A mediados del
siglo XIX se inició un nuevo ciclo de la revolución industrial en muchos países
occidentales. Gran Bretaña continuaba siendo el estado industrial por
excelencia, aunque también en Bélgica, en los Estados Unidos de América y en
otros países europeos se había producido un gran avance industrial. Se
considera que hacia 1850 se inició la fase denominada segunda revolución
industrial que fue impulsada por la aparición de otras fuentes de energía,
diferentes procedimientos y nuevas ramas de la industria. El sistema
capitalista surgido de la primera revolución industrial se mantuvo, aunque
asistido por novedosas fórmulas de organización empresarial y las
correspondientes leyes de funcionamiento, causadas por la crisis del sistema de
libre concurrencia y la evolución hacia la tendencia monopolista que será la
base del imperialismo. El impulso económico que supuso esta segunda revolución
industrial se orientó también hacia la búsqueda de mercados, tanto en el mundo
desarrollado como en las colonias, porque gracias al avance en los transportes
y en las nuevas vías de comunicación facilitadas por la apertura del canal de
Suez en 1869 y el de Panamá, inaugurado el 15 de agosto de 1914, se consiguió
obtener mayor rentabilidad de las inversiones que se iban realizando.
El período
histórico comprendido entre el final de la guerra franco-prusiana (1871) y el
comienzo de la primera guerra mundial coincidió con cuatro décadas de paz en
las que Europa acabó imponiendo al resto del mundo su modo de vida, su técnica,
sus productos y su arte. Esta "edad de oro" europea culminó en los
primeros años del siglo XX en el período conocido como "belle
époque". El viejo continente mantenía su liderazgo histórico. Desde él se
difundieron los avances científicos y tecnológicos que iban a transformar en el
siglo XX los modos de vida en todo el mundo. Las potencias europeas también
impusieron a partir de 1880 un nuevo método en las relaciones internacionales:
el imperialismo.
El imperialismo es
un complejo fenómeno histórico cuyo rasgo distintivo es la generación de
relaciones de dominio por parte de las grandes potencias sobre las áreas del
planeta menos desarrolladas y la extensión a escala mundial de procesos
económicos, sociales, políticos y culturales antes inéditos o, en todo caso,
restringidos a niveles menos amplios. Junto al antiguo colonialismo, basado en
las relaciones comerciales, el moderno imperialismo de finales del siglo XIX
implicó el control territorial y político de las zonas colonizadas.
En los cuarenta
años anteriores a la primera guerra mundial, la aceptación de la hegemonía
imperial de Gran Bretaña se tornó en abierta competencia entre las grandes
potencias que dominaban el mundo. La superficie del planeta considerada
subdesarrollada se distribuyó entre Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda,
Bélgica, Italia, Estados Unidos, Rusia, Japón y Portugal. El nuevo colonialismo
fue aceptado a partir de la Conferencia de Berlín de 1885, donde el canciller
alemán Otto von Bismarck actuó como árbitro. Los estados representados en ella
aceptaron el ideal colonial propuesto, que consistía en civilizar, expandir la
cultura occidental, enriquecerse con las materias primas y lograr el control
político de aquellos territorios aún sin explotar. Se fijaron las reglas para
las futuras ocupaciones que fueron mayoritariamente aceptadas por todas las
potencias colonizadoras. También se recogió el compromiso de combatir la
esclavitud, de mejorar las condiciones de vida de los habitantes de esos
territorios, así como respetar la libertad religiosa y misionera, que suponía
la actuación de móviles humanitarios y no sólo económicos, militares,
expansivos e imperialistas.
A finales del siglo
XIX el imperialismo se asoció sobre todo a la dominación económica que muchas
naciones europeas impusieron a otras más débiles. Las potencias capitalistas
como Gran Bretaña, Países Bajos y Francia necesitaban exportar su excedente de
población y de capital, una de las causas de la ampliación del número de sus
colonias. Las inversiones realizadas en ellas potenciaron la construcción de
ferrocarriles, puertos e infraestructuras que facilitaban la vida de los
colonos y el comercio de exportación e importación.
"Estaba ayer
en el East End y asistí a una reunión de parados. Escuché fuertes discusiones.
No se oía más que un grito: 'pan, pan'. Cuando regresé a mi casa me sentí
todavía más convencido de la importancia del imperialismo… para salvar a los 40
millones de habitantes del Reino Unido de una mortífera guerra civil. Nosotros,
los colonizadores, debemos conquistar nuevas tierras para instalar en ellas el
excedente de nuestra población y encontrar nuevas salidas a los productos de
nuestras fábricas" (carta de sir Rhodes al periodista Steal en 1895).
1.
Ciencia y tecnología
El desarrollo de la
ciencia, los avances tecnológicos, la fácil obtención de materias primas en los
territorios colonizados y la creciente secularización del pensamiento en el
siglo XIX hicieron progresar a la humanidad de una forma rápida y extensa. Los
resultados del progreso científico-técnico alcanzaron de lleno al sector
industrial. Inventos y mejoras tecnológicas permitieron el aumento del nivel de
vida en los países industrializados. El conjunto de cambios económicos
acelerados por esta segunda revolución industrial modificó el sistema de vida
del mundo contemporáneo. En un principio favoreció el crecimiento demográfico y
las migraciones, así como el bienestar causado por el consumo masivo. El
régimen liberal, impulsor del capitalismo, evolucionó hacia la democratización
de los países industrializados. El creciente papel de la ciencia como móvil del
desarrollo tecnológico llevó a las grandes potencias a competir por conseguir
el predominio económico en el mundo occidental.
El progreso técnico
ocurrido en los transportes y comunicaciones desde los inicios del siglo XIX
contó con dos factores fundamentales: el ferrocarril y la navegación a vapor.
En este segundo período industrial fueron los vehículos a motor, automóviles y
aviones, los que más impacto produjeron en el avance del transporte en pequeños
y grandes trayectos. En cuanto a la aplicación de los inventos en las
comunicaciones a larga distancia hay que destacar la utilización masiva del
telégrafo eléctrico, del teléfono inventado por Bell en 1876, de la telefonía
sin hilos utilizada por Branly en 1890 y de la radiodifusión, experimentada por
Marconi a finales de siglo. Comenzaba la era del capitalismo.
