Sarmiento y Alberdi
son dos figuras centrales de la llamada "Generación del 37", un grupo
de jóvenes intelectuales que, nucleados en el Salón Literario de Marcos Sastre
(con la notable excepción de Sarmiento), reconocen la necesidad de pensar,
estudiar, analizar la particular realidad social argentina. ¿Cuáles son los
obstáculos para la institucionalización de un orden político liberal? ¿Cómo
hacer, ante el caos de las guerras civiles, para efectivamente instalar un
orden que inscriba a la Argentina en el camino del progreso político y
económico? Éstas son, en síntesis, las preguntas que atizarán la reflexión de
estos intelectuales hasta el final de sus días o, lo que lo mismo, hasta casi
el final del siglo XIX.
Iremos ahora hacia
la llamada "Generación del 37", para luego tomar aspectos
fundamentales del pensamiento de sus dos más destacados integrantes: Sarmiento
y Alberdi.
Han transcurrido
casi tres décadas desde que lo dejamos a Mariano Moreno. En ese período, a las
guerras de independencia se han sucedido las guerras civiles entre unitarios y
federales; en este nuevo contexto, Juan Manuel de Rosas es el hombre fuerte de
la política argentina. En el plano cultural, ha surgido la Generación del 37,
considerada como el primer movimiento intelectual animado de un propósito de
interpretación de la realidad argentina que enfatizó la necesidad de construir
una identidad nacional. Sus integrantes más reconocidos son Esteban Echeverría
(inspirador del agrupamiento), Domingo Faustino Sarmiento, Juan Bautista
Alberdi, Juan María Gutiérrez, Vicente Fidel López, José Mármol y Félix Frías.
Iniciada con la creación del Salón Literario en 1837, tendrá un período de
creatividad que cubre aproximadamente hasta 1880, durante el cual su ideología
romántica alcanza la hegemonía cultural para ser luego desplazada por otras
tendencias.
Con relación a su
colocación estético-ideológica, sabemos que Echeverría retorna de Francia con
el nuevo credo en 1830, cuando el romanticismo ya tiene cincuenta años de
existencia en Europa, donde se extendería aproximadamente hasta 1850. Nacido
con Jean-Jacques Rousseau y Johann W. Goethe, encontramos los nombres que
alimentaron este formidable movimiento en Alemania con Friedrich Hölderlin y
Novalis, en Inglaterra con William Wordsworth, Samuel Taylor Coleridge, William
Blake, Walter Scott y lord Byron. Madame de Staël y Chateaubriand dirigen hacia
él la atención de los franceses; de ahí en más hallaremos en su universo a
Victor Hugo, Lamartine, Alejandro Dumas, Téophile Gautier. En España el
romanticismo tendrá mucha menor intensidad y densidad; entre los personajes que
lo cultivan puede citarse a Espronceda y Larra. Cuando el romanticismo ingresa
en el Plata con aquel señalado desfase, en Europa ya existen otros movimientos
de ideas que han empezado a disputarle el terreno, tanto por vía del realismo
en las artes como del positivismo en la filosofía y en el pensamiento social.
Ahora necesitamos
algunos parámetros generales para orientarnos cuando hablamos del romanticismo.
Didácticamente, este movimiento puede ser comprendido por su contraste con la
Ilustración. Allí donde ésta colocaba como núcleo de intelección de la realidad
a la razón según el modelo de la ciencia físico-matemática, el romanticismo atiende
a fenómenos que no forman parte del ámbito de la racionalidad iluminista. Así
cobrará relieve la exploración de los aspectos considerados irracionales de la
conducta humana, tales como la imaginación o el ámbito de las emociones. Es
Jean-Jacques Rousseau quien, ilustrando esta pulsión antiintelectualista,
estampa en el Emilio la célebre frase: "El hombre que medita es un animal
depravado", puesto que para el ginebrino es preciso atender a la emoción
sobre la razón, a los sentidos sobre el intelecto. Esto produce un viraje hacia
la propia subjetividad, en la cual se buscan los elementos más originales y
específicos. Asimismo, el romanticismo proclama su predilección por lo
excepcional frente a lo convencional, por lo cual (cruzado con la exaltación del
yo) se admirará al gran hombre, el genio, el héroe; en suma, lo individual
sobre las convenciones colectivas.
