En la segunda mitad
del siglo II, parte de los inmensos territorios del imperio romano fueron
abandonados por el emperador Cómodo, por lo que en poco tiempo las fronteras
imperiales retrocedieron hasta el Danubio. El emperador logró una paz ventajosa
con los germanos, aunque pronto se vio obligado a enviarles dinero y regalos
para evitar que rompieran la tregua acordada.
El asesinato de
Cómodo por parte de conspiradores, en el año 192, inicia la decadencia del
imperio romano, período que comprende el siglo III, etapa signada por la crisis
económica, la presión de pueblos bárbaros y una prolongada inestabilidad
política y militar, motivada por las continuas usurpaciones al trono imperial,
con la participación directa del ejército.
Los miembros de la
guardia pretoriana[1]
elegían al emperador en subasta pública, y otorgaban la corona al que se
mostraba más generoso; por esa causa, en menos de cien años, se sucedieron 25
emperadores y más de la mitad pereció a manos de la misma tropa ambiciosa y
sanguinaria que los había nombrado.
En esos años, las
hasta entonces seguras fronteras del imperio fueron arrasadas por pueblos
extranjeros, al tiempo que se sucedían pestes, rebeliones de esclavos y miseria.
En el año 193,
adquirida la dignidad imperial por Didio Juliano, su autoridad fue resistida
por las legiones provinciales, quienes, por su parte, proclamaron a sus
respectivos generales[2]. Todos
marcharon con sus fuerzas sobre Roma, pero el africano Septimio Severo (al
mando de las legiones del Danubio) se anticipó a sus rivales, penetró en la
ciudad y fue reconocido emperador por el Senado. Luego de derrotar a sus
rivales en una lucha de más de cuatro años, reorganizó y disciplinó el
ejército, donde adoptó como norma apartar a los ciudadanos romanos de los
puestos de mando, ocupando esos lugares con oficiales nacidos en provincias
lejanas[3]. Así,
Roma se llenó de bárbaros que apenas entendían el latín. También restó
facultades al Senado y reglamentó la justicia. El gobierno fue entonces un
instrumento dócil en sus manos, pero esto no suponía un peligro para las
libertades mientras un hombre como Septimio Severo fuese el emperador; solo
después de su muerte la tiranía militar mostraría toda su brutalidad. En el año
211 murió luchando contra los escoceses.
Le sucedió su hijo,
Caracalla[4], que
gobernó como un tirano y cometió una serie de atrocidades, como la muerte de su
hermano menor y de numerosos senadores y magistrados. Los asesinos del emperador
trataron a Roma como un país conquistado y las matanzas se extendieron a casi
todas las provincias. Con el objeto de aumentar el tesoro del Estado dispuso
confiscar los bienes de los asesinados, devaluó la moneda y en el año 212
promulgó el llamado Edicto de Caracalla (o Constitución Antoniniana), que
concedía la ciudadanía a todos los habitantes del imperio, los cuales debían
abonar los impuestos correspondientes. Emprendió guerras contra los germanos y
los partos sin mayor éxito, y planeó reunir por medio de un enlace matrimonial
las dos grandes potencias de su tiempo: el imperio romano y el imperio de los
partos. Su asesinato, después de gobernar durante seis años, hizo naufragar su
proyecto.
Luego del fugaz
gobierno del emperador Macrino (poco más de un año), asumió los títulos
imperiales un joven sirio llamado Heliogábalo, un príncipe decadente y
perturbado que se sirvió del poder al solo efecto de divertirse. Creó un Senado
femenino (presidido por su madre), introdujo reformas religiosas muy resistidas
(como establecer el culto del dios Sol, del que se proclamó sacerdote) y
cometió gran número de indecencias, lo que causó malestar en el Senado y en la
guardia pretoriana. En el año 222, murió asesinado a los 18 años de edad. Luego
de su gobierno (de solo cuatro años), la economía del imperio se encontraba al
borde de la quiebra. La penosa situación económica obligó al gobierno a reducir
salarios y a licenciar oficiales y tropas, quienes formaron bandas que hacían
peligrosas las vías de comunicación.
