Hasta mediados del
siglo XVIII, la economía del mundo occidental estaba basada de forma casi
exclusiva en la agricultura y el autoconsumo, no existía una organización
industrial tal como hoy la conocemos y los productos comercializables se
fabricaban en talleres artesanales de mayor o menor tamaño. Esta forma de
elaboración va a cambiar. La transformación, iniciada en Gran Bretaña, se basó
en una serie de innovaciones tecnológicas que, junto con la utilización de
nuevas fuentes de energía, sustituyeron la mano de obra por las máquinas y
dieron paso a nuevos métodos de organización fabril de producción en masa, a un
aumento sin precedentes del consumo, del comercio y del bienestar de la
sociedad.
Una característica
distintiva de esta revolución fue la aplicación sistemática de los nuevos
conocimientos a la producción, de forma que la ciencia precedió a la práctica y
los inventores transformaron los conocimientos teóricos en procedimientos
útiles. A todo este proceso de desarrollo tecnológico y a sus consecuencias
económicas se le ha denominado revolución industrial.
La
industrialización no se extendió simultáneamente ni de forma homogénea por todo
el mundo occidental. En la primera mitad del siglo XIX alcanzó a Estados Unidos
y gran parte de la Europa Occidental, especialmente a Bélgica, Holanda y
Francia, llegando después de 1871 a Alemania. A partir de mediados del siglo
XIX, se inició una nueva fase denominada por los historiadores segunda
revolución industrial, con la utilización de nuevas formas de energía como la
electricidad y el petróleo.
La revolución
industrial impulsó la revolución política que terminó con el absolutismo
monárquico y dio paso al liberalismo, basado en el respeto de la iniciativa
individual, la existencia de una constitución donde se contemplan los derechos
de los ciudadanos, el derecho al voto y la separación de poderes para evitar la
tiranía. El liberalismo reguló el nuevo sistema económico, el capitalismo, para
responder a las necesidades planteadas en esos momentos. No parece casual que
la revolución industrial tuviera su origen en la Gran Bretaña liberal, y se
extendiera pronto a otro país anglosajón, Estados Unidos, regido por una
constitución liberal. Sin duda las ideas políticas de estas dos grandes
potencias, plasmadas de forma práctica en sus respectivas constituciones,
proporcionaron un sustento legal para adoptar sin cortapisas un conjunto de
innovaciones que cambiaron definitivamente la vida de los hombres.
Ligadas
directamente con la revolución industrial y con la revolución política, se
pusieron en práctica un conjunto de medidas denominadas liberalismo económico,
enunciadas por el economista Smith en su obra La riqueza de las naciones. En
esta obra se exponía la teoría de que el estado debe dejar en libertad al
hombre que trata de satisfacer sus deseos de riqueza, en la creencia de que
esta libertad contribuiría sin duda al provecho de toda la sociedad. En la
práctica el liberalismo económico se basaba en la no intervención del estado en
cuestiones financieras, empresariales o sociales y favorecía los intereses de
la burguesía, que hasta entonces había visto coartadas sus iniciativas por la
rígida legislación del Antiguo Régimen.
Durante el siglo
XIX algunos autores franceses empezaron a denominar revolución industrial al
proceso de cambio iniciado en Gran Bretaña a mediados del siglo anterior, tal
vez como semejanza en el terreno económico a lo que en el aspecto político
había significado en Francia la revolución de 1789. Fue el historiador de
economía británico Toynbee quien popularizó el término en sus conferencias
sobre la revolución industrial en Inglaterra, en las que analizaba su
desarrollo económico entre 1760 y 1840.
Para muchos
historiadores, la edad contemporánea se inició a finales del siglo XVIII con
las "tres revoluciones", la independencia norteamericana, la
revolución francesa y la revolución industrial, como si la revolución política
y el cambio producido por la adopción de distintos métodos de producción y sus
consecuencias no fueran más que distintos aspectos de un mismo proceso; esta
afirmación puede ser discutible si tenemos en cuenta que en Francia la
industrialización se retrasó como consecuencia de los propios hechos
revolucionarios.
La primera
revolución industrial fue un proceso lento, en Gran Bretaña tardaría más de un
siglo en completarse, no llegaría a algunos países europeos hasta finales del
siglo XIX y sus consecuencias provocaron un cambio profundo en la economía, la
política y la sociedad. Los avances técnicos, la expansión de la demanda de una
población en crecimiento, la revolución liberal y la acción de hombres
emprendedores capaces de aceptar los retos que las nuevas máquinas les
proporcionaban hicieron triunfar esta revolución que transformaría la vida del hombre
occidental y la naturaleza de la sociedad.
A partir del siglo
XVIII la población europea empezó a crecer a un ritmo muy rápido. La presión
demográfica dio lugar a la demanda de multitud de productos, impulsando la
revolución industrial y un conjunto de avances en la agricultura para poder
generar la cantidad y calidad de los alimentos necesarios para la sociedad. La
creación de fábricas, con necesidad de personal, fue cubierta, en parte, por
los obreros del campo que emigraron a las ciudades en busca de empleo. Todo
parece indicar que hubo una interacción entre estos tres procesos, aumento
demográfico, revolución industrial y avances en la agricultura.
Las tesis clásicas
señalaban como base del despegue industrial la revolución de la tecnología,
pero otras interpretaciones más novedosas han insistido en señalar otros
factores tales como la acumulación de capitales para las inversiones en la
industria textil, el desarrollo de las manufacturas o una revolución agrícola
previa a la revolución industrial; en un estudio sobre Flandes en el siglo
XVIII, Mendel introduce el concepto de protoindustrialización para definir los
procesos de creación de áreas industriales caracterizadas por la existencia de
manufacturas destinadas al mercado extrarregional en los núcleos rurales y su
desarrollo regional en una agricultura comercializada, antes de la revolución
industrial; Crouzet, por su parte, señala las diferencias entre el caso de
Inglaterra y el resto de Europa, y afirma que la revolución agraria no fue
indispensable, ya que la revolución industrial se llevó a cabo sin que se diera
una transferencia importante de recursos, capital y mano de obra del sector
agrícola, pero sí considera de gran importancia la revolución demográfica; el
historiador francés Rioux, al investigar las diferencias entre el crecimiento
económico en Inglaterra y Francia, señala la ausencia de una revolución agraria
en este último país como causa del retraso de su industrialización; algunos
historiadores como Dean y Mitchell, en Gran Bretaña, han examinado con
preferencia los datos cuantitativos de comercio, población, producción,
etcétera.
1.
El papel de Gran Bretaña en la revolución industrial
Gran Bretaña
contaba en el siglo XVIII con las condiciones necesarias para iniciar la
industrialización. Poseía un riquísimo imperio colonial que se extendía por
Asia, América y África; la población de las islas y la de las colonias estaba
en expansión, tenía un alto nivel de vida y demandaba una gran cantidad de
artículos de uso común y también de lujo; su situación oceánica le facilitaba
el acceso a mercados ultramarinos y permitía el transporte de mercancías por
barco; poseía una gran cantidad de materias primas adecuadas para utilizarlas
en la industria como carbón, hierro y agua y la carencia de madera, que en
principio podía haber supuesto una desventaja, propició la pronta utilización
de combustibles fósiles. También contaba con facilidades para el transporte
fluvial. Gracias al comercio, en Gran Bretaña había una gran acumulación de
capitales dispuesta a ser utilizada en nuevas inversiones. Además, las medidas
librecambistas adoptadas por el gobierno favorecían las transacciones
comerciales competitivas sin fronteras económicas interiores.
