1.
El problema
De acuerdo con estimaciones
relativas de 1970, "cerca del 50 por ciento de los alumnos de las escuelas
primarias desertaban en condiciones de semianalfabetismo o de analfabetismo
potencial en la mayoría de los países de América Latina". Esto, sin tener
en cuenta el conjunto de niños en edad escolar que ni siquiera tienen acceso a
la escuela y que, por consiguiente, ya se encuentran "a priori"
marginados de ella.
El simple dato
arriba indicado arroja de inmediato frente a nosotros la realidad de la
marginalidad en relación con el fenómeno de la escolarización. ¿Cómo
interpretar ese dato? ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo se ubican las teorías educativas
frente a esa situación?
A grandes rasgos
podemos decir que, en lo que respecta a la cuestión de la marginalidad, las
teorías educacionales pueden ser clasificadas en dos grupos.
En el primero
tenemos aquellas teorías que entienden que la educación es un instrumento de
igualación social, por lo tanto, de superación de la marginalidad.
En el segundo grupo
están las teorías que entienden que la educación es un instrumento de
discriminación social, luego, un factor de marginación.
Se percibe
fácilmente que ambos grupos explican la cuestión de la marginalidad a partir de
determinada manera de entender las relaciones entre educación y sociedad. Así,
para el primer grupo, la sociedad es concebida como esencialmente armoniosa,
tendiendo a la integración de sus miembros. La marginalidad es, entonces, un
fenómeno accidental que afecta individualmente a un número más o menos grande
de sus miembros, lo que constituye un desvío, una distorsión que no sólo puede
sino que debe ser corregida. La educación aparece allí como un instrumento de
corrección de esas distorsiones. Constituye una fuerza homogeneizadora que
tiene por función reforzar los lazos sociales, promover la cohesión y garantizar
la integración de todos los individuos al cuerpo social. El logro óptimo de su
función coincide, entonces, con la superación del fenómeno de la marginalidad.
En tanto ésta aún existe se deben intensificar los esfuerzos educativos; una
vez superada corresponderá mantener los servicios educativos en un nivel por lo
menos suficiente como para impedir la reaparición del problema de la
marginalidad. Como puede observarse, en lo que respecta a las relaciones entre
educación y sociedad se concibe a la educación con un amplio margen de
autonomía frente a la sociedad. Tanto que le cabe un papel decisivo en la
conformación de la sociedad evitando su disgregación y, aún más que eso, garantizando
la construcción de una sociedad igualitaria.
El segundo grupo de
teorías concibe a la sociedad como esencialmente marcada por la división entre
grupos o clases antagónicos que se relacionan sobre la base de la fuerza
expresada, fundamentalmente, en las condiciones de producción de la vida
material. En ese cuadro, la marginalidad es entendida como un fenómeno
inherente a la propia estructura de la sociedad. Porque el grupo o clase que
detenta mayor fuerza se convierte en dominante apropiándose de los resultados
de la producción social y tendiendo, en consecuencia, a relegar a los demás a
la condición de marginados. En ese contexto la educación es entendida como
totalmente dependiente de la estructura social generadora de marginalidad,
cumpliendo allí la función de reforzar la dominación y legitimar la
marginación. En este sentido, la educación, lejos de ser un instrumento de
superación de la marginalidad, se convierte en un factor de marginación ya que
su forma específica de reproducir la marginalidad social es la producción de
marginalidad cultural y, específicamente, escolar.
Tomando como
criterio de "criticidad" la percepción de los condicionantes
objetivos, denominaré a las teorías del primer grupo "teorías no-críticas"
ya que consideran a la educación como autónoma y buscan comprenderla a partir
de ella misma. Inversamente, las del segundo grupo son críticas dado que se
empeñan en comprender la educación remitiéndola siempre a sus condicionantes
objetivos, o sea, a los determinantes sociales, a la estructura socioeconómica
que condiciona la forma de manifestación del fenómeno educativo. Como entienden
que la función básica de la educación es la reproducción de la sociedad, serán
denominadas, por mí, "teorías crítico-reproductivistas".
2.
Las teorías no-críticas
La
pedagogía tradicional
La constitución de
los llamados "sistemas nacionales de enseñanza" data de principios
del siglo XIX. Su organización se inspiró en el principio según el cual la
educación es el derecho de todos y deber del Estado. El derecho de todos a la
educación derivaba del tipo de sociedad correspondiente a los intereses de la
nueva clase consolidada en el poder: la burguesía. Se trataba de construir una
sociedad democrática, de consolidar la democracia burguesa. Para superar la situación
de opresión, propia del "Antiguo Régimen", y acceder a un tipo de
sociedad fundada en el contrato social celebrado "libremente" entre
los individuos, era necesario vencer la barrera de la ignorancia. Sólo así
sería posible transformar a los súbditos en ciudadanos, esto es, en individuos
libres, esclarecidos, ilustrados. ¿Cómo realizar esa tarea? A través de la
enseñanza. La escuela es erigida en el gran instrumento para convertir a los
súbditos en ciudadanos, "redimiendo a los hombres de su doble pecado
histórico: la ignorancia, miseria moral, y la opresión, miseria política".
En ese cuadro, la
ignorancia es identificada como la causa de la marginalidad. Quien no es
esclarecido es marginado de la nueva sociedad. La escuela surge como un
antídoto contra la ignorancia, un instrumento para resolver el problema de la
marginalidad. Su papel es difundir la instrucción, transmitir los conocimientos
acumulados por la humanidad y lógicamente sistematizados. El maestro será el
artífice de esa gran obra. La escuela se organiza, entonces, como una actividad
centrada en el docente, el cual transmite, siguiendo una graduación lógica, la
herencia cultural a los alumnos. A estos corresponde asimilar los conocimientos
que les son transmitidos.
A la teoría
pedagógica arriba señalada correspondía determinada manera de organizar la
escuela. Como las iniciativas surgían del profesor, lo esencial era contar con
un docente razonablemente bien preparado. Las escuelas eran organizadas en
forma de clases, cada una con un maestro que exponía las lecciones que los
alumnos seguían atentamente y planteaba los ejercicios que los alumnos debían
realizar disciplinadamente.
Al entusiasmo
suscitado en los primeros tiempos por el tipo de escuela descrita en forma
simplificada, siguió progresivamente una creciente decepción. La referida
escuela, más allá de no conseguir realizar su desiderátum de universalización (no
todos ingresaban a ella ni todos los que ingresaban tenían éxito) aún debía
ceder ante el hecho de que no todos los que tenían éxito se ajustaban al tipo
de sociedad que se quería consolidar. Comenzaron, entonces, a crecer las
críticas a esa teoría de la educación y a esa escuela que pasó a ser llamada "escuela
tradicional".