Fue sucedido por
Alejandro Severo, proclamado emperador dos días después del asesinato de su
predecesor. Como contaba con solo 13 años, su madre se encargó de la regencia,
pero fue incapaz de imponer respeto a las tropas mercenarias. Ya adulto, fue un
gobernante justo que procuró mantener el orden, aligerar las cargas fiscales,
reorganizar las instituciones y adoptar medidas contra la ostentación y la
inmoralidad. Los soldados, que no lo respetaban, se amotinaron más de una vez,
y las rebeliones militares y proclamaciones simultáneas de emperadores fueron
comunes durante su gobierno. Emprendió diversas luchas contra el imperio
sasánida[5], pero
una epidemia declarada entre las tropas romanas obligó a la retirada. El
prestigio de Roma se vio afectado; y cuando el emperador se vio obligado a
firmar un tratado de paz con los germanos, por el cual los romanos se retiraban
a la orilla izquierda del Rin, sus soldados, descontentos, lo asesinaron y así
concluyó el último intento de gobierno civil del imperio romano.
Se inició entonces,
por espacio de cuarenta años, un período de luchas y confusión, que se conoce
con el nombre de anarquía militar, en el que cada cuerpo del ejército se creyó
facultado para designar emperador a su general, mientras el Senado trataba de
imponer su propio candidato[6]. La
ambición desmedida por el mando llevó a que se diera el caso de casi veinte
emperadores luchando entre sí por el triunfo definitivo. Este despotismo
militar produjo lamentables consecuencias en la organización política y económica
del imperio. En el orden interno, se perjudicaron la industria y el comercio[7], y en el
exterior, las luchas intestinas debilitaron las defensas ubicadas en las zonas
fronterizas y permitieron sucesivos ataques de pueblos bárbaros, especialmente de
origen germano. La vida del imperio romano se vio reducida a una continua lucha
por defender sus fronteras. El hambre y las pestes, consecuencias del estado de
guerra constante, provocaban más muertes que las causadas por el enemigo.
De todas las legiones,
la del Danubio era la más poderosa del imperio y estaba formado por soldados y
generales albaneses. Entre estos últimos fueron elegidos varios emperadores,
quienes lograron restablecer el orden en el imperio y rechazar a los bárbaros.
A partir del año 250
los romanos ya no pudieron defender sus fronteras contra los bárbaros y la
lucha se entabló en el interior del imperio. Los enemigos más temidos eran los
galos y, en tiempos del emperador Galieno, junto a otros pueblos germanos,
penetraron a través de Grecia. No se trataba de una invasión violenta, sino más
bien pacífica.
En el año 275 se
permitió a los godos, que buscaban nuevas tierras, establecerse en Dacia.
En el año 284,
ocupó el trono Diocleciano, quien, para facilitar la administración, dividió el
enorme imperio en dos regiones (Oriente y Occidente) a las órdenes de dos
emperadores llamados Augustos[8].
Diocleciano se
estableció en la zona oriental, estableció la capital en Nicomedia y designó
por colega a Maximiano, quien se radicó en Milán. Esta división favorecía la
administración y aseguraba las fronteras contra los ataques de los bárbaros,
pero destruía la unidad del mundo romano (aunque Diocleciano reservó para sí la
Auctoritas Senioris Augusti, por la cual conservaba la capacidad de intervenir
en los demás territorios) y quitaba importancia a su primitiva capital.
Para evitar que la
elección de los emperadores estuviera sujeta al arbitrio de los ejércitos,
fueron designados dos dignatarios, con el título de Césares, que secundarían a
los Augustos y luego debían sucederlos en el trono. Diocleciano designó a
Galerio para sí y a Constancio para Maximiano.
Esta nueva forma de
gobierno, en que el poder radicaba en cuatro hombres se llamó tetrarquía. Los
emperadores de la tetrarquía eran casi soberanos de sus propias regiones, y
estaban vinculados por lazos de sangre y matrimonio[9]. Estas
relaciones implicaban la existencia de una línea sucesoria.
