Giorgio
Agamben
La
invención de una epidemia
Frente a las
medidas de emergencia frenéticas, irracionales y completamente injustificadas
para una supuesta epidemia debida al coronavirus, es necesario partir de las
declaraciones de la CNR (sigla del Consejo Nacional de Investigación), según
las cuales no sólo "no hay ninguna epidemia de SARS-CoV2 en Italia",
sino que de todos modos "la infección, según los datos epidemiológicos
disponibles hoy en día sobre decenas de miles de casos, provoca síntomas
leves/moderados (una especie de gripe) en el 80-90 por ciento de los
casos". En el 10-15 por ciento de los casos, puede desarrollarse una
neumonía, cuyo curso es, sin embargo, benigno en la mayoría de los casos. Se
estima que sólo el 4 por ciento de los pacientes requieren hospitalización en
cuidados intensivos".
Si esta es la
situación real, ¿por qué los medios de comunicación y las autoridades se
esfuerzan por difundir un clima de pánico, provocando un verdadero estado de
excepción, con graves limitaciones de los movimientos y una suspensión del
funcionamiento normal de las condiciones de vida y de trabajo en regiones enteras?
Dos factores pueden
ayudar a explicar este comportamiento desproporcionado. En primer lugar, hay
una tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal
de gobierno. El decreto-ley aprobado inmediatamente por el gobierno "por
razones de salud y seguridad pública" da lugar a una verdadera
militarización "de los municipios y zonas en que se desconoce la fuente de
transmisión de al menos una persona o en que hay un caso no atribuible a una
persona de una zona ya infectada por el virus". Una fórmula tan vaga e
indeterminada permitirá extender rápidamente el estado de excepción en todas
las regiones, ya que es casi imposible que otros casos no se produzcan en otras
partes. Consideremos las graves restricciones a la libertad previstas en el
decreto: a. prohibición de expulsión del municipio o zona en cuestión por parte
de todos los individuos presentes en cualquier caso en el municipio o zona; b.
prohibición de acceso al municipio o zona en cuestión; c. suspensión de eventos
o iniciativas de cualquier tipo, actos y toda forma de reunión en un lugar
público o privado, incluidos los de carácter cultural, recreativo, deportivo y
religioso, aunque se celebren en lugares cerrados y abiertos al público; d.
suspensión de los servicios de educación para niños y escuelas de todos los
niveles y grados, así como de la asistencia a actividades escolares y de
educación superior, excepto las actividades de educación a distancia; e.
suspensión de los servicios de apertura al público de museos y otras
instituciones y lugares culturales a que se refiere el artículo 101 del Código
del Patrimonio Cultural y del Paisaje, según lo dispuesto en el Decreto Legislativo
22 de enero de 2004, nº 42, así como la eficacia de las disposiciones
reglamentarias sobre el acceso libre e irrestricto a esas instituciones y
lugares; f. suspensión de todos los viajes educativos, tanto en Italia como en
el extranjero; g. suspensión de los procedimientos de quiebra y de las
actividades de las oficinas públicas, sin perjuicio de la prestación de los
servicios esenciales y de los servicios públicos; h. aplicación de la medida de
cuarentena con vigilancia activa entre las personas que hayan estado en
estrecho contacto con casos confirmados de enfermedades infecciosas generalizadas.
La desproporción
frente a lo que según la CNR es una gripe normal, no muy diferente de las que
se repiten cada año, es sorprendente. Parecería que, habiendo agotado el
terrorismo como causa de las medidas excepcionales, la invención de una
epidemia puede ofrecer el pretexto ideal para extenderlas más allá de todos los
límites.
El otro factor, no
menos inquietante, es el estado de miedo que evidentemente se ha extendido en
los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una
necesidad real de estados de pánico colectivo, a los que la epidemia vuelve a
ofrecer el pretexto ideal. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación
de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de
seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen
para satisfacerla.
Jean-Luc
Nancy
Excepción
viral
Giorgio Agamben, un
viejo amigo, afirma que el coronavirus es apenas diferente de una simple gripe.
Olvida que para la gripe "normal" tenemos una vacuna de eficacia
probada. Y esto también necesita ser adaptado a las mutaciones virales cada año.
A pesar de ello, la gripe "normal" siempre mata a varias personas y
el coronavirus para el que no hay vacuna es claramente capaz de una mortalidad
mucho mayor. La diferencia (según fuentes del mismo tipo que las de Agamben) es
de 1 a 30: no me parece una diferencia pequeña.