El aumento de
población europea a quien iba destinada la mayor parte de las manufacturas
supuso un estímulo para la fabricación de mercancías de uso común. Los avances
tecnológicos, que no habían dejado de producirse desde la Edad Media, sufrieron
una aceleración en aquellos sectores que tenían que responder a la demanda. El
sector productivo en el que la adopción de los nuevos avances tecnológicos tuvo
un mayor impacto fue el textil. Hasta esos momentos, los tejidos que se
fabricaban en Europa eran seda para ropas de lujo, lana y lino, pero era
preciso importar de la India las muselinas o indianas, tejidos fuertes
realizados con hilo de algodón muy fino, que los ingleses no podían hacer en
sus telares.
Los británicos
crearon una serie de máquinas mecánicas para mejorar la elaboración de
textiles. En 1733, Kay inventó la lanzadera volante, logrando reducir
notablemente el tiempo para fabricar una pieza de tela. La mayor velocidad de
producción de tejido disparó la demanda de hilo. La industria de hilaturas
experimentó un notable avance en 1763, cuando Hargreaves construyó la Spinning
Jenny, un instrumento mecánico capaz de reproducir el trabajo de un hilador con
la rueca y mover varios husos a la vez, abaratando el proceso.
La primera máquina
movida con la energía hidráulica aplicada a la industria textil fue la water frame,
inventada por Arkwright, que aumentó la producción de hilo utilizando algodón.
En 1779, Crompton perfeccionó esta técnica construyendo otra máquina con la que
se podía conseguir hilo más fino y resistente.
A partir de estos
momentos, todas las fases de la producción de tejidos se mecanizaron y
perfeccionaron; se inventaron máquinas para el tratamiento de la materia prima,
como la desmotadora de algodón patentada por el americano Whitney en 1794 o las
creadas en Inglaterra para el cardado de algodón, lana y limpieza del algodón
en rama. También se inventó una forma de estampar por medio de un rodillo que
sustituyó a la aplicada manualmente con tacos de madera; a finales del siglo
XVIII se descubrió un método químico basado en la clorina para blanquear las
telas rápidamente (esta operación hasta entonces era muy lenta) y los telares
mecánicos sustituyeron a los manuales produciendo con más calidad y con mayor
rapidez.
"Dos son los
motivos que me han impulsado a ofreceros mi apoyo: mi afecto hacia usted y el
que tengo hacia un proyecto tan rentable y genial. He pensado que vuestra
máquina, para producir del modo más ventajoso posible, requeriría dinero, una
adecuada realización y una amplia publicidad, y que el mejor modo de que
vuestro invento sea tenido en la debida consideración y para que se haga
justicia, sería el de sustraer la parte ejecutiva del proyecto de las manos de
esta multitud de ingenieros empíricos que, por ignorancia, falta de experiencia
y de los necesarios incentivos, serían responsables de un trabajo malo y
descuidado: y todos ellos son fallos que afectarían a la reputación del
invento. Para obviarlo y obtener el máximo beneficio, mi idea es la de instalar
una manufactura cerca de la mía, a orillas de nuestro canal, en donde podría
poner todo lo necesario para la realización de las máquinas… Con estos medios y
con vuestra asistencia podremos contratar y enseñar a algún buen obrero… y
podremos poner a punto vuestro invento con un coste inferior en un veinte por
ciento al de cualquier otro sistema y con una diferencia en cuanto a la
precisión similar a la que existe entre el producto de un herrero y el de un
constructor de instrumentos matemáticos…" (carta de Boulton a Watt, 7 de
febrero de 1769).
Como el algodón era
importado de la India, América y África (Egipto), las industrias textiles se
concentraron en Lancashire y la Baja Escocia para abaratar el transporte,
convirtiéndose Manchester en la capital de esta industria. El crecimiento del
sector fue continuo; a principios del siglo XIX trabajaban en las fábricas de
algodón unas 350.000 personas, alcanzando este producto el 40 por ciento del
total de las exportaciones inglesas.
En 1705 Newcomen
patentó un modelo de máquina de vapor para bombear el agua de las minas; Watt
perfeccionó este descubrimiento inventando un método para independizar la
vaporización y la condensación de los cilindros del condensador con el fin de
consumir menos energía, y la fue perfeccionando a lo largo de los años. En 1766
consiguió su propósito y este acontecimiento cambió radicalmente la producción.
Las máquinas movidas por vapor se aplicaron para la fabricación de algodón a
partir de 1780. La máquina de vapor supuso el mayor avance tecnológico del
siglo XVIII.
En cuanto al
hierro, la mayor dificultad que presentaba era la transformación del mineral,
proceso de combustión muy lento en altos hornos para eliminar el oxígeno. La
sustitución del carbón por el coque, obtenido de la combustión incompleta del
carbón, para separar el sulfuro y el alquitrán en la fundición del hierro a
altas temperaturas, se inició desde comienzos del siglo XVIII, y permitió la
producción masiva de acero. Las empresas metalúrgicas se concentraron cerca de
las minas de carbón permitiendo que se aumentara la producción y se abaratara
el producto.
La industria textil
y la siderúrgica fueron los sectores productivos más importantes en la
industrialización de Gran Bretaña.
Gran Bretaña
contaba en 1850 con la red más densa de ferrocarriles, las técnicas más
avanzadas en todos los sectores y la marina más importante del mundo; desde
1800 a 1850 la renta per cápita creció en un 20 por ciento; la población se
duplicó y la participación de los sectores de fabricación, minería y
construcción pasó de ser una cuarta a una tercera parte en el PBI.
2.
La revolución industrial en los distintos países
Durante muchos
años, prácticamente hasta el primer tercio del siglo XIX, la revolución
industrial no se extendió fuera de Gran Bretaña. Los británicos intentaron
conservar el monopolio de sus inventos y comercializaron solamente su
producción en el extranjero, pero esta postura dio lugar a polémicas entre los
que se negaban a exportar sus máquinas y los que pretendían aprovechar las
oportunidades de hacer grandes negocios vendiendo su tecnología a los empresarios
de otros países. Los fabricantes continentales, en principio, imitaron la
maquinaria inglesa y trataron de importar trabajadores especializados. Bélgica,
que contaba con materias primas como hierro y carbón, fue uno de los primeros
países del continente que se industrializó gracias a dos hermanos británicos,
John y William Cockerill, que instalaron en 1801 talleres en Lieja para
construir maquinaria.
La revolución
francesa y sus consecuencias desanimaron a los inversores y retrasaron la
industrialización en Francia, donde además existían otros motivos para su
retraso. La propiedad de grandes latifundios en manos de nobles, poco
partidarios de la inversión en reformas tecnológicas; la debilidad demográfica,
con una tasa de natalidad en descenso y un crecimiento muy pequeño frente al
resto de los países europeos y la escasez de recursos naturales han sido
señalados por algunos autores como inconvenientes para una industrialización
temprana. Durante el segundo imperio, Napoleón III apoyó el librecambismo y desarrolló
una nueva política económica con gran éxito, creando numerosas líneas de
ferrocarril, canales fluviales, grandes compañías de navegación y fastuosas
obras públicas; la industria, el comercio y la agricultura prosperaron de forma
significativa. Desde mediados del siglo XIX, Francia fue una importante
potencia industrial que en parte debió su despegue al sector siderúrgico,
desarrollado gracias a la expansión del ferrocarril.
