viernes, 21 de febrero de 2020

La crisis del siglo III



En la segunda mitad del siglo II, parte de los inmensos territorios del imperio romano fueron abandonados por el emperador Cómodo, por lo que en poco tiempo las fronteras imperiales retrocedieron hasta el Danubio. El emperador logró una paz ventajosa con los germanos, aunque pronto se vio obligado a enviarles dinero y regalos para evitar que rompieran la tregua acordada.
El asesinato de Cómodo por parte de conspiradores, en el año 192, inicia la decadencia del imperio romano, período que comprende el siglo III, etapa signada por la crisis económica, la presión de pueblos bárbaros y una prolongada inestabilidad política y militar, motivada por las continuas usurpaciones al trono imperial, con la participación directa del ejército.
Los miembros de la guardia pretoriana[1] elegían al emperador en subasta pública, y otorgaban la corona al que se mostraba más generoso; por esa causa, en menos de cien años, se sucedieron 25 emperadores y más de la mitad pereció a manos de la misma tropa ambiciosa y sanguinaria que los había nombrado.
En esos años, las hasta entonces seguras fronteras del imperio fueron arrasadas por pueblos extranjeros, al tiempo que se sucedían pestes, rebeliones de esclavos y miseria.
En el año 193, adquirida la dignidad imperial por Didio Juliano, su autoridad fue resistida por las legiones provinciales, quienes, por su parte, proclamaron a sus respectivos generales[2]. Todos marcharon con sus fuerzas sobre Roma, pero el africano Septimio Severo (al mando de las legiones del Danubio) se anticipó a sus rivales, penetró en la ciudad y fue reconocido emperador por el Senado. Luego de derrotar a sus rivales en una lucha de más de cuatro años, reorganizó y disciplinó el ejército, donde adoptó como norma apartar a los ciudadanos romanos de los puestos de mando, ocupando esos lugares con oficiales nacidos en provincias lejanas[3]. Así, Roma se llenó de bárbaros que apenas entendían el latín. También restó facultades al Senado y reglamentó la justicia. El gobierno fue entonces un instrumento dócil en sus manos, pero esto no suponía un peligro para las libertades mientras un hombre como Septimio Severo fuese el emperador; solo después de su muerte la tiranía militar mostraría toda su brutalidad. En el año 211 murió luchando contra los escoceses.
Le sucedió su hijo, Caracalla[4], que gobernó como un tirano y cometió una serie de atrocidades, como la muerte de su hermano menor y de numerosos senadores y magistrados. Los asesinos del emperador trataron a Roma como un país conquistado y las matanzas se extendieron a casi todas las provincias. Con el objeto de aumentar el tesoro del Estado dispuso confiscar los bienes de los asesinados, devaluó la moneda y en el año 212 promulgó el llamado Edicto de Caracalla (o Constitución Antoniniana), que concedía la ciudadanía a todos los habitantes del imperio, los cuales debían abonar los impuestos correspondientes. Emprendió guerras contra los germanos y los partos sin mayor éxito, y planeó reunir por medio de un enlace matrimonial las dos grandes potencias de su tiempo: el imperio romano y el imperio de los partos. Su asesinato, después de gobernar durante seis años, hizo naufragar su proyecto.
Luego del fugaz gobierno del emperador Macrino (poco más de un año), asumió los títulos imperiales un joven sirio llamado Heliogábalo, un príncipe decadente y perturbado que se sirvió del poder al solo efecto de divertirse. Creó un Senado femenino (presidido por su madre), introdujo reformas religiosas muy resistidas (como establecer el culto del dios Sol, del que se proclamó sacerdote) y cometió gran número de indecencias, lo que causó malestar en el Senado y en la guardia pretoriana. En el año 222, murió asesinado a los 18 años de edad. Luego de su gobierno (de solo cuatro años), la economía del imperio se encontraba al borde de la quiebra. La penosa situación económica obligó al gobierno a reducir salarios y a licenciar oficiales y tropas, quienes formaron bandas que hacían peligrosas las vías de comunicación.
