lunes, 24 de febrero de 2020

La segunda revolución industrial y el imperialismo


A mediados del siglo XIX se inició un nuevo ciclo de la revolución industrial en muchos países occidentales. Gran Bretaña continuaba siendo el estado industrial por excelencia, aunque también en Bélgica, en los Estados Unidos de América y en otros países europeos se había producido un gran avance industrial. Se considera que hacia 1850 se inició la fase denominada segunda revolución industrial que fue impulsada por la aparición de otras fuentes de energía, diferentes procedimientos y nuevas ramas de la industria. El sistema capitalista surgido de la primera revolución industrial se mantuvo, aunque asistido por novedosas fórmulas de organización empresarial y las correspondientes leyes de funcionamiento, causadas por la crisis del sistema de libre concurrencia y la evolución hacia la tendencia monopolista que será la base del imperialismo. El impulso económico que supuso esta segunda revolución industrial se orientó también hacia la búsqueda de mercados, tanto en el mundo desarrollado como en las colonias, porque gracias al avance en los transportes y en las nuevas vías de comunicación facilitadas por la apertura del canal de Suez en 1869 y el de Panamá, inaugurado el 15 de agosto de 1914, se consiguió obtener mayor rentabilidad de las inversiones que se iban realizando.
El período histórico comprendido entre el final de la guerra franco-prusiana (1871) y el comienzo de la primera guerra mundial coincidió con cuatro décadas de paz en las que Europa acabó imponiendo al resto del mundo su modo de vida, su técnica, sus productos y su arte. Esta "edad de oro" europea culminó en los primeros años del siglo XX en el período conocido como "belle époque". El viejo continente mantenía su liderazgo histórico. Desde él se difundieron los avances científicos y tecnológicos que iban a transformar en el siglo XX los modos de vida en todo el mundo. Las potencias europeas también impusieron a partir de 1880 un nuevo método en las relaciones internacionales: el imperialismo.
El imperialismo es un complejo fenómeno histórico cuyo rasgo distintivo es la generación de relaciones de dominio por parte de las grandes potencias sobre las áreas del planeta menos desarrolladas y la extensión a escala mundial de procesos económicos, sociales, políticos y culturales antes inéditos o, en todo caso, restringidos a niveles menos amplios. Junto al antiguo colonialismo, basado en las relaciones comerciales, el moderno imperialismo de finales del siglo XIX implicó el control territorial y político de las zonas colonizadas.
En los cuarenta años anteriores a la primera guerra mundial, la aceptación de la hegemonía imperial de Gran Bretaña se tornó en abierta competencia entre las grandes potencias que dominaban el mundo. La superficie del planeta considerada subdesarrollada se distribuyó entre Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Italia, Estados Unidos, Rusia, Japón y Portugal. El nuevo colonialismo fue aceptado a partir de la Conferencia de Berlín de 1885, donde el canciller alemán Otto von Bismarck actuó como árbitro. Los estados representados en ella aceptaron el ideal colonial propuesto, que consistía en civilizar, expandir la cultura occidental, enriquecerse con las materias primas y lograr el control político de aquellos territorios aún sin explotar. Se fijaron las reglas para las futuras ocupaciones que fueron mayoritariamente aceptadas por todas las potencias colonizadoras. También se recogió el compromiso de combatir la esclavitud, de mejorar las condiciones de vida de los habitantes de esos territorios, así como respetar la libertad religiosa y misionera, que suponía la actuación de móviles humanitarios y no sólo económicos, militares, expansivos e imperialistas.
A finales del siglo XIX el imperialismo se asoció sobre todo a la dominación económica que muchas naciones europeas impusieron a otras más débiles. Las potencias capitalistas como Gran Bretaña, Países Bajos y Francia necesitaban exportar su excedente de población y de capital, una de las causas de la ampliación del número de sus colonias. Las inversiones realizadas en ellas potenciaron la construcción de ferrocarriles, puertos e infraestructuras que facilitaban la vida de los colonos y el comercio de exportación e importación.
"Estaba ayer en el East End y asistí a una reunión de parados. Escuché fuertes discusiones. No se oía más que un grito: 'pan, pan'. Cuando regresé a mi casa me sentí todavía más convencido de la importancia del imperialismo… para salvar a los 40 millones de habitantes del Reino Unido de una mortífera guerra civil. Nosotros, los colonizadores, debemos conquistar nuevas tierras para instalar en ellas el excedente de nuestra población y encontrar nuevas salidas a los productos de nuestras fábricas" (carta de sir Rhodes al periodista Steal en 1895).

1. Ciencia y tecnología
El desarrollo de la ciencia, los avances tecnológicos, la fácil obtención de materias primas en los territorios colonizados y la creciente secularización del pensamiento en el siglo XIX hicieron progresar a la humanidad de una forma rápida y extensa. Los resultados del progreso científico-técnico alcanzaron de lleno al sector industrial. Inventos y mejoras tecnológicas permitieron el aumento del nivel de vida en los países industrializados. El conjunto de cambios económicos acelerados por esta segunda revolución industrial modificó el sistema de vida del mundo contemporáneo. En un principio favoreció el crecimiento demográfico y las migraciones, así como el bienestar causado por el consumo masivo. El régimen liberal, impulsor del capitalismo, evolucionó hacia la democratización de los países industrializados. El creciente papel de la ciencia como móvil del desarrollo tecnológico llevó a las grandes potencias a competir por conseguir el predominio económico en el mundo occidental.
El progreso técnico ocurrido en los transportes y comunicaciones desde los inicios del siglo XIX contó con dos factores fundamentales: el ferrocarril y la navegación a vapor. En este segundo período industrial fueron los vehículos a motor, automóviles y aviones, los que más impacto produjeron en el avance del transporte en pequeños y grandes trayectos. En cuanto a la aplicación de los inventos en las comunicaciones a larga distancia hay que destacar la utilización masiva del telégrafo eléctrico, del teléfono inventado por Bell en 1876, de la telefonía sin hilos utilizada por Branly en 1890 y de la radiodifusión, experimentada por Marconi a finales de siglo. Comenzaba la era del capitalismo.