Alemania contaba a
principios del siglo XIX con grandes recursos naturales como los yacimientos de
carbón del Ruhr, una población en ascenso que pasó de aproximadamente veinte
millones de habitantes a principio del XIX a más de cincuenta a finales del
siglo y unos recursos agrícolas muy importantes. La unión aduanera, el Zollverein,
creada en 1834, a la que se fueron uniendo la mayor parte de los estados,
facilitó la formación de un amplio mercado común. La gran extensión de líneas
férreas construidas a mediados del XIX era más del doble que la creada en
Francia y contribuyó a la expansión del sector del hierro, el acero y el
carbón. Sin embargo, su fragmentación política impedía que se emprendieran
proyectos unitarios y hasta después de la unificación en 1870 no se inició el
desarrollo industrial que a partir de esos momentos fue muy rápido,
sobrepasando a finales del siglo XIX a Gran Bretaña en la producción de acero;
Alemania se convirtió en líder mundial en industria química, en la que
consiguió grandes resultados en la fabricación de abonos y los primeros
productos de síntesis, como los tintes artificiales.
España tardó más
que los países de su entorno en incorporarse a la primera revolución industrial
por una serie de problemas: la guerra de la independencia a comienzos del siglo
XIX, la pérdida de las colonias americanas, la vuelta al absolutismo durante el
reinado de Fernando VII y las guerras carlistas crearon un clima de
inestabilidad política nada favorable para el desarrollo de una industria
nacional. Al final del reinado de Fernando VII se iniciaron los primeros
intentos de industrialización con la creación de una factoría textil levantada
por Bonaplata cerca de Barcelona y de los altos hornos en Marbella fundados por
de Heredia en 1832; años más tarde se crearon otros en Sevilla y Huelva que
fracasaron por la falta de combustible en lugares cercanos. La industria textil
empezó a utilizar la máquina de vapor en 1844, ya durante el reinado de Isabel
II, gracias al régimen político liberal constitucional; en 1856 había 45
fábricas de algodón en Barcelona, todas ellas mecanizadas, en las que se habían
invertido 500 millones de reales. En 1848 se inauguró la primera línea de
ferrocarril entre Barcelona y Mataró, seguida en 1855 de la de Madrid a
Aranjuez, pero la expansión de este medio de transporte de mercancías y
personas no llegaría hasta años más tarde. La minería y el ferrocarril fueron
los dos sectores en los que se invirtieron cuantiosas fortunas, atrayendo
capitales nacionales y extranjeros. A partir de 1854, con los progresistas en
el poder, se llevó a cabo una política de liberalismo económico que favoreció
la entrada de capitales extranjeros. Las circunstancias políticas en España,
con la revolución de 1868 y la posterior instauración de la primera república,
no permitieron al país llegar a ser una potencia industrializada hasta el siglo
XX. Por diversas circunstancias, sucedió lo mismo en otros países como Rusia,
Italia, Dinamarca y los situados en el este de Europa.
Estados Unidos
contaba ya a principios del siglo XIX con unos recursos naturales
extraordinarios y una mano de obra especializada formada por técnicos, en
principio venidos de Europa, que le permitieron una rápida industrialización. A
pesar de la distancia con Gran Bretaña, sus relaciones comerciales continuaban
siendo fluidas, había un intenso tráfico marítimo y una inmigración incesante
que favorecía la difusión de las nuevas técnicas. La guerra con Inglaterra
entre 1812 y 1815 impidió el abastecimiento de productos manufacturados
importados desde esa antigua metrópoli, propiciando la creación de gran cantidad
de industrias locales; además, el estado promocionó la invención y la
adaptación de maquinaria para ahorrar trabajo. Los principales sectores
económicos se establecieron en tres regiones: el oeste se especializó en
producción agrícola y ganadera; el este en industria y el sur en el cultivo del
algodón. La red fluvial favoreció el intercambio de productos incluso antes de
que se desarrollaran las vías férreas.
La mejora de las
comunicaciones permitió que el país avanzara de forma más rápida y la instalación
de fábricas en puntos alejados de los lugares de producción de la materia
prima, por ejemplo, el desarrollo de una industria algodonera en Nueva
Inglaterra con unos 130.000 obreros a partir de mediados del siglo XIX. La
creación de líneas de ferrocarril fue fundamental para la colonización del
oeste, que lo convirtieron en la región ganadera y agrícola por excelencia así
como en mercado para los productos industriales fabricados en el este. En 1840
había en Estados Unidos alrededor de 4.500 kilómetros de líneas férreas y
veinte años después, en vísperas de la guerra de secesión, eran ya 50.000
kilómetros. La construcción de dichas líneas estuvo a cargo de empresas
privadas a las que el estado hacía concesiones y proporcionaba terrenos para la
construcción (70 kilómetros a ambos lados de las vías); el ferrocarril empleó a
muchísimos inmigrantes, sobre todo chinos y filipinos; se extendió muy
rápidamente por todo el país a pesar de las muchas dificultades suscitadas
incluso por la expropiación de terrenos. En 1869 se estableció ya la
comunicación de la costa del Atlántico a la del Pacífico por las compañías
privadas Central Pacific y Union Pacific.
La densidad de
población en Estados Unidos a principios del siglo XIX era cinco veces menor
que la de Europa y provocaba una gran escasez de mano de obra a pesar de la
inmigración; entre 1830 y 1860 casi cuatro millones y medio de personas,
contando solamente a los inmigrantes europeos, se instalaron en la zona
nordeste y en los Grandes Lagos; por otra parte, para trabajar las fincas
algodoneras del sur se importó gran número de esclavos africanos. A finales del
siglo XIX, Estados Unidos era ya la mayor potencia industrial del mundo.
La competencia por
parte de los distintos países en cuanto a sus adelantos industriales y el afán
por darlos a conocer y reivindicarlos dio lugar a la celebración de
exposiciones internacionales. La primera se celebró en Londres, en 1851 y la
siguieron las de París en 1855, Filadelfia en 1876, Chicago en 1893, etcétera.
3.
La agricultura
La mayor parte de
los autores afirman que la agricultura tuvo un papel fundamental en la
revolución industrial. Incluso para algunos la revolución agrícola fue un paso
previo, sin el cual no se habría podido conseguir la primera; es cierto que países
como Rusia, Italia o España, en los que las estructuras agrícolas aún no habían
evolucionado en el siglo XIX, tardaron más tiempo en llegar a la
industrialización.
En Gran Bretaña o
los Países Bajos ya se habían producido una serie de innovaciones en este
sector en épocas anteriores; ante la demanda de alimentos por la presión
demográfica que tuvo lugar en el siglo XVIII se introdujeron nuevas técnicas
agrícolas, otros cultivos y más tarde el empleo de máquinas para mejorar el
rendimiento del campo; al mismo tiempo, aumentó el número de campos cercados y
disminuyeron los bienes comunales.
En muchos países se
crearon las primeras escuelas de agricultura, sociedades de agricultores, se
difundieron las nuevas técnicas y los gobiernos apoyaron las ideas fisiocráticas
que consideraban el campo como única fuente de riqueza. El cambio de mentalidad
dio lugar a que nobles poseedores de grandes territorios y hombres de negocios
consideraran el campo como una buena inversión y emplearan sus capitales en
modernizar la agricultura. Las innovaciones y la inversión de capitales en
maquinaria agrícola trajeron consigo un incremento muy importante en la
productividad y una gran mejora en los cultivos y en la calidad de los
alimentos.
La revolución
industrial aportó nuevos útiles, maquinaria y hábitos que cambiarían los
sistemas de producción de las tradicionales labores del campo. Los trabajos
agrícolas se facilitaron con la invención de un nuevo utillaje (como los arados
triangulares) para remover la tierra con gran rapidez y la utilización de
máquinas (como las aventadoras, bateadoras, sembradoras y trilladoras) que
desplazaron la tracción animal haciendo más sencilla la labor del hombre. Se
introdujeron cultivos como el trébol, las plantas forrajeras, el maíz y sobre todo
la patata, que proporcionó un alimento básico para las dietas de los más
humildes y un mayor rendimiento a la tierra. La sustitución del barbecho por
sistemas de rotación permitió el aumento de las cosechas; el cultivo de los
forrajes, que dejados secar se utilizaron para pastos de invierno, permitieron
el fomento y la cría selectiva de ganado y la producción masiva de carne, lana
y piel.