Fue sucedido por Alejandro Severo, proclamado emperador dos días después del asesinato de su predecesor. Como contaba con solo 13 años, su madre se encargó de la regencia, pero fue incapaz de imponer respeto a las tropas mercenarias. Ya adulto, fue un gobernante justo que procuró mantener el orden, aligerar las cargas fiscales, reorganizar las instituciones y adoptar medidas contra la ostentación y la inmoralidad. Los soldados, que no lo respetaban, se amotinaron más de una vez, y las rebeliones militares y proclamaciones simultáneas de emperadores fueron comunes durante su gobierno. Emprendió diversas luchas contra el imperio sasánida[5], pero una epidemia declarada entre las tropas romanas obligó a la retirada. El prestigio de Roma se vio afectado; y cuando el emperador se vio obligado a firmar un tratado de paz con los germanos, por el cual los romanos se retiraban a la orilla izquierda del Rin, sus soldados, descontentos, lo asesinaron y así concluyó el último intento de gobierno civil del imperio romano.
Se inició entonces, por espacio de cuarenta años, un período de luchas y confusión, que se conoce con el nombre de anarquía militar, en el que cada cuerpo del ejército se creyó facultado para designar emperador a su general, mientras el Senado trataba de imponer su propio candidato[6]. La ambición desmedida por el mando llevó a que se diera el caso de casi veinte emperadores luchando entre sí por el triunfo definitivo. Este despotismo militar produjo lamentables consecuencias en la organización política y económica del imperio. En el orden interno, se perjudicaron la industria y el comercio[7], y en el exterior, las luchas intestinas debilitaron las defensas ubicadas en las zonas fronterizas y permitieron sucesivos ataques de pueblos bárbaros, especialmente de origen germano. La vida del imperio romano se vio reducida a una continua lucha por defender sus fronteras. El hambre y las pestes, consecuencias del estado de guerra constante, provocaban más muertes que las causadas por el enemigo.
De todas las legiones, la del Danubio era la más poderosa del imperio y estaba formado por soldados y generales albaneses. Entre estos últimos fueron elegidos varios emperadores, quienes lograron restablecer el orden en el imperio y rechazar a los bárbaros.
A partir del año 250 los romanos ya no pudieron defender sus fronteras contra los bárbaros y la lucha se entabló en el interior del imperio. Los enemigos más temidos eran los galos y, en tiempos del emperador Galieno, junto a otros pueblos germanos, penetraron a través de Grecia. No se trataba de una invasión violenta, sino más bien pacífica.
En el año 275 se permitió a los godos, que buscaban nuevas tierras, establecerse en Dacia.
En el año 284, ocupó el trono Diocleciano, quien, para facilitar la administración, dividió el enorme imperio en dos regiones (Oriente y Occidente) a las órdenes de dos emperadores llamados Augustos[8].
Diocleciano se estableció en la zona oriental, estableció la capital en Nicomedia y designó por colega a Maximiano, quien se radicó en Milán. Esta división favorecía la administración y aseguraba las fronteras contra los ataques de los bárbaros, pero destruía la unidad del mundo romano (aunque Diocleciano reservó para sí la Auctoritas Senioris Augusti, por la cual conservaba la capacidad de intervenir en los demás territorios) y quitaba importancia a su primitiva capital.
Para evitar que la elección de los emperadores estuviera sujeta al arbitrio de los ejércitos, fueron designados dos dignatarios, con el título de Césares, que secundarían a los Augustos y luego debían sucederlos en el trono. Diocleciano designó a Galerio para sí y a Constancio para Maximiano.
Esta nueva forma de gobierno, en que el poder radicaba en cuatro hombres se llamó tetrarquía. Los emperadores de la tetrarquía eran casi soberanos de sus propias regiones, y estaban vinculados por lazos de sangre y matrimonio[9]. Estas relaciones implicaban la existencia de una línea sucesoria.
