Alemania.
Carlos el Calvo: los territorios coincidentes con la moderna Francia.
Lotario: el sector entre los dominios de sus hermanos, actuales Holanda, Bélgica, parte de Francia y la península itálica.
Como causas del fraccionamiento podemos mencionar:
* La gran extensión territorial y la inexistencia de buenas rutas de comunicación, que atentaron contra la unidad y favorecieron el aislamiento de los diferentes pueblos.
* La estructura administrativa, que careció de solidez; pues a la muerte de Carlomagno, sus funcionarios procuraron erigirse en jefes hereditarios de los territorios confiados a su custodia.
* La inexistencia de tropas permanentes, que impidió a los soberanos defender con éxito las fronteras de sus Estados.
* Los normandos, que a partir del siglo IX comenzaron a asediar y saltear los restos del reino.
Los normandos constituían un pueblo pagano, perteneciente a la raza germana y ocupaban la península de Escandinavia y Dinamarca. Obligados por el aumento de la población y la aspereza de sus tierras, se lanzaron sobre Occidente al mando de caudillos llamados vikingos. Los primeros objetivos de sus ataques fueron las costas de las islas británicas y, al finalizar el siglo IX, se había apoderado de esos territorios. Francia soportó dos siglos los ataques normandos[6], las principales ciudades fueron saqueadas e incluso París conoció el asedio[7].
En el año 911, Carlos el Simple, nieto de Carlos el Calvo, cedió a éstos la región del Sena inferior, que se llamó Normandía. Los normandos adoptaron el cristianismo, al tiempo que asimilaban el idioma y las costumbres de los franceses.
Desde Francia, los normandos continuaron su expansión. Llegaron a España, pero fueron expulsados por los árabes. Luego penetraron en el Mediterráneo, y conquistaron Nápoles y Calabria. En Sicilia desalojaron a los musulmanes, y también se establecieron en Rusia. Descubrieron Islandia y, de acuerdo con algunas crónicas, Groenlandia y las costas de la península del Labrador.

La sociedad feudal y el señorío
La división del imperio de Carlomagno y los ataques normandos, favorecieron la aparición de un nuevo régimen político y social, llamado feudalismo, que predominó en Europa entre los siglos IX y XV.
La ausencia de buenas vías de comunicación y de ejércitos permanentes impidió a los reyes defender las fronteras de sus Estados. Entonces, los ricos propietarios asumieron por su cuenta la protección de sus intereses, para lo cual organizaron fuerzas militares y construyeron recintos fortificados.
Todo eso contribuyó a debilitar la autoridad del rey, al tiempo que aumentaba el poder de los señores locales.
Campesinos y pequeños propietarios, incapaces de organizar sus defensas, se agruparon alrededor de los castillos y solicitaron amparo. Los "castellanos" otorgaban dicha protección, pero exigían la entrega de tierras, la prestación de ayuda militar y el acatamiento de su poder[8]. En recompensa por esos servicios, los señores devolvían las tierras a sus protegidos, quienes las recibían no como propias sino en calidad de feudos[9], es decir, sujetas a las condiciones establecidas en el contrato feudal.
El que daba las tierras se llamaba señor feudal, y el que recibía el feudo era vasallo o servidor. El pacto se formalizaba mediante el homenaje[10], ceremonia en la que el vasallo juraba fidelidad y acatamiento a su señor, al tiempo que le cedía sus propiedades[11]. El señor, transformado en propietario de los bienes del vasallo, se los encomendaba en calidad de feudos y le concedía la investidura, devolviéndole el símbolo recibido.

