domingo, 23 de febrero de 2020

Esclavitud sin sumisión, emancipación sin libertad


El apoyo de los Estados Unidos a la esclavitud estaba basado en un hecho práctico incontestable. En 1790, el sur producía mil toneladas anuales de algodón. En 1860, la cifra había subido ya a un millón de toneladas. En el mismo período se pasó de 500.000 esclavos a 4 millones. El sistema, perturbado por las rebeliones de esclavos y las conspiraciones, desarrolló en los estados sureños una red de controles, apoyada por las leyes, los tribunales, las fuerzas armadas y el prejuicio racial de los líderes políticos de la nación.
Para acabar con un sistema tan profundamente atrincherado se necesitaba una rebelión de esclavos de proporciones gigantescas o una guerra en toda la regla. De ser una rebelión, podía escapárseles de las manos y ensañarse, más allá del mundo negrero inmediato, con el sistema de enriquecimiento capitalista más formidable del mundo. En el caso de que fuera una guerra, los que la declaraban podrían prever y organizar sus consecuencias. Por eso fue Abraham Lincoln quien liberó a los esclavos, y no John Brown. John Brown fue ahorcado en 1859, con la complicidad federal, por haber intentado hacer, con el uso limitado de la violencia, lo que unos años después haría Lincoln con el uso de la violencia a gran escala: acabar con la esclavitud.
Con la abolición de la esclavitud por orden del gobierno (ciertamente, un gobierno fuertemente presionado a tal fin por los negros, libres y esclavos, y por los abolicionistas blancos) su fin podía orquestarse de tal manera que se pudieran poner límites a la emancipación. La liberación, concedida desde lo alto, sólo llegaría hasta donde lo permitieran los intereses de los grupos dominantes. Si los ardores de la guerra y la retórica de la cruzada la llevaban más allá, podía ser desinflada hasta ocupar una posición más segura. Por lo tanto, mientras el fin de la esclavitud llevó a la reconstrucción de la política y la economía nacionales, no fue una reconstrucción radical, sino segura y, de hecho, económicamente beneficiosa.
El sistema de las haciendas, basado en el cultivo del tabaco en Virginia, Carolina del Norte y Kentucky, y del arroz en Carolina del Sur, se extendió hasta las nuevas y fértiles tierras algodoneras de Georgia, Alabama y Mississippi, y necesitaba más esclavos. Pero la importación de esclavos se ilegalizó en 1808. Por lo tanto, "desde un inicio, la ley no se aplicó", como dice John Hope Franklin. "La larga y desprotegida costa, ciertos mercados y el incentivo de los enormes beneficios eran demasiada tentación para los comerciantes americanos, que cedieron a ella". Estima que antes de la guerra civil se importaron ilegalmente unos 250.000 esclavos.
¿Cómo puede describirse la esclavitud? Quizás resulte imposible para los que no la hayan experimentado. La edición de 1932 del libro más vendido de dos historiadores liberales del norte, veía la esclavitud como una posible "transición necesaria hacia la civilización" del negro. Los economistas y los historiadores estadísticos han intentado evaluar las proporciones de la esclavitud con una estimación de la cantidad de dinero que se gastaba en la comida y el cuidado médico de los esclavos. Pero ¿puede esto describir la situación real de la esclavitud para los seres que la vivían desde dentro? ¿Son tan importantes las condiciones de la esclavitud como su mera existencia?
John Little, un antiguo esclavo, escribió:
"Dicen que los esclavos son felices porque se ríen y hacen bromas. Yo mismo y tres o cuatro de los demás he recibido doscientos azotes en un día, y nos han puesto grilletes en los pies, sin embargo, de noche cantábamos y bailábamos, y divertíamos a los demás con el ruido de nuestras cadenas. ¡Hombres felices debíamos ser! Lo hacíamos para evitar los problemas, y para impedir que nuestros corazones se partieran del todo… ¡eso es una verdad como el Evangelio! Míralo. ¿No debimos ser felices? Sí, lo he hecho yo mismo, he hecho el loco con las cadenas".
Un informe sobre las muertes producidas en una hacienda (guardado ahora en los Archivos de la Universidad de Carolina del Norte) da cuenta de las edades y causas de muerte de todos los que murieron en dicha hacienda entre 1850 y 1855. De los treinta y dos que murieron en ese período, sólo cuatro llegaron a la edad de sesenta, cuatro a la edad de cincuenta, siete a los cuarenta, siete murieron entre los veinte y los cuarenta, y nueve murieron antes de llegar a los cinco.
Pero ¿pueden las estadísticas reflejar lo que significaba que las familias estuvieran divididas, o cuando, por buscar más beneficios, el amo vendía a un esposo o a una esposa, a un hijo o a una hija? En 1858, un esclavo llamado Abream Scriven fue vendido por su amo, y escribió lo siguiente a su esposa: "Envíales un abrazo cariñoso a mi padre y a mi madre y diles adiós de mi parte, y si no nos vemos en este mundo, espero verles en el cielo".
Las revueltas de esclavos en los Estados Unidos no fueron tan frecuentes ni tenían las proporciones de las producidas en las islas del Caribe y en América del Sur. La que probablemente fue la más grande revuelta de esclavos de los Estados Unidos tuvo lugar en Nueva Orleans en 1811. Cuatrocientos o quinientos esclavos se unieron después de un levantamiento en la hacienda de un tal Mayor Andry. Armados con cuchillos de caña, hachas y palos, hirieron a Andry, mataron a su hijo, y empezaron a manifestarse, en un grupo cada vez más grande, de hacienda en hacienda. Les atacaron tropas del ejército estadounidense y de la milicia, murieron sesenta y seis in situ y otros dieciséis fueron fusilados por un pelotón de ejecución.
La conspiración de Denmark Vesey, un negro libre, fue desbaratada antes de que pudiera llevarse a cabo en 1822. El plan era quemar Charleston, Carolina del Sur, que entonces era la sexta ciudad más grande de la nación, e iniciar una revuelta general de esclavos en la zona. Diferentes testigos aseguraron que había miles de negros implicados, de una manera u otra, en el plan. Los negros habían fabricado cerca de 250 cabezas de pica y más de trescientos puñales, según la versión de Herbert Aptheker. Pero el plan fue descubierto y ahorcaron a treinta y cinco negros, incluyendo a Vesey. Se ordenó la quema del informe del juicio, publicado en Charleston, por considerarse demasiado peligroso en el caso de que fuera leído por esclavos.
En el condado de Southampton, Virginia, en el verano de 1831, un esclavo llamado Nat Turner, asegurando que tenía visiones religiosas, reunió a unos setenta esclavos, que fueron de pillaje de hacienda en hacienda, asesinando a por lo menos cincuenta y cinco personas, entre hombres, mujeres y niños. Se les unieron refuerzos, pero cuando se quedaron sin municiones fueron capturados. Turner y unos dieciocho más fueron ahorcados.
Este episodio hizo cundir el pánico en el sur negrero, y acto seguido hubo un esfuerzo concertado para reforzar la seguridad del sistema negrero. Después de eso, Virginia mantuvo una fuerza de 101.000 milicianos, casi el 10 por ciento de su población total. La rebelión, por poco frecuente que fuera, era un temor permanente entre los propietarios de esclavos.
Eugene Genovese, en su estudio sobre la esclavitud, observa un proceso simultáneo de "acomodo y resistencia a la esclavitud". La resistencia incluía el robo de propiedades, sabotajes y huelgas de brazos caídos, el asesinato de los capataces y los amos, la quema de los edificios de las haciendas, y la huida. Sin embargo el acomodo "transpiraba un espíritu crítico y disimulaba las acciones subversivas".
La huida resultaba una salida mucho más realista que la insurrección armada. Durante la década de 1850-60 se escaparon anualmente unos mil esclavos, rumbo al norte, Canadá y México. Miles se evadían durante breves períodos. Y esto, a pesar del terror que sentía el fugitivo. Los perros que se utilizaban en la persecución de los fugitivos "mordían, desgarraban, mutilaban y, si no se les impedía a tiempo, mataban a su presa", dice Genovese.
Harriet Tubman, una chica nacida esclava, con quince años sufrió una herida en la cabeza a manos de un capataz. Ya de mayor se encaminó sola hacia la libertad y luego se convirtió en la más famosa revisora del tren subterráneo. Realizó diecinueve peligrosos viajes, a menudo disfrazada, y escoltó a más de trescientos esclavos hacia la libertad, siempre provista de una pistola. A los fugitivos les decía: "Serás libre o morirás". Así expresaba su filosofía: "Había una o dos cosas a que tenía derecho: la libertad o la muerte, si no podía tener una, tendría la otra, porque ningún hombre me iba a coger con vida…".