Giorgio dice que
los gobiernos toman todo tipo de pretextos para establecer estados continuos de
excepción. Pero no se da cuenta de que la excepción se convierte, en realidad,
en la regla en un mundo en el que las interconexiones técnicas de todas las
especies (movimientos, traslados de todo tipo, exposición o difusión de
sustancias, etc.) alcanzan una intensidad hasta ahora desconocida y que crece
con la población. La multiplicación de esta última también conduce en los
países ricos a una prolongación de la vida y a un aumento del número de
personas de avanzada edad y, en general, de personas en situación de riesgo.
No hay que
equivocarse: se pone en duda toda una civilización, no hay duda de ello. Hay
una especie de excepción viral (biológica, informática, cultural) que nos
pandemiza. Los gobiernos no son más que tristes ejecutores de la misma, y
desquitarse con ellos es más una maniobra de distracción que una reflexión
política.
Recordé que Giorgio
es un viejo amigo. Lamento traer a colación un recuerdo personal, pero no me
distancio, después de todo, de un registro de reflexión general. Hace casi
treinta años, los médicos me juzgaron para hacer un trasplante de corazón.
Giorgio fue una de las pocas personas que me aconsejó no escucharlos. Si
hubiera seguido su consejo, probablemente habría muerto tarde o temprano. Uno
puede equivocarse. Giorgio sigue siendo un espíritu de finura y bondad que
puede ser llamado (sin ironía) excepcional.
Aïcha
Liviana Messina
Política
y pandemia
La creciente
información (¿o desinformación?) que circula sobre el llamado coronavirus está
dando lugar a actitudes opuestas, y quizás por lo mismo no tan diferente entre
ellas: la primera es el pánico, que sin embargo hace difícil huir, pues nos
hace descubrir que no hay dónde huir, no hay zona que pueda no estar
contagiada. La segunda actitud es la indiferencia, la idea de que este virus es
igual a cualquier otro y que el pánico que produce es solo fruto de una
estrategia estatal para producir aún más sujeción. Mientras unos y otros ceden
ante el miedo (¡ya no hay mascarillas disponibles en muchas farmacias de
Santiago!), otros y otras se sienten surfeando una ola, o arriba de un pony.
Están en una posición que les permite no temer, no ceder, y desde allí ver al
estado y sus "perversas manipulaciones".
Pero si es cierto
que el coronavirus puede ser comparable a una gripe, ¿qué vale esta
homologación y esta información? ¿Qué es una gripe en el ámbito de la vida política?
¿No es algo importante?
En un reciente
intercambio publicado en Italia, pero que a su vez ha sido
"viralizado" y está ya circulando en Chile, los filósofos Giorgio
Agamben y Jean-Luc Nancy abordaron este tema enfocándose justamente en la
relación entre política y enfermedad. Ahora bien, mientras el primero ve en la
viralización del pánico una maniobra de los estados para someter a los
individuos a su control, el segundo se focaliza en el problema de la técnica y
su relación con la vida (Nancy recuerda tácitamente su trasplante de corazón,
sin el cual no estaría vivo y que en su momento, probablemente por rechazo a la
técnica, Agamben le recomendó no hacer). Alejándonos un poco del intercambio,
muy lapidario, podemos estipular que mientras para Agamben la técnica obedece
al proyecto estatal de someter a los individuos a su control, para el segundo
la vida es indisociable de la técnica. Siguiendo esta segunda línea,
preguntarse sobre la rapidez de la propagación del virus no es solo provocar
pánico con fines políticos, es también reconocer que lo político se conjuga con
la finitud (la vulnerabilidad) de la vida, que es impensable sin el artificio,
sin la técnica.
Planteado en estos
términos, nos desplazamos del enfoque meramente binario que opone el pánico
"democrático" (en el sentido de que es un pánico de la mayoría) a la
indiferencia aristocrática (pues unos y unas pocas se pueden permitir
abstraerse de esta emoción y preocupación generalizada). Dicho de otro modo, la
oposición entre sumisión al control y la actitud heroica. En efecto, con la
respuesta que Nancy da a Agamben, vemos que el problema no es si el virus es
distinto a otro sino que, de partida, la vida es inconcebible sin la comunidad
y la técnica. Siempre estamos relacionados con otros y sometidos a distintas
formas de control. Siempre estamos en mano de otros y otras. No hay mano que
pueda sentir y desplegarse sin haber tocado y haber sido tocada por otra. Pero
por esto mismo, siempre podemos escapar al control. No es desde una posición
externa, heroica (un pensamiento aristocrático) que nos emancipamos del poder,
sino desde la propia vulnerabilidad de la vida, que ya siempre ha tomado forma
en una multiplicidad de instituciones. ¡Si podemos no tenerle miedo a la gripe,
es porque no estamos solos y solas frente a ella! Nuestra relación con la gripe
no es la relación de un sujeto a un objeto: tiene una historia, definida por la
relación intrínseca entre vida, técnica y comunidad (existe una vacuna, como
recuerda Nancy). Podemos no tenerle miedo a la gripe en la medida en que la
política constituye el marco de nuestra relación con la enfermedad en general.