Naturalmente, la
mirada histórica estará dotada de un interés especial por aquellos períodos en
los que este tipo de espiritualidad haya sido relevante; así se despliega una
revalorización de la Edad Media, que la Ilustración había considerado una época
oscura habitada por la ignorancia y los prejuicios. Por otra parte, el
romanticismo entonará la alabanza de una naturaleza concebida y representada en
sus aspectos más sublimes, entendiendo por éstos, por ejemplo, la presencia de
mares agitados, cielos tormentosos, inmensas llanuras, de escenarios
monumentales; en suma, de todo aquello que sobrecoge de admiración y al mismo
tiempo de temor. En la Crítica del juicio Kant había brindado una definición de
lo sublime: "…es la aprehensión de una magnitud desproporcionada a las
facultades sensibles del hombre, o de una potencia aterradora".
Veamos un ejemplo.
El Iluminismo había implantado como modelo el jardín francés: geométrico,
recortado en sus bordes, con espacios claramente ordenados que no inundan al
observador con sensaciones desmesuradas sino que ofrecen espectáculos
tranquilizadores y dominables para el sujeto que contempla. En cambio, el
romanticismo le opone lo que con Zygmunt Bauman podríamos llamar una suerte de
sensibilidad selvática, en la cual la naturaleza se ha hecho
extraordinariamente compleja, confusa, sobrecogedora. Veremos que en el Facundo
la pampa argentina será construida por Sarmiento según este canon de lo sublime
romántico.
Trasladando estas
nociones al plano socio-cultural, el romanticismo valorará lo auténtico, lo
propio, lo idiosincrático, es decir, lo original y distintivo de cada cultura y
cada nación, en contraposición al cosmopolitismo ilustrado. Valorará asimismo a
los llamados "simples", es decir, aquellos que están más cerca de la
naturaleza y de la tierra, como los campesinos, cuya ignorancia en cuestiones
intelectuales se ve compensada y superada por su saber instintivo, natural,
espontáneo, incontaminado con los falsos refinamientos de la civilización.
Desplegará por ende una búsqueda de esos datos primigenios de cada cultura, y
abrirá sus puertas a los cantos populares, a las poesías campesinas, al
folklore. Asimismo, proveerá a cada cultura de un pasado épico, prestigioso,
que se hunda (como se dirá) en "las brumas del pasado". Pintará con
colores atractivos los espacios exóticos, apelando al reservorio de mitos que
Oriente siempre ha ofrecido a los occidentales. Por fin, pondrá el acento en
los usos y costumbres de cada nación, ante los cuales deben rendirse las
importaciones de otras zonas culturales, propugnando en consonancia que las
leyes deben adecuarse a esas particularidades. De hecho, ésta será la crítica
de la Generación del 37 a los unitarios, a los rivadavianos, a quienes
reprocharán haber sido pura razón y no haber tenido un ojo clavado en las
entrañas de su propia realidad americana.
Por otra parte, el
historicismo romántico, frente a la historia vista como un proceso de
civilizaciones que avanzan de manera homogénea y unilineal, introduce la noción
de que cada nación es una totalidad en sí misma, que posee una finalidad en sí,
y que por ende cada una vale tanto como cualquier otra. Para sostener esto último
el filósofo alemán Johann G. Herder acuñó una consigna ilustrativa: "Todos
los pueblos están igualmente cerca de Dios". Esta afirmación rompe
radicalmente con la idea del progreso iluminista, con la idea de un desarrollo
en el tiempo a través del cual las sociedades van evolucionando hacia la
realización de ciertos valores como el saber, la virtud, la felicidad,
etcétera. Y además rompe con la creencia en una historia unilineal según la
cual todas las naciones están condenadas a seguir los mismos cursos de
desarrollo, aquellos ya recorridos por las naciones más avanzadas.