La producción
aumentó al ser planificadas las fábricas por los empresarios para obtener mayor
rendimiento. Las nuevas máquinas lograron elaborar productos en serie que unido
al sistema de la fabricación en cadena inventado por el norteamericano Taylor
abarató considerablemente los productos, a la vez que la mano de obra ya no
participaba en la elaboración total de los mismos, sino que quedaba adscrita a
un momento único del proceso.
El avance
científico y técnico, característico de la segunda revolución industrial, logró
que muchas industrias mejoraran y que se crearan otras para beneficio de las
condiciones de vida de la humanidad. También existió un fuerte interés por
descubrir y analizar nuevas especies de animales y plantas, conocer territorios
ignotos y realizar investigaciones de todo tipo, lo que, gracias al imperialismo
y al avance del colonialismo en los últimos años del siglo XIX y comienzos del
XX, hizo que muchos científicos desearan progresar lanzándose a la aventura y
consiguiendo a cambio grandes avances en campos como la biología o la botánica,
que tanto favorecieron a las industrias farmacéuticas y químicas.
2.
La nueva industria y las nuevas energías
Así como en la
primera fase de la industrialización las fuentes más importantes para el uso de
la energía fueron el carbón y el hierro, que se utilizaron principalmente para
la aplicación del vapor en la producción y en los transportes, en este segundo
ciclo surgieron otras utilizaciones de esas fuentes energéticas. Las industrias
metalúrgicas cobraron un gran desarrollo gracias al empleo de novedosos metales
y aleaciones que beneficiaron también a la industria siderúrgica,
convirtiéndola en el sector más importante de la industria en general. El
hierro se aleó con el carbono para la fabricación de acero, material que se
convirtió en el producto clave de la industria siderúrgica. El acero, por su
flexibilidad y dureza, pronto fue desplazando al hierro colado en la
construcción de edificios. Uno de los ejemplos más universales lo constituye la
torre Eiffel, inaugurada en 1889 en París para conmemorar el centenario de la revolución
francesa.
La producción de
aceros más especializados como el acero inoxidable requirió del níquel, metal
cuya extracción en gran escala se produjo desde 1880. El acero no sólo fue
utilizado en la construcción, también se generalizó en la fabricación de
automóviles, bicicletas, maquinaria agrícola, trenes, tractores, aviones y
demás medios de transporte, inventos que consiguieron mejorar
extraordinariamente las comunicaciones terrestres y aéreas. El aumento de la
inversión en el sector militar, que varios países llevaron a cabo, se benefició
grandemente de la producción siderúrgica. La técnica armamentística fue
evolucionando rápidamente desde mediados del siglo XIX, la artillería y los
blindados necesitaron aceros especiales para su mejor funcionamiento, así como
los submarinos y acorazados. La empresa alemana Krupp se convirtió en un gran
imperio empresarial y sus inversiones en investigación y en la fabricación de
todo tipo de armamento la llevaron a dominar este sector industrial.
Otra materia prima
fundamental de esta época fue el petróleo, que desde mediados del siglo XIX
hasta ahora ha constituido la principal fuente de energía. El petróleo es una
sustancia aceitosa de color oscuro a la que, por sus compuestos de hidrógeno y
carbono, se denomina hidrocarburo, que puede estar en estado líquido o en
estado gaseoso. Al primero se le denomina "crudo" y al segundo se le
conoce como "gas natural". Es un recurso natural no renovable que
aporta el mayor porcentaje del total de la energía que se consume en el mundo.
Su existencia y utilización ya se conocía desde la antigüedad, pero su
desarrollo y aplicación en diferentes productos industriales se inició hacia
1850. Existen hoy día numerosas aplicaciones y derivados del petróleo que han
hecho que a esta fuente de energía se la denomine "oro negro". A
finales del siglo XIX ya comenzó a utilizarse para hacer funcionar los motores
de automóviles, aviones, equipos industriales, calderas y para la fabricación
de disolventes, aceites industriales, etc. En la actualidad sus aplicaciones y
derivados son inmensos, sobre todo desde la conversión del hidrocarburo en
productos químicos, dando lugar a una importante industria petroquímica
(polietilenos, etc.).
Estas novedosas
fuentes de energía, por lo tanto, abrieron muchas posibilidades a la industria
en diversos sectores, sobre todo en la metalurgia y siderurgia. Sin embargo, el
carbón mineral, en sus variantes más comunes como la hulla y el lignito,
continuó utilizándose mayoritariamente en el consumo energético mundial. Su
abundancia en la naturaleza, los bajos costes de explotación y la mayor
potencia calorífica aconsejaron su empleo en numerosos países europeos. La
máquina de vapor potenció la industria textil a partir de 1850, así como los
transportes ferroviarios, fluviales y marítimos, todos ellos elementos
definitorios de la primera revolución industrial, que continuaron
perfeccionándose y creciendo permitiendo el mantenimiento de la tendencia al
alza de la economía.
Entre las
industrias más exitosas de esta segunda fase industrial hay que destacar la
industria eléctrica. En realidad, la electricidad en sí misma no constituye una
fuente de energía como lo pueda ser el carbón o el petróleo. No obstante, la
energía eléctrica obtenida a partir de cualquier fuente primaria, ya sea
carbón, saltos de agua o petróleo, presenta la ventaja de ser fácilmente
transportable y divisible. Sus numerosos usos (luz, calor y fuerza motriz)
generalizaron su utilización. Países carentes de petróleo o carbón encontraron
en la electricidad el motor para su industrialización. Otros alternaron ambas
fuentes energéticas. El aprovechamiento de los saltos de agua para la
producción de energía eléctrica, marcó su éxito con el explícito nombre de
"hulla blanca". La invención de transformadores y alternadores junto
con el perfeccionamiento de los cables de alta tensión resolvieron las
dificultades para la conducción de la electricidad a grandes distancias. La
facilidad de la inmediata aplicación de la electricidad a cualquier utilización
como la iluminación para el alumbrado de los hogares y de las ciudades, fue
facilitada al inventar Edison en 1880 la lámpara de filamento incandescente, la
bombilla. También la electricidad se ha empleado desde entonces en procesos
electroquímicos. Asimismo, comenzó a ser utilizada para calefacción y
refrigeración, procesos que han mejorado la vida de la humanidad, y en los
trenes eléctricos y tranvías, grandes logros de la época.
Otras aplicaciones
de la electricidad se debieron a la aparición de la electrólisis en la
metalurgia, que permitió la fabricación del aluminio, metal no ferromagnético
que se extrae de la bauxita, mineral que mediante el "proceso Bayer"
se transforma en alúmina y aplicando la electrólisis se convierte en aluminio.