Diocleciano implantó el absolutismo, centralizó todo el poder en su persona (pues suprimió las antiguas magistraturas y disolvió la poderosa guardia pretoriana, que tanta influencia había ejercido en la elección de los emperadores) e inició la más cruel de todas las persecuciones contra los cristianos hasta ese momento, denominada más tarde la era de los mártires.
Pasado el reinado de Decio, los cristianos vivieron en paz medio siglo y su comunidad llegó a constituir una potencia en el seno del Estado. Pero Diocleciano ejerció persecuciones contra ellos por motivos políticos: es posible que no se fiara de funcionarios y soldados cristianos en el seno de un imperio pagano. Diocleciano licenció a todos los funcionarios y soldados que rehusaron sacrificar a los dioses, y en el año 303 un edicto ordenó que fueran disueltas todas las comunidades cristianas, demolidas sus iglesias y quemados sus manuscritos. La última de las grandes persecuciones terminó en el año 311, por decreto de Galerio, sucesor de Diocleciano en la parte oriental del imperio. Se abrieron para los cristianos las puertas de todas las prisiones del imperio y se dejó que de las minas volvieran a sus hogares[10].
Las formas republicanas desaparecieron para siempre, y el imperio romano se transformó en una monarquía absoluta, cuya ley suprema sería en adelante la voluntad del emperador. Pese a esto, no hubo conflicto en el reparto de autoridad entre el emperador y el Senado: Roma continuaba teniendo Senado, pero solo se ocupaba de asuntos municipales. El imperio fue dotado de una burocracia fuerte y centralizada, y el pueblo pasó a encontrarse bajo la férrea autoridad del gobierno y de sus funcionarios.
La esclavitud desapareció como elemento constitutivo de la sociedad, según parece por causas económicas y humanitarias[11]. En las tareas agrícolas, entonces, fue preciso sustituir la mano de obra esclava, por lo que los grandes terratenientes comenzaron a ceder parte de sus tierras a hombres libres (campesinos pobres sin medios propios, libertos y antiguos prisioneros de guerra) a cambio de su trabajo y de parte de la producción[12].
A efectos de incorporar la industria al régimen absolutista, el emperador utilizó una organización que los mismos oficios habían creado: donde había talleres, los trabajadores se agrupaban en asociaciones profesionales o collegia[13]. El Estado había reconocido a tales asociaciones profesionales antes de organizar por sí mismo la fabricación de ciertas manufacturas, que se convirtió en monopolio, y de ocuparse de su aprovisionamiento con ayuda de los collegia, transformados en servicios públicos. Pronto el Estado obligó a los trabajadores a afiliarse a los collegia[14], responsables colectivamente del impuesto exigido por el gobierno.
De esta manera, toda la población del imperio quedó sujeta a la autoridad absoluta del Estado, el que impuso a cada uno su papel: el colono quedaba ligado a la tierra, el artesano a la corporación, el soldado a la legión y el funcionario a la estructura administrativa.
El edicto sobre los precios, del año 301, coronó la obra de Diocleciano. El citado edicto determinaba precios máximos para mercancías y servicios (por ejemplo, escribas, maestros y médicos). Pero las mercancías de precio determinado desaparecieron o fueron vendidas clandestinamente a precios que en nada se parecían a las tarifas oficiales.
En el año 305, Diocleciano abdicó y lo mismo hizo Maximiano, ocupando el poder, como estaba dispuesto, Galerio y Constancio. Estos nombraron nuevos Césares, pero cuando falleció Constancio, su hijo Constantino (que no había sido designado para sucederle) fue nombrado Augusto por sus soldados.
Galerio se opuso a esta alteración de lo dispuesto por la tetrarquía, por lo que se produjeron guerras civiles en cuyo transcurso fueron designados hasta seis emperadores simultáneamente, que fueron eliminándose mutuamente.