Diocleciano
implantó el absolutismo, centralizó todo el poder en su persona (pues suprimió
las antiguas magistraturas y disolvió la poderosa guardia pretoriana, que tanta
influencia había ejercido en la elección de los emperadores) e inició la más
cruel de todas las persecuciones contra los cristianos hasta ese momento,
denominada más tarde la era de los mártires.
Pasado el reinado
de Decio, los cristianos vivieron en paz medio siglo y su comunidad llegó a
constituir una potencia en el seno del Estado. Pero Diocleciano ejerció
persecuciones contra ellos por motivos políticos: es posible que no se fiara de
funcionarios y soldados cristianos en el seno de un imperio pagano. Diocleciano
licenció a todos los funcionarios y soldados que rehusaron sacrificar a los
dioses, y en el año 303 un edicto ordenó que fueran disueltas todas las
comunidades cristianas, demolidas sus iglesias y quemados sus manuscritos. La
última de las grandes persecuciones terminó en el año 311, por decreto de
Galerio, sucesor de Diocleciano en la parte oriental del imperio. Se abrieron
para los cristianos las puertas de todas las prisiones del imperio y se dejó
que de las minas volvieran a sus hogares[10].
Las formas
republicanas desaparecieron para siempre, y el imperio romano se transformó en
una monarquía absoluta, cuya ley suprema sería en adelante la voluntad del
emperador. Pese a esto, no hubo conflicto en el reparto de autoridad entre el
emperador y el Senado: Roma continuaba teniendo Senado, pero solo se ocupaba de
asuntos municipales. El imperio fue dotado de una burocracia fuerte y
centralizada, y el pueblo pasó a encontrarse bajo la férrea autoridad del
gobierno y de sus funcionarios.
La esclavitud
desapareció como elemento constitutivo de la sociedad, según parece por causas
económicas y humanitarias[11]. En las
tareas agrícolas, entonces, fue preciso sustituir la mano de obra esclava, por
lo que los grandes terratenientes comenzaron a ceder parte de sus tierras a
hombres libres (campesinos pobres sin medios propios, libertos y antiguos
prisioneros de guerra) a cambio de su trabajo y de parte de la producción[12].
A efectos de incorporar
la industria al régimen absolutista, el emperador utilizó una organización que
los mismos oficios habían creado: donde había talleres, los trabajadores se
agrupaban en asociaciones profesionales o collegia[13]. El
Estado había reconocido a tales asociaciones profesionales antes de organizar
por sí mismo la fabricación de ciertas manufacturas, que se convirtió en
monopolio, y de ocuparse de su aprovisionamiento con ayuda de los collegia,
transformados en servicios públicos. Pronto el Estado obligó a los trabajadores
a afiliarse a los collegia[14],
responsables colectivamente del impuesto exigido por el gobierno.
De esta manera,
toda la población del imperio quedó sujeta a la autoridad absoluta del Estado,
el que impuso a cada uno su papel: el colono quedaba ligado a la tierra, el
artesano a la corporación, el soldado a la legión y el funcionario a la
estructura administrativa.
El edicto sobre los
precios, del año 301, coronó la obra de Diocleciano. El citado edicto
determinaba precios máximos para mercancías y servicios (por ejemplo, escribas,
maestros y médicos). Pero las mercancías de precio determinado desaparecieron o
fueron vendidas clandestinamente a precios que en nada se parecían a las
tarifas oficiales.
En el año 305,
Diocleciano abdicó y lo mismo hizo Maximiano, ocupando el poder, como estaba
dispuesto, Galerio y Constancio. Estos nombraron nuevos Césares, pero cuando
falleció Constancio, su hijo Constantino (que no había sido designado para
sucederle) fue nombrado Augusto por sus soldados.
Galerio se opuso a
esta alteración de lo dispuesto por la tetrarquía, por lo que se produjeron
guerras civiles en cuyo transcurso fueron designados hasta seis emperadores
simultáneamente, que fueron eliminándose mutuamente.
Finalmente,
Constantino penetró en Roma en el año 312 y fue aclamado único emperador de
Occidente[15].