Este metal, por su escaso peso y otras características, como ser buen conductor
de la electricidad y del calor y poseer baja densidad y alta resistencia a la
corrosión, resulta muy adecuado para usos domésticos e industriales y para la
ingeniería mecánica. Por todo ello es desde mediados del siglo XX el metal que
más se ha utilizado después del acero. Sin embargo, está siendo rechazado
últimamente por haberse demostrado que puede producir efectos adversos en
plantas, animales y seres humanos y por consumir un elevado gasto de electricidad
en su fabricación.
Una importante
concentración industrial se produjo en la fabricación de material eléctrico por
grandes empresas como Philips en Holanda, Siemens y AEG en Alemania o General
Electric y Westinghouse en Estados Unidos. Estas sociedades requerían
determinados metales como el cobre y el plomo, cuyos precios subieron
considerablemente beneficiando a los países productores. Con el paso del
tiempo, la electricidad fue desplazando a la utilización del vapor en la
industria y fue aplicada a la mayoría de los electrodomésticos y utensilios
domésticos, como el aparato de radio, comercializado desde comienzos del siglo
XX. La radio ha significado uno de los avances técnicos del uso de la
electricidad que más ayudó a difundir los nuevos modos de vida, secundado
además por la invención del cinematógrafo. Los hermanos Lumière produjeron más
de 2.000 películas en 16 mm entre 1895 y 1903. Este nuevo invento potenció la
formación de sociedades cinematográficas como Pathé y Gaumont y otras especializadas
en material fotográfico como Kodak.
Las industrias
químicas tuvieron también una estrecha relación con la investigación
científica. Quizás fueron las que demostraron un mayor dinamismo debido a una
serie de condiciones indispensables para su desarrollo: laboratorios de
investigación y destacados especialistas, así como la utilización de productos
de bajo costo por la masiva obtención de caucho y látex en las colonias
asiáticas. El caucho comenzó a ser muy utilizado en la fabricación de
neumáticos para las industrias de locomoción; automóviles, bicicletas, aviones,
etc. Aunque la elaboración final de los productos químicos necesitaba
procedimientos muy costosos, las empresas se fortalecieron al requerir una
producción a gran escala y una base industrial y financiera suficiente para
poder obtener grandes beneficios. Gracias a la química orgánica se elaboraron
colorantes sintéticos, muy utilizados en las industrias de confección y
pinturas. La experimentación de las vacunas, de los nuevos productos farmacéuticos
y del avance de la técnica médica supuso la eliminación de las grandes
epidemias y de las mortandades en la primera infancia, hecho que redundó en un
crecimiento importante de la población mundial. Asimismo, el sector químico
produjo explosivos, abonos, pesticidas y otros productos cuya demanda
experimentó un notable incremento en el sector militar, en la construcción y en
la agricultura.
La nueva industria
del petróleo surgió de la explotación de yacimientos tras importantes mejoras
en la técnica de perforación del subsuelo. Potentes taladradoras movidas por
máquinas de vapor extraen el líquido ("oro negro") de profundos
pozos. La obtención del petróleo alcanzó una producción mundial en 1860 de
67.000 toneladas. El primer pozo petrolífero se puso en funcionamiento en 1859
en los Estados Unidos, país líder en este sector industrial que contaba con
importantes compañías como la Standard Oil de Rockefeller. No obstante, a
finales de siglo, Rusia se convirtió en la primera potencia petrolífera al desarrollar
sus yacimientos de Bakú. Grandes compañías holandesas y británicas (Royal
Dutch-Shell, Anglo-Iranian Oil Company) controlaron el proceso de extracción,
comercialización y distribución del petróleo en Europa. Con sus prospecciones
en Oriente Próximo dominaron, junto a las estadounidenses, el mercado mundial
de petróleo en las primeras décadas del siglo XX. Desde la invención del motor
de explosión y el de combustión, presentado por Diesel en la Exposición
Universal de París de 1900, este producto energético se fue aplicando, sobre
todo, en la industria automovilística y de aviación. Debido a la utilización de
los nuevos inventos, a su cantidad de materias primas y al aumento demográfico,
Estados Unidos se puso en 1900 a la cabeza de los países industrializados.
Por otra parte, la
industria agropecuaria fue mejorando desde mediados del siglo XIX en casi todos
los países industrializados de Europa, América (Argentina) y Australia debido a
la nueva maquinaria agrícola y a la utilización de fertilizantes químicos. Al
reducirse la mano de obra agrícola y aumentar la producción, los grandes
terratenientes incrementaron sus rentas y la población urbana se benefició de
la abundancia y bajada de los productos del campo. Sin embargo, los pequeños
agricultores y asalariados campesinos se vieron forzados a emigrar a las
ciudades y a otros países que les ofrecieran oportunidad para sobrevivir y
mejorar. Las tradicionales cosechas cerealistas y vitivinícolas fueron dando
paso a otras plantaciones más rentables como el cultivo de cítricos y demás
productos hortofrutícolas. El aumento de la población en Europa exigía un mayor
abastecimiento para alimentarla y vestirla (cereales, carne, té, café, cacao,
lana, algodón, seda, etcétera) que ese continente no lograba producir en
cantidad suficiente. Así, con el aumento de la ganadería y de los cultivos en
los países ultramarinos y en las colonias de Asia y África, las potencias
europeas consiguieron no sólo las materias primas necesarias para sus
industrias agroalimentarias, sino también numerosos mercados donde colocar sus
productos manufacturados. Las industrias de la alimentación se dedicaron a las
conservas de legumbres, carnes y pescados, así como a la fabricación de leche
condensada y derivados del cacao, café, azúcar, etc., por firmas como Nestlé,
Lever, Suchard, etc.
Otras industrias
como la textil, el calzado y las papeleras se aprovecharon de las nuevas
máquinas e inventos, incrementando su productividad y sus empresas en los
países desarrollados.
El proceso
industrial, junto con la comercialización y el crecimiento de las ciudades,
cambió el sistema de distribución de la población. El sector primario fue
cediendo ante el secundario y el terciario, además aumentó la participación de
las mujeres en el sector industrial, lo que provocó una clara aceleración del
movimiento feminista en el último tercio del siglo XIX. El mayor protagonismo y
seguimiento del feminismo estuvo condicionado por claros cambios sociales en
los países más desarrollados.