Finalmente, Constantino penetró en Roma en el año 312 y fue aclamado único emperador de Occidente[15]. Al año siguiente de ocupar el trono promulgó, junto con Licinio (emperador de Oriente), el Edicto de Milán (en latín, Edictum Mediolanense). Este decreto estableció la libertad de cultos y puso fin a las persecuciones contra los cristianos, quienes abrieron sus templos y pudieron ocupar, junto a los paganos, diversos cargos dentro del Estado. Constantino dispuso, además, que todas las haciendas confiscadas en tiempos de las persecuciones fuesen devueltas a sus legítimos propietarios o herederos.
Si bien el paganismo resistió durante 75 años desde la batalla del puente Milvio, puede afirmarse que a partir del año 313 acabó su status preponderante.
Mientras Constantino protegía a los cristianos[16], en Oriente, el emperador Licinio comenzó a perseguirlos, cerrando iglesias y encarcelando obispos. Por esta y otras causas, no tardó en producirse una guerra entre ambos emperadores, que terminó con el triunfo de Constantino, quien desde ese momento (año 324) fue considerado único emperador, dando origen a una monarquía absoluta, hereditaria y de derecho divino.
Los cristianos, por su parte, debieron afrontar luchas internas contra los herejes que negaban principios fundamentales del dogma, como las tesis de Macedonio (que impugnaban la divinidad del Espíritu Santo) y las de los arrianos. Estos últimos, discípulos de Arrio (un sacerdote de Alejandría), no creían en la divinidad de Jesucristo, pues afirmaban que era inferior a su Padre, y negaban su origen virginal. Pese a que estos herejes fueron excomulgados[17] por san Atanasio, obispo de Alejandría, su doctrina se extendió rápidamente por el mundo antiguo. Temeroso de los incidentes que pudieran originar estas disensiones, Constantino convocó en Nicea, en el año 325, una asamblea de obispos (o concilio) bajo la autoridad del Papa, para que resolviera el problema. La asamblea condenó el arrianismo y Constantino aplicó con fuerza de ley sus disposiciones: ordenó el destierro de Arrio, castigó a sus adeptos y quemó sus libros.
Desde Diocleciano, que trasladó la capital a Nicomedia, la ciudad de Roma perdió su prestigio dentro del mundo antiguo. Constantino prefirió no establecer su gobierno en ella, donde gran parte de la población permanecía fiel a la idolatría pagana, y resolvió fundar una nueva capital en Oriente, en un lugar que sirviera de baluarte contra los ataques de los bárbaros. Eligió la pequeña población de Bizancio, ubicada a orillas del Bósforo. Los trabajos comenzaron y en el año 330, aún sin finalizar las obras, se inauguró la nueva capital del imperio, llamada Constantinopla. Para aumentar la población, Constantino ordenó concentrar en la ciudad a los habitantes de las comarcas vecinas. Constantinopla fue, en realidad, una ciudad griega. Pasadas algunas generaciones, sus habitantes abandonaron el latín y consideraron a la península itálica parte de un mundo semibárbaro.
Constantino procuraba lograr un gobierno centralizado y absoluto. Dividió el imperio en cuatro grandes regiones llamadas prefecturas, y a su vez éstas se subdividían en diócesis. Cada diócesis comprendía varias provincias. El imperio contó en total con 117 provincias.
Antes de morir, Constantino dividió el imperio entre sus hijos y sobrinos. Desaparecido el emperador, se inició una serie de luchas entre los sucesores, hasta que Constancio II, uno de sus hijos, quedó solo al frente del gobierno. En tanto, respecto al exterior, el imperio atravesaba un período agitado: la Galia sufría la presencia de hordas germanas. El nuevo emperador también persiguió a los paganos, pero igualmente tuvo incidentes con los cristianos, porque favoreció la herejía arriana. Encomendó a su primo, Juliano, que rechazara una invasión de los germanos. El nuevo jefe terminó la campaña y, en la ciudad de Lutecia (próxima a París), sus soldados lo proclamaron emperador. Si bien educado en el cristianismo, renegó de su fe y puso todo su empeño para restablecer el paganismo. Se burló de los cristianos y prohibió al clero la enseñanza de la literatura y la filosofía, mientras ordenaba destruir los libros sagrados. Su maestro, un liberto que en secreto permanecía fiel al paganismo, le había inculcado una gran admiración por la cultura griega. Juliano consideraba al cristianismo "una religión de esclavos, incapaz de suscitar almas generosas y heroicas" y experimentó la influencia de la filosofía neoplatónica (una réplica de la doctrina de Platón teñida de orientalismo)[18]. Según su opinión, un árbol que da por frutos los crímenes de Constantino y Constancio no podía ser un árbol bueno. Los cristianos lo llamaron Juliano el Apóstata[19] y su muerte, en una campaña contra los persas y tras dos años de gobierno, en el año 363, puso fin al último intento serio de reestablecer el paganismo[20].