La publicación y
difusión de la obra La química orgánica y sus aplicaciones al desarrollo de la
agricultura y la fisiología (1840), escrita por el alemán von Liebig, fue de
gran importancia para el conocimiento de la química del suelo; Liebig defendió
la utilización de abonos minerales para suplir elementos químicos en terrenos
en los que éstos eran escasos o se habían agotado.
La población del
campo disminuyó a causa de la mecanización; ya no eran necesarios tantos
agricultores e incluso con menos trabajadores aumentaba el volumen de
producción. Muchas de estas personas se instalaron en las ciudades para
trabajar en las fábricas o emigraron a otros países donde existían
posibilidades de prosperar; los británicos emigraron preferentemente a Estados
Unidos, Nueva Zelanda, Australia o Argentina.
4.
El papel de los cercamientos en la revolución agrícola
En Gran Bretaña, como
en el resto de los países occidentales, existían en el campo extensiones muy
grandes de tierras comunales sin explotar. A principios del siglo XVIII,
algunos terratenientes decidieron obtener el máximo rendimiento de sus tierras;
el aumento de población y de riqueza demandaba una mayor producción de
alimentos y esa circunstancia fue aprovechada por los propietarios de grandes
extensiones de terrenos de labor para cercar sus propiedades, incluyendo las
tierras comunales. Lo que en principio parecía un abuso se convirtió en un
procedimiento legal cuando los terratenientes presentaron demandas por esas
tierras al Parlamento y se les concedió la propiedad si eran apoyados por las
tres cuartas partes de los otros propietarios de una parroquia.
En esta batalla perdieron
su acceso a los terrenos las gentes sin recursos que aprovechaban los comunales
para utilizar la madera, criar algún animal que les servía de sustento o
plantar un pequeño huerto; también fueron perjudicados los agricultores con
pequeñas propiedades, sin recursos para invertir en abonos, en los nuevos
útiles o en maquinaria. A estos últimos, la competencia de los grandes les hizo
vender y abandonar sus pequeños campos, que pasaron a incrementar las grandes
extensiones agrícolas cultivadas con criterios científicos y bien explotadas; a
partir de estas reformas Gran Bretaña se convirtió en uno de los mayores
productores agrícolas de Europa.
España, a la
llegada del liberalismo, tenía enormes extensiones de tierras de labor en manos
de la Iglesia o vinculadas a mayorazgos, que no podían ser vendidas ni
enajenadas y de las que no se obtenía el rendimiento adecuado. En 1836 se
desamortizaron estas tierras, en su mayor parte fueron vendidas en pública
subasta y adquiridas por capitalistas; los nuevos propietarios, durante muchos
años, no invirtieron para mejorar los cultivos, y estos terrenos quedaron en
una situación aún peor que cuando estaban vinculados.
En Italia había
grandes territorios agrícolas propiedad de la aristocracia urbana; en general
eran terrenos poco fértiles que apenas servían para alimentar al ganado. Sus
dueños no se preocuparon de introducir reformas durante mucho tiempo; para su
explotación cedían las fincas a campesinos que sacaban de ellas escasos
rendimientos. Esta situación perduró durante muchos años.
En Rusia las
técnicas agrícolas siguieron siendo similares a las empleadas en la Edad Media
y la servidumbre continuó vigente. El zar Nicolás I reconocía que era preciso
llevar a cabo una reforma, pero no llegó a ponerla en práctica y los siervos
que trabajaban la tierra se levantaron en muchas ocasiones, llegando a
situaciones extremas.
En Francia, al
contrario de lo que sucedió en Inglaterra, la mayor parte de los pequeños o
medianos agricultores vieron acrecentadas sus propiedades después de la
revolución francesa por la abolición de derechos feudales, el reparto de fincas
de los emigrados y de la Iglesia y el cambio del régimen jurídico de los
campesinos. Pese a no existir grandes capitales invertidos, poco a poco las
nuevas técnicas agrícolas se pusieron en práctica permitiendo el abastecimiento
del mercado interior, pero no puede afirmarse que la agricultura contribuyera
de forma importante al despegue industrial.
5.
La revolución demográfica
Después de miles de
años de un crecimiento muy lento, sometido a retrocesos por las catástrofes
naturales, guerras, epidemias o crisis de subsistencias, a partir del siglo
XVIII la población europea empezó a crecer de forma sostenida y a un ritmo muy
rápido. El número de habitantes pasó de los 110 millones en 1700 a 187 millones
hacia 1800 y a más de 400 millones a comienzos del siglo XX, todo ello a pesar
del fuerte flujo migratorio hacia ultramar.
La población humana
empezó a aumentar a ritmos hasta veinte veces más rápidos de lo que había hecho
hasta entonces y de forma sostenida. En Gran Bretaña, en 1700, el número de
habitantes era de unos cinco millones y medio y en poco más de un siglo, en
1821, se alcanzaron los 16 millones. Entre 1800 y 1900 cuatro naciones
crecieron de una forma extraordinaria: Gran Bretaña que pasó de 10 millones a
41 millones; Alemania, de 23 millones a 56 millones, Italia de 18 millones a 32
millones y Rusia de 40 a 100 millones.
Las causas de este
desarrollo parecen ser varias. Se dio un descenso importante de la mortalidad,
especialmente de la mortalidad infantil, atribuido por muchos autores a las
mejoras en la alimentación gracias a los avances de la agricultura, a la
construcción de redes de alcantarillado y la limpieza de las calles, al
abastecimiento de agua potable en las ciudades y a la generalización de la
higiene personal.
Sin duda tuvieron
una gran importancia los progresos de la medicina y de la cirugía: Jenner
descubrió la vacuna de la viruela en 1796, probada por primera vez en 1803, y
se conoció la acción de las bacterias en las enfermedades infecciosas. Se
inició la utilización de anestesia, y por otra parte, desde 1865, Lister
introdujo el uso de antisépticos en cirugía y la generalización de las medidas
higiénicas evitó muertes y contagios innecesarios, pasando los hospitales de
ser lugares donde los enfermos iban a morir a centros de curación. El aumento
de población dio lugar a su rejuvenecimiento y, en consecuencia, se amplió la
población activa. Se produjo un espectacular incremento de la demanda de bienes
de consumo, una importante reserva de mano de obra barata y la urbanización y
colonización de nuevas tierras.
El crecimiento de
las ciudades desde principios del siglo XVIII a mediados del siglo XIX fue otro
fenómeno ligado al aumento de población. En 1800 pocas ciudades europeas
sobrepasaban los 100.000 habitantes; en 1900 había ya nueve con más de 500.000.
La explicación a este crecimiento urbano se encuentra en la emigración de los
obreros agrícolas por los cambios tecnológicos, la nueva orientación de los
empresarios agrícolas y la oferta de trabajo en las fábricas.
Otra consecuencia
del crecimiento demográfico fue la emigración de aquellos que buscaban
oportunidades en otros países. En poco más de un siglo, de 1800 a 1930,
abandonaron el viejo continente unos 40 millones de europeos. El aumento de
población y la sustitución de la mano de obra por máquinas en el campo,
explica, en parte, la búsqueda de tierras en otros continentes. Además, la
revolución en los transportes facilitó los viajes tanto por tierra como por mar.
