Sacrificio de Camila O'Gorman y
del sacerdote Gutiérrez (c. 1848)
Litografía de Rodolfo
Kratzenstein
Museo Histórico Nacional (Buenos Aires)
Ella era una joven
aristócrata. Él, un joven religioso. Hace 171 años fueron fusilados juntos por
tener un romance en contra de la moral. Aunque ella estaba esperando un hijo de
él, Rosas no tuvo piedad y ordenó la pena de muerte. Murieron juntos y se
convirtieron en un ícono del amor más allá de todo.
*
La historia los
ubica sentados delante de un paredón. Tienen los ojos vendados. Ella vestida de
blanco, él con pantalón negro, chaleco y barba de varios días. Dos cuerpos
jóvenes, un tercero en camino. Ladislao Gutiérrez tiene 23 años. Camila O'Gorman
22 y un embarazo de pocas semanas en su vientre.
Es una tarde de
invierno de 1848 en la provincia de Buenos Aires. Cuando suenan los disparos de
los fusiles se escucha un grito desgarrador que se cuela por las ventanas de
algunos vecinos. Primero él, después ella. No será la última vez que dos
personas mueran por amor, pero sí acaso la más recordada y trágica de nuestro
país.
Todo comienza en
1843 cuando Camila O'Gorman, la quinta de seis hijos del matrimonio de Adolfo O'Gorman
y Joaquina Ximénez Pinto, conoce a Ladislado Gutiérrez, un sacerdote proveniente
de Tucumán. Ladislao (así le decían) es asignado a la parroquia a la que
asisten los O'Gorman y pronto comienza a frecuentar a la familia. Él también
era de clase alta: su tío era el gobernador de Tucumán (Celedonio Gutiérrez), y
conocía los códigos de los adinerados. Además, había hecho el seminario junto a
uno de los hermanos de Camila.
Pasados los
primeros días, comenzó a tomar confesiones. Ella le hablaba de sus cosas, de
sus deseos, de sus pecados. Se arrodillaba en el confesionario y, sin verlo, le
decía las cosas más íntimas.
Sus voces fueron lo
primero, sus voces sin verse, exactamente igual que en el minuto final de sus
vidas.
Poco a poco Camila
se fue enamorando secretamente. Se veían seguido en la que hoy es conocida como
la Iglesia del Socorro, en Juncal y Suipacha, que por entonces era apenas una
zona de quintas.
La sociedad
argentina se dividía entre unitarios y federales. Los segundos, seguidores de
Juan Manuel de Rosas, llevaban siempre consigo la divisa punzó, un distintivo
colorado que indicaba su filiación política. Contra Rosas, Justo José de
Urquiza. Contra Rosas, desde el exilio en Chile, Domingo Faustino Sarmiento,
que escribía permanentes artículos críticos en el periodo El Mercurio.
Sin ir más lejos,
cuando supo de la historia de amor entre una joven aristócrata de familia federal
y un cura, no dejó pasar la oportunidad: "Ha llegado al extremo la
horrible corrupción de costumbres bajo la tiranía espantosa del Calígula del
Plata que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las
niñas de la mejor sociedad, sin que el sátrapa infame adopte medida alguna
contra esas mostruosas (sic) inmoralidades", publicó.
-Padre
Ladislao.
-Te
escucho Camila, habla.
-Me
muero de amor, Padre…
-Eso
no es pecado.
Nadie percibió lo
que pasaba. Camila era, para su padre, una promesa de prestigio: las crónicas
de la época cuentan que era hermosa, educada al mejor nivel, y que tocaba el
piano y cantaba de manera celestial. Lo celestial, hasta entonces, era la forma
que tomaba lo perfecto. Lo que venía de Dios solo podía conducir al paraíso… Pero
no fue tanto, sin embargo.
Camila fue
creciendo con Ladislao cerca y se enamoraron. Ya no era ella deseando lo
prohibido sino ahora él tomándolo. Comenzaron un romance apasionado y secreto.
En su cabeza tendría (quién sabe) el ejemplo de su abuela, Anita Perichon, que
había tenido un escandaloso romance con el virrey Liniers, además de una vida "licenciosa"
y de ser acusada de espía.
No era el mismo
mundo que hoy. El amor, el verdadero, parecía ser un desliz de románticos o de
locos. No eran los sentimientos (mucho menos el deseo) lo que ordenaba a una
familia, sino a la inversa: la familia debía conducir el deseo.
Los planes del
padre de Camila eran verla casada con un joven respetado. Fue él, Adolfo, uno
de los más férreos perseguidores de la pareja cuando se supo la noticia. Solo
esperó 10 días para denunciarlos ante el gobernador. Según él, era "el
acto más atroz y nunca oído en el país", tal como escribió en su carta a
Rosas.
-Solo
puedo darte escándalo y oprobio -le dijo a su hija.
-No
le temo a nada -respondió Camila.
El 12 de diciembre
de 1847 fue el último día de su secreto. Se fugaron juntos y ya no hubo nada
que esconder.
Ladislao pasó a
llamarse Máximo Brandier y Camila se convirtió en Valentina Desan. Eran
oriundos de Jujuy, según constaba en el pasaporte que consiguieron en febrero
de 1848 (al parecer, denunciaron haber perdido los originales). El plan era
sencillo: a caballo a través de Luján, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes,
Misiones, y finalmente Brasil, donde vivirían tranquilos y contraerían
matrimonio.
No obstante, una
vez que llegaron a Goya, en Corrientes, detuvieron su marcha. Abrieron una
escuela y allí quedaron trabajando un tiempo. Pero (ya lo dice la canción) todo
concluye al fin. El 16 de junio Ladislao se encontró con un sacerdote irlandés
que conocía su verdadera identidad. Al día siguiente fueron apresados y, por
orden del mismo Rosas, trasladados por separado a la prisión de Santos Lugares,
en la Provincia de Buenos Aires.
Quedaron casi
completamente incomunicados. Había una última carta que intentó jugar Camila:
le escribió a su íntima amiga Manuela Rosas (hija del mismísimo Juan Manuel). "No
te rindas -le respondió ella-, te voy a ayudar". Consiguió que le llevaran
libros a Ladislao y que prepararan una habitación para Camila en la Casa de
Ejercicios Espirituales (un convento de la ciudad de Buenos Aires). Pero esa
oportunidad nunca llegó.
En una pausa en el
traslado, Camila confesó no estar arrepentida. Lo suyo no era un berrinche ni
un ataque al régimen. No era un bombardeo moral ni una subversión. Era una
historia de amor, ni más ni menos, que databa desde bastante antes de la fuga.
De esas declaraciones en San Nicolás se sabe gran parte de la historia… Y esas
palabras, también, pueden haber cambiado su suerte. Al escucharlas, Rosas
ordenó la inmediata ejecución de los dos.
-Si
yo llegara a tener un hijo tuyo, sería una señal de que Dios no está enojado,
¿cierto?
-Sí
mi niña…
-Si
estuviera enojado se equivocaría.
La suerte de los
dos estaba dictada. Una vez más, algo se interpuso: resultó que no eran dos
sino tres. Un médico revisó a Camila y supo que estaba embarazada.
Inmediatamente mandó a avisar al gobernador. Las leyes no permitían ejecutar a
una mujer en ese estado. Menos lo hubiera permitido su hija, Manuela. Pero las
órdenes fueron aún más estrictas: no permitir que los presos llegaran a Buenos
Aires a reclamar un juicio y ejecutarlos de inmediato.
La historia, que no
se conmueve con las injusticias, quiso luego que el ejecutante y la ejecutada
descansaran en el mismo cementerio: los cuerpos de Camila O'Gorman y el de Juan
Manuel de Rosas descansan ambos el cementerio de la Recoleta.
Encerrado, Ladislao
preguntó por la suerte de Camila. "La misma que vos", le contestaron.
Pidió un papel y un lápiz y le escribió su última carta: "Camila mía:
acabo de saber que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir en la tierra,
unidos, nos uniremos en el cielo, ante Dios. Te abraza, tu Gutiérrez".
La hora final llegó
el 18 de agosto de 1848, cinco años después de haberse conocido. Quién sabe a
cuánto de haberse enamorado.
-A
veces tengo ganas de llorar. Sería mejor que fuéramos viejos y pudiéramos
recordar, y contar…
-Tú
no has nacido para esconderte, tú has nacido para amar.
Fotograma de Camila, de Mª Luisa Bemberg (1984)
"Para amarte",
le responde el personaje de Camila al de Ladislao. Es uno de los diálogos de la
película Camila, en la que María Luisa Bemberg inmortalizó para siempre la
historia de amor. Susú Pecoraro en la piel de la joven O'Gorman, Imanol Arias
en la del sacerdote.
Al final, les
taparon los ojos y los hicieron sentar uno al lado del otro delante del muro de
fusilamiento. Primero él, después ella. Entre medio, las últimas palabras,
eternas:
-Ladislao,
¿estás ahí?
-A
tu lado, Camila.
Joaquín Sánchez Mariño
Infobae, 18 de agosto de 2019
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