Joviano, el emperador elegido inmediatamente, era un cristiano de cuerpo entero.
Su heredero, Valentiniano, devolvió a los cristianos la completa libertad de culto y restableció algunos de sus privilegios[21]. Designó a muchos germanos como oficiales del ejército, acaso esperando contener así el peligro que acechaba las fronteras del imperio. Tal precaución fue inútil: en el año 378 el emperador Valente murió tratando de contener a los godos en la batalla de Adrianópolis.
Teodosio (un guerrero de origen español y emperador de Oriente desde el año 378) contuvo una invasión de los visigodos, logró someterlos, encomendándoles la defensa de las fronteras sobre el Danubio, e hizo ingresar en el ejército a muchos oficiales y soldados godos, pero el pueblo odiaba a esos bárbaros y eran frecuentes los incidentes entre ambas partes. En el año 390 se originó en Tesalónica un incidente de proporciones, en el que fueron asesinados varios oficiales godos. Como castigo, Teodosio ordenó la muerte de todos los habitantes de la ciudad.
Se convirtió al cristianismo y desde ese momento se inicia el triunfo definitivo de esta religión por todo el imperio. En el año 380 publicó el Edicto de Tesalónica (también conocido como A todos los pueblos, en latín Cunctos Populos), por el cual estableció como ley del Estado todos los acuerdos del concilio de Nicea, lo que significó el abandono definitivo del paganismo y la adopción del cristianismo como religión oficial del imperio. A partir de ese momento, no sería tolerada más que una religión en el imperio, por lo que se persiguió a los paganos[22], se cerraron sus templos y se destruyeron sus ídolos, fueron prohibidos los juegos olímpicos y se castigó con pena de muerte a todo el que adorase falsos dioses[23] o participase en sectas cristianas heterodoxas.
En el año 392 ciñó también la corona del imperio de Occidente, siendo el último emperador en gobernar la totalidad del mundo romano.
En el año 395, poco antes de morir, dividió el imperio entre sus dos hijos: Arcadio, en Oriente, y Honorio, en Occidente. La capital del primero fue Constantinopla; del segundo Milán y, posteriormente, Rávena.
Pese a la división con la que se pretendió fortificarlo, el imperio romano de Occidente estaba próximo a sucumbir. Las luchas internas por el poder debilitaron las virtudes ciudadanas, mientras en el exterior las frágiles fronteras estaban amenazadas por los bárbaros.
El imperio terminó siendo una ficción: el mundo romano era cada vez más un mundo bárbaro, mientras el otrora poderoso imperio de Occidente se consumía[24]. Las violentas invasiones bárbaras terminaron con las últimas resistencias. La fuerza del imperio, su economía y su comercio disminuían, mientras se despoblaban las ciudades.
A partir del año 455 la dinastía iniciada por Teodosio terminó y el imperio entró en rápida decadencia y continua anarquía, hasta que ocupó el trono de Roma el joven Rómulo Augústulo, que fue derrocado por Odoacro (jefe del pequeño pueblo hérulo, una tribu germánica proveniente de Escandinavia), quien se proclamó rey de Italia. De esta forma se extinguió, en el año 476, el imperio romano de Occidente[25]. La unidad imperial quedó, al menos teóricamente, establecida en Constantinopla.

