Más allá de sus
zonas grises, pareciera que durante el primer peronismo se repite en el campo
intelectual, invertida, la polarización que domina en el resto de la sociedad
(una minoría de intelectuales adhiere al movimiento, mientras que la mayoría lo
rechaza). Sin embargo, esta imagen oculta fenómenos de modernización en las
diversas disciplinas (la historia, la crítica literaria, la sociología),
algunos de los cuales comenzaron durante el peronismo. La recepción de nuevos
horizontes teóricos (como el existencialismo de Sartre) va a confluir con una necesidad
en la que distintas voces coinciden: inmediatamente después del 55, se transforma
en un imperativo repensar "el hecho peronista".
Esta lección
difiere de las anteriores en algunos aspectos. En primer lugar, ocupa menos
espacio relativo que las precedentes. Esto se debe a que mis exposiciones anteriores
dependieron, en buena medida, de conocimientos del pasado producidos por otros
investigadores a lo largo de mucho tiempo, incluso hasta la actualidad. En cambio,
sucede que, a medida que nos acercamos a nuestro presente, esos estudios son
menores en cantidad y sus afirmaciones resultan menos consolidadas.
Además, también a
medida que nos acercamos al presente, yo mismo me encuentro con un tiempo y con
acontecimientos que fueron parte de mi vida. Se sabe que, cuando ello sucede,
la distancia con respecto a lo estudiado es mucho menor que cuando hablamos,
por ejemplo, de Esteban Echeverría, y por ende resulta más difícil asegurar la
objetividad de lo que se dice. Claro que eso que llamamos "objetividad"
en última instancia no existe, puesto que siempre se piensa desde un conjunto
de ideas y valores previos. Pero sin duda la distancia temporal ayuda a que ese
ideal de objetividad, inalcanzable aunque siempre deseable, resulte más
factible.
De todos modos,
haré ese esfuerzo, pero aquí los lectores deben afinar el espíritu crítico para
poder someter a duda aquellos aspectos que les resulten poco confiables en el
curso de lo que sigue. Mi esfuerzo está representado en el hecho de que he utilizado
desarrollos propios sobre el tema, lo cual puede haber determinado el carácter
menos abierto de la exposición que sigue.
Con estas
prevenciones, ingresamos entonces en la década de 1940, nuevamente refiriéndonos
a la situación política. Verificamos así que ésta es prácticamente una constante,
o al menos una situación recurrente. Es decir, que entre nosotros (y seguramente
en esto no somos originales en el mundo) la política ha sido un marco condicionante
de la práctica intelectual, ya sea porque se inmiscuyó directamente en dicho
quehacer (por ejemplo, dictando desde el Estado normas que debían respetarse, a
riesgo de sufrir desagradables consecuencias) o, más frecuentemente, porque
muchos intelectuales mantuvieron una relación estrecha con ella. Esto no
significa que la política haya determinado el contenido de la producción
intelectual. Significa en cambio que la política construyó los rieles, los
caminos, o al menos los contornos, por los que circularon las ideas.
En lecciones
anteriores hemos hablado acerca del principio de la autonomía como definición
del intelectual moderno. Si ahora miramos hacia atrás en estas mismas lecciones,
podremos encontrar, de parte de escritores, artistas e intelectuales en
general, distancias mayores y menores con respecto a la política. Pueden mencionarse
asimismo casos de escritores que se dedicaron con empeño y éxito a mantener la
autonomía de su obra. Pero eso no depende solamente de la vocación y el deseo
de los intelectuales: también depende en buen grado del papel que la política ocupe
en un período determinado en la vida de las sociedades. Es comprensible así que
esa autonomía resulte más difícil (aunque por cierto no imposible) en momentos de
fuerte politización e intensas tensiones políticas.
Aquí quería llegar.
Porque la etapa que ahora visitaremos se caracteriza justamente por una
presencia a veces abrumadora de la política en el escenario nacional. Muchos
intelectuales se vieron involucrados en dicha presencia, e incluso algunos optaron
por una plena participación en ella.
Precisamente, desde
los primeros años de la década de 1940, los posicionamientos políticos adquirieron
crecientes rasgos de un enfrentamiento radical. Esto es claro con respecto al
plano internacional, definido por la confrontación de la segunda guerra entre
el Eje (compuesto por la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón autocrático),
por un lado, y los Aliados (Estados Unidos, Inglaterra, Francia y fuerzas afines),
por el otro.
A diferencia de
prácticamente todos los países latinoamericanos, en esa contienda la Argentina
permaneció neutral; a eso se sumaron las conocidas simpatías pro fascistas e
incluso pro nazis de algunos miembros de los elencos de los gobiernos de facto
de la época. En cambio, la mayoría de los partidos tradicionales (conservadores,
radicales, socialistas, comunistas) formaron fila detrás de los Aliados.
Fueron justamente
estas últimas fuerzas las que, ante las elecciones de 1946, convocadas por los
ejecutores del golpe militar de 1943, determinaron que la opción se jugaba
entre democracia y fascismo. En cambio, el coronel Juan Domingo Perón definió
que en ellas se dirimía "un partido de campeonato" entre la
injusticia y la justicia social. Más allá de quién tuviera mejores razones, lo
que se instalaba como hecho definitorio era que se trataba de dos consignas que
apelaban a distintos e inconmensurables criterios de legitimidad. En efecto, la
democracia de sufragio universal responde a derechos políticos, y la justicia
social, a derechos sociales: bien pueden existir la una sin la otra.
Sea como fuere, lo
cierto es que, evaluado en sus rendimientos a partir de su victoria electoral,
el período abierto ese año se caracterizó por una notable redistribución
económica en favor de las clases populares, medida tanto en el nivel salarial
como en servicios sociales que otorgaron una amplia gama de beneficios. No se
trató solamente de indudables beneficios materiales; aquel fenómeno también fue
acompañado de una caída de la deferencia de los sectores populares hacia las escalas
superiores de la sociedad. Esto es, se quebró el reconocimiento que, en sistemas
jerárquicos, los de abajo deben profesar a los de arriba. Un ejemplo notorio
tuvo lugar ya avanzado el gobierno peronista, en una coyuntura fuertemente polarizada,
por el incendio del Jockey Club (símbolo por excelencia de las clases altas) a
manos de adherentes al peronismo (podemos remitirnos aquí a la lección sobre la
Generación del 80 para recordar "el lamento de Cané" por la caída de
esa deferencia que veía nacer en la sociedad porteña).
Volviendo a los
años 40, digamos que el liderazgo carismático notoriamente popular de Perón se
definió por sus rasgos plebiscitarios, esto es, por una relación directa entre
el líder y las masas, con la secundarización de las mediaciones
institucionales. Los actos masivos celebrados en la Plaza de Mayo, centrados en
el vínculo dinámico pero jerárquico entre el balcón y la plaza, entre el líder
que habla desde arriba a una masa que responde e interpela desde abajo, son la
representación espacial y escenográfica de ese vínculo.
