El apoyo de los
Estados Unidos a la esclavitud estaba basado en un hecho práctico
incontestable. En 1790, el sur producía mil toneladas anuales de algodón. En
1860, la cifra había subido ya a un millón de toneladas. En el mismo período se
pasó de 500.000 esclavos a 4 millones. El sistema, perturbado por las
rebeliones de esclavos y las conspiraciones, desarrolló en los estados sureños
una red de controles, apoyada por las leyes, los tribunales, las fuerzas
armadas y el prejuicio racial de los líderes políticos de la nación.
Para acabar con un
sistema tan profundamente atrincherado se necesitaba una rebelión de esclavos
de proporciones gigantescas o una guerra en toda la regla. De ser una rebelión,
podía escapárseles de las manos y ensañarse, más allá del mundo negrero
inmediato, con el sistema de enriquecimiento capitalista más formidable del
mundo. En el caso de que fuera una guerra, los que la declaraban podrían prever
y organizar sus consecuencias. Por eso fue Abraham Lincoln quien liberó a los
esclavos, y no John Brown. John Brown fue ahorcado en 1859, con la complicidad
federal, por haber intentado hacer, con el uso limitado de la violencia, lo que
unos años después haría Lincoln con el uso de la violencia a gran escala:
acabar con la esclavitud.
Con la abolición de
la esclavitud por orden del gobierno (ciertamente, un gobierno fuertemente
presionado a tal fin por los negros, libres y esclavos, y por los
abolicionistas blancos) su fin podía orquestarse de tal manera que se pudieran
poner límites a la emancipación. La liberación, concedida desde lo alto, sólo
llegaría hasta donde lo permitieran los intereses de los grupos dominantes. Si
los ardores de la guerra y la retórica de la cruzada la llevaban más allá,
podía ser desinflada hasta ocupar una posición más segura. Por lo tanto,
mientras el fin de la esclavitud llevó a la reconstrucción de la política y la
economía nacionales, no fue una reconstrucción radical, sino segura y, de
hecho, económicamente beneficiosa.
El sistema de las
haciendas, basado en el cultivo del tabaco en Virginia, Carolina del Norte y
Kentucky, y del arroz en Carolina del Sur, se extendió hasta las nuevas y
fértiles tierras algodoneras de Georgia, Alabama y Mississippi, y necesitaba
más esclavos. Pero la importación de esclavos se ilegalizó en 1808. Por lo
tanto, "desde un inicio, la ley no se aplicó", como dice John Hope
Franklin. "La larga y desprotegida costa, ciertos mercados y el incentivo
de los enormes beneficios eran demasiada tentación para los comerciantes
americanos, que cedieron a ella". Estima que antes de la guerra civil se
importaron ilegalmente unos 250.000 esclavos.
¿Cómo puede
describirse la esclavitud? Quizás resulte imposible para los que no la hayan
experimentado. La edición de 1932 del libro más vendido de dos historiadores
liberales del norte, veía la esclavitud como una posible "transición
necesaria hacia la civilización" del negro. Los economistas y los
historiadores estadísticos han intentado evaluar las proporciones de la
esclavitud con una estimación de la cantidad de dinero que se gastaba en la
comida y el cuidado médico de los esclavos. Pero ¿puede esto describir la
situación real de la esclavitud para los seres que la vivían desde dentro? ¿Son
tan importantes las condiciones de la esclavitud como su mera existencia?
John Little, un
antiguo esclavo, escribió:
"Dicen que los
esclavos son felices porque se ríen y hacen bromas. Yo mismo y tres o cuatro de
los demás he recibido doscientos azotes en un día, y nos han puesto grilletes
en los pies, sin embargo, de noche cantábamos y bailábamos, y divertíamos a los
demás con el ruido de nuestras cadenas. ¡Hombres felices debíamos ser! Lo
hacíamos para evitar los problemas, y para impedir que nuestros corazones se partieran
del todo… ¡eso es una verdad como el Evangelio! Míralo. ¿No debimos ser
felices? Sí, lo he hecho yo mismo, he hecho el loco con las cadenas".
Un informe sobre
las muertes producidas en una hacienda (guardado ahora en los Archivos de la
Universidad de Carolina del Norte) da cuenta de las edades y causas de muerte
de todos los que murieron en dicha hacienda entre 1850 y 1855. De los treinta y
dos que murieron en ese período, sólo cuatro llegaron a la edad de sesenta,
cuatro a la edad de cincuenta, siete a los cuarenta, siete murieron entre los
veinte y los cuarenta, y nueve murieron antes de llegar a los cinco.
Pero ¿pueden las
estadísticas reflejar lo que significaba que las familias estuvieran divididas,
o cuando, por buscar más beneficios, el amo vendía a un esposo o a una esposa,
a un hijo o a una hija? En 1858, un esclavo llamado Abream Scriven fue vendido
por su amo, y escribió lo siguiente a su esposa: "Envíales un abrazo
cariñoso a mi padre y a mi madre y diles adiós de mi parte, y si no nos vemos
en este mundo, espero verles en el cielo".
Las revueltas de
esclavos en los Estados Unidos no fueron tan frecuentes ni tenían las
proporciones de las producidas en las islas del Caribe y en América del Sur. La
que probablemente fue la más grande revuelta de esclavos de los Estados Unidos
tuvo lugar en Nueva Orleans en 1811. Cuatrocientos o quinientos esclavos se
unieron después de un levantamiento en la hacienda de un tal Mayor Andry.
Armados con cuchillos de caña, hachas y palos, hirieron a Andry, mataron a su
hijo, y empezaron a manifestarse, en un grupo cada vez más grande, de hacienda
en hacienda. Les atacaron tropas del ejército estadounidense y de la milicia,
murieron sesenta y seis in situ y otros dieciséis fueron fusilados por un
pelotón de ejecución.
La conspiración de
Denmark Vesey, un negro libre, fue desbaratada antes de que pudiera llevarse a
cabo en 1822. El plan era quemar Charleston, Carolina del Sur, que entonces era
la sexta ciudad más grande de la nación, e iniciar una revuelta general de
esclavos en la zona. Diferentes testigos aseguraron que había miles de negros
implicados, de una manera u otra, en el plan. Los negros habían fabricado cerca
de 250 cabezas de pica y más de trescientos puñales, según la versión de
Herbert Aptheker. Pero el plan fue descubierto y ahorcaron a treinta y cinco
negros, incluyendo a Vesey. Se ordenó la quema del informe del juicio,
publicado en Charleston, por considerarse demasiado peligroso en el caso de que
fuera leído por esclavos.
En el condado de
Southampton, Virginia, en el verano de 1831, un esclavo llamado Nat Turner,
asegurando que tenía visiones religiosas, reunió a unos setenta esclavos, que
fueron de pillaje de hacienda en hacienda, asesinando a por lo menos cincuenta
y cinco personas, entre hombres, mujeres y niños. Se les unieron refuerzos,
pero cuando se quedaron sin municiones fueron capturados. Turner y unos
dieciocho más fueron ahorcados.
Este episodio hizo
cundir el pánico en el sur negrero, y acto seguido hubo un esfuerzo concertado
para reforzar la seguridad del sistema negrero. Después de eso, Virginia
mantuvo una fuerza de 101.000 milicianos, casi el 10 por ciento de su población
total. La rebelión, por poco frecuente que fuera, era un temor permanente entre
los propietarios de esclavos.
Eugene Genovese, en
su estudio sobre la esclavitud, observa un proceso simultáneo de "acomodo
y resistencia a la esclavitud". La resistencia incluía el robo de
propiedades, sabotajes y huelgas de brazos caídos, el asesinato de los
capataces y los amos, la quema de los edificios de las haciendas, y la huida.
Sin embargo el acomodo "transpiraba un espíritu crítico y disimulaba las
acciones subversivas".
La huida resultaba
una salida mucho más realista que la insurrección armada. Durante la década de
1850-60 se escaparon anualmente unos mil esclavos, rumbo al norte, Canadá y
México. Miles se evadían durante breves períodos. Y esto, a pesar del terror
que sentía el fugitivo. Los perros que se utilizaban en la persecución de los
fugitivos "mordían, desgarraban, mutilaban y, si no se les impedía a
tiempo, mataban a su presa", dice Genovese.
Harriet Tubman, una
chica nacida esclava, con quince años sufrió una herida en la cabeza a manos de
un capataz. Ya de mayor se encaminó sola hacia la libertad y luego se convirtió
en la más famosa revisora del tren subterráneo. Realizó diecinueve peligrosos
viajes, a menudo disfrazada, y escoltó a más de trescientos esclavos hacia la
libertad, siempre provista de una pistola. A los fugitivos les decía:
"Serás libre o morirás". Así expresaba su filosofía: "Había una
o dos cosas a que tenía derecho: la libertad o la muerte, si no podía tener
una, tendría la otra, porque ningún hombre me iba a coger con vida…".