Consecuencias inmediatas de la crisis del siglo III
* El poder imperial se afirmó como absoluto y la voluntad del emperador fue la base de la legislación. Se apoyó en el temor y adquirió la pompa de las monarquías orientales.
* Disminuyó la producción y el imperio se convirtió en comprador, sobre todo de Oriente. También disminuyó la riqueza nacional y escasearon el oro y la plata.
* El Estado acentuó la intervención en la economía, con el objeto de obtener recursos.
* El Senado perdió autoridad.
* Los patricios fueron desplazados del poder en beneficio de militares y plebeyos.
* Un número cada vez mayor de bárbaros se incorporaron al ejército, adoptándose sus armas y tácticas.

[1] Cuerpo militar que servía de escolta y protección a los emperadores romanos.
[2] Este período de guerra civil es conocido como el año de los cinco emperadores.
[3] La guardia pretoriana sufrió una profunda modificación a fin de que el Estado quedase libre de su codicia y ambición. Determinó licenciar a la antigua guardia y formar otra nueva, compuesta de soldados reclutados en las provincias.
[4] Como Calígula, que tomó su apellido de una bota militar, Caracalla debía el suyo a su vestido favorito: un manto céltico con capuchón.
[5] El imperio de los partos se encontraba en decadencia cuando uno de sus sátrapas se proclamó independiente y, después de una guerra victoriosa de varios años, acabó con ese imperio. De esa forma nació un poderoso Estado neopersa: la dinastía sasánida, que restauró las antiguas tradiciones del imperio persa. Los monarcas decían descender de Ciro y soñaban con avanzar hasta las orillas del Mediterráneo.
[6] Entre los años 235 y 284, fueron proclamados más de 25 emperadores, cada uno de ellos con muy diferente poder efectivo y/o control territorial.
[7] La inflación crónica dio lugar a que los emperadores recurrieron a la acuñación de moneda falsa, la que en dos o tres generaciones perdió casi el 98 por ciento de su valor. Al menguar la confianza en la moneda como valor de cambio, se volvió a las permutas y los trueques, las formas primarias de la economía. La Edad Media aparecía en el horizonte.
[8] Este período es conocido como diarquía.
[9] Diocleciano y Maximiano se presentaban como hermanos, mientras Galerio y Constancio fueron adoptados formalmente como hijos.
[10] Dice un historiador eclesiástico: "Aparecieron figuras pálidas y macilentas que salían, tambaleándose, de la sombra y suciedad de las prisiones, enfermos y aniquilados por los malos tratos recibidos, pero nimbados de una aureola supraterrena".
[11] Desde el siglo I se había hecho cada vez más difícil proporcionarse esclavos como consecuencia de la pax romana, obra de Augusto. Los prisioneros de guerra eran raros y se vendían caros. También influyó el aspecto humanitario, influencia de estoicos y cristianos.
[12] La posterior injerencia estatal en la materia se explica por la necesidad del Estado de asentar su autoridad en fundamentos económicos de carácter permanente. Se estableció en todo el imperio un patrimonio presunto para cada propietario, base de cálculo del impuesto anual. Los propietarios aceptaron, pero solicitaron que se les garantizara la mano de obra y se impidiera el éxodo de la población rural. Los arrendatarios quedaron ligados a sus tierras, y si bien conservaban su libertad personal se les dificultaba cambiar de profesión o residir en otras tierras.
[13] En cierto modo, se parecen a las corporaciones de la Edad Media, pero se distinguen de ellas en puntos importantes: la asociación no inspeccionaba la calidad laboral de sus miembros ni establecía tarifas de ninguna especie.
[14] Como los aparceros, la gente de los diversos oficios quedó sujeta a la profesión que ejercían y los hijos debían suceder a los padres.
[15] Según una vieja tradición cristiana, en la víspera de la batalla decisiva ante los muros de Roma, en el puente Milvio, Constantino invocó la ayuda de Cristo, divinidad adorada por su madre Elena, y tuvo una visión celeste: una cruz resplandeciente con las palabras In hoc signo vinces (Con este emblema vencerás), augurio que lo movió a hacer colocar en la enseña de su guardia el monograma de Cristo.
[16] El número de cristianos había crecido, principalmente en Oriente, pero constituían una décima parte de la población del imperio, representando una minoría. Por eso ciertos historiadores opinan que fue la convicción religiosa y no el cálculo político el motivo por el que Constantino abrazó la causa cristiana. Pero las opiniones son dispares respecto a sus sentimientos personales con relación al cristianismo. Los antiguos autores cristianos lo presentan como un cristiano sincero y piadoso, opinión aun compartida por algunos de sus biógrafos, mientras otros opinan que a lo sumo era un monoteísta. Constantino no se bautizó hasta su muerte en el año 337, obedeciendo a una creencia, muy extendida entonces, de que el bautismo in articulo mortis permitía entrar en la eternidad limpio de todo pecado. Las Iglesias armenia y rusa lo veneran como santo y celebran una fiesta anual en su honor, en cambio la Iglesia romana no lo ha canonizado.
[17] Dice Ossorio, en su Diccionario de Ciencias Sociales, que la excomunión es el "apartamiento de la comunión de los fieles y del uso de los sacramentos al contumaz y rebelde a los mandatos de la Iglesia. De las espirituales, es la máxima sanción eclesiástica". La excomunión es entonces el castigo espiritual que la Iglesia aplica a los que se rebelan públicamente contra la doctrina o la moral. Por ella, el excomulgado queda separado del seno de la Iglesia, y por tanto privado de los sacramentos. Además no puede participar en actos religiosos ni tiene derecho a la sepultura eclesiástica.
[18] El neoplatonismo de Plotino, Orígenes, Porfirio y Proclo habría de ejercer enorme influencia en el pensamiento y en la ética de la Edad Media. Su concepción de la materia contribuyó al nacimiento del ascetismo cristiano y sus manifestaciones. El desprecio neoplatónico de la materia contribuiría a detener, durante más de un milenio, toda investigación en el dominio de las ciencias naturales. Por ello, la filosofía neoplatónica es la piedra angular de la cultura medieval.
[19] En derecho canónico, apóstata es el que reniega de la fe cristiana recibida en el bautismo.
[20] Como un eco de la alegría que experimentaron los cristianos al morir el emperador, nació la leyenda según la cual Juliano exclamó en sus últimos instantes "¡Venciste, Galileo!".
[21] Amiano Marcelino, en sus Historias, dice de él: "No impedía a nadie cumplir con sus deberes religiosos y no obligaba a nadie a abrazar su propia fe".
[22] El paganismo tuvo también sus mártires. Hipatia de Alejandría enseñaba filosofía platónica y era excelente matemática y astrónoma. En el año 415 fue acometida por una turba de cristianos fanáticos, durante uno de tantos tumultos que se producían a diario, que la arrastraron a una iglesia y allí la asesinaron.
[23] En el año 529 Justiniano dará el golpe de gracia al pensamiento antiguo, confiscando los bienes con cuyas rentas se sostenía la academia platónica de Atenas y prohibiendo la enseñanza de la filosofía en dicha ciudad.
[24] "Parece que el mundo está amenazado de próxima ruina, y tan sólo anula nuestro temor el ver que la ciudad de Roma subsiste en estado floreciente. Pero cuando esta cabeza del universo haya caído y sólo sea un montón de ruinas, según la predicción de la sibila, no habrá motivo para dudar que el fin del mundo ha llegado ya. Es ésta la ciudad que todo lo sustenta y cuya muerte señalará el fin del mundo" (Lactancio).
[25] "¿Dónde está ahora ese grande, ese formidable imperio? ¿En qué se han transformado sus señores, esos romanos tan famosos por sus conquistas, más ilustres por su virtud? La Tierra entera temblaba otrora a la voz de un romano; todos los romanos tiemblan hoy a la voz de un bárbaro… Quienes nos han sometido nos venden la luz, nuestra vida y nuestros días. Compramos el permiso de vivir desdichados" (Salviano, De gubernatione Dei).

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