Con este trasfondo,
volvamos a la generación argentina de 1837. Herederos del proyecto educativo
rivadaviano (tal como ha subrayado Jorge Myers), la mayoría de sus integrantes
había estudiado en un establecimiento estatal y laico: el Colegio de Ciencias
Morales de Buenos Aires. Posteriormente, se nuclean en el Salón Literario con
asiento en la librería de Marcos Sastre, y se proponen como un "círculo de
pensamiento"; un ámbito de lecturas, discusiones y sociabilidad donde se
elaboran interpretaciones y proyectos, con la expectativa de ser escuchados por
los hombres del poder. Se trata entonces de un grupo que dialoga principalmente
con la tradición intelectual y literaria francesa. De hecho, casi todas las
referencias a otras literaturas están mediadas por las traducciones francesas:
Echeverría lee a Byron en francés, Sarmiento cita a Shakespeare en francés. Los
valores, los recursos estilísticos, los principios literarios que definen su idea
del romanticismo también provienen de la zona cultural francesa, como lo revela
la autobiografía de Vicente Fidel López:
"Cousin,
Chateaubriand, Dumas, Saint-Simon, Guizot, Leroux, Jouffroy, Scott, Madame de
Staël, Byron, Lamennais, Hugo. Todas estas obras andaban en nuestras manos
produciendo una novelería fantástica de ideas y de prédicas sobre escuelas y
autores. Aprendíamos a pensar a la moderna".
Dentro de este
espíritu, Echeverría publica Elvira o la novia del Plata en 1832, La cautiva en
1837; con su cuento El matadero inaugura la literatura nacional, aun cuando
sólo será publicado en 1870.
La selección de
tópicos, géneros y problemáticas que se realizará dentro de este modelo está
determinada en buena medida por un tipo de romanticismo que se desarrolla en un
país donde la cultura política está configurada por la presencia de discursos
republicanos y por referencias constantes al proceso revolucionario vivido. Por
ejemplo, la exacerbación del yo y de todo aquello que definía las experiencias
existenciales en la vida de los seres humanos (tan poderosas en el romanticismo
europeo) en el Río de la Plata se vio obturada por la presencia de valores que
privilegiaban lo público por encima de lo privado. De hecho, en una serie de
textos programáticos escritos entre 1837 y 1839, sus miembros definirían su
misión como la de completar en el plano intelectual la revolución que en el
plano material había sido realizada por la generación anterior.
Luego de un período
durante el cual alientan ciertas expectativas positivas hacia el régimen de
Juan Manuel de Rosas, los miembros de esta generación ingresan en una activa
política de oposición que los llevará al exilio (Bolivia, Brasil y
especialmente Chile y Montevideo), de donde regresarán luego de la batalla de
Caseros de 1852. Al respecto, apelemos a las Memorias del general Paz para
encontrar la formulación desde el campo antirrosista de la problemática que en
esos años enfrentaba a los bandos políticos en el Río de la Plata:
"No sería
inoficioso advertir que esa gran fracción de la república que formaba el
partido federal no combatía solamente por la mera forma de gobierno. Pues otros
intereses y otros sentimientos se refundían en uno solo para hacerlo triunfar.
Primero: era la lucha de la parte más ilustrada contra la porción más
ignorante. Segundo: la gente del campo se oponía a la de las ciudades. Tercero:
la plebe se quería sobreponer a la gente principal. Cuarto: las provincias,
celosas de la preponderancia de la capital, querían nivelarla. Quinto: las
tendencias democráticas se oponían a las miras aristocráticas y aun
monárquicas. Todas estas pasiones, todos estos elementos de disolución y
anarquía, se agitaban con una terrible violencia, y preparaban el incendio que
no tardó en llegar".
El
Facundo
Es en este marco
genérico que Sarmiento escribe y publica lo que será su libro Facundo. Vayamos
ahora paso a paso, haciendo el ejercicio de leer este texto como si fuera el
primero que en verdad leemos, y para ello aceptemos, aunque sea por unos
momentos, una serie de indicaciones de la historia intelectual en tanto
disciplina que trata con los discursos del pasado.