Al año siguiente de ocupar el trono promulgó, junto con Licinio (emperador de
Oriente), el Edicto de Milán (en latín, Edictum Mediolanense). Este decreto
estableció la libertad de cultos y puso fin a las persecuciones contra los
cristianos, quienes abrieron sus templos y pudieron ocupar, junto a los paganos,
diversos cargos dentro del Estado. Constantino dispuso, además, que todas las
haciendas confiscadas en tiempos de las persecuciones fuesen devueltas a sus
legítimos propietarios o herederos.
Si bien el
paganismo resistió durante 75 años desde la batalla del puente Milvio, puede
afirmarse que a partir del año 313 acabó su status preponderante.
Mientras
Constantino protegía a los cristianos[16], en
Oriente, el emperador Licinio comenzó a perseguirlos, cerrando iglesias y
encarcelando obispos. Por esta y otras causas, no tardó en producirse una
guerra entre ambos emperadores, que terminó con el triunfo de Constantino,
quien desde ese momento (año 324) fue considerado único emperador, dando origen
a una monarquía absoluta, hereditaria y de derecho divino.
Los cristianos, por
su parte, debieron afrontar luchas internas contra los herejes que negaban
principios fundamentales del dogma, como las tesis de Macedonio (que impugnaban
la divinidad del Espíritu Santo) y las de los arrianos. Estos últimos, discípulos
de Arrio (un sacerdote de Alejandría), no creían en la divinidad de Jesucristo,
pues afirmaban que era inferior a su Padre, y negaban su origen virginal. Pese
a que estos herejes fueron excomulgados[17] por san
Atanasio, obispo de Alejandría, su doctrina se extendió rápidamente por el
mundo antiguo. Temeroso de los incidentes que pudieran originar estas
disensiones, Constantino convocó en Nicea, en el año 325, una asamblea de
obispos (o concilio) bajo la autoridad del Papa, para que resolviera el problema.
La asamblea condenó el arrianismo y Constantino aplicó con fuerza de ley sus
disposiciones: ordenó el destierro de Arrio, castigó a sus adeptos y quemó sus
libros.
Desde Diocleciano,
que trasladó la capital a Nicomedia, la ciudad de Roma perdió su prestigio
dentro del mundo antiguo. Constantino prefirió no establecer su gobierno en
ella, donde gran parte de la población permanecía fiel a la idolatría pagana, y
resolvió fundar una nueva capital en Oriente, en un lugar que sirviera de
baluarte contra los ataques de los bárbaros. Eligió la pequeña población de
Bizancio, ubicada a orillas del Bósforo. Los trabajos comenzaron y en el año
330, aún sin finalizar las obras, se inauguró la nueva capital del imperio,
llamada Constantinopla. Para aumentar la población, Constantino ordenó
concentrar en la ciudad a los habitantes de las comarcas vecinas.
Constantinopla fue, en realidad, una ciudad griega. Pasadas algunas
generaciones, sus habitantes abandonaron el latín y consideraron a la península
itálica parte de un mundo semibárbaro.
Constantino
procuraba lograr un gobierno centralizado y absoluto. Dividió el imperio en
cuatro grandes regiones llamadas prefecturas, y a su vez éstas se subdividían
en diócesis. Cada diócesis comprendía varias provincias. El imperio contó en
total con 117 provincias.
Antes de morir,
Constantino dividió el imperio entre sus hijos y sobrinos. Desaparecido el
emperador, se inició una serie de luchas entre los sucesores, hasta que
Constancio II, uno de sus hijos, quedó solo al frente del gobierno. En tanto,
respecto al exterior, el imperio atravesaba un período agitado: la Galia sufría
la presencia de hordas germanas. El nuevo emperador también persiguió a los
paganos, pero igualmente tuvo incidentes con los cristianos, porque favoreció la
herejía arriana. Encomendó a su primo, Juliano, que rechazara una invasión de
los germanos. El nuevo jefe terminó la campaña y, en la ciudad de Lutecia
(próxima a París), sus soldados lo proclamaron emperador. Si bien educado en el
cristianismo, renegó de su fe y puso todo su empeño para restablecer el
paganismo. Se burló de los cristianos y prohibió al clero la enseñanza de la
literatura y la filosofía, mientras ordenaba destruir los libros sagrados. Su
maestro, un liberto que en secreto permanecía fiel al paganismo, le había
inculcado una gran admiración por la cultura griega. Juliano consideraba al
cristianismo "una religión de esclavos, incapaz de suscitar almas
generosas y heroicas" y experimentó la influencia de la filosofía
neoplatónica (una réplica de la doctrina de Platón teñida de orientalismo)[18]. Según
su opinión, un árbol que da por frutos los crímenes de Constantino y Constancio
no podía ser un árbol bueno. Los cristianos lo llamaron Juliano el Apóstata[19] y su
muerte, en una campaña contra los persas y tras dos años de gobierno, en el año
363, puso fin al último intento serio de reestablecer el paganismo[20].