La producción aumentó al ser planificadas las fábricas por los empresarios para obtener mayor rendimiento. Las nuevas máquinas lograron elaborar productos en serie que unido al sistema de la fabricación en cadena inventado por el norteamericano Taylor abarató considerablemente los productos, a la vez que la mano de obra ya no participaba en la elaboración total de los mismos, sino que quedaba adscrita a un momento único del proceso.
El avance científico y técnico, característico de la segunda revolución industrial, logró que muchas industrias mejoraran y que se crearan otras para beneficio de las condiciones de vida de la humanidad. También existió un fuerte interés por descubrir y analizar nuevas especies de animales y plantas, conocer territorios ignotos y realizar investigaciones de todo tipo, lo que, gracias al imperialismo y al avance del colonialismo en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, hizo que muchos científicos desearan progresar lanzándose a la aventura y consiguiendo a cambio grandes avances en campos como la biología o la botánica, que tanto favorecieron a las industrias farmacéuticas y químicas.


2. La nueva industria y las nuevas energías
Así como en la primera fase de la industrialización las fuentes más importantes para el uso de la energía fueron el carbón y el hierro, que se utilizaron principalmente para la aplicación del vapor en la producción y en los transportes, en este segundo ciclo surgieron otras utilizaciones de esas fuentes energéticas. Las industrias metalúrgicas cobraron un gran desarrollo gracias al empleo de novedosos metales y aleaciones que beneficiaron también a la industria siderúrgica, convirtiéndola en el sector más importante de la industria en general. El hierro se aleó con el carbono para la fabricación de acero, material que se convirtió en el producto clave de la industria siderúrgica. El acero, por su flexibilidad y dureza, pronto fue desplazando al hierro colado en la construcción de edificios. Uno de los ejemplos más universales lo constituye la torre Eiffel, inaugurada en 1889 en París para conmemorar el centenario de la revolución francesa.
La producción de aceros más especializados como el acero inoxidable requirió del níquel, metal cuya extracción en gran escala se produjo desde 1880. El acero no sólo fue utilizado en la construcción, también se generalizó en la fabricación de automóviles, bicicletas, maquinaria agrícola, trenes, tractores, aviones y demás medios de transporte, inventos que consiguieron mejorar extraordinariamente las comunicaciones terrestres y aéreas. El aumento de la inversión en el sector militar, que varios países llevaron a cabo, se benefició grandemente de la producción siderúrgica. La técnica armamentística fue evolucionando rápidamente desde mediados del siglo XIX, la artillería y los blindados necesitaron aceros especiales para su mejor funcionamiento, así como los submarinos y acorazados. La empresa alemana Krupp se convirtió en un gran imperio empresarial y sus inversiones en investigación y en la fabricación de todo tipo de armamento la llevaron a dominar este sector industrial.
Otra materia prima fundamental de esta época fue el petróleo, que desde mediados del siglo XIX hasta ahora ha constituido la principal fuente de energía. El petróleo es una sustancia aceitosa de color oscuro a la que, por sus compuestos de hidrógeno y carbono, se denomina hidrocarburo, que puede estar en estado líquido o en estado gaseoso. Al primero se le denomina "crudo" y al segundo se le conoce como "gas natural". Es un recurso natural no renovable que aporta el mayor porcentaje del total de la energía que se consume en el mundo. Su existencia y utilización ya se conocía desde la antigüedad, pero su desarrollo y aplicación en diferentes productos industriales se inició hacia 1850. Existen hoy día numerosas aplicaciones y derivados del petróleo que han hecho que a esta fuente de energía se la denomine "oro negro". A finales del siglo XIX ya comenzó a utilizarse para hacer funcionar los motores de automóviles, aviones, equipos industriales, calderas y para la fabricación de disolventes, aceites industriales, etc. En la actualidad sus aplicaciones y derivados son inmensos, sobre todo desde la conversión del hidrocarburo en productos químicos, dando lugar a una importante industria petroquímica (polietilenos, etc.).
Estas novedosas fuentes de energía, por lo tanto, abrieron muchas posibilidades a la industria en diversos sectores, sobre todo en la metalurgia y siderurgia. Sin embargo, el carbón mineral, en sus variantes más comunes como la hulla y el lignito, continuó utilizándose mayoritariamente en el consumo energético mundial. Su abundancia en la naturaleza, los bajos costes de explotación y la mayor potencia calorífica aconsejaron su empleo en numerosos países europeos. La máquina de vapor potenció la industria textil a partir de 1850, así como los transportes ferroviarios, fluviales y marítimos, todos ellos elementos definitorios de la primera revolución industrial, que continuaron perfeccionándose y creciendo permitiendo el mantenimiento de la tendencia al alza de la economía.
Entre las industrias más exitosas de esta segunda fase industrial hay que destacar la industria eléctrica. En realidad, la electricidad en sí misma no constituye una fuente de energía como lo pueda ser el carbón o el petróleo. No obstante, la energía eléctrica obtenida a partir de cualquier fuente primaria, ya sea carbón, saltos de agua o petróleo, presenta la ventaja de ser fácilmente transportable y divisible. Sus numerosos usos (luz, calor y fuerza motriz) generalizaron su utilización. Países carentes de petróleo o carbón encontraron en la electricidad el motor para su industrialización. Otros alternaron ambas fuentes energéticas. El aprovechamiento de los saltos de agua para la producción de energía eléctrica, marcó su éxito con el explícito nombre de "hulla blanca". La invención de transformadores y alternadores junto con el perfeccionamiento de los cables de alta tensión resolvieron las dificultades para la conducción de la electricidad a grandes distancias. La facilidad de la inmediata aplicación de la electricidad a cualquier utilización como la iluminación para el alumbrado de los hogares y de las ciudades, fue facilitada al inventar Edison en 1880 la lámpara de filamento incandescente, la bombilla. También la electricidad se ha empleado desde entonces en procesos electroquímicos. Asimismo, comenzó a ser utilizada para calefacción y refrigeración, procesos que han mejorado la vida de la humanidad, y en los trenes eléctricos y tranvías, grandes logros de la época.
