jueves, 6 de agosto de 2020

El destino de los pilotos que lanzaron la bomba sobre Hiroshima: de no sentir remordimiento a la locura y la muerte solitaria

A las 8.15 del 6 de agosto de 1945 se lanzó la bomba atómica. Fue el último minuto de una era y la muerte instantánea de 100 mil personas. Los aviadores que cumplieron la misión vivieron la carga de haber sido parte del horror de maneras muy diferentes.

*

El pastor de la Iglesia Luterana de la Esperanza tenía grado militar. Era el capitán William Downey. Todo estaba oscuro. Había pasado una hora desde la medianoche. El 6 de agosto recién empezaba pero la pista estaba iluminada y repleta de aviones y personal. Sin embargo en ese momento, el silencio se imponía. Sólo se escuchaba la voz del religioso.

"Padre Todopoderoso que escuchas las súplicas de los que te aman: te rogamos que ayudes a quienes desafiarán la altura de tus cielos y llevarán el combate a tierras enemigas. Ármalos con tu poder, para que puedan poner rápido fin a la guerra y para que conozcamos nuevamente la paz… Amén".

Esa fue su plegaria. Luego de la oración, sólo restaba el despegue para dar inicio a la operación. Los hombres se santiguaron, se pusieron sus cascos y subieron a sus naves. Debían partir hacia su objetivo.

En la madrugada del 6 de agosto, un avión sobrevoló el cielo de Hiroshima. Sonó, como casi todas las madrugadas del último mes, la alarma antiaérea. Nadie se preocupó en demasía. Era un B-san (Señor B), como los japoneses llamaban a los B-29. Sólo uno. Pero ese B-29 no era uno más. Era el Straight Flush comandado por Claude Eatherly, integrante del Grupo de Operaciones 509. Eatherly debía hacer la ruta que sólo una hora después haría el Enola Gay y comprobar las condiciones meteorológicas. Desde el cielo, la ciudad se veía con prístina claridad. Eso informó Eatherly.

El Enola Gay continuó su marcha con confiada tranquilidad. Little Boy (el nombre con el que habían apodado a la bomba atómica) esperaba ser lanzada. Una hora después el Enola Gay ya sobrevolaba Hiroshima. Eran las 8.15 del 6 de agosto de 1945.

El último minuto de una era. Sesenta segundos después comenzaba la era atómica.

Con la muerte instantánea de más de cien mil personas.

Parte de la tripulación del avión B-29 Enola Gay, comandado por el coronel Paul Tibbets, quien lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima a las 8.15 del 6 de agosto de 1945

Pocos días antes, el USS Indianapolis había dejado los componentes vitales de la bomba en Tinian. Sólo faltaba la orden oficial para iniciar la operación. La decisión dependía de Harry Truman, el reciente presidente de los Estados Unidos. Truman debía decidir si utilizar ese arma, de un poder destructor inédito. La paradoja es que pocos meses antes, hasta asumir la presidencia por la muerte de Franklin Roosevelt, él ni siquiera sabía de su existencia.

El Grupo de Operaciones 509 era el encargado de la misión. Se había conformado pocos meses antes en Utah y recién a comienzos de mayo de 1945 fueron trasladados a la base de Tinian. Habían elegido a los mejores pilotos de su generación. No había margen de error. Se necesitaba experiencia, habilidad, coraje y templanza.

El avión que lanzaría la bomba adquirió su nombre un día antes del bombardeo. "Me acordé de mi madre, una pelirroja valiente, que siempre me había apoyado y que soportó que abandonara medicina para ser piloto de guerra", declaró Paul Tibbets cuando le preguntaron por qué el avión se llamaba Enola Gay. Ese era el nombre de su madre (aunque lo acortó: Enola Gay Hazard Tibbets no entraba). Antes del despegue, alguien pintó las dos palabras en el fuselaje.

La misión la integraban varios aviones entre escoltas y meteorológicos. La nave principal era el Enola Gay. Capitaneada por Tibbets contaba además con otros once tripulantes. La misión duró, entre el despegue del primer avión y la vuelta a la base del último, unas doce horas. Doce horas en las que el mundo cambió definitivamente.

El director general del Proyecto Manhattan, el general George Groves pidió que todo el operativo quedara registrado. Así a pesar de que no era la costumbre, la salida de los aviones fue iluminada por reflectores para que las cámaras pudieran tomarla. Uno de los aviones del contingente era el encargado de filmar y fotografiar lo que después conoceríamos como el hongo atómico.

El avión Straight Flush con su piloto Claude Eatherly llegó a Hiroshima una hora antes que el resto. Su misión era determinar la visibilidad y si las condiciones climáticas eran las adecuadas (por ejemplo, tres días después por la labor del avión encargado de esa tarea y por las nubes que informó se cambió el objetivo y Fat Boy en vez de destruir la ciudad de Kokura, objetivo original, cayó sobre Nagasaki). Eatherly informó que la misión podía proseguir sin problemas.

Durante el vuelo se terminó de ensamblar la bomba. Fue un procedimiento que se diseñó para evitar riesgos innecesarios en el despegue. A las 8.15 se abrió la compuerta automática creada especialmente para la ocasión, y Little Boy se desprendió desde el cielo.

El Enola Gay se alejó del lugar a toda velocidad. Hasta la explosión pasaron 48 segundos. El cimbronazo estremeció al avión. Debajo, en la ciudad, la muerte instantánea.

El sacudón del avión los asustó por unos segundos, pero luego lo entendieron como el éxito de su misión. Paul Tibbets contó que el ruido que escucharon fue como si estuvieran envueltos en cilindros de latón y alguien golpeara insistentemente con un martillo sobre la chapa.

Lo que vieron, escucharon y sintieron en esos segundos no se comparaba con nada que hubieran vivido antes. El copiloto Robert Lewis, que había aspirado a comandar la misión, dijo entre dientes: "Dios mío ¿Qué hicimos?". Después contó: "Ahí abajo había una ciudad y de pronto no estuvo más. Fue como si una boca gigante la hubiese aspirado en un segundo".

El regreso fue triunfal. En la base todos festejaban. La leyenda asume que Tibbets fue condecorado apenas puso un pie en la pista.

Paul Tibbets tuvo una larga vida. Escribió sus memorias y recibió varios honores. Nunca expresó remordimiento por su papel en el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima. Tampoco lo hicieron los demás tripulantes del Enola Gay. Para ellos fue un acto de guerra, una misión que supieron cumplir con probidad. La resistencia japonesa y las muertes que acarrearía, la entrada de los soviéticos a Japón, el efecto aleccionador para el resto de las potencias sobre el poder atómico. Cada uno, según el momento, fue eligiendo del elenco de justificaciones y argumentos el que mejor le venía. Lo cierto es que, al menos en sus apariciones públicas, el remordimiento no tuvo lugar. Sin embargo, cientos de rumores se instalaron sobre él y otros tripulantes. Suicidios, internaciones en psiquiátricos, delitos aberrantes. Pero en el caso de Tibbets y de la mayoría de sus compañeros nada de eso fue cierto.

Sin embargo, no ocurrió lo mismo con Claude Eatherly, el piloto que comandó el Straight Flush, el avión de observación. Su historia se hizo muy conocida. Sus detractores hicieron todo lo posible por desprestigiarlo. Eatherly se convirtió en un hombre de vida díscola, propenso al crimen, fuera de sus cabales. Alguien que "estaba mal desde antes". Por eso su prontuario, las internaciones psiquiátricas y, en especial, su postura en contra del uso de armas atómicas.