Una forma de resistencia era la de no trabajar tanto. Escribió William Edward Burghardt du Bois:
"Como producto tropical con una sensibilidad sensual hacia la belleza del mundo, no era fácil reducirle a ser el caballo de carga mecánico en que se convertía el labriego del norte de Europa… así se le acusaba a menudo de perezoso y se le trataba como a un esclavo cuando en realidad aportaba una renovada valoración de la vida al trabajo manual moderno".
Los casos en que los blancos pobres ayudaban a los esclavos no eran frecuentes, pero sí suficientes como para mostrar la necesidad que había de enfrentar a los dos colectivos. Genovese dice:
"Los negreros… sospechaban que los que no tenían esclavos animarían actitudes de desobediencia e incluso de rebelión en los esclavos, no tanto por simpatizar con ellos sino por el odio que sentían hacia los terratenientes ricos y por la envidia que sentían de sus tierras. A los blancos a veces se les vinculaba con los planes subversivos de los esclavos, y cada incidente renovaba los viejos temores. Esto ayuda a explicar las duras medidas policiales que se tomaban contra los blancos que confraternizaban con los negros".
A su vez, los negros ayudaban a los blancos necesitados. Un fugitivo negro habló de una esclava que recibió cincuenta latigazos por dar comida a un pobre vecino blanco enfermo.
Cuando se construyó el canal Brunswick en Georgia, se separó a los esclavos negros de los trabajadores blancos irlandeses con la excusa de que podían agredirse entre sí. Puede que eso fuera cierto, pero Fanny Kemeble, la famosa actriz, esposa de un terrateniente, escribió en su diario:
"Pero los irlandeses no sólo son dados a las discusiones, a las peleas, a las luchas, a la bebida, y al desprecio del negro… son una gente apasionada, impulsiva, afectuosa y generosa… podría ser que les cogieran cariño a los esclavos, y ustedes pueden imaginarse las consecuencias que ello pudiera acarrear. Indudablemente percibirán que de ninguna manera se les puede permitir trabajar juntos en el canal de Brunswick".
La necesidad que había de controlar a los esclavos llevó a una salida ingeniosa: la de pagar a los blancos pobres (de por sí ya problemáticos durante doscientos años de historia sureña) para que fueran capataces de la fuerza de trabajo negra, y, en consecuencia, los parachoques del odio negro.
Para ejercer el control, los terratenientes también usaron la religión. Respecto a los pastores negros, Genovese opina lo siguiente: "Tenían que hablar un lenguaje lo suficientemente desafiante como para contener a los más lanzados de su rebaño, pero no tan incendiario como para animarles a entablar luchas que no podían ganar, ni tan amenazante como para levantar las iras de los poderes fácticos". Decidía el sentido práctico: "Las comunidades religiosas de los esclavos aconsejaban una estrategia basada en la paciencia, en la aceptación de lo que no se podía evitar, en el esfuerzo permanente por mantener con vida y salud a la comunidad negra".
En un tiempo se pensó que la esclavitud había destruido la familia negra. Pero en las entrevistas realizadas a antiguos esclavos en los años '30 por el Proyecto Federal de Escritores del New Deal para la Biblioteca del Congreso, se reveló una realidad muy diferente. George Rawick lo resume así:
"La comunidad esclava actuaba como un sistema de hermandad extensiva en que los adultos cuidaban a todos los niños y había poca división entre 'mis hijos, que son mi responsabilidad' y 'tus hilos, que son tu responsabilidad'. Todo formaba parte, como veremos, del proceso social del cual nació el orgullo negro, la identidad negra, la cultura negra, la comunidad negra y la rebelión negra en América".
Una serie de viejas cartas e informes descubiertos por el historiador Herbert Gutman muestran la fuerte resistencia de la familia esclava a las presiones de la desintegración. Una mujer escribió a su hijo después de veinte años de separación: "Tengo muchas ganas de verte cuando sea vieja… Ahora, querido hijo, rezo para que vengas a ver a tu vieja y querida mamá. Te quiero Cato… eres mi único hijo".
Y un hombre escribió a su mujer, vendida lejos de él junto a sus hijos: "Envíame un poco de pelo de cada niño en papeles separados, con sus nombres en el papel… Preferiría que me hubiera pasado cualquier cosa antes de verme separado de ti y de los hijos… Laura, te sigo queriendo igual".
Lawrence Levine, también insiste en la fuerza de los negros, incluso en situaciones de esclavitud. Dice que entre los esclavos existe una cultura rica, una mezcla compleja de adaptación y de rebelión, a través de la creatividad de los cuentos y las canciones:
Cultivamos el trigo,
y ellos nos dan el maíz.
Horneamos el pan,
y nos dan el mendrugo.
Cribamos la harina,
y nos dan la cáscara.
Pelamos la carne,
y nos dan la piel.
Y de esta forma
nos van engañando.
Las canciones espirituales solían tener un doble sentido. La canción "Oh Caná, dulce Caná, me dirijo a la tierra de Caná" a menudo significaba que los esclavos tenían la intención de dirigirse al norte, a su Caná. Durante la guerra civil, los esclavos empezaron a componer nuevos espirituales con mensajes más atrevidos: "Antes que ser esclavo, preferiría estar en la tumba, para volver con mi Señor y ser salvado". Y el espiritual "Muchos miles van":
No más migajas de maíz para mí, no más, no más.
No más latigazos del amo para mí, no más, no más.
Mientras los esclavos del sur resistían, los negros libres del norte (había unos 130.000 en 1830 y unos 200.000 en 1850) se movilizaron a favor de la abolición de la esclavitud. En 1829, David Walker, hijo de esclavo pero nacido libre en Carolina del Norte, se mudó a Boston, donde vendía ropa usada. El panfleto que escribió e imprimió, Walker's Appeal, se hizo muy popular y enfureció a los negreros sureños. Georgia ofreció una recompensa de 10.000 dólares al que entregara a Walker con vida, y de 1.000 al que lo matara. Cuando se lee su Appeal (Llamamiento) no es difícil entender las razones que les empujaron a ello.
Dijo que los negros debían luchar por su libertad.
"Que sigan nuestros enemigos con sus carnicerías, pero que llenen su copa de una vez. No hay que intentar ganar nuestra libertad ni nuestro derecho natural… hasta que veamos claro el camino… citando llegue esa hora y te muevas, no tengas miedo ni te desmayes… Dios nos ha dado dos ojos, dos manos, dos pies, y algo de sentido común en nuestras cabezas. Ellos no tienen más derecho a retenernos en la esclavitud que nosotros a ellos… a cada cerdo le llega su hora, y la del americano se está acercando ya".
Un día del verano de 1830, David Walker fue encontrado sin vida en la entrada de su tienda.
Algunos de los nacidos en la esclavitud llevaron a la práctica el deseo incumplido de millones de personas. Frederick Douglass, esclavo, fue enviado a Baltimore para trabajar como criado y trabajador en un astillero. De alguna forma aprendió a leer y a escribir, y, en 1838, a los veintiún años, escapó al norte, donde se convirtió en el negro más famoso de su época, como conferenciante, director de periódico y escritor. En sus memorias recordó los pensamientos que había tenido en su primera infancia sobre su condición:
"¿Por qué soy esclavo? ¿Por qué algunos son esclavos, y otros amos? ¿Hubo alguna vez un tiempo en que esto no era así? ¿Cómo empezó la relación?
Sin embargo, una vez que empecé mis indagaciones, no tardé mucho en descubrir la verdad sobre el tema. No era el color, sino el crimen; no Dios, sino el hombre el que proporcionaba la explicación verídica sobre la existencia de la esclavitud; tampoco tardé en averiguar otra verdad: lo que el hombre puede hacer, el hombre lo puede deshacer.
Recuerdo claramente el hecho de quedar (incluso entonces) muy impresionado con la idea de llegar a ser un hombre libre algún día. Este sentimiento reconfortante era un sueño innato de mi naturaleza humana (una constante amenaza a la esclavitud) que todos los poderes de la esclavitud no podían silenciar ni aplastar".
La ley del esclavo fugitivo, aprobada en 1850, fue una concesión a los estados sureños a cambio de la admisión en la Unión de los territorios mejicanos conquistados en la guerra (especialmente California) como estados libres de esclavitud. La ley facilitaba a los negreros la captura de antiguos esclavos, o simplemente, la captura de negros acusados de huir. Los negros norteños organizaron actos de resistencia a la ley del esclavo fugitivo. Denunciaron al presidente Fillmore por firmarla, y al senador Daniel Webster por apoyarla. Uno de los activistas fue J.W. Loguen, hijo de madre esclava y amo blanco. Había huido hacia la libertad en el caballo de su amo, había ido a la escuela y ahora ejercía de sacerdote en Syracuse, Nueva York. Así habló a una congregación de esa ciudad en 1850:
"Ha llegado la hora de que cambiemos los tonos de sumisión por tonos de desafío, y que digamos al Sr. Fillmore y al Sr. Webster que si quieren introducir esta medida contra nosotros tendrán que enviar sus sabuesos… Yo recibí mi libertad del cielo, y con ella llegó la orden de defender el derecho que tengo a ella… No respeto esta ley (no la temo), ¡no la voy a obedecer! Me coloca fuera de la ley, y yo la declaro ilegal…".