Quien homogeneiza todo hace como si la enfermedad no fuera un asunto
intrínsecamente político e histórico, como si el pensador crítico fuera un
sujeto extraíble de un todo. Hace además como si no se tuvieran afectos y como
si estos no fueran constitutivos de nuestras formas de vida, y entonces de la
política. Por lo mismo, lo importante no es si el coronavirus es o no como una
gripe, lo que importa es el marco político dentro del cual podemos
relacionarnos, vivir la enfermedad, y vivirla en común. Si el coronavirus da
hoy lugar al pánico, es porque es el nombre de una mediación que hace falta, de
una ausencia de marco político. Cuando un virus se "viraliza" con
esta rapidez, el punto no es la mortalidad del virus (y entonces si es igual a
una gripe cualquiera) sino cómo enfrentamos la rapidez de un contagio dentro de
las estructuras políticas, los recursos y las estructuras hospitalarias que
tenemos. Hacer como si el coronavirus fuera como cualquier otro virus es
concebirse como sujetos sin historia y libres de toda dimensión política. Es
además concebir la enfermedad como un simple objeto que puede o no afectar la
vida.
Plantear el
carácter indisociable entre la vida y la técnica y la dimensión de por sí
política de la enfermedad, ¿significa que no deberíamos hacer nada? ¿Debemos
entregarnos pasivamente al poder?
Al contrario, la
rapidez del contagio, el contexto en el que se ha producido este contagio (la
relación entre ciencia y autoridades políticas, así como el autoritarismo
político en un país determinado, no importa cuál), la impotencia de los estados
en prevenir el contagio y su rapidez, hace que lo que presenciamos hoy sea otra
cara de la globalización. La globalización no es, en efecto, el mero intercambio
económico, es también la "com-partición" de la experiencia, de su/s
sentidos y del mundo que construimos en común (porque es la apertura de lo
común). La globalización no es solo el libre mercado, sino la porosidad de las
fronteras, el inevitable contagio, una vulnerabilidad que no es solo de
sistema, sino de la vida y de lo que le es necesario (la misma globalización es
coextensiva a la vida). Asimismo, reconocer la dimensión ya política de la
enfermedad en el marco de un mundo inevitablemente globalizado, es plantearse
el problema del mundo político que podemos construir con (y no solo contra) la
enfermedad.
Llama la atención
que tanto las actitudes heroicas y aristocráticas como las políticas del pánico
reproduzcan el mismo esquema: quieren eliminar la enfermedad, no plantearla
como un asunto común. Es más, ignorar el virus o ceder ante el pánico implica
también que se puede (y que se debe) rechazar o dominar los afectos y la
vulnerabilidad, el sufrimiento y el miedo al sufrimiento. Implica entonces,
nuevamente, rechazar o ignorar lo común (esto es particularmente patente, y
triste, cuando el argumento contra la política del pánico consiste en decir que
el virus mata principalmente a personas de edad avanzada: tal argumento no se
plantea la pregunta por la vida en la vejez e ignora además que el virus mata
quienes no tendrán las condiciones para medicarse, y que esas personas morirán
entonces solas, de manera inhumana. Esa lógica pasa por alto los afectos y
entonces disocia el quién del cómo se muere). Ignorar el virus es ignorar
también el rol que juega el miedo dentro y para lo común. Pensar en cambio el
virus como lo que amenaza y constituye la vida siempre en relación con otros,
con una técnica, con instituciones, es ver en el virus tareas que exceden la
administración del miedo o su mero rechazo, es decir, la actitud que pretende
dominarlo. Esto, pues la dimensión política de la enfermedad no consiste ni en
eliminar los afectos (ni entonces en eliminar el miedo) sino más bien en
transformar con los afectos nuestra relación con el miedo y la política.
Recordemos que para Hobbes el origen del estado no es el miedo a la muerte,
sino el miedo a la muerte violenta. Nos constituimos como seres políticos no
porque no queremos morir (cediendo al pánico generalizado o haciéndose,
aristocráticamente, los supramortales, los que se sienten por encima la
finitud), sino porque la pregunta por la finitud, por darle un marco al
sufrimiento, es infinita. Tenerle miedo a la muerte violenta es tenerle miedo a
la indiferencia ante la muerte. De esto no hay que avergonzarse, pues sin duda
este miedo tiene virtudes heurísticas, políticas, virtudes que no son heroicas
pero que tal vez permitirán pensar de otro modo la democracia en el contexto de
la globalización.
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