Pero he aquí, sin
embargo, que el gobierno consensuado por la mayoría no dejó de apelar a la
coerción, violando libertades cívicas de los opositores mediante la censura, la
obligación de adhesión política de los funcionarios públicos, el control de los
medios de difusión y aun el encarcelamiento de opositores. El peronismo manifestó
así una voluntad monocrática, donde toda disidencia debía ser eliminada para
obtener un apoyo con tendencias unanimistas. Se reiteraba así ese carácter de un
proceso que marcha progresivamente según la lógica amigo-enemigo que hemos visto
en la lección VII con motivo del advenimiento del radicalismo yrigoyenista al gobierno,
y la de cerrada oposición por parte de los demás partidos políticos del momento.
Al observar el
panorama diseñado hasta aquí, podemos traducir estos fenómenos en términos objetivos
y concluir que, en esa mitad de la década de 1940, se efectivizó un proceso de
inclusión de las masas trabajadoras en la vida nacional por vía de un populismo
con rasgos autoritarios, y que esos dos rostros del peronismo determinaron una
evaluación igualmente antitética del período, según se lo mire desde el
privilegiamiento de la ciudadanía política o bien de la social; esto es, desde dos
escenarios que se presentaron superpuestos y simultáneos: la violación de derechos
políticos de la oposición y la ampliación de los derechos sociales de los trabajadores.
Es fundamental
comprender bien esto: antes que atribuir virtudes o maldades innatas a las
fuerzas políticas actuantes, una visión que pretenda explicar y comprender más
que juzgar podrá observar así los formidables efectos históricos que se generan
en las sociedades a partir de circunstancias que incluso los mismos actores
ignoran. Este tema fascinante y discutible, que aquí sólo puedo limitarme a mencionar,
nos sirve empero para avanzar hacia la siguiente consideración, porque alrededor
de esas miradas opuestas construidas sobre el peronismo es posible percibir que,
una vez más en nuestra historia política, se desató la ya conocida mutua denegación
de legitimidad. Como efecto de esta denegación, emergió el fantasma de "las
dos Argentinas", ya que, aun contando el oficialismo con un apoyo
electoral que en 1954 tocó el 63 por ciento, se mantuvo una oposición
irreductible siempre dispuesta a negar legitimidad al régimen gobernante.
Insisto, la denegación era mutua: en ese mismo año, el presidente Perón declaró
que sólo había dos fuerzas políticas en la Argentina, y que ellas eran el
pueblo y el antipueblo.
Estos rasgos
políticos gravitaron profundamente sobre el ámbito cultural. En principio,
porque la mayoría de los intelectuales se encontró de hecho o de derecho (y
muchos en continuidad con su militancia antifascista) formando en las filas del
antiperonismo. Menos son, por tanto, los nombres de intelectuales reconocidos
que han de encuadrarse en el movimiento gobernante. Podemos mencionar a
Leopoldo Marechal, Elías Castelnuovo, Nicolás Olivari, Carlos Astrada, Manuel
Ugarte, Ramón Doll, Ernesto Palacio, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz,
Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Manuel Gálvez, Delfina Bunge, Juan José
Hernández Arregui, Fermín Chávez, Cátulo Castillo, Julia Prilutzky, César
Tiempo, María Granata, Eduardo Astesano, Homero Guglielmini. También existieron
otros intelectuales que, sin incluirse en principio en las filas peronistas,
les brindaron su apoyo crítico, como Juan José Real, Rodolfo Puiggrós o Jorge
Abelardo Ramos.
Traducido al
terreno de la productividad intelectual, la revista peronista Sexto Continente,
dirigida por Alicia Eguren y Armando Cascella, resulta ilustrativa, dado que
(como señaló Mariano Plotkin) no pasará de ser una "mezcla incoherente de nacionalismo,
nativismo, catolicismo derechista y elogios al régimen".
A su vez, y también
en continuidad con lineamientos provenientes del golpe de 1943, el gobierno
peronista comenzó por delegar la educación en manos de la Iglesia católica,
dentro de la cual se ha subrayado el predominio del nacionalismo integrista, que
obtuvo un triunfo resonante con la implantación por ley de la enseñanza de la religión
católica en las escuelas. En verdad, es posible pensar que, carente de un programa
estructurado para el área educativa, en este sector la gestión peronista se preocupó
antes bien por expulsar toda voz disidente, por lo que contaminó la cuestión cultural
con una actitud de control político. Se produjeron así numerosas cesantías de profesores
opositores, y en las universidades la suma de renunciantes y expulsados determinó
una enorme pérdida de la planta docente.
Entonces, los
resultados sobre la cultura universitaria fueron claramente negativos: basta
hojear la revista de la Universidad de Buenos Aires de la época para encontrarse
no sólo con un contenido proveniente del rancio integrismo católico, sino también
con un nivel intelectual escasamente estimulante, en especial si se lo coteja con
las radicales preocupaciones e innovaciones que habitaban el mundo de la segunda
posguerra. Pensemos, por ejemplo, que la Argentina permanecía cerrada a las
inquietudes que atravesaban ese mundo convulsionado, que se expresaban tanto en
la literatura como en el cine y en las artes en general (el existencialismo, el
cine del neorrealismo italiano y de Ingmar Bergman, el teatro de Samuel
Beckett, el experimentalismo en las artes plásticas, y un extenso etcétera).
Por otra parte, la
consigna "Alpargatas sí, libros no" representó el abismo abierto entre
el mundo de estudiantes e intelectuales y el mundo de los trabajadores, y resultó
un eslogan tan sentido que fue entonado en el asalto de una manifestación peronista
a la Universidad de La Plata.
Esa fisura continuó
profundizándose, con las consecuencias imaginables sobre la sociedad entera.
Del mismo modo, la designación de Oscar Ivanisevich como interventor de la
Universidad de Buenos Aires y ministro de Educación hasta 1950 es la muestra
palpable del corte entre Estado, por un lado, y cultura progresista y cosmopolita,
por el otro. Para eso debemos recordar la actitud antiliberal e irracionalista
no exenta de histrionismo del funcionario peronista, quien no vaciló en calificar
de "degenerado" al arte abstracto. Otro tipo de función del
autoritarismo en este terreno puede verse en la expulsión de los miembros de la
Academia de Letras por no haber avalado la candidatura al premio Nobel de
Literatura de Eva Duarte de Perón por su libro La razón de mi vida, así como la
circunstancia de que la cesantía pendía constantemente sobre maestros y
profesores que no brindaran demostraciones de fidelidad o al menos de obediencia
a los mandatos gubernamentales.
No obstante,
llegados a este punto, debemos esforzarnos por dar cuenta de las diferencias y
los matices. Así, también es cierto que, en 1948, desde el Estado, era posible
organizar un encuentro internacional de filosofía con nombres relevantes dentro
del campo, o promover luego la participación de artistas en algunas muestras y
políticas culturales, ya que en el terreno de las artes plásticas también el antiperonismo
nucleaba lo más significativo de los artistas del momento. Muchos de ellos
habían participado, en septiembre de 1945, en el Salón Independiente, ocasión que
Antonio Berni aprovechó para vincularlo con la reciente manifestación
antiperonista denominada "Marcha por la Constitución y la Libertad".