El año siguiente capturaron en Syracuse a un esclavo fugitivo llamado Jerry, y lo juzgaron. Una multitud, armada de palancas y arietes para irrumpir en el juzgado, desafió con armas a los agentes de la ley, y liberaron a Jerry.
Loguen convirtió su casa de Syracuse en una importante estación del ferrocarril subterráneo. Se dice que ayudó a escapar a Canadá a unos 1.500 esclavos. Su memoria de la esclavitud llegó a oídos de su antigua propietaria, y ésta le escribió que si no volvía, tenía que mandarle 1.000 dólares en concepto de compensación. La respuesta que le mandó Loguen fue publicada por el periódico abolicionista, The Liberator:
"Sra. Sarah Loguen… Dice Ud. que tiene ofertas para comprarme y que me venderá si no le envío 1.000 dólares, y acto seguido, casi en la misma frase, dice Ud. "Sabes que te criamos como un hijo más". Mujer, ¿crío sus propios hijos para el mercado? ¿Los crio para los latigazos? ¿Los crio para expulsarlos encadenados? ¡Debería de sentir vergüenza! ¿Todavía no sabe que los derechos humanos son mutuos y recíprocos, y que si Ud. me quita la libertad y la vida, perderá Ud. su propia libertad y su vida? Ante Dios y el firmamento, ¿es que existen leyes para un hombre que no lo sean para otro? Si Ud. o cualquier otro que desea especular con mi cuerpo y mis derechos, quiere saber cómo valoro mis derechos, sólo tiene que venir aquí, y ponerme una mano encima para esclavizarme. Atentamente, etc. J.W. Loguen".
Frederick Douglass sabía que la vergüenza de la esclavitud no sólo era cosa del sur, y que toda la nación era cómplice de la misma. El 4 de julio de 1852, día de la independencia, pronunció un discurso:
"Ciudadanos, amigos. ¿Qué representa para el esclavo americano el cuatro de julio? Respondo, un día que le revela más que ningún otro del año la gran injusticia y la crueldad de que es víctima constante. Para él vuestra celebración es falsa, vuestra tan cacareada libertad una licencia inmunda, vuestra grandeza nacional, una vanidad sin igual, vuestros cantos de alegría están vacíos, desprovistos de corazón, vuestra denuncia de los tiranos, una desfachatez impúdica, vuestros gritos de libertad e igualdad, un hueco sarcasmo, para él vuestros rezos e himnos, vuestros sermones y acciones de gracias, con toda su pompa religiosa y solemnidad son mera ampulosidad, fraude, decepción, impiedad e hipocresía (una delgada cortina para cubrir crímenes que avergonzarían a una nación de salvajes). Actualmente no hay nación en la tierra que peque de prácticas más chocantes y sangrientas que el pueblo de los Estados Unidos".
Diez años después de la rebelión de Nat Turner, en el sur no quedaban vestigios de insurrecciones negras. Pero ese año, 1841, tuvo lugar un incidente que mantuvo en pie la idea de la rebelión. Unos esclavos que eran transportados en un barco, el Creole, se impusieron a la tripulación, mataron a uno de ellos, y navegaron hacia las Antillas británicas (donde se había abolido la esclavitud en 1833). Inglaterra se negó a devolver a los esclavos (en Inglaterra había mucha oposición a la esclavitud en América), y este hecho desembocó en duras intervenciones en el Congreso. Bajo el impulso que le daba al tema el secretario de Estado, Daniel Webster, se pedía la declaración de guerra contra Inglaterra. El periódico Colored People's Press denunció la "posición beligerante" de Webster y, haciendo memoria de la guerra revolucionaria y de la guerra de 1812, escribió:
"Si se declara la guerra, ¿lucharemos en defensa de un gobierno que nos niega el derecho más preciado, el de la ciudadanía?".
Mientras crecía la tensión tanto en el norte como en el sur, los negros se hacían más beligerantes En 1853 Frederick Douglass habló así:
"Déjenme hablarles un poco de la filosofía de las reformas. La historia entera del progreso de la libertad humana muestra que todas las concesiones que se han hecho hasta la fecha a sus augustas exigencias han nacido de la lucha. Si no hay lucha no hay progreso. El poder no concede nada sin una exigencia. Nunca lo ha hecho, y nunca lo hará".
De la constante presencia de la cuestión de la esclavitud en la mente de los negros dan testimonio los niños negros de una escuela privada de Cincinnati, financiada por los negros. Los niños respondían a la pregunta "¿En qué tema piensas más?". Sólo constan cinco respuestas en los informes, y todas tienen que ver con la esclavitud. Un niño de siete años escribió:
"Me da pena pensar que el barco… se hundió con 200 pobres esclavos provenientes de río arriba. ¡Oh, cuánta pena siento al oírlo! Me apena tanto el corazón que podría desmayarme en un minuto".
Los abolicionistas blancos realizaron acciones valientes y pioneras: en las tribunas de conferenciantes, en los periódicos, en el ferrocarril subterráneo. Los abolicionistas negros, con menos publicidad, eran la espina dorsal del movimiento. Antes de que Garrison publicara en 1831 su famoso Liberator en Boston, ya se había celebrado la primera convención nacional de negros, David Walker había escrito ya su Appeal, y había aparecido una revista abolicionista negra llamada Freedom's Journal. De los primeros veinticinco subscriptores de The Liberator, la mayoría eran negros.
Los negros tenían que luchar constantemente contra el racismo inconsciente de los abolicionistas blancos. También tenían que insistir en su propia voz independiente. Douglass escribió para The Liberator, pero en 1847 fundó en Rochester su propio periódico, el North Star, lo que provocó una ruptura con Garrison. En 1854, una conferencia de negros declaró: "…hay que insistir que es nuestra batalla, nadie más puede luchar por nosotros… Nuestras relaciones con el movimiento abolicionista deben cambiar. De hecho ya están cambiando. En vez de depender de él, debemos encabezarlo".
Algunas mujeres negras se enfrentaban a un triple obstáculo: ser abolicionistas en una sociedad negrera; ser negras entre reformistas blancos; y ser mujeres en un movimiento reformista dominado por hombres. Cuando en 1835 Sojourner Truth se levantó para dirigirse al público de Nueva York en la Cuarta Convención Nacional de Derechos de la Mujer, se juntaron los tres factores. En la sala había un público hostil que gritaba, abucheaba y amenazaba. Ella dijo:
"Sé que os resulta un poco extraño ver a una mujer de color que se levanta y se dirige a vosotros para hablaros de cosas, y de los derechos de la mujer. Yo me siento entre vosotros y observo, y de vez en cuando saldré a contaros la hora de la noche que es".
Después de la violenta rebelión de Nat Turner y de la sangrienta represión ejercida en Virginia, el sistema de seguridad sureño se hizo más férreo. Quizá sólo un foráneo podía albergar esperanzas de provocar una rebelión. Efectivamente, fue una persona de estas características, un blanco de una decisión y un coraje formidables. El loco plan de John Brown contemplaba la toma del arsenal federal en Harpers Ferry, Virginia, para luego propagar una revuelta en todo el sur.
Harriet Tubman, con su escaso metro cincuenta de altura, era veterana de múltiples misiones secretas cuya finalidad era escoltar esclavos hacia la libertad. Estaba involucrada en los planes de John Brown, pero al estar enferma, no pudo unirse a él. También Frederick Douglass se había encontrado con Brown. Le expuso su oposición al plan desde el punto de vista de sus probabilidades de éxito, pero admiraba al enfermo de sesenta años, alto, seco y de pelo blanco.
Douglass tenía razón, el plan fracasaría. La milicia local, con la ayuda de cien infantes de marina a las órdenes de Robert E. Lee, rodeó a los rebeldes. A pesar de que sus hombres habían resultado muertos o capturados, John Brown se negó a entregarse y se encerró en un pequeño edificio de ladrillos cerca de la puerta del arsenal. Las tropas derrumbaron la puerta; un teniente de los infantes de marina entró en el edificio y le dio un sablazo. Le interrogaron herido y enfermo. Du Bois, en su libro John Brown, escribió:
"Imagínense la situación: un viejo ensangrentado, medio muerto de las heridas sufridas hacía unas pocas horas, un hombre echado en el suelo frío y sucio, que llevaba cincuenta y cinco tensas horas sin dormir, y casi otras tantas sin comer, con los cadáveres de sus dos hijos casi delante de sus ojos, los cuerpos de sus siete camaradas muertos en sus inmediaciones, y una esposa y familia afligida escuchando en vano, y una causa perdida, el sueño de una vida, yaciendo sin vida en su corazón".