Por eso es preciso
tener algunos conocimientos acerca de ese pasado para hacernos una idea del
contexto histórico en que fue escrito, así como es conveniente contar con una
referencia al autor. Sabremos entonces que en la Argentina de 1845 gobierna
Juan Manuel de Rosas, y que a causa de su oposición al régimen Sarmiento se ha
exiliado en Chile. Sabremos asimismo que Rosas ha enviado un emisario al país
trasandino para descalificar al sanjuanino, cuya cercanía le resulta
inconveniente. Como respuesta a esos ataques, Sarmiento escribe el Facundo. Esa
respuesta la hace por entregas, según el género folletinesco de la época:
publica a lo largo de varias semanas los artículos en el diario chileno El
Progreso. De manera que tengamos en cuenta que, cuando leemos el libro, lo
hacemos de manera diferente de como lo hicieron sus primeros lectores. Sabremos
así que el motivo, la causa inmediata del Facundo, es una defensa de carácter
político, es decir, que Sarmiento escribe desde la política y no desde un lugar
de académico o científico empeñado en la pura verdad. Y que esta marca política
ya no abandonará al libro, porque nos enteraremos asimismo de que en las sucesivas
reediciones hay un capítulo del libro (el XV) que Sarmiento saca y restituye
según la coyuntura política (ningún científico o escritor llevado por una pura
búsqueda estética haría eso), ya que en ese último capítulo, titulado
"Presente y porvenir", se propugna la distribución de las rentas del
puerto de Buenos Aires entre todas las provincias, lo cual afecta los intereses
porteños. De modo que, en momentos en que Sarmiento requiera el apoyo político
de este sector, no le resultará oportuno seguir insistiendo con ello, y a la
inversa si necesita el apoyo de las provincias, otra marca elocuente de que
este escrito tiene un motor en primer lugar político. Pero si el Facundo ha
pasado a la historia no ha sido por este propósito político, sino porque esta
defensa asumió la configuración de un ensayo de interpretación histórico-social
que fue luego reunido en libro, y como tal, junto con el Martín Fierro de José
Hernández y Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla,
constituye uno de los pilares de la cultura letrada en el siglo XIX argentino.
Ya sobre el texto,
tenemos una serie de cuestiones que explicitar. En primer término, el género al
que pertenece el Facundo. Cuando se lo define como "ensayo", se lo
hace considerando que este género se caracteriza precisamente por ser una
suerte de "centauro de los géneros", como ha dicho el escritor
Alfonso Reyes, es decir, una mezcla de diversos géneros. De tal modo, en el
texto sarmientino hallamos una narración novelada con formato de biografía
histórica, pero además encontramos un estudio histórico y social de la
Argentina, así como observaciones acerca del medio geográfico y cultural. Todo
ello, con una forma literaria que ha sido considerada la más relevante dentro
del entero universo de la lengua castellana del siglo XIX. Esta relevancia se
transmitirá a la posteridad en la medida en que, desde su aparición hasta el
presente, el Facundo resultó sumamente eficaz en la implantación de una serie
de tópicos para pensar la realidad argentina. El objetivo profundo que se
plantea el texto es develar el "enigma argentino", que podemos
parafrasear de este modo: por qué una revolución de libertad desembocó en el
despotismo de Rosas. Así lo confiesa Sarmiento en una respuesta a Valentín
Alsina: el escrito trata de dar cuenta de la tiranía rosista, para lo cual
"los hechos están ahí consignados, clasificados, probados,
documentados". Pero les falta aquello de lo cual Sarmiento se propone
dotarlos: el hilo que comunica los sucesos, es decir, el sentido, el motivo
profundo, el significado mismo de esa historia.
Éste es el carácter
que asume finalmente la obra consumada, pero si volvemos un paso atrás, hacia
la ocasión en que fue escrita (lo que se llama el "contexto de producción
del texto"), recordaremos que el impulso que la dinamiza forma parte de
una lucha política. En esta polémica, como en toda disputa por el poder, el
objetivo es ganar consenso; en este caso, se trata de convencer a los lectores
de que lo que se dice es verdadero o, mejor dicho, verosímil. Toda construcción
de algo verosímil (es decir, de algo que parezca verdadero) requiere el uso de
símbolos (palabras, imágenes) que funcionen como una suerte de argumentación.
Noten que esta argumentación, en este terreno, no tiene por qué ser lógica. Por
desencantador que ello resulte, la historia (y también el presente) muestra que
argumentaciones ilógicas y falsas pueden resultarnos altamente convincentes.
De allí que ante un
texto sea importante atender a las distintas estrategias argumentativas
destinadas a generar credibilidad, ya sea que el autor las utilice de manera
consciente o inconsciente. Así, en Facundo hallamos pasajes en los que se acude
a una retórica de carácter romántico como una especie de "argumentación
por la estética", donde la palabra bella está destinada a obtener el
consenso de los lectores por la vía de la sensibilidad. Aquí es donde se apela
a lo sublime romántico, por ejemplo, en su descripción de una tormenta en la
pampa:
"Una nube
torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el cielo
mientras se cruzan dos palabras, y de repente el estampido del trueno anuncia
la tormenta que deja frío al viajero, y reteniendo el aliento por temor de
atraerse un rayo de dos mil que caen en torno suyo. La oscuridad se sucede
después a la luz: la muerte está por todas partes; un poder terrible,
incontrastable, le ha hecho en un momento reconcentrarse en sí mismo y sentir
su nada en medio de aquella naturaleza irritada; sentir a Dios, por decirlo de
una vez, en la aterrante magnificencia de sus obras… ¿Cómo no ha de ser poeta
el que presencia estas escenas imponentes?".