La
pedagogía nueva
Las críticas a la
pedagogía tradicional formuladas a partir de fines del siglo XIX fueron dando
origen a otra teoría de la educación. Esta teoría mantenía la creencia en el
poder de la escuela y en su función de igualación social. Por lo tanto,
quedaban en pie las esperanzas de que se pudiese corregir la distorsión
expresada en el fenómeno de la marginalidad, a través de la escuela. Si la
escuela no venía cumpliendo esa función el hecho se debía a que el tipo de
escuela implantada (la escuela tradicional) era inadecuada. Toma cuerpo,
entonces, un amplio movimiento de reforma cuya expresión más típica fue
conocida bajo el nombre de "escuela nueva". Tal movimiento tiene como
punto de partida la escuela tradicional ya implantada según las directivas
consustanciadas con la teoría de la educación rotulada como pedagogía
tradicional. La pedagogía nueva comienza por efectuar la crítica de la
pedagogía tradicional esbozando una nueva manera de interpretar la educación y
ensayando implantarla, primero a través de experiencias restringidas; después,
defendiendo su generalización en el ámbito de los sistemas escolares.
Según esa nueva
teoría, la marginalidad deja de ser vista predominantemente desde el ángulo de
la ignorancia, esto es, el no dominio de los conocimientos. El marginado ya no
es, propiamente, el ignorante, sino el rechazado. Alguien está integrado no
cuando es ilustrado sino cuando se siente aceptado por el grupo y, a través de
él, por la sociedad en su conjunto. Es interesante notar que algunos de los
principales representantes de la pedagogía nueva se convirtieron a la pedagogía
partir de la preocupación por los "anormales" (ver, por ejemplo,
Decroly y Montessori). A partir de las experiencias llevadas a cabo con niños "anormales"
se pretendió generalizar procedimientos pedagógicos para el conjunto del
sistema escolar. Se nota, entonces, una especie de bio-psicologización de la
sociedad, de la educación y de la escuela. Al concepto de "anormalidad
biológica" construida a partir de la constatación de deficiencias
neurofisiológicas se asocia el concepto de "anormalidad psíquica"
detectada a través de los test de inteligencia, de personalidad, etc., que
comienzan a multiplicarse. Se forja, entonces, una pedagogía que aboga por un
tratamiento diferencial a partir del "descubrimiento" de las diferencias
individuales. Es un "gran descubrimiento": los hombres son
esencialmente diferentes; no se repiten; cada individuo es único. Por lo tanto,
la marginalidad no puede ser explicada por las diferencias entre los hombres,
cualesquiera que ellas sean: no sólo diferencias de color, de raza, de credo o
de clase, lo que ya era defendido por la pedagogía tradicional; sino también
diferencias en el dominio del conocimiento, en la participación en el saber, en
el desempeño cognitivo. Marginados son los "anormales", esto es, los
desajustados y los desadaptados de todos los matices. Pero la "anormalidad"
no es algo negativo en sí, es simplemente una diferencia. Podemos concluir,
aunque esto suene paradojal, que la anormalidad es un fenómeno normal. No es,
pues, suficiente para caracterizar la marginalidad. Esta está marcada por la
desadaptación o el desajuste, fenómenos asociados al sentimiento de rechazo. La
educación, en tanto factor de igualación social será, pues un instrumento de
corrección de la marginalidad en la medida en que cumpla la función de ajustar,
de adaptar los individuos a la sociedad, inspirando en ellos el sentimiento de
aceptación de los demás y por los demás. La educación será un instrumento de
corrección de la marginalidad en la medida en que contribuya a la constitución
de una sociedad cuyos miembros, no importa las diferencias de cualquier tipo,
se acepten mutuamente y se respeten en su individualidad específica.
Se comprende,
entonces, que esa manera de entender la educación, en comparación con la
pedagogía tradicional desplazó el eje de la cuestión pedagógica, del intelecto
hacia el sentimiento; del aspecto lógico hacia el psicológico; de los
contenidos cognitivos hacia los métodos o procesos pedagógicos; del profesor
hacia el alumno; del esfuerzo hacia el interés; de la disciplina hacia la espontaneidad;
del directivismo hacia el no-directivismo; de la cantidad hacia la calidad; de
una pedagogía de inspiración filosófica centrada en la ciencia de la lógica
hacia una pedagogía de inspiración experimental basada principalmente en las
contribuciones de la biología y de la psicología. En suma, se trata de una
teoría pedagógica que considera que lo importante no es aprender, sino aprender
a aprender.
Para funcionar de
acuerdo con la concepción arriba expuesta, obviamente, la organización escolar
debía pasar por una sensible reformulación. Así, en lugar de clases confiadas a
maestros que dominaban las grandes áreas del conocimiento, capaces de colocar a
los alumnos en contacto con los grandes textos que eran tomados como modelos a
ser imitados y progresivamente asimilados por los alumnos, la escuela debería
agrupar a los alumnos según áreas de interés originados en su actividad libre.
El profesor actuaría como un estimulador y orientador del aprendizaje cuya
iniciativa principal cabría a los propios alumnos. Tal aprendizaje sería una
consecuencia espontánea del ambiente estimulante y de la relación viva que se
establecería entre los alumnos y entre éstos y el maestro. Para ello, cada
maestro tendría que trabajar con pequeños grupos de alumnos, sin lo cual la
relación interpersonal, esencia de la actividad educativa, quedaría
dificultada; y en un ambiente estimulante, dotado de materiales didácticos
ricos, biblioteca de aula, etc. En suma, la fisonomía de las escuelas cambiaría
su aspecto sombrío, disciplinado, silencioso y de paredes opacas, adoptando un
clima alegre, movido, bullicioso y multicolor.
El tipo de escuela
antes descrito no consiguió alterar significativamente el panorama organizativo
de los sistemas escolares. Esto porque entre otras razones, implicaba costos
más elevados que los de la escuela tradicional. La "escuela nueva" se
organizó, básicamente, en forma de escuelas experimentales o como núcleos poco
comunes, muy bien equipados y circunscritos a pequeños grupos de élite.
Mientras tanto, el ideario de la "escuela nueva" que había sido
ampliamente difundido, penetró en las cabezas de los educadores generando
consecuencias también en las amplias redes escolares oficiales organizadas en
forma tradicional. Corresponde señalar que tales consecuencias fueron más
negativas que positivas, ya que, provocando el aflojamiento de la disciplina y
la despreocupación por la transmisión de conocimientos, acabó por rebajar el
nivel de la enseñanza destinada a las capas populares las que, muy
frecuentemente, tienen en la escuela el único medio de acceso al conocimiento
elaborado. Como contrapartida, la "escuela nueva" perfeccionó la
calidad de la enseñanza destinada a las élites.
Se ve, pues, que
paradójicamente, en lugar de resolver el problema de la marginalidad, la "escuela
nueva" lo agravó. En efecto, al enfatizar la "calidad de la enseñanza",
desplazó el eje de preocupación del ámbito político (relativo a la sociedad en
su conjunto) al ámbito técnico-pedagógico (relativo al interior de la escuela)
cumpliendo, al mismo tiempo, una doble función: mantener la expansión de la
escuela dentro de límites soportables por los intereses dominantes y
desarrollar un tipo de enseñanza adecuado a esos intereses. Es a ese fenómeno
que denominé "mecanismo de composición de la hegemonía de la clase
dominante" y que explicité mejor en otro texto.