Mientras algunos ponían sus obras al servicio de la causa antifascista y antinazi
(es el caso de la artista plástica Raquel Forner), los movimientos abstractos
geométricos como Madí y Arte Concreto-Invención, con Gyula Kosice y Tomás
Maldonado, defendían la autonomía del arte mediante el acceso a un mundo de
valores abstractos correspondiente al "internacionalismo sin fronteras"
de Jorge Romero Brest.
Se evidencia así
que existieron manifestaciones culturales que o bien no fueron reprimidas por
el Estado, o bien llegaron a ser promovidas por éste, preservándose zonas donde
intelectuales opositores hallaron un espacio para continuar su práctica y su
producción. De tal modo, en las artes plásticas continuaron celebrándose exposiciones
tanto estatales como privadas de arte moderno europeo, y hacia 1952 (como
recuerda Andrea Giunta) "los artistas abstractos llegan a ocupar un lugar destacado
en exposiciones oficiales", mientras la del Museo Nacional de Bellas Artes
de 1952-1953 sobre arte argentino incluyó todas las tendencias, en un ámbito de
pluralismo ideológico y estético. Análoga permisividad (así haya sido por desinterés)
puede haber posibilitado, en la poesía, la supervivencia del surrealismo,
siempre con la jefatura de Aldo Pellegrini, y la emergencia en 1950 de la
revista de vanguardia Poesía Buenos Aires, dirigida por Raúl Gustavo Aguirre.
Naturalmente,
podría decirse, el gobierno aplicó prácticas de control y censura sobre las
manifestaciones artísticas o intelectuales que alcanzaban a sectores más amplios
que los intelectuales, como es el caso del cine. Pero aun allí el panorama resulta
también algo más matizado que lo supuesto. Como ha señalado Clara Kriger, junto
con los filmes expresamente destinados a la propaganda oficial sobre los logros
gubernamentales (turismo social, planes de vivienda) o donde se explicitan
tópicos del programa peronista (conciliación de clases y de conflictos mediante
el arbitraje del Estado), existieron otros con una problemática social de
denuncia más amplia, de los cuales Las aguas bajan turbias (Hugo del Carril,
1952) es el ejemplo más citado. De todos modos, en el reverso, películas
antinazis como El gran dictador sólo pudieron exhibirse aceptando la censura de
un pasaje del discurso antiautoritario que enunciaba Charles Chaplin al final
del filme (si se me permite una intromisión personal, entre mis recuerdos de
adolescencia figura la sorpresa al final de dicha película, cuando, en el cine
del pueblo, los espectadores veíamos que Chaplin gesticulaba pero no podíamos
escuchar lo que decía porque su voz había sido acallada).
¿Qué ocurrió entre
tanto con los escritores y artistas opositores? Pues bien, aquí también la
historia es más matizada de lo que suele suponerse, puesto que ellos encontraron
espacios de resistencia y producción cultural desde donde se editaron revistas
como Realidad, Imago Mundi o Ver y Estimar, mientras Sur configuraba aún el
principal medio de la intelectualidad liberal. Además siguieron funcionando espacios
alternativos como el Colegio Libre de Estudios Superiores y el Instituto Libre de
Segunda Enseñanza, a la par que el teatro independiente no sólo sobrevivió sino
que alcanzó desarrollos considerables; numerosas (y las más importantes)
editoriales y librerías fueron otro campo de refugio y creación para los
intelectuales antiperonistas (alguna vez Leopoldo Marechal declaró que en esa
época le resultaba difícil publicar porque la mayoría de las editoriales
estaban en manos de opositores al peronismo).
Entonces, hasta
aquí hemos delineado un mapa del campo intelectual, que reproducía la escisión
política de la sociedad entre peronistas y antiperonistas. Sólo que mientras en
ella el peronismo era francamente mayoritario, esta proporción se invertía al
llegar al mundo de los intelectuales. Pero si bien la polarización así planteada
era dominante, también es cierto que no dejaron de existir franjas intermedias,
zonas grises, que tuvieron su representación en el campo intelectual.
Así, en un círculo aún
más interior de aquel mapa escindido en dos esferas, podemos detectar una línea
de progresiva ruptura e innovación. Si tomamos el caso de la ciudad de Buenos
Aires, el fenómeno más destacado en la investigación hasta el momento aquí
tratado es el de una constelación de estudiantes que se constituye hacia 1950
en el Centro de Estudiantes de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires. Sus posiciones pueden seguirse a través de las revistas Centro y luego
Contorno. Son los llamados "denuncialistas", entre quienes podemos
mencionar a los hermanos Ismael y David Viñas, Carlos Correas, Juan José
Sebreli, Oscar Masotta, León Rozitchner, Noé Jitrik, Ramón Alcalde, Adolfo
Prieto. Ellos mismos se conciben como tales y también como una generación sin
padres, aunque hallaron en Ezequiel Martínez Estrada un referente en cuanto a
su abordaje crítico de la realidad nacional, afinado con una tonalidad
desgarrada y comprometida.
En algunas notas de
la revista Centro es posible percibir que la fuente de ese malestar en la
cultura se ubica en lo que podríamos llamar un "cruce de caminos". Dado
que, si bien se observa que en otros sitios del mundo también los más jóvenes procesaban
con furia los resultados más dramáticos de la segunda guerra mundial, los
jóvenes argentinos los miraban con envidia al reconocer que aquellos otros
podían obtener un beneficio compensatorio en la apertura de un espacio de
renovación y experimentalismo. En cambio, en la Argentina, estos estudiantes
daban cuenta de su desazón ante el ambiente de mediocridad imperante en la vida
cultural en general y en la universidad peronista en particular. Es lo que
puede leerse en el número de mayo de 1953 de Centro: la enseñanza es
deficiente, la cátedra revela incapacidades intelectuales o éticas, el libre
intercambio de ideas está bloqueado.
He aquí que, sin
embargo, por senderos complejos y destinados a no encontrarse, el
existencialismo sartreano brindó una estructura de sensibilidad adecuada.
Sabemos que la introducción en la Argentina de los escritos literarios y
filosóficos de esta tendencia, en un sentido amplio, había comenzado
tempranamente. Indiquemos a continuación algunos de ellos.
En 1939, Sur había
presentado una traducción del cuento "El cuarto" de Jean-Paul Sartre.
También la novela El túnel de Ernesto Sábato marcó con su aparición, en 1948,
la presencia de estas influencias entrelazadas con la obra de Albert Camus. Desde
la revista Capricornio, dirigida por Bernardo Kordon, se presentó al público argentino
una célebre polémica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus. Incluso la presencia
del sartrismo puede hallarse a través de Miguel Ángel Virasoro en la Facultad
de Filosofía y Letras porteña, a la cual concurrían los denuncialistas y que tenían
como eje de su sociabilidad. Prontamente, desde la editorial Losada se tradujo la
obra de Sartre en forma sistemática. También en la década de 1950, desde las mismas
páginas de la revista de Victoria Ocampo, Juan José Sebreli fue quien expresó
con mayor productividad la aplicación del credo sartreano a temas nacionales.