3.
De la competencia al monopolio
Al incremento de la
producción agraria e industrial debido al avance tecnológico, correspondió un
desarrollo de los canales de distribución y venta que facilitaron la expansión
del comercio. Los intercambios de materias primas y manufacturas excedieron las
fronteras nacionales hacia la formación de un mercado mundial. El
descubrimiento y explotación de minas de oro en California, Australia, Alaska y
Sudáfrica, favorecieron los nuevos métodos adoptados por el capitalismo para
aprovechar la disponibilidad de la masa monetaria en circulación. En la mayoría
de los países desde 1880 se adoptó el patrón oro, que tanto benefició a
Inglaterra ya que su libra esterlina estuvo ligada a una paridad fija del oro.
El dinero aumentaba
en consonancia con el incremento de la cantidad de metales preciosos y de las
reservas de oro en el mundo que, junto con los medios de crédito y financiación
de las empresas, dispararon las ganancias bancarias. La banca fue el canal que
habilitó cuantiosas sumas para la inversión en todos los sectores productivos.
Los bancos dirigieron hacia los sectores más lucrativos el ahorro de la
población y se especializaron según las actividades ejercidas. Existían bancos
de depósito, comerciales y de crédito industrial. La movilización de sus
haberes generó nuevos dividendos sin que estuvieran en peligro los ahorros de
los pequeños inversores. Esas medidas económicas frenaron la extorsión usurera.
La conjunción entre la banca y la industria constituyó la esencia del
capitalismo propio de este período histórico.
Las sociedades
anónimas, la concentración empresarial y las prácticas monopolísticas son otras
características del llamado capitalismo financiero. Las grandes empresas se
convirtieron en los agentes principales de la economía de un país. Ya no era
suficiente el capital aportado por unos cuantos socios, se necesitaba captar
los ahorros de personas que nada tenían que ver con la dirección de esas
sociedades o de las industrias implicadas. Así se formaron las sociedades anónimas
por acciones, que incluso, si las firmas eran lo suficientemente fuertes,
cotizaban en bolsa en los mercados de valores de las potencias capitalistas.
Para lograr la confianza de los inversores se produjo un cambio legal en los
países más avanzados como Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, etc.
En ellos fue aceptado el principio de responsabilidad limitada, por el que cada
accionista sólo tenía que responder de las deudas de una empresa con la
cantidad que había invertido en ella, sin que sus restantes bienes fueran
perjudicados.
Las empresas se
fueron concentrando para conseguir mayores beneficios: de forma horizontal, que
significaba la agrupación de las sociedades del mismo sector, o vertical,
cuando se agrupaban empresas de diferentes sectores para la obtención final de
un mismo producto. Un ejemplo español lo constituyó la sociedad por acciones de
Altos Hornos de Vizcaya, industria siderúrgica puntera poseedora de minas de
carbón y de hierro para la fabricación del acero en los altos hornos, requerido
por gran parte de las industrias españolas y extranjeras en los últimos años
del siglo XIX y comienzos del XX.
La concentración de
empresas reducía costes y competencias. Sin embargo, cuando esa agrupación de
empresas abarcaba toda la producción de un sector se producía el monopolio,
sistema empresarial capitalista generalizado de finales de siglo que la
autoridad competente concedía a una empresa o asociación de empresas para que
se aprovecharan con carácter exclusivo de alguna industria o comercio. Fueron
frecuentes los acuerdos entre las grandes firmas de un mismo sector con el fin
de dominar el mercado y conseguir el máximo de beneficios. En Alemania, por
ejemplo, se generalizó el cártel, que constituía convenios entre varias
empresas similares para evitar la mutua competencia y regular la producción,
venta y precios en determinado campo industrial. Actualmente, este término se
suele aplicar a los acuerdos que regulan la competencia en el comercio
internacional. La diferencia entre monopolio y cártel radica en que en este
último los beneficios totales son repartidos entre los productores. Hoy en día,
en la mayoría de los países, está prohibida y sancionada por ley la formación
de cárteles entre varias empresas del mismo sector.
Mientras que en
Estados Unidos las agrupaciones se convirtieron en trust, unión de empresas
distintas bajo una misma dirección central con la finalidad de ejercer un
control de las ventas y la comercialización de los productos. El trust tendía a
controlar un sector económico y ejercer en lo posible el poder del monopolio.
Podía ser "horizontal", cuando las empresas producían los mismos
bienes o prestaban los mismos servicios, o "vertical" cuando las
empresas del grupo efectuaban actividades complementarias que podían acogerse a
diversas formas de holding. La estructura holding se refiere a la compañía
matriz de varias empresas especializadas en distintos campos enfocada a un
mismo sector, lo que le confiere un ventajoso poder de mercado sobre el mismo.
Todos esos sistemas monopolistas impidieron la libre competencia entre empresas
y países en el mercado mundial y fueron muy discutidos por la justicia
norteamericana que dictó leyes antitrust a finales de siglo, como el Acta
Sherman de 1890 que por primera vez los declaró ilegales. Asimismo, desde
Rusia, Lenin denunciaba este capitalismo empresarial en su libro El
imperialismo, fase superior del capitalismo.
"Nos hallamos
en presencia, no ya de una lucha de competencia entre grandes y pequeñas
empresas, entre establecimientos técnicamente atrasados y establecimientos de
técnica avanzada. Nos hallamos ante la estrangulación, por los monopolistas, de
todos aquellos que no se someten al monopolio, a su yugo, a su arbitrariedad.
Así, pues, el
balance principal de la historia de los monopolios es el siguiente:
1. 1860-1880, punto
culminante de desarrollo de la libre concurrencia. Los monopolios no
constituyen más que gérmenes apenas perceptibles.
2. Después de la
crisis de 1873, largo período de desarrollo de los cárteles, pero éstos
constituyen todavía una excepción, no son aún sólidos, aún representan un
fenómeno pasajero.
3. Auge de fines
del siglo XIX y crisis de 1900-1903; los cárteles se convierten en una de las
bases de toda la vida económica. El capitalismo se ha transformado en
imperialismo.
Los cárteles se
ponen de acuerdo entre sí respecto a las condiciones de venta, a los plazos de
pago, etc. Se reparten los mercados de venta. Fijan la cantidad de productos a
fabricar. Establecen los precios. Distribuyen las ganancias entre las distintas
empresas, etc.
