Las conquistas
árabes revistieron un doble carácter: político y religioso. El primero provocó
la reacción de los países agredidos o amenazados; el segundo interesó al
conjunto de la cristiandad, porque no se trataba de reconquistar o defender un
territorio particular, sino de proteger a todo el catolicismo puesto en peligro
por el Islam. Se inició, en consecuencia, un vasto movimiento, cuyo móvil
determinante era la fe. Pero a este sentimiento se sumó el deseo de aventuras, incitado
por el atractivo de viajes a comarcas desconocidas y el anhelo de enriquecerse,
aguzado por la pobreza general, en contraste con el lujo y la riqueza de los
Estados musulmanes.
Aunque la palabra
cruzada sólo se usó en la primera expedición a Tierra Santa, es comúnmente
empleada para designar las ocho empresas militares llevadas contra Oriente
durante los siglos XI al XIII, y aun todas las demás campañas medievales que
tuvieron como fin principal el triunfo de la religión católica.
Primera
cruzada – 1096 a 1099
Los árabes
respetaron los lugares santos y el sepulcro de Cristo en Jerusalén, y toleraron
las peregrinaciones que allí se dirigían. Pero en el año 1074, Palestina cayó
en manos de los turcos selyúcidas (de Selyuq, caudillo que los había unido),
musulmanes de raza amarilla provenientes del Turquestán, que persiguieron a los
peregrinos haciéndolos objeto de vejámenes y torturas. Los selyúcidas
extendieron sus conquistas al Asia Menor y llegaron hasta el mar de Mármara.
Sus éxitos pusieron en peligro el imperio de Oriente; a pesar del resentimiento
provocado por el reciente cisma ortodoxo, los papas resolvieron acudir en ayuda
de los soberanos bizantinos.
Antes de ser
elegido papa, Urbano II había estado en Constantinopla, donde se enteró de la difícil
situación política y de los maltratos inferidos en Palestina a los peregrinos.
Profundamente impresionado, resolvió promover la intervención militar de la
cristiandad.
Aprovechó para ello
un concilio, celebrado en Clermont (sur de Francia), en el año 1095. En
respuesta a las exhortaciones del pontífice, los presentes ofrecieron partir
contra los infieles, diciendo, llenos de fervor: "Dios lo quiere". Con
pedazos de tela hicieron cruces que pusieron sobre el hombro como distintivo. A
esto se llamó tomar la cruz, origen del término cruzado. Un religioso, conocido
como Pedro el Ermitaño, contribuyó poderosamente con sus giras por Europa a
exaltar los ánimos. El movimiento se dividió en dos corrientes: una popular,
otra de la nobleza.
Cruzada
popular. Tres meses más tarde emprendieron la marcha de
cuarenta a cincuenta mil personas, en su mayoría campesinos, acompañados de sus
mujeres e hijos, bajo la dirección de Pedro el Ermitaño y del caballero
Gualterio sin Hacienda. Para alimentarse asolaron las regiones por donde
pasaban; llegaron finalmente a Constantinopla, cruzaron el Bósforo y fueron
exterminados por los turcos en Nicea.
Cruzada
de los señores. El 15 de agosto de 1096 partió la
cruzada organizada por los nobles, principalmente flamencos, franceses,
ingleses, alemanes y normandos del sur de Italia, con un total que superaba el
medio millón, aunque sólo la mitad eran combatientes. Su jefe principal era el
noble flamenco Godofredo de Bouillón, con quien iba el legado pontificio Ademar
de Monteil. Se reunieron en Constantinopla, cuyo emperador les facilitó el paso
al Asia Menor; allí batieron a los turcos en la batalla de Dorilea. Después se
internaron, acosados por el enemigo, sufriendo las torturas de la sed, el
hambre y el calor, que las pesadas armaduras hacían insoportable. El camino
recorrido quedó sembrado por millares de cadáveres. Por último entraron en
Siria, donde tomaron Antioquía, a los ocho meses de sitio. Inmediatamente
fueron cercados por un nuevo ejército turco; pero gracias a un prodigioso
esfuerzo consiguieron abrirse paso y continuar la marcha. Finalmente, en julio de
1099 avistaron Jerusalén; tras un breve asedio la tomaron por asalto, e
hicieron una terrible matanza de musulmanes.
De acuerdo con el
régimen feudal, el territorio conquistado fue dividido en señoríos: Godofredo de
Bouillón sólo aceptó el título de comendador (encargado o defensor) del Santo
Sepulcro.
En la primera
cruzada comenzaron a establecerse las órdenes militares destinadas a defender
los feudos que acababan de fundarse y a proteger a los peregrinos. Sus miembros
eran a la vez monjes y caballeros. Como monjes hacían votos de pobreza,
celibato y obediencia, y dirigían asilos y hospitales; como caballeros se
dedicaban a la guerra y levantaban poderosos castillos. Usaban sobre la
armadura una túnica o un manto, con una cruz de diverso color según la orden a
que pertenecían.
Las principales
fueron las de los Hospitalarios y Templarios, de origen francés, y la de los
Teutónicos, de origen alemán. A semejanza de éstas se crearon en España las de
Alcántara, Calatrava y Santiago, en Castilla, y la de Montesa, en Aragón.
Cruzadas
posteriores
Los feudos cristianos
de Oriente, faltos de unidad y vigor cayeron, unos tras otros, en manos de los
príncipes de Mosul, estado de la Mesopotamia. Al ser atacada Jerusalén, San
Bernardo predicó la necesidad de defender el Santo Sepulcro; el rey de Francia
y el emperador de Alemania emprendieron entonces la segunda cruzada, que
terminó desastrosamente.
Un nuevo soberano
de Mosul, Saladino, trasladó la capital de su Estado a Egipto y reanudó la campaña
contra los cristianos, a quienes infligió una derrota decisiva en la batalla de
Hattin o Tiberíades: Jerusalén cayó en sus manos en 1187.
Federico Barbarroja
de Alemania, Felipe Augusto de Francia y Ricardo Corazón de León de Inglaterra,
marcharon a Palestina al frente de la tercera cruzada; se apoderaron del puerto
de San Juan de Acre, pero no pudieron avanzar. El primero pereció ahogado; el
segundo regresó a su país. Ricardo, tras dos años de encarnizada lucha, abandonó
la empresa.
La cuarta cruzada
se formó con caballeros franceses y la flota veneciana. En vez de combatir a los
musulmanes, sus componentes ocuparon Constantinopla, derrocaron al emperador,
proclamando en su lugar al conde Balduino de Flandes, sometieron la Iglesia ortodoxa
al papa, y repartieron las provincias en feudos (1204). Su dominación duró
cerca de sesenta años.
La quinta cruzada
fue dirigida contra Egipto por un caballero francés y el rey de Hungría; no dio
ningún resultado.
El emperador
Federico II encabezó la sexta cruzada y consiguió pactar con los infieles una tregua
de diez años, así como la liberación de los lugares santos.
La séptima y octava
cruzadas tuvieron como jefe a San Luis, rey de Francia. Una terminó con su rendición,
en el delta del Nilo, debiendo pagar un crecido rescate para recuperar la
libertad; la otra con su muerte, a consecuencia de una epidemia de peste,
frente a los muros de Túnez.
Consecuencias
Las cruzadas produjeron
resultados inmediatos y mediatos. Entre los primeros pueden citarse la efímera
conquista de Siria y Palestina, la sumisión temporaria de Constantinopla al
catolicismo, y la contención de las invasiones turcas.
Los mediatos pueden
dividirse en religiosos, político-sociales, económicos y culturales.
Religiosos:
demostraron la unidad religiosa de Occidente y el poder de la Iglesia; en
cambio, la convivencia de católicos, ortodoxos y musulmanes difundió la
tolerancia.
Político-sociales:
las cruzadas debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o
quedaron en Oriente; otros se empobrecieron por la venta de sus tierras;
además, la prolongada ausencia les impidió vigilar sus derechos. Los reyes se
incautaron de los feudos vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los
señores. Por su parte, los siervos y vasallos alcanzaron su libertad a cambio
de dinero. Las ciudades y la burguesía resultaron beneficiadas con las ganancias
que les proporcionaban el aprovisionamiento, el transporte de los ejércitos y
el incremento del tráfico con Oriente. Los franceses, principales participantes
de las cruzadas, gozaron de una influencia en los países orientales que alcanzó
hasta la época contemporánea.
Económicos:
se introdujeron en Occidente nuevos cultivos y procedimientos de fabricación
tomados de los pueblos musulmanes. El comercio, sobre todo marítimo, adquirió
mayor impulso. Los puertos de Génova, Venecia, Amalfi, Marsella y Barcelona
fueron los más favorecidos.
Culturales:
el arte y la ciencia árabe y bizantina mejoraron la cultura occidental; las
costumbres experimentaron sensibles cambios y el género de vida se hizo menos rudo.
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