Una forma de
resistencia era la de no trabajar tanto. Escribió William Edward Burghardt du
Bois:
"Como producto
tropical con una sensibilidad sensual hacia la belleza del mundo, no era fácil
reducirle a ser el caballo de carga mecánico en que se convertía el labriego
del norte de Europa… así se le acusaba a menudo de perezoso y se le trataba
como a un esclavo cuando en realidad aportaba una renovada valoración de la
vida al trabajo manual moderno".
Los casos en que
los blancos pobres ayudaban a los esclavos no eran frecuentes, pero sí
suficientes como para mostrar la necesidad que había de enfrentar a los dos
colectivos. Genovese dice:
"Los negreros…
sospechaban que los que no tenían esclavos animarían actitudes de desobediencia
e incluso de rebelión en los esclavos, no tanto por simpatizar con ellos sino
por el odio que sentían hacia los terratenientes ricos y por la envidia que
sentían de sus tierras. A los blancos a veces se les vinculaba con los planes
subversivos de los esclavos, y cada incidente renovaba los viejos temores. Esto
ayuda a explicar las duras medidas policiales que se tomaban contra los blancos
que confraternizaban con los negros".
A su vez, los
negros ayudaban a los blancos necesitados. Un fugitivo negro habló de una
esclava que recibió cincuenta latigazos por dar comida a un pobre vecino blanco
enfermo.
Cuando se construyó
el canal Brunswick en Georgia, se separó a los esclavos negros de los
trabajadores blancos irlandeses con la excusa de que podían agredirse entre sí.
Puede que eso fuera cierto, pero Fanny Kemeble, la famosa actriz, esposa de un
terrateniente, escribió en su diario:
"Pero los
irlandeses no sólo son dados a las discusiones, a las peleas, a las luchas, a
la bebida, y al desprecio del negro… son una gente apasionada, impulsiva,
afectuosa y generosa… podría ser que les cogieran cariño a los esclavos, y
ustedes pueden imaginarse las consecuencias que ello pudiera acarrear.
Indudablemente percibirán que de ninguna manera se les puede permitir trabajar
juntos en el canal de Brunswick".
La necesidad que
había de controlar a los esclavos llevó a una salida ingeniosa: la de pagar a
los blancos pobres (de por sí ya problemáticos durante doscientos años de
historia sureña) para que fueran capataces de la fuerza de trabajo negra, y, en
consecuencia, los parachoques del odio negro.
Para ejercer el
control, los terratenientes también usaron la religión. Respecto a los pastores
negros, Genovese opina lo siguiente: "Tenían que hablar un lenguaje lo
suficientemente desafiante como para contener a los más lanzados de su rebaño,
pero no tan incendiario como para animarles a entablar luchas que no podían
ganar, ni tan amenazante como para levantar las iras de los poderes
fácticos". Decidía el sentido práctico: "Las comunidades religiosas
de los esclavos aconsejaban una estrategia basada en la paciencia, en la
aceptación de lo que no se podía evitar, en el esfuerzo permanente por mantener
con vida y salud a la comunidad negra".
En un tiempo se
pensó que la esclavitud había destruido la familia negra. Pero en las
entrevistas realizadas a antiguos esclavos en los años '30 por el Proyecto
Federal de Escritores del New Deal para la Biblioteca del Congreso, se reveló
una realidad muy diferente. George Rawick lo resume así:
"La comunidad
esclava actuaba como un sistema de hermandad extensiva en que los adultos
cuidaban a todos los niños y había poca división entre 'mis hijos, que son mi
responsabilidad' y 'tus hilos, que son tu responsabilidad'. Todo formaba parte,
como veremos, del proceso social del cual nació el orgullo negro, la identidad
negra, la cultura negra, la comunidad negra y la rebelión negra en
América".
Una serie de viejas
cartas e informes descubiertos por el historiador Herbert Gutman muestran la
fuerte resistencia de la familia esclava a las presiones de la desintegración.
Una mujer escribió a su hijo después de veinte años de separación: "Tengo
muchas ganas de verte cuando sea vieja… Ahora, querido hijo, rezo para que
vengas a ver a tu vieja y querida mamá. Te quiero Cato… eres mi único
hijo".
Y un hombre
escribió a su mujer, vendida lejos de él junto a sus hijos: "Envíame un
poco de pelo de cada niño en papeles separados, con sus nombres en el papel…
Preferiría que me hubiera pasado cualquier cosa antes de verme separado de ti y
de los hijos… Laura, te sigo queriendo igual".
Lawrence Levine,
también insiste en la fuerza de los negros, incluso en situaciones de
esclavitud. Dice que entre los esclavos existe una cultura rica, una mezcla
compleja de adaptación y de rebelión, a través de la creatividad de los cuentos
y las canciones:
Cultivamos el trigo,
y ellos nos dan el maíz.
Horneamos el pan,
y nos dan el mendrugo.
Cribamos la harina,
y nos dan la cáscara.
Pelamos la carne,
y nos dan la piel.
Y de esta forma
nos van engañando.
Las canciones
espirituales solían tener un doble sentido. La canción "Oh Caná, dulce
Caná, me dirijo a la tierra de Caná" a menudo significaba que los esclavos
tenían la intención de dirigirse al norte, a su Caná. Durante la guerra civil,
los esclavos empezaron a componer nuevos espirituales con mensajes más
atrevidos: "Antes que ser esclavo, preferiría estar en la tumba, para
volver con mi Señor y ser salvado". Y el espiritual "Muchos miles
van":
No más migajas de maíz para mí,
no más, no más.
No más latigazos del amo para
mí, no más, no más.
Mientras los
esclavos del sur resistían, los negros libres del norte (había unos 130.000 en
1830 y unos 200.000 en 1850) se movilizaron a favor de la abolición de la
esclavitud. En 1829, David Walker, hijo de esclavo pero nacido libre en
Carolina del Norte, se mudó a Boston, donde vendía ropa usada. El panfleto que
escribió e imprimió, Walker's Appeal, se hizo muy popular y enfureció a los
negreros sureños. Georgia ofreció una recompensa de 10.000 dólares al que
entregara a Walker con vida, y de 1.000 al que lo matara. Cuando se lee su
Appeal (Llamamiento) no es difícil entender las razones que les empujaron a
ello.
Dijo que los negros
debían luchar por su libertad.
"Que sigan
nuestros enemigos con sus carnicerías, pero que llenen su copa de una vez. No
hay que intentar ganar nuestra libertad ni nuestro derecho natural… hasta que
veamos claro el camino… citando llegue esa hora y te muevas, no tengas miedo ni
te desmayes… Dios nos ha dado dos ojos, dos manos, dos pies, y algo de sentido
común en nuestras cabezas. Ellos no tienen más derecho a retenernos en la esclavitud
que nosotros a ellos… a cada cerdo le llega su hora, y la del americano se está
acercando ya".
Un día del verano
de 1830, David Walker fue encontrado sin vida en la entrada de su tienda.
Algunos de los
nacidos en la esclavitud llevaron a la práctica el deseo incumplido de millones
de personas. Frederick Douglass, esclavo, fue enviado a Baltimore para trabajar
como criado y trabajador en un astillero. De alguna forma aprendió a leer y a
escribir, y, en 1838, a los veintiún años, escapó al norte, donde se convirtió
en el negro más famoso de su época, como conferenciante, director de periódico
y escritor. En sus memorias recordó los pensamientos que había tenido en su
primera infancia sobre su condición:
"¿Por qué soy
esclavo? ¿Por qué algunos son esclavos, y otros amos? ¿Hubo alguna vez un
tiempo en que esto no era así? ¿Cómo empezó la relación?
Sin embargo, una
vez que empecé mis indagaciones, no tardé mucho en descubrir la verdad sobre el
tema. No era el color, sino el crimen; no Dios, sino el hombre el que
proporcionaba la explicación verídica sobre la existencia de la esclavitud;
tampoco tardé en averiguar otra verdad: lo que el hombre puede hacer, el hombre
lo puede deshacer.
Recuerdo claramente
el hecho de quedar (incluso entonces) muy impresionado con la idea de llegar a
ser un hombre libre algún día. Este sentimiento reconfortante era un sueño
innato de mi naturaleza humana (una constante amenaza a la esclavitud) que
todos los poderes de la esclavitud no podían silenciar ni aplastar".
La ley del esclavo
fugitivo, aprobada en 1850, fue una concesión a los estados sureños a cambio de
la admisión en la Unión de los territorios mejicanos conquistados en la guerra
(especialmente California) como estados libres de esclavitud. La ley facilitaba
a los negreros la captura de antiguos esclavos, o simplemente, la captura de
negros acusados de huir. Los negros norteños organizaron actos de resistencia a
la ley del esclavo fugitivo. Denunciaron al presidente Fillmore por firmarla, y
al senador Daniel Webster por apoyarla. Uno de los activistas fue J.W. Loguen,
hijo de madre esclava y amo blanco. Había huido hacia la libertad en el caballo
de su amo, había ido a la escuela y ahora ejercía de sacerdote en Syracuse,
Nueva York. Así habló a una congregación de esa ciudad en 1850:
"Ha llegado la
hora de que cambiemos los tonos de sumisión por tonos de desafío, y que digamos
al Sr. Fillmore y al Sr. Webster que si quieren introducir esta medida contra
nosotros tendrán que enviar sus sabuesos… Yo recibí mi libertad del cielo, y
con ella llegó la orden de defender el derecho que tengo a ella… No respeto
esta ley (no la temo), ¡no la voy a obedecer! Me coloca fuera de la ley, y yo
la declaro ilegal…".