Cabe señalar que el
papel de la "escuela nueva" antes descrito se manifestó más
claramente en el caso de América Latina. En la mayoría de los países de esta
región los sistemas de enseñanza comenzaron a adquirir fisonomía más nítida en
el siglo actual, cuando la "escuela nueva" estaba ampliamente
extendida en Europa y, fundamentalmente, en los Estados Unidos, influyendo, en
consecuencia sobre el pensamiento pedagógico latinoamericano. La diseminación
de las escuelas efectuada según los moldes tradicionales no dejó de ser, de
alguna forma, perturbada por la propagación del ideario de la pedagogía nueva,
ya que ese ideario, al mismo tiempo que procuraba poner en evidencia las "deficiencias"
de la escuela tradicional, daba fuerza a la idea según la cual es mejor una
buena escuela para pocos que una escuela deficiente para muchos.
La
pedagogía tecnicista
Al finalizar la
primera mitad del siglo actual, la "escuela nueva" presentaba señales
visibles de decadencia. Las esperanzas depositadas en la reforma de la escuela
resultaron frustradas. Un sentimiento de desilusión comenzaba a extenderse por
los medios educacionales. La pedagogía nueva al mismo tiempo que se convertía
en dominante como concepción teórica, a tal punto que se tomó común la
concepción según la cual la pedagogía nueva es portadora de todas las virtudes
y de ningún defecto, mientras que la pedagogía tradicional es portadora de
todos los defectos y de ninguna virtud, en la práctica, se reveló ineficaz
frente a la cuestión de marginalidad. Así por un lado surgían tentativas de
desarrollar una especie de "escuela nueva popular", cuyos ejemplos
más significativos son las pedagogías de Freinet y de Freire; por otro lado, se
radicalizaba la preocupación por los métodos pedagógicos, presente en la "escuela
nueva", desembocando en la ineficiencia instrumental. Se articula aquí una
nueva teoría educacional: la pedagogía tecnicista.
A partir del
presupuesto de neutralidad científica e inspirada en los principios de
racionalidad, eficiencia y productividad, esa pedagogía propone el
reordenamiento del proceso educativo de manera de tornarlo objetivo y
operacional. De modo semejante a lo que ocurrió con el trabajo fabril, se
pretende la objetivación del trabajo pedagógico. En efecto, si en el artesanado
el trabajo se centraba en el sujeto, esto es, los instrumentos de trabajo eran
dispuestos en función del trabajador y éste disponía de ellos según sus deseos,
en la producción fabril esa relación se invierte. Aquí es el trabajador quien
debe adaptarse al proceso de trabajo, ya que este fue objetivado y organizado
en forma parcelada. En esas condiciones, el trabajador ocupa su puesto en la
línea de montaje y ejecuta determinada parte del trabajo necesario para
producir determinados objetos. El producto es, pues, una consecuencia de la
forma en que está organizado el proceso. La unión de las acciones de diferentes
sujetos produce, así, un resultado con el cual ninguno de los sujetos se identifica
y que, por el contrario, les es extraño.
El fenómeno
mencionado nos ayuda a entender la tendencia que se esbozó con el advenimiento
de aquello que llamó "pedagogía tecnicista". Se buscó planificar la
educación de modo de dotarla de una organización racional capaz de minimizar
las interferencias subjetivas que pudieran poner en riesgo su eficiencia. Para
ello, era necesario operacionalizar los objetivos y, por lo menos en ciertos
aspectos, mecanizar el proceso. De ahí la proliferación de propuestas pedagógicas
tales como el enfoque sistemático, la micro-enseñanza, la tele-enseñanza, la
instrucción propaganda, las máquinas de enseñar, etc. De ahí, también, la
parcelación del trabajo pedagógico con especialización en funciones,
postulándose la introducción en el sistema de enseñanza de técnicos de los más
diferentes matices. De ahí, finalmente, la programación del sistema de
enseñanza a partir de esquemas de planeamientos previamente formulados a los
cuales se deben ajustar las diferentes modalidades de disciplinas y prácticas
pedagógicas.
Si en la pedagogía
tradicional la iniciativa correspondía al docente, que era, al mismo tiempo, el
sujeto del proceso, el elemento decisivo y decisorio; si en la pedagogía nueva
la iniciativa se desplaza hacia el alumno, ubicándose el nervio de la acción
educativa en la relación profesor-alumno, por lo tanto, relación interpersonal,
intersubjetiva, en la pedagogía tecnicista el elemento principal pasa a ser la
organización racional de los medios, ocupando profesor y alumno una posición
secundaria, relegados a la condición de ejecutores de un proceso cuya
concepción, planeamiento, coordinación y control quedan a cargo de
especialistas supuestamente habilitados, neutros, objetivos, imparciales. La
organización del proceso se convierte en la garantía de eficiencia, compensando
y corrigiendo las deficiencias del profesor y maximizando los efectos de su
intervención.
Cabe señalar que,
aunque la pedagogía nueva también da gran importancia a los medios, hay, sin
embargo, una diferencia fundamental: mientras en la pedagogía nueva los medios
son dispuestos y están a una disposición de la relación profesor-alumno, es
decir, al servicio de esa relación, en la pedagogía tecnicista la situación se
invierte. Mientras en la pedagogía nueva son los profesores y los alumnos
quienes deciden si utilizan o no determinados medios, así como cuándo y cómo lo
harán, en la tecnología tecnicista se diría que es el proceso el que define lo
que profesores y alumnos deben hacer, así como cuándo y cómo lo harán.
Se comprende
entonces, que para la pedagogía tecnicista la marginalidad no será identificada
con la ignorancia ni será detectada a partir del sentimiento de rechazo. Marginado
será el incompetente (en el sentido técnico de la palabra), o sea, el ineficiente
e improductivo. La educación contribuirá a superar el problema de la
marginalidad en la medida en que forme individuos eficientes, por lo tanto,
capaces de contribuir al aumento de la productividad de la sociedad. Así está
cumpliendo su función de igualación social. En ese contexto teórico, la
igualación social es identificada con el equilibrio del sistema (en el sentido
del enfoque sistemático). La marginalidad, esto es, la ineficiencia y la
improductividad, se constituye en una amenaza contra la estabilidad del
sistema. Como el sistema comporta múltiples funciones, a las cuales
corresponden determinadas ocupaciones; como esas diferentes funciones son
interdependientes, de tal modo que la ineficiencia en el desempeño de una de
ellas afecta a las demás y, en consecuencia, a todo el sistema, cabe a la
educación proporcionar un eficiente entrenamiento para la ejecución de las
múltiples tareas continuamente demandadas por el sistema social. La educación
será concebida, pues, como un subsistema cuyo funcionamiento eficiente es
esencial para el equilibrio del sistema social del que participa. Su base de
sustentación teórica se desplaza hacia la psicología behaviorista, la
ingeniería del comportamiento, la ergonomía, cibernética, que tienen en común
una inspiración filosófica neopositivista y el método funcionalista. Desde el
punto de vista pedagógico se concluye, entonces, que si para la pedagogía
tradicional la cuestión central es aprender y para la pedagogía nueva aprender
a aprender, para la pedagogía tecnicista lo que importa es aprender a hacer.