Además de atender a
estas estrategias argumentativas, hay varias preguntas que se le pueden
formular a un texto. Una de ellas es quién escribe, quién habla. Pero atención
que, en este nivel de análisis, donde el objeto de reflexión es el texto y no
el contexto (términos que en última instancia no se pueden desagregar sino
tendencialmente), esta pregunta no se responde diciendo: "Domingo Faustino
Sarmiento, nacido en San Juan en 1811". No. Preguntar quién habla implica
interrogarnos acerca de cómo está construido el autor dentro del propio texto.
Es muy difícil que exista un texto en el que el autor no se esté construyendo a
sí mismo. Aun cuando diga que él no está a lo largo de su escrito, aun cuando
no diga nada de sí mismo, ésa ya es una posición, una perspectiva. Kant empieza
su Crítica de la razón pura diciendo: "Acerca de nosotros mismos,
callamos". Con esto está diciendo que quien habla es la pura razón, la pura
verdad científica, que considera más creíble y estimable por ende que si dijera
"Habla Immanuel Kant, nacido en Könisberg…" (en otros casos es al
revés, porque quien habla tiene un prestigio reconocido que hace que su palabra
tienda a ser creída porque es él quien la emite, independientemente de que sepa
o no acerca de lo que está hablando). En nuestro caso, veremos cómo Sarmiento
se construye a sí mismo en el Facundo de una manera muy precisa.
Otra de las
preguntas básicas para formularle a un texto es qué dice, o sea, ver el
significado, la ilación, las contradicciones, los puntos de fuga. Es preciso
insistir: no nos preguntamos en principio por sus valores de verdad o falsedad,
es decir, no nos preguntamos si la pampa que allí se describe era efectivamente
así, sino cómo está construido ese escenario mediante ese artefacto que es un
texto.
Otra pregunta
pertinente es cómo un discurso dice lo que dice. Esto es importante porque la
manera como se dicen las cosas, la forma en que se dicen, también configura lo
que dice. Por ejemplo, se ha argumentado que hasta la frase "te amo"
puede decirse oralmente de tal modo que signifique "te odio".
A lo largo de estas
lecciones iremos viendo otras de las preguntas que se le dirigen a un texto;
por ahora, déjenme decirles que otro recaudo, otra precaución para interpretar
estos documentos del pasado, consiste en no cometer anacronismos, en no
imponerles a esos escritos los saberes ni los conceptos de nuestra época, en no
imponerles un diccionario del cual Sarmiento, en este caso, no disponía. Por
ejemplo, será necesario detectar qué entendía Sarmiento, en su época, cada vez
que decía "democracia".
Armados de estas
indicaciones propias de la historia intelectual, podemos ahora sí abocarnos al
libro comenzando por donde se debe comenzar, esto es, por el título y el
subtítulo con los que se popularizó Facundo o Civilización y barbarie. En
principio, observemos que en el subtítulo lo que relaciona los dos términos no
es una disyunción sino la conjunción "y". En efecto, a lo largo del
libro podrá observarse que civilización y barbarie conforman muchas veces dos
estructuras fuertemente diferenciadas y aun polarizadas en forma dicotómica y
excluyente. Pero en otros momentos, como cuando se habla de Rosas, lo
civilizado y lo bárbaro aparecen entrelazados, mezclados, hibridados. De esto
último es posible pensar que lo que caracteriza a la Argentina que Sarmiento ve
es precisamente el encuentro, la interpenetración, la fricción entre ambos
elementos, y no su existencia independiente la una de la otra.
En cuanto a
"Facundo", el nombre refiere al caudillo riojano Facundo Quiroga,
cuya presencia en las guerras civiles argentinas del siglo XIX atravesó las
primeras décadas posteriores a la revolución de mayo. Aunque en rigor no se
trata en el texto sarmientino de esa persona concreta sino de su
personificación, es decir, se utiliza una vida concreta para abstraer de ella
sus rasgos esenciales y así construir un tipo. Un tipo es de tal manera aquello
que abarca mucho más que un caso singular; abarca todo un género, así como el
concepto "mesa" abarca todas las mesas existentes y por existir
independientemente de sus diferencias específicas (de tamaño, de color,
etcétera).
