La juventud argentina de
Córdoba a los hombres libres de Sud América
Hombres de una
república libre, acabamos de romper la última cadena que en pleno siglo XX nos
ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resulto llamar a
todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos
para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que nos quedan
son las libertades que nos faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del
corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos
viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla
ahora en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido
y porque era necesario borrar para siempre el recuerdo de los
contra-revolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el
refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la
hospitalización segura de los inválidos y (lo que es peor aún) el lugar en
donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que
las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas
sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una
inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y
cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático.
Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para
arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que,
dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la
enseñanza, y el ensanchamiento vital de los organismos universitarios no es el
fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad
revolucionaria.
Nuestro régimen
universitario (aún el más reciente) es anacrónico. Está fundado sobre una
especie del derecho divino: el derecho divino del profesorado universitario. Se
crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La
Federación Universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y
entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente
democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a
darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto
de Autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un
hogar de estudiantes universitarios, no solo puede apoyarse en la fuerza de
disciplinas extrañas a la substancia misma de los estudios. La autoridad en un
hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende,
toda enseñanza es hostil y de consiguiente infecunda. Toda la educación es una
larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en
el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso,
amparar un régimen cuartelario, pero no a una labor de Ciencia. Mantener la
actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros
trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas
espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no
se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las
universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los
inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un
instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta
para crearla o comprobarla.
Por eso queremos
arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de
Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve
para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia.
Ahora advertimos
que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de
Córdoba por el Dr. José Nicolás Matienzo, sólo ha venido a probar que el mal
era más afligente de los que imaginábamos y que los antiguos privilegios
disimulaban un estado de avanzada descomposición. La reforma Matienzo no ha
inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una
casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han
encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en
nombre de una orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con
nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando
y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho sagrado a la insurrección.
Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino
heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención
espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos
que nuestras verdades lo son (y dolorosas) de todo el continente. Que en
nuestro país una ley (se dice) la de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos.
Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral los está exigiendo.
La juventud vive
siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo
aún de contaminarse. No se equivoca nunca en la elección de sus propios
maestros. Ante los jóvenes no se hace mérito adulando o comprando. Hay que
dejar que ellos mismos elijan sus maestros y directores, seguros de que el
acierto ha de coronar sus determinaciones. En adelante solo podrán ser maestros
en la futura república universitaria los verdaderos constructores de alma, los
creadores de verdad, de belleza y de bien.
La juventud
universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave
problema a la consideración del país y de sus hombres representativos.
Los sucesos
acaecidos recientemente en la Universidad de Córdoba, con motivo de elección
rectoral, aclara singularmente nuestra razón en la manera de apreciar el
conflicto universitario. La Federación Universitaria de Córdoba cree que debe
hacer conocer al país y América las circunstancia de orden moral y jurídico que
invalidan el acto electoral verificado el 15 de junio. El confesar los ideales
y principios que mueven a la juventud en esta hora única de su vida, quiere
referir los aspectos locales del conflicto y levantar bien alta la llama que
está quemando el viejo reducto de la opresión clerical. En la Universidad
Nacional de Córdoba y en esta ciudad no se han presenciado desordenes; se ha
contemplado y se contempla el nacimiento de una verdadera revolución que ha de
agrupar bien pronto bajo su bandera a todos los hombres libres del continente.
Referiremos los sucesos para que se vea cuanta vergüenza nos sacó a la cara la
cobardía y la perfidia de los reaccionarios. Los actos de violencia, de los
cuales nos responsabilizamos íntegramente, se cumplían como en el ejercicio de
puras ideas. Volteamos lo que representaba un alzamiento anacrónico y lo
hicimos para poder levantar siquiera el corazón sobre esas ruinas. Aquellos
representan también la medida de nuestra indignación en presencia de la miseria
moral, de la simulación y del engaño artero que pretendía filtrarse con las
apariencias de la legalidad. El sentido moral estaba oscurecido en las clases
dirigentes por un fariseísmo tradicional y por una pavorosa indigencia de
ideales.