A la teoría
pedagógica expuesta corresponde una reorganización de las escuelas que pasan
por un creciente proceso de burocratización. Efectivamente, se creía que el
proceso se racionalizaba en la medida en que se actuase planificadamente. Para
ello era necesario bajar instrucciones minuciosas sobre cómo proceder con
vistas a que los diferentes agentes cumpliesen cada cual las tareas específicas
asignadas a cada uno en el amplio espectro en que se fragmenta el acto
pedagógico. El control sería hecho básicamente a través del cumplimiento de
formularios. El magisterio pasó entonces a ser sometido a un pesado y sofocante
ritual, con resultados visiblemente negativos. En verdad, la pedagogía
tecnicista, al intentar transferir a la escuela la forma de funcionamiento del
sistema fabril, perdió de vista la especificidad de la educación, ignorando que
la articulación entre escuela y proceso productivo se da de modo indirecto y a
través de complejas mediaciones. Además, en la práctica educativa, la
orientación tecnicista se cruzó con las condiciones tradicionales predominantes
en las escuelas y con la influencia de la pedagogía nueva que ejerció un
poderoso atractivo sobre los educadores. En esas condiciones, la pedagogía tecnicista
acabó por aumentar el caos en el campo educativo generando tal nivel de
discontinuidad, de heterogeneidad y de fragmentación, que prácticamente impidió
el trabajo pedagógico. Con esto, el problema de la marginalidad sólo tendió a
agravarse: el contenido de la enseñanza se tomó aún más escaso y la relativa
ampliación de oportunidades se tomó irrelevante frente a los altos índices de
deserción y repitencia.
La situación
descrita afectó particularmente a América Latina ya que desvió de las
actividades parte considerable de los recursos, conocidamente escasos,
destinados a la educación. Por otro lado se sabe que buena parte de los
programas internacionales de implantación de tecnología de enseñanza en esos
países tenían detrás otros intereses como, por ejemplo, la venta de artefactos
tecnológicos obsoletos a los países subdesarrollados.
3.
Las teorías crítico-reproductivistas
Como ya señalé, el
primer grupo de teorías concibe a la marginalidad como un desvío, teniendo la
educación por función la corrección de ese desvío. La marginalidad es vista
como un problema social y la educación que dispone de autonomía respecto de la
sociedad, estaría, por esa razón, capacitada para intervenir eficazmente en la
sociedad, transformándola, tornándola mejor, corrigiendo las injusticias; en
definitiva, promoviendo la igualación social. Esas teorías consideran sólo la
acción de la educación sobre la sociedad. Porque desconocen las determinaciones
sociales del fenómeno educativo las denominé "teorías no-críticas".
Inversamente, las teorías del segundo grupo, que pasaré a examinar, son
críticas, dado que postulan la imposibilidad de comprender la educación si no
es a partir de sus condicionantes sociales. Hay, pues, en esas teorías una
percepción cabal de la dependencia de la educación respecto de la sociedad.
Mientras tanto, como el análisis que desarrollan llega, invariablemente, a la
conclusión de que la función propia de la educación es la reproducción de la
sociedad en que ella se inserta, merecen la denominación de "teorías
crítico-reproductivistas". Tales teorías cuentan con un razonable número
de representantes y se manifiesta a través de diferentes versiones. Están, por
ejemplo, los llamados "radicales americanos" cuyos principales
representantes son Bowles y Gintis, que en su libro "La instrucción escolar
en la América capitalista" pueden ser clasificados en este grupo de
teorías. Estos autores consideran que la escuela tenía, en sus orígenes, una
función igualadora. En cambio, actualmente, se torna cada vez más discriminadora
y represiva. Todas las reformas escolares fracasaron, haciendo cada vez más
evidente el papel que la escuela desempeña: reproducir la sociedad de clases y
reforzar el modo de producción capitalista.
Sopesando las
diferentes manifestaciones, considero que, dentro de este grupo, las teorías
que mayor repercusión tuvieron y que alcanzaron un mayor nivel de elaboración
son las siguientes:
Teoría
del sistema de enseñanza como violencia simbólica
Esta teoría está
desarrollada en la obra "La reproducción: elementos para una teoría del
sistema de enseñanza", de Bourdieu y Passeron. La obra está compuesta por
dos libros. En el libro I, "Fundamentos de una teoría de la violencia
simbólica", la teoría es sistematizada en un cuerpo de proposiciones
lógicamente articuladas según un esquema analítico-deductivo. El libro II
expone los resultados de una investigación empírica llevada a cabo por los
autores en el sistema escolar francés, en uno de sus segmentos, la Facultad de
Letras. Como los análisis del libro II pueden ser considerados aplicaciones a
un caso históricamente determinado en los principios generales enunciados en el
libro I, aunque hayan servido, al mismo tiempo, como punto de partida para la
construcción de los principios del libro I, mi exposición se limitará al
contenido del libro I.
El libro I
constituye, más que una sociología de la educación, una socio-lógica de la
educación. Y es así porque no se trata de un análisis de la educación como
hecho social, sino de la explicitación de las condiciones lógicas de
posibilidad de toda y cualquier educación para toda y cualquier sociedad de
toda y cualquier época y lugar. Se trata de una teoría axiomática que se
despliega deductivamente desde los principios universales hacia los enunciados analíticos
de sus consecuencias particulares. Por eso, cada grupo de proposiciones
comienza siempre por un enunciado universal ("Todo poder de violencia
simbólica…", "Toda acción pedagógica…", etc.) y termina en una
aplicación particular, expresada a través de la fórmula "En una formación
social determinada…". Por otro lado, con el fin de preservar la validez
universal de la teoría, los autores tienen el cuidado de utilizar siempre la
expresión "grupos o clases", no refiriéndose jamás, a las clases
solamente; lo que indica que la validez de la teoría no pretende
circunscribirse a las sociedades de clases sino extenderse también a las
sociedades sin clases que, por casualidad, hayan existido o vayan a existir. En
suma, el axioma fundamental (proposición 0), que enuncia la teoría general de
la violencia simbólica, se aplica al sistema de enseñanza definido como una
modalidad específica de violencia simbólica (proposiciones de grado 4) a través
de proposiciones intermedias que tratan, sucesivamente la acción pedagógica
(proposiciones de grado 1), la autoridad pedagógica (proposiciones de grado 2)
y el trabajo pedagógico (proposiciones de grado 3).
¿Por qué violencia
simbólica? Los autores toman como punto de partida que toda y cualquier
sociedad se estructura como un sistema de relaciones de fuerza material entre
grupos o clases. Sobre la base de la fuerza material y bajo su determinación se
erige un sistema de relaciones de fuerza simbólica cuyo papel es reforzar, por
disimulo, las relaciones de fuerza material. Esa es la idea central, contenida
en el axioma fundamental de la teoría. Sí no, veamos su enunciado:
"Todo poder de
violencia simbólica, esto es, todo poder que llega a imponer significados y a
imponerlos como legítimos, disimulando las relaciones de fuerza que están en la
base de su fuerza, añade su propia fuerza, propiamente simbólica, a esas
relaciones de fuerza".
Se ve, entonces,
que el reforzamiento de la violencia material se da por su conversión en el
plano simbólico donde se produce y reproduce el reconocimiento de la dominación
y de su legitimidad por el desconocimiento (disimulación) de su carácter de
violencia explícita. Así, a la violencia material (dominación económica)
ejercida por los grupos o clases dominantes sobre los grupos o clases
dominantes corresponde la violencia simbólica (dominación cultural).