El año siguiente
capturaron en Syracuse a un esclavo fugitivo llamado Jerry, y lo juzgaron. Una
multitud, armada de palancas y arietes para irrumpir en el juzgado, desafió con
armas a los agentes de la ley, y liberaron a Jerry.
Loguen convirtió su
casa de Syracuse en una importante estación del ferrocarril subterráneo. Se
dice que ayudó a escapar a Canadá a unos 1.500 esclavos. Su memoria de la
esclavitud llegó a oídos de su antigua propietaria, y ésta le escribió que si
no volvía, tenía que mandarle 1.000 dólares en concepto de compensación. La
respuesta que le mandó Loguen fue publicada por el periódico abolicionista, The
Liberator:
"Sra. Sarah
Loguen… Dice Ud. que tiene ofertas para comprarme y que me venderá si no le
envío 1.000 dólares, y acto seguido, casi en la misma frase, dice Ud.
"Sabes que te criamos como un hijo más". Mujer, ¿crío sus propios
hijos para el mercado? ¿Los crio para los latigazos? ¿Los crio para expulsarlos
encadenados? ¡Debería de sentir vergüenza! ¿Todavía no sabe que los derechos
humanos son mutuos y recíprocos, y que si Ud. me quita la libertad y la vida,
perderá Ud. su propia libertad y su vida? Ante Dios y el firmamento, ¿es que
existen leyes para un hombre que no lo sean para otro? Si Ud. o cualquier otro
que desea especular con mi cuerpo y mis derechos, quiere saber cómo valoro mis
derechos, sólo tiene que venir aquí, y ponerme una mano encima para
esclavizarme. Atentamente, etc. J.W. Loguen".
Frederick Douglass
sabía que la vergüenza de la esclavitud no sólo era cosa del sur, y que toda la
nación era cómplice de la misma. El 4 de julio de 1852, día de la
independencia, pronunció un discurso:
"Ciudadanos,
amigos. ¿Qué representa para el esclavo americano el cuatro de julio? Respondo,
un día que le revela más que ningún otro del año la gran injusticia y la
crueldad de que es víctima constante. Para él vuestra celebración es falsa,
vuestra tan cacareada libertad una licencia inmunda, vuestra grandeza nacional,
una vanidad sin igual, vuestros cantos de alegría están vacíos, desprovistos de
corazón, vuestra denuncia de los tiranos, una desfachatez impúdica, vuestros
gritos de libertad e igualdad, un hueco sarcasmo, para él vuestros rezos e
himnos, vuestros sermones y acciones de gracias, con toda su pompa religiosa y
solemnidad son mera ampulosidad, fraude, decepción, impiedad e hipocresía (una
delgada cortina para cubrir crímenes que avergonzarían a una nación de salvajes).
Actualmente no hay nación en la tierra que peque de prácticas más chocantes y
sangrientas que el pueblo de los Estados Unidos".
Diez años después
de la rebelión de Nat Turner, en el sur no quedaban vestigios de insurrecciones
negras. Pero ese año, 1841, tuvo lugar un incidente que mantuvo en pie la idea
de la rebelión. Unos esclavos que eran transportados en un barco, el Creole, se
impusieron a la tripulación, mataron a uno de ellos, y navegaron hacia las
Antillas británicas (donde se había abolido la esclavitud en 1833). Inglaterra
se negó a devolver a los esclavos (en Inglaterra había mucha oposición a la
esclavitud en América), y este hecho desembocó en duras intervenciones en el
Congreso. Bajo el impulso que le daba al tema el secretario de Estado, Daniel
Webster, se pedía la declaración de guerra contra Inglaterra. El periódico
Colored People's Press denunció la "posición beligerante" de Webster
y, haciendo memoria de la guerra revolucionaria y de la guerra de 1812,
escribió:
"Si se declara
la guerra, ¿lucharemos en defensa de un gobierno que nos niega el derecho más
preciado, el de la ciudadanía?".
Mientras crecía la
tensión tanto en el norte como en el sur, los negros se hacían más beligerantes
En 1853 Frederick Douglass habló así:
"Déjenme
hablarles un poco de la filosofía de las reformas. La historia entera del
progreso de la libertad humana muestra que todas las concesiones que se han
hecho hasta la fecha a sus augustas exigencias han nacido de la lucha. Si no
hay lucha no hay progreso. El poder no concede nada sin una exigencia. Nunca lo
ha hecho, y nunca lo hará".
De la constante
presencia de la cuestión de la esclavitud en la mente de los negros dan
testimonio los niños negros de una escuela privada de Cincinnati, financiada
por los negros. Los niños respondían a la pregunta "¿En qué tema piensas
más?". Sólo constan cinco respuestas en los informes, y todas tienen que
ver con la esclavitud. Un niño de siete años escribió:
"Me da pena
pensar que el barco… se hundió con 200 pobres esclavos provenientes de río
arriba. ¡Oh, cuánta pena siento al oírlo! Me apena tanto el corazón que podría
desmayarme en un minuto".
Los abolicionistas
blancos realizaron acciones valientes y pioneras: en las tribunas de
conferenciantes, en los periódicos, en el ferrocarril subterráneo. Los
abolicionistas negros, con menos publicidad, eran la espina dorsal del
movimiento. Antes de que Garrison publicara en 1831 su famoso Liberator en Boston,
ya se había celebrado la primera convención nacional de negros, David Walker
había escrito ya su Appeal, y había aparecido una revista abolicionista negra
llamada Freedom's Journal. De los primeros veinticinco subscriptores de The
Liberator, la mayoría eran negros.
Los negros tenían
que luchar constantemente contra el racismo inconsciente de los abolicionistas
blancos. También tenían que insistir en su propia voz independiente. Douglass
escribió para The Liberator, pero en 1847 fundó en Rochester su propio
periódico, el North Star, lo que provocó una ruptura con Garrison. En 1854, una
conferencia de negros declaró: "…hay que insistir que es nuestra batalla,
nadie más puede luchar por nosotros… Nuestras relaciones con el movimiento
abolicionista deben cambiar. De hecho ya están cambiando. En vez de depender de
él, debemos encabezarlo".
Algunas mujeres
negras se enfrentaban a un triple obstáculo: ser abolicionistas en una sociedad
negrera; ser negras entre reformistas blancos; y ser mujeres en un movimiento reformista
dominado por hombres. Cuando en 1835 Sojourner Truth se levantó para dirigirse
al público de Nueva York en la Cuarta Convención Nacional de Derechos de la
Mujer, se juntaron los tres factores. En la sala había un público hostil que
gritaba, abucheaba y amenazaba. Ella dijo:
"Sé que os
resulta un poco extraño ver a una mujer de color que se levanta y se dirige a
vosotros para hablaros de cosas, y de los derechos de la mujer. Yo me siento
entre vosotros y observo, y de vez en cuando saldré a contaros la hora de la
noche que es".
Después de la
violenta rebelión de Nat Turner y de la sangrienta represión ejercida en
Virginia, el sistema de seguridad sureño se hizo más férreo. Quizá sólo un
foráneo podía albergar esperanzas de provocar una rebelión. Efectivamente, fue
una persona de estas características, un blanco de una decisión y un coraje
formidables. El loco plan de John Brown contemplaba la toma del arsenal federal
en Harpers Ferry, Virginia, para luego propagar una revuelta en todo el sur.
Harriet Tubman, con
su escaso metro cincuenta de altura, era veterana de múltiples misiones
secretas cuya finalidad era escoltar esclavos hacia la libertad. Estaba
involucrada en los planes de John Brown, pero al estar enferma, no pudo unirse
a él. También Frederick Douglass se había encontrado con Brown. Le expuso su
oposición al plan desde el punto de vista de sus probabilidades de éxito, pero
admiraba al enfermo de sesenta años, alto, seco y de pelo blanco.
Douglass tenía
razón, el plan fracasaría. La milicia local, con la ayuda de cien infantes de
marina a las órdenes de Robert E. Lee, rodeó a los rebeldes. A pesar de que sus
hombres habían resultado muertos o capturados, John Brown se negó a entregarse
y se encerró en un pequeño edificio de ladrillos cerca de la puerta del
arsenal. Las tropas derrumbaron la puerta; un teniente de los infantes de
marina entró en el edificio y le dio un sablazo. Le interrogaron herido y
enfermo. Du Bois, en su libro John Brown, escribió:
"Imagínense la
situación: un viejo ensangrentado, medio muerto de las heridas sufridas hacía
unas pocas horas, un hombre echado en el suelo frío y sucio, que llevaba
cincuenta y cinco tensas horas sin dormir, y casi otras tantas sin comer, con
los cadáveres de sus dos hijos casi delante de sus ojos, los cuerpos de sus
siete camaradas muertos en sus inmediaciones, y una esposa y familia afligida
escuchando en vano, y una causa perdida, el sueño de una vida, yaciendo sin
vida en su corazón".