En las manos de los
cárteles y trust se encuentran a menudo las siete o las ocho décimas partes de
toda la producción de una rama industrial determinada; el sindicato hullero del
Rin y Westfalia, en el momento de su constitución, en 1893, concentraba el 86.7
por ciento de toda la producción del carbón en aquella cuenca, y en 1910, el
95.4 por ciento. El monopolio constituido en esta forma proporciona beneficios
gigantescos y conduce a la creación de unidades técnicas de producción de
proporciones inmensas. El famoso trust del petróleo de Estados Unidos (Standard
Oil Company) fue fundado en 1900" (Lenin, El imperialismo, fase superior
del capitalismo, 1916).
La exportación de
capital fue una de las novedades más importantes en la economía de finales del
siglo XIX. La compraventa de productos fue estimulada por los nuevos medios de
comunicación, que también impulsaron la propaganda comercial. La agilización de
las transacciones producía una mayor rentabilidad, aunque también una fuerte
competencia entre personas y sociedades separadas por miles de kilómetros. Los
inversores de los países más desarrollados eran los que obtenían mayor
rendimiento de sus acciones empresariales, de los bonos de gobiernos
extranjeros y de los ventajosos préstamos de sus bancos. Así, ingleses,
franceses y alemanes invertían en países en vías de desarrollo como España,
Portugal y Grecia. Inglaterra también financiaba parte del ferrocarril que se
estaba construyendo en Estados Unidos y en Argentina. Sin embargo, todas estas
transformaciones económicas produjeron fases de crecimiento y expansión
general, seguidas de otras de depresión y crisis. Estos ciclos económicos no
afectaron por igual a los países industrializados, que incluso debían competir
entre ellos. Inglaterra y Bélgica, los primeros estados beneficiados por la
revolución industrial inicial, se enfrentaron en la segunda fase a Francia y
Alemania para conseguir la primacía continental. Estados Unidos disputaba a
Gran Bretaña la hegemonía mundial, mientras nuevos países como Rusia y Japón
accedían al desarrollo industrial.
4.
Proteccionismo e imperialismo: la expansión económica y la necesidad de
mercados
A mediados del
siglo XIX, la primera potencia imperialista, Gran Bretaña, que desde finales
del siglo anterior por medio de su Compañía de las Islas Orientales controlaba
algunos territorios asiáticos, como la India, comprobó que para seguir
predominando en los países industrializados debía administrar directamente sus
colonias y así lograr las necesarias materias primas para su desarrollo
industrial y comercial. En 1857 Inglaterra estableció en la India un control
directo. La "joya de la corona británica" reconoció a la reina
Victoria como su emperatriz. En sus otras posesiones como Singapur, Hong Kong,
parte de Borneo y las colonias oceánicas como Nueva Zelanda, Australia y
Sudáfrica, la administración inglesa introdujo el proteccionismo comercial para
impedir a las demás potencias intercambiar sus productos en esos territorios.
Lo mismo hizo Francia en sus colonias de Indochina y África, Holanda en
Indonesia y finalmente Alemania en Nueva Guinea Oriental y en las islas
Marshall y Salomón. La carrera colonial impedía la apertura de mercados a todas
las potencias por igual. Esta forma de actuar, totalmente proteccionista, sólo
beneficiaba a las metrópolis, ya que los territorios colonizados debían aceptar
la explotación y las disposiciones económicas y políticas de las potencias
imperialistas. Las rivalidades coloniales fueron una de las causas del inicio de
un nuevo ciclo económico depresivo: la crisis económica internacional de
finales del siglo XIX.
La crisis económica
que se inició en Europa en 1873, conocida en su momento cono la "gran
depresión", supuso el fin de la supremacía económica e industrial británica,
indiscutible desde los inicios de la revolución industrial. Hasta estos
momentos, como anteriormente ha quedado señalado, otros países europeos se
habían ido incorporando a la industrialización y la producción había crecido
tanto que en algunos sectores se llegó a un exceso de oferta. Gran Bretaña pasó
de ser la primera potencia en los principales sectores económicos a competir
con Estados Unidos y Alemania. Los productos americanos, de bajo precio,
saturaron el mercado internacional con la consiguiente reducción de beneficios.
La política librecambista había dado lugar a una expansión del comercio
internacional y a la especialización de la producción, favorecida por los cada
vez más asequibles medios de transportes. Esta técnica económica, que en principio
parecía un avance, constituyó un grave problema, una amenaza de ruina para la
industria y la agricultura de Gran Bretaña y de otros países europeos. También
el sector financiero internacional sufrió un importante quebranto, con la
bancarrota de numerosos negocios de inversión.
Entre 1873 y 1894
la tasa de crecimiento económico en la mayoría de los países europeos bajó
considerablemente; descendieron los precios, los intereses financieros y la
producción. Ante esta situación, y para evitar la creciente competencia
internacional y poder lograr la superación de la crisis económica, la mayor
parte de los gobiernos volvieron a implantar medidas proteccionistas elevando
los aranceles aduaneros para encarecer los productos importados, como apoyo a
las industrias nacionales. Estas disposiciones llevaron al enfrentamiento
comercial y político entre varios países. Francia e Italia comenzaron una
guerra de aranceles entre 1887 y 1898 que terminó perjudicando a los dos
países.
Los estados que
fueron fieles al librecambio, en general, como Gran Bretaña y otros de menor
tamaño como los Países Bajos, Bélgica y Dinamarca, que se habían especializado
en diferentes sectores comerciales para la exportación, lograron mantener un
saneado comercio exterior. Sin embargo, España prefirió mantener un
proteccionismo elevado protagonizado por el arancel que Cánovas promovió en
1891, lo que redundó en el creciente déficit de las transacciones españolas. El
proteccionismo emprendido por muchos gobiernos para proteger las industrias y
empresas nacionales dio lugar a que las potencias europeas se apresuraran a la
apertura de nuevos mercados en los territorios que iban ocupando. El
descubrimiento de las nuevas fuentes de energía, las innovaciones tecnológicas,
el desarrollo de nuevos sectores industriales y la adopción de novedosas formas
de organización industrial y empresarial dieron la posibilidad de salir de la
crisis a ciertos países. La expansión militar a otros continentes como
consecuencia del imperialismo, proporcionó a los estados europeos otra vía para
superar la depresión. En la década de 1890 la crisis económica comenzó a
remitir.