Ahora bien, podemos
preguntarnos qué temas, estilos o imágenes de intelectual ofrecía el
existencialismo francés a estos jóvenes intelectuales. Sin duda, todos ellos se
concentraban en la noción del "compromiso", central en el credo
existencialista. Esta idea formará parte del editorial de presentación de la
revista dirigida por Sartre y titulada Les Temps Modernes, en septiembre de
1945: "El escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute.
Y cada silencio también". Años después, Sebreli repetirá esa consigna
entre nosotros: "El hombre es responsable hasta de lo que no hace; todo
silencio es una voz, toda prescindencia es elección". He aquí un fenómeno
claro de recepción de una misma temática en contextos heterogéneos, porque, en
un caso, se hallaba inscripta en el mundo de la ocupación de Francia por
Hitler, la resistencia y el colaboracionismo, y la posterior derrota del nazismo,
mientras en la Argentina se correspondía con el desarrollo y triunfo del movimiento
nacional-populista peronista.
El operador que permitía
esa traducción se apoyaba precisamente en la noción de "compromiso".
Para entender esto debemos recordar que, para el canon existencialista
sartreano, el intelectual (como toda existencia humana) está inexorablemente arrojado
en una situación (o un "contorno"), y debe dar cuenta de lo que hace
en esa circunstancia a partir de su libertad, concebida como inexorable. Precisamente,
el existencialismo había definido al ser humano a partir de su pura libertad, y
por ende estaba condenado a construirse a sí mismo de manera permanente. Es
decir, no hay nada en él que lo destine a ser algo ya definido, no hay ninguna
naturaleza o esencia previa que tenga que desarrollarse en él; no es más que la
suma de sus actos. Esto se expresaba en una consigna que sonaba de este modo: ser
es existir o, más técnicamente, "la existencia precede a la esencia".
Dicho de otra manera: no hay nada hecho de una vez y para siempre en nosotros;
no somos sino la sumatoria de nuestros actos.
Es importante
comprender entonces que la "teoría del compromiso" permitía así un
doble movimiento: involucrarse en una situación político-social determinada,
pero sin abandonar el campo intelectual. Esto es, el intelectual participa (a
la Sartre) de los debates públicos, pero lo hace desde su condición de
intelectual, manteniendo distancia con la práctica política partidaria. Veremos
de qué forma esta posición irá variando en los años siguientes.
Hemos determinado
entonces dos líneas que definen el tipo de participación de los intelectuales
de Contorno: una actitud dramáticamente denuncialista y un mandato de compromiso
con su situación histórica y político-social. Sumémosle un último rasgo, que
podríamos llamar "corporalista" o "materialista" en un
sentido amplio. Este rasgo está presente en algunos títulos de las novelas de
David Viñas, como Dar la cara o Cuerpo a cuerpo. Este posicionamiento se
colocaba en las antípodas del "espiritualismo" (también dicho en un
sentido amplio) de la revista Sur o del suplemento literario del diario La
Nación. Es decir, lo que se buscaba era remarcar la densidad del enraizamiento
de los seres humanos en una realidad compleja, viscosa, inexorable, que no
puede ser eludida mediante las ensoñaciones del espíritu o las fugas de las llamadas
"almas bellas" de su condición terrenal y de las miserias de su
época.
Comprendemos ahora
que algunos términos que han ido apareciendo en esta lección (palabras como "denuncialismo",
"compromiso" y "corporalismo") conforman una grilla, una
perspectiva que permite organizar un primer sistema de simpatías y rechazos
dentro de la tradición intelectual argentina. Desde el área de los denuncialistas,
por ejemplo, simpatías hacia Ezequiel Martínez Estrada y Roberto Arlt, así como
rechazos hacia Eduardo Mallea y Jorge Luis Borges. De tal modo, en el número de
Contorno de diciembre de 1954, David Viñas rescata al primero como uno de los
que "asumieron la dramática ocupación de ejercer la denuncia". En cambio,
un año antes y también desde Contorno, el mismo Viñas caracterizaba a Mallea
como miembro de esa generación de 1925 "que en su mayoría se debate en una
introspección tan aguda como pasiva" y que ha quedado reducida al
ejercicio discursivo y a la labor estrictamente estética. En 1955, desde la
misma revista, León Rozitchner cuestiona en Mallea la ausencia de "una
apertura sobre lo prohibido, por la irreverencia ante el poder actual, por la
infracción" que debe caracterizar a todo intelectual crítico.
Empero, existía un "punto
de distinción", una diferencia también con respecto a Martínez Estrada,
que no dejará de ampliarse. Lo que se rechazaba de éste era su visión
determinista de la realidad nacional a partir del telurismo, es decir (según vimos
en la lección anterior), a partir de los caracteres de la naturaleza argentina
o americana, según la cual la pampa aparecía como un destino. Sebreli lo señaló
de ese modo en el epígrafe de su libro sobre el autor de Radiografía de la
pampa: "La naturaleza es de derecha". Y es de derecha porque es
inmodificable, mientras que el grupo Contorno apuesta a una modificación, a un
cambio de la realidad que denuncia. Este punto de distinción marcó entonces un
pasaje hacia lecturas de la realidad en clave histórica y social, donde
aquellas lacras nacionales tuvieran no sólo una explicación, sino además una
posible estrategia de modificación.
Dicha distinción se
rebelaba asimismo contra el ontologismo telúrico y ahistorizado, contra la
observación de la realidad americana como una esencia condenada a reiterar
siempre los mismos males incorregibles. Quien mejor expresó esta última postura
fue Héctor A. Murena, quien desde El pecado original de América, publicado en
1948, persistía en una línea de análisis martinezestradiana y extendía su
influencia sobre Rodolfo Kusch y F.J. Solero dentro de Contorno. En el caso de
Murena, su escrito ya registra el clima dramático de la segunda posguerra y su
ingreso en el período amenazador de la guerra fría, para lo cual adoptará el
estilo angustiado del existencialismo sartreano de El ser y la nada. Así, el
exilio del mundo del espíritu haría pesar sobre argentinos y americanos una
culpa acompañada por una soledad absoluta.
Empero, prestemos
atención a que un rasgo fundamental de la cultura intelectual de esos años reside
en que este tipo de ensayística esencialista fue cuestionado y desplazado desde
dos perspectivas de análisis. Por un lado, a partir de la ya señalada interpretación
que incluye variables sociales e históricas; por otro, debido a la emergencia
de la sociología anglosajona importada por Gino Germani.
De todos modos, no
bien se advierten en esta fracción intelectual actitudes y opiniones que
revelan un talante diverso del que caracterizaba a la franja liberal, es evidente
que aquello que los seguía reuniendo era la común oposición al peronismo. En un
ambiente de creciente violencia y radicalización entre peronistas y antiperonistas,
este emblocamiento parecía inevitable. De tal modo, la revista del CEFYL
convoca para sus conferencias y concursos a conspicuos representantes del ala
liberal (Francisco Romero, Vicente Fatone, Risieri Frondizi) y valora algunas
de sus revistas, como aquellas que escapan a la medianía generalizada.