Echado allí, e
interrogado por el gobernador de Virginia, Brown dijo: "Harían bien, todos
los sureños, en prepararse para una resolución de esta cuestión… De mí se
pueden deshacer fácilmente (ahora ya estoy acabado), pero esta cuestión todavía
está sin arreglar, este tema de los negros, quiero decir, todavía no está
acabado".
Ralph Waldo
Emerson, sin ser activista, dijo que la ejecución de John Brown
"Convertirá el cadalso en un lugar tan sagrado como la cruz".
De los veintidós
hombres de la fuerza de choque dirigida por John Brown, cinco eran negros. Dos
de ellos murieron in situ, uno escapó, y los dos restantes fueron ahorcados por
las autoridades. Antes de ser ejecutado, John Copeland escribió a sus padres:
"Recordad que
si debo morir, muero en el intento de liberar unos pocos de mi gente pobre y
oprimida de su condición de una servitud que Dios en sus Sagradas Escrituras ha
denunciado de la forma más dura… no me da miedo el cadalso".
John Brown fue
ahorcado por el estado de Virginia con la aprobación del gobierno nacional. Era
el gobierno nacional el que, a la vez que aplicaba tímidamente la ley que tenía
que acabar con el comercio de los esclavos, aplicaba sin contemplaciones las
leyes que fijaban el retorno de los fugitivos a la esclavitud. Fue el gobierno
nacional el que, durante la administración de Andrew Jackson, colaboró con el
sur para eliminar el envío de literatura abolicionista por correo en los
estados sureños. Fue el Tribunal Supremo de los Estados Unidos el que declaró
en 1857 que el esclavo Dred Scott no podía exigir su libertad porque no era una
persona, sino una propiedad.
Un gobierno así no
aceptaría que fuera una revuelta la que lograra el fin de la esclavitud. Sólo
acabaría con la esclavitud en términos dictados por los blancos, y sólo cuando
lo exigiesen las necesidades políticas y económicas de la élite empresarial del
norte. Fue Abraham Lincoln el que combinó a la perfección las necesidades del
empresariado, la ambición política del nuevo partido republicano y la retórica
del humanitarismo. No mantuvo la abolición de la esclavitud en el primer lugar
de su lista de prioridades, pero sí lo suficientemente cerca de ellas como para
que las presiones abolicionistas y la práctica política le dieran una ventaja
temporal.
Lincoln pudo usar
su habilidad para combinar los intereses de los muy ricos y los de los negros
en un momento en el que esos intereses se encontraron. Y pudo vincular estos
dos intereses con los de un sector creciente de americanos: los nuevos ricos
blancos, de clase media, con sus ambiciones económicas e inquietudes políticas.
En palabras de Richard Hofstadter:
"Absolutamente
alineado con la clase media, hablaba en nombre de los millones de americanos
que habían empezado sus vidas trabajando de peón (en la agricultura, en
despachos, en las escuelas, en los talleres, en el transporte fluvial y en los
ferrocarriles) y habían pasado a engrosar las filas de los terratenientes
agrícolas, los tenderos ricos, los abogados, los comerciantes, los médicos y
los políticos".
Lincoln sabía
discutir con lucidez y pasión contra la esclavitud (en base a argumentos
morales) a la vez que actuaba con cautela en la práctica política. Creía que
"la institución de la esclavitud se basa en la injusticia y la mala
política, pero que la promulgación de las doctrinas abolicionistas, más que
limitarlos, tiende a aumentar sus males".
Lincoln se negó a
denunciar públicamente la ley del esclavo fugitivo. Escribió a un amigo:
"Confieso que odio ver cazadas a las pobres criaturas… pero me muerdo la
lengua y guardo silencio". Y cuando en 1849, siendo congresista, propuso la
abolición de la esclavitud en el distrito de Columbia, incorporó un anexo que
exigía a las autoridades locales el arresto y la devolución de los esclavos
fugitivos que entraban en Washington (esto llevó a Wendell Phillips, un
abolicionista de Boston, a referirse a él años más tarde como "el sabueso
negrero de Illinois"). Se oponía a la esclavitud, pero no podía ver a los
negros como a sus iguales, de modo que su actitud reflejaba constantemente una
idea: liberar a los esclavos para devolverlos a África.
En su campaña de
1858 contra Stephen Douglas, en las elecciones al Senado en Illinois, Lincoln
habló de forma diferente según fuera el posicionamiento de sus oyentes (y
también quizás dependiendo de la proximidad de las elecciones). Cuando habló en
julio en Chicago, en el norte de Illinois, dijo:
"Olvidemos
todas estas discusiones sobre este hombre y aquel, esta raza y aquella, que si
tal raza es inferior, y que por lo tanto hay que situarlos en un rango
inferior. Descartemos todo esto, y unámonos como un solo pueblo en toda esta
tierra, hasta que una vez más nos levantemos proclamando que todos los hombres
fueron creados iguales".
Dos meses más
tarde, en Charleston, en el sur de Illinois, Lincoln dijo a su público:
"Diré, pues,
que no estoy, ni nunca he estado, a favor de equiparar social y políticamente a
las razas blanca y negra (aplausos), que no estoy, ni nunca he estado, a favor
de dejar votar ni formar parte de los jurados a los negros, ni de permitirles
ocupar puestos en la administración, ni de casarse con blancos…
Y hasta que no
puedan vivir así, mientras permanezcan juntos debe haber la posición superior e
inferior y yo, tanto como cualquier otro, deseo que la posición superior la
ocupe la raza blanca".
Tras la secesión
del sur, y después de la elección de Lincoln a la presidencia en el otoño de
1860 (por el nuevo partido republicano), hubo una larga serie de choques
políticos entre el sur y el norte. La élite norteña quería una expansión
económica (tierras gratuitas, mercado libre de trabajo, una tarifa
proteccionista para los productores y un banco de los Estados Unidos). Los
intereses negreros se oponían a todo eso; veían en Lincoln y en los
republicanos unos obstáculos para la continuidad de su estilo de vida agradable
y próspero.
Cuando Lincoln fue
elegido, siete estados sureños se separaron de la Unión. Y cuando Lincoln
inició las hostilidades en un intento por retomar la base federal de Fort
Sumter, en Carolina del Sur, se separaron cuatro estados más y se formó la
Confederación; la guerra civil estaba servida.
El discurso
inaugural de Lincoln, en marzo de 1861, fue conciliatorio: "No tengo el
propósito de interferir, ni directa ni indirectamente, en la institución de la
esclavitud en los estados donde existe. Creo que no tengo ningún derecho legal
a hacerlo, y no tengo ninguna intención de hacerlo". A los cuatro meses de
iniciada la guerra, cuando el general John C. Fremont declaró la ley marcial en
Missouri diciendo que los esclavos de los propietarios que se resistían a los
Estados Unidos quedarían libres, Lincoln dio la contraorden. Quería mantener
dentro de la Unión a los estados negreros de Maryland, Kentucky, Missouri y
Delaware.
Tan sólo cuando la
guerra se recrudeció, aumentaron las bajas, creció la desesperación por ganar
la guerra y las críticas de los abolicionistas amenazaron con deshacer la
frágil coalición que respaldaba a Lincoln, éste empezó a actuar contra la
esclavitud. Hofstadter lo explica así: "Como un barómetro delicado, tomó
nota de la tendencia de las presiones, y al aumentar las presiones radicales,
se desplazó hacia la izquierda".
El racismo estaba
tan arraigado en el norte como la esclavitud lo estaba en el sur, y se hizo
necesaria una guerra para sacudirlos a ambos. Los negros de Nueva York no
podían votar si no tenían 250 dólares en propiedades (un requisito no exigido a
los blancos). Para abolir esto, se introdujo una propuesta en la consulta
electoral de 1860, pero fue derrotada por dos a uno.
Wendell Phillips, a
pesar de sus críticas a Lincoln, reconoció las posibilidades que se abrían con
su elección. Hablando en el Templo Tremont de Boston el día después de las
elecciones, Phillips dijo:
"Si el
telégrafo no miente, por primera vez en nuestra historia el esclavo ha elegido
a un presidente de los Estados Unidos… No es un abolicionista, ni es hombre que
vaya contra el comercio negrero, pero sí está dispuesto el Sr. Lincoln a
representar la idea antinegrera. Es un peón en el tablero de ajedrez político,
y su valor está en su posición, con cierto esfuerzo, pronto podremos cambiarle
por un caballo, un alfil, o una reina, y hacer nuestro el tablero entero
(aplausos)".
El espíritu del
Congreso, incluso después de iniciada la guerra, quedó plasmado en una
resolución del verano de 1861 (que sólo tuvo unos pocos votos contrarios):
"…esta guerra no se hace… por ninguna causa… que tenga que ver con la
abolición de, o la interferencia en, los derechos de las instituciones
establecidas de esos estados, sino… para preservar la Unión".