Joviano, el
emperador elegido inmediatamente, era un cristiano de cuerpo entero.
Su heredero,
Valentiniano, devolvió a los cristianos la completa libertad de culto y
restableció algunos de sus privilegios[21].
Designó a muchos germanos como oficiales del ejército, acaso esperando contener
así el peligro que acechaba las fronteras del imperio. Tal precaución fue
inútil: en el año 378 el emperador Valente murió tratando de contener a los
godos en la batalla de Adrianópolis.
Teodosio (un
guerrero de origen español y emperador de Oriente desde el año 378) contuvo una
invasión de los visigodos, logró someterlos, encomendándoles la defensa de las
fronteras sobre el Danubio, e hizo ingresar en el ejército a muchos oficiales y
soldados godos, pero el pueblo odiaba a esos bárbaros y eran frecuentes los
incidentes entre ambas partes. En el año 390 se originó en Tesalónica un
incidente de proporciones, en el que fueron asesinados varios oficiales godos.
Como castigo, Teodosio ordenó la muerte de todos los habitantes de la ciudad.
Se convirtió al
cristianismo y desde ese momento se inicia el triunfo definitivo de esta
religión por todo el imperio. En el año 380 publicó el Edicto de Tesalónica
(también conocido como A todos los pueblos, en latín Cunctos Populos), por el
cual estableció como ley del Estado todos los acuerdos del concilio de Nicea,
lo que significó el abandono definitivo del paganismo y la adopción del
cristianismo como religión oficial del imperio. A partir de ese momento, no
sería tolerada más que una religión en el imperio, por lo que se persiguió a
los paganos[22],
se cerraron sus templos y se destruyeron sus ídolos, fueron prohibidos los
juegos olímpicos y se castigó con pena de muerte a todo el que adorase falsos
dioses[23] o
participase en sectas cristianas heterodoxas.
En el año 392 ciñó
también la corona del imperio de Occidente, siendo el último emperador en
gobernar la totalidad del mundo romano.
En el año 395, poco
antes de morir, dividió el imperio entre sus dos hijos: Arcadio, en Oriente, y
Honorio, en Occidente. La capital del primero fue Constantinopla; del segundo
Milán y, posteriormente, Rávena.
Pese a la división
con la que se pretendió fortificarlo, el imperio romano de Occidente estaba
próximo a sucumbir. Las luchas internas por el poder debilitaron las virtudes
ciudadanas, mientras en el exterior las frágiles fronteras estaban amenazadas
por los bárbaros.
El imperio terminó
siendo una ficción: el mundo romano era cada vez más un mundo bárbaro, mientras
el otrora poderoso imperio de Occidente se consumía[24]. Las
violentas invasiones bárbaras terminaron con las últimas resistencias. La
fuerza del imperio, su economía y su comercio disminuían, mientras se
despoblaban las ciudades.
A partir del año
455 la dinastía iniciada por Teodosio terminó y el imperio entró en rápida
decadencia y continua anarquía, hasta que ocupó el trono de Roma el joven
Rómulo Augústulo, que fue derrocado por Odoacro (jefe del pequeño pueblo
hérulo, una tribu germánica proveniente de Escandinavia), quien se proclamó rey
de Italia. De esta forma se extinguió, en el año 476, el imperio romano de
Occidente[25].
La unidad imperial quedó, al menos teóricamente, establecida en Constantinopla.