No obstante, es
cierto que no se encuentran en estas expresiones la sensación de "casa
tomada" o de auténtico bestiario (que Cortázar diseñará en 1951 en su descripción
de un baile popular en "Las puertas del cielo"), ni el rencoroso desconocimiento
de la legitimidad del peronismo del cuento de Borges y Bioy Casares, "La
fiesta del monstruo". No obstante, no es menos cierto que el sector intelectual
se siente tan agredido por los ocupantes del Estado que le resulta muy difícil
apreciar y menos aún justipreciar la ampliación de la participación económica,
social y cultural hacia sectores sociales subalternos. De allí que para que aquellas
actitudes, opiniones y diferencias se transformaran en un principio de escisión
sería necesario que el peronismo dejara de ser el factor aglutinante por oposición,
como ocurrirá a partir de su derrocamiento en 1955.
"Si algo nos
distinguía de nuestros mayores, y aún de los camaradas que se incorporaban sin
esfuerzo a la vida literaria, era la idea de que nuestra evolución intelectual
debía asimilarse íntimamente a la de nuestro país. Su destino era el nuestro.
La humanidad iba a alguna parte, la historia tenía un sentido, y por lo tanto,
también lo tenía mi existencia. Todo lo individual, salvo ese tributo a la
circunstancia, tenía algo de escandaloso, de obsceno…
El peronismo, y
sobre todo su caída, nos puso dramáticamente frente a nosotros mismos, frente a
una parte de nosotros que procurábamos ignorar. Era difícil, sí, vivir bajo la
lava de abyección y estupidez que cubrió nuestro país; pero nosotros, ¿no
habíamos hecho de esa verdad evidente una razón secreta de complacencia, una
coartada para la inercia y el aislamiento?" (Osiris Troiani, "Examen
de conciencia", en Contorno, nº 7-8, julio de 1956).
Otra estrategia
significativa en el campo intelectual progresista fue la transitada por la
revista Imago Mundi, dirigida por José Luis Romero, que produjo doce números entre
1953 y 1956. En ellos se despliega el proyecto de una "universidad en las
sombras", alternativa a la oficial cuyas puertas permanecían férreamente clausuradas
para estos intelectuales, dentro de los cuales figuraban Luis Aznar, José Babini,
Francisco Romero, Jorge Romero Brest. Con un contenido centrado en las ciencias
sociales y las humanidades, hacia las cuales se dirige una labor de conexión y
actualización desde esta parte del mundo, la publicación abordaba temas vinculados
con la situación argentina que apelaban a instalarse en un registro que internacionalizaba
la problemática de esos años: asimilación del antiintelectualismo con el
fascismo, críticas al nacionalismo como plataforma del cesarismo, defensa de la
tradición liberal progresista. En este marco, por ejemplo, el comentario al
libro de Karl Jaspers La razón y sus enemigos en nuestro tiempo dio la ocasión
para la defensa del legado de la Ilustración y al mismo tiempo para coincidir
en que dicho emprendimiento debía tener su ámbito privilegiado en la universidad.
Entre los jóvenes,
la revista Imago Mundi reclutó una buena acogida, contraponiéndosela a "la
atonía e incapacidad para la vida intelectual a que han llegado nuestras llamadas
facultades de humanidades", según expresó la revista Centro.
"Yo era todavía
chico cuando el advenimiento de Perón. He pasado, por tanto, esos años
frenéticos y desordenados en que intentamos comenzar a vivir en momentos en que
mi país intentaba otro tanto. Toda una generación (que es la mía) está
indisolublemente ligada al peronismo para siempre. Podemos apoyarlo o
combatirlo, cruzarnos de brazos creyendo que todo da lo mismo, pero no podemos
prescindir de él. Es nuestro lote. Está ahí, ineludiblemente como una esfinge,
y tenemos que develar su enigma para saber lo que somos" (Juan José
Sebreli, "Aventura y revolución peronista", en Contorno, nº 7-8,
julio de 1956).
Era previsible,
entonces, que cuando el presidente Perón fue derrocado en 1955 por un golpe
cívico-militar, muchos de los integrantes de Imago Mundi pasaran a desempeñar
cargos fundamentales en la estructura universitaria: sin ir más lejos, José
Luis Romero fue interventor en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Pero cuando
ello ocurrió, lejos de retomar una situación artificialmente interrumpida por el
fenómeno peronista, se descubrió que lo sucedido había develado dimensiones subterráneas,
más profundas, de la realidad nacional y que aquella emergencia había significado
un auténtico parteaguas en la historia de la Argentina moderna. A partir de
esta sospecha se inició una vertiginosa relectura del "hecho peronista"
que escindió a las fracciones intelectuales de la izquierda respecto de la
liberal, y resquebrajó incluso las propias estructuras internas de ambas
fracciones. Fue un cambio de enormes consecuencias, que se proyectó hasta la
década de 1980, por no decir hasta el presente.
Entre
la modernización, el tradicionalismo y la radicalización
En ese momento de
profunda brecha es posible marcar el nacimiento de otra vía de prolongadas y
profundas resonancias. Nos centraremos aquí en uno de esos giros fundamentales,
cuando sectores de izquierda juveniles que habían militado en la oposición al
gobierno encabezado por Perón comenzaron a desconfiar de los sucesores de la
llamada "Revolución Libertadora". Esto empezó a ocurrir cuando estos
supuestos "libertadores" revelaron una actitud dispuesta a cegar autoritariamente
hasta las fuentes simbólicas de la identidad peronista. De hecho, fue prohibida
hasta la mención misma de los nombres de Juan Perón y de Eva Perón. De allí que
los diarios, para referirse al presidente depuesto, debieran nombrarlo como "el
tirano prófugo". Los ejemplos de este tratamiento de "desperonización"
pueden multiplicarse fácilmente. Pero lo que resultó de semejante política fue
un auténtico boomerang dentro de los sectores de capas medias
intelectualizadas, y ese movimiento de desconfianza abrió paso a una
vertiginosa relectura del peronismo. Sus consecuencias fueron numerosas y
profundas.
Esa relectura se
inscribió sobre, y contrastó con las visiones de, la franja liberal y socialista,
dentro de las cuales había dominado hasta 1955 una convicción: que el peronismo
era un fenómeno accidental y pasajero, y que una vez desalojado del Estado se
abriría una etapa de retorno a la Argentina anterior al 45.
Existen testimonios
puntuales e ilustrativos dentro del campo intelectual que se orientaban en esa
dirección. Por caso, en el primer número posterior al golpe, Imago Mundi
consideró que se trataba entonces de restaurar tanto en la universidad como en
el país la tradición Mayo-Caseros. Del mismo modo, en el último número de 1955
de Sur, Borges escribió que el período peronista constaba de dos historias: "una
de índole criminal, hecha de cárceles, torturas, prostituciones, robos, muertes
e incendios; otra, de carácter escénico, hecha de necedades y fábulas para
consumo de patanes".