Los abolicionistas
fortalecieron su campaña. Presentaron muchas peticiones en favor de la
emancipación en el Congreso entre 1861 y 1862. En mayo de ese año, Wendell
Phillips dijo: "Puede que Abraham Lincoln no lo quiera, no lo puede
impedir… el negro es la piedra en el zapato, y no se puede andar hasta que se
saque".
En julio de 1862,
el Congreso aprobó una ley de confiscación que propiciaba la liberación de los
esclavos de los propietarios que luchaban contra la Unión. Pero los generales
de la Unión no imponían la ley, y Lincoln hizo la vista gorda. Horace Greeley,
director del Tribune de Nueva York, escribió que los seguidores de Lincoln
estaban
"…muy
desilusionados y apenados… requerimos de Ud., como primer mandatario de la
república, encargado especial y preferente de este deber, que ejecute las
leyes… Creemos que es Ud. extrañamente remiso… a observar las previsiones
emancipadoras de la nueva ley de confiscación… con las desastrosas
consecuencias que esto acarrea…
Creemos que tienen
demasiada influencia en Ud. los consejos… que os envían ciertos políticos en
los estados negreros vecinos".
Greeley apeló a la
necesidad práctica que había de ganar la guerra: "Hemos de reclutar
escoltas, guías, espías, cocineros, peones, mineros y cortadores entre los
negros del sur, tanto si dejamos que luchen con nosotros como si no… Os pido
que respetéis al máximo (de forma apasionada e inequívoca) la ley de la
tierra".
Lincoln respondió a
Greeley:
"Querido
Señor… No ha sido mi intención dejar a nadie perplejo… Mi objetivo primordial
en esta lucha es la salvación de la Unión, y no el salvar ni destruir la
esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría;
y si pudiera conseguirlo con la liberación de todos los esclavos, también… Aquí
he expuesto mis intenciones según mi visión del deber oficial, y no cambiaré ni
un ápice mi deseo personal (tantas veces expresado) de que todos los hombres,
en todas partes, puedan ser libres".
Cuando Lincoln
efectuó su primera proclamación emancipadora, en el mes de septiembre de 1862,
lo hizo en respuesta a una estrategia militar. Concedía cuatro meses al sur
para que dejara de luchar. Amenazaba con emancipar a sus esclavos si
continuaban luchando y prometió respetar la esclavitud en los estados que se
posicionaran con el norte.
Así, cuando el 1 de
enero de 1863 Lincoln hizo pública la proclamación emancipadora, declaró la
libertad para los esclavos de las áreas en las que todavía se luchaba contra la
Unión (y de las cuales hizo una exhaustiva lista), pero no hizo mención alguna
de los esclavos que había en la zona de la Unión.
Por limitada que
fuera, la proclamación emancipadora dio alas a las fuerzas abolicionistas. En
verano de 1864 se habían recogido y enviado al Congreso 400.000 firmas pidiendo
que la legislación pusiera fin a la esclavitud, un hecho sin precedentes en la
historia del país. En el mes de abril el Senado adoptó la 13ª enmienda, que
declaraba el fin de la esclavitud. La Cámara de Representantes hizo lo propio
en enero de 1865.
Con la
proclamación, el ejército de la Unión se abrió a los negros. Y cuantos más
negros entraban en guerra, más les parecía a éstos una guerra para su propia
liberación. En cambio, entre los blancos, cuanto más tuvieron que sacrificarse,
más resentimiento tenían, sobre todo entre los blancos pobres del norte que
eran llamados a filas por una ley que permitía que los ricos comprasen su
libertad a cambio de 300 dólares. Eso fue lo que provocó las revueltas contra
el reclutamiento de 1863. Eran las revueltas de los blancos encolerizados de
las ciudades del norte. Pero el objeto de sus iras no fueron los ricos, que
estaban lejos, sino los negros, que estaban a mano.
Fue una orgía de
muerte y violencia. Un negro de Detroit describió lo que vio: una multitud se
manifestaba por la ciudad transportando barriles de cerveza en carros. Estaban
armados con palos y ladrillos y atacaban a los negros, fuesen hombres, mujeres
o niños. Oyó decir a un hombre: "Si tienen que matarnos a cambio de los
negros, mataremos a todos los de esta ciudad".
La guerra civil fue
una de las más sangrientas en la historia de la humanidad hasta ese momento:
600.000 mil muertos en los dos bandos, en una población de 30 millones (el
equivalente en los Estados Unidos de 1990, con una población de 200 millones, a
5 millones de muertos). Al intensificarse las batallas, al acumularse los
cadáveres, al crecer la fatiga producida por la guerra, y con una situación en
la que huían centenares de miles de esclavos de las haciendas, los 4 millones
de negros del sur se convirtieron en una fuerza potencial para el bando que los
quisiera utilizar.
Du Bois apuntó lo
siguiente:
"Fue esta
clara alternativa la que provocó la repentina rendición de Lee. El sur tenía
que llegar a acuerdos con sus esclavos: liberarlos, usarlos en la guerra contra
el norte o bien, podrían rendirse al norte con la esperanza de que, después de
la guerra, el norte debía ayudarles a defender la esclavitud como siempre había
hecho".
Las mujeres negras
jugaron un importante papel en la guerra, especialmente hacia el final.
Sojourner Truth se convirtió en funcionaria para el reclutamiento de tropas
negras para el ejército de la Unión, al igual que Josephine St. Pierre Ruffin
de Boston. Harriet Tubman realizó incursiones en las haciendas, al frente de
tropas negras y blancas. En una expedición liberó a 750 esclavos.
Se ha dicho que la
aceptación de la esclavitud por parte de los negros queda probada por el hecho
de que, durante la guerra civil, teniendo amplias oportunidades para escaparse,
la mayoría de los esclavos se quedaron en las haciendas. Pero de hecho, huyeron
medio millón de esclavos (aproximadamente uno de cada cinco, una proporción
alta cuando se considera que era muy difícil saber a dónde huir y cómo
sobrevivir).
En 1865, un
terrateniente de Carolina del Sur escribió en el Tribune de Nueva York:
"…la conducta
de los negros en la última crisis me ha convencido de que todos vivimos en el
engaño… Yo creía que esta gente estaba contenta, alegre, y unida a su amo. Pero
los acontecimientos y la reflexión me han hecho cambiar de parecer… Si
estuvieran contentos, alegres y unidos a su amo, ¿por qué lo abandonaron en el
momento en que los necesitaba, para huir hacia un enemigo que no conocían,
dejando así a su buen amo, al que conocían desde la más tierna infancia?".
La guerra no
produjo ninguna revuelta general de los esclavos, pero en algunas zonas de
Mississippi, Arkansas y Kentucky, los esclavos destrozaron las haciendas y se
apoderaron de ellas.
Doscientos mil
negros se alistaron en el ejército y en la marina, de los cuales 38.000
murieron. El historiador james McPherson dice: "Sin su ayuda, el norte no
hubiera podido ganar la guerra de la forma en que lo hizo, y quizás,
simplemente, no la hubiera ganado".
Lo que pasó con los
negros en el ejército de la Unión y en las ciudades del norte durante la guerra
da alguna idea sobre las limitaciones futuras de la emancipación, incluso con
una victoria total sobre la Confederación. Los soldados negros de permiso eran
atacados en las ciudades norteñas, como en Zanesville, Ohio, en febrero de
1864, donde se oyeron gritos de "muerte al negro". Los soldados
negros eran utilizados para realizar los trabajos más duros y sucios: cavar
trincheras, arrastrar troncos y cañones, cargar munición y perforar pozos para
los regimientos blancos. Los soldados blancos sin graduación recibían 13
dólares al mes, y los negros 10. Finalmente, en junio de 1864, el Congreso
aprobó una ley que equiparaba el sueldo de los soldados negros al de los
blancos.
Después de algunas
derrotas militares, a finales de 1864 el secretario de Guerra confederado,
Judah Benjamin, escribió a un director de periódico en Charleston: "Es un
hecho conocido que el general Lee… está muy a favor del uso de los esclavos en
la defensa, y de su emancipación, si resulta necesario, para esa
finalidad…". Un general escribió indignado: "Si los esclavos son
buenos soldados, toda nuestra teoría sobre la esclavitud está mal
enfocada".
A principios de
1865, la presión había ido en aumento, y en marzo el presidente Davis (de la
Confederación) firmó una ley del soldado negro, por la que se autorizaba el
alistamiento de esclavos, que serían liberados a discreción de sus amos y de
los gobiernos de sus estados. Pero antes de que ésta tuviera ningún efecto
significativo, la guerra se acabó.