Echado allí, e interrogado por el gobernador de Virginia, Brown dijo: "Harían bien, todos los sureños, en prepararse para una resolución de esta cuestión… De mí se pueden deshacer fácilmente (ahora ya estoy acabado), pero esta cuestión todavía está sin arreglar, este tema de los negros, quiero decir, todavía no está acabado".
Ralph Waldo Emerson, sin ser activista, dijo que la ejecución de John Brown "Convertirá el cadalso en un lugar tan sagrado como la cruz".
De los veintidós hombres de la fuerza de choque dirigida por John Brown, cinco eran negros. Dos de ellos murieron in situ, uno escapó, y los dos restantes fueron ahorcados por las autoridades. Antes de ser ejecutado, John Copeland escribió a sus padres:
"Recordad que si debo morir, muero en el intento de liberar unos pocos de mi gente pobre y oprimida de su condición de una servitud que Dios en sus Sagradas Escrituras ha denunciado de la forma más dura… no me da miedo el cadalso".
John Brown fue ahorcado por el estado de Virginia con la aprobación del gobierno nacional. Era el gobierno nacional el que, a la vez que aplicaba tímidamente la ley que tenía que acabar con el comercio de los esclavos, aplicaba sin contemplaciones las leyes que fijaban el retorno de los fugitivos a la esclavitud. Fue el gobierno nacional el que, durante la administración de Andrew Jackson, colaboró con el sur para eliminar el envío de literatura abolicionista por correo en los estados sureños. Fue el Tribunal Supremo de los Estados Unidos el que declaró en 1857 que el esclavo Dred Scott no podía exigir su libertad porque no era una persona, sino una propiedad.
Un gobierno así no aceptaría que fuera una revuelta la que lograra el fin de la esclavitud. Sólo acabaría con la esclavitud en términos dictados por los blancos, y sólo cuando lo exigiesen las necesidades políticas y económicas de la élite empresarial del norte. Fue Abraham Lincoln el que combinó a la perfección las necesidades del empresariado, la ambición política del nuevo partido republicano y la retórica del humanitarismo. No mantuvo la abolición de la esclavitud en el primer lugar de su lista de prioridades, pero sí lo suficientemente cerca de ellas como para que las presiones abolicionistas y la práctica política le dieran una ventaja temporal.
Lincoln pudo usar su habilidad para combinar los intereses de los muy ricos y los de los negros en un momento en el que esos intereses se encontraron. Y pudo vincular estos dos intereses con los de un sector creciente de americanos: los nuevos ricos blancos, de clase media, con sus ambiciones económicas e inquietudes políticas. En palabras de Richard Hofstadter:
"Absolutamente alineado con la clase media, hablaba en nombre de los millones de americanos que habían empezado sus vidas trabajando de peón (en la agricultura, en despachos, en las escuelas, en los talleres, en el transporte fluvial y en los ferrocarriles) y habían pasado a engrosar las filas de los terratenientes agrícolas, los tenderos ricos, los abogados, los comerciantes, los médicos y los políticos".
Lincoln sabía discutir con lucidez y pasión contra la esclavitud (en base a argumentos morales) a la vez que actuaba con cautela en la práctica política. Creía que "la institución de la esclavitud se basa en la injusticia y la mala política, pero que la promulgación de las doctrinas abolicionistas, más que limitarlos, tiende a aumentar sus males".
Lincoln se negó a denunciar públicamente la ley del esclavo fugitivo. Escribió a un amigo: "Confieso que odio ver cazadas a las pobres criaturas… pero me muerdo la lengua y guardo silencio". Y cuando en 1849, siendo congresista, propuso la abolición de la esclavitud en el distrito de Columbia, incorporó un anexo que exigía a las autoridades locales el arresto y la devolución de los esclavos fugitivos que entraban en Washington (esto llevó a Wendell Phillips, un abolicionista de Boston, a referirse a él años más tarde como "el sabueso negrero de Illinois"). Se oponía a la esclavitud, pero no podía ver a los negros como a sus iguales, de modo que su actitud reflejaba constantemente una idea: liberar a los esclavos para devolverlos a África.
En su campaña de 1858 contra Stephen Douglas, en las elecciones al Senado en Illinois, Lincoln habló de forma diferente según fuera el posicionamiento de sus oyentes (y también quizás dependiendo de la proximidad de las elecciones). Cuando habló en julio en Chicago, en el norte de Illinois, dijo:
"Olvidemos todas estas discusiones sobre este hombre y aquel, esta raza y aquella, que si tal raza es inferior, y que por lo tanto hay que situarlos en un rango inferior. Descartemos todo esto, y unámonos como un solo pueblo en toda esta tierra, hasta que una vez más nos levantemos proclamando que todos los hombres fueron creados iguales".
Dos meses más tarde, en Charleston, en el sur de Illinois, Lincoln dijo a su público:
"Diré, pues, que no estoy, ni nunca he estado, a favor de equiparar social y políticamente a las razas blanca y negra (aplausos), que no estoy, ni nunca he estado, a favor de dejar votar ni formar parte de los jurados a los negros, ni de permitirles ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos…
Y hasta que no puedan vivir así, mientras permanezcan juntos debe haber la posición superior e inferior y yo, tanto como cualquier otro, deseo que la posición superior la ocupe la raza blanca".
Tras la secesión del sur, y después de la elección de Lincoln a la presidencia en el otoño de 1860 (por el nuevo partido republicano), hubo una larga serie de choques políticos entre el sur y el norte. La élite norteña quería una expansión económica (tierras gratuitas, mercado libre de trabajo, una tarifa proteccionista para los productores y un banco de los Estados Unidos). Los intereses negreros se oponían a todo eso; veían en Lincoln y en los republicanos unos obstáculos para la continuidad de su estilo de vida agradable y próspero.
Cuando Lincoln fue elegido, siete estados sureños se separaron de la Unión. Y cuando Lincoln inició las hostilidades en un intento por retomar la base federal de Fort Sumter, en Carolina del Sur, se separaron cuatro estados más y se formó la Confederación; la guerra civil estaba servida.
El discurso inaugural de Lincoln, en marzo de 1861, fue conciliatorio: "No tengo el propósito de interferir, ni directa ni indirectamente, en la institución de la esclavitud en los estados donde existe. Creo que no tengo ningún derecho legal a hacerlo, y no tengo ninguna intención de hacerlo". A los cuatro meses de iniciada la guerra, cuando el general John C. Fremont declaró la ley marcial en Missouri diciendo que los esclavos de los propietarios que se resistían a los Estados Unidos quedarían libres, Lincoln dio la contraorden. Quería mantener dentro de la Unión a los estados negreros de Maryland, Kentucky, Missouri y Delaware.
Tan sólo cuando la guerra se recrudeció, aumentaron las bajas, creció la desesperación por ganar la guerra y las críticas de los abolicionistas amenazaron con deshacer la frágil coalición que respaldaba a Lincoln, éste empezó a actuar contra la esclavitud. Hofstadter lo explica así: "Como un barómetro delicado, tomó nota de la tendencia de las presiones, y al aumentar las presiones radicales, se desplazó hacia la izquierda".
El racismo estaba tan arraigado en el norte como la esclavitud lo estaba en el sur, y se hizo necesaria una guerra para sacudirlos a ambos. Los negros de Nueva York no podían votar si no tenían 250 dólares en propiedades (un requisito no exigido a los blancos). Para abolir esto, se introdujo una propuesta en la consulta electoral de 1860, pero fue derrotada por dos a uno.
Wendell Phillips, a pesar de sus críticas a Lincoln, reconoció las posibilidades que se abrían con su elección. Hablando en el Templo Tremont de Boston el día después de las elecciones, Phillips dijo:
"Si el telégrafo no miente, por primera vez en nuestra historia el esclavo ha elegido a un presidente de los Estados Unidos… No es un abolicionista, ni es hombre que vaya contra el comercio negrero, pero sí está dispuesto el Sr. Lincoln a representar la idea antinegrera. Es un peón en el tablero de ajedrez político, y su valor está en su posición, con cierto esfuerzo, pronto podremos cambiarle por un caballo, un alfil, o una reina, y hacer nuestro el tablero entero (aplausos)".
El espíritu del Congreso, incluso después de iniciada la guerra, quedó plasmado en una resolución del verano de 1861 (que sólo tuvo unos pocos votos contrarios): "…esta guerra no se hace… por ninguna causa… que tenga que ver con la abolición de, o la interferencia en, los derechos de las instituciones establecidas de esos estados, sino… para preservar la Unión".