[1] "…y ciertamente Carlomán, después de haber gobernado conjuntamente el reino durante dos años, falleció de enfermedad; entonces Carlos, hermano del difunto, fue reconocido rey con el consentimiento de todos los francos… De todas las guerras que hizo, la primera fue la de Aquitania, empezada pero no terminada por su padre, el cual él creía que podría terminar con rapidez. La inició en vida de su hermano a quien solicitó ayuda. Y aunque este no le prestara el auxilio prometido prosiguió la expedición iniciada vigorosamente, rehusó desistir de lo comenzado o retirarse de la empresa iniciada antes que con perseverancia y continuidad consiguiera llevarla a buen fin. Hunoldo, que después de la muerte de Waïfre había intentado ocupar la Aquitania y reemprender la guerra ya así acabada, fue obligado a dejar la Aquitania y dirigirse a Gascuña. Arreglados los asuntos de Aquitania y acabada esta guerra, habiendo abandonado este mundo aquel que con él compartía el reino, a ruegos y preces de Adriano, obispo de la ciudad de Roma, emprendió una guerra contra los lombardos; la cual ya antes su padre, a ruegos del Papa Esteban, había emprendido con gran dificultad, puesto que algunos de los principales jefes francos, a los que acostumbraba a consultar, se habían opuesto resueltamente a su proyecto… Sin embargo tuvo lugar la expedición contra el rey Astolfo y se terminó rápidamente. Pero, aunque parece que su guerra y la de su padre empezaron por una causa similar o mejor por la misma causa, sin embargo no fueron comparables ni el esfuerzo realizado ni el fin conseguido. Puesto que Pipino, después de haber sitiado unos pocos días al rey Astolfo en Ticenum, le obligó a entregar rehenes, restituir a los romanos las fortalezas y castillos arrebatados y jurar que no intentaría recobrar lo que entregaba; Carlos, por su parte, después de haber empezado la guerra, no cejó hasta que el rey Desiderio, agotado por tan largo asedio, se rindió, hasta que su hijo Adalgiso, en el que todos habían puesto sus esperanzas, no solo fue obligado a abandonar el reino sino también Italia, hasta que todas las cosas arrebatadas a los romanos les fueron restituidas, hasta que toda Italia estuvo subyugada bajo su autoridad y hasta que hubo establecido en ella a su hijo Pipino como rey… Después que terminó esta guerra se reemprendió la de los sajones, que parecía como interrumpida. Ninguna fue más larga, ninguna más atroz y más costosa para el pueblo franco, puesto que los sajones, como casi todos los pueblos que vivían en Germanía, eran feroces por naturaleza… Mientras se combatía asiduamente y casi sin parar contra los sajones… marchó a Hispania con todas las fuerzas disponibles; y salvados los Pirineos, recibida la sumisión de todas las fortalezas y castillos que encontró, regresó con el ejército salvo e incólume, con la particularidad de que en la misma cima de los Pirineos, en el retorno, tuvo la ocasión de experimentar un poco la perfidia de los wascones. Puesto que cuando el ejército marchaba extendido en larga fila, tal y como lo exigían las angosturas del lugar, los wascones emboscados en el vértice de la montaña… descolgándose de lo alto empujaron al barranco al bagaje que cerraba la marcha y a las tropas que, yendo en retaguardia, cubrían la marcha de las precedentes, y, entablada la batalla con los nuestros, mataron hasta el último hombre… En esta empresa ayudó a los wascones no solo la ligereza de su armamento sino también la configuración del lugar en que la suerte se decidía; por el contrario a los francos, tanto la pesadez de su armamento como el estar en un lugar más bajo les hizo a todas luces inferiores a los wascones. En este combate perecieron el senescal Egiardo, el conde de palacio Anselmo y Roldán, prefecto de la marca de Bretaña, entre otros muchos. Y este fracaso no pudo ser vengado de inmediato, porque el enemigo, realizado el hecho, se dispersó de tal manera que ni siquiera quedó rastro del lugar donde podía encontrarse…". Eginardo, Vie de Charlemagne; citado en Les classiques de l'histoire de France.
[2] "Lo nuestro es según el auxilio de la divina piedad, defender por fuerza con las armas y en todas partes la santa Iglesia de Cristo de los ataques de los paganos y de la devastación de los infieles, y fortificarla dentro con el conocimiento de la fe católica. Lo vuestro es, santísimo padre, elevados los brazos a Dios como Moisés, ayudar a nuestro ejército, hasta que gracias a vuestra intercesión el pueblo cristiano alcance la victoria sobre los enemigos del santo nombre de Dios, y el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en todo el mundo". Carlomagno. Epístola 7ª ann. 796; citado en Artola, Textos fundamentales para la Historia.