Por su parte,
Victoria Ocampo relataba su detención en la cárcel del Buen Pastor como la
experiencia que por fin le había permitido ser más libre que cuando estaba en
las casas y calles de Buenos Aires, porque "nuestra vida misma era un mal
sueño". Entonces, si la cárcel permitía vivir más cerca de la verdad, era
porque durante el reinado peronista lo que se creía la realidad era, una vez
más, una ficción. Es interesante ver en esta última intervención el retorno del
tema de la simulación y el engaño. Sólo que para Ocampo, la Argentina real era,
en ese contexto, la del autoritarismo y la ausencia de libertad, y el país
peronista era una ficción, una ensoñación de la que se comenzaba a salir.
En suma, en esta y
otras opiniones del arco liberal y de algunos miembros notorios del Partido
Socialista (como Américo Ghioldi), se considera que el peronismo ha sido en el
fondo un fenómeno artificial promovido por la demagogia de un líder, ejercida sobre
masas ingenuas o ignorantes, y que por ende desaparecería cuando esas mismas
masas despertaran del engaño.
Sabemos que se
trataba de opiniones que muy pronto revelarían sus profundas limitaciones. Fue
así como otros posicionamientos agitaron rápidamente y de tal modo el ámbito
intelectual que alcanzaron a fisurar incluso el frente del grupo Sur. Estas
fracturas fueron potenciadas por la política represiva adoptada por la segunda
etapa de la llamada "Revolución Libertadora". Ésta alcanzó uno de sus
extremos con los fusilamientos de junio de 1956, los que dieron lugar a una
investigación célebre de Rodolfo Walsh cuyo título (Operación Masacre) era ya
un enjuiciamiento de la técnica calificada de "quirúrgica", adoptada
por el gobierno para extirpar el peronismo.
Esas fracturas
buscaron y encontraron diversas fisuras para expresarse. Así, rompiendo con el
frente liberal, en El otro rostro del peronismo, Ernesto Sábato optó por una
estrategia que consistió en exculpar a las masas peronistas y mantener los juicios
severamente condenatorios hacia Perón. Este escenario construido con la presencia
de unas masas inocentes y un líder perverso volvía a incluir el tópico del
histórico divorcio entre "doctores y pueblo". Para entonces, empero,
ya el operativo Frondizi de incorporación del peronismo le permitía a Sábato
confiar en un proceso que permitiera integrar las partes de verdad de los
doctrinarios y de los caudillos, reeditando, de algún modo, el viejo sueño
frustrado de la Generación del 37.
Ezequiel Martínez
Estrada fue otro de los intelectuales consagrados que intervinieron en la toma
de posiciones. Este escritor había adoptado una franca oposición al régimen
peronista; una anécdota lo ilustra bien: como adolecía en esa época de una
enfermedad de la piel, declaró que había padecido de una "peronitis" de
la que se había curado a partir del derrocamiento de 1955. No obstante, aun
dentro de su terminante antiperonismo, su mirada sobre el pasado inmediato
adoptó un carácter problemático, evidente ya en el título mismo de su nuevo
libro: ¿Qué es esto? Aquí, junto con la celebración de la huida del supuesto
déspota, se inscribe al peronismo dentro de males que involucraban a la
totalidad de la sociedad y la cultura argentinas, según el severo enjuiciamiento
volcado en Radiografía de la pampa. Pero es preciso reparar en que también
denunciaba la ignorancia de los letrados que el 17 de octubre sólo vieron lo
que les parecía "una invasión de gentes de otro país, hablando otro idioma,
vistiendo trajes exóticos", cuando en realidad "eran parte del pueblo
argentino, del pueblo del himno". En una palabra, que el carácter literalmente
diabólico que Perón investía para Martínez Estrada no le impedía reconocer que
gracias a ese proceso los sectores populares habían cobrado conciencia de la
injusticia social a la que habían sido sometidos por parte de las clases
superiores.
En este recorrido
sobre las relecturas del peronismo en ese agitado debate de 1956, una de las
más incisivas resultó (desde el campo nacionalista católico) la que Mario Amadeo
dio a conocer con el título de Ayer, hoy, mañana. Caracterizando la etapa que
acababa de cerrarse como análoga a una "guerra perdida", indicaba que
la argentina era una sociedad peligrosamente escindida que albergaba en sus
entrañas una guerra civil larvada, pronta a estallar a menos que se adoptara
una política que forjase la unidad compacta de toda la nación. Esa política no
podía ser otra que la de asimilar a la masa peronista "crispada y
resentida".
Pero he aquí que la
suerte de tal intento dependía de la interpretación que se ofreciera del "hecho
peronista". El antes funcionario del primer tramo de la Libertadora
descarta entonces por incorrectas precisamente aquellas versiones que ven en el
peronismo una pesadilla pasajera o un producto de la demagogia asociada a los
bajos instintos de la plebe, corregibles mediante reeducación y represión. A todas
ellas, Amadeo antepone su propia interpretación, y argumenta que el proletariado
argentino carece de representación y contención política, porque hasta 1945 "nadie
se había ocupado de hablarle su lenguaje", y ello determinó que se lanzara
tras el caudillo que advirtió esa necesidad. Según esta perspectiva, la culpa
de Perón residió en que, en lugar de resolver el divorcio entre pueblo y clases
dirigentes, lo exacerbó. En definitiva, el golpe de septiembre no habría hecho
más que poner "frente a frente a dos Argentinas", escisión de
perspectivas catastróficas que sólo puede evitarse haciendo un "silencio
piadoso acerca de lo que puede dividirnos".
Otra opinión desde
el campo católico se lee en la nueva etapa de la revista Criterio. Allí también
se consideraba que la marginación del peronismo inficionaba de ilegitimidad a
todo el sistema político y que, por ende, resultaba imprescindible reincorporarlo,
previa tarea de eliminación de sus elementos menos asimilables; tarea de
reincorporación imprescindible además ante el riesgo (se decía) de que la extrema
izquierda capturara a esa "fuerza en disponibilidad".
Es preciso entonces
prestar atención justamente a esta noción de "masas en disponibilidad",
puesto que ella jugará un papel estratégico dentro de la interpretación implementada
por Gino Germani en su artículo "La integración de las masas a la vida
política y el totalitarismo", quien lo hará desde la perspectiva que le
ofrecía la sociología estructural-funcionalista y la teoría de la
modernización. En la próxima lección aclararemos este concepto; baste ahora con
decir que Germani elaboró un esquema de vasta influencia, que consistía en
despegar al peronismo de su identificación con los fascismos europeos, debido a
su diversa base social, y luego en explicar los motivos por los cuales en la
Argentina fueron los sectores populares y no las clases medias los que
constituyeron la base humana del totalitarismo.