Los abolicionistas fortalecieron su campaña. Presentaron muchas peticiones en favor de la emancipación en el Congreso entre 1861 y 1862. En mayo de ese año, Wendell Phillips dijo: "Puede que Abraham Lincoln no lo quiera, no lo puede impedir… el negro es la piedra en el zapato, y no se puede andar hasta que se saque".
En julio de 1862, el Congreso aprobó una ley de confiscación que propiciaba la liberación de los esclavos de los propietarios que luchaban contra la Unión. Pero los generales de la Unión no imponían la ley, y Lincoln hizo la vista gorda. Horace Greeley, director del Tribune de Nueva York, escribió que los seguidores de Lincoln estaban
"…muy desilusionados y apenados… requerimos de Ud., como primer mandatario de la república, encargado especial y preferente de este deber, que ejecute las leyes… Creemos que es Ud. extrañamente remiso… a observar las previsiones emancipadoras de la nueva ley de confiscación… con las desastrosas consecuencias que esto acarrea…
Creemos que tienen demasiada influencia en Ud. los consejos… que os envían ciertos políticos en los estados negreros vecinos".
Greeley apeló a la necesidad práctica que había de ganar la guerra: "Hemos de reclutar escoltas, guías, espías, cocineros, peones, mineros y cortadores entre los negros del sur, tanto si dejamos que luchen con nosotros como si no… Os pido que respetéis al máximo (de forma apasionada e inequívoca) la ley de la tierra".
Lincoln respondió a Greeley:
"Querido Señor… No ha sido mi intención dejar a nadie perplejo… Mi objetivo primordial en esta lucha es la salvación de la Unión, y no el salvar ni destruir la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría; y si pudiera conseguirlo con la liberación de todos los esclavos, también… Aquí he expuesto mis intenciones según mi visión del deber oficial, y no cambiaré ni un ápice mi deseo personal (tantas veces expresado) de que todos los hombres, en todas partes, puedan ser libres".
Cuando Lincoln efectuó su primera proclamación emancipadora, en el mes de septiembre de 1862, lo hizo en respuesta a una estrategia militar. Concedía cuatro meses al sur para que dejara de luchar. Amenazaba con emancipar a sus esclavos si continuaban luchando y prometió respetar la esclavitud en los estados que se posicionaran con el norte.
Así, cuando el 1 de enero de 1863 Lincoln hizo pública la proclamación emancipadora, declaró la libertad para los esclavos de las áreas en las que todavía se luchaba contra la Unión (y de las cuales hizo una exhaustiva lista), pero no hizo mención alguna de los esclavos que había en la zona de la Unión.
Por limitada que fuera, la proclamación emancipadora dio alas a las fuerzas abolicionistas. En verano de 1864 se habían recogido y enviado al Congreso 400.000 firmas pidiendo que la legislación pusiera fin a la esclavitud, un hecho sin precedentes en la historia del país. En el mes de abril el Senado adoptó la 13ª enmienda, que declaraba el fin de la esclavitud. La Cámara de Representantes hizo lo propio en enero de 1865.
Con la proclamación, el ejército de la Unión se abrió a los negros. Y cuantos más negros entraban en guerra, más les parecía a éstos una guerra para su propia liberación. En cambio, entre los blancos, cuanto más tuvieron que sacrificarse, más resentimiento tenían, sobre todo entre los blancos pobres del norte que eran llamados a filas por una ley que permitía que los ricos comprasen su libertad a cambio de 300 dólares. Eso fue lo que provocó las revueltas contra el reclutamiento de 1863. Eran las revueltas de los blancos encolerizados de las ciudades del norte. Pero el objeto de sus iras no fueron los ricos, que estaban lejos, sino los negros, que estaban a mano.
Fue una orgía de muerte y violencia. Un negro de Detroit describió lo que vio: una multitud se manifestaba por la ciudad transportando barriles de cerveza en carros. Estaban armados con palos y ladrillos y atacaban a los negros, fuesen hombres, mujeres o niños. Oyó decir a un hombre: "Si tienen que matarnos a cambio de los negros, mataremos a todos los de esta ciudad".
La guerra civil fue una de las más sangrientas en la historia de la humanidad hasta ese momento: 600.000 mil muertos en los dos bandos, en una población de 30 millones (el equivalente en los Estados Unidos de 1990, con una población de 200 millones, a 5 millones de muertos). Al intensificarse las batallas, al acumularse los cadáveres, al crecer la fatiga producida por la guerra, y con una situación en la que huían centenares de miles de esclavos de las haciendas, los 4 millones de negros del sur se convirtieron en una fuerza potencial para el bando que los quisiera utilizar.
Du Bois apuntó lo siguiente:
"Fue esta clara alternativa la que provocó la repentina rendición de Lee. El sur tenía que llegar a acuerdos con sus esclavos: liberarlos, usarlos en la guerra contra el norte o bien, podrían rendirse al norte con la esperanza de que, después de la guerra, el norte debía ayudarles a defender la esclavitud como siempre había hecho".
Las mujeres negras jugaron un importante papel en la guerra, especialmente hacia el final. Sojourner Truth se convirtió en funcionaria para el reclutamiento de tropas negras para el ejército de la Unión, al igual que Josephine St. Pierre Ruffin de Boston. Harriet Tubman realizó incursiones en las haciendas, al frente de tropas negras y blancas. En una expedición liberó a 750 esclavos.
Se ha dicho que la aceptación de la esclavitud por parte de los negros queda probada por el hecho de que, durante la guerra civil, teniendo amplias oportunidades para escaparse, la mayoría de los esclavos se quedaron en las haciendas. Pero de hecho, huyeron medio millón de esclavos (aproximadamente uno de cada cinco, una proporción alta cuando se considera que era muy difícil saber a dónde huir y cómo sobrevivir).
En 1865, un terrateniente de Carolina del Sur escribió en el Tribune de Nueva York:
"…la conducta de los negros en la última crisis me ha convencido de que todos vivimos en el engaño… Yo creía que esta gente estaba contenta, alegre, y unida a su amo. Pero los acontecimientos y la reflexión me han hecho cambiar de parecer… Si estuvieran contentos, alegres y unidos a su amo, ¿por qué lo abandonaron en el momento en que los necesitaba, para huir hacia un enemigo que no conocían, dejando así a su buen amo, al que conocían desde la más tierna infancia?".
La guerra no produjo ninguna revuelta general de los esclavos, pero en algunas zonas de Mississippi, Arkansas y Kentucky, los esclavos destrozaron las haciendas y se apoderaron de ellas.
Doscientos mil negros se alistaron en el ejército y en la marina, de los cuales 38.000 murieron. El historiador james McPherson dice: "Sin su ayuda, el norte no hubiera podido ganar la guerra de la forma en que lo hizo, y quizás, simplemente, no la hubiera ganado".
Lo que pasó con los negros en el ejército de la Unión y en las ciudades del norte durante la guerra da alguna idea sobre las limitaciones futuras de la emancipación, incluso con una victoria total sobre la Confederación. Los soldados negros de permiso eran atacados en las ciudades norteñas, como en Zanesville, Ohio, en febrero de 1864, donde se oyeron gritos de "muerte al negro". Los soldados negros eran utilizados para realizar los trabajos más duros y sucios: cavar trincheras, arrastrar troncos y cañones, cargar munición y perforar pozos para los regimientos blancos. Los soldados blancos sin graduación recibían 13 dólares al mes, y los negros 10. Finalmente, en junio de 1864, el Congreso aprobó una ley que equiparaba el sueldo de los soldados negros al de los blancos.
Después de algunas derrotas militares, a finales de 1864 el secretario de Guerra confederado, Judah Benjamin, escribió a un director de periódico en Charleston: "Es un hecho conocido que el general Lee… está muy a favor del uso de los esclavos en la defensa, y de su emancipación, si resulta necesario, para esa finalidad…". Un general escribió indignado: "Si los esclavos son buenos soldados, toda nuestra teoría sobre la esclavitud está mal enfocada".
A principios de 1865, la presión había ido en aumento, y en marzo el presidente Davis (de la Confederación) firmó una ley del soldado negro, por la que se autorizaba el alistamiento de esclavos, que serían liberados a discreción de sus amos y de los gobiernos de sus estados. Pero antes de que ésta tuviera ningún efecto significativo, la guerra se acabó.