Los principales países receptores de emigrantes fueron Estados Unidos y Canadá
en América del Norte y Argentina y Brasil en América del Sur; las crisis
económicas, especialmente la crisis agraria de 1847, el descubrimiento del oro
en California, la crisis económica de 1870, fueron momentos destacados para la
salida de las grandes oleadas de emigración. Asimismo influyó la actitud de
algunos de los países: un ejemplo de esta última fueron las posibilidades de
empleo bien remunerado respaldadas por la legislación, ofrecidas por Estados
Unidos a los extranjeros a partir de 1850.
6.
El trabajo en las fábricas
Antes de la
revolución industrial, las energías aplicadas al trabajo habían sido la humana
y la animal, pero con la utilización de la energía liberada por la combustión
de carbón y las nuevas aplicaciones del hierro aumentaron enormemente la
capacidad de obtención y transformación de materias primas y se inició un nuevo
sistema de producción, en el que la fábrica sustituía a los antiguos talleres
artesanales.
Arkwright, inventor
de la water frame, fundó en 1771 la primera fábrica en Inglaterra, la Cromford
Mill, y la situó a orillas del río Denvert para utilizar la energía hidráulica.
Esta primera industria reunía los trabajadores, la fuente de energía y las
máquinas en un solo lugar y llegó a tener 300 obreros. Arkwright redactó el
primer código de comportamiento en las fábricas, para imbuir disciplina a los
obreros y conseguir así una mayor productividad para obtener beneficios. Este
código fue un primer intento para racionalizar una nueva forma de trabajo con
muchas dificultades técnicas, conseguir ahorro de energía e ir perfeccionando
todos los procesos; en las fábricas también se generaban abundantes problemas
relacionados con los obreros, ya que las máquinas eran ahora las que
determinaban las labores a realizar. Se originaron nuevas teorías sobre las
técnicas de organización del trabajo, como la enunciada por Babbage, que no
consideraba la máquina aislada sino la fábrica en su conjunto y pensaba que la
retribución del trabajo debía estar en función de lo producido por el obrero.
Poco a poco se fueron estableciendo sistemas organizados dentro de las
industrias para conseguir que el trabajo fuera más eficaz y se organizaron
redes para la distribución y comercialización de los productos.
Pero este proceso
fue lento, durante muchos años paralelamente a la instalación de las fábricas
subsistieron los talleres familiares donde se trabajaba a tiempo parcial, con
mano de obra barata, casi siempre femenina, para completar la producción de las
grandes industrias. A la vez servía en los hogares para contribuir a los
ingresos de los cabezas de familia. Estos talleres se mantuvieron en Inglaterra
hasta mediados del siglo XIX.
Los grandes
talleres artesanales con obreros especializados también continuaron trabajando
hasta la plena mecanización de las fábricas a mediados del siglo XIX; algunos
de sus obreros, los que no se adaptaban a las nuevas condiciones fabriles,
fueron los que más se enfrentaron, con levantamientos organizados, a esta
mecanización que les arrebataba su trabajo.
"La invención
y el uso de la máquina de cardar lana, que tiene como consecuencia reducir la
mano de obra de la forma más inquietante produce (en los artesanos) el temor
serio y justificado de convertirse, ellos y sus familias, en una pesada carga
para el estado. Constatan que una sola máquina, manejada por un adulto y
mantenida por cinco o seis niños realiza tanto trabajo como treinta hombres
trabajando a mano según el método antiguo… La introducción de dicha máquina
tendrá como efecto casi inmediato privar de sus medios de vida a gran parte de
los artesanos. Todos los negocios serán acaparados por unos pocos empresarios
poderosos y ricos… Las máquinas cuyo uso los peticionarios lamentan se multiplican
rápidamente por todo el reino y hacen sentir ya con crueldad sus efectos:
muchos de nosotros estamos ya sin trabajo y sin pan" (fragmento diario de
la Cámara de los Comunes, Gran Bretaña, 1794).
Las
transformaciones tecnológicas y la organización del trabajo iniciada en el
siglo XVIII no produjeron sus frutos en la economía de forma global hasta la
segunda década del siglo XIX; poco a poco se fueron creando nuevas industrias,
sustituyendo métodos de trabajo y reorganizando antiguas formas de producción.
En Gran Bretaña, pionera de la revolución industrial, este proceso se inició
unos años antes, a principios de siglo.
7.
La revolución de los transportes
Hasta el siglo XIX
no llegarían a aplicarse las nuevas tecnologías a los transportes y también fue
Gran Bretaña el país donde se iniciaron las innovaciones en este sector.
Durante el siglo XVIII se perfeccionaron los transportes por barco con la
invención de nuevos instrumentos de navegación, como el cronómetro, y la mejora
de los canales.
Gran Bretaña
contaba con un importante sistema fluvial con caudalosos ríos navegables,
especialmente útil para el traslado de carbón y otros materiales pesados. Las
grandes obras para mejorar el sistema fluvial inglés se iniciaron en 1761; uno
de los primeros promotores fue Egerton, tercer duque de Bridgewater, que
construyó un canal para unir sus minas de carbón situadas en Worsley con
Manchester. En 1815, la red de canales tenía ya unos 3.500 kilómetros y cruzaba
el país en todas las direcciones. A finales de siglo, en 1894 se construyó el
canal de Manchester para que los buques transoceánicos pudieran entrar en el
puerto de la ciudad. También se mejoró en esta etapa la red de más de 3.000
kilómetros de ríos navegables. Por tierra se renovaron los caminos, se construyeron
posadas y mesones a lo largo de las distintas vías y se utilizó también el
tren, inicialmente arrastrado por tracción animal.
La revolución en
los transportes se produce con la aplicación de la máquina de vapor al
ferrocarril y a los barcos, primero para el traslado de mercancías y más tarde
para el desplazamiento humano. Se inició en 1825 cuando Stephenson construyó
una locomotora impulsada por vapor, logró que se moviera sobre raíles y utilizó
la primera línea de ferrocarril para llevar carbón entre Stockton y Darlington,
después de muchos años de intentos que no habían dado resultados. En 1830 se
inauguró la línea regular de pasajeros Liverpool-Manchester. Quince años
después, en 1845, la línea Londres-Birmingham, abierta desde 1838, había sido
utilizada ya por más de un millón de pasajeros. En 1856, ya en la segunda
revolución industrial el convertidor de Bessemer para la producción de acero
fue fundamental en este proceso; a partir de entonces el acero se utilizó para
la elaboración de locomotoras, raíles, cascos de los barcos y toda clase de
utensilios y máquinas, impulsando definitivamente la industria metalúrgica. La
construcción del ferrocarril constituyó el invento más importante de su época y
supuso un gran estímulo para todas las actividades económicas, el comercio y
las inversiones de capital en las que se emplearon grandes fortunas, e
impulsaron la demanda de materiales como el hierro, el acero, el carbón o la
madera. Supuso un avance fundamental para el desarrollo de nuevas técnicas financieras
y normativas legales capaces de asegurar la movilización de capitales, y para
las construcciones de obras públicas como viaductos, puentes, etc. En 1830,
Estados Unidos, Bélgica y Alemania inauguraron sus primeras líneas férreas;
unos años más tarde, lo harían España y Francia; hacia 1840 había en Gran
Bretaña 300.000 personas trabajando en la construcción de ferrocarriles.
Las consecuencias
de la utilización del ferrocarril fueron de gran importancia al abaratar el
traslado de mercancías, productos agrarios y ganado, facilitando la
especialización de cultivos para la exportación y dando salida a los
excedentes. Permitió la importación de toda clase de artículos desde lugares
lejanos en un tiempo muy reducido, acercando los centros productores a los consumidores;
dio lugar a la articulación de los mercados nacionales e internacionales, la
especialización geográfica de la producción, la apertura de vastas regiones al
comercio y la posibilidad de multiplicar los intercambios. En el terreno
militar facilitó el transporte rápido de tropas y pertrechos y desde el punto
de vista social promovió la movilidad de las personas.
"Los vagones
eran arrastrados inicialmente por tiros de caballos y, posteriormente, se les
sumaron máquinas, pero esos motores eran tan pesados y tan poco perfeccionados
que apenas si producían el vapor suficiente para proporcionar una velocidad de
4 a 5 millas por hora. De haber sido inevitable, semejante lentitud hubiese
limitado de forma considerable a la utilidad del ferrocarril… Fue en 1830, con
la inauguración del tramo de ferrocarril de Manchester a Liverpool, cuando se
adaptaron por primera vez las nuevas calderas a las locomotoras. Desde el
primer momento alcanzaron una velocidad que rebasaba con creces todo lo que
anteriormente había sido considerado posible… A partir de ese momento, el
servicio cobró un auge maravilloso: ya no fueron utilizados únicamente para el
transporte de mercancías. El nuevo sistema de propulsión duplicaba su utilidad,
y la rapidez del desplazamiento pronto atrajo un número de viajeros que
superaba considerablemente todos los cálculos que se habían tratado de
establecer acerca del incremento probable que experimentaría el tráfico
(Seguin, De la influencia de los ferrocarriles y el arte para trazar y construirlos).
En el transporte
marítimo y fluvial, los nuevos barcos tuvieron una mayor facilidad para adaptar
las máquinas de vapor que los ferrocarriles. Los primeros vapores se utilizaron
para el transporte interior por canales y ríos, luego por las líneas costeras y
transoceánicas. Después, la utilización de máquinas de vapor en los barcos se
impuso de forma definitiva hacia 1880; los nuevos barcos compitieron aún mucho
tiempo con los clippers, barcos de vela que alcanzaban elevadas velocidades en
navegación de altura que sobrevivieron hasta las primeras décadas del siglo XX.
La revolución en los transportes y en las comunicaciones multiplicó los
intercambios e hizo posible la unificación del mundo.
8.
La nueva cultura política
"…el sistema
fabril transformó el equilibrio del poder político dentro de las naciones,
entre las naciones y entre las civilizaciones; revolucionó el orden social; y
cambió el modo de pensar del hombre en igual modo que su forma de hacer las
cosas…
Ahora, por primera
vez en la historia, tanto la economía como el conocimiento estaban progresando
con la suficiente rapidez como para generar un flujo continuo de inversión y de
innovación tecnológica" (Landes, La riqueza y la pobreza de las naciones).
El análisis
expresado por Landes en este documento ha sido acusado tanto de monocausal como
de eurocéntrico. Sin embargo, no cabe duda que la revolución industrial produjo
en el mundo occidental, en un período de tiempo relativamente corto, un cambio
en las condiciones materiales de vida de todas las personas como no se había
experimentado nunca anteriormente. Podemos decir que por primera vez se vio
vitalmente afectada toda la sociedad. En momentos anteriores ya habían ocurrido
cambios muy importantes tanto filosóficos (racionalismo), como científicos
(leyes de la dinámica celeste), pero su efecto social era muy limitado, habían
influido en un número de personas muy reducido, aquella élite capaz de
asimilarlos. Aunque básicos para la propia revolución industrial, no habían impregnado
aun masivamente a todo el tejido social.
Igualmente fue la
fábrica la que dio lugar a la aparición del "conflicto de clases" con
dos protagonistas destacados, por una parte la enriquecida burguesía y por otra
el proletariado, producto de la masiva migración del campo a las ciudades y de
la división del trabajo.
La magnitud de los
efectos sobre la sociedad de su tiempo dio lugar a una profunda reflexión
intelectual, que podemos encuadrar en dos vertientes. De una parte aparece la
cuestión social y el conflicto de clases. Como anteriormente hemos visto, la
revolución industrial acarreó un incremento de la producción que, superando al
crecimiento demográfico, permitió un importante crecimiento de la renta per
cápita y también una mayor distribución de la riqueza, la burguesía frente a
los terratenientes. Junto a ello, las masivas migraciones produjeron una
concentración obrera alrededor del lugar de trabajo, el hacinamiento de
viviendas en los barrios obreros en torno a las fábricas y duras condiciones
del trabajo, incluso para mujeres y niños. Todo ello magnificó la percepción de
las desigualdades y desembocó en el conflicto social de las dos clases
emergentes, burguesía y proletariado.
De otra parte el
éxito material alcanzado se atribuyó al progreso científico y más concretamente
al empirismo del "método científico" basado en la observación de los
hechos. Se pensaba que la aplicación del empirismo a las relaciones humanas,
podía dar lugar al descubrimiento de las leyes que rigen el comportamiento
social de las personas, y al desarrollo de las técnicas para modificar este
comportamiento en beneficio de los individuos. Sería posible reordenar
científicamente la sociedad, convulsionada por las revoluciones políticas y
económicas precedentes, y remediar los males que la aquejaban.
Nacimiento
de la idea social
La revolución
industrial dio lugar a una sociedad más ágil, permeable y compleja que la
existente hasta entonces. El cambio esencial que se produjo fue la sustitución
de la estructura estamental del Antiguo Régimen (en la que los individuos
adquirían un estatus por su nacimiento) por la clasista (en que el estatus
estaba determinada por los bienes materiales). Las clases privilegiadas en el
Antiguo Régimen (nobleza y clero) disfrutaban de exenciones fiscales y estaban
liberados de otras servidumbres, mientras que los pertenecientes al tercer
estado o pueblo llano debían pagar impuestos para sustentar a los otros dos
estamentos. Además, estaban sujetos a una serie de normas que les impedían comerciar
libremente, contratar o ascender a otro estamento. En la nueva sociedad, de
acuerdo con los principios del liberalismo, la ley debía ser igual para todos y
ningún puesto o función debía ser monopolio de un grupo social; también se
contemplaba la libertad económica, con la desaparición de las normas que
limitaban la posibilidad de producir bienes y comerciar con ellos.
Como es lógico las
diferencias económicas subsistieron, mientras que la riqueza y las
posibilidades de hacer buenas inversiones y negocios continuaba estando en un
número reducido de personas, la gran mayoría tenía que trabajar por cuenta
ajena para subsistir. Pero estas diferencias, en todo caso, permitían el
progreso sin las cortapisas existentes en la sociedad estamental, de forma que
la valía del individuo podía prevalecer a la hora de ascender puestos. Aunque
los nobles continuaron a la cabeza de esa nueva sociedad de clases, la
burguesía desempeñó importantes cargos políticos, se enriqueció gracias a los
negocios y pudo incluso ostentar títulos nobiliarios.
El capitalismo, que
se basaba en la propiedad privada de los medios de producción, fue el sistema
económico del liberalismo, fundamentado en unos principios doctrinales propios
que servían para dar respuesta a las necesidades planteadas en esos momentos.
Como ya hemos visto, tuvo como consecuencia la aparición del proletariado y el
aumento de poder de la burguesía. Para la construcción de fábricas y
adquisición de maquinaria los empresarios necesitaban acumular capitales y para
conquistar mercado era preciso abaratar la producción en una etapa de gran
competitividad. Las empresas encontraban con facilidad abundancia de obreros en
paro, a los que podían pagar salarios muy bajos; se daban numerosas situaciones
de abuso, ya que estos salarios no sólo eran insuficientes, sino que además no
estaban regulados y podían variarse según las necesidades del que contrataba.
Las mujeres y los
niños debían trabajar también, pese a las malas condiciones laborales, para
completar las necesidades de la familia. Los trabajadores más desarraigados
eran los que venían del medio rural y se encontraban en un ambiente desconocido
sin posibilidades de encontrar ayuda. Pero las ciudades industriales no eran
peores que las míseras aldeas, ni las condiciones del obrero industrial se
diferenciaban mucho, en lo que a calidad de vida se refiere, de las del
campesino pobre.
Hasta que se inició
la industrialización la mayor parte de la población trabajaba en la agricultura
y vivía en comunidades rurales de reducido tamaño. Las ciudades eran centros
administrativos y comerciales relativamente pequeños. La creación de industrias
en las ciudades y la emigración dio lugar a un mayor poblamiento de los núcleos
urbanos, con barrios cercanos a los centros industriales, en los que se
levantaron edificios sin ningún tipo de planificación en lugares contaminados
por el humo de las fábricas, carentes de alcantarillado y agua corriente. En
estas precarias casuchas era habitual que toda una familia viviera hacinada en
una sola habitación. El trabajo en las fábricas era monótono, con jornadas
interminables que llegaban hasta las catorce horas, en algunos trabajos se
manipulaban sustancias peligrosas para la salud, como el fósforo, que producía
malformaciones óseas y en la minería eran corrientes los accidentes mortales.
Estas situaciones
precarias fueron analizadas por los socialistas "utópicos", o
primeros teóricos del socialismo, críticos con el sistema capitalista, que
ponían de manifiesto las grandes desigualdades sociales y ofrecían alternativas
o proyectos tomando como base las ideas ilustradas; estaban en contra del
liberalismo económico, del capitalismo y defendían un mundo más justo y
solidario. Los representantes más destacados de este movimiento fueron:
Owen, nacido en
Newtown, Montgomery (Inglaterra), trabajó como socio en una fábrica de hilado
de Manchester; en 1801 se hizo cargo de un negocio de algodón de su suegro que
administró con eficacia consiguiendo una discreta fortuna; fundó una escuela,
con la que alcanzó un relativo éxito, en la no se administraba ningún tipo de
castigo ni recompensa; esta actividad le animó a idear un sistema de educación
para renovar la sociedad; en 1812 publicó una obra titulada Una nueva visión de
la sociedad en la que proclamaba la igualdad absoluta de derechos y la
abolición de toda superioridad, tanto económica como intelectual y mostraba su
preocupación por la vida de los obreros. En su fábrica de tejidos de New Lanark
(Escocia), fundó una colonia de propiedad colectiva con viviendas para los
obreros y escuelas para sus hijos; en la fábrica las jornadas laborales eran
más reducidas que en las otras industrias y se vivía en un ambiente libre de
prejuicios religiosos, pero este ensayo no triunfó; en 1823 Owen se trasladó a
Estados Unidos y fundó en Indiana una colonia con características parecidas a
las de su anterior industria, que llamó New Harmony, que pronto tuvo que
clausurar, al llenarse de aventureros y vagabundos. En 1827 volvió a
Inglaterra, siguió promocionando el socialismo y ensayó otras dos nuevas
experiencias comunitarias sin éxito. En 1848, arruinado por la quiebra de su
último proyecto, publicó su obra Libro del nuevo mundo moral, siguiendo el
ideario socialista-comunista. Al estallar la revolución de 1848 en Francia,
intentó que el nuevo gobierno francés de la segunda república adoptara su
ideario, pero no lo consiguió, muriendo en 1858 en Newtown, su ciudad natal.
El noble francés de
Rouvroy, duque de Saint-Simon, escritor político, teórico del socialismo y
positivista, nacido en París, también se preocupó durante toda su vida por
denunciar en sus escritos las injusticias sociales que veía a su alrededor;
participó en la guerra de independencia de las colonias norteamericanas y
durante la revolución francesa renunció a su título y se hizo republicano. En
1794, después de pasar una temporada en la cárcel, pretendió mover las
conciencias de capitalistas para crear un banco destinado a "trabajos
útiles para la comunidad"; más tarde, sumido en la miseria, intentó
propagar su doctrina fundamentada en un socialismo moderno. Escritor muy
prolífico, fundó varios periódicos, el más importante llamado L'Organisateur,
en el que publicó sus famosas Parábolas de Saint-Simon, por las que de nuevo
fue encarcelado. Entre sus obras más importantes están El sistema industrial y
El catecismo de los industriales. Murió en 1825 en la mayor de las miserias.
Seguidor de las
ideas de Saint-Simon, fue Leroux. Nacido en Bercy, en el seno de una familia
humilde, que a pesar de sus escasas posibilidades le proporcionó una buena
formación secundaria. Para ayudar a su familia, cuando falleció su padre,
empezó a trabajar como tipógrafo en una imprenta, donde pronto pasó a ser
corrector. Más tarde inició su actividad como escritor publicando artículos
filosóficos en el periódico Le Globe, del que llegó a ser el principal
redactor. Liberal y antimonárquico, entró en la masonería y en la sociedad de
los carbonarios. Pronto simpatizaría con las ideas de los
"sansimonianos", y con ellos convertiría el periódico Le Globe en
portavoz de sus doctrinas. Posteriormente, entre 1836 y 1843 publicó la
Encyclopédie Nouvelle, y la Revue Indépendante entre 1841 y 1848, donde
expondría sus ideas sobre un deísmo nacional que reemplazara a la religión
cristiana. Fue diputado de la Asamblea Constituyente y de la Asamblea Nacional
en 1849. Creador del término "socialismo", luchó por los derechos de
los trabajadores. Murió en París en 1871 después de una prolífica carrera como
escritor y político.
Fourier, nacido en
Besançon (Francia), fue inventor de un sistema con el que pretendía encauzar
las pasiones humanas hacia un fin útil para la comunidad; proyectó una sociedad
ideal llamada falansterio, habitado por unos dos mil individuos, en la que cada
uno debía realizar el trabajo que deseara, procurando siempre que éste fuera
agradable para obtener el bienestar universal. Los trabajadores debían
agruparse en capital, trabajo y talento, la propiedad sería colectiva, con un
reparto equitativo de beneficios. Publicó estas ideas en Lyon, en 1808, en una
obra titulada Teoría de los cuatro movimientos. Sus discípulos pusieron varias
veces en práctica estos planes para redimir a la sociedad, fracasando siempre.
Murió en 1837 en París.
Blanc, nació en
Madrid, donde estaba destinado su padre inspector de hacienda del rey José I,
en plena guerra de la independencia. Terminada la contienda, la familia Blanc
volvió a Francia y entró en el colegio de Rodez. Desde muy joven publicó
artículos sobre política, poesía y se interesó por la historia. En 1834 colaboraba
en revistas de vanguardia como la Nouvelle Minerve y la Revue Républicaine.
Poco después fundó la Revue du Pregresse Politique, donde expuso sus ideas
sobre la organización del trabajo, achacando la miseria social al
individualismo y pidiendo solidaridad. En 1848 fue miembro del gobierno
provisional revolucionario: entre otras medidas pidió la supresión de la pena
de muerte y fundó "talleres sociales", mantenidos por el estado, sin
la participación de inversores, para emplear a los parados. La fuerte oposición
de la burguesía supuso el cierre de dichos talleres, y el levantamiento de los
obreros ante esa medida fue reprimido con gran dureza. Blanc tuvo que huir a
Inglaterra, donde vivió durante veintidós años. Desde su exilio publicó
numerosas obras, y fundó un periódico, Le Nouveau Monde. Volvió a Francia
después del derrocamiento del segundo imperio y fue miembro de la Asamblea
Nacional. Combatió en la comuna de París, desarrollando siempre su actividad
política en la extrema izquierda. Murió en Cannes el 6 de diciembre de 1822.
Blanqui nació en
Puget-Théniers, Alpes Marítimos (Francia). Estudió derecho y medicina en París
y tuvo que ganarse la vida como preceptor hasta que se sintió atraído por la
política y se afilió a una sociedad secreta, pasando muchas etapas de su vida
en la cárcel por sus actividades revolucionarias. Organizó el movimiento
estudiantil en París, estuvo siempre en contra de la monarquía y fue un
destacado teórico del socialismo utópico. Sus obras ejercieron con una gran
influencia durante el siglo XIX. Sus continuas actividades revolucionarias, su
activo liderazgo fueron la base de la corriente revolucionaria denominada
blanquismo. En 1848 conspiró activamente durante el reinado de Luis Felipe,
fundó el Club Central Republicano y amenazó continuamente al gobierno
provisional. De nuevo en la cárcel por revolucionario, no logró la libertad
hasta 1859 gracias a una amnistía. Fundó el periódico La Patrie en Danger, que
deja pronto de publicarse por falta de medios; en 1870 participó activamente en
la comuna de París, durante unas horas fue miembro del Comité de Salvación
Pública, ordenó el arresto del gobierno de la Defensa Nacional y trató de
incautar la Prefectura de Policía. Fracasó y fue de nuevo arrestado. En 1871
fue elegido miembro de la comuna, pero fue hecho prisionero en Versalles y
condenado a muerte. Más tarde se le conmutó la pena y fue desterrado a una
fortaleza de por vida. En 1872 publica la obra La eternidad a través de los
astros, y fundó un nuevo periódico, Ni Dieu ni Maître, de muy corta vida por
falta de fondos. Murió en 1881 en el destierro.
Cabet, nacido en
Dijon, estudió la carrera de abogado, que ejerció unos años sin gran
brillantez. En 1830 fue nombrado procurador general de Córcega, pero sus ideas
avanzadas provocaron pronto su revocación. Participó en la revolución de 1830,
se instaló en París, fue elegido diputado por Dijon y colaboró en el diario
ultra Le Populaire, donde publicó panfletos incendiarios. Fue miembro de la
sociedad secreta de los carbonarios, socialista utópico y en su novela Viaje a
Icaria, publicada en 1842, trató de demostrar la superioridad del socialismo
sobre el capitalismo. En 1847 obtuvo una concesión de tierras en Texas para
instalar una sociedad ideal con un grupo de discípulos que cedieron sus bienes
a favor de la comunidad. En 1848, después de la revolución en la que no
participó se instaló en Texas, pero en su colonia ideal no había más que peleas
y discordia y se trasladó a Illinois con unos pocos discípulos. En 1850 fueron
expulsados por los mormones, pero no pudo volver a Francia, donde había sido
condenado a dos años de prisión en rebeldía y pidió la ciudadanía
norteamericana. En 1854, después de pasar algún tiempo en Francia, volvió a
Illinois para disolver su sociedad, y allí falleció en 1856.
El
positivismo
En su sentido más
amplio se entiende por positivismo toda corriente filosófica que proclama que
sólo el conocimiento basado en la observación y evaluación de los datos
empíricos es sólido y fiable. Se contrapone al idealismo y excluye como fuente
de conocimiento las especulaciones metafísicas y las ideas apriorísticas.
En un sentido más
restringido, que es el que aquí nos ocupa, se aplica a la filosofía derivada
del pensamiento de Comte, que dio origen y nombre a la ciencia de la
sociología. Comte, hijo de un funcionario del fisco, nació en Montpellier,
Francia, en el seno de una familia profundamente católica y lealmente
monárquica, pero los aires republicanos y el escepticismo que dominaban la vida
francesa hicieron que desde muy temprano, a la edad de catorce años, abandonara
deliberadamente estos orígenes ideológicos. Con dieciséis años ingresó en la
École Polytechnique, donde se impartía una sólida formación en matemáticas,
ciencia e ingeniería. Por su carácter indisciplinado fue expulsado dos años más
tarde de la institución en la que todas las horas del día debían ajustarse
estrictamente a rígidos horarios; pero ya por entonces los conocimientos
adquiridos le han dado el impulso para concebir la necesidad y creer en la
posibilidad de extender los métodos científicos de la física al estudio y
mejora de las relaciones sociales. La creación de una nueva ciencia a la que
dio inicialmente el nombre de "física social" y luego el de
sociología pasó a ser la misión de su vida. Su carácter dogmático le llevó a
concebir el positivismo como una religión oficiada por los científicos y de la
que él mismo sería el sumo sacerdote. En 1817, sustituyendo al historiador
Thierry, entró a colaborar como secretario con Saint-Simon durante siete años.
Tras romper con él, por pensar que se había apropiado de sus ideas y no le
había dado el crédito merecido por sus contribuciones a sus escritos, comenzó
una andadura en solitario. Murió en París a los 59 años.
En su libro Curso
de filosofía positiva estableció las bases de su doctrina con su aserto de que
tanto la humanidad en su conjunto como el individuo en su desarrollo personal
pasaban por tres etapas o estadios de desarrollo y conocimiento. En el primero,
estadio teológico o mágico, el hombre busca la explicación de los fenómenos de
la naturaleza en poderes sobrenaturales o divinos. No importa que el enfoque
sea mono o politeísta, en definitiva se trata de que la voluntad de seres
sobrenaturales determina la ocurrencia de los fenómenos que el hombre observa.
El segundo estadio es el metafísico; lo teológico sobrenatural es
despersonalizado y reemplazado por cualidades abstractas radicadas en las cosas
mismas. Son las esencias, fuerzas vitales y otros tipos de cualidades ocultas
las que explican su naturaleza y determinan su comportamiento, lo que no
resulta de ninguna utilidad. Solamente la tercera etapa, la científica o
positiva, permite al hombre "observar-prever-actuar". No importa
saber lo que las cosas son sino cómo ocurren. La tarea de las ciencias es la de
observar las regularidades de los fenómenos naturales y de ellas derivar las
leyes generales que los rigen. De esta forma se podrá controlar la naturaleza e
incluso la sociedad, asegurando el orden social. Junto a la "ley de los
tres estadios", Comte presentó la idea de que las ciencias están ordenadas
jerárquicamente formando una pirámide de seis niveles. Las ciencias que se
encuentran en cada nivel requieren y presuponen el suficiente desarrollo de
todas las demás ciencias en las que se apoyan. El nivel inferior lo constituyen
las matemáticas, ciencia que tratando los aspectos más abstractos del
conocimiento no necesita para su desarrollo de ninguna otra. En los niveles
sucesivos nos vamos encontrando a la astronomía, física, química y biología
(que para él incluye a la psicología). El vértice de la pirámide está
constituido por la sociología, la última y la más grande de todas las ciencias
a las cuales integra y sintetiza en un todo cohesionado. Esta ciencia de la
sociedad es la última en aparecer por ser la que trata los fenómenos más
complejos y por consiguiente necesita el desarrollo previo de las demás cuyas
conclusiones utiliza.
Dentro del
positivismo del siglo XIX podemos citar junto a Comte, al filósofo, político y
economista británico Mill y a Spencer, que gozó de una enorme popularidad en
Gran Bretaña y en Estados Unidos hasta el punto de que su obra más famosa,
Estudio de sociología, llegó a publicarse en la prensa por entregas. Frente al
intervencionismo social propugnado por Comte, derivado de su concepción
religiosa de la nueva ciencia, los representantes británicos antes citados,
grandes admiradores de Smith, defendían que el progreso se alimentaba del
esfuerzo individual y propugnaban las ideas económicas del liberalismo.
Florentina Vidal Galache
en Ángeles Lario (coord.)
Historia contemporánea
universal
Alianza Editorial
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