De tal modo, y
retornando al modelo del historicismo romántico, nos vemos conducidos a la
teoría de los "héroes" u "hombres representativos", por la
cual se entiende que un "grande hombre" expresa una época. Así lo
dice el Facundo:
"…él explica
suficientemente una de las tendencias, una de las dos fases diversas que luchan
en el seno de aquella sociedad singular… el espejo en que se reflejan en
dimensiones colosales las creencias, las necesidades, preocupaciones y hábitos
de una nación en una época dada de su historia".
A su vez, este
módulo de conocimiento se inscribe en una figura más amplia que es la del
expresivismo holístico (holos = todo). ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que
el romanticismo piensa que una época se manifiesta en determinados fenómenos,
de modo que si comprendemos estos fenómenos particulares comprendemos el todo.
Este expresivismo romántico se pone en práctica allí donde el Facundo utiliza
el traje o la vestimenta (del gaucho, por ejemplo) para dar cuenta de una
situación general, puesto que "toda civilización (dice) se expresa en
trajes, y cada traje indica un sistema de ideas entero".
Siguiendo esa
indicación interpretativa, Sarmiento selecciona a Facundo Quiroga como
expresión de un aspecto esencial de la realidad argentina de su tiempo: la
barbarie. Así, narrando la vida y el carácter de Facundo se estará narrando y
dando cuenta del factor que a su entender se ha impuesto en la lucha entre los
dos principios en disputa, aun cuando Sarmiento no duda de que finalmente
triunfará la causa de la civilización.
Este operador del
expresivismo holista es entonces el que funcionará en la teoría del
"grande hombre". Empero, grandes hombres han sido considerados, por
ejemplo, Alejandro Magno, Colón o Napoleón, pero en el caso de Sarmiento la
elección de Quiroga implicará ciertas tensiones en el texto generadas por el
hecho de que un escrito en pro de la civilización selecciona como gran hombre a
un caudillo bárbaro.
La figura de
Facundo, entonces, es en el libro de ese nombre un instrumento cognoscitivo,
una llave para abrir el enigma antes enunciado. Al mismo tiempo, la elección de
un caudillo bárbaro como el grande hombre que contiene el secreto del enigma
argentino tendrá consecuencias en el texto, aún más allá de las intenciones del
propio autor. Fíjense que el libro es una defensa de la civilización, pero que
el héroe (así sea un héroe negativo) es un bárbaro. Más aún: en el libro no
existe ningún héroe de la civilización equivalente a Facundo. El que podría
haberlo sido es el general Paz, pero se trata de un personaje desdibujado
(obviamente, no me refiero a la realidad histórica sino al modo como está
escrito y descripto en el libro de Sarmiento). Un personaje en suma sin sangre,
sin vida, que por otro lado, como se recuerda en el libro, fue capturado por
las fuerzas federales mediante un tiro de boleadoras, esto es, que el general
de la civilización, estratega matemático y científico en tanto artillero, cayó
bajo una de las armas más primitivas de la barbarie… Pero además y
fundamentalmente, existe en la construcción sarmientina de Facundo Quiroga una
marcada tensión entre el código estético e ideológico romántico al que
Sarmiento se pliega, por un lado, y su emprendimiento de descalificación y
crítica de la barbarie por el otro. Volveremos sobre esto.
Tenemos entonces
explicitado el título del libro, que remite al concepto de la barbarie, de
manera que cuando retornemos a la figura de Facundo se ampliará nuestra
comprensión de lo que el autor entiende por "barbarie". Para avanzar
en el análisis vamos a desarrollar ahora qué es lo que debemos entender por el
otro término del binomio: "civilización". Sin duda, ella está
connotada con el mayor valor axiológico, y a que es utilizada dentro de una
cadena evolutiva; dentro de un proceso que va del salvajismo a la civilización,
pensando en un curso unilineal de la historia. "Civilización"
proviene del latín civis, y, según ha mostrado el crítico francés Jean
Starobinski, está asociada al término "policía", también en el
sentido de "pulido", acción de pulir. La civilización pasa el
cepillo, cepilla las partes bastas, toscas, rústicas (recordemos que el término
"rústico" proviene de la palabra "campesino"). El
historiador y político francés François Guizot (1787-1874), leído tempranamente
por Sarmiento, definía a la civilización a partir del progreso, que para él
evocaba el perfeccionamiento de la vida civil. Precisamente, al referirse a
este aspecto, el gran historiador Norbert Elias considera que el término
"civilización" se refiere a un proceso, a algo en movimiento
permanente, y al mismo tiempo inclusivo, que atenúa las diferencias nacionales;
en cambio, "cultura" remite a una realidad dada, consolidada y
diferenciadora. Finalmente, para la ilusión ilustrada la civilización dulcifica
las costumbres y pacifica las pasiones, especialmente la pasión guerrera.