Los ex esclavos, al ser entrevistados por el Proyecto Federal de Escritores en los años treinta, recordaban el final de la guerra. Susie Melton:
"Yo era una chica joven, de unos diez años, y oímos que Lincoln iba a liberar a los negros… Era invierno y hacía mucho frío esa noche, pero todo el mundo se preparó para marchar. No me preocupaba la señora, yo me iba para las líneas unionistas. Y toda esa noche los negros cantamos y bailamos fuera, en la fría noche. Al día siguiente al amanecer todos salimos con mantas y ropa y cacharros y sartenes y gallinas apilados en las espaldas… Y al salir el sol por entre los árboles, los negros empezamos a cantar:
Sol, tú estás y yo me marcho
Sol, tú estás y yo me marcho
Sol, tú estás y yo me marcho".
Anna Woods:
"No llevábamos mucho tiempo en Texas cuando entraron los soldados y nos dijeron que éramos libres… Recuerdo una mujer. Se subió encima de un barril y gritó. Saltó del barril y gritó. Volvió a subir y gritó más veces. Siguió haciéndolo durante largo tiempo, simplemente subiéndose en el barril y volviendo a saltar".
Anna Mae Weathers dijo:
"Recuerdo que mi padre había dicho que cuando vino alguien y gritó: Negros, por fin sois libres, simplemente dejó caer su azada y dijo en un tono extraño: Gracias a Dios".
El Proyecto Federal de Escritores registró las palabras de un antiguo esclavo llamado Fannie Berry:
"¡Negros gritando y aplaudiendo y cantando! ¡Niños corriendo por todas partes dando palmadas y gritando! Todo el mundo feliz ¡La que se armó! Corrí hacia la cocina y grité por la ventana: Mama, no cocines más ¡Eres libre! ¡Eres libre!".
Muchos negros entendían que su rango social, tras la guerra (fuera cual fuera su situación legal) dependería de si eran propietarios de la tierra que trabajaban o si eran obligados a ser semiesclavos de otros.
Las haciendas abandonadas fueron alquiladas a los antiguos colonos, y a los blancos del norte. En palabras de un periodista negro: "A los esclavos los convirtieron en siervos de la tierra y los ataron a ella. En esto quedó la tan cacareada libertad del hombre negro a manos del yanqui".
Con la política del Congreso aprobada por Lincoln, la propiedad confiscada durante la ley de confiscación de 1862 revertiría en los herederos de los propietarios confederados. El Dr. John Rock, médico negro de Boston, dijo en un mitin: "Es al esclavo al que habría que recompensar. La propiedad del sur es del esclavo por derecho".
En las islas del mar de Carolina del Sur, de un total de 16.000 acres puestos a la venta en marzo de 1863, los esclavos liberados sólo pudieron comprar, incluso juntando todo su dinero, 2.000 acres. El resto lo compraron inversores y especuladores del norte. Un esclavo liberado de las islas dictó una carta a una antigua maestra:
"Querida señorita: Por favor infórmele a Linkum que queremos tierra (esta misma tierra que está regada con el sudor de la cara y la sangre de nuestras espaldas). Podríamos comprar toda la que quisiéramos, pero hacen las parcelas demasiado grandes, y no podemos comprarlas".
El antiguo esclavo Thomas Hall dijo al Proyecto Federal de Escritores:
"Lincoln se llevó las alabanzas por liberarnos, pero ¿lo hizo? Nos dio libertad sin darnos ninguna oportunidad de vivir por nuestros medios y todavía teníamos que depender del blanco sureño para nuestro trabajo, nuestra comida y nuestra ropa y nos mantuvo según su necesidad y deseo en un estado de servilismo que apenas era mejor que la esclavitud".
En 1861, el gobierno americano se había propuesto luchar contra los estados negreros, no para acabar con la esclavitud, sino para mantener el control de un enorme territorio nacional, con su mercado y sus recursos. No obstante, la victoria exigió una cruzada, y la inercia de esa cruzada hizo que se involucraran en la política nacional otras fuerzas: más negros tomaron la determinación de darle un sentido a su libertad, y más blancos (fuesen funcionarios del Bureau de Hombres Libres, o profesores en las Islas Marinas, o politicastros con mezclas variadas de humanitarismo y ambición personal) se interesaron por la igualdad racial.
También había un fuerte interés del partido republicano por mantener el control sobre el gobierno nacional, y la perspectiva de conseguirlo gracias a los votos negros del sur para conseguirlo hizo que los hombres de negocios del norte, viendo que la política republicana les beneficiaba, les dejaron hacer.
El resultado fue ese breve período posterior a la guerra civil en el que los negros del sur votaban y salían elegidos para los gobiernos estatales y para el Congreso. También se introdujo en el sur una educación pública gratuita e interracial. Se construyó un marco legal. La 13ª enmienda ilegalizó la esclavitud: "No existirán en los Estados Unidos (ni en ningún sitio bajo su jurisdicción) ni la esclavitud ni la servitud involuntaria, excepto como castigo por crímenes por los cuales el interesado habrá sido condenado". La 14ª enmienda derogó la decisión que había tomado Dred Scott en la preguerra, declarando que "toda persona nacida o nacionalizada en los Estados Unidos" eran ciudadanos. También parecía inclinarse decididamente por la igualdad racial, limitando drásticamente los "derechos de los estados":
"Ningún estado introducirá ni aplicará ninguna ley que limite los privilegios ni las inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos; tampoco ningún estado deberá quitar la vida, la libertad o la propiedad de persona alguna sin la debida intervención de la ley; tampoco deberá negarle a ninguna persona en su área de jurisdicción la protección de la ley de forma igualitaria".
La 5ª enmienda decía: "El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos al voto no será negado ni limitado por los Estados Unidos ni por ningún estado en razón de raza, color, o condición previa de servitud".
A finales de la década de 1860-1870 y a principios de la siguiente, el Congreso aprobó una serie de leyes imbuidas en el mismo espíritu. Convertía en un crimen el hecho de privar a los negros de sus derechos, y exigía a los funcionarios federales que los garantizaran, otorgando a los negros el derecho a hacer contratos y a comprar propiedades sin ser discriminados. En 1875 una ley de derechos civiles ilegalizó la exclusión de los negros de los hoteles, los teatros, los ferrocarriles y otros servicios públicos.
Con estas leyes, con la presencia protectora del ejército de la Unión en el sur, y con un ejército civil de funcionarios en el Bureau de Hombres Libres (Freedman's Bureau) para ayudarlos, los negros del sur se reactivaron votaron, formaron organizaciones políticas y se expresaron con decisión sobre aquellos temas que les interesaban.
Sus actividades fueron obstaculizadas durante varios años por Andrew Johnson, vicepresidente de Lincoln que llegó a la presidencia cuando Lincoln fue asesinado al final de la guerra. Johnson boicoteó las leyes que ayudaban a los negros y facilitó la vuelta a la Unión de los estados confederados sin garantizar la igualdad de derechos para los negros. Durante su presidencia, los estados sureños que habían vuelto al redil promulgaron "códigos negros" que convertían a los esclavos liberados en siervos que seguían trabajando en las haciendas.
Andrew Johnson se encontró con la oposición de algunos senadores y congresistas que, en algunos casos por razones de justicia y en otros por cálculo político, daban su apoyo a la igualdad de derechos y al voto para el negro libre. Estos miembros del Congreso consiguieron censurar a Johnson en 1868, con la excusa de que había violado algún estatuto menor, pero en el Senado faltó un voto para llegar a los dos tercios necesarios para destituirle. En las elecciones presidenciales de ese año salió elegido el republicano Ulysses Grant, que ganó por 300.000 votos. Habían votado 700.000 negros, y Johnson dejaba de ser un obstáculo. Los estados sureños volverían a la Unión con la aprobación de las enmiendas constitucionales.
Hicieran lo que hicieran los políticos del norte para ayudar a su causa, los negros del sur habían tomado la determinación de aprovecharse de su libertad, a pesar de su falta de tierras y recursos. Inmediatamente empezaron a afirmar su independencia respecto a los blancos. Formaron sus propias iglesias, se movilizaron políticamente y reforzaron sus lazos familiares intentando educar a sus hijos.
El voto negro en los años posteriores a 1869 consiguió la elección de dos miembros negros para el Senado estadounidense (Hiram Revels y Blanche Bruce, ambos de Mississippi) y veinte congresistas. Después de 1876 esta lista fue rápidamente a menos El último negro salió del Congreso en 1901.
En los parlamentos de los estados sureños se eligieron negros, aunque en ninguno pasarían de ser una minoría, salvo en la cámara baja del parlamento de Carolina del Sur. Se hizo una gran campaña propagandística en el norte y en el sur (según los libros de historia de las escuelas americanas duró hasta bien entrado el siglo veinte) para enseñar que los negros eran ineptos, perezosos, corruptos y una carga para los gobiernos del sur cuando ocupaban cargos públicos. Sin duda hubo corrupción, pero no se puede decir que los negros hayan inventado la especulación política, especialmente en el enrarecido clima de corrupción financiera existente en el norte y en el sur después de la guerra civil.