[3] "…como en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el imperio de una mujer, le pareció al Papa León y a todos los padres que en asamblea se encontraban, así como a todo el pueblo cristiano, que debían dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos los césares habían tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y Germanía. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países bajo su autoridad, pareció justo, conforme a la solicitud de todo el pueblo cristiano, que llevase en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud, sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por los prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la consagración del Papa León". Annales Laureshamenses; citado en Joseph Calmette. Textes et documentes d'histoire.
[4] "Hablaba con abundancia y facilidad y sabía expresar con claridad lo que deseaba. Su lengua nacional no le bastó; se aplicó al estudio de las lenguas extranjeras y aprendió tan bien el latín que se expresaba indistintamente en esta lengua y en la materna. No le ocurría lo mismo con el griego, que comprendía más que hablaba. Por lo demás, tenía facilidad de palabra que lindaba casi con la prolijidad. Cultivó apasionadamente las artes liberales y, lleno de veneración hacia aquellos que le enseñaban, los colmó de honores. Para el estudio de la gramática siguió las lecciones del diácono Pedro de Pisa, entonces en su vejez. Para las otras disciplinas su maestro fue Alcuino, llamado Albius, diácono él también, sajón originario de Bretaña y el hombre más sabio de entonces. Consagró mucho tiempo y labor en aprender junto a él la retórica, la dialéctica, y sobre todo, la astronomía. Aprendió el cálculo y se aplicó con atención y sagacidad en estudiar el curso de los astros. Ensayó también a escribir y tenía la costumbre de colocar bajo los almohadones de su cama tablillas y hojas de pergamino a fin de aprovechar los momentos de descanso para ejercitarse en el trazo de las letras. Pero se inició en ello demasiado tarde y el resultado fue mediocre". Eginardo, Vie de Charlemagne; citado en Les classiques de l'histoire de France.
[5] "…llegado Carlos, los hermanos se reunieron en Verdún. Allí fue hecho el reparto; Luis recibió todo el territorio más allá del Rhin, las ciudades de Spira, Worms, Maguncia y sus pagos. Lotario, el territorio que se encuentra entre el Rhin y el Escalda, hasta el mar, y del otro lado, por el Cambresis, el Hainaut, los países de Lomme y de Meziers y los condados vecinos al Mosa hasta la confluencia del Saona y del Ródano, y el curso del Ródano hasta el mar, con los condados contiguos. Fuera de estos límites, Lotario obtuvo solamente Arras de la humanidad de su hermano Carlos. El resto hasta España lo recibió Carlos. Después de haber hecho los correspondientes juramentos, se separaron". Annales de Saint Bertin, ann. 842 y ss.; citados en Joseph Calmette.
[6] "…los frecuentes e infortunados ataques de los normandos… no disminuían en absoluto, y el abad Hilbodus, de Noirmoutier, había construido en la isla un castillo que les protegiera contra ese pueblo infiel. Junto con sus hermanos, acudió ante el rey Pipino y preguntó a su alteza que proyectaba hacer sobre este problema. Entonces el glorioso rey y los grandes hombres del reino, se celebraba entonces asamblea general del reino, deliberaron sobre el problema con graciosa preocupación y se hallaron incapaces de ayudar organizando un asalto vigoroso. A causa de las extraordinariamente peligrosas mareas, la isla no era siempre fácilmente accesible para nuestras fuerzas, pero todos sabían que a los normandos les resultaba fácilmente accesible siempre que el mar estuviera tranquilo. El rey y los grandes hombres optaron por la decisión que juzgaron más ventajosa. Con el acuerdo del serenísimo rey Pipino, casi todos los obispos de la provincia de Aquitania y los abades, condes y otros hombres fieles que estaban presentes y otros muchos más que se habían enterado de la situación, aconsejaron unánimemente que el cuerpo del bienaventurado Filiberto fuera sacado de la isla y no permaneciera más en ella… El número de naves aumenta; la muchedumbre innumerable de los normandos sigue creciendo; los cristianos son en todas partes víctimas de sus ataques, pillaje, devastaciones e incendios, cuyas huellas manifiestas perdurarán mientras dure el mundo. Toman todas las ciudades por las que cruzan sin que nadie les ofrezca resistencia; toman las de Burdeos, Périgueux, Limoges, Angulema y Tolosa, Angers, Tours y Orleáns son arrasadas. Se llevan las cenizas de muchos santos; casi se cumple así la amenaza que profirió el Señor por boca del profeta: 'desde el norte se desencadenará el mal sobre todos los habitantes de la tierra' (Jer. 1.14). También nosotros huimos a un lugar llamado Cunault, en el territorio de Anjou, en la orilla del Loire, que Carlos, el glorioso rey antes nombrado, nos había dado como refugio, a causa del inminente peligro, antes de que fuera tomado Angers. Los normandos atacaron también España, bajaron por el Ródano y devastaron Italia. Mientras se libraban por todas partes tantas guerras civiles y exteriores, transcurrió el año de la encarnación de Cristo. Pero nos quedaba alguna esperanza de regresar a nuestra patria, esperanza que resultó ser ilusoria, y mientras las peripecias de nuestra huida hicieron que nos hospedáramos en lugares diversos, el cuerpo de San Filiberto se había quedado en su lugar, como hemos dicho, porque a causa de los males que nos abrumaban en todas partes no habíamos podido encontrar la garantía de un asilo seguro…". Ermentaire, en Miracles de Saint Philibert; citado en Ladero Quesada, Historia Universal de la Edad Media.
[7] "…entonces los daneses empezaron a construir una plataforma y la colocaron sobre dieciséis ruedas, ¡oh, cosa maravillosa!, era un verdadero monstruo como jamás había conocido. Tenía tres pisos en un solo bloque, estaba hecha con troncos de gruesas encinas; en cada piso se colocó un ariete, este estaba cubierto con un elevado techo. En el espacio interior de las profundidades secretas de sus flancos se escondían, según se decía, 60 hombres provistos de cascos. Sin embargo, solo consiguen construir una de estas máquinas con la suficiente amplitud, pues finalizando una segunda y trabajando en una tercera, una lanza arrojada con destreza y con la fuerza de una ballesta, mató a la vez a dos de los constructores; así estos fueron los dos primeros en comprobar la muerte que ellos preparaban contra nosotros. En consecuencia, heridos mortalmente de un solo tiro, el cruel golpe los mató. Los daneses arrancaron el cuero del cuello y espaldas de toros jóvenes y con él construyeron mil escudos, que un autor latino llama plutos o cratesves, cada uno de ellos podía cubrir de cuatro a seis hombres… Estos infortunados hombres avanzaban hacia la ciudadela, con las espaldas curvadas bajo el peso de los arcos y el hierro de las escamas de sus corazas. Ocultan a nuestros ojos los campos con sus espadas y las aguas del Sena con sus escudos. Mil balas de plomo fundido no cesaban de volar sobre la ciudad. En los puentes se entremezclan las torres de vigilancia y las poderosas catapultas… las campanas de bronce de todas las iglesias tocaban lúgubremente, llenando el aire con sus siniestros sones… En este momento destacan los nobles y los héroes; el primero de todos el obispo Gozlin y junto a él Eblo, su sobrino, el abad favorito de Marte y también Roberto, Eudo, Regnario, Uttón, Erilango, todos ellos condes, pero el más valiente era Eudo. Murieron tantos daneses como dardos lanzó. El pueblo cruel combatió y el pueblo fiel se defendió". Abbon, De bello parisiacae urbis; en Textos comentados del medioevo.
[8] En la antigüedad, los romanos acostumbraban ceder tierras en pago de servicios militares. En la Edad Media, cuando los germanos invadieron el imperio, las tierras quedaron repartidas entre los conquistadores. Algunas, se mantuvieron libres de toda obligación, y se llamaron alodios (posesión antigua); pero otras, imponían la obligación de prestar "determinados servicios" al donante, y se denominaron beneficios. En el siglo IX, el régimen de beneficio y vasallaje se hizo general, estimulado por razones políticas y sociales y por el edicto de Mersen, dictado por Carlos el Calvo en el año 847, que autorizaba a hombres libres a elegir señor "protector", dentro o fuera del reino. En el año 877, el edicto de Kiersy reconoció los grandes feudos y declaró hereditarios los cargos señoriales.
[9] "Qué cosa es feudo, et ónde tomó este nombre. Et quántas maneras son de él… Feudo es bienfecho que da el señor al algunt home porque se torna su vasallo, et le face homenatge de serle leal: et tomó este nombre de fe que debe siempre guardar el vasallo al señor. Et son dos maneras de feudo: la una es cuando es otorgado sobre villa, o castiello o otra cosa que sea raíz: et este feudo a tal non puede ser tomado al vasallo, fueras ende si fallesciere al señor las posturas que con él puso, e sil feciese algunt yerro tal por que lo debiese perder, así como se muestra adelante. Et la otra manera es la que dicen feudo de cámara: et este se face quando el rey pone maravedís a algunt su vasallo cada año de su cámara: et este feudo atal puede el rey toller cada que quisiere". El feudo según las partidas de Alfonso X el Sabio; citado en Ladero Quesada, Historia Universal de la Edad Media.
[10] "Arturo, duque de Bretaña y Aquitania, conde de Anjou y Maine, a todos aquellos a quienes lleguen las presentes cartas, salve. Sabed que he prestado homenaje ligio, contra todos los que puedan vivir o morir, a mi muy querido señor Felipe, ilustre rey de Francia, por los feudos de Bretaña, Anjou, Maine y Turena, cuando Dios lo quiera, el rey o yo mismo hayamos adquirido estos bienes, con la excepción de todas las tenencias que estaban en manos del señor rey y de sus hombres el día que desafió a Juan, rey de Inglaterra, a causa de las actividades a las que este se había entregado contra él durante toda la última guerra, debido a lo cual sitió Boutavant. Este acuerdo se hace… en las condiciones siguientes: cuando reciba los homenajes de Anjou, Maine y Turena, lo haré bajo reserva de los convenios establecidos entre él, Felipe, y yo. Si falto a los convenios hechos entre él y yo, los vasallos y sus feudos pasarán al señor rey y lo ayudarán contra mí. Además, he hecho homenaje ligio a mi señor rey en lo concerniente al 'dominio de Poitou', en el caso de que, gracias a Dios, lo adquiriésemos, él o yo, de alguna manera. Los barones de Poitou que han tomado partido por el señor rey, y los otros que acepte, le harán el homenaje ligio por su tierra contra todos los que puedan vivir o morir. Y, por orden del rey mismo, me harán homenaje ligio, reservando la fe que le deben. Si el ilustre rey de Castilla pretende algún derecho sobre esta tierra, se procederá por juicio del tribunal de nuestro señor el rey de Francia, si este último no puede restablecer la paz entre el rey de Castilla y yo mismo, de nuestro común acuerdo. En cuanto a Normandía, será como sigue: nuestro señor el rey de Francia guardará para sí mientras le plazca los bienes que ya ha adquirido y los que, con la ayuda de Dios, pueda adquirir; de la tierra de Normandía dará la que le plazca a sus hombres que han perdido sus tierras por él". Homenaje de Arturo, duque de Bretaña, a Felipe Augusto (julio de 1202), Layettes du Trésor des chartes; citado en Boutruche, Señorío y feudalismo II: el apogeo. Siglos XI al XII.
[11] "En el nombre de Cristo. A todos nosotros… place, sin que nadie fuerce nuestro albedrío, sino por propia voluntad, haceros carta de donación a vos, conde Ramón, hijo del conde Lope, y, en virtud de ella, os donamos todos nuestros alodios en el pago de Pallars y villa Baén, tierras, viñas, casas, huertos, árboles, molinos, aguas, canales: desde Nogaria hasta el lugar que llaman Exdrumunato o la Portella, desde el bosque de Pentina hasta el oratorio de San Licerio, y por encima de aquel bosque hasta la fuente llamada de Llano Tavernario… Te donamos, por tanto, todo lo que se halla dentro de estos términos con integridad completa, por voluntad expresa nuestra, con el fin de que seáis nuestro señor bueno y defensor contra todos los hombres de vuestro condado y sea esto manifiesto a todos, para que desde hoy tengáis potestad. Y si nosotros o cualquier otro hombre tratara de estorbar el cumplimiento de lo que aquí se acuerda, pague el duplo y siga en pie el contrato aquí expuesto. Hecha esta carta de donación el mes de abril, año XXIII del reinado de Carlos emperador". Enmendación con entrega del patrimonio (ann. 920); citado en de Abadal y de Vinyals, Catalunya Carolingia III (doc. 132).

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