El espectáculo que
ofrecía la Asamblea Universitaria era repugnante. Grupos de amorales deseosos
de captarse la buena voluntad del futuro rector exploraban los contornos en el
primer escrutinio, para inclinarse luego al bando que parecía asegurar el
triunfo, sin recordar la adhesión públicamente empeñada, en el compromiso de
honor contraído por los intereses de la Universidad. Otros (los más) en nombre
del sentimiento religioso y bajo la advocación de la Compañía de Jesús,
exhortaban a la traición y al pronunciamiento subalterno (¡Curiosa religión que
enseña a menospreciar el honor y deprimir la personalidad! ¡Religión para
vencidos o para esclavos!). Se había obtenido una reforma liberal mediante el
sacrificio heroico de una juventud. Se creía haber conquistado una garantía y
de la garantía se apoderaban los únicos enemigos de la reforma. En la sombra
los jesuitas habían preparado el triunfo de una profunda inmoralidad. Consentirla
habría comportado otra traición. A la burla respondimos con la revolución. La
mayoría expresaba la suma de represión, de la ignorancia y del vicio. Entonces
dimos la única lección que cumplía y espantamos para siempre la amenaza del
dominio clerical.
La sanción moral es
nuestra. El derecho también. Aquellos pudieron obtener la sanción jurídica,
empotrarse en la Ley. No se lo permitimos. Antes de que la iniquidad fuera un
acto jurídico, irrevocable y completo, nos apoderamos del Salón de Actos y arrojamos
a la canalla, solo entonces amedrentada, a la vera de los claustros. Que es
cierto, lo patentiza el hecho de haber, a continuación, sesionada en el propio
Salón de Actos de la Federación Universitaria y de haber firmado mil
estudiantes sobre el mismo pupitre rectoral, la declaración de la huelga
indefinida.
En efecto, los
estatutos reformados disponen que la elección de rector terminará en una sola
sesión, proclamándose inmediatamente el resultado, previa lectura de cada una
de las boletas y aprobación del acta respectiva. Afirmamos sin temor de ser
rectificados, que las boletas no fueron leídas, que el acta no fue aprobada,
que el rector no fue proclamado, y que, por consiguiente, para la ley, aún no
existe rector de esta universidad.
La juventud
Universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de
empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente,
contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en
beneficio de determinadas camarillas. No se reformaban ni planes ni reglamentos
por temor de que alguien en los cambios pudiera perder su empleo. La consigna
de "hoy para ti, mañana para mí", corría de boca en boca y asumía la
preeminencia de estatuto universitario. Los métodos docentes estaban viciados
de un estrecho dogmatismo, contribuyendo a mantener a la Universidad apartada
de la Ciencia y de las disciplinas modernas. Las lecciones, encerradas en la
repetición interminable de viejos textos, amparaban el espíritu de rutina y de
sumisión. Los cuerpos universitarios, celosos guardianes de los dogmas,
trataban de mantener en clausura a la juventud, creyendo que la conspiración
del silencio puede ser ejercitada en contra de la Ciencia. Fue entonces cuando
la oscura Universidad Mediterránea cerró sus puertas a Ferri, a Ferrero, a
Palacios y a otros, ante el temor de que fuera perturbada su plácida
ignorancia. Hicimos entonces una santa revolución y el régimen cayó a nuestros
golpes.
Creímos
honradamente que nuestro esfuerzo había creado algo nuevo, que por lo menos la
elevación de nuestros ideales merecía algún respeto. Asombrados, contemplamos
entonces cómo se coaligaban para arrebatar nuestra conquista los más crudos
reaccionarios.
No podemos dejar
librada nuestra suerte a la tiranía de una secta religiosa, no al juego de
intereses egoístas. A ellos se nos quiere sacrificar. El que se titula rector
de la Universidad de San Carlos ha dicho su primera palabra: "prefiero
antes de renunciar que quede el tendal de cadáveres de los estudiantes".
Palabras llenas de piedad y amor, de respeto reverencioso a la disciplina;
palabras dignas del jefe de una casa de altos estudios. No invoca ideales ni
propósitos de acción cultural. Se siente custodiado por la fuerza y se alza
soberbio y amenazador. ¡Armoniosa lección que acaba de dar a la juventud el
primer ciudadano de una democracia Universitaria! Recojamos la lección,
compañero de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la
virtud de un llamamiento a la lucha suprema por la libertad; ella nos muestra
el verdadero carácter de la autoridad universitaria, tiránica y obcecada, que
ve en cada petición un agravio y en cada pensamiento una semilla de rebelión.
La juventud ya no
pide. Exige que se le reconozca el derecho a exteriorizar ese pensamiento
propio de los cuerpos universitarios por medio de sus representantes. Está
cansada de soportar a los tiranos. Si ha sido capaz de realizar una revolución
en las conciencias, no puede desconocérsele la capacidad de intervenir en el gobierno
de su propia casa.
La juventud
universitaria de Córdoba, por intermedio de su Federación, saluda a los
compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad
que inicia.
21 de junio de 1918
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