Ciertamente, la deuda pública de Carolina del Sur, 7 millones de dólares en 1865, había subido a 29 millones en 1873. Pero la nueva legislatura había introducido, por primera vez en el estado, las escuelas públicas gratuitas. En 1876 no sólo asistían a la escuela setenta mil niños negros (cuando ninguno antes había asistido a la escuela) sino también cincuenta mil niños blancos (en 1860 sólo asistían veinte mil).
Un estudioso del siglo veinte de la Universidad de Columbia, John Burgess, se refirió a la reconstrucción negra en estos términos:
"En lugar de gobernar la parte más inteligente y virtuosa de la sociedad en beneficio de los gobernados, aquí gobernaba la parte más ignorante y agresiva de la población. Una piel negra significa formar parte de una raza de hombres que por sí sola, nunca ha conseguido supeditar la pasión a la razón, y que por lo tanto nunca ha creado una civilización de ninguna clase".
Hay que contrastar estas palabras con las de los líderes negros del sur en la posguerra. Por ejemplo, Henry MacNeal Turner, que había escapado de la esclavitud en una hacienda de Carolina del Sur a la edad de quince años, había aprendido a leer y a escribir por su cuenta, leía libros de derecho mientras ejercía de mensajero en el despacho de un abogado en Baltimore y libros de medicina mientras hacía de recadero en una escuela médica de Baltimore, sirvió como capellán negro en un regimiento de negros, y luego fue elegido al primer parlamento de Georgia en la posguerra.
En 1868, las autoridades de Georgia votaron a favor de la expulsión de todos sus miembros negros (dos senadores y veinticinco representantes) y Turner habló a la Cámara de los Representantes de Georgia (una licenciada negra de la Universidad de Atlanta sacaría más tarde a la luz este discurso):
"Sr. Presidente de la cámara. Estoy aquí para exigir más derechos y para recriminar a los hombres que se atreven a retar mi hombría.
La escena hoy representada en esta cámara no tiene parangón… Nunca, en la historia del mundo, se había atacado a un hombre en una cámara provista de competencias legislativas, judiciales o ejecutivas acusándole de tener la piel más morena que sus compañeros de cámara.
La gran pregunta, señor, es esta: ¿Soy un hombre? Si lo soy, reclamo para mí los derechos de un hombre.
Señor, hemos trabajado en sus campos y hemos recolectado sus cosechas durante doscientos cincuenta años ¿Y qué pedimos a cambio? ¿Pedimos compensación por el sudor que vertieron nuestros padres en favor vuestro? ¿La pedimos por las lágrimas que habéis ocasionado, y los corazones que habéis roto, las vidas que habéis acortado y la sangre que habéis derramado? ¿Pedimos una reparación? No la pedimos. Estamos dispuestos a enterrar el pasado, pero ahora le pidamos nuestros derechos".
Las mujeres negras ayudaron a la reconstrucción del sur francés. Ellen Watkins Harper dio conferencias en todos los estados sureños después de la guerra. Había nacido libre en Baltimore, y se había emancipado a los trece años. Trabajó como niñera y luego como conferenciante abolicionista y lectora de poesía. Era feminista y participó en la Convención de Derechos de la Mujer en 1866, siendo fundadora de la Asociación Nacional de Mujeres de Color. En la década de 1890-1900, escribió la primera novela publicada por una mujer negra: Iola Leroy, o las sombras disipadas.
Durante la lucha por conseguir la igualdad de derechos para los negros, algunas mujeres negras hablaron sobre su problemática específica. Sojourner Truth, en una reunión de la Asociación Americana para la Igualdad de Derechos, dijo:
"Hay gran revuelo sobre la consecución de los derechos del hombre de color, pero ni una palabra sobre las mujeres de color; si los hombres de color obtienen sus derechos, y las mujeres de color no, los hombres de color serán los amos de las mujeres, y la situación continuará tan mala como antes. Así que estoy a favor de continuar con nuestra causa mientras dure la lucha; porque si esperamos a que se calme, tardaremos mucho tiempo en ponernos en marcha de nuevo…
Tengo más de ochenta años, ya va siendo hora de marcharme. He sido esclava cuarenta años y cuarenta libre, y podría continuar aquí cuarenta años más hasta conseguir la igualdad de derechos para todos…".
Las enmiendas constitucionales fueron aprobadas, y también las leyes que aseguraban la igualdad racial, así que los negros empezaron a votar y a ocupar cargos públicos. Pero mientras el negro siguiera dependiendo de los blancos privilegiados para trabajar y para acceder a las necesidades primarias, podían comprar su voto o quitárselo con la amenaza de la fuerza. Las leyes que pedían un tratamiento igualitario perdieron su sentido. Mientras las tropas unionistas (incluidas las de color) permanecieron en el sur, este proceso quedaba aplazado. Pero el equilibrio de los poderes militares empezó a cambiar.
La oligarquía blanca del sur usó su poder económico para organizar el Ku Klux Klan y otros grupos terroristas. Los políticos del norte empezaron a sopesar las ventajas que tenía contar con el apoyo político de los negros pobres (mantenido sólo en votos y cargos por la fuerza) contra la sólida situación de un sur que había retornado a la supremacía blanca y que había aceptado el predominio republicano y la legislación empresarial. El que los negros se vieran reducidos de nuevo a unas condiciones rayanas con la esclavitud tan sólo era cuestión de tiempo.
La violencia empezó casi inmediatamente después de la guerra. En Memphis, Tennessee, en mayo de 1866, los blancos realizaron un ataque violento y asesinaron a cuarenta y seis negros, la mayoría veteranos del ejército unionista, así como también a dos simpatizantes blancos. Violaron a cinco mujeres negras. Quemaron noventa hogares, doce colegios y cuatro iglesias. En Nueva Orleans, en el verano de 1866, hubo más disturbios contra los negros durante los cuales murieron treinta y cinco negros y tres blancos.
A finales de la década de 1860-70 y a principios de la de 1870-80 la violencia aumentó, mientras el Ku Klux Klan organizaba ataques, linchamientos, apaleamientos y ataques incendiarios. Sólo en Kentucky, entre 1867 y 1871, los Archivos Nacionales hablan de 116 actos de violencia.
A medida que aumentaba la violencia blanca en la década 1870-80, el gobierno nacional, incluso el del presidente Grant, perdió entusiasmo por defender a los negros, y sin duda no quería armarlos. El Tribunal Supremo hizo el papel giroscópico de reorientar a las demás instituciones de la administración hacia posturas más conservadoras cuando éstas se excedían. Empezó a interpretar la 4ª enmienda (que presumiblemente se había introducido para beneficiar la igualdad racial) de una forma que la inutilizaba para este propósito.
En 1883, la ley de derechos civiles de 1875 (que ilegalizaba la discriminación contra los negros en el uso de los servicios públicos) fue anulada por el Tribunal Supremo, que sentenció: "La invasión individual de los derechos individuales no está contemplada en esta enmienda". Dijo que la 14ª enmienda sólo iba dirigida a la acción del estado.
El juez supremo del Tribunal Supremo, John Harlan, antiguo propietario de esclavos de Kentucky, disintió de esto de forma notoria y dijo en un escrito que había un apartado constitucional que prohibía la discriminación individual. Apuntó que la 13ª enmienda (que abolía la esclavitud) se refería a los propietarios particulares de las haciendas, y no sólo al estado. Luego argumentó que la discriminación era una faceta de la esclavitud, e igualmente punible. También se refirió a la primera cláusula de la 14ª enmienda, diciendo que cualquier persona nacida en los Estados Unidos era un ciudadano, y a la cláusula del artículo 4º, sección 2ª, que decía: "Los ciudadanos de cada estado se beneficiarán de todos los privilegios y todas las inmunidades que tienen los ciudadanos en los diferentes estados".
Harlan estaba luchando contra una fuerza más poderosa que la lógica o la justicia, el ambiente del tribunal reflejaba los intereses de una nueva coalición de industriales norteños y empresarios y terratenientes sureños. La culminación de este ambiente llegó en la decisión de 1896, Plessy v. Ferguson, cuando el tribunal decretó que el ferrocarril podía segregar a negros y blancos si las partes segregadas eran iguales. Harlan protestó de nuevo: "Nuestra constitución no distingue entre colores".
El año 1877 marcó de forma gráfica y dramática lo que estaba ocurriendo. Al empezar el año, se estaba debatiendo acaloradamente la elección presidencial del noviembre anterior. El candidato demócrata, Samuel Tilden, había tenido 184 votos y necesitaba uno más para salir elegido: tenía 250.000 votos populares más que su contrincante. El candidato republicano, Rutherford Hayes, tenía 166 votos electorales. Tres estados, que aún no habían sido contabilizados, sumaban un total de 19 votos electorales, si Hayes podía obtener todos esos votos, tendría 185 y sería presidente.