Otras aplicaciones de la electricidad se debieron a la aparición de la electrólisis en la metalurgia, que permitió la fabricación del aluminio, metal no ferromagnético que se extrae de la bauxita, mineral que mediante el "proceso Bayer" se transforma en alúmina y aplicando la electrólisis se convierte en aluminio. Este metal, por su escaso peso y otras características, como ser buen conductor de la electricidad y del calor y poseer baja densidad y alta resistencia a la corrosión, resulta muy adecuado para usos domésticos e industriales y para la ingeniería mecánica. Por todo ello es desde mediados del siglo XX el metal que más se ha utilizado después del acero. Sin embargo, está siendo rechazado últimamente por haberse demostrado que puede producir efectos adversos en plantas, animales y seres humanos y por consumir un elevado gasto de electricidad en su fabricación.
Una importante concentración industrial se produjo en la fabricación de material eléctrico por grandes empresas como Philips en Holanda, Siemens y AEG en Alemania o General Electric y Westinghouse en Estados Unidos. Estas sociedades requerían determinados metales como el cobre y el plomo, cuyos precios subieron considerablemente beneficiando a los países productores. Con el paso del tiempo, la electricidad fue desplazando a la utilización del vapor en la industria y fue aplicada a la mayoría de los electrodomésticos y utensilios domésticos, como el aparato de radio, comercializado desde comienzos del siglo XX. La radio ha significado uno de los avances técnicos del uso de la electricidad que más ayudó a difundir los nuevos modos de vida, secundado además por la invención del cinematógrafo. Los hermanos Lumière produjeron más de 2.000 películas en 16 mm entre 1895 y 1903. Este nuevo invento potenció la formación de sociedades cinematográficas como Pathé y Gaumont y otras especializadas en material fotográfico como Kodak.
Las industrias químicas tuvieron también una estrecha relación con la investigación científica. Quizás fueron las que demostraron un mayor dinamismo debido a una serie de condiciones indispensables para su desarrollo: laboratorios de investigación y destacados especialistas, así como la utilización de productos de bajo costo por la masiva obtención de caucho y látex en las colonias asiáticas. El caucho comenzó a ser muy utilizado en la fabricación de neumáticos para las industrias de locomoción; automóviles, bicicletas, aviones, etc. Aunque la elaboración final de los productos químicos necesitaba procedimientos muy costosos, las empresas se fortalecieron al requerir una producción a gran escala y una base industrial y financiera suficiente para poder obtener grandes beneficios. Gracias a la química orgánica se elaboraron colorantes sintéticos, muy utilizados en las industrias de confección y pinturas. La experimentación de las vacunas, de los nuevos productos farmacéuticos y del avance de la técnica médica supuso la eliminación de las grandes epidemias y de las mortandades en la primera infancia, hecho que redundó en un crecimiento importante de la población mundial. Asimismo, el sector químico produjo explosivos, abonos, pesticidas y otros productos cuya demanda experimentó un notable incremento en el sector militar, en la construcción y en la agricultura.
La nueva industria del petróleo surgió de la explotación de yacimientos tras importantes mejoras en la técnica de perforación del subsuelo. Potentes taladradoras movidas por máquinas de vapor extraen el líquido ("oro negro") de profundos pozos. La obtención del petróleo alcanzó una producción mundial en 1860 de 67.000 toneladas. El primer pozo petrolífero se puso en funcionamiento en 1859 en los Estados Unidos, país líder en este sector industrial que contaba con importantes compañías como la Standard Oil de Rockefeller. No obstante, a finales de siglo, Rusia se convirtió en la primera potencia petrolífera al desarrollar sus yacimientos de Bakú. Grandes compañías holandesas y británicas (Royal Dutch-Shell, Anglo-Iranian Oil Company) controlaron el proceso de extracción, comercialización y distribución del petróleo en Europa. Con sus prospecciones en Oriente Próximo dominaron, junto a las estadounidenses, el mercado mundial de petróleo en las primeras décadas del siglo XX. Desde la invención del motor de explosión y el de combustión, presentado por Diesel en la Exposición Universal de París de 1900, este producto energético se fue aplicando, sobre todo, en la industria automovilística y de aviación. Debido a la utilización de los nuevos inventos, a su cantidad de materias primas y al aumento demográfico, Estados Unidos se puso en 1900 a la cabeza de los países industrializados.
Por otra parte, la industria agropecuaria fue mejorando desde mediados del siglo XIX en casi todos los países industrializados de Europa, América (Argentina) y Australia debido a la nueva maquinaria agrícola y a la utilización de fertilizantes químicos. Al reducirse la mano de obra agrícola y aumentar la producción, los grandes terratenientes incrementaron sus rentas y la población urbana se benefició de la abundancia y bajada de los productos del campo. Sin embargo, los pequeños agricultores y asalariados campesinos se vieron forzados a emigrar a las ciudades y a otros países que les ofrecieran oportunidad para sobrevivir y mejorar. Las tradicionales cosechas cerealistas y vitivinícolas fueron dando paso a otras plantaciones más rentables como el cultivo de cítricos y demás productos hortofrutícolas. El aumento de la población en Europa exigía un mayor abastecimiento para alimentarla y vestirla (cereales, carne, té, café, cacao, lana, algodón, seda, etcétera) que ese continente no lograba producir en cantidad suficiente. Así, con el aumento de la ganadería y de los cultivos en los países ultramarinos y en las colonias de Asia y África, las potencias europeas consiguieron no sólo las materias primas necesarias para sus industrias agroalimentarias, sino también numerosos mercados donde colocar sus productos manufacturados. Las industrias de la alimentación se dedicaron a las conservas de legumbres, carnes y pescados, así como a la fabricación de leche condensada y derivados del cacao, café, azúcar, etc., por firmas como Nestlé, Lever, Suchard, etc.
Otras industrias como la textil, el calzado y las papeleras se aprovecharon de las nuevas máquinas e inventos, incrementando su productividad y sus empresas en los países desarrollados.