De todos modos,
cuando Sarmiento usa de ese modo el término "civilización", lo hace
en el marco de una valoración política. Así dirá que la civilización es
superior a la barbarie, y que es preciso llegar a la civilización. Cuando dice
que "es preciso", que "es necesario", que "hay que
combatir por ello", su lenguaje adopta un tono prescriptivo: indica lo que
hay que hacer. El lenguaje prescriptivo es el lenguaje de la moral y también el
de la política, y este último universo de discurso apunta a la tradición
clásica, es decir, a la ciudad como asiento natural de la república.
Esta última noción
nos lleva a El espíritu de las leyes, publicado por Montesquieu (1689-1755) en
el siglo XVIII. Allí, el filósofo francés define tres formas de gobierno: la
monarquía, en la que el poder está en manos de uno pero bajo la ley; el
despotismo, en que el poder está en manos de uno que gobierna sin ley y a su
entero arbitrio; la república, en la que el poder está en manos de todos si es
democrática, o de unos pocos si es aristocrática. A su vez, cada uno de estos
regímenes de gobierno (siempre según Montesquieu, cuya vasta influencia en el
pensamiento político llegaba sin dudas a Hispanoamérica) reposa en un
principio, un resorte o una pasión. La república se funda en la virtud; la
monarquía, en el honor; el despotismo reposa sobre el miedo (como Facundo, como
Rosas, piensa a veces Sarmiento). Aquí nos interesa reiterar que la virtud
republicana clásica (que guiará buena parte del razonamiento sarmientino) es la
entrega que cada ciudadano hace de un bien privado, de una energía privada, en
aras del bien público, de la cosa pública, que en latín se dice, precisamente,
res publica.
En este punto
podemos construir una tabla de oposiciones binarias entre términos que se
corresponden con la civilización y con la barbarie, respectivamente. Es la
siguiente:
Sintetizando, Ana
María Barrenechea dice que en Facundo civilización es igual a ideas liberales, espíritu
europeo, formas constitucionales, imperio de la ley, y que esta civilización
está representada por una minoría culta poseedora de la razón y de la virtud.
La barbarie, a su vez, es igual a lo americano, colonial, hispánico, a las
ideas absolutistas, a la arbitrariedad del déspota, al mando de los caudillos
apoyados por masas populares ignaras y guiadas más por el instinto que por la
razón.
Otro par de
opuestos dentro de la tabla lo constituye la movilidad versus la inmovilidad.
En efecto, lo móvil es un rasgo preciso de la modernidad, que se opone a la
perdurabilidad de situaciones y lugares, propia de las sociedades
tradicionales. En la modernidad, por ejemplo, impera la movilidad social: se
puede ascender o descender en la escala social, a diferencia de las sociedades
donde se nace y se muere en el mismo estamento; en la civilización, dice
Sarmiento, predomina el desplazamiento en el espacio, que será uno de los
componentes del símbolo de la modernidad en el siglo XIX: el ferrocarril, que
devora espacios y que al mismo tiempo es hijo de la ciencia y de la técnica
industrial. Movilidad, velocidad, vértigo son fenómenos asociados a la
modernidad. La movilidad es lo moderno y la inmovilidad es el atraso, lo
tradicional.