La violencia
simbólica se manifiesta de múltiples formas: la formación de la opinión pública
a través de los medios de comunicación de masas, diarios, etc., la prédica
religiosa; la actividad artística y literaria; la propaganda y la moda; la
educación familiar, etc. En la obra en cuestión, el objetivo de Bourdieu y
Passeron es la acción pedagógica institucionalizada, es decir, el sistema
escolar. De ahí el subtítulo de la obra: "Elementos para una teoría del
sistema de enseñanza". Para ello, partiendo de la teoría general de la
violencia simbólica, buscan explicitar la acción pedagógica como imposición
arbitraria de la cultura (también arbitraria) de los grupos o clases dominantes
sobre los grupos o clases dominados. Esa imposición, para ejercerse, implica
necesariamente la autoridad pedagógica, esto es, un "poder arbitrario de
imposición que, sólo por el hecho de ser desconocido como tal, se encuentra
objetivamente reconocido como autoridad legítima". La referida acción
pedagógica que se ejerce a través de la autoridad pedagógica entendida "como
trabajo de inculcación que debe durar lo suficiente como para producir una
formación durable; es decir, un habitus, como producto de la interiorización de
los principios de arbitrariedad cultural capaz de perpetuarse después del cese
de la acción pedagógica y por eso de perpetuar en las prácticas los principios
del arbitrario interiorizado".
Para comprender el
sistema de enseñanza es de fundamental importancia la distinción entre trabajo
pedagógico primario (educación familiar) y trabajo pedagógico secundario, cuya
forma institucionalizada es el trabajo escolar. Como señalan los autores en el "escolio"
de la proposición 1, "se reservó para su momento lógico (proposiciones de
grado 4) la especificación de las formas y de los efectos de una acción
pedagógica que se ejerce en el marco de una institución escolar; sólo en la
última proposición se encuentra caracterizada expresamente la acción pedagógica
escolar que reproduce la cultura dominante, contribuyendo de ese modo a
reproducir la estructura de las relaciones de fuerza, en una formación social
en que el sistema de enseñanza dominante tiende a asegurarse el monopolio de la
violencia simbólica legítima". La proposición 4.3 sintetiza de modo
exhaustivo, el conjunto de la teoría del sistema de enseñanza como violencia
simbólica. Vale la pena, entonces, a pesar de su extensión, transcribirla
íntegramente.
"En una
formación social determinada, el sistema de enseñanza dominante puede
constituir el trabajo pedagógico dominante como trabajo escolar sin que los que
lo ejercen ni los que a él se someten dejen de ignorar su dependencia respecto
de las relaciones de fuerza constitutivas de la formación social en que se
ejerce, porque:
i. produce y
reproduce, por los medios propios de la institución, las condiciones necesarias
para el ejercicio de su función interna de inculcación, que son, al mismo
tiempo, las condiciones suficientes para la realización de su función externa
de reproducción de la cultura legítima y de su contribución correlativa a la
producción de las relaciones de fuerza; y porque:
ii. por el sólo
hecho de que existe y subsiste como institución, implica las condiciones
institucionales del desconocimiento de la violencia simbólica que ejerce, o
sea, porque los medios institucionales de los cuales dispone como institución
relativamente autónoma, detentadora del monopolio del ejercicio legítimo de la
violencia simbólica, están predispuestos a servir también, bajo la apariencia
de neutralidad, a los grupos o clases cuyo arbitrario cultural reproduce (dependencia
por la independencia)".
La teoría no deja
margen para las dudas. La función de la educación es la reproducción de las
desigualdades sociales. Por la reproducción cultural, ella contribuye
específicamente a la reproducción social.
¿Cómo interpretar,
en este marco, el fenómeno de la marginalidad?
De acuerdo con esta
teoría, marginados son los grupos o clases dominados. Marginados socialmente porque
no poseen fuerza material (capital económico) y marginados culturalmente porque
no poseen fuerza simbólica (capital cultural). La educación, lejos de ser un
factor de superación de la marginalidad, constituye un elemento reforzador de
ella.
Esta es la función
lógicamente necesaria de la educación. No tiene otra alternativa. Toda
tentativa de utilizarla como instrumento de superación de la marginalidad no es
sólo una ilusión. Es la forma a través de la cual disimula, y por eso cumple
eficazmente, su función de marginación. Todos los esfuerzos, aun los originados
en los grupos o clases dominados, revierten siempre en el reforzamiento de los
intereses dominantes. "Es por la mediación del efecto de dominación de la
acción pedagógica dominante que las diferentes acciones pedagógicas que se
ejercen en los diferentes grupos o clases colaboran objetiva e indirectamente
en la dominación de las clases dominantes (inculcación por las acciones
pedagógicas dominadas de los conocimientos o actitudes cuyo valor ha sido
definido por la acción pedagógica dominante en el mercado económico o
simbólico)". Snyders resumió su crítica a esta teoría en la frase
siguiente: "Bourdieu-Passeron o la lucha de clases imposible".
Teoría
de la escuela como aparato ideológico del Estado
Al analizar la
reproducción de las condiciones de producción, que implica la reproducción de
las fuerzas productivas y de las relaciones de producción existentes, Althusser
distingue en el Estado, los aparatos represivos del Estado (gobierno,
administración, ejército, policía, tribunales, prisiones, etc.) y los aparatos
ideológicos del Estado que enumera, provisoriamente, de la siguiente forma:
"- El aparato
ideológico del Estado religioso: sistema de las diferentes iglesias.
- El aparato
ideológico del Estado escolar: sistema de las diferentes escuelas públicas y
particulares.
- El aparato
ideológico del Estado familiar.
- El aparato
ideológico del Estado jurídico.
- El aparato
ideológico del Estado político: sistema político del que forman parte los
diferentes partidos.
- El aparato
ideológico del Estado sindical.
- El aparato
ideológico del Estado de la información: prensa, radio-televisión, etc.
- El aparato
ideológico del Estado cultural: literatura, bellas artes, deportes, etc.".
La distinción entre
ambos se basa en el hecho de que el aparato represivo del Estado funciona
masivamente por la violencia y, secundariamente por la ideología, mientras que
inversamente, los aparatos ideológicos del Estado funcionan masivamente por la
ideología y secundariamente por la represión. El concepto de "aparato
ideológico del Estado" deriva de la tesis según la cual "la ideología
tiene una existencia material". Esto significa decir que la ideología
existe siempre arraigada en prácticas materiales reguladas por rituales
materiales definidos por instituciones materiales. En suma, la ideología se
materializa en aparatos: los aparatos ideológicos del Estado.
A partir de esos
instrumentos conceptuales, Althusser propone la tesis según la cual "el
aparato ideológico del Estado que fue ubicado en posición dominante en las
formaciones capitalistas maduras, después de una violenta lucha de clases
política e ideológica contra el antiguo aparato ideológico del Estado
dominante, es el aparato ideológico escolar".
Como aparato
ideológico del Estado dominante la escuela constituye el instrumento más
acabado de reproducción de las relaciones de producción de tipo capitalista.