El proceso industrial, junto con la comercialización y el crecimiento de las ciudades, cambió el sistema de distribución de la población. El sector primario fue cediendo ante el secundario y el terciario, además aumentó la participación de las mujeres en el sector industrial, lo que provocó una clara aceleración del movimiento feminista en el último tercio del siglo XIX. El mayor protagonismo y seguimiento del feminismo estuvo condicionado por claros cambios sociales en los países más desarrollados.

3. De la competencia al monopolio
Al incremento de la producción agraria e industrial debido al avance tecnológico, correspondió un desarrollo de los canales de distribución y venta que facilitaron la expansión del comercio. Los intercambios de materias primas y manufacturas excedieron las fronteras nacionales hacia la formación de un mercado mundial. El descubrimiento y explotación de minas de oro en California, Australia, Alaska y Sudáfrica, favorecieron los nuevos métodos adoptados por el capitalismo para aprovechar la disponibilidad de la masa monetaria en circulación. En la mayoría de los países desde 1880 se adoptó el patrón oro, que tanto benefició a Inglaterra ya que su libra esterlina estuvo ligada a una paridad fija del oro.
El dinero aumentaba en consonancia con el incremento de la cantidad de metales preciosos y de las reservas de oro en el mundo que, junto con los medios de crédito y financiación de las empresas, dispararon las ganancias bancarias. La banca fue el canal que habilitó cuantiosas sumas para la inversión en todos los sectores productivos. Los bancos dirigieron hacia los sectores más lucrativos el ahorro de la población y se especializaron según las actividades ejercidas. Existían bancos de depósito, comerciales y de crédito industrial. La movilización de sus haberes generó nuevos dividendos sin que estuvieran en peligro los ahorros de los pequeños inversores. Esas medidas económicas frenaron la extorsión usurera. La conjunción entre la banca y la industria constituyó la esencia del capitalismo propio de este período histórico.
Las sociedades anónimas, la concentración empresarial y las prácticas monopolísticas son otras características del llamado capitalismo financiero. Las grandes empresas se convirtieron en los agentes principales de la economía de un país. Ya no era suficiente el capital aportado por unos cuantos socios, se necesitaba captar los ahorros de personas que nada tenían que ver con la dirección de esas sociedades o de las industrias implicadas. Así se formaron las sociedades anónimas por acciones, que incluso, si las firmas eran lo suficientemente fuertes, cotizaban en bolsa en los mercados de valores de las potencias capitalistas. Para lograr la confianza de los inversores se produjo un cambio legal en los países más avanzados como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, etc. En ellos fue aceptado el principio de responsabilidad limitada, por el que cada accionista sólo tenía que responder de las deudas de una empresa con la cantidad que había invertido en ella, sin que sus restantes bienes fueran perjudicados.
Las empresas se fueron concentrando para conseguir mayores beneficios: de forma horizontal, que significaba la agrupación de las sociedades del mismo sector, o vertical, cuando se agrupaban empresas de diferentes sectores para la obtención final de un mismo producto. Un ejemplo español lo constituyó la sociedad por acciones de Altos Hornos de Vizcaya, industria siderúrgica puntera poseedora de minas de carbón y de hierro para la fabricación del acero en los altos hornos, requerido por gran parte de las industrias españolas y extranjeras en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX.
La concentración de empresas reducía costes y competencias. Sin embargo, cuando esa agrupación de empresas abarcaba toda la producción de un sector se producía el monopolio, sistema empresarial capitalista generalizado de finales de siglo que la autoridad competente concedía a una empresa o asociación de empresas para que se aprovecharan con carácter exclusivo de alguna industria o comercio. Fueron frecuentes los acuerdos entre las grandes firmas de un mismo sector con el fin de dominar el mercado y conseguir el máximo de beneficios. En Alemania, por ejemplo, se generalizó el cártel, que constituía convenios entre varias empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción, venta y precios en determinado campo industrial. Actualmente, este término se suele aplicar a los acuerdos que regulan la competencia en el comercio internacional. La diferencia entre monopolio y cártel radica en que en este último los beneficios totales son repartidos entre los productores. Hoy en día, en la mayoría de los países, está prohibida y sancionada por ley la formación de cárteles entre varias empresas del mismo sector.
Mientras que en Estados Unidos las agrupaciones se convirtieron en trust, unión de empresas distintas bajo una misma dirección central con la finalidad de ejercer un control de las ventas y la comercialización de los productos. El trust tendía a controlar un sector económico y ejercer en lo posible el poder del monopolio. Podía ser "horizontal", cuando las empresas producían los mismos bienes o prestaban los mismos servicios, o "vertical" cuando las empresas del grupo efectuaban actividades complementarias que podían acogerse a diversas formas de holding. La estructura holding se refiere a la compañía matriz de varias empresas especializadas en distintos campos enfocada a un mismo sector, lo que le confiere un ventajoso poder de mercado sobre el mismo. Todos esos sistemas monopolistas impidieron la libre competencia entre empresas y países en el mercado mundial y fueron muy discutidos por la justicia norteamericana que dictó leyes antitrust a finales de siglo, como el Acta Sherman de 1890 que por primera vez los declaró ilegales. Asimismo, desde Rusia, Lenin denunciaba este capitalismo empresarial en su libro El imperialismo, fase superior del capitalismo.
"Nos hallamos en presencia, no ya de una lucha de competencia entre grandes y pequeñas empresas, entre establecimientos técnicamente atrasados y establecimientos de técnica avanzada. Nos hallamos ante la estrangulación, por los monopolistas, de todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad.
Así, pues, el balance principal de la historia de los monopolios es el siguiente:
1. 1860-1880, punto culminante de desarrollo de la libre concurrencia. Los monopolios no constituyen más que gérmenes apenas perceptibles.
2. Después de la crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, pero éstos constituyen todavía una excepción, no son aún sólidos, aún representan un fenómeno pasajero.
3. Auge de fines del siglo XIX y crisis de 1900-1903; los cárteles se convierten en una de las bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en imperialismo.
Los cárteles se ponen de acuerdo entre sí respecto a las condiciones de venta, a los plazos de pago, etc. Se reparten los mercados de venta. Fijan la cantidad de productos a fabricar. Establecen los precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas empresas, etc.