Hay un pasaje muy
célebre del libro en que esta contraposición es puesta en juego, y que nos
sirve, de paso, para comenzar a flexibilizar la rigidez de estas antinomias
binarias, y a que al referirse en un fragmento a la ciudad de Córdoba vemos que
no todas las ciudades son civilizadas, como en otros pasajes podrá verse que no
todo lo campesino es bárbaro. La ciudad de Córdoba no es presentada como
civilizada sino como tradicional, colonial, porque está poblada por iglesias,
curas y conventos, porque en ella sobrevive España. Para representar este
tradicionalismo, Sarmiento construye una figuración centrada en la oposición
movilidad-inmovilidad. Existe en Córdoba, dice, un lago, y por tratarse de
aguas estancadas los cordobeses están condenados a dar vueltas permanentemente
alrededor de éste. El recorrido del círculo es en efecto la reiteración de lo
mismo, el eterno pasaje por los mismos lugares, a diferencia de la línea recta,
que es la que Sarmiento imagina para la ciudad de Buenos Aires, donde (aclara
en el mismo pasaje) "El contrato social vuela de mano en mano". La
construcción literaria es notable e ilustrativa, porque a la velocidad del
desplazamiento se le superpone que aquello que vuela es nada menos que el libro
de Rousseau, esto es, la biblia del movimiento revolucionario francés jacobino,
democratista y radical.
Otro opuesto en
nuestra doble columna proviene del fondo del pensamiento de la Ilustración, y
es el que contrapone el comercio y la agricultura (del lado de la civilización)
a la ganadería (del lado de la barbarie). Según esa versión, el trabajo que
implica el cultivo de la tierra, por un lado, y el contacto con otros pueblos
que requiere el comercio, por el otro, dulcifican las costumbres, aplacan las
malas pasiones y contribuyen así a la constitución de una buena moral, del
mismo modo que el actuar fundado en la razón es más constructivo que el que se
deja guiar por las fuerzas ciegas de los instintos y las pasiones.
Justamente en este
punto podemos esclarecer aquello que señalábamos como "tensiones" y
aun contradicciones en el discurso sarmientino. El código romántico valora
positivamente lo pasional contra lo racional, con lo cual Sarmiento queda
colocado en la compleja tarea de invertir esa relación para propugnar su
defensa de la civilización. Del mismo modo, mientras el romanticismo elogia al
hombre rústico frente al refinado, vemos que en Facundo la valoración se ha
invertido en pro de la ciudad.
Llegados a este
punto contamos ya con una serie realmente importante de nociones y referencias
que nos permiten proseguir con una lectura enriquecida del libro. Volvemos pues
a tomarlo entre las manos y a seguirlo según su ordenamiento. Verificamos así que
el libro empieza con una cita en francés: On ne tue point les idées, cuya
traducción literal sería: "Las ideas no se matan". Sin embargo, vemos
que Sarmiento la traduce así: "A los hombres se degüella; a las ideas,
no". ¿Cómo podemos comentar, es decir, dotar de un significado ampliado a
estas palabras?
En principio, diría
que ésta es una traducción perfecta precisamente porque no es una traducción
literal, sino que localiza la cita, la nacionaliza mediante una palabra,
"degüello", que pertenece al léxico americano, al diccionario gaucho,
en tanto refiere a una práctica mortífera utilizada en las guerras civiles.
Además, Sarmiento comenta que esta frase la escribió sobre las paredes de los
baños de El Zonda mientras huía de la tiranía rosista hacia Chile, y que cuando
llegan los esbirros de la dictadura no entienden qué dice. Éste es un punto
notable, porque en la narración de ese episodio y a encontramos una respuesta a
la pregunta "quién escribe", al menos en dos sentidos.
Veamos: el
civilizado Sarmiento sale huyendo del despotismo rosista y escribe una frase en
francés, entonces considerada la lengua culta, la lengua de la civilización.
Luego llegan los bárbaros, quienes no pueden leer la lengua de la civilización.
En cambio, Sarmiento, que la posee, puede traducir la lengua de la civilización
en términos locales, o sea, puede efectuar una translation, que es una
auténtica interpretación. El que escribe es un letrado que forma en las filas
de la civilización y al mismo tiempo es un hermeneuta, un intérprete, alguien
que conoce el significado de signos que para los otros no significan nada. Se
pone en escena, podría decirse, una construcción edípica. Edipo es quien, en la
tragedia griega, devela el enigma de la esfinge, y esto es explícito en el
libro de Sarmiento, ya que para él Rosas personifica la esfinge argentina. De
manera que una y otra vez se propondrá como el Edipo argentino, y no sólo en
Facundo; también en Recuerdos de provincia, el libro que publicará pocos años
más tarde. Este elogio del intérprete lo reencontraremos en la continuación del
libro, ya que esa cualidad será compartida por algunos tipos de gauchