A las 8.15 del 6 de
agosto de 1945 se lanzó la bomba atómica. Fue el último minuto de una era y la
muerte instantánea de 100 mil personas. Los aviadores que cumplieron la misión
vivieron la carga de haber sido parte del horror de maneras muy diferentes.
*
El pastor de la
Iglesia Luterana de la Esperanza tenía grado militar. Era el capitán William
Downey. Todo estaba oscuro. Había pasado una hora desde la medianoche. El 6 de
agosto recién empezaba pero la pista estaba iluminada y repleta de aviones y
personal. Sin embargo en ese momento, el silencio se imponía. Sólo se escuchaba
la voz del religioso.
"Padre
Todopoderoso que escuchas las súplicas de los que te aman: te rogamos que
ayudes a quienes desafiarán la altura de tus cielos y llevarán el combate a
tierras enemigas. Ármalos con tu poder, para que puedan poner rápido fin a la
guerra y para que conozcamos nuevamente la paz… Amén".
Esa fue su
plegaria. Luego de la oración, sólo restaba el despegue para dar inicio a la
operación. Los hombres se santiguaron, se pusieron sus cascos y subieron a sus
naves. Debían partir hacia su objetivo.
En la madrugada del
6 de agosto, un avión sobrevoló el cielo de Hiroshima. Sonó, como casi todas
las madrugadas del último mes, la alarma antiaérea. Nadie se preocupó en
demasía. Era un B-san (Señor B), como los japoneses llamaban a los B-29. Sólo
uno. Pero ese B-29 no era uno más. Era el Straight Flush comandado por Claude
Eatherly, integrante del Grupo de Operaciones 509. Eatherly debía hacer la ruta
que sólo una hora después haría el Enola Gay y comprobar las condiciones
meteorológicas. Desde el cielo, la ciudad se veía con prístina claridad. Eso
informó Eatherly.
El Enola Gay
continuó su marcha con confiada tranquilidad. Little Boy (el nombre con el que
habían apodado a la bomba atómica) esperaba ser lanzada. Una hora después el
Enola Gay ya sobrevolaba Hiroshima. Eran las 8.15 del 6 de agosto de 1945.
El último minuto de
una era. Sesenta segundos después comenzaba la era atómica.
Con la muerte
instantánea de más de cien mil personas.
Parte de la tripulación del avión B-29 Enola Gay, comandado por el coronel Paul Tibbets, quien lanzó la bomba atómica sobre Hiroshima a las 8.15 del 6 de agosto de 1945
Pocos días antes,
el USS Indianapolis había dejado los componentes vitales de la bomba en Tinian.
Sólo faltaba la orden oficial para iniciar la operación. La decisión dependía
de Harry Truman, el reciente presidente de los Estados Unidos. Truman debía
decidir si utilizar ese arma, de un poder destructor inédito. La paradoja es
que pocos meses antes, hasta asumir la presidencia por la muerte de Franklin
Roosevelt, él ni siquiera sabía de su existencia.
El Grupo de
Operaciones 509 era el encargado de la misión. Se había conformado pocos meses
antes en Utah y recién a comienzos de mayo de 1945 fueron trasladados a la base
de Tinian. Habían elegido a los mejores pilotos de su generación. No había
margen de error. Se necesitaba experiencia, habilidad, coraje y templanza.
El avión que
lanzaría la bomba adquirió su nombre un día antes del bombardeo. "Me
acordé de mi madre, una pelirroja valiente, que siempre me había apoyado y que
soportó que abandonara medicina para ser piloto de guerra", declaró Paul Tibbets
cuando le preguntaron por qué el avión se llamaba Enola Gay. Ese era el nombre
de su madre (aunque lo acortó: Enola Gay Hazard Tibbets no entraba). Antes del
despegue, alguien pintó las dos palabras en el fuselaje.
La misión la
integraban varios aviones entre escoltas y meteorológicos. La nave principal
era el Enola Gay. Capitaneada por Tibbets contaba además con otros once
tripulantes. La misión duró, entre el despegue del primer avión y la vuelta a
la base del último, unas doce horas. Doce horas en las que el mundo cambió
definitivamente.
El director general
del Proyecto Manhattan, el general George Groves pidió que todo el operativo
quedara registrado. Así a pesar de que no era la costumbre, la salida de los
aviones fue iluminada por reflectores para que las cámaras pudieran tomarla.
Uno de los aviones del contingente era el encargado de filmar y fotografiar lo
que después conoceríamos como el hongo atómico.
El avión Straight
Flush con su piloto Claude Eatherly llegó a Hiroshima una hora antes que el
resto. Su misión era determinar la visibilidad y si las condiciones climáticas
eran las adecuadas (por ejemplo, tres días después por la labor del avión
encargado de esa tarea y por las nubes que informó se cambió el objetivo y Fat
Boy en vez de destruir la ciudad de Kokura, objetivo original, cayó sobre
Nagasaki). Eatherly informó que la misión podía proseguir sin problemas.
Durante el vuelo se
terminó de ensamblar la bomba. Fue un procedimiento que se diseñó para evitar
riesgos innecesarios en el despegue. A las 8.15 se abrió la compuerta
automática creada especialmente para la ocasión, y Little Boy se desprendió
desde el cielo.
El Enola Gay se
alejó del lugar a toda velocidad. Hasta la explosión pasaron 48 segundos. El
cimbronazo estremeció al avión. Debajo, en la ciudad, la muerte instantánea.
El sacudón del
avión los asustó por unos segundos, pero luego lo entendieron como el éxito de
su misión. Paul Tibbets contó que el ruido que escucharon fue como si
estuvieran envueltos en cilindros de latón y alguien golpeara insistentemente
con un martillo sobre la chapa.
Lo que vieron,
escucharon y sintieron en esos segundos no se comparaba con nada que hubieran
vivido antes. El copiloto Robert Lewis, que había aspirado a comandar la
misión, dijo entre dientes: "Dios mío ¿Qué hicimos?". Después contó: "Ahí
abajo había una ciudad y de pronto no estuvo más. Fue como si una boca gigante
la hubiese aspirado en un segundo".
El regreso fue
triunfal. En la base todos festejaban. La leyenda asume que Tibbets fue
condecorado apenas puso un pie en la pista.
Paul Tibbets tuvo
una larga vida. Escribió sus memorias y recibió varios honores. Nunca expresó
remordimiento por su papel en el lanzamiento de la bomba atómica sobre
Hiroshima. Tampoco lo hicieron los demás tripulantes del Enola Gay. Para ellos
fue un acto de guerra, una misión que supieron cumplir con probidad. La
resistencia japonesa y las muertes que acarrearía, la entrada de los soviéticos
a Japón, el efecto aleccionador para el resto de las potencias sobre el poder
atómico. Cada uno, según el momento, fue eligiendo del elenco de
justificaciones y argumentos el que mejor le venía. Lo cierto es que, al menos
en sus apariciones públicas, el remordimiento no tuvo lugar. Sin embargo,
cientos de rumores se instalaron sobre él y otros tripulantes. Suicidios, internaciones
en psiquiátricos, delitos aberrantes. Pero en el caso de Tibbets y de la
mayoría de sus compañeros nada de eso fue cierto.
Sin embargo, no
ocurrió lo mismo con Claude Eatherly, el piloto que comandó el Straight Flush,
el avión de observación. Su historia se hizo muy conocida. Sus detractores
hicieron todo lo posible por desprestigiarlo. Eatherly se convirtió en un
hombre de vida díscola, propenso al crimen, fuera de sus cabales. Alguien que "estaba
mal desde antes". Por eso su prontuario, las internaciones psiquiátricas
y, en especial, su postura en contra del uso de armas atómicas.
Hiroshima: cien mil muertes y una ciudad devastada
Claude Eatherly fue
dado de baja de la Fuerza Aérea en 1947. Su descenso fue vertiginoso. Su vida
después de la guerra siguió un patrón. Detenciones por delitos menores,
trabajos en los que duraba muy poco, alguna internación de unos pocos días para
monitorear su salud mental. Luego de esos días en el hospital, Eatherly salía,
conseguía trabajo y se volvía a repetir el circuito aunque todo era mucho más
rápido. Sólo se incrementaba la gravedad de los delitos cometidos y la duración
de las internaciones. En el medio el divorcio, los hijos que no lo quisieron
ver más, un par de fallidos intentos de suicidio. Hasta que un momento se
dispuso que permaneciera de manera permanente en el Hospital Psiquiátrico de
Waco.
En ese entonces su
prédica antibelicista había comenzado. En muchos lugares del mundo se contaba
su historia y se reproducían sus declaraciones. Había sido parte del horror y
eso pesaba en su conciencia. Y se lo hacía saber al mundo. No quería que lo de
Hiroshima y Nagasaki se repitiera. Se convirtió en un símbolo.
Voces oficiales en
Estados Unidos y antiguos compañeros del Cuerpo 509 de Operaciones trataron de
quitarle trascendencia y autoridad a su postura. Sostuvieron que se trataba de
un juerguista, que su disciplina era muy deficiente (esto sería difícil de
creer: era muy riguroso el ingreso al grupo exclusivo que estaba involucrado en
el lanzamiento de la bomba atómica; no se hubieran arriesgado a tener en el
equipo a alguien inestable), que sus problemas mentales habían empezado antes
de la guerra. Paul Tibbets, en sus memorias, sostuvo que "no entiendo por
qué está tan afectado. Él estuvo una hora antes que el Enola Gay, no soltó la
bomba, ni siquiera vio la explosión o sus consecuencias. Cuando la dejamos
caer, él ya estaba regresando a la base".
Otros hablaron de
celos, de búsqueda de protagonismo, de malas decisiones posteriores que lo
llevaron a ponerse en el papel de la víctima.
Sin embargo nadie
puede dudar que, haya sido la bomba de Hiroshima o el cúmulo de su accionar
bélico, Eatherly sufrió un daño. Vio y vivió algo insoportable. Participó de
actos atroces que pesaban sobre su conciencia, que no podía dejar atrás. La
guerra había arrasado también con él. Que él clamara por el desarme nuclear,
por el control de esa fuerza incontrolable, era de una potencia mayor a que lo
hiciera otro.
Gunther Anders, El piloto de Hiroshima
El filósofo Gunther
Anders, discípulo de Heidegger y ex marido de Hannah Arendt, le escribió una
carta al enterarse de su historia. Eatherly contestó. Ese dio comienzo a un
largo intercambio epistolar que se extendió más de una década y que constó de
más de sesenta cartas. Esa conversación, el registro de esas cartas se
encuentra en El piloto de Hiroshima, un libro que publicó en español hace unos
años Paidós.
Anders le escribe: "El
que usted, entre otros tantos miles de millones de contemporáneos, se haya
condenado a ser un símbolo, no es culpa suya, y es ciertamente horrible. Pero
así es. También usted, Eatherly, es una víctima de Hiroshima" (debe
reconocerse, también, que Anders mostraba una extraña propensión a las cartas
públicas: unos años después tras el juicio a Eichmann, le escribió varias al
hijo del criminal nazi).
Algunos sostienen
que de la lectura de esas cartas se desprende con claridad que Eatherly no
estaba loco; difícil dudar de la salud mental de alguien que puede articular
razonamientos con tal claridad. Anders comienza dando su visión antibelicista
pero enseguida se entabla una relación en la que se preocupa por la salud de
Eatherly, le envía cartas al médico del piloto y le manda libros al hospital
psiquiátrico en el que está internado.
"El único
error de Eatherly fue arrepentirse de su participación relativamente inocente
en una brutal masacre. Es posible que los métodos que siguió para despertar la
conciencia de sus contemporáneos sobre el delirio de nuestra época no fueran
siempre los más acertados, pero los motivos de su acción merecen la admiración
de todos aquellos que todavía son capaces de albergar sentimientos humanos. Sus
contemporáneos estaban dispuestos a honrarle por su participación en la
masacre, pero, cuando se mostró arrepentido, arremetieron contra él,
reconociendo en este arrepentimiento su propia condena" escribió Bertrand
Russell, uno de los mayores luchadores por el desarme atómico durante las
décadas posteriores a la guerra.
En 1985, un día
antes de cumplirse el 40 aniversario de los bombardeos, se suicidó en su casa
Paul Bregman. Tenía 60 años y atravesaba una profunda depresión. Sus familiares
informaron que el ex piloto nunca había podido superar lo vivido en la segunda
guerra y en especial el peso que cargaba en su conciencia por haber integrado
la tripulación del Bockscar, el avión que lanzó la bomba atómica sobre Nagasaki
el 9 de agosto de 1945.
La noticia se
dispersó y se siguió repitiendo en cada aniversario. "Se suicidó el hombre
que lanzó la bomba de Nagasaki" decían los titulares. Una búsqueda por
Google lo comprueba. Su muerte hasta figura en las listas de efemérides más
consultadas. Sin embargo, al rastrear más información sobre Bregman, el
investigador se sorprende. No existen antecedentes de su participación en la
misión del 9 de agosto. Se conservan algunas fotos de la tripulación formada
como un viejo equipo de fútbol (dos hileras: parados y agachados) y en ninguna
aparece Bregman. Un vocero de la fuerza aérea norteamericana debió aclarar la
cuestión. Afirmó que Bregman era aviador, participó de la segunda guerra y
hasta estuvo destinado en el Pacífico. Pero nunca participó de los bombardeos
atómicos. El 9 de agosto, día de la masacre de Nagasaki, no se encontraba en
Tinian sino en Guam, otra isla en la que Estados Unidos tenían base. Eso no
quita que el aviador pudiera sufrir de stress post traumático.
Paul Tibbets, el
piloto del Enola Gay, murió en 2007. Tenía 92 años. Fue despedido como un héroe
de guerra: "No tengo nada de qué arrepentirme. Yo duermo tranquilo y
profundo cada noche de mi vida", declaró poco antes.
Claude Eatherly no
vivió tanto ni tan bien. Murió en 1978 por un cáncer en la garganta. Durante
sus últimos años su morada fue un hospital psiquiátrico. Fue un funeral poco
concurrido y sin honores.
Matías Bauso
Infobae, 4 de agosto de 2020
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