sábado, 29 de febrero de 2020

Las cruzadas


Las conquistas árabes revistieron un doble carácter: político y religioso. El primero provocó la reacción de los países agredidos o amenazados; el segundo interesó al conjunto de la cristiandad, porque no se trataba de reconquistar o defender un territorio particular, sino de proteger a todo el catolicismo puesto en peligro por el Islam. Se inició, en consecuencia, un vasto movimiento, cuyo móvil determinante era la fe. Pero a este sentimiento se sumó el deseo de aventuras, incitado por el atractivo de viajes a comarcas desconocidas y el anhelo de enriquecerse, aguzado por la pobreza general, en contraste con el lujo y la riqueza de los Estados musulmanes.
Aunque la palabra cruzada sólo se usó en la primera expedición a Tierra Santa, es comúnmente empleada para designar las ocho empresas militares llevadas contra Oriente durante los siglos XI al XIII, y aun todas las demás campañas medievales que tuvieron como fin principal el triunfo de la religión católica.

Primera cruzada – 1096 a 1099
Los árabes respetaron los lugares santos y el sepulcro de Cristo en Jerusalén, y toleraron las peregrinaciones que allí se dirigían. Pero en el año 1074, Palestina cayó en manos de los turcos selyúcidas (de Selyuq, caudillo que los había unido), musulmanes de raza amarilla provenientes del Turquestán, que persiguieron a los peregrinos haciéndolos objeto de vejámenes y torturas. Los selyúcidas extendieron sus conquistas al Asia Menor y llegaron hasta el mar de Mármara. Sus éxitos pusieron en peligro el imperio de Oriente; a pesar del resentimiento provocado por el reciente cisma ortodoxo, los papas resolvieron acudir en ayuda de los soberanos bizantinos.
Antes de ser elegido papa, Urbano II había estado en Constantinopla, donde se enteró de la difícil situación política y de los maltratos inferidos en Palestina a los peregrinos. Profundamente impresionado, resolvió promover la intervención militar de la cristiandad.
Aprovechó para ello un concilio, celebrado en Clermont (sur de Francia), en el año 1095. En respuesta a las exhortaciones del pontífice, los presentes ofrecieron partir contra los infieles, diciendo, llenos de fervor: "Dios lo quiere". Con pedazos de tela hicieron cruces que pusieron sobre el hombro como distintivo. A esto se llamó tomar la cruz, origen del término cruzado. Un religioso, conocido como Pedro el Ermitaño, contribuyó poderosamente con sus giras por Europa a exaltar los ánimos. El movimiento se dividió en dos corrientes: una popular, otra de la nobleza.
Cruzada popular. Tres meses más tarde emprendieron la marcha de cuarenta a cincuenta mil personas, en su mayoría campesinos, acompañados de sus mujeres e hijos, bajo la dirección de Pedro el Ermitaño y del caballero Gualterio sin Hacienda. Para alimentarse asolaron las regiones por donde pasaban; llegaron finalmente a Constantinopla, cruzaron el Bósforo y fueron exterminados por los turcos en Nicea.
Cruzada de los señores. El 15 de agosto de 1096 partió la cruzada organizada por los nobles, principalmente flamencos, franceses, ingleses, alemanes y normandos del sur de Italia, con un total que superaba el medio millón, aunque sólo la mitad eran combatientes. Su jefe principal era el noble flamenco Godofredo de Bouillón, con quien iba el legado pontificio Ademar de Monteil. Se reunieron en Constantinopla, cuyo emperador les facilitó el paso al Asia Menor; allí batieron a los turcos en la batalla de Dorilea. Después se internaron, acosados por el enemigo, sufriendo las torturas de la sed, el hambre y el calor, que las pesadas armaduras hacían insoportable. El camino recorrido quedó sembrado por millares de cadáveres. Por último entraron en Siria, donde tomaron Antioquía, a los ocho meses de sitio. Inmediatamente fueron cercados por un nuevo ejército turco; pero gracias a un prodigioso esfuerzo consiguieron abrirse paso y continuar la marcha. Finalmente, en julio de 1099 avistaron Jerusalén; tras un breve asedio la tomaron por asalto, e hicieron una terrible matanza de musulmanes.
De acuerdo con el régimen feudal, el territorio conquistado fue dividido en señoríos: Godofredo de Bouillón sólo aceptó el título de comendador (encargado o defensor) del Santo Sepulcro.
En la primera cruzada comenzaron a establecerse las órdenes militares destinadas a defender los feudos que acababan de fundarse y a proteger a los peregrinos. Sus miembros eran a la vez monjes y caballeros. Como monjes hacían votos de pobreza, celibato y obediencia, y dirigían asilos y hospitales; como caballeros se dedicaban a la guerra y levantaban poderosos castillos. Usaban sobre la armadura una túnica o un manto, con una cruz de diverso color según la orden a que pertenecían.
Las principales fueron las de los Hospitalarios y Templarios, de origen francés, y la de los Teutónicos, de origen alemán. A semejanza de éstas se crearon en España las de Alcántara, Calatrava y Santiago, en Castilla, y la de Montesa, en Aragón.

Cruzadas posteriores
Los feudos cristianos de Oriente, faltos de unidad y vigor cayeron, unos tras otros, en manos de los príncipes de Mosul, estado de la Mesopotamia. Al ser atacada Jerusalén, San Bernardo predicó la necesidad de defender el Santo Sepulcro; el rey de Francia y el emperador de Alemania emprendieron entonces la segunda cruzada, que terminó desastrosamente.
Un nuevo soberano de Mosul, Saladino, trasladó la capital de su Estado a Egipto y reanudó la campaña contra los cristianos, a quienes infligió una derrota decisiva en la batalla de Hattin o Tiberíades: Jerusalén cayó en sus manos en 1187.
Federico Barbarroja de Alemania, Felipe Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra, marcharon a Palestina al frente de la tercera cruzada; se apoderaron del puerto de San Juan de Acre, pero no pudieron avanzar. El primero pereció ahogado; el segundo regresó a su país. Ricardo, tras dos años de encarnizada lucha, abandonó la empresa.
La cuarta cruzada se formó con caballeros franceses y la flota veneciana. En vez de combatir a los musulmanes, sus componentes ocuparon Constantinopla, derrocaron al emperador, proclamando en su lugar al conde Balduino de Flandes, sometieron la Iglesia ortodoxa al papa, y repartieron las provincias en feudos (1204). Su dominación duró cerca de sesenta años.
La quinta cruzada fue dirigida contra Egipto por un caballero francés y el rey de Hungría; no dio ningún resultado.
El emperador Federico II encabezó la sexta cruzada y consiguió pactar con los infieles una tregua de diez años, así como la liberación de los lugares santos.
La séptima y octava cruzadas tuvieron como jefe a San Luis, rey de Francia. Una terminó con su rendición, en el delta del Nilo, debiendo pagar un crecido rescate para recuperar la libertad; la otra con su muerte, a consecuencia de una epidemia de peste, frente a los muros de Túnez.

Consecuencias
Las cruzadas produjeron resultados inmediatos y mediatos. Entre los primeros pueden citarse la efímera conquista de Siria y Palestina, la sumisión temporaria de Constantinopla al catolicismo, y la contención de las invasiones turcas.
Los mediatos pueden dividirse en religiosos, político-sociales, económicos y culturales.
Religiosos: demostraron la unidad religiosa de Occidente y el poder de la Iglesia; en cambio, la convivencia de católicos, ortodoxos y musulmanes difundió la tolerancia.
Político-sociales: las cruzadas debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o quedaron en Oriente; otros se empobrecieron por la venta de sus tierras; además, la prolongada ausencia les impidió vigilar sus derechos. Los reyes se incautaron de los feudos vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los señores. Por su parte, los siervos y vasallos alcanzaron su libertad a cambio de dinero. Las ciudades y la burguesía resultaron beneficiadas con las ganancias que les proporcionaban el aprovisionamiento, el transporte de los ejércitos y el incremento del tráfico con Oriente. Los franceses, principales participantes de las cruzadas, gozaron de una influencia en los países orientales que alcanzó hasta la época contemporánea.
Económicos: se introdujeron en Occidente nuevos cultivos y procedimientos de fabricación tomados de los pueblos musulmanes. El comercio, sobre todo marítimo, adquirió mayor impulso. Los puertos de Génova, Venecia, Amalfi, Marsella y Barcelona fueron los más favorecidos.
Culturales: el arte y la ciencia árabe y bizantina mejoraron la cultura occidental; las costumbres experimentaron sensibles cambios y el género de vida se hizo menos rudo.

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