Consecuencias
inmediatas de la crisis del siglo III
* El poder imperial
se afirmó como absoluto y la voluntad del emperador fue la base de la
legislación. Se apoyó en el temor y adquirió la pompa de las monarquías
orientales.
* Disminuyó la
producción y el imperio se convirtió en comprador, sobre todo de Oriente.
También disminuyó la riqueza nacional y escasearon el oro y la plata.
* El Estado acentuó
la intervención en la economía, con el objeto de obtener recursos.
* El Senado perdió
autoridad.
* Los patricios
fueron desplazados del poder en beneficio de militares y plebeyos.
* Un número cada
vez mayor de bárbaros se incorporaron al ejército, adoptándose sus armas y
tácticas.
[1] Cuerpo militar que servía de
escolta y protección a los emperadores romanos.
[2] Este período de guerra civil
es conocido como el año de los cinco emperadores.
[3] La guardia pretoriana sufrió
una profunda modificación a fin de que el Estado quedase libre de su codicia y
ambición. Determinó licenciar a la antigua guardia y formar otra nueva,
compuesta de soldados reclutados en las provincias.
[4] Como Calígula, que tomó su
apellido de una bota militar, Caracalla debía el suyo a su vestido favorito: un
manto céltico con capuchón.
[5] El imperio de los partos se
encontraba en decadencia cuando uno de sus sátrapas se proclamó independiente
y, después de una guerra victoriosa de varios años, acabó con ese imperio. De
esa forma nació un poderoso Estado neopersa: la dinastía sasánida, que restauró
las antiguas tradiciones del imperio persa. Los monarcas decían descender de
Ciro y soñaban con avanzar hasta las orillas del Mediterráneo.
[6] Entre los años 235 y 284,
fueron proclamados más de 25 emperadores, cada uno de ellos con muy diferente
poder efectivo y/o control territorial.
[7] La inflación crónica dio
lugar a que los emperadores recurrieron a la acuñación de moneda falsa, la que
en dos o tres generaciones perdió casi el 98 por ciento de su valor. Al menguar
la confianza en la moneda como valor de cambio, se volvió a las permutas y los
trueques, las formas primarias de la economía. La Edad Media aparecía en el
horizonte.
[8] Este período es conocido como
diarquía.
[9] Diocleciano y Maximiano se
presentaban como hermanos, mientras Galerio y Constancio fueron adoptados
formalmente como hijos.
[10] Dice un historiador
eclesiástico: "Aparecieron figuras pálidas y macilentas que salían,
tambaleándose, de la sombra y suciedad de las prisiones, enfermos y aniquilados
por los malos tratos recibidos, pero nimbados de una aureola supraterrena".
[11] Desde el siglo I se había
hecho cada vez más difícil proporcionarse esclavos como consecuencia de la pax
romana, obra de Augusto. Los prisioneros de guerra eran raros y se vendían
caros. También influyó el aspecto humanitario, influencia de estoicos y
cristianos.
[12] La posterior injerencia
estatal en la materia se explica por la necesidad del Estado de asentar su
autoridad en fundamentos económicos de carácter permanente. Se estableció en
todo el imperio un patrimonio presunto para cada propietario, base de cálculo del
impuesto anual. Los propietarios aceptaron, pero solicitaron que se les
garantizara la mano de obra y se impidiera el éxodo de la población rural. Los
arrendatarios quedaron ligados a sus tierras, y si bien conservaban su libertad
personal se les dificultaba cambiar de profesión o residir en otras tierras.
[13] En cierto modo, se parecen a
las corporaciones de la Edad Media, pero se distinguen de ellas en puntos
importantes: la asociación no inspeccionaba la calidad laboral de sus miembros
ni establecía tarifas de ninguna especie.
[14] Como los aparceros, la gente
de los diversos oficios quedó sujeta a la profesión que ejercían y los hijos
debían suceder a los padres.
[15] Según una vieja tradición
cristiana, en la víspera de la batalla decisiva ante los muros de Roma, en el
puente Milvio, Constantino invocó la ayuda de Cristo, divinidad adorada por su
madre Elena, y tuvo una visión celeste: una cruz resplandeciente con las palabras
In hoc signo vinces (Con este emblema vencerás), augurio que lo movió a hacer
colocar en la enseña de su guardia el monograma de Cristo.
[16] El número de cristianos
había crecido, principalmente en Oriente, pero constituían una décima parte de
la población del imperio, representando una minoría. Por eso ciertos historiadores
opinan que fue la convicción religiosa y no el cálculo político el motivo por
el que Constantino abrazó la causa cristiana. Pero las opiniones son dispares
respecto a sus sentimientos personales con relación al cristianismo. Los
antiguos autores cristianos lo presentan como un cristiano sincero y piadoso,
opinión aun compartida por algunos de sus biógrafos, mientras otros opinan que
a lo sumo era un monoteísta. Constantino no se bautizó hasta su muerte en el
año 337, obedeciendo a una creencia, muy extendida entonces, de que el bautismo
in articulo mortis permitía entrar en la eternidad limpio de todo pecado. Las
Iglesias armenia y rusa lo veneran como santo y celebran una fiesta anual en su
honor, en cambio la Iglesia romana no lo ha canonizado.
[17] Dice Ossorio, en su
Diccionario de Ciencias Sociales, que la excomunión es el "apartamiento de
la comunión de los fieles y del uso de los sacramentos al contumaz y rebelde a
los mandatos de la Iglesia. De las espirituales, es la máxima sanción
eclesiástica". La excomunión es entonces el castigo espiritual que la
Iglesia aplica a los que se rebelan públicamente contra la doctrina o la moral.
Por ella, el excomulgado queda separado del seno de la Iglesia, y por tanto
privado de los sacramentos. Además no puede participar en actos religiosos ni
tiene derecho a la sepultura eclesiástica.
[18] El neoplatonismo de Plotino,
Orígenes, Porfirio y Proclo habría de ejercer enorme influencia en el
pensamiento y en la ética de la Edad Media. Su concepción de la materia
contribuyó al nacimiento del ascetismo cristiano y sus manifestaciones. El
desprecio neoplatónico de la materia contribuiría a detener, durante más de un
milenio, toda investigación en el dominio de las ciencias naturales. Por ello,
la filosofía neoplatónica es la piedra angular de la cultura medieval.
[19] En derecho canónico,
apóstata es el que reniega de la fe cristiana recibida en el bautismo.
[20] Como un eco de la alegría
que experimentaron los cristianos al morir el emperador, nació la leyenda según
la cual Juliano exclamó en sus últimos instantes "¡Venciste,
Galileo!".
[21] Amiano Marcelino, en sus
Historias, dice de él: "No impedía a nadie cumplir con sus deberes
religiosos y no obligaba a nadie a abrazar su propia fe".
[22] El paganismo tuvo también
sus mártires. Hipatia de Alejandría enseñaba filosofía platónica y era
excelente matemática y astrónoma. En el año 415 fue acometida por una turba de
cristianos fanáticos, durante uno de tantos tumultos que se producían a diario,
que la arrastraron a una iglesia y allí la asesinaron.
[23] En el año 529 Justiniano
dará el golpe de gracia al pensamiento antiguo, confiscando los bienes con
cuyas rentas se sostenía la academia platónica de Atenas y prohibiendo la
enseñanza de la filosofía en dicha ciudad.
[24] "Parece que el mundo
está amenazado de próxima ruina, y tan sólo anula nuestro temor el ver que la
ciudad de Roma subsiste en estado floreciente. Pero cuando esta cabeza del
universo haya caído y sólo sea un montón de ruinas, según la predicción de la
sibila, no habrá motivo para dudar que el fin del mundo ha llegado ya. Es ésta
la ciudad que todo lo sustenta y cuya muerte señalará el fin del mundo"
(Lactancio).
[25] "¿Dónde está ahora ese
grande, ese formidable imperio? ¿En qué se han transformado sus señores, esos
romanos tan famosos por sus conquistas, más ilustres por su virtud? La Tierra
entera temblaba otrora a la voz de un romano; todos los romanos tiemblan hoy a
la voz de un bárbaro… Quienes nos han sometido nos venden la luz, nuestra vida
y nuestros días. Compramos el permiso de vivir desdichados" (Salviano, De
gubernatione Dei).
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