Hiroshima: cien mil muertes y una ciudad devastada

Claude Eatherly fue dado de baja de la Fuerza Aérea en 1947. Su descenso fue vertiginoso. Su vida después de la guerra siguió un patrón. Detenciones por delitos menores, trabajos en los que duraba muy poco, alguna internación de unos pocos días para monitorear su salud mental. Luego de esos días en el hospital, Eatherly salía, conseguía trabajo y se volvía a repetir el circuito aunque todo era mucho más rápido. Sólo se incrementaba la gravedad de los delitos cometidos y la duración de las internaciones. En el medio el divorcio, los hijos que no lo quisieron ver más, un par de fallidos intentos de suicidio. Hasta que un momento se dispuso que permaneciera de manera permanente en el Hospital Psiquiátrico de Waco.

En ese entonces su prédica antibelicista había comenzado. En muchos lugares del mundo se contaba su historia y se reproducían sus declaraciones. Había sido parte del horror y eso pesaba en su conciencia. Y se lo hacía saber al mundo. No quería que lo de Hiroshima y Nagasaki se repitiera. Se convirtió en un símbolo.

Voces oficiales en Estados Unidos y antiguos compañeros del Cuerpo 509 de Operaciones trataron de quitarle trascendencia y autoridad a su postura. Sostuvieron que se trataba de un juerguista, que su disciplina era muy deficiente (esto sería difícil de creer: era muy riguroso el ingreso al grupo exclusivo que estaba involucrado en el lanzamiento de la bomba atómica; no se hubieran arriesgado a tener en el equipo a alguien inestable), que sus problemas mentales habían empezado antes de la guerra. Paul Tibbets, en sus memorias, sostuvo que "no entiendo por qué está tan afectado. Él estuvo una hora antes que el Enola Gay, no soltó la bomba, ni siquiera vio la explosión o sus consecuencias. Cuando la dejamos caer, él ya estaba regresando a la base".

Otros hablaron de celos, de búsqueda de protagonismo, de malas decisiones posteriores que lo llevaron a ponerse en el papel de la víctima.

Sin embargo nadie puede dudar que, haya sido la bomba de Hiroshima o el cúmulo de su accionar bélico, Eatherly sufrió un daño. Vio y vivió algo insoportable. Participó de actos atroces que pesaban sobre su conciencia, que no podía dejar atrás. La guerra había arrasado también con él. Que él clamara por el desarme nuclear, por el control de esa fuerza incontrolable, era de una potencia mayor a que lo hiciera otro.

Gunther Anders, El piloto de Hiroshima

El filósofo Gunther Anders, discípulo de Heidegger y ex marido de Hannah Arendt, le escribió una carta al enterarse de su historia. Eatherly contestó. Ese dio comienzo a un largo intercambio epistolar que se extendió más de una década y que constó de más de sesenta cartas. Esa conversación, el registro de esas cartas se encuentra en El piloto de Hiroshima, un libro que publicó en español hace unos años Paidós.

Anders le escribe: "El que usted, entre otros tantos miles de millones de contemporáneos, se haya condenado a ser un símbolo, no es culpa suya, y es ciertamente horrible. Pero así es. También usted, Eatherly, es una víctima de Hiroshima" (debe reconocerse, también, que Anders mostraba una extraña propensión a las cartas públicas: unos años después tras el juicio a Eichmann, le escribió varias al hijo del criminal nazi).

Algunos sostienen que de la lectura de esas cartas se desprende con claridad que Eatherly no estaba loco; difícil dudar de la salud mental de alguien que puede articular razonamientos con tal claridad. Anders comienza dando su visión antibelicista pero enseguida se entabla una relación en la que se preocupa por la salud de Eatherly, le envía cartas al médico del piloto y le manda libros al hospital psiquiátrico en el que está internado.

"El único error de Eatherly fue arrepentirse de su participación relativamente inocente en una brutal masacre. Es posible que los métodos que siguió para despertar la conciencia de sus contemporáneos sobre el delirio de nuestra época no fueran siempre los más acertados, pero los motivos de su acción merecen la admiración de todos aquellos que todavía son capaces de albergar sentimientos humanos. Sus contemporáneos estaban dispuestos a honrarle por su participación en la masacre, pero, cuando se mostró arrepentido, arremetieron contra él, reconociendo en este arrepentimiento su propia condena" escribió Bertrand Russell, uno de los mayores luchadores por el desarme atómico durante las décadas posteriores a la guerra.

En 1985, un día antes de cumplirse el 40 aniversario de los bombardeos, se suicidó en su casa Paul Bregman. Tenía 60 años y atravesaba una profunda depresión. Sus familiares informaron que el ex piloto nunca había podido superar lo vivido en la segunda guerra y en especial el peso que cargaba en su conciencia por haber integrado la tripulación del Bockscar, el avión que lanzó la bomba atómica sobre Nagasaki el 9 de agosto de 1945.

La noticia se dispersó y se siguió repitiendo en cada aniversario. "Se suicidó el hombre que lanzó la bomba de Nagasaki" decían los titulares. Una búsqueda por Google lo comprueba. Su muerte hasta figura en las listas de efemérides más consultadas. Sin embargo, al rastrear más información sobre Bregman, el investigador se sorprende. No existen antecedentes de su participación en la misión del 9 de agosto. Se conservan algunas fotos de la tripulación formada como un viejo equipo de fútbol (dos hileras: parados y agachados) y en ninguna aparece Bregman. Un vocero de la fuerza aérea norteamericana debió aclarar la cuestión. Afirmó que Bregman era aviador, participó de la segunda guerra y hasta estuvo destinado en el Pacífico. Pero nunca participó de los bombardeos atómicos. El 9 de agosto, día de la masacre de Nagasaki, no se encontraba en Tinian sino en Guam, otra isla en la que Estados Unidos tenían base. Eso no quita que el aviador pudiera sufrir de stress post traumático.

Paul Tibbets, el piloto del Enola Gay, murió en 2007. Tenía 92 años. Fue despedido como un héroe de guerra: "No tengo nada de qué arrepentirme. Yo duermo tranquilo y profundo cada noche de mi vida", declaró poco antes.

Claude Eatherly no vivió tanto ni tan bien. Murió en 1978 por un cáncer en la garganta. Durante sus últimos años su morada fue un hospital psiquiátrico. Fue un funeral poco concurrido y sin honores.


Matías Bauso

Infobae, 4 de agosto de 2020

martes, 4 de agosto de 2020

La historia del amor prohibido entre Camila O'Gorman y el sacerdote Ladislao Gutiérrez que terminó en tragedia

Sacrificio de Camila O'Gorman y del sacerdote Gutiérrez (c. 1848)

Litografía de Rodolfo Kratzenstein

Museo Histórico Nacional (Buenos Aires)

Ella era una joven aristócrata. Él, un joven religioso. Hace 171 años fueron fusilados juntos por tener un romance en contra de la moral. Aunque ella estaba esperando un hijo de él, Rosas no tuvo piedad y ordenó la pena de muerte. Murieron juntos y se convirtieron en un ícono del amor más allá de todo.

*

La historia los ubica sentados delante de un paredón. Tienen los ojos vendados. Ella vestida de blanco, él con pantalón negro, chaleco y barba de varios días. Dos cuerpos jóvenes, un tercero en camino. Ladislao Gutiérrez tiene 23 años. Camila O'Gorman 22 y un embarazo de pocas semanas en su vientre.

Es una tarde de invierno de 1848 en la provincia de Buenos Aires. Cuando suenan los disparos de los fusiles se escucha un grito desgarrador que se cuela por las ventanas de algunos vecinos. Primero él, después ella. No será la última vez que dos personas mueran por amor, pero sí acaso la más recordada y trágica de nuestro país.

Todo comienza en 1843 cuando Camila O'Gorman, la quinta de seis hijos del matrimonio de Adolfo O'Gorman y Joaquina Ximénez Pinto, conoce a Ladislado Gutiérrez, un sacerdote proveniente de Tucumán. Ladislao (así le decían) es asignado a la parroquia a la que asisten los O'Gorman y pronto comienza a frecuentar a la familia. Él también era de clase alta: su tío era el gobernador de Tucumán (Celedonio Gutiérrez), y conocía los códigos de los adinerados. Además, había hecho el seminario junto a uno de los hermanos de Camila.

Pasados los primeros días, comenzó a tomar confesiones. Ella le hablaba de sus cosas, de sus deseos, de sus pecados. Se arrodillaba en el confesionario y, sin verlo, le decía las cosas más íntimas.

Sus voces fueron lo primero, sus voces sin verse, exactamente igual que en el minuto final de sus vidas.

Poco a poco Camila se fue enamorando secretamente. Se veían seguido en la que hoy es conocida como la Iglesia del Socorro, en Juncal y Suipacha, que por entonces era apenas una zona de quintas.

La sociedad argentina se dividía entre unitarios y federales. Los segundos, seguidores de Juan Manuel de Rosas, llevaban siempre consigo la divisa punzó, un distintivo colorado que indicaba su filiación política. Contra Rosas, Justo José de Urquiza. Contra Rosas, desde el exilio en Chile, Domingo Faustino Sarmiento, que escribía permanentes artículos críticos en el periodo El Mercurio.

Sin ir más lejos, cuando supo de la historia de amor entre una joven aristócrata de familia federal y un cura, no dejó pasar la oportunidad: "Ha llegado al extremo la horrible corrupción de costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del Plata que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las niñas de la mejor sociedad, sin que el sátrapa infame adopte medida alguna contra esas mostruosas (sic) inmoralidades", publicó.

-Padre Ladislao.

-Te escucho Camila, habla.

-Me muero de amor, Padre…

-Eso no es pecado.

Nadie percibió lo que pasaba. Camila era, para su padre, una promesa de prestigio: las crónicas de la época cuentan que era hermosa, educada al mejor nivel, y que tocaba el piano y cantaba de manera celestial. Lo celestial, hasta entonces, era la forma que tomaba lo perfecto. Lo que venía de Dios solo podía conducir al paraíso… Pero no fue tanto, sin embargo.

Camila fue creciendo con Ladislao cerca y se enamoraron. Ya no era ella deseando lo prohibido sino ahora él tomándolo. Comenzaron un romance apasionado y secreto. En su cabeza tendría (quién sabe) el ejemplo de su abuela, Anita Perichon, que había tenido un escandaloso romance con el virrey Liniers, además de una vida "licenciosa" y de ser acusada de espía.

No era el mismo mundo que hoy. El amor, el verdadero, parecía ser un desliz de románticos o de locos. No eran los sentimientos (mucho menos el deseo) lo que ordenaba a una familia, sino a la inversa: la familia debía conducir el deseo.

Los planes del padre de Camila eran verla casada con un joven respetado. Fue él, Adolfo, uno de los más férreos perseguidores de la pareja cuando se supo la noticia. Solo esperó 10 días para denunciarlos ante el gobernador. Según él, era "el acto más atroz y nunca oído en el país", tal como escribió en su carta a Rosas.

-Solo puedo darte escándalo y oprobio -le dijo a su hija.

-No le temo a nada -respondió Camila.

El 12 de diciembre de 1847 fue el último día de su secreto. Se fugaron juntos y ya no hubo nada que esconder.

Ladislao pasó a llamarse Máximo Brandier y Camila se convirtió en Valentina Desan. Eran oriundos de Jujuy, según constaba en el pasaporte que consiguieron en febrero de 1848 (al parecer, denunciaron haber perdido los originales). El plan era sencillo: a caballo a través de Luján, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, y finalmente Brasil, donde vivirían tranquilos y contraerían matrimonio.

No obstante, una vez que llegaron a Goya, en Corrientes, detuvieron su marcha. Abrieron una escuela y allí quedaron trabajando un tiempo. Pero (ya lo dice la canción) todo concluye al fin. El 16 de junio Ladislao se encontró con un sacerdote irlandés que conocía su verdadera identidad. Al día siguiente fueron apresados y, por orden del mismo Rosas, trasladados por separado a la prisión de Santos Lugares, en la Provincia de Buenos Aires.

Quedaron casi completamente incomunicados. Había una última carta que intentó jugar Camila: le escribió a su íntima amiga Manuela Rosas (hija del mismísimo Juan Manuel). "No te rindas -le respondió ella-, te voy a ayudar". Consiguió que le llevaran libros a Ladislao y que prepararan una habitación para Camila en la Casa de Ejercicios Espirituales (un convento de la ciudad de Buenos Aires). Pero esa oportunidad nunca llegó.

En una pausa en el traslado, Camila confesó no estar arrepentida. Lo suyo no era un berrinche ni un ataque al régimen. No era un bombardeo moral ni una subversión. Era una historia de amor, ni más ni menos, que databa desde bastante antes de la fuga. De esas declaraciones en San Nicolás se sabe gran parte de la historia… Y esas palabras, también, pueden haber cambiado su suerte. Al escucharlas, Rosas ordenó la inmediata ejecución de los dos.

-Si yo llegara a tener un hijo tuyo, sería una señal de que Dios no está enojado, ¿cierto?

-Sí mi niña…

-Si estuviera enojado se equivocaría.

La suerte de los dos estaba dictada. Una vez más, algo se interpuso: resultó que no eran dos sino tres. Un médico revisó a Camila y supo que estaba embarazada. Inmediatamente mandó a avisar al gobernador. Las leyes no permitían ejecutar a una mujer en ese estado. Menos lo hubiera permitido su hija, Manuela. Pero las órdenes fueron aún más estrictas: no permitir que los presos llegaran a Buenos Aires a reclamar un juicio y ejecutarlos de inmediato.

La historia, que no se conmueve con las injusticias, quiso luego que el ejecutante y la ejecutada descansaran en el mismo cementerio: los cuerpos de Camila O'Gorman y el de Juan Manuel de Rosas descansan ambos el cementerio de la Recoleta.

Encerrado, Ladislao preguntó por la suerte de Camila. "La misma que vos", le contestaron. Pidió un papel y un lápiz y le escribió su última carta: "Camila mía: acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra, unidos, nos uniremos en el cielo, ante Dios. Te abraza, tu Gutiérrez".

La hora final llegó el 18 de agosto de 1848, cinco años después de haberse conocido. Quién sabe a cuánto de haberse enamorado.

-A veces tengo ganas de llorar. Sería mejor que fuéramos viejos y pudiéramos recordar, y contar…

-Tú no has nacido para esconderte, tú has nacido para amar.


Fotograma de Camila, de Mª Luisa Bemberg (1984)

"Para amarte", le responde el personaje de Camila al de Ladislao. Es uno de los diálogos de la película Camila, en la que María Luisa Bemberg inmortalizó para siempre la historia de amor. Susú Pecoraro en la piel de la joven O'Gorman, Imanol Arias en la del sacerdote.

Al final, les taparon los ojos y los hicieron sentar uno al lado del otro delante del muro de fusilamiento. Primero él, después ella. Entre medio, las últimas palabras, eternas:

-Ladislao, ¿estás ahí?

-A tu lado, Camila.


Joaquín Sánchez Mariño

Infobae, 18 de agosto de 2019

miércoles, 29 de abril de 2020

La cultura occidental – José Luis Romero

De la crisis de 1929 al Estado de bienestar

Madre migrante
Dorothea Lange - 1936

En 1922 se inició una época de crecimiento acelerado de la producción industrial capitalista. El país que experimentó el mayor crecimiento de todo el mundo capitalista fue Estados Unidos; que, entre 1921 y 1929, logró duplicar su producción y concentró el cuarenta y cuatro por ciento de la producción mundial. En Estados Unidos este crecimiento fue impulsado por el avance científico y el desarrollo de nuevas actividades, como la industria eléctrica, la industria automotriz y el petróleo. También contribuyó al crecimiento la difusión del taylorismo y el fordismo en la organización de la actividad industrial. La producción en serie permitió abaratar los costos de la mano de obra y obtener una mayor productividad. Pero sólo estuvieron en condiciones de llevar adelante este nuevo tipo de producción industrial los grupos capitalistas más poderosos. El requerimiento de grandes inversiones, acentuó el proceso de concentración de los capitales y la formación de cárteles.
La industria del automóvil fue la de mayor crecimiento en los años 20. En Estados Unidos, en 1900, se fabricaron cuatro mil autos; en 1929, cinco millones. La expansión de la industria automotriz favoreció el desarrollo de otras áreas de la economía. La venta masiva de automóviles estimuló la construcción de carreteras y de viviendas, muchas de ellas utilizadas como casas de veraneo o de descanso, en zonas más alejadas.
El notable crecimiento económico hizo pensar a economistas y dirigentes políticos que se había iniciado una nueva era para el capitalismo, sin las bruscas crisis cíclicas, con sus períodos de alzas y bajas. Esta confianza se tradujo en la compra, por gran parte de la población, de acciones de empresas industriales. Hacia la bolsa de valores de New York (Wall Street) afluían capitales de todo el mundo. La compra casi desenfrenada de acciones, entre 1927 y 1929, creció un ochenta y nueve por ciento. Sin embargo, la producción industrial en esos años sólo había crecido un trece por ciento. Aunque la especulación financiera permitía ganar mucho dinero en poco tiempo, el precio de las acciones estaba muy por encima del crecimiento real de las empresas. Este desfasaje fue uno de los factores que preanunciaron la crisis.

El crack de Wall Street
El 29 de octubre de 1929 (el denominado Jueves Negro), se desató una ola de pánico en la bolsa de New York. En pocas horas, fueron vendidas trece millones de acciones y se evaporaron las ganancias obtenidas por las empresas en los años de crecimiento. La caída de los títulos de las grandes empresas arrastró a las demás, y ya no hubo respaldo para los créditos. A partir de ese momento, se inició un período de contracción económica mundial, que se extendió hasta 1940, conocido como la gran depresión. Durante esos años, los valores de las acciones no cesaron de bajar.
El período de depresión se caracterizó, en Estados Unidos, por un conjunto de hechos vinculados entre sí:
a. La caída del consumo originada por la caída del poder adquisitivo de los ingresos de la mayor parte de la población.
b. El cierre de empresas por las dificultades para la venta de su producción.
c. La disminución de la inversión en las empresas que continuaban en actividad.
d. La quiebra de bancos, porque los ahorristas retiraban sus fondos, y la consecuente paralización del crédito.
e. El aumento de la desocupación.
Esta crisis económica de la primera potencia industrial tuvo consecuencias en todo el mundo. Estados Unidos dejó de importar, y con ello exportó de inmediato la crisis a los demás países. Simultáneamente, se quebró el sistema financiero internacional, acordado para posibilitar el intercambio comercial mundial.
A veintidós días del crack, el presidente norteamericano Hoover declaró que la solución estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, después de tres años, el equilibrio no llegaba. Entre 1930 y 1932, ante una crisis de magnitudes hasta entonces desconocidas, los gobiernos de los países capitalistas no hallaron ninguna respuesta satisfactoria. Las teorías de los economistas liberales indicaban que no había otro camino que aguardar a que el mercado, por medio de la oferta y la demanda, restableciera el equilibrio perdido.

El New Deal
En marzo de 1933, asumió la presidencia de Estados Unidos el representante del partido demócrata Franklin D. Roosevelt. Durante su mandato se crearon un conjunto de organismos estatales, como la National Recovery Administration, para la recuperación industrial, y la Agricultural Adjudment Administration, para la recuperación agrícola, con el objetivo de regular y estimular la actividad económica. Estas instituciones e iniciativas, inspiradas en las ideas keynesianas, recibieron el nombre de New Deal (Nuevo Trato). Su objetivo principal era reconstruir la economía norteamericana, a partir de reactivar la actividad industrial, y resolver los problemas sociales, especialmente la creciente desocupación.
En una primera etapa, la intervención estatal en la economía favoreció la concentración monopólica del capital, decisión que perjudicó a las empresas pequeñas y medianas. Estas medidas agudizaron los conflictos con el movimiento obrero.
En una segunda etapa, se puso mayor énfasis en resolver los problemas sociales: la desocupación y la conflictividad obrera. El Estado distribuyó subsidios a los desocupados, creó nuevos puestos de trabajo y buscó un acercamiento con el movimiento obrero, reconociendo la legalidad de todas las organizaciones sindicales. Para resolver la crisis agraria, el Estado otorgó subsidios a los agricultores, a cambio de que no explotaran todas sus tierras. El objetivo era disminuir la producción agrícola para producir un alza de los precios y evitar, así, la ruina de los agricultores. Igualmente, el Estado llevó adelante planes de asistencia sanitaria, organizó sistemas de pensiones por jubilación y de protección para pobres y marginados. Estas acciones estatales dieron origen a la expresión Welfare State (Estado benefactor o de bienestar), que hace referencia a un Estado que se propone resolver los problemas sociales, con el objetivo de garantizar un correcto funcionamiento del capitalismo.
El New Deal no logró la recuperación de los niveles de producción industrial anteriores a la crisis, ni llegó a erradicar la desocupación; pero atenuó los efectos de la crisis.
La recuperación definitiva de la actividad industrial y del nivel de empleo se logró recién en los 40. En esos años se organizó el complejo militar-industrial, que significó un mayor grado de planificación de la economía por parte del Estado, que orientó las inversiones hacia la industria pesada (acero y siderurgia), destinada a producir armamentos. La demanda de mano de obra que generó este crecimiento industrial llevó a la incorporación al mercado de trabajo de las mujeres y los negros, grupos sociales hasta entonces excluidos.


El cuenco de polvo (dust bowl)
La acumulación de circunstancias climáticas y malas prácticas de explotación del suelo provocó, en los años 30, uno de los mayores desastres naturales en la historia de los Estados Unidos: el dust bowl. La aridez (que se prolongó entre 1932 y 1939 en las llanuras y praderas de la zona central y septentrional del país, y que fue precedida por un largo ciclo de precipitaciones por encima de la media) y la sustitución de pastizales nativos por cultivos sensibles a la sequía, fue la causa del aumento experimentado en la tasa de erosión. Inmensas nubes de polvo y arena eran levantadas por el viento de un suelo despojado de humedad, con tanta densidad que tapaban el sol. Esas jornadas, que recibían la denominación de "ventiscas negras" o "viento negro", marcaron profundamente la sociedad norteamericana y pusieron de manifiesto que las malas prácticas agrícolas, que solo buscan rentabilidad y explotación sin freno, influyen en el equilibrio ecológico. El dust bowl afectó 400.000 km2 y provocó que más de tres millones de personas abandonasen sus granjas, y cerca de medio millón se desplazasen a Estados del oeste buscando nuevas formas de vida.

Broke, baby sick, and car trouble!
Dorothea Lange - 1937

Millones de granjeros, conocidas como "okies" (ya que Oklahoma fue de los Estados más afectados), iniciaron un éxodo principalmente hacia California. Muchos artistas, como la fotógrafa Dorothea Lange, el cantante Woody Guthrie (autor de las Dust bowl ballads) o el escritor John Steinbeck (con sus novelas Las uvas de la ira y De ratones y hombres) retrataron las consecuencias de esta catástrofe. Igualmente, el cineasta Paul Lorentz realizó la primera película financiada por el gobierno, a través del Departamento de Agricultura (USDA), para ser exhibida comercialmente: The plow that broke the plains (El arado que rompió las llanuras). El escaso presupuesto asignado (6.000 dólares) hizo que Lorentz acabara invirtiendo su propio dinero para finalizarla. Los aproximados 25 minutos de metraje fueron filmados en las polvorientas Grandes Llanuras, arrasadas por la ignorancia y la codicia de un sistema económico que arrastró a cientos de miles de familias en el desastre del dust bowl.
El dust bowl multiplicó los efectos de la crisis económica, razón por la que la administración Roosevelt estableció el Soil Erosion Service, para popularizar entre los agricultores técnicas de conservación del suelo, destinadas a combatir la erosión. Más tarde, se decidió la creación del Federal Surplus Relief Corporation (FSRC), organismo que derivó productos agrícolas a las organizaciones de auxilio social. El programa de compra de reses del Drought Relief Service (DRS) permitió subvencionar a los granjeros, y una parte de la carne apta para el consumo fue distribuida por el FSRC.
La Soil Conservation and Domestic Allotment Act, aprobada en 1936, ofreció pagos a los agricultores por transformar las superficies agrícolas en cultivos de especies promotoras de la conservación del suelo. La plantación de más de 200 millones de árboles desde Canadá hasta Texas, fue otra de las medidas adoptadas por la administración nacional.

martes, 28 de abril de 2020

La revolución rusa


En 1917 se produjo en Rusia una insurrección que ejerció una gran influencia en el desarrollo histórico del siglo XX. Por primera vez tuvo éxito un movimiento revolucionario inspirado en ideas socialistas (particularmente en las de Karl Marx) que se propuso transformar radicalmente las bases de la sociedad capitalista, aboliendo la propiedad privada de los medios de producción y reemplazándola por la propiedad colectiva. Para sus contemporáneos, la revolución rusa tuvo gran impacto: algunos vieron con esperanza la posibilidad de que los ideales socialistas del siglo XIX comenzaran a concretarse; otros temieron que su expansión más allá de Rusia significara la pérdida de sus propiedades.
Sin embargo, contrariamente a lo que pensaba Marx, la primera revolución socialista exitosa no tuvo lugar en un país industrialmente avanzado. En 1917 el Imperio ruso poseía una economía fundamentalmente agraria, con una población mayoritariamente campesina, una clase obrera poco numerosa y una burguesía débil.
En el Imperio de los zares coexistían elementos característicos de una sociedad feudal (economía de base rural, campesinos en estado similar a la servidumbre, aparato estatal absolutista) con otros propios de una sociedad capitalista altamente industrializada. A diferencia de Europa Occidental, en Rusia la industrialización no fue el resultado de profundas transformaciones en la organización feudal de la economía y la sociedad. La burguesía rusa no tenía capital suficiente para impulsarla; por eso, para superar los obstáculos que significaban la enorme expansión del territorio, el atraso tecnológico y la bajísima producción industrial, fue necesario el capital extranjero. Atraídos por las ventajas ofrecidas por los zares, las inversiones de capitales europeos (en especial franceses) produjeron el crecimiento acelerado de la producción industrial. Pero sólo se desarrollaron algunos centros industriales (Moscú y San Petersburgo, por ejemplo), mientras que en la mayor parte de la sociedad no se produjeron cambios.
El desarrollo económico era muy desigual, la agricultura avanzaba a ritmo lento y no era capaz de producir la cantidad suficiente de alimentos para una población tan numerosa.
De esta organización económica resultaba una sociedad formada por una gran mayoría de campesinos pobres no propietarios de la tierra que trabajaban, un limitado número de obreros industriales concentrados en unas pocas ciudades, y una minoría privilegiada compuesta de nobles propietarios de tierras, un sector de campesinos ricos (kulaks), altos funcionarios del estado zarista y una reducida burguesía industrial asociada al capital extranjero. En este contexto económico y social se produjo la revolución de 1917.
A comienzos de 1917 existían múltiples demostraciones de oposición social al régimen zarista. Los grupos más perjudicados por la crítica situación rusa eran los campesinos, los soldados y los obreros.
Los campesinos no habían mejorado sus condiciones de vida, a pesar de que legalmente la servidumbre se había abolido en 1861. La vida de 85 millones de campesinos pobres empeoraba cada año, debido al crecimiento demográfico, a la falta de tierras y a la escasez de alimentos. Sus quejas se dirigían fundamentalmente contra la minoría de campesinos ricos.
La situación de los soldados rusos que combatían en la primera guerra mundial era penosa. Cientos de miles morían en el frente o resultaban heridos o capturados. Muchos de ellos desertaban o desobedecían las órdenes de los oficiales zaristas, debilitando aún más al ejército ruso en retirada. El gran número de muertes y la necesidad de incorporar nuevos soldados repercutía negativamente sobre las familias campesinas. Los hombres capacitados para trabajar eran enviados a combatir.
La vida de los obreros industriales también era difícil debido a bajos salarios, aumento en el precio de los alimentos y falta de combustible en las ciudades para afrontar los duros inviernos. Las huelgas se multiplicaron y la situación se hizo más tensa a medida que la economía se resentía por los efectos de la guerra.
Para hacer valer sus demandas y coordinar sus acciones de protesta, campesinos, soldados y obreros comenzaron a organizarse espontáneamente, formando consejos o comités, llamados soviets. La proliferación de soviets de soldados, obreros y campesinos creó las condiciones para que estallara una revolución social.

Insurrección de 1917: del gobierno provisional al triunfo bolchevique
Las protestas que se alzaban desde diferentes sectores sociales y políticos se agudizaron en los primeros días de 1917. Se multiplicaron huelgas y movilizaciones callejeras organizadas por los soviets. La oposición moderada criticó con dureza la política del zar y éste disolvió la Duma. Entre el 23 y el 27 de febrero se desencadenó entonces una agitación social que forzó al zar a abdicar. El poder político quedó en manos de los partidos liberales, demócratas moderados, socialistas revolucionarios y mencheviques, reunidos en la Duma, y se formó un gobierno provisional presidido por Kerenski.
El gobierno de Kerenski intentó consolidar el parlamentarismo, basado en el sufragio universal y en la división de poderes, pero no logró ejercer su poder de manera efectiva. Las protestas sociales, expresadas a través de los soviets, debilitaron al gobierno. En la práctica había en Rusia un doble poder: el de la Duma y el de los soviets.
El gobierno no pudo dar respuestas a los reclamos de los sectores más desprotegidos y tomó una decisión de gran peso político: continuar participando en la guerra. Esto provocó un profundo malestar entre campesinos y soldados. Los soviets de campesinos, por propia iniciativa, comenzaron a ocupar grandes propiedades rurales y a repartirlas; los soviets de soldados abandonaron el frente de guerra y apoyaron a los campesinos; los soviets de obreros, alentados por la propaganda bolchevique, ocuparon las fábricas. Los partidos moderados y el gobierno eran incapaces de hacer respetar sus decisiones. La crisis política favoreció la revolución social.
El dirigente que con más claridad advirtió esta situación fue Lenin. Llegado del exilio, escribió un artículo, Las tesis de abril, con el que convenció a los bolcheviques de que era el momento de acelerar el proceso revolucionario. Sus consignas fueron Todo el poder a los soviets y Tierra, pan y paz. Proponía dejar la lucha parlamentaria y promover una insurrección desde los soviets que habían organizado las protestas sociales. Su táctica resultó muy efectiva; logró unificar las protestas contra el zarismo y el gobierno provisional. Su consigna resumía las aspiraciones de una población hambreada y agotada por tres años de guerra.
Los días 24 y 25 de octubre, los soviets de Moscú y San Petersburgo, controlados por los bolcheviques, con el apoyo de una Guardia Roja, integrada por obreros y soldados armados, ocuparon los puntos clave de la capital imperial y tomaron por asalto el Palacio de Invierno. En sólo veinticuatro horas, sin encontrar demasiada resistencia, un pequeño grupo de revolucionarios ocupó el poder político del vasto Imperio ruso. Un comité militar revolucionario anunció el éxito de la revolución.
Las primeras medidas del gobierno revolucionario (llamado Consejo de los Comisarios del Pueblo), presidido por Lenin, intentaron satisfacer las demandas de campesinos, obreros y soldados. Por ejemplo:
* Un decreto puso en manos de los campesinos las tierras que poseían el Estado zarista, la Iglesia y la nobleza.
* Los dueños de las fábricas conservaron su propiedad, pero las empresas fueron puestas bajo el control de los soviets de obreros para evitar que los empresarios sabotearan la producción.
* Se iniciaron conversaciones con Alemania para poner fin a la guerra y detener la constante pérdida de vidas y recursos.

El tratado de Brest-Litovsk
A pocos días de tomar el poder los bolcheviques iniciaron conversaciones con Alemania para establecer una paz por separado. Debilitados por tres años de guerra y con una economía quebrada, los rusos firmaron un tratado por el que reconocían la pérdida de amplios territorios. Un conjunto de naciones que habían estado bajo el dominio del Imperio zarista (que agrupaban a la cuarta parte de la población total del imperio) dejó de pertenecer al recientemente creado Estado soviético. Lenin confiaba en que si se aseguraba el éxito de la revolución en Rusia podría extenderse a Alemania. Los sectores nacionalistas acusaron a los bolcheviques de acordar una paz vergonzosa, pero Lenin sostuvo que era necesario retroceder. Tras la derrota de Alemania en 1918 el tratado fue anulado.

Comunismo de guerra: 1918-1921
Las medidas tomadas por los bolcheviques demuestran que no había un plan definido acerca de cuál debía ser el rumbo de la revolución. Existían diferentes ideas sobre el modo de instaurar el socialismo. Las primeras medidas económicas se completaron con la nacionalización de bancos, ferrocarriles, marina y el repudio de la deuda externa. Sin embargo, no fue abolida la propiedad privada en el sector industrial y en parte del sector agrario (algunos dueños de fábricas y terratenientes mantuvieron sus propiedades). Esto significó que se perfilaba una economía mixta en la que coexistían la propiedad estatal y la propiedad privada de los medios de producción; pero el estallido de la guerra civil aceleró el proceso.
Un grupo de generales del ejército zarista (llamados "blancos"), apoyado por las potencias occidentales, inició una rebelión contra el nuevo Estado soviético. Inglaterra y Francia enviaron naves de guerra en apoyo de los blancos para asegurarse que la revolución socialista no se extendiera a otros países europeos. La mayoría de la burguesía industrial rusa (asociada al capital extranjero) y los terratenientes (temerosos de perder sus propiedades) colaboraron con la rebelión. Para afrontar la situación el gobierno soviético decidió nacionalizar todas las industrias. El objetivo era asegurar el suministro de alimentos para la población. Igualmente se obligó a todos los campesinos a entregar su excedente de cereales. Pese a las confiscaciones de granos muchos campesinos apoyaron a los bolcheviques, ante el temor de que el fracaso de la revolución significara el retorno del régimen zarista y la pérdida de las tierras obtenidas. Otros prefirieron ocultar los excedentes y comercializarlos en el mercado negro. La existencia del mercado negro fue desde entonces un problema que la economía soviética no pudo resolver. El conjunto de drásticas medidas tomadas por el gobierno durante los tres años que duró la guerra civil se conoce como "comunismo de guerra".
Se instauró entonces la dictadura del proletariado. Esto es, un Estado en el que los obreros (representados por el partido bolchevique) limitaban la libertad de los opresores, de los explotadores y de los capitalistas para eliminar los residuos de la sociedad burguesa.
Después de 1921, al tiempo que se liberalizaba la economía se imponía un régimen político cada vez más duro: fueron prohibidos todos los partidos políticos excepto el bolchevique (se lo comenzó a llamar PCUS) y también las fracciones dentro de éste. Los que realizaban críticas internas eran acusados de desviacionistas y de realizar actividades antipartido. Se afirmó así un régimen de partido único.

Nueva Política Económica: 1921-1928
Los tres años de guerra interna produjeron una gran desorganización social. Las peores consecuencias fueron: desabastecimiento de alimentos por la caída en la producción agrícola y falta de productos industriales por el cierre de factorías. Entre los dirigentes existían dos posturas opuestas: realizar un plan de reformas lentas y progresivas o imponer una transformación radical y acelerada; ambas alternativas para salir de esa situación y edificar el socialismo. Con el apoyo de Lenin se impuso el primer criterio. El conjunto de medidas adoptadas es conocido como Nueva Política Económica. El Estado mantuvo el control de las principales industrias, del comercio exterior y del sistema bancario; a la vez descentralizó la producción agrícola, el comercio interno y las pequeñas industrias. Las principales medidas fueron:
* Suspensión de confiscaciones de granos a campesinos y reemplazo por un impuesto de acuerdo con la riqueza de cada uno. Los campesinos podían, pagado el impuesto, comercializar libremente su excedente. Se buscaba estimular la producción y evitar el mercado negro.
* Licencia a cualquier ciudadano para establecer una industria con la limitación de contratar un máximo de 10 o 20 obreros según el tipo de empresa.
Las reformas tendían a crear una economía mixta. En pocos años la economía se reconstruyó y el país recuperó los niveles de producción anteriores a la primera guerra mundial. Sin embargo, entre los dirigentes persistían diferencias de opinión. La política económica había permitido el enriquecimiento de los kulaks. Para el sector liderado por Trotski (oposición de izquierda) los éxitos eran logros capitalistas, y esto retrasaba la construcción del socialismo. Otro grupo (liderado por Bujarin) sostenía que era necesario permitir el enriquecimiento de algunos campesinos para garantizar la producción y para afianzar la alianza entre obreros y campesinos que había posibilitado el triunfo de la revolución.

El modelo stalinista
La muerte de Lenin en 1924 acentuó la lucha interna por el poder. Luego de los debates sobre el rumbo de la economía, emergió la figura de Josef Stalin, quien logró desplazar a sus opositores (Trotski fue expulsado del partido en 1927).
Simultáneamente, se produjeron problemas con la producción agrícola; el gobierno estableció un precio más bajo para los cereales y muchos campesinos prefirieron acapararlos. Frente al desabastecimiento en las principales ciudades, el gobierno (dirigido por Stalin) decidió abandonar la Nueva Política Económica y cambiar drásticamente el manejo de la economía. Las bases del modelo stalinista fueron la colectivización forzosa y la industrialización planificada.
La política agraria stalinista consistió en expropiar las tierras de los kulaks (considerados enemigos del Estado soviético) y en organizar a los campesinos más pobres en granjas colectivas (koljoses). Para lograr que el reemplazo de la propiedad privada de la tierra por la propiedad colectiva fuera rápido, el Estado incentivó a los campesinos para que se sumaran a los koljoses prometiéndoles ventajas materiales y maquinaria moderna. En sólo seis años todas las tierras cultivables fueron colectivizadas. Los campesinos opositores fueron perseguidos y deportados. La colectivización se completó con métodos coactivos y significó un duro enfrentamiento entre el Estado y gran parte del campesinado.
La rápida industrialización fue el pilar de la política stalinista. Se creó un organismo (Gosplan) encargado de recolectar datos de la economía para luego planificar hasta el último detalle la actividad industrial en todo el país. El Gosplan diseñó un plan de cinco años de duración (plan quinquenal) en el que se establecían las metas que debía alcanzar la producción entre 1929 y 1933. La prioridad de este plan era triplicar la producción de la industria pesada y quintuplicar la producción de electricidad. Muchos de los objetivos fueron logrados, aunque al costo de restringir el consumo de la población.

Concentración de poder y burocracia
En el largo período en que Stalin estuvo al frente de la Unión Soviética (1927-1953) se consolidó un régimen político muy duro en el que no se toleraron oposiciones ni disidencias. Desde 1933 se sucedieron purgas y procesos contra sospechosos de oponerse a Stalin. Muchos hombres que participaron activamente en la revolución de octubre fueron acusados de actividades antisoviéticas, y condenados a muerte o encarcelados.
El temor le permitió a Stalin y a sus hombres concentrar una enorme cuota de poder. Se consolidó así un grupo de dirigentes (la burocracia) que se apoderó del aparato partidario y estatal, que ocupó los puestos claves en la dirección de las empresas socializadas y que obtuvo algunas ventajas materiales que los fueron separando del resto de la población.
La consolidación del modelo stalinista significó el abandono definitivo de las aspiraciones democráticas de muchos revolucionarios soviéticos y el freno para los impulsos renovadores de los primeros tiempos en el plano cultural.

La primera guerra mundial


El inicio de la primera guerra mundial en 1914 marcó una línea divisoria entre dos épocas. Hasta ese momento el capitalismo, a pesar de las desigualdades y conflictos que generaba, se expandía exitosamente por el mundo. Parecía que nada podía detenerlo. Sin embargo, el estallido de 1914 reveló que los países centrales estaban dispuestos a enfrentarse tanto por sus necesidades e intereses económicos como por el avance de ideas nacionalistas.
El estallido de la gran guerra obedeció a causas económicas, políticas y también ideológicas. Un componente de la ideología europea que tuvo una gran gravitación fue el nacionalismo. En los años previos a la guerra se afirmaban en los pueblos de Europa sentimientos nacionalistas cada vez más exaltados. En algunos casos, se trataba de pueblos que se hallaban sometidos al dominio político de un Estado imperial, como los serbios bajo el Imperio austrohúngaro o los pueblos sometidos al Imperio ruso zarista. En otros casos, el nacionalismo expresaba los deseos de unificación o expansión de las fronteras políticas, como era el caso de los alemanes, o el orgullo de una nación derrotada, como Francia en 1870. El avance del nacionalismo fue tan poderoso que hasta llegó a cambiar la posición de amplios sectores del movimiento obrero: muchos socialdemócratas, inicialmente internacionalistas y pacifistas, fueron arrastrados a posiciones nacionalistas y beligerantes.

Rivalidades y alianzas
Desde la guerra franco-prusiana, el sentimiento nacional francés había quedado herido por la pérdida de los territorios de Alsacia y Lorena. La política exterior alemana buscó establecer alianzas que le aseguraran aislar a Francia ante una eventual revancha. Esta rivalidad franco-alemana fue el origen de diferentes pactos entre los Estados europeos. Era difícil establecer acuerdos permanentes entre potencias imperialistas que competían por mercados en un mundo ya repartido. Por lo tanto, los pactos se renovaban periódicamente y no todos los acuerdos tenían carácter público. Por encima de esta complicada trama de relaciones internacionales quedó establecido un acuerdo defensivo antifrancés entre Alemania y el Imperio austrohúngaro, conocido como la Tripla Alianza.
Francia, por su parte, logró un acuerdo con Rusia y Gran Bretaña, la Triple Entente o Entente Cordial, gracias a la penetración de sus capitales en el Imperio de los zares y a la desconfianza que los ingleses tenían frente a la expansión industrial alemana.
Debido a la complejidad de los múltiples acuerdos existentes, el estallido de un conflicto entre dos países podía desencadenar una confrontación continental. El 28 de junio de 1914 un incidente hizo estallar este conflicto.
Un joven estudiante bosnio de diecinueve años, miembro de un partido secreto panserbio de carácter nacionalista, asesinó al archiduque Francisco Fernando, heredero del trono austrohúngaro, en Sarajevo, capital de Bosnia. Ésta fue la excusa que los austríacos tuvieron para atacar a Serbia. A partir de entonces, en pocos días se sucedieron las declaraciones de guerra de país a país, hasta quedar casi toda Europa dividida en dos bandos enfrentados: los aliados, nucleados por la Triple Entente conjuntamente con Bélgica, Serbia, Italia, Rumania, Estados Unidos, Grecia y Portugal; frente a los Imperios o potencias centrales unidos por la Triple Alianza, junto a Turquía y Bulgaria.
Japón, por su parte, halló la ocasión para apropiarse de las bases alemanas en China.
Sólo permanecerán neutrales España, Holanda, Suiza y los países escandinavos.

Otras situaciones que provocaron el enfrentamiento
El cambio en la política exterior alemana por el ascenso al trono de Guillermo II y la destitución del canciller Bismarck en 1890. Guillermo II impuso una política que pretendía el logro para Alemania de la hegemonía mundial.
El surgimiento de las potencias extraeuropeas: los Estados Unidos y el Japón.
El cambio tecnológico propiciado por la segunda revolución industrial cambió la correlación de fuerzas en Europa. Alemania amenazó el tradicional predominio de Inglaterra, tanto en el terreno económico como en el militar.
El desarrollo tecnológico también fue aplicado a la creación de nuevos armamentos y las grandes naciones europeas emprendieron una carrera armamentista. Según un cronista, nunca los Estados europeos habían mantenido tan gigantescos ejércitos en tiempos de paz como a principios del siglo XX.
La política imperialista que desplegaban todos los países agravó la competencia entre las potencias europeas en busca de territorios y mercados para sus productos.
En este marco de creciente competencia surgieron otros conflictos territoriales. Por ejemplo, la rivalidad entre Rusia y Austria-Hungría por la hegemonía en la región de los Balcanes.

Europa en guerra
El estallido de la guerra no tomó por sorpresa a los mando militares europeos. Los alemanes tenían un plan de ataque, el Plan Schlieffen, que consistía en atacar a Francia y derrotarla en dos meses y luego incursionar en territorio ruso.
En agosto de 1914 las tropas alemanas entraron en Bélgica y ocuparon rápidamente el norte de Francia. Sin embargo, Francia pudo movilizar velozmente a sus ejércitos gracias a su sistema ferroviario. En septiembre, franceses y alemanes se enfrentaron a lo largo del río Marne. En el frente oriental las tropas alemanas vencieron a los rusos en Tannenberg; mientras el ejército austrohúngaro era derrotado, teniendo que retirarse de Polonia.
La paridad entre ambos ejércitos determinó que cesara el avance alemán y que cambiara el carácter de la guerra: fue el fin de la guerra de movimientos y el inicio de la guerra de trincheras.
El frente quedó estabilizado a lo largo de ochocientos kilómetros. Los ejércitos apenas avanzaban o retrocedían unos pocos kilómetros, lo cual demostró que ninguna alianza estaba en condiciones de aniquilar a la otra. La guerra, que al principio parecía iba a ser rápida, se mostraba ahora demasiado equilibrada. Los contendientes iban a intentar nuevas técnicas como el empleo de gases tóxicos, el bloqueo submarino y la creación de nuevos frentes. Esta situación generó un progresivo desgaste y agotamiento en ambos bandos.
En febrero de 1916 el mando alemán, decidido a acabar con las trincheras francesas e inició una ofensiva contra Verdún, pero durante diez meses las tropas francesas lograron resistir.
La ofensiva austro-alemana en el frente oriental quedó detenida por la victoria rusa en Tarnopol.
Los frentes abiertos para romper el estancamiento se hallaban en el Cáucaso, los Dardanelos (batalla de Gallipoli) y Macedonia.

La paz de Versalles y el liderazgo de Estados Unidos
El desequilibrio entre las alianzas europeas se produjo con la revolución rusa y el ingreso de Estados Unidos al conflicto.
La guerra aceleró el hundimiento del gobierno zarista. La abdicación de Nicolás II llevó a la firma unilateral de la paz entre Rusia y Alemania, el tratado de Brest-Litovsk, por la que ambos países reconocían la independencia de Polonia, Ucrania, Finlandia y las provincias bálticas. Era una medida impuesta por Alemania, que se aseguraba así un cordón de seguridad en su frontera oriental.
Durante los tres primeros años, los norteamericanos no participaron en las acciones militares. Sin embargo, intervinieron en la guerra de manera indirecta: vendieron armas y alimentos y otorgaron créditos a los países aliados. Esto resultó beneficioso para su economía. Las empresas norteamericanas obtuvieron nuevos mercados para sus productos industriales, ya que los países europeos debieron concentrar su capacidad productiva en los requerimientos de una guerra inesperadamente prolongada.
El factor que forzó a Estados Unidos a romper su neutralidad fue el inicio, por parte de Alemania, de la guerra submarina. La presencia de submarinos alemanes en el Atlántico no sólo dificultó el desplazamiento de las naves de guerra aliadas sino que además hizo peligrar el tráfico de barcos mercantes que abastecían de alimentos a Gran Bretaña.
También contribuyó el contenido del telegrama Zimmermann, interceptado por los servicios de información ingleses. En dicho telegrama, enviado por el ministro de Asuntos Exteriores alemán al embajador de su país en México, se apuntaba la posibilidad de una alianza germano-mexicana con el fin de que, si Estados Unidos entraba en guerra, soldados mexicanos marcharan hacia el norte, prometiéndole la recuperación, en los acuerdos de paz, de Nuevo México, Texas y Arizona.
Firmada la paz con Rusia, los alemanes trasladan sus tropas al frente occidental. En marzo de 1918 consiguen derrotar a los aliados en Picardía, pero en mayo, en la segunda batalla del Marne, fueron detenidos por las tropas aliadas.
El envío de un millón y medio de soldados norteamericanos a Europa inclinó el resultado de la guerra en favor de los aliados, ante una Alemania agotada económicamente y reducida a la defensiva. Se iniciaron conversaciones de paz, de las que se excluyó a Alemania, a fin de acordar una salida negociada entre las potencias vencedoras. El papel protagónico lo tuvo el presidente norteamericano W. Wilson, quien propuso un programa de paz, los Catorce puntos, que fue la base de los acuerdos finales.
Finalmente, en septiembre de 1918, los generales alemanes pidieron el armisticio. La pérdida de la guerra supuso para las potencias centrales una grave crisis política, abdicando los emperadores Guillermo II de Alemania y Carlos II de Austria.
La conclusión de este proceso fue la Conferencia de Versalles, celebrada en junio de 1919. Se firmó un tratado que puso formalmente fin a la guerra, estipulándose las condiciones con los cinco países vencidos mediante cinco tratados por separado cuyos nombres corresponden a barrios parisienses: el de Versalles con Alemania, Saint-Germain con Austria, Neuilly con Bulgaria, Trianon con Hungría y Sèvres con Turquía.
Se propuso además establecer una Sociedad de Naciones, organismo político internacional, con el fin de hallar un ámbito en el cual resolver de manera pacífica los conflictos internacionales. Sociedad de Naciones debía administrar las ex colonias alemanas y supervisar los territorios perdidos por Turquía y confiados como mandatos a otras naciones: Siria y Líbano a Francia, Palestina e Irak a Gran Bretaña.
Europa se modificó sustancialmente con la formación de nuevos Estados, la desaparición de los grandes imperios convertidos en repúblicas y el sacrificio de Alemania, considerada responsable.
El saldo de la guerra fue de ocho millones de muertos y veintiún millones de heridos.

Otras consecuencias
* Las numerosas pérdidas humanas, que afectaron el desarrollo demográfico posterior.
* Los mutilados de guerra, que fueron un trauma para la sociedad europea.
* Las destrucciones en el norte de Francia, a veces con carácter irrecuperable.
* La decadencia de Europa y el paso de sus mercados coloniales a Estados Unidos y Japón.
* El despertar de los nacionalismos en el mundo de las colonias.
* El desarrollo de los sindicatos y la incorporación de la mujer al trabajo.
* La aparición del primer país socialista: la URSS, y el temor a la expansión de este proceso revolucionario.
* La nueva organización de las fronteras y del mapa político europeo.