Eso es lo que sus directores de campaña procedieron a arreglar. Hicieron concesiones al partido demócrata y a los sureños blancos, incluso llegaron a un acuerdo para retirar las tropas unionistas del sur, el último obstáculo militar para el restablecimiento de la supremacía blanca en esa zona.
Para afrontar la crisis nacional los intereses políticos y económicos del norte necesitaban aliados potentes y estabilidad. El país llevaba desde 1873 envuelto en una depresión económica y en 1877, los granjeros y los trabajadores empezaban a rebelarse. Lo describe C. Vann Woodward:
"Era año de depresión, el peor año de la más severa depresión jamás experimentada. En el este, los obreros y los desempleados estaban muy encrespados. En el oeste, se estaba levantando una oleada de radicalismo agrario. Tanto del este como del oeste llegaban amenazas contra la estructura compleja de las tarifas proteccionistas, los bancos nacionales, las subvenciones a los ferrocarriles y los manejos monetarios sobre los que descansaba el nuevo orden económico".
Había llegado la hora de que las elites del norte y del sur se reconciliasen. Woodward pregunta: "¿Podía convencerse al sur para que hiciese frente común con los conservadores del norte y se convirtiese en soporte, y no amenaza, para el nuevo orden capitalista?".
Con los billones de dólares en esclavos "perdidos", la riqueza del viejo sur se había derrumbado. Ahora buscaban la ayuda del gobierno nacional: créditos, subvenciones y proyectos anti inundaciones.
Dice Woodward: "A base de apropiaciones, subsidios, ayudas y bonos como los que el Congreso había concedido con tanta generosidad a las empresas capitalistas del norte, el sur aún podía recuperar sus fortunas, o por lo menos las fortunas de la élite privilegiada".
Y así se hizo el trato. Las dos cámaras del Congreso crearon un comité especial para decidir dónde recaerían los votos electorales. La decisión fue la siguiente: recaerían en Hayes. Así que Hayes sería el nuevo presidente.
Woodward to resume así:
"El compromiso de 1877 no recuperó el viejo orden en el sur. Aseguró la autonomía política de los blancos predominantes y la no-intervención en temas de política racial y les prometió una parte de las bendiciones del nuevo orden económico. A cambio, el sur llegaría a ser (en resumidas cuentas) un satélite de la región predominante…".
La importancia del nuevo capitalismo en la anulación del poco poder negro que existía en el sur de la posguerra, queda confirmada en el estudio de Horace Mann Bond sobre la reconstrucción en Alabama. Era la época del carbón y la energía, y Alabama tenía ambas cosas. "Los banqueros de Filadelfia y Nueva York, e incluso los de Londres y París, hacía dos décadas que conocían este dato. Lo único que faltaba era el transporte". A mediados de la década de 1870-80, apunta Bond, los banqueros del norte empezaron a aparecer en las directivas de los ferrocarriles sureños. En 1875 J.P. Morgan figura como el director de varias líneas en Alabama y Georgia.
En el año 1886, Henry Grady, director de la revista Constitution de Atlanta, habló durante una cena en Nueva York. Entre el público estaban J.P. Morgan, H.M. Flagler (un asociado de Rockefeller), Russell Sage y Charles Tiffany. Su conferencia llevaba como título "El nuevo sur", y venía a decir no miremos el pasado, tengamos una nueva era de paz y prosperidad.
Ese mismo mes, un artículo del Daily Tribune de Nueva York habló de "los líderes sureños del carbón y el hierro" que visitaban Nueva York, y marchaban "altamente satisfechos". La razón: por fin había llegado el momento (que llevaban esperando desde hacía casi veinte años) en el que podían convencer a los capitalistas del norte no sólo de la seguridad, sino de los inmensos beneficios que se podían obtener invirtiendo su capital en el desarrollo de los riquísimos recursos de carbón y hierro en Alabama, Tennessee y Georgia.
El norte, hay que recordarlo una vez más, aceptó (sin tener que cambiar sustancialmente su forma de pensar), la subordinación de los negros. Cuando acabó la guerra, diecinueve de los veinticuatro estados norteños denegaron el voto a los negros.
En 1900 todos los estados sureños habían incluido en sus nuevas constituciones y en sus nuevos estatutos la eliminación legal de los derechos de los negros. También incluyeron leyes para la segregación. Un editorial del New York Times dijo que "los norteños… ya no denuncian la supresión del voto negro… Se reconoce claramente la necesidad que hay de ello por la suprema ley de la autoconservación".
Los líderes negros mejor aceptados en la sociedad blanca, como el educador Booker T. Washington (que fue invitado por Theodore Roosevelt a la Casa Blanca), abogaron por la pasividad política negra. Cuando en 1895 los organizadores blancos de la Exposición Internacional de los Estados del Algodón le invitaron a hablar en Atlanta, Washington pidió al negro sureño que "soltara su cubo allá donde estuviera", es decir que no se mudara del sur, que fuera agricultor, artesano, ayudante doméstico, quizá incluso que aspirara a una profesión más noble.
Animó a los empresarios blancos a que arrendaran a negros antes que a inmigrantes de "lengua y hábitos extraños". Los negros, "sin huelgas ni guerras laborales" eran "las personas más pacientes, formales y menos resentidas que ha visto el mundo". Dijo: "Los más sabios de mi raza entienden que la agitación de los temas de igualdad social es una locura sin parangón".
Quizá Washington viera esto como una táctica necesaria para la supervivencia en un tiempo de ahorcamientos y quema de negros en todo el sur. Y es que para los negros de América era un momento crítico. Thomas Fortune, joven director negro del Globe de Nueva York, testificó ante un comité del Senado en 1883 sobre la situación del negro en los Estados Unidos. Habló de la "pobreza muy extendida", de la traición por parte del gobierno y de los desesperados intentos de los negros por educarse.
El jornal medio de los campesinos negros del sur era de unos cincuenta céntimos al día, decía Fortune. Normalmente se pagaba en "órdenes", no en metálico. Estas órdenes sólo podían usarse en un almacén controlado por el terrateniente, "un sistema fraudulento", según Fortune. Fortune habló del "sistema penitenciario del sur, con su infame pelotón de trabajadores encadenados… el objetivo era aterrorizar a los negros y proveer de víctimas a los contratistas, que compran la mano de obra de esos desgraciados del estado por poco dinero… El blanco que mata a un negro siempre recupera su libertad, mientras que al negro que roba un cerdo se le condena a trabajos forzados durante diez años".
Muchos negros huyeron. Unos seis mil huyeron de Texas, Luisiana y Mississippi y emigraron a Kansas para escapar de la violencia y de la pobreza. "No hemos encontrado a ningún líder de confianza que no sea Dios en las alturas", dijo uno de ellos.
Los que se quedaron en el sur empezaron a organizar la autodefensa a lo largo de la década 1880-90, para hacer frente a los más de cien linchamientos que se producían anualmente en el sur.
Había líderes negros que pensaban que Booker T. Washington se equivocaba al abogar por la precaución y la moderación. John Hope, un joven negro de Georgia que había oído el discurso de Washington en la Exposición del Algodón, les dijo a los estudiantes del colegio negro de Nashville, Tennessee:
"Si no luchamos por la igualdad, ¿por qué demonios vivimos? Considero cobarde y deshonesto que ningún negro diga a los blancos o a las personas de color que no estamos luchando por la igualdad…".
Otro negro que fue a dar clases a la Universidad de Atlanta, William Edward Burghardt du Bois, vio la entrega finisecular del negro como parte integrante de un acontecimiento de más largo alcance en los Estados Unidos, algo que les estaba pasando no sólo a los negros pobres sino también a los blancos pobres. En su libro Reconstrucción negra en América, veía a este nuevo capitalismo como parte de un proceso de explotación y soborno que estaba asentándose en todos los países "civilizados" del mundo:
"Mano de obra domesticada en los países cultivados, apaciguada y desorientada por unos sufragios cuyo poder se veía fuertemente limitado por la dictadura del fuerte capital sobornado por altos salarios y cargos políticos para unirse en la explotación del blanco, amarillo, moreno y negro, en países menores…".
¿Tenía razón du Bois al decir que ese crecimiento del capitalismo americano (antes y después de la guerra civil) estaba convirtiendo en esclavos tanto a los blancos como a los negros?

Howard Zinn
La otra historia de los Estados Unidos
Argitaletxe Hiru SL, 2005

No hay comentarios:

Publicar un comentario

En caso de comentar una publicación se ruega tener especial cuidado con la ortografía y el vocabulario empleado.