Los ex esclavos, al
ser entrevistados por el Proyecto Federal de Escritores en los años treinta,
recordaban el final de la guerra. Susie Melton:
"Yo era una
chica joven, de unos diez años, y oímos que Lincoln iba a liberar a los negros…
Era invierno y hacía mucho frío esa noche, pero todo el mundo se preparó para
marchar. No me preocupaba la señora, yo me iba para las líneas unionistas. Y
toda esa noche los negros cantamos y bailamos fuera, en la fría noche. Al día
siguiente al amanecer todos salimos con mantas y ropa y cacharros y sartenes y
gallinas apilados en las espaldas… Y al salir el sol por entre los árboles, los
negros empezamos a cantar:
Sol, tú estás y yo me marcho
Sol, tú estás y yo me marcho
Sol, tú estás y yo me
marcho".
Anna Woods:
"No llevábamos
mucho tiempo en Texas cuando entraron los soldados y nos dijeron que éramos
libres… Recuerdo una mujer. Se subió encima de un barril y gritó. Saltó del
barril y gritó. Volvió a subir y gritó más veces. Siguió haciéndolo durante
largo tiempo, simplemente subiéndose en el barril y volviendo a saltar".
Anna Mae Weathers
dijo:
"Recuerdo que
mi padre había dicho que cuando vino alguien y gritó: Negros, por fin sois
libres, simplemente dejó caer su azada y dijo en un tono extraño: Gracias a
Dios".
El Proyecto Federal
de Escritores registró las palabras de un antiguo esclavo llamado Fannie Berry:
"¡Negros
gritando y aplaudiendo y cantando! ¡Niños corriendo por todas partes dando
palmadas y gritando! Todo el mundo feliz ¡La que se armó! Corrí hacia la cocina
y grité por la ventana: Mama, no cocines más ¡Eres libre! ¡Eres libre!".
Muchos negros
entendían que su rango social, tras la guerra (fuera cual fuera su situación
legal) dependería de si eran propietarios de la tierra que trabajaban o si eran
obligados a ser semiesclavos de otros.
Las haciendas abandonadas
fueron alquiladas a los antiguos colonos, y a los blancos del norte. En
palabras de un periodista negro: "A los esclavos los convirtieron en
siervos de la tierra y los ataron a ella. En esto quedó la tan cacareada
libertad del hombre negro a manos del yanqui".
Con la política del
Congreso aprobada por Lincoln, la propiedad confiscada durante la ley de
confiscación de 1862 revertiría en los herederos de los propietarios
confederados. El Dr. John Rock, médico negro de Boston, dijo en un mitin:
"Es al esclavo al que habría que recompensar. La propiedad del sur es del
esclavo por derecho".
En las islas del
mar de Carolina del Sur, de un total de 16.000 acres puestos a la venta en
marzo de 1863, los esclavos liberados sólo pudieron comprar, incluso juntando
todo su dinero, 2.000 acres. El resto lo compraron inversores y especuladores
del norte. Un esclavo liberado de las islas dictó una carta a una antigua
maestra:
"Querida
señorita: Por favor infórmele a Linkum que queremos tierra (esta misma tierra que
está regada con el sudor de la cara y la sangre de nuestras espaldas).
Podríamos comprar toda la que quisiéramos, pero hacen las parcelas demasiado
grandes, y no podemos comprarlas".
El antiguo esclavo
Thomas Hall dijo al Proyecto Federal de Escritores:
"Lincoln se
llevó las alabanzas por liberarnos, pero ¿lo hizo? Nos dio libertad sin darnos
ninguna oportunidad de vivir por nuestros medios y todavía teníamos que
depender del blanco sureño para nuestro trabajo, nuestra comida y nuestra ropa
y nos mantuvo según su necesidad y deseo en un estado de servilismo que apenas
era mejor que la esclavitud".
En 1861, el
gobierno americano se había propuesto luchar contra los estados negreros, no
para acabar con la esclavitud, sino para mantener el control de un enorme
territorio nacional, con su mercado y sus recursos. No obstante, la victoria
exigió una cruzada, y la inercia de esa cruzada hizo que se involucraran en la
política nacional otras fuerzas: más negros tomaron la determinación de darle
un sentido a su libertad, y más blancos (fuesen funcionarios del Bureau de
Hombres Libres, o profesores en las Islas Marinas, o politicastros con mezclas
variadas de humanitarismo y ambición personal) se interesaron por la igualdad
racial.
También había un
fuerte interés del partido republicano por mantener el control sobre el
gobierno nacional, y la perspectiva de conseguirlo gracias a los votos negros
del sur para conseguirlo hizo que los hombres de negocios del norte, viendo que
la política republicana les beneficiaba, les dejaron hacer.
El resultado fue
ese breve período posterior a la guerra civil en el que los negros del sur
votaban y salían elegidos para los gobiernos estatales y para el Congreso.
También se introdujo en el sur una educación pública gratuita e interracial. Se
construyó un marco legal. La 13ª enmienda ilegalizó la esclavitud: "No
existirán en los Estados Unidos (ni en ningún sitio bajo su jurisdicción) ni la
esclavitud ni la servitud involuntaria, excepto como castigo por crímenes por
los cuales el interesado habrá sido condenado". La 14ª enmienda derogó la
decisión que había tomado Dred Scott en la preguerra, declarando que "toda
persona nacida o nacionalizada en los Estados Unidos" eran ciudadanos.
También parecía inclinarse decididamente por la igualdad racial, limitando
drásticamente los "derechos de los estados":
"Ningún estado
introducirá ni aplicará ninguna ley que limite los privilegios ni las
inmunidades de los ciudadanos de los Estados Unidos; tampoco ningún estado
deberá quitar la vida, la libertad o la propiedad de persona alguna sin la
debida intervención de la ley; tampoco deberá negarle a ninguna persona en su
área de jurisdicción la protección de la ley de forma igualitaria".
La 5ª enmienda
decía: "El derecho de los ciudadanos de los Estados Unidos al voto no será
negado ni limitado por los Estados Unidos ni por ningún estado en razón de
raza, color, o condición previa de servitud".
A finales de la
década de 1860-1870 y a principios de la siguiente, el Congreso aprobó una
serie de leyes imbuidas en el mismo espíritu. Convertía en un crimen el hecho
de privar a los negros de sus derechos, y exigía a los funcionarios federales
que los garantizaran, otorgando a los negros el derecho a hacer contratos y a
comprar propiedades sin ser discriminados. En 1875 una ley de derechos civiles
ilegalizó la exclusión de los negros de los hoteles, los teatros, los
ferrocarriles y otros servicios públicos.
Con estas leyes,
con la presencia protectora del ejército de la Unión en el sur, y con un
ejército civil de funcionarios en el Bureau de Hombres Libres (Freedman's
Bureau) para ayudarlos, los negros del sur se reactivaron votaron, formaron
organizaciones políticas y se expresaron con decisión sobre aquellos temas que
les interesaban.
Sus actividades
fueron obstaculizadas durante varios años por Andrew Johnson, vicepresidente de
Lincoln que llegó a la presidencia cuando Lincoln fue asesinado al final de la
guerra. Johnson boicoteó las leyes que ayudaban a los negros y facilitó la
vuelta a la Unión de los estados confederados sin garantizar la igualdad de
derechos para los negros. Durante su presidencia, los estados sureños que
habían vuelto al redil promulgaron "códigos negros" que convertían a
los esclavos liberados en siervos que seguían trabajando en las haciendas.
Andrew Johnson se
encontró con la oposición de algunos senadores y congresistas que, en algunos
casos por razones de justicia y en otros por cálculo político, daban su apoyo a
la igualdad de derechos y al voto para el negro libre. Estos miembros del Congreso
consiguieron censurar a Johnson en 1868, con la excusa de que había violado
algún estatuto menor, pero en el Senado faltó un voto para llegar a los dos
tercios necesarios para destituirle. En las elecciones presidenciales de ese
año salió elegido el republicano Ulysses Grant, que ganó por 300.000 votos.
Habían votado 700.000 negros, y Johnson dejaba de ser un obstáculo. Los estados
sureños volverían a la Unión con la aprobación de las enmiendas
constitucionales.
Hicieran lo que
hicieran los políticos del norte para ayudar a su causa, los negros del sur
habían tomado la determinación de aprovecharse de su libertad, a pesar de su
falta de tierras y recursos. Inmediatamente empezaron a afirmar su
independencia respecto a los blancos. Formaron sus propias iglesias, se
movilizaron políticamente y reforzaron sus lazos familiares intentando educar a
sus hijos.
El voto negro en
los años posteriores a 1869 consiguió la elección de dos miembros negros para
el Senado estadounidense (Hiram Revels y Blanche Bruce, ambos de Mississippi) y
veinte congresistas. Después de 1876 esta lista fue rápidamente a menos El
último negro salió del Congreso en 1901.
En los parlamentos
de los estados sureños se eligieron negros, aunque en ninguno pasarían de ser
una minoría, salvo en la cámara baja del parlamento de Carolina del Sur. Se
hizo una gran campaña propagandística en el norte y en el sur (según los libros
de historia de las escuelas americanas duró hasta bien entrado el siglo veinte)
para enseñar que los negros eran ineptos, perezosos, corruptos y una carga para
los gobiernos del sur cuando ocupaban cargos públicos. Sin duda hubo
corrupción, pero no se puede decir que los negros hayan inventado la
especulación política, especialmente en el enrarecido clima de corrupción financiera
existente en el norte y en el sur después de la guerra civil.
Ciertamente, la
deuda pública de Carolina del Sur, 7 millones de dólares en 1865, había subido
a 29 millones en 1873. Pero la nueva legislatura había introducido, por primera
vez en el estado, las escuelas públicas gratuitas. En 1876 no sólo asistían a
la escuela setenta mil niños negros (cuando ninguno antes había asistido a la
escuela) sino también cincuenta mil niños blancos (en 1860 sólo asistían veinte
mil).
Un estudioso del
siglo veinte de la Universidad de Columbia, John Burgess, se refirió a la
reconstrucción negra en estos términos:
"En lugar de
gobernar la parte más inteligente y virtuosa de la sociedad en beneficio de los
gobernados, aquí gobernaba la parte más ignorante y agresiva de la población.
Una piel negra significa formar parte de una raza de hombres que por sí sola,
nunca ha conseguido supeditar la pasión a la razón, y que por lo tanto nunca ha
creado una civilización de ninguna clase".
Hay que contrastar
estas palabras con las de los líderes negros del sur en la posguerra. Por
ejemplo, Henry MacNeal Turner, que había escapado de la esclavitud en una
hacienda de Carolina del Sur a la edad de quince años, había aprendido a leer y
a escribir por su cuenta, leía libros de derecho mientras ejercía de mensajero
en el despacho de un abogado en Baltimore y libros de medicina mientras hacía
de recadero en una escuela médica de Baltimore, sirvió como capellán negro en
un regimiento de negros, y luego fue elegido al primer parlamento de Georgia en
la posguerra.
En 1868, las
autoridades de Georgia votaron a favor de la expulsión de todos sus miembros
negros (dos senadores y veinticinco representantes) y Turner habló a la Cámara
de los Representantes de Georgia (una licenciada negra de la Universidad de
Atlanta sacaría más tarde a la luz este discurso):
"Sr.
Presidente de la cámara. Estoy aquí para exigir más derechos y para recriminar
a los hombres que se atreven a retar mi hombría.
La escena hoy
representada en esta cámara no tiene parangón… Nunca, en la historia del mundo,
se había atacado a un hombre en una cámara provista de competencias
legislativas, judiciales o ejecutivas acusándole de tener la piel más morena
que sus compañeros de cámara.
La gran pregunta,
señor, es esta: ¿Soy un hombre? Si lo soy, reclamo para mí los derechos de un
hombre.
Señor, hemos
trabajado en sus campos y hemos recolectado sus cosechas durante doscientos
cincuenta años ¿Y qué pedimos a cambio? ¿Pedimos compensación por el sudor que
vertieron nuestros padres en favor vuestro? ¿La pedimos por las lágrimas que
habéis ocasionado, y los corazones que habéis roto, las vidas que habéis
acortado y la sangre que habéis derramado? ¿Pedimos una reparación? No la
pedimos. Estamos dispuestos a enterrar el pasado, pero ahora le pidamos
nuestros derechos".
Las mujeres negras
ayudaron a la reconstrucción del sur francés. Ellen Watkins Harper dio
conferencias en todos los estados sureños después de la guerra. Había nacido
libre en Baltimore, y se había emancipado a los trece años. Trabajó como niñera
y luego como conferenciante abolicionista y lectora de poesía. Era feminista y
participó en la Convención de Derechos de la Mujer en 1866, siendo fundadora de
la Asociación Nacional de Mujeres de Color. En la década de 1890-1900, escribió
la primera novela publicada por una mujer negra: Iola Leroy, o las sombras
disipadas.
Durante la lucha
por conseguir la igualdad de derechos para los negros, algunas mujeres negras
hablaron sobre su problemática específica. Sojourner Truth, en una reunión de
la Asociación Americana para la Igualdad de Derechos, dijo:
"Hay gran
revuelo sobre la consecución de los derechos del hombre de color, pero ni una
palabra sobre las mujeres de color; si los hombres de color obtienen sus
derechos, y las mujeres de color no, los hombres de color serán los amos de las
mujeres, y la situación continuará tan mala como antes. Así que estoy a favor
de continuar con nuestra causa mientras dure la lucha; porque si esperamos a
que se calme, tardaremos mucho tiempo en ponernos en marcha de nuevo…
Tengo más de
ochenta años, ya va siendo hora de marcharme. He sido esclava cuarenta años y
cuarenta libre, y podría continuar aquí cuarenta años más hasta conseguir la
igualdad de derechos para todos…".
Las enmiendas
constitucionales fueron aprobadas, y también las leyes que aseguraban la
igualdad racial, así que los negros empezaron a votar y a ocupar cargos
públicos. Pero mientras el negro siguiera dependiendo de los blancos
privilegiados para trabajar y para acceder a las necesidades primarias, podían
comprar su voto o quitárselo con la amenaza de la fuerza. Las leyes que pedían
un tratamiento igualitario perdieron su sentido. Mientras las tropas unionistas
(incluidas las de color) permanecieron en el sur, este proceso quedaba
aplazado. Pero el equilibrio de los poderes militares empezó a cambiar.
La oligarquía
blanca del sur usó su poder económico para organizar el Ku Klux Klan y otros
grupos terroristas. Los políticos del norte empezaron a sopesar las ventajas
que tenía contar con el apoyo político de los negros pobres (mantenido sólo en
votos y cargos por la fuerza) contra la sólida situación de un sur que había
retornado a la supremacía blanca y que había aceptado el predominio republicano
y la legislación empresarial. El que los negros se vieran reducidos de nuevo a
unas condiciones rayanas con la esclavitud tan sólo era cuestión de tiempo.
La violencia empezó
casi inmediatamente después de la guerra. En Memphis, Tennessee, en mayo de
1866, los blancos realizaron un ataque violento y asesinaron a cuarenta y seis
negros, la mayoría veteranos del ejército unionista, así como también a dos
simpatizantes blancos. Violaron a cinco mujeres negras. Quemaron noventa
hogares, doce colegios y cuatro iglesias. En Nueva Orleans, en el verano de
1866, hubo más disturbios contra los negros durante los cuales murieron treinta
y cinco negros y tres blancos.
A finales de la
década de 1860-70 y a principios de la de 1870-80 la violencia aumentó,
mientras el Ku Klux Klan organizaba ataques, linchamientos, apaleamientos y
ataques incendiarios. Sólo en Kentucky, entre 1867 y 1871, los Archivos
Nacionales hablan de 116 actos de violencia.
A medida que
aumentaba la violencia blanca en la década 1870-80, el gobierno nacional,
incluso el del presidente Grant, perdió entusiasmo por defender a los negros, y
sin duda no quería armarlos. El Tribunal Supremo hizo el papel giroscópico de
reorientar a las demás instituciones de la administración hacia posturas más
conservadoras cuando éstas se excedían. Empezó a interpretar la 4ª enmienda
(que presumiblemente se había introducido para beneficiar la igualdad racial)
de una forma que la inutilizaba para este propósito.
En 1883, la ley de
derechos civiles de 1875 (que ilegalizaba la discriminación contra los negros
en el uso de los servicios públicos) fue anulada por el Tribunal Supremo, que
sentenció: "La invasión individual de los derechos individuales no está
contemplada en esta enmienda". Dijo que la 14ª enmienda sólo iba dirigida
a la acción del estado.
El juez supremo del
Tribunal Supremo, John Harlan, antiguo propietario de esclavos de Kentucky,
disintió de esto de forma notoria y dijo en un escrito que había un apartado
constitucional que prohibía la discriminación individual. Apuntó que la 13ª
enmienda (que abolía la esclavitud) se refería a los propietarios particulares
de las haciendas, y no sólo al estado. Luego argumentó que la discriminación
era una faceta de la esclavitud, e igualmente punible. También se refirió a la
primera cláusula de la 14ª enmienda, diciendo que cualquier persona nacida en
los Estados Unidos era un ciudadano, y a la cláusula del artículo 4º, sección
2ª, que decía: "Los ciudadanos de cada estado se beneficiarán de todos los
privilegios y todas las inmunidades que tienen los ciudadanos en los diferentes
estados".
Harlan estaba
luchando contra una fuerza más poderosa que la lógica o la justicia, el
ambiente del tribunal reflejaba los intereses de una nueva coalición de
industriales norteños y empresarios y terratenientes sureños. La culminación de
este ambiente llegó en la decisión de 1896, Plessy v. Ferguson, cuando el
tribunal decretó que el ferrocarril podía segregar a negros y blancos si las
partes segregadas eran iguales. Harlan protestó de nuevo: "Nuestra
constitución no distingue entre colores".
El año 1877 marcó
de forma gráfica y dramática lo que estaba ocurriendo. Al empezar el año, se
estaba debatiendo acaloradamente la elección presidencial del noviembre
anterior. El candidato demócrata, Samuel Tilden, había tenido 184 votos y
necesitaba uno más para salir elegido: tenía 250.000 votos populares más que su
contrincante. El candidato republicano, Rutherford Hayes, tenía 166 votos
electorales. Tres estados, que aún no habían sido contabilizados, sumaban un
total de 19 votos electorales, si Hayes podía obtener todos esos votos, tendría
185 y sería presidente.
Eso es lo que sus
directores de campaña procedieron a arreglar. Hicieron concesiones al partido
demócrata y a los sureños blancos, incluso llegaron a un acuerdo para retirar
las tropas unionistas del sur, el último obstáculo militar para el
restablecimiento de la supremacía blanca en esa zona.
Para afrontar la
crisis nacional los intereses políticos y económicos del norte necesitaban
aliados potentes y estabilidad. El país llevaba desde 1873 envuelto en una
depresión económica y en 1877, los granjeros y los trabajadores empezaban a
rebelarse. Lo describe C. Vann Woodward:
"Era año de
depresión, el peor año de la más severa depresión jamás experimentada. En el
este, los obreros y los desempleados estaban muy encrespados. En el oeste, se
estaba levantando una oleada de radicalismo agrario. Tanto del este como del
oeste llegaban amenazas contra la estructura compleja de las tarifas
proteccionistas, los bancos nacionales, las subvenciones a los ferrocarriles y
los manejos monetarios sobre los que descansaba el nuevo orden económico".
Había llegado la
hora de que las elites del norte y del sur se reconciliasen. Woodward pregunta:
"¿Podía convencerse al sur para que hiciese frente común con los
conservadores del norte y se convirtiese en soporte, y no amenaza, para el
nuevo orden capitalista?".
Con los billones de
dólares en esclavos "perdidos", la riqueza del viejo sur se había
derrumbado. Ahora buscaban la ayuda del gobierno nacional: créditos,
subvenciones y proyectos anti inundaciones.
Dice Woodward:
"A base de apropiaciones, subsidios, ayudas y bonos como los que el
Congreso había concedido con tanta generosidad a las empresas capitalistas del
norte, el sur aún podía recuperar sus fortunas, o por lo menos las fortunas de
la élite privilegiada".
Y así se hizo el
trato. Las dos cámaras del Congreso crearon un comité especial para decidir
dónde recaerían los votos electorales. La decisión fue la siguiente: recaerían
en Hayes. Así que Hayes sería el nuevo presidente.
Woodward to resume
así:
"El compromiso
de 1877 no recuperó el viejo orden en el sur. Aseguró la autonomía política de
los blancos predominantes y la no-intervención en temas de política racial y
les prometió una parte de las bendiciones del nuevo orden económico. A cambio,
el sur llegaría a ser (en resumidas cuentas) un satélite de la región
predominante…".
La importancia del
nuevo capitalismo en la anulación del poco poder negro que existía en el sur de
la posguerra, queda confirmada en el estudio de Horace Mann Bond sobre la
reconstrucción en Alabama. Era la época del carbón y la energía, y Alabama
tenía ambas cosas. "Los banqueros de Filadelfia y Nueva York, e incluso
los de Londres y París, hacía dos décadas que conocían este dato. Lo único que
faltaba era el transporte". A mediados de la década de 1870-80, apunta
Bond, los banqueros del norte empezaron a aparecer en las directivas de los
ferrocarriles sureños. En 1875 J.P. Morgan figura como el director de varias líneas
en Alabama y Georgia.
En el año 1886,
Henry Grady, director de la revista Constitution de Atlanta, habló durante una
cena en Nueva York. Entre el público estaban J.P. Morgan, H.M. Flagler (un
asociado de Rockefeller), Russell Sage y Charles Tiffany. Su conferencia
llevaba como título "El nuevo sur", y venía a decir no miremos el
pasado, tengamos una nueva era de paz y prosperidad.
Ese mismo mes, un
artículo del Daily Tribune de Nueva York habló de "los líderes sureños del
carbón y el hierro" que visitaban Nueva York, y marchaban "altamente
satisfechos". La razón: por fin había llegado el momento (que llevaban
esperando desde hacía casi veinte años) en el que podían convencer a los
capitalistas del norte no sólo de la seguridad, sino de los inmensos beneficios
que se podían obtener invirtiendo su capital en el desarrollo de los riquísimos
recursos de carbón y hierro en Alabama, Tennessee y Georgia.
El norte, hay que
recordarlo una vez más, aceptó (sin tener que cambiar sustancialmente su forma
de pensar), la subordinación de los negros. Cuando acabó la guerra, diecinueve
de los veinticuatro estados norteños denegaron el voto a los negros.
En 1900 todos los
estados sureños habían incluido en sus nuevas constituciones y en sus nuevos
estatutos la eliminación legal de los derechos de los negros. También
incluyeron leyes para la segregación. Un editorial del New York Times dijo que
"los norteños… ya no denuncian la supresión del voto negro… Se reconoce
claramente la necesidad que hay de ello por la suprema ley de la
autoconservación".
Los líderes negros
mejor aceptados en la sociedad blanca, como el educador Booker T. Washington
(que fue invitado por Theodore Roosevelt a la Casa Blanca), abogaron por la
pasividad política negra. Cuando en 1895 los organizadores blancos de la
Exposición Internacional de los Estados del Algodón le invitaron a hablar en
Atlanta, Washington pidió al negro sureño que "soltara su cubo allá donde
estuviera", es decir que no se mudara del sur, que fuera agricultor,
artesano, ayudante doméstico, quizá incluso que aspirara a una profesión más
noble.
Animó a los
empresarios blancos a que arrendaran a negros antes que a inmigrantes de
"lengua y hábitos extraños". Los negros, "sin huelgas ni guerras
laborales" eran "las personas más pacientes, formales y menos
resentidas que ha visto el mundo". Dijo: "Los más sabios de mi raza
entienden que la agitación de los temas de igualdad social es una locura sin
parangón".
Quizá Washington
viera esto como una táctica necesaria para la supervivencia en un tiempo de
ahorcamientos y quema de negros en todo el sur. Y es que para los negros de
América era un momento crítico. Thomas Fortune, joven director negro del Globe
de Nueva York, testificó ante un comité del Senado en 1883 sobre la situación
del negro en los Estados Unidos. Habló de la "pobreza muy extendida",
de la traición por parte del gobierno y de los desesperados intentos de los negros
por educarse.
El jornal medio de
los campesinos negros del sur era de unos cincuenta céntimos al día, decía
Fortune. Normalmente se pagaba en "órdenes", no en metálico. Estas
órdenes sólo podían usarse en un almacén controlado por el terrateniente,
"un sistema fraudulento", según Fortune. Fortune habló del
"sistema penitenciario del sur, con su infame pelotón de trabajadores
encadenados… el objetivo era aterrorizar a los negros y proveer de víctimas a
los contratistas, que compran la mano de obra de esos desgraciados del estado
por poco dinero… El blanco que mata a un negro siempre recupera su libertad,
mientras que al negro que roba un cerdo se le condena a trabajos forzados
durante diez años".
Muchos negros
huyeron. Unos seis mil huyeron de Texas, Luisiana y Mississippi y emigraron a
Kansas para escapar de la violencia y de la pobreza. "No hemos encontrado
a ningún líder de confianza que no sea Dios en las alturas", dijo uno de
ellos.
Los que se quedaron
en el sur empezaron a organizar la autodefensa a lo largo de la década 1880-90,
para hacer frente a los más de cien linchamientos que se producían anualmente
en el sur.
Había líderes
negros que pensaban que Booker T. Washington se equivocaba al abogar por la
precaución y la moderación. John Hope, un joven negro de Georgia que había oído
el discurso de Washington en la Exposición del Algodón, les dijo a los
estudiantes del colegio negro de Nashville, Tennessee:
"Si no
luchamos por la igualdad, ¿por qué demonios vivimos? Considero cobarde y
deshonesto que ningún negro diga a los blancos o a las personas de color que no
estamos luchando por la igualdad…".
Otro negro que fue
a dar clases a la Universidad de Atlanta, William Edward Burghardt du Bois, vio
la entrega finisecular del negro como parte integrante de un acontecimiento de
más largo alcance en los Estados Unidos, algo que les estaba pasando no sólo a
los negros pobres sino también a los blancos pobres. En su libro Reconstrucción
negra en América, veía a este nuevo capitalismo como parte de un proceso de
explotación y soborno que estaba asentándose en todos los países
"civilizados" del mundo:
"Mano de obra
domesticada en los países cultivados, apaciguada y desorientada por unos
sufragios cuyo poder se veía fuertemente limitado por la dictadura del fuerte capital
sobornado por altos salarios y cargos políticos para unirse en la explotación
del blanco, amarillo, moreno y negro, en países menores…".
¿Tenía razón du
Bois al decir que ese crecimiento del capitalismo americano (antes y después de
la guerra civil) estaba convirtiendo en esclavos tanto a los blancos como a los
negros?
Howard Zinn
La otra historia de los Estados
Unidos
Argitaletxe Hiru SL, 2005
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