En las manos de los cárteles y trust se encuentran a menudo las siete o las ocho décimas partes de toda la producción de una rama industrial determinada; el sindicato hullero del Rin y Westfalia, en el momento de su constitución, en 1893, concentraba el 86.7 por ciento de toda la producción del carbón en aquella cuenca, y en 1910, el 95.4 por ciento. El monopolio constituido en esta forma proporciona beneficios gigantescos y conduce a la creación de unidades técnicas de producción de proporciones inmensas. El famoso trust del petróleo de Estados Unidos (Standard Oil Company) fue fundado en 1900" (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, 1916).
La exportación de capital fue una de las novedades más importantes en la economía de finales del siglo XIX. La compraventa de productos fue estimulada por los nuevos medios de comunicación, que también impulsaron la propaganda comercial. La agilización de las transacciones producía una mayor rentabilidad, aunque también una fuerte competencia entre personas y sociedades separadas por miles de kilómetros. Los inversores de los países más desarrollados eran los que obtenían mayor rendimiento de sus acciones empresariales, de los bonos de gobiernos extranjeros y de los ventajosos préstamos de sus bancos. Así, ingleses, franceses y alemanes invertían en países en vías de desarrollo como España, Portugal y Grecia. Inglaterra también financiaba parte del ferrocarril que se estaba construyendo en Estados Unidos y en Argentina. Sin embargo, todas estas transformaciones económicas produjeron fases de crecimiento y expansión general, seguidas de otras de depresión y crisis. Estos ciclos económicos no afectaron por igual a los países industrializados, que incluso debían competir entre ellos. Inglaterra y Bélgica, los primeros estados beneficiados por la revolución industrial inicial, se enfrentaron en la segunda fase a Francia y Alemania para conseguir la primacía continental. Estados Unidos disputaba a Gran Bretaña la hegemonía mundial, mientras nuevos países como Rusia y Japón accedían al desarrollo industrial.

4. Proteccionismo e imperialismo: la expansión económica y la necesidad de mercados
A mediados del siglo XIX, la primera potencia imperialista, Gran Bretaña, que desde finales del siglo anterior por medio de su Compañía de las Islas Orientales controlaba algunos territorios asiáticos, como la India, comprobó que para seguir predominando en los países industrializados debía administrar directamente sus colonias y así lograr las necesarias materias primas para su desarrollo industrial y comercial. En 1857 Inglaterra estableció en la India un control directo. La "joya de la corona británica" reconoció a la reina Victoria como su emperatriz. En sus otras posesiones como Singapur, Hong Kong, parte de Borneo y las colonias oceánicas como Nueva Zelanda, Australia y Sudáfrica, la administración inglesa introdujo el proteccionismo comercial para impedir a las demás potencias intercambiar sus productos en esos territorios. Lo mismo hizo Francia en sus colonias de Indochina y África, Holanda en Indonesia y finalmente Alemania en Nueva Guinea Oriental y en las islas Marshall y Salomón. La carrera colonial impedía la apertura de mercados a todas las potencias por igual. Esta forma de actuar, totalmente proteccionista, sólo beneficiaba a las metrópolis, ya que los territorios colonizados debían aceptar la explotación y las disposiciones económicas y políticas de las potencias imperialistas. Las rivalidades coloniales fueron una de las causas del inicio de un nuevo ciclo económico depresivo: la crisis económica internacional de finales del siglo XIX.
La crisis económica que se inició en Europa en 1873, conocida en su momento cono la "gran depresión", supuso el fin de la supremacía económica e industrial británica, indiscutible desde los inicios de la revolución industrial. Hasta estos momentos, como anteriormente ha quedado señalado, otros países europeos se habían ido incorporando a la industrialización y la producción había crecido tanto que en algunos sectores se llegó a un exceso de oferta. Gran Bretaña pasó de ser la primera potencia en los principales sectores económicos a competir con Estados Unidos y Alemania. Los productos americanos, de bajo precio, saturaron el mercado internacional con la consiguiente reducción de beneficios. La política librecambista había dado lugar a una expansión del comercio internacional y a la especialización de la producción, favorecida por los cada vez más asequibles medios de transportes. Esta técnica económica, que en principio parecía un avance, constituyó un grave problema, una amenaza de ruina para la industria y la agricultura de Gran Bretaña y de otros países europeos. También el sector financiero internacional sufrió un importante quebranto, con la bancarrota de numerosos negocios de inversión.
Entre 1873 y 1894 la tasa de crecimiento económico en la mayoría de los países europeos bajó considerablemente; descendieron los precios, los intereses financieros y la producción. Ante esta situación, y para evitar la creciente competencia internacional y poder lograr la superación de la crisis económica, la mayor parte de los gobiernos volvieron a implantar medidas proteccionistas elevando los aranceles aduaneros para encarecer los productos importados, como apoyo a las industrias nacionales. Estas disposiciones llevaron al enfrentamiento comercial y político entre varios países. Francia e Italia comenzaron una guerra de aranceles entre 1887 y 1898 que terminó perjudicando a los dos países.
Los estados que fueron fieles al librecambio, en general, como Gran Bretaña y otros de menor tamaño como los Países Bajos, Bélgica y Dinamarca, que se habían especializado en diferentes sectores comerciales para la exportación, lograron mantener un saneado comercio exterior. Sin embargo, España prefirió mantener un proteccionismo elevado protagonizado por el arancel que Cánovas promovió en 1891, lo que redundó en el creciente déficit de las transacciones españolas. El proteccionismo emprendido por muchos gobiernos para proteger las industrias y empresas nacionales dio lugar a que las potencias europeas se apresuraran a la apertura de nuevos mercados en los territorios que iban ocupando. El descubrimiento de las nuevas fuentes de energía, las innovaciones tecnológicas, el desarrollo de nuevos sectores industriales y la adopción de novedosas formas de organización industrial y empresarial dieron la posibilidad de salir de la crisis a ciertos países. La expansión militar a otros continentes como consecuencia del imperialismo, proporcionó a los estados europeos otra vía para superar la depresión. En la década de 1890 la crisis económica comenzó a remitir.
En el último tercio del siglo XIX el capitalismo había modificado las leyes económicas. El funcionamiento del sistema de libre concurrencia evolucionó hacia la implantación de los monopolios empresariales, base del imperialismo. Se necesitaba invertir en el exterior el mayor capital posible para obtener mejores beneficios. La crisis de 1873 fue una de las causas de la expansión imperialista.

5. La implicación del estado en la expansión económica
La implicación del estado en la vida económica y social de las principales naciones europeas adquirió una gran importancia desde 1870, poco antes de producirse la crisis de 1873. Los gobiernos tomaron conciencia de la conveniencia de la participación de la función pública en la vida económica y social de sus países. Así, el estado se implicó en la expansión económica del país y de sus empresas; y progresivamente en la cobertura social de sus ciudadanos. De esa forma, el devenir económico y social de las naciones europeas hacía responsables a los gobernantes, que dictaban medidas para incrementar el gasto público con relación al producto nacional. La tendencia general de la intervención pública fue creciendo.
Poco tiempo después de comenzar este nuevo modelo económico protagonizado por los estados de la Europa industrializada, se inició la crisis de 1873 que tanto les afectaría. Durante algo más de veinte años la depresión económica se apoderó de todas las economías florecientes, impidiendo así su expansión. Con objeto de incentivar las inversiones, como anteriormente se ha mencionado, sucesivos gobiernos europeos y norteamericanos publicaron diversas leyes para restar responsabilidad a pequeños y grandes accionistas en el mercado de valores. Así, si una compañía quebraba, el inversor solamente perdía el volumen de sus acciones en esa empresa. Este nuevo sistema que varios estados adoptaron comenzó a aplicarse en el transporte ferroviario, para continuar siendo habitual en otras compañías industriales y comerciales. Con estas favorables medidas, las sociedades empresariales fueron creciendo y fortaleciéndose, aunque tuvieron que aceptar la presencia de bancos y organizaciones financieras entre sus mayores accionistas, mientras sus gobiernos trataban de encontrar mercados para dar salida a los productos nacionales. Un caso paradigmático fue Argelia, colonia francesa desde 1830, cuya explotación económica en las últimas décadas de siglo XIX la fue transformando en una región francesa volcada en la producción vitivinícola y hortofrutícola, que sobre todo favorecía a la metrópoli.
El capital privado que se invertía en el exterior se vio apoyado por los estados imperialistas, a los que convenía que sus empresarios e industrias se beneficiaran con su proteccionismo. La mayoría de los países industrializados pudieron dedicar sus recursos a la promoción del crecimiento económico a través de las empresas públicas y privadas (industrias siderúrgicas, principalmente las militares y de transporte), a la vez que suministraban todo tipo de servicios públicos, donde destacaban la educación y las infraestructuras (obras públicas). La base tecnológica en que se asentó el proceso de creciente integración económica internacional de esa época continuó estando mayoritariamente asociada al desarrollo del ferrocarril y de la navegación a vapor, lo que se tradujo en una marcada caída en los costes del transporte. El incremento del proteccionismo estatal, pese a algunos altibajos, se manifestó con más fuerza con el estallido en 1914 de la gran guerra y se convirtió en uno de los factores clave de su evolución en el concierto internacional. En estos años, según refleja Comín en su obra Historia de la hacienda pública en Europa, se inició la transición entre el estado guardián, característico del sistema liberal, hacia el estado providencia, que se preocupaba del interés de cada ciudadano y del interés general, origen del concepto actual del estado del bienestar. El "Welfare State" significa una combinación especial de democracia, bienestar social y capitalismo. El sector público comenzó a emprender funciones que hasta entonces quedaban fuera de su ámbito. El peso creciente que los gastos económicos y sociales adquirieron en los países más avanzados de Europa, como Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia, se reflejaron en sus presupuestos. La industria militar, las infraestructuras y las comunicaciones, así como las inversiones estatales en los sectores económicos y en los servicios sociales experimentaron un gran desarrollo. Este persistente incremento del tamaño del presupuesto llegaría a ser irreversible, por cuanto no era el resultado de circunstancias más o menos coyunturales sino de un verdadero cambio de mentalidad sobre el papel del estado. La intervención del sector público fue cubriendo nuevas parcelas que anteriormente se situaban bajo la iniciativa privada. El trasvase de recursos desde los gastos tradicionales del modelo liberal: servicios generales, deuda pública y defensa, hacia los gastos de carácter social o económico es signo de la transformación del propio concepto de estado. En esos años se originó una nueva etapa en que la mayoría de los estados europeos fueron adquiriendo una gran preponderancia, desconocida hasta entonces, en la actividad económica y en las cuestiones sociales de esas naciones. En definitiva, el estado se vio cada vez más involucrado en el desarrollo económico y social de las potencias europeas.
Durante esos años el mundo fue evolucionando, como ya ha quedado anteriormente explicado, por las nuevas formas de energía como la electricidad y las industrias del automóvil, de la aviación y de la química, y por la utilización de la radiofonía y el cinematógrafo, invenciones que impactaban en las gentes a velocidad de vértigo. El cambio de mentalidad de la sociedad, que marcó el inicio de una nueva época, también estuvo propiciado por los movimientos sociales como el socialismo o el anarquismo. En los años que precedieron a la primera guerra mundial, se manifestó también un incremento notable en los flujos transfronterizos de bienes, capital y fuerza de trabajo. Aunque en el período previo a 1914, la mayor parte del mundo aún no participaba en los intercambios internacionales.

6. La economía colonial y el nacimiento de las nuevas potencias: hacia la primera guerra mundial
El imperialismo a fines del siglo XIX, como nuevo instrumento de conquista y explotación de aquellos territorios que pudieran aportar materias primas, prestigio internacional, nuevos mercados y reubicación del excedente de población, fue motivado sobre todo por causas económicas. Aunque también los estados tendieron a expandirse por ambición de poder, prestigio, seguridad y ventajas diplomáticas respecto a otros estados, así como por causas demográficas, políticas y culturales.
En Europa entre 1850 y el comienzo de la gran guerra de 1914 se había producido un espectacular aumento de la población, llegando casi a su duplicación, a causa de varios factores como la disminución de la mortalidad, las innovaciones científicas y el mantenimiento aún de una alta natalidad. La falta de recursos para alimentar y sostener a tantas personas obligó a los gobernantes a facilitar la colocación de su población excedente en otros territorios. Cerca de 40 millones de europeos tuvieron que salir de su país para instalarse en las colonias o en otros estados donde poder prosperar. Los diferentes gobiernos, especialmente en Inglaterra, fueron adoptando las teorías de Darwin sobre la evolución de las especies por selección natural. Los gobernantes sostenían que, al igual que las distintas especies o razas, las sociedades más avanzadas tenían derecho a imponerse y a seguir creciendo, aunque fuera a costa de las más inferiores o retrasadas. Estas manifestaciones servían como excusa a las actuaciones imperialistas.
Debido a la llegada de colonos blancos, la población autóctona sufrió una drástica reducción (especialmente durante la primera fase del imperialismo) como consecuencia de enfrentamientos militares y de la introducción de enfermedades desconocidas para esas regiones. En muchas colonias, la población indígena fue reemplazada casi completamente por la extranjera. Las colonias se convirtieron en abastecedoras de lo necesario para el funcionamiento de las industrias metropolitanas, mientras éstas colocaban sus productos manufacturados en los dominios coloniales. La economía tradicional, basada en una agricultura autosuficiente y de policultivo fue sustituida por otra de exportación, en régimen de monocultivo, que provocó en gran medida, la desaparición de las formas ancestrales de producción y la extensión de cultivos tales como café, cacao, caucho, té, etc., que alteraron el paisaje.
Las compañías comerciales, primeras interesadas en la explotación de los nuevos territorios, iniciaban el proceso colonial hasta que sus gobiernos enviaban fuerzas militares y administrativas suficientes para someter, organizar y administrar la región de acuerdo con las metrópolis respectivas. Se emplearon diferentes sistemas de colonización: si los territorios eran gobernados únicamente por la potencia invasora, éstos recibieron el nombre de colonias, que podían ser de explotación o de poblamiento, según si se decidía aprovechar sus productos o si constituían el lugar elegido para establecer a la población emigrante. A la larga, las colonias así pobladas conseguían instituciones de autogobierno y terminaban convirtiéndose en dominios, como fueron Nueva Zelanda, Canadá, Sudáfrica y Australia, en un principio colonias de poblamiento y explotación de Gran Bretaña.
Otra de las figuras administrativas fue la de los protectorados, que se diferenciaban de las colonias por el mantenimiento en ellos de una teórica autoridad del gobierno autóctono o del jefe nativo, aunque en la realidad sería un comisario o gobernador, representante de la metrópoli, el que dirigía el país colonizado. Las autoridades locales cedían casi todas las funciones más importantes con el fin de conseguir la protección metropolitana ante revueltas internas o ataques exteriores. Un ejemplo de protectorado, a comienzos del siglo XX, fue Marruecos, estado soberano que desde 1912 confirió a Francia y a España la dirección de la política exterior, del ejército colonial y de los intercambios comerciales en las dos zonas marroquíes que cada uno de esos países administraba. El protectorado franco-español de Marruecos constituyó durante más de 40 años una especie de condominio, figura colonial en la que la soberanía de la nación protegida es compartida por la potencia imperialista. Modelos coloniales también fueron los mandatos, concedidos por acuerdos internacionales a una potencia que debía ejercer la potestad para intervenir en aspectos políticos y culturales sobre un país considerado atrasado.
Si el país que se deseaba ocupar era demasiado grande y difícil de conquistar, se establecían esferas de influencia, factorías, enclaves, etc., con la connivencia de las autoridades locales, que lograban así detener la invasión extranjera y conseguir que las potencias imperialistas construyeran con sus inversiones las infraestructuras necesarias para los intercambios comerciales. Esta última práctica colonial fue establecida en China hasta 1899, cuando surgió el movimiento patriótico Yihetuan (los bóxers) dispuesto a expulsar a todos los extranjeros que les explotaban. Las potencias imperialistas (Inglaterra, Francia, Alemania, Estados Unidos, Rusia, Japón, Italia y el imperio austrohúngaro) consiguieron imponerse e invadieron y saquearon Pekín. Esta actuación supuso el principio del fin del imperio chino.

La carrera colonial de las potencias imperialistas y sus consecuencias
Para conocer el proceso colonizador de finales del siglo XIX es necesario remontarse a la Conferencia de Berlín de 1885 donde las potencias europeas más destacadas dispusieron el reparto del continente africano. Europa se hallaba en pleno desarrollo industrial y los países europeos deseaban expandirse hacia otros continentes donde lograr materias primas y mercados para sus productos. África, el continente que aún no había sido suficientemente explorado y explotado, fue el objeto de la ambición colonizadora europea, puesto que América ya se había emancipado y Asia y Oceanía presentaban zonas de colonización bien delimitadas. Los franceses, holandeses y portugueses poseían colonias en el sudeste asiático y los ingleses en el sur de Asia, en Australia y en Nueva Zelanda.
África fue en el siglo XIX el continente en el que confluyeron, de forma confusa, las apetencias de todas las potencias imperialistas; fue el continente del reparto, no exento de tensiones y choques. África vivía en esa época dos procesos dispares; de un lado, la presencia y expansión del islam y de otro, la colonización europea que comenzaba a abandonar las zonas costeras, una vez desaparecido el lucrativo comercio de esclavos, para buscar el control de las materias primas del interior. En 1880 África era un continente casi desconocido, en el que los europeos ocupaban únicamente una serie de posiciones en sus costas y los exploradores y misioneros occidentales se adentraban en el interior para conocer nuevas civilizaciones y cristianizar a sus moradores.
El repentino interés por este continente vino determinado por la unificación alemana e italiana. Tras la guerra franco-prusiana de 1870, en la que Francia resultó derrotada, el escenario de la rivalidad europea se trasladó a África. En el continente negro comparecieron ingleses y franceses, superpotencias del imperialismo, pero también belgas, alemanes, italianos, portugueses y españoles.
Con el fin de distribuir con equidad el continente africano se convocó una Conferencia Internacional en Berlín, que se inició el 15 de noviembre de 1884 y finalizó el 26 de enero de 1885. Catorce estados occidentales fueron representados en ella: el imperio alemán, el imperio austrohúngaro, Bélgica, Dinamarca, el imperio otomano, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Países Bajos, España, Portugal, Rusia y Suecia. Sin embargo, ningún país africano fue convocado. El día de la inauguración de tan solemne reunión, a las dos en punto, el canciller Otto von Bismarck abrió la primera sesión y aceptó la presidencia. En su discurso aseguró que el propósito de la conferencia era promover la civilización de los africanos abriendo el interior del continente al comercio. Después definió los objetivos específicos de la reunión: libertad de comercio en el Congo y en el Níger y acuerdo sobre las formalidades para una válida anexión de territorios en el futuro. Señaló, igualmente, que no se entraría en cuestiones de soberanía, y, tras insistir en que la conferencia serviría a la causa de la paz y de la humanidad, Bismarck finalizó su intervención dando una impresión de incertidumbre y ambigüedad.
En el acta final de la conferencia se proclamó, entre otros asuntos, la libre navegación marítima y fluvial, la libertad de comercio en el centro del continente africano y el derecho a colonizar un territorio si se ocupaba la costa de éste. Estuvieron muy claros los motivos de la invasión europea en África: la explotación de sus recursos naturales para beneficio de los países colonizadores y la incautación de sus tierras. El ejemplo lo constituye el régimen de gobierno que se practicó en el Congo Belga. El rey Leopoldo II, propietario del mismo, nunca fue a esas tierras africanas, sin embargo conocía y aprobaba las muertes, amputaciones, malos tratos, represalias, etc., que se utilizaban con la población indígena que se resistía a trabajar en durísimas condiciones para uso exclusivo de los colonizadores.
"La tarea que los agentes del estado han de cumplir en el Congo es noble y elevada. Está bajo su incumbencia la civilización del África Ecuatorial. Cara a cara con el barbarismo primitivo, luchando contra las costumbres de miles de años de antigüedad, su deber es modificar gradualmente esas costumbres. Han de poner a la población bajo nuestras leyes, la más urgente de las cuales es, sin duda, la del trabajo. En los países no civilizados es necesario, creo yo, una firme autoridad para acostumbrar a los nativos a las prácticas de las que son totalmente contrarias a sus hábitos. Para ello es necesario ser al mismo tiempo firme y paternal" (carta del rey Leopoldo II de Bélgica a los agentes del estado del Congo en junio de 1897).
La Conferencia de Berlín no regularizó la disputa por África, sino que simplemente señaló el hecho de la participación. Al establecer en las relaciones internacionales las normas y condiciones para las nuevas y sucesivas ocupaciones en ese continente, fijó las bases de lo que iba a ser la distribución colonial entre las potencias imperialistas, ya actuantes y desde entonces incrementadas, completándose así el reparto de forma inmediata en apresuradas ocupaciones efectivas. Esto ocasionó resistencias de los autóctonos y rivalidades entre las tribus, así como enfrentamientos entre las potencias coloniales que fueron resueltos por tratados y acuerdos dentro del marco internacionalmente fijado y que cubrirá el período siguiente hasta dejarlo terminado en 1914.
A la expansión económica de las empresas y a la emigración se sumó la política de las potencias imperialistas, que disponían de un creciente potencial demográfico para el alistamiento de tropas que pudieran operar en las colonias. También los factores geoestratégicos influyeron en la carrera colonial, ya que favorecieron el dominio de las rutas navales, de los espacios continentales fundamentales y de la creación de puertos y de buques más operativos para incrementar el comercio de exportación e importación en las nuevas colonias.
Las políticas desarrolladas en África tuvieron importantes consecuencias sociales, que se manifestaron en la instalación de una burguesía de comerciantes y funcionarios procedentes de la metrópoli. Éstos ocuparon los niveles altos y medios de la estructura colonial. En algunos casos se asimilaron determinados grupos autóctonos dentro de la cúspide social. Se trataba de las antiguas élites dirigentes y de miembros de determinados cuerpos del ejército o de la función pública colonial. En ambos casos su fusión fue acompañada de una profunda occidentalización.

Territorios colonizados por las potencias industrializadas a finales del siglo XIX
Como consecuencias culturales del imperialismo hay que destacar la imposición en los territorios colonizados de las pautas de conducta, educación y mentalidad de los colonizadores. En general, las lenguas de las potencias imperialistas (especialmente inglés y francés), la religión cristiana y los modos de vida como medio de culturización occidental se extendieron por varios continentes. El imperialismo condujo a la pérdida de identidad y de valores tradicionales de las poblaciones indígenas. Ello arrastró a una fuerte aculturación. La religión cristiana (católica, anglicana, luterana, etc.) desplazó a los credos preexistentes en muchas zonas de África o bien se fusionó con esas creencias, conformando doctrinas de carácter sincrético, como consecuencia de los intercambios culturales acaecidos entre los diversos pueblos. Sin embargo, en Asia y en el mundo musulmán el resultado de la evangelización fue menor que en el África negra, al estar allí firmemente arraigadas antiguas creencias, complejas y muy estructuradas.
Por último, hay que añadir que los mapas políticos se vieron alterados por la creación de fronteras artificiales que nada tenían que ver con la configuración preexistente y que supusieron la unión o división forzada de grupos tribales y étnicos diferentes, provocando innumerables conflictos políticos, sociales y étnicos que todavía persisten. La introducción de nuevas formas de explotación agrícola y de especies vegetales y animales inéditas provocó la modificación o destrucción de los ecosistemas naturales. El dominio ejercido por los estados imperialistas supuso el control político, social, económico y cultural de los pueblos colonizados, que no sólo originó rivalidades entre ellos, sino que fue, junto con la carrera de armamentos y las crisis balcánicas y marroquíes de comienzos del siglo XX, una de las causas determinantes del inicio de la primera guerra mundial.

Concepción Ybarra Enríquez de la Orden
en Ángeles Lario (coord.)
Historia contemporánea universal
Alianza Editorial

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