En el último tercio
del siglo XIX el capitalismo había modificado las leyes económicas. El
funcionamiento del sistema de libre concurrencia evolucionó hacia la
implantación de los monopolios empresariales, base del imperialismo. Se
necesitaba invertir en el exterior el mayor capital posible para obtener
mejores beneficios. La crisis de 1873 fue una de las causas de la expansión
imperialista.
5.
La implicación del estado en la expansión económica
La implicación del
estado en la vida económica y social de las principales naciones europeas
adquirió una gran importancia desde 1870, poco antes de producirse la crisis de
1873. Los gobiernos tomaron conciencia de la conveniencia de la participación
de la función pública en la vida económica y social de sus países. Así, el estado
se implicó en la expansión económica del país y de sus empresas; y
progresivamente en la cobertura social de sus ciudadanos. De esa forma, el
devenir económico y social de las naciones europeas hacía responsables a los
gobernantes, que dictaban medidas para incrementar el gasto público con
relación al producto nacional. La tendencia general de la intervención pública
fue creciendo.
Poco tiempo después
de comenzar este nuevo modelo económico protagonizado por los estados de la
Europa industrializada, se inició la crisis de 1873 que tanto les afectaría.
Durante algo más de veinte años la depresión económica se apoderó de todas las
economías florecientes, impidiendo así su expansión. Con objeto de incentivar
las inversiones, como anteriormente se ha mencionado, sucesivos gobiernos
europeos y norteamericanos publicaron diversas leyes para restar
responsabilidad a pequeños y grandes accionistas en el mercado de valores. Así,
si una compañía quebraba, el inversor solamente perdía el volumen de sus
acciones en esa empresa. Este nuevo sistema que varios estados adoptaron
comenzó a aplicarse en el transporte ferroviario, para continuar siendo habitual
en otras compañías industriales y comerciales. Con estas favorables medidas,
las sociedades empresariales fueron creciendo y fortaleciéndose, aunque
tuvieron que aceptar la presencia de bancos y organizaciones financieras entre
sus mayores accionistas, mientras sus gobiernos trataban de encontrar mercados
para dar salida a los productos nacionales. Un caso paradigmático fue Argelia,
colonia francesa desde 1830, cuya explotación económica en las últimas décadas
de siglo XIX la fue transformando en una región francesa volcada en la
producción vitivinícola y hortofrutícola, que sobre todo favorecía a la
metrópoli.
El capital privado
que se invertía en el exterior se vio apoyado por los estados imperialistas, a
los que convenía que sus empresarios e industrias se beneficiaran con su
proteccionismo. La mayoría de los países industrializados pudieron dedicar sus
recursos a la promoción del crecimiento económico a través de las empresas
públicas y privadas (industrias siderúrgicas, principalmente las militares y de
transporte), a la vez que suministraban todo tipo de servicios públicos, donde
destacaban la educación y las infraestructuras (obras públicas). La base
tecnológica en que se asentó el proceso de creciente integración económica
internacional de esa época continuó estando mayoritariamente asociada al
desarrollo del ferrocarril y de la navegación a vapor, lo que se tradujo en una
marcada caída en los costes del transporte. El incremento del proteccionismo
estatal, pese a algunos altibajos, se manifestó con más fuerza con el estallido
en 1914 de la gran guerra y se convirtió en uno de los factores clave de su
evolución en el concierto internacional. En estos años, según refleja Comín en
su obra Historia de la hacienda pública en Europa, se inició la transición
entre el estado guardián, característico del sistema liberal, hacia el estado
providencia, que se preocupaba del interés de cada ciudadano y del interés
general, origen del concepto actual del estado del bienestar. El "Welfare
State" significa una combinación especial de democracia, bienestar social
y capitalismo. El sector público comenzó a emprender funciones que hasta
entonces quedaban fuera de su ámbito. El peso creciente que los gastos
económicos y sociales adquirieron en los países más avanzados de Europa, como
Gran Bretaña, Alemania, Francia e Italia, se reflejaron en sus presupuestos. La
industria militar, las infraestructuras y las comunicaciones, así como las
inversiones estatales en los sectores económicos y en los servicios sociales
experimentaron un gran desarrollo. Este persistente incremento del tamaño del
presupuesto llegaría a ser irreversible, por cuanto no era el resultado de
circunstancias más o menos coyunturales sino de un verdadero cambio de
mentalidad sobre el papel del estado. La intervención del sector público fue
cubriendo nuevas parcelas que anteriormente se situaban bajo la iniciativa
privada. El trasvase de recursos desde los gastos tradicionales del modelo
liberal: servicios generales, deuda pública y defensa, hacia los gastos de
carácter social o económico es signo de la transformación del propio concepto
de estado. En esos años se originó una nueva etapa en que la mayoría de los estados
europeos fueron adquiriendo una gran preponderancia, desconocida hasta
entonces, en la actividad económica y en las cuestiones sociales de esas
naciones. En definitiva, el estado se vio cada vez más involucrado en el
desarrollo económico y social de las potencias europeas.
Durante esos años
el mundo fue evolucionando, como ya ha quedado anteriormente explicado, por las
nuevas formas de energía como la electricidad y las industrias del automóvil,
de la aviación y de la química, y por la utilización de la radiofonía y el
cinematógrafo, invenciones que impactaban en las gentes a velocidad de vértigo.
El cambio de mentalidad de la sociedad, que marcó el inicio de una nueva época,
también estuvo propiciado por los movimientos sociales como el socialismo o el
anarquismo. En los años que precedieron a la primera guerra mundial, se
manifestó también un incremento notable en los flujos transfronterizos de
bienes, capital y fuerza de trabajo. Aunque en el período previo a 1914, la
mayor parte del mundo aún no participaba en los intercambios internacionales.
6.
La economía colonial y el nacimiento de las nuevas potencias: hacia la primera
guerra mundial
El imperialismo a
fines del siglo XIX, como nuevo instrumento de conquista y explotación de
aquellos territorios que pudieran aportar materias primas, prestigio
internacional, nuevos mercados y reubicación del excedente de población, fue
motivado sobre todo por causas económicas. Aunque también los estados tendieron
a expandirse por ambición de poder, prestigio, seguridad y ventajas
diplomáticas respecto a otros estados, así como por causas demográficas, políticas
y culturales.
En Europa entre
1850 y el comienzo de la gran guerra de 1914 se había producido un espectacular
aumento de la población, llegando casi a su duplicación, a causa de varios
factores como la disminución de la mortalidad, las innovaciones científicas y
el mantenimiento aún de una alta natalidad. La falta de recursos para alimentar
y sostener a tantas personas obligó a los gobernantes a facilitar la colocación
de su población excedente en otros territorios. Cerca de 40 millones de
europeos tuvieron que salir de su país para instalarse en las colonias o en
otros estados donde poder prosperar. Los diferentes gobiernos, especialmente en
Inglaterra, fueron adoptando las teorías de Darwin sobre la evolución de las
especies por selección natural. Los gobernantes sostenían que, al igual que las
distintas especies o razas, las sociedades más avanzadas tenían derecho a
imponerse y a seguir creciendo, aunque fuera a costa de las más inferiores o
retrasadas. Estas manifestaciones servían como excusa a las actuaciones
imperialistas.
Debido a la llegada
de colonos blancos, la población autóctona sufrió una drástica reducción
(especialmente durante la primera fase del imperialismo) como consecuencia de
enfrentamientos militares y de la introducción de enfermedades desconocidas
para esas regiones. En muchas colonias, la población indígena fue reemplazada
casi completamente por la extranjera. Las colonias se convirtieron en
abastecedoras de lo necesario para el funcionamiento de las industrias
metropolitanas, mientras éstas colocaban sus productos manufacturados en los
dominios coloniales. La economía tradicional, basada en una agricultura
autosuficiente y de policultivo fue sustituida por otra de exportación, en
régimen de monocultivo, que provocó en gran medida, la desaparición de las
formas ancestrales de producción y la extensión de cultivos tales como café, cacao,
caucho, té, etc., que alteraron el paisaje.
Las compañías
comerciales, primeras interesadas en la explotación de los nuevos territorios,
iniciaban el proceso colonial hasta que sus gobiernos enviaban fuerzas
militares y administrativas suficientes para someter, organizar y administrar
la región de acuerdo con las metrópolis respectivas. Se emplearon diferentes
sistemas de colonización: si los territorios eran gobernados únicamente por la
potencia invasora, éstos recibieron el nombre de colonias, que podían ser de
explotación o de poblamiento, según si se decidía aprovechar sus productos o si
constituían el lugar elegido para establecer a la población emigrante. A la
larga, las colonias así pobladas conseguían instituciones de autogobierno y
terminaban convirtiéndose en dominios, como fueron Nueva Zelanda, Canadá,
Sudáfrica y Australia, en un principio colonias de poblamiento y explotación de
Gran Bretaña.
Otra de las figuras
administrativas fue la de los protectorados, que se diferenciaban de las
colonias por el mantenimiento en ellos de una teórica autoridad del gobierno
autóctono o del jefe nativo, aunque en la realidad sería un comisario o
gobernador, representante de la metrópoli, el que dirigía el país colonizado.
Las autoridades locales cedían casi todas las funciones más importantes con el
fin de conseguir la protección metropolitana ante revueltas internas o ataques
exteriores. Un ejemplo de protectorado, a comienzos del siglo XX, fue
Marruecos, estado soberano que desde 1912 confirió a Francia y a España la
dirección de la política exterior, del ejército colonial y de los intercambios
comerciales en las dos zonas marroquíes que cada uno de esos países
administraba. El protectorado franco-español de Marruecos constituyó durante
más de 40 años una especie de condominio, figura colonial en la que la
soberanía de la nación protegida es compartida por la potencia imperialista.
Modelos coloniales también fueron los mandatos, concedidos por acuerdos
internacionales a una potencia que debía ejercer la potestad para intervenir en
aspectos políticos y culturales sobre un país considerado atrasado.
Si el país que se
deseaba ocupar era demasiado grande y difícil de conquistar, se establecían
esferas de influencia, factorías, enclaves, etc., con la connivencia de las
autoridades locales, que lograban así detener la invasión extranjera y
conseguir que las potencias imperialistas construyeran con sus inversiones las
infraestructuras necesarias para los intercambios comerciales. Esta última
práctica colonial fue establecida en China hasta 1899, cuando surgió el
movimiento patriótico Yihetuan (los bóxers) dispuesto a expulsar a todos los
extranjeros que les explotaban. Las potencias imperialistas (Inglaterra,
Francia, Alemania, Estados Unidos, Rusia, Japón, Italia y el imperio
austrohúngaro) consiguieron imponerse e invadieron y saquearon Pekín. Esta
actuación supuso el principio del fin del imperio chino.
La
carrera colonial de las potencias imperialistas y sus consecuencias
Para conocer el
proceso colonizador de finales del siglo XIX es necesario remontarse a la
Conferencia de Berlín de 1885 donde las potencias europeas más destacadas
dispusieron el reparto del continente africano. Europa se hallaba en pleno
desarrollo industrial y los países europeos deseaban expandirse hacia otros
continentes donde lograr materias primas y mercados para sus productos. África,
el continente que aún no había sido suficientemente explorado y explotado, fue
el objeto de la ambición colonizadora europea, puesto que América ya se había
emancipado y Asia y Oceanía presentaban zonas de colonización bien delimitadas.
Los franceses, holandeses y portugueses poseían colonias en el sudeste asiático
y los ingleses en el sur de Asia, en Australia y en Nueva Zelanda.
África fue en el
siglo XIX el continente en el que confluyeron, de forma confusa, las apetencias
de todas las potencias imperialistas; fue el continente del reparto, no exento
de tensiones y choques. África vivía en esa época dos procesos dispares; de un
lado, la presencia y expansión del islam y de otro, la colonización europea que
comenzaba a abandonar las zonas costeras, una vez desaparecido el lucrativo
comercio de esclavos, para buscar el control de las materias primas del
interior. En 1880 África era un continente casi desconocido, en el que los
europeos ocupaban únicamente una serie de posiciones en sus costas y los
exploradores y misioneros occidentales se adentraban en el interior para
conocer nuevas civilizaciones y cristianizar a sus moradores.
El repentino
interés por este continente vino determinado por la unificación alemana e
italiana. Tras la guerra franco-prusiana de 1870, en la que Francia resultó
derrotada, el escenario de la rivalidad europea se trasladó a África. En el
continente negro comparecieron ingleses y franceses, superpotencias del
imperialismo, pero también belgas, alemanes, italianos, portugueses y
españoles.
Con el fin de
distribuir con equidad el continente africano se convocó una Conferencia
Internacional en Berlín, que se inició el 15 de noviembre de 1884 y finalizó el
26 de enero de 1885. Catorce estados occidentales fueron representados en ella:
el imperio alemán, el imperio austrohúngaro, Bélgica, Dinamarca, el imperio
otomano, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Italia, Países Bajos, España,
Portugal, Rusia y Suecia. Sin embargo, ningún país africano fue convocado. El
día de la inauguración de tan solemne reunión, a las dos en punto, el canciller
Otto von Bismarck abrió la primera sesión y aceptó la presidencia. En su
discurso aseguró que el propósito de la conferencia era promover la
civilización de los africanos abriendo el interior del continente al comercio.
Después definió los objetivos específicos de la reunión: libertad de comercio
en el Congo y en el Níger y acuerdo sobre las formalidades para una válida
anexión de territorios en el futuro. Señaló, igualmente, que no se entraría en
cuestiones de soberanía, y, tras insistir en que la conferencia serviría a la
causa de la paz y de la humanidad, Bismarck finalizó su intervención dando una
impresión de incertidumbre y ambigüedad.
En el acta final de
la conferencia se proclamó, entre otros asuntos, la libre navegación marítima y
fluvial, la libertad de comercio en el centro del continente africano y el
derecho a colonizar un territorio si se ocupaba la costa de éste. Estuvieron
muy claros los motivos de la invasión europea en África: la explotación de sus
recursos naturales para beneficio de los países colonizadores y la incautación
de sus tierras. El ejemplo lo constituye el régimen de gobierno que se practicó
en el Congo Belga. El rey Leopoldo II, propietario del mismo, nunca fue a esas
tierras africanas, sin embargo conocía y aprobaba las muertes, amputaciones,
malos tratos, represalias, etc., que se utilizaban con la población indígena
que se resistía a trabajar en durísimas condiciones para uso exclusivo de los
colonizadores.
"La tarea que
los agentes del estado han de cumplir en el Congo es noble y elevada. Está bajo
su incumbencia la civilización del África Ecuatorial. Cara a cara con el
barbarismo primitivo, luchando contra las costumbres de miles de años de
antigüedad, su deber es modificar gradualmente esas costumbres. Han de poner a
la población bajo nuestras leyes, la más urgente de las cuales es, sin duda, la
del trabajo. En los países no civilizados es necesario, creo yo, una firme
autoridad para acostumbrar a los nativos a las prácticas de las que son
totalmente contrarias a sus hábitos. Para ello es necesario ser al mismo tiempo
firme y paternal" (carta del rey Leopoldo II de Bélgica a los agentes del
estado del Congo en junio de 1897).
La Conferencia de
Berlín no regularizó la disputa por África, sino que simplemente señaló el
hecho de la participación. Al establecer en las relaciones internacionales las
normas y condiciones para las nuevas y sucesivas ocupaciones en ese continente,
fijó las bases de lo que iba a ser la distribución colonial entre las potencias
imperialistas, ya actuantes y desde entonces incrementadas, completándose así
el reparto de forma inmediata en apresuradas ocupaciones efectivas. Esto
ocasionó resistencias de los autóctonos y rivalidades entre las tribus, así
como enfrentamientos entre las potencias coloniales que fueron resueltos por
tratados y acuerdos dentro del marco internacionalmente fijado y que cubrirá el
período siguiente hasta dejarlo terminado en 1914.
A la expansión
económica de las empresas y a la emigración se sumó la política de las
potencias imperialistas, que disponían de un creciente potencial demográfico
para el alistamiento de tropas que pudieran operar en las colonias. También los
factores geoestratégicos influyeron en la carrera colonial, ya que favorecieron
el dominio de las rutas navales, de los espacios continentales fundamentales y
de la creación de puertos y de buques más operativos para incrementar el
comercio de exportación e importación en las nuevas colonias.
Las políticas
desarrolladas en África tuvieron importantes consecuencias sociales, que se
manifestaron en la instalación de una burguesía de comerciantes y funcionarios
procedentes de la metrópoli. Éstos ocuparon los niveles altos y medios de la
estructura colonial. En algunos casos se asimilaron determinados grupos
autóctonos dentro de la cúspide social. Se trataba de las antiguas élites
dirigentes y de miembros de determinados cuerpos del ejército o de la función
pública colonial. En ambos casos su fusión fue acompañada de una profunda
occidentalización.
Territorios
colonizados por las potencias industrializadas a finales del siglo XIX
Como consecuencias
culturales del imperialismo hay que destacar la imposición en los territorios
colonizados de las pautas de conducta, educación y mentalidad de los
colonizadores. En general, las lenguas de las potencias imperialistas
(especialmente inglés y francés), la religión cristiana y los modos de vida
como medio de culturización occidental se extendieron por varios continentes.
El imperialismo condujo a la pérdida de identidad y de valores tradicionales de
las poblaciones indígenas. Ello arrastró a una fuerte aculturación. La religión
cristiana (católica, anglicana, luterana, etc.) desplazó a los credos
preexistentes en muchas zonas de África o bien se fusionó con esas creencias,
conformando doctrinas de carácter sincrético, como consecuencia de los
intercambios culturales acaecidos entre los diversos pueblos. Sin embargo, en
Asia y en el mundo musulmán el resultado de la evangelización fue menor que en
el África negra, al estar allí firmemente arraigadas antiguas creencias,
complejas y muy estructuradas.
Por último, hay que
añadir que los mapas políticos se vieron alterados por la creación de fronteras
artificiales que nada tenían que ver con la configuración preexistente y que
supusieron la unión o división forzada de grupos tribales y étnicos diferentes,
provocando innumerables conflictos políticos, sociales y étnicos que todavía
persisten. La introducción de nuevas formas de explotación agrícola y de
especies vegetales y animales inéditas provocó la modificación o destrucción de
los ecosistemas naturales. El dominio ejercido por los estados imperialistas
supuso el control político, social, económico y cultural de los pueblos
colonizados, que no sólo originó rivalidades entre ellos, sino que fue, junto
con la carrera de armamentos y las crisis balcánicas y marroquíes de comienzos
del siglo XX, una de las causas determinantes del inicio de la primera guerra
mundial.
Concepción Ybarra Enríquez de
la Orden
en Ángeles Lario (coord.)
Historia contemporánea
universal
Alianza Editorial
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