Según Germani, el
veloz proceso de industrialización de la década del 30 había generado un
movimiento igualmente veloz de migrantes del campo a la ciudad, los que
atravesaban así la frontera de una sociedad tradicional hacia otra de
estructura moderna. Estos migrantes arribaban a sus nuevas residencias sin
experiencia sindical ni política y experimentaron de tal modo la sensación de
haber perdido sus ámbitos de referencia, de pertenencia y de representación,
que quedaron en "estado de disponibilidad" para ser capturados por la
seudorrepresentación que les ofrecía un líder carismático.
Esta versión de una
"nueva clase obrera" diferenciada de la "clásica"
proveniente de la inmigración y proclive a las ideologías de izquierda tendrá
un éxito considerable; de hecho, habrá que esperar al libro de Miguel Murmis y
Juan Carlos Portantiero sobre los orígenes del peronismo para que comience a
ser cuestionada.
Empero, es preciso
aclarar que la adhesión que Germani reconocía en esas masas hacia el líder no
debía entenderse a partir del simplismo despreciativo de la teoría del "plato
de lentejas" (designación con que se comprendía una adhesión fundada en
los beneficios materiales obtenidos por la clase trabajadora). En cambio,
aquella adhesión se apoyaba en "la experiencia (ficticia o real) de que
había logrado ciertos derechos" que afirmaban su dignidad personal y su
orgullo frente a la clase patronal. Este reconocimiento no implicaba ignorar
que, precisamente, "la tragedia política argentina residió en el hecho de
que la integración política de las masas populares se inició bajo el signo del
totalitarismo". De allí que la tarea que Germani concibe como inmensa
resida en retomar esa misma experiencia, aunque relacionándola con la teoría y
la práctica de la democracia y la libertad.
Es evidente que se
habían puesto en circulación diversas relecturas del hecho peronista.
Precisamente, esta disparidad de interpretaciones ampliaba con rapidez la brecha
entre los antiguos aliados. Tan evidente era esta circunstancia que, ya a fines
de 1956, Sur registraba el fenómeno cuando afirmaba: "como la oposición al
tirano nos juntaba a todos algunos no se daban cuenta. Hoy aquella fisura
alcanza proporciones cismáticas".
Así, en los
extremos, mientras en el sector liberal persistía el enjuiciamiento poco dispuesto
a los matices, desde las incipientes formaciones de la nueva izquierda se iniciaba
un viaje reinterpretativo de vastas consecuencias político-culturales. Estos jóvenes
contaron para ello con quienes, como Jorge Abelardo Ramos y Rodolfo Puiggrós,
se les habían adelantado en la ruptura con la izquierda clásica. Entre fines de
1955 y principios de 1956, Puiggrós había escrito uno de los libros
fundamentales para la relectura del peronismo (Historia crítica de los partidos
políticos argentinos), en el que replicaba la acusación contra esa misma
izquierda de la que había formado parte y a la que culpaba por haber coincidido
"con la oligarquía y el imperialismo en la lucha contra un gobierno
democrático y progresista que contaba con el apoyo de las amplias masas populares".
En suma, tratando
de dar cuenta de la supuesta ceguera de la izquierda ante el 17 de octubre del
45 como acto fundacional del nuevo movimiento, aquellos jóvenes renegaron de la
herencia de sus padres y produjeron una auténtica ruptura generacional. En el
mismo movimiento, la presunta ceguera del 45 de la izquierda reactivó una serie
de ideologemas de la tradición populista. Uno de ellos remitía a la imagen de
los intelectuales colocados siempre de espaldas al pueblo y al país verdaderos.
Arturo Jauretche explotó exitosamente este tópico en libros como El medio pelo
en la sociedad argentina o Los profetas del odio, texto este último que se abría
con un epígrafe de Gandhi denunciando "el duro corazón de los hombres
cultos".
Se comprende
entonces que con ello se abonaba el terreno para el retorno del tema de las dos
Argentinas, así como el de una falaz historia oficial y otra verdadera expresamente
ocultada y falsificada por los vencedores. En este punto se articulará el
revisionismo histórico que, nacido desde una constelación política opuesta,
teñirá de allí en más la cultura política de la nueva izquierda.
Resulta fundamental
registrar y comprender la importancia de esta recolocación del significado del
proceso histórico reciente. Porque se trataba, en síntesis, de un síntoma y un
efecto del abandono de dicha izquierda de su relación con la tradición liberal,
que ya no será considerada como un eslabón dentro de un sendero constructivo,
sino como una etapa de la dependencia nacional. Este giro tendrá también
extensas consecuencias.
Descalificado el
liberalismo por haber sido la ideología dominante del antiperonismo, a poco
andar la descalificación alcanzaría a todo el liberalismo, sin más. En ese
emprendimiento se destacó Juan José Hernández Arregui, quien en un par de best
sellers de la época (Imperialismo y cultura y La formación de la conciencia
nacional) efectivizó el cruce entre marxismo y nacionalismo. Incluso desde el
ala cultural del Partido Comunista, Héctor P. Agosti (en El mito liberal y Nación
y cultura, ambos de 1959) diferenció en la tradición liberal argentina una línea
oligárquica y otra democrática. Detrás de esta toma de distancia, era la misma democracia
liberal la impugnada, al ser considerada un régimen político ligado a los intereses
de la clase dominante, al igual que las libertades y los derechos que, por burgueses,
pasaron a ser considerados puramente formales. Según esta perspectiva, los
orígenes impregnados del mal del cosmopolitismo liberal habrían llevado por fin
a la izquierda a su falta de comprensión de movimientos populares como el
yrigoyenismo y, naturalmente, el peronismo.
En este marco, es
fundamental recordar que estas nuevas intervenciones no sólo tenían lugar dentro
de nuevos posicionamientos políticos. Por el contrario, se trataba de toda una
nueva estructura de sensibilidad (ideas y creencias pero también valores, sentimientos
y pasiones) emergente en esos años de la segunda posguerra. Comprobamos así
que, en el período 1956-1976, en el sector intelectual (aunque con extensiones
que van más allá hasta abarcar zonas considerables de las clases medias y hasta
fracciones populares) se sucedieron y cohabitaron estructuras de sentimiento análogas
a las que recorrían el arco occidental. Éstas fueron desde las sensaciones de angustia,
soledad e incomunicación hasta las de confianza en que la voluntad tecnocrática
o política podía modificar, por vía reformista o revolucionaria, realidades
tradicionales. También la cultura juvenil en una época juvenilista imaginó y
muchas veces realizó una huida gozosa del moderno mundo tecnocrático hacia paraísos
naturales y artificiales. Éstas son las cuatro almas que habitaron el período: el
alma Beckett del sinsentido, el alma Kennedy de la Alianza para el Progreso, el
alma Lennon del flower power, el alma "Che Guevara" de la rebeldía revolucionaria.
En uno de esos
registros, a partir de 1958 y a la par con el programa desarrollista encabezado
por el presidente Arturo Frondizi, las elites modernizadoras irrumpieron con
visibilidad en el universo cultural argentino. Desde espacios generados en la sociedad
civil (editoriales, revistas, asociaciones intelectuales, grupos de estudio) se
organizaron diversas representaciones de la política y de la historia nacional.