Para esto atrae a los niños de todas las clases sociales y les inculca durante
años de audiencia obligatoria "saberes prácticos" envueltos en la
ideología dominante. Una gran parte (obreros y campesinos) cumple la
escolaridad básica y es introducida en el proceso productivo. Otros avanzan en
el proceso de escolarización pero acaban por interrumpirlo pasando a integrar
los cuadros medios, los "pequeños burgueses de todo tipo". Una
pequeña parte alcanza el vértice de la pirámide escolar. Estos van a ocupar los
puestos propios de los "agentes de la explotación" (en el sistema
productivo), de los "agentes de la represión" (en los aparatos
represivos del Estado) y de los "profesionales de la ideología" (en
los aparatos ideológicos del Estado). En todos los casos, se trata de
reproducir las relaciones de explotación capitalista. En palabras de Althusser:
"es a través del aprendizaje de algunos saberes prácticos envueltos en la
inculcación masiva de la ideología de la clase dominante, que son, en gran parte,
reproducidas las relaciones de producción de una formación social capitalista,
es decir, las relaciones de los explotados con los explotadores y de los explotadores
con los explotados".
¿Cómo se ubica en
este contexto, el problema de la marginalidad? El fenómeno de la marginación se
inscribe en el propio seno de las relaciones de producción capitalista que se
basan en la expropiación de los trabajadores por los capitalistas. Marginada
es, pues, la clase trabajadora. El aparato ideológico del Estado escolar, en
lugar de ser un instrumento de igualación social constituye un mecanismo
construido por la burguesía para garantizar y perpetuar sus intereses. Si las
teorías del primer grupo (que por eso bien merecen ser llamadas no-críticas)
desconocen las determinaciones objetivas e imaginan que la escuela puede
cumplir el papel de correctora de la marginalidad, esto se debe al hecho de que
son teorías ideológicas, es decir, que disimulen, para reproducirlas, las
condiciones de marginalidad en que viven las capas trabajadoras.
A diferencia de
Bourdieu-Passeron, Althusser no niega la lucha de clases. Por el contrario,
llega a afirmar que "los aparatos ideológicos del Estado pueden ser no
sólo blanco sino también el lugar de la lucha de clases y, en muchos casos, de
formas reñidas de la lucha de clases". Mientras tanto, cuando describe el
funcionamiento del aparato ideológico del Estado escolar, la lucha de clases
queda prácticamente diluida, tal es el peso que adquiere allí la dominación
burguesa. Yo diría, entonces, que la lucha de clases resulta en ese caso
heroica pero sin gloria ya que no tiene ningún chance de éxito. El parágrafo,
un tanto extenso, que me permito transcribir, fundamenta esa conclusión:
"Pido
disculpas a los docentes que en condiciones terribles intentan enfrentar a la
ideología, al sistema y a las prácticas en que este los encierra, con las armas
que pueden encontrar en la historia y en el saber que enseñan. En cierta medida
son héroes. Pero son raros, y cuántos, (la mayoría) no tiene ni un vestigio de
duda respecto del 'trabajo' que el sistema (que los sobrepasa y aplasta) los
obliga a hacer, y peor aún, se dedican enteramente y con toda conciencia a la
realización del trabajo (los famosos métodos nuevos). Tienen tan pocas dudas,
que contribuyen, hasta devotamente, a mantener y a alimentar la representación
ideológica de la escuela que se torna hoy 'natural', indispensable, útil y
hasta benéfica para nuestros contemporáneos, como la Iglesia era 'natural',
indispensable y generosa para nuestros antepasados de hace siglos".
Teoría
de la escuela dualista
Esta teoría fue
elaborada por Baudelot y Establet y expuesta en el libro "La escuela
capitalista en Francia". La denomino "teoría de la escuela dualista"
porque los autores se empeñan en mostrar que la escuela, pese a una apariencia
unitaria y unificadora, es una escuela dividida en dos (y solamente dos)
grandes redes, que corresponden a la división de la sociedad capitalista en dos
clases fundamentales: la burguesía y el proletariado.
Los autores
proceden de modo didáctico enunciando, preliminarmente, las tesis básicas que
pasan a demostrar sucesivamente. En la primera parte, después de disipar las "ilusiones
de la unidad de la escuela", formulan seis proposiciones fundamentales que
demuestran a lo largo de la obra:
"1. Existe una
red de escolarización que llamaremos red secundaria superior.
2. Existe una red
de escolarización que llamaremos red primaria profesional.
3. No existe una
tercera red.
4. Estas dos redes
constituyen, por las relaciones que las definen, el aparato escolar
capitalista. Este aparato es un aparato ideológico del Estado capitalista.
5. En tanto tal,
este aparato contribuye, en lo que le cabe a reproducir las relaciones de
producción capitalista, la división de la sociedad en clases, en provecho de la
clase dominante.
6. Es la división
de la sociedad en clases antagónicas lo que explica, en última instancia, no
sólo la existencia de las dos redes, sino también (lo que las define como
tales) los mecanismos de su funcionamiento, sus causas y sus efectos".
A través de
minuciosos análisis estadísticos los autores se empeñan, en demostrar, en la
segunda parte, las tres primeras proposiciones, es decir, la existencia de sólo
dos redes de escolarización: las redes primaria profesional y secundaria
superior. La cuarta proposición es objeto de la tercera y cuarta partes; en la
tercera parte se intenta poner en evidencia que "es la misma ideología la
que es impuesta a todos los alumnos bajo formas necesariamente incompatibles"
y en la cuarta parte se demuestra que la división en dos redes atraviesa el
aparato escolar en su conjunto, desde la escuela primaria, contrariamente a las
apariencias de unidad de la escuela primaria. Más aún, los autores afirman que "es
en la escuela primaria que lo esencial de todo lo concerniente al aparato
escolar capitalista se realiza". Finalmente, la quinta parte está dedicada
a la demostración de las dos últimas proposiciones evidenciando, entonces, que "el
aparato escolar, con sus dos redes opuestas, contribuye a reproducir las
relaciones sociales de producción capitalista".
Es importante
recordar que, en esta teoría, se retoma el concepto de Althusser ("aparato
ideológico del Estado") definiéndose el aparato escolar como "unidad
contradictoria de las dos redes de escolarización". Como aparato
ideológico, la escuela cumple dos funciones básicas: contribuye a la formación
de la fuerza de trabajo y a la inculcación de la ideología burguesa.
Corresponde señalar que no se trata de dos funciones separadas. Por el
mecanismo de las prácticas escolares, la formación de la fuerza de trabajo se
da en el propio proceso de inculcación ideológica. Y aún más: todas las
prácticas escolares, incluidas las que contienen elementos que implican un
saber objetivo (y no podrían dejar de tenerlo ya que sin esto la escuela no
contribuiría a la reproducción de las relaciones de producción) son prácticas
de inculcación ideológica. La escuela es, pues, un aparato ideológico, es
decir, el aspecto ideológico es dominante y comanda el funcionamiento del
aparato escolar en su conjunto. Consecuentemente, la función principal de la
escuela es la inculcación de la ideología burguesa. Esto se da de dos formas
concomitantes: en primer lugar, la inculcación explícita de la ideología
burguesa; en segundo lugar, la represión, el sometimiento y la deformación de
la ideología proletaria.
Se ve, pues, la
especificidad de esta teoría. Admite la existencia de la ideología del
proletariado; pero considera, mientras tanto, que tal ideología tiene origen y
existencia fuera de la escuela, en las masas obreras y en sus organizaciones.
La escuela es un aparato ideológico de la burguesía y al servicio de sus
intereses. El párrafo que se transcribe es extremadamente esclarecedor al
respecto.
"La contradicción
principal existe brutalmente fuera de la escuela bajo la forma de una lucha que
opone la burguesía al proletariado: ella se establece en las formas de
producción que son relaciones de explotación. Como aparato ideológico del
Estado, la escuela es un instrumento de la lucha ideológica de clases del
Estado burgués, donde el Estado burgués persigue objetivos exteriores a la escuela
(ella no es sino un instrumento destinado a tales fines). La lucha ideológica
conducida por el Estado burgués en la escuela enfrento la ideología proletaria
que existe fuera de la escuela en las masas trabajadoras y sus organizaciones.
La ideología proletaria no está físicamente presente en la escuela, sino apenas
bajo la forma de algunos de sus efectos que se presentan como resistencias:
mientras tanto, inclusive por medio de esas resistencias, es enfrentada en el
horizonte por las prácticas de inculcación ideológica burguesa y pequeño
burguesa".
En el marco de la "teoría
de la escuela dualista" el papel de la escuela no es, simplemente, el de
reforzar y legitimar la marginalidad producida socialmente. Considerándose que
el proletariado dispone de una fuerza autónoma y forja en la práctica de la
lucha de clases sus propias organizaciones y su propia ideología, la escuela tiene
por misión impedir el desarrollo de la ideología del proletariado y la lucha
revolucionaria. Ella es organizada por la burguesía, para esto, como un aparato
separado de la producción. Consecuentemente no cabe decir que la escuela
califica de modo diferente el trabajo intelectual y el trabajo manual. Cabe,
sí, decir que califica el trabajo intelectual y descalifica el trabajo manual,
sometiendo al proletariado a la ideología burguesa bajo un disfraz
pequeño-burgués. Así se puede concluir que la escuela es al mismo tiempo un
factor de marginación respecto de la cultura burguesa así como en relación con
la cultura proletaria. Frente a la cultura burguesa, por el hecho de inculcar a
la masa de trabajadores que tiene acceso a la red primaria profesional sólo los
subproductos de la propia cultura burguesa. En relación con la cultura
proletaria, por el hecho de reprimirla, forzando a los trabajadores a presentar
sus condiciones en las categorías de la ideología burguesa. En consecuencia, la
escuela, lejos de ser un instrumento de igualación social es, doblemente, un
factor de dominación, convierte a los trabajadores en marginados, no sólo por
referencia a la cultura burguesa, sino también en relación con el propio
movimiento proletario, buscando arrancar del seno de ese movimiento (colocar al
margen de él) a todos aquellos que ingresan al sistema de enseñanza.
Se puede, entonces,
concluir que si Baudelot y Establet se empeñan en comprender a la escuela en el
marco de la lucha de clases, no la encaran, sin embargo, como teatro y blanco
de la lucha de clases. Entienden que la escuela, como aparato ideológico, es un
instrumento de la burguesía en la lucha ideológica contra el proletariado. La
posibilidad de que la escuela se constituya en instrumento de lucha del proletariado
queda descartada. Una vez que la ideología proletaria adquiere su forma acabada
en el seno de las masas y organizaciones obreras, no se piensa en utilizar a la
escuela como medio de elaborar y difundir la referida ideología. Si el
proletariado se muestra capaz de elaborar, independientemente de la escuela, su
propia ideología de un modo tan consistente como lo hace la burguesía con el
auxilio de la escuela, entonces, la lucha de clases se revela inútil con
referencia al aparato escolar. Por ello Snyders resume su crítica a la teoría
de la escuela dualista con la expresión: "Baudelot-Establet o la lucha de
clases inútil".
Al terminar este
rápido esbozo relativo a las teorías crítico reproductivistas corresponde
señalar que, obviamente, tales teorías no dejaron de ejercer influencia en
América Latina habiendo alimentado, a lo largo de la década del 70, una
razonable cantidad de estudios críticos sobre el sistema de enseñanza. Si tales
estudios tuvieron el mérito de poner en evidencia el compromiso de la educación
con los intereses dominantes también es cierto que contribuyeron a diseminar
entre los educadores un clima de pesimismo y de desánimo que, evidentemente,
sólo podría hacer aún más remoto la posibilidad de articular los sistemas de
enseñanza con los esfuerzos de superación del problema de la marginalidad en
los países de la región.
4.
Hacia una teoría crítica de la educación
El lector habrá
notado que, cuando me referí a las teorías no-críticas, después de exponer
brevemente el contenido de cada una, procuré mostrar la forma de organización y
funcionamiento de la escuela que surge de la propuesta pedagógica orientada por
la teoría. No hice lo mismo en relación con las teorías
crítico-reproductivistas. En realidad, estas teorías no contienen una propuesta
pedagógica. Ellas se proponen, solamente, explicar el mecanismo de
funcionamiento de la escuela tal como está constituida. En otros términos, por
su carácter reproductivista, estas teorías consideran que la escuela no podría
ser diferente de lo que es. Se empeñan, entonces, en mostrar la necesidad
lógica, social e histórica de la escuela existente en la sociedad capitalista,
poniendo en evidencia lo que ella desconoce y enmascara sus determinantes
materiales.
En relación con la
cuestión de la marginalidad arribamos al siguiente resultado en tanto las
teorías no-críticas pretenden, ingenuamente, resolver el problema de la
marginalidad a través de la escuela sin conseguir éxito jamás, las teorías
crítico reproductivistas explican la razón del supuesto fracaso. Según la
concepción crítico-reproductivista el aparente fracaso es, en realidad, el
éxito de la escuela; aquello que se juzga como disfunción es, más bien una
función propia de la escuela. En efecto, siendo un instrumento de reproducción
de las relaciones de producción, la escuela, en la sociedad capitalista,
necesariamente reproduce la dominación y la explotación. De ahí su carácter
segregador y marginador. De ahí su naturaleza selectiva. La impresión que nos
queda es que se pasó de un poder ilusorio a la impotencia. En ambos casos la
Historia es sacrificada. En el primer caso, se sacrifica la Historia a la idea
de una armonía que pretende negar las contradicciones de lo real. En el segundo
caso, la Historia se sacrifica por la reificación de la estructura social en
que las contradicciones quedan aprisionadas.
El problema
permanece abierto. Puede ser replanteado en los siguientes términos: ¿es
posible encarar la escuela como una realidad histórica, susceptible de ser
transformada intencionalmente por la acción humana? Evitemos deslizarnos hacia
una posición idealista y voluntarista. Retengamos de la concepción
crítico-reproductivista la importante lección que se nos aportó: la escuela
está determinada socialmente; la sociedad en que vivimos, basada en el modo de
producción capitalista, está dividida en clases con intereses opuestos, por lo
tanto, la escuela sufre la determinación del conflicto de intereses que
caracteriza a la sociedad. Considerando que la clase dominante no tiene interés
en la transformación histórica de la escuela (ella está empeñada en la
preservación de su dominio y, por esto, sólo accionará mecanismos de adaptación
que eviten la transformación) se sigue que una teoría crítica (que no sea
reproductivista) sólo podrá ser formulada desde el punto de vista de los
intereses dominados. Nuestro problema puede ser enunciado, entonces, de la
siguiente manera: ¿es posible articular la escuela con los intereses dominados?
Desde la perspectiva del tema de este artículo, la cuestión se formula del
siguiente modo: ¿es posible una teoría de la educación que capte críticamente
la escuela como un instrumento capaz de contribuir a la superación del problema
de la marginalidad? (me limito aquí a afirmar la posibilidad de esa teoría ya
que su desarrollo escapa a los objetivos de este artículo).
Una teoría del tipo
antes enunciado se impone la tarea de superar tanto el poder ilusorio que
caracteriza a las teorías no-críticas como a la impotencia derivada de las
teorías crítico-reproductivistas colocando en las manos de los educadores un
arma de lucha capaz de permitirles el ejercicio de un poder real, aunque
limitado.
El camino está
repleto de acechanzas ya que los mecanismos de adaptación accionados
periódicamente a partir de los intereses dominantes pueden ser confundidos con
las ansias de la clase dominada. Para evitar ese riesgo es necesario avanzar en
el sentido de captar la naturaleza específica de la educación, lo que nos
llevará a la comprensión de las complejas mediaciones por las que se da su inserción
contradictoria en la sociedad capitalista. Es en esa dirección que comienza a
desarrollarse un promisorio esfuerzo de elaboración teórica. Creo haber dado,
recientemente, una pequeña contribución en este sentido.
Desde el punto de
vista práctico, se trata de retomar vigorosamente la lucha contra la
selectividad, la discriminación y la disminución de la enseñanza de las capas
populares. Luchar contra la marginalidad a través de la escuela significa
comprometerse en el esfuerzo por garantizar a los trabajadores una enseñanza de
la mejor calidad posible en las condiciones históricas actuales. El papel de
una teoría crítica de la educación es dar sustancia concreta a esa bandera de
lucha de modo de evitar que sea apropiada y articulada con los intereses
dominantes.
5.
Post scriptum
Los lectores
estarán, seguramente, sorprendidos porque a lo largo de un texto dedicado a las
teorías de la educación y el problema de la marginalidad, no apareció ni una
palabra sobre la "teoría de la educación compensatoria". Tal
extrañeza parece procedente ya que, si hay alguna propuesta educativa
íntimamente ligada a la cuestión de la marginalidad, es la llamada educación
compensatoria. En efecto, ¿no es exactamente la situación de marginalidad
vivida por los llamados "niños carenciados" lo que constituye la
razón de ser de la educación compensatoria? ¿No es la educación compensatoria
la estrategia accionada para superar el problema de la marginalidad en la
medida en que se propone nivelar las precondiciones de aprendizaje por la vía
de compensación de las desventajas de los niños carenciados?
Debo decir que no
considero a la educación compensatoria una teoría educacional, sea en el
sentido de una interpretación del fenómeno educativo que acarrea determinada
propuesta pedagógica (como ocurre con las teorías no-críticas), sea en el
sentido de explicitar los mecanismos que rigen la organización y el
funcionamiento de la educación explicando, en consecuencia, sus funciones (como
en el caso de las teorías crítico-reproductivistas), sea, aún en el sentido de
un esfuerzo por resolver, por la vía de la comprensión teórica, la cuestión
práctica de la contribución específica de la educación al proceso de
transformación estructural de la sociedad (como será el caso de una teoría
crítica de la educación).
Desde mi punto de
vista, la educación compensatoria configura una respuesta no-crítica a las
dificultades educacionales puestas en evidencia por las teorías
crítico-reproductivistas. Así, una vez que se acumularon las evidencias de que
el fracaso escolar, incidiendo predominantemente sobre los alumnos socioeconómicamente
desfavorecidos, se debía a factores externos al funcionamiento de la escuela,
se trató, entonces, de actuar sobre esos factores. Educación compensatoria significa,
pues, lo siguiente: la función básica de la educación continúa siendo
interpretada en términos de igualación social. Mientras tanto, para que la
escuela cumpla su función igualadora es necesario compensar las deficiencias
cuya persistencia acaba, sistemáticamente, por neutralizar la eficacia de la
acción pedagógica. No se formula una nueva interpretación de la acción
pedagógica. Esta continúa siendo entendida en términos de la pedagogía
tradicional, de la pedagogía nueva o de la pedagogía tecnicista encaradas de forma
aislada o de forma combinada.
El carácter de
compensación de deficiencias previas al proceso de escolarización nos permite
comprender la estrecha ligazón entre educación compensatoria y pre-escuela.
Allí está por qué la educación compensatoria comprende un conjunto de programas
destinados a compensar deficiencias de diferentes órdenes: de salud y
nutrición, familiares, emotivas, cognitivas, motoras, lingüísticas, etc. Tales
programas acaban colocando bajo la responsabilidad de la educación una serie de
problemas que no son específicamente educacionales, lo que significa, en
verdad, la persistencia de la creencia ingenua en el poder redentor de la
educación en relación con la sociedad. Así, si la educación se reveló incapaz
de redimir a la humanidad a través de la acción pedagógica, no se trata de
reconocer sus límites, sino de ensancharlos: se atribuye entonces a la
educación un conjunto de papeles que, en suma, abarcan las diferentes
modalidades de política social. La consecuencia es la pulverización de
esfuerzos y recursos con resultados prácticamente nulos desde el punto de vista
propiamente educacional.
Estas
constataciones me llevaron a la conclusión de que la propia expresión
"educación compensatoria" coloca el problema en términos invertivos,
o sea, el término que aparece como sustantivo debiera ser el adjetivo y
viceversa. Por lo tanto, si se quiere compensar las carencias que caracterizan
la situación de marginalidad de los niños de las capas populares, es necesario
considerar que hay diferentes modalidades de compensación: compensación
alimentaria, compensación sanitaria, compensación afectiva, compensación
familiar, etc. En este marco, constatada la existencia de deficiencias
específicamente educacionales, cabría hablar no de educación compensatoria (atribuyendo
a la educación la responsabilidad de compensar todo tipo de deficiencia) sino
de compensación educacional. Y aquí queda, finalmente, evidenciada la
no-autonomía teórica de la "educación compensatoria", dado que la
exigencia de tratamiento diferenciado, de respeto por las diferencias
individuales y por los diferentes ritmos de aprendizaje tanto como el énfasis
en la diversificación metodológica y técnica, en el sentido de suplir las
carencias de los educandos, son preocupaciones propias del tipo de teoría
denominada en este texto como "pedagogía nueva".
En el contexto de
América Latina, la tendencia actualmente en curso (frecuentemente reforzada por
el patrocinio de organismos internacionales) de difusión de la educación
compensatoria, con la consecuente valorización de la pre-escuela entendida como
mecanismo de solución al problema del fracaso escolar de niños de las capas
trabajadoras en la enseñanza primaria, debe ser sometida a crítica. En efecto,
tal tendencia termina por configurar una nueva forma de rondar el problema en
lugar de atacarlo de frente. Ejemplo elocuente de este extravío es el caso de
la ciudad de San Pablo donde, después de diez años de merienda escolar, los
índices de fracaso escolar en el pasaje de primero a segundo grado, en lugar de
disminuir, aumentaron en un 6 por ciento.
Es conveniente no
tergiversar. No se trata de negar la importancia de los diferentes programas de
acción compensatoria. Considerarlos programas educativos implica un alejamiento
en lugar de la aproximación que se hace necesaria en dirección a la comprensión
de la naturaleza específica del fenómeno educativo.
Dermeval Saviani
Pontificia Universidad Católica
de San Pablo
Universidad de Campiñas
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