Precisamente entonces se fundaron diversas instituciones estatales y privadas
de gravitación en la reconfiguración cultural de la época (CONICET, Eudeba,
Fondo Nacional de las Artes y otras).
Este espíritu
modernizador tuvo una expresión notoria en el ámbito intelectual de clase media
por excelencia: la universidad. Allí la renovación fue considerable y abarcó
las ascendentes disciplinas humanísticas y sociales. Por su parte, la crítica literaria
verificaba una profunda renovación: primero, mediante una lectura sociopolítica
e histórica de la literatura; inmediatamente después, a través del enfoque textualista
(o intratextual, por el cual la obra debía ser analizada y comprendida en sí misma
sin referencia al contexto). Dentro del primer lineamiento, en 1964 David Viñas
daba a conocer un clásico de la época: Literatura argentina y realidad
política.
Por su parte, la
historia social, junto con las recién creadas carreras de Psicología y Sociología,
reclutaron numerosos adherentes y tuvieron (con José Luis Romero, José Bleger y
Gino Germani) sus propios héroes modernizadores. Además de su importancia
estrictamente académica, es preciso subrayar que la sociología desempeñó un
papel altamente significativo por el modo en que modificó el abordaje de los
fenómenos nacionales, y lo mismo puede ser dicho con respecto al discurso historiográfico.
Así, se pasó a disputar el espacio del ensayo de interpretación ontológico-intuicionista
dominante desde la década de 1930. Ahora, o bien el estudio de la sociedad
debía ser científico como condición de neutralidad, y debía incluir un análisis
no valorativo, alejado de toda ideología, incluida la política, o bien debía comprenderse
con una fuerte impregnación político-social. De todos modos, el género ensayístico
no se retiró ni dejó de gozar de la alta recepción que mostró otro clásico de
la época: Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, de Juan José Sebreli.
Pero resultará
imposible comprender el despliegue de este y otros movimientos intelectuales si
no se los proyecta sobre el fondo omnipresente de la revolución cubana, ya que
difícilmente podría exagerarse su gravitación sobre la intelectualidad tanto en
la Argentina como en toda Latinoamérica.
En principio, esta
revolución fue leída como la demostración evidente de que un emprendimiento de
transformación radical podía triunfar a partir de un núcleo de militantes a
pocos kilómetros del territorio norteamericano. Esta emergencia de un Estado
latinoamericano revolucionario colocó a muchos intelectuales ante la misión de
brindarle su apoyo, aun relativizando o abandonando su clásica posición como conciencias
críticas. Estos lineamientos se fueron radicalizando en la reunión de la OLAS
en 1967 y en el Congreso Cultural de La Habana de 1968.
Un indicador
relevante del cambio de hegemonía en el campo intelectual lo constituye el
hecho de que la revista cubana de Casa de las Américas resultó altamente
exitosa en su capacidad para reclutar adhesiones de intelectuales, artistas y escritores.
Así, los autores del boom literario ya no pasaron por las páginas de Sur, y fue
el proceso revolucionario cubano el que recogió elogios y adhesiones no sólo entre
los recién llegados al campo intelectual sino entre escritores consagrados provenientes
de la generación anterior, como Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal o
José Bianco.
En ese período,
signado de tal modo en la franja crítica de los intelectuales por la relectura
del peronismo y por el deslumbramiento de la revolución cubana, los afanes
modernizadores en la cultura contaban asimismo con una estela de difusión que
desbordaba los círculos académicos. Así lo demuestran las preferencias de un público
ampliado por las lecturas de Marx y de Freud y, en este último sendero, por la
presencia del lenguaje psicoanalítico en revistas populares, shows televisivos,
obras de teatro, ficción y ensayos. Así, el psicoanálisis formó parte de la
corriente de época en la cual, en un ambiente de criticismo y de
experimentalismo, la categoría de "lo nuevo" adquirió una marcada
legitimidad. Contó además con sus propios faros difusores, como Marie Langer,
Pichon Rivière, Arnaldo Rascovsky o Eva Giberti.
Lo nuevo también
ingresó en la filosofía, con las corrientes del existencialismo, el empirismo
lógico, el marxismo y el estructuralismo; ingreso que coincidió con un elenco
académico supérstite que los jóvenes filósofos descalificaron por tradicional. Siguiendo
la misma curva biográfico-intelectual de Jean-Paul Sartre, muchos intelectuales
de la franja crítica desembocaron, en cambio, en las primeras lecturas en clave
humanista del marxismo. Las revistas El Grillo de Papel y El Escarabajo de Oro,
dirigidas por Abelardo Castillo, extenderán hasta 1974 este entrecruzamiento entre
marxismo, humanismo y existencialismo sartreano.
Pronto, estas
inspiraciones resultaron enriquecidas por la superposición de la teoría freudiana
y el estructuralismo, en una línea que los desplazamientos teóricos de Oscar
Masotta ilustraron en forma muy precisa. Otra línea venía configurándose desde
la década anterior en el seno del Partido Comunista Argentino en torno de la traducción
de los textos de Antonio Gramsci. Allí, un sector de la nueva izquierda encontró
elementos para releer el hecho peronista. Estos lineamientos definieron el carácter
distintivo del grupo Pasado y Presente mientras, desde inspiraciones tomadas
del trotskismo, Silvio Frondizi y Milcíades Peña promovieron el estudio y la aplicación
del marxismo a la interpretación socio-histórica de la Argentina. Sólo la exitosa
penetración de los escritos de Louis Althusser, hacia mediados de la década de
1960, introdujo otro espacio teórico de interlocución, preparado por la exitosa
recepción del estructuralismo en nuestro medio, activada por Eliseo Verón
mediante su presentación de la Antropología estructural de Lévi-Strauss y la
edición de su propio libro Conducta, estructura y comunicación en 1967.
Tal como ocurría en
Francia, y según palabras de José Sazbón, también en la Argentina el
estructuralismo "en poco tiempo instaló un ánimo 'cientifizador' y formalizante
en la crítica literaria, la teoría de la comunicación y el análisis de los media,
el psicoanálisis, el marxismo, la historia de las ideas, los estudios de costumbres,
etcétera, además de impulsar en el mismo sentido las investigaciones en el
propio ámbito fundador, la antropología". En esa línea, Marta Harnecker
produjo en escala latinoamericana el manual marxista de mayores alcances
pedagógicos y de público: Conceptos fundamentales del materialismo histórico,
de 1969. Al dar cuenta de esa explosión productiva, en esos mismos años José
Aricó certificaba celebratoriamente desde la revista Los Libros la hegemonía
alcanzada por el marxismo dentro del espacio intelectual: "El marxismo
-escribió- participa del saber de nuestra época y todos somos, de una manera u
otra, marxistas".
Se trataba de una
de las caras de aquella realidad, que progresivamente entraría en contradicción
(catastrófica) con otros actores, fuerzas e intereses liberados en la sociedad
argentina de las décadas del 60 y 70.
Oscar Terán
Historia de las ideas en la
Argentina (1810 – 1980)
Siglo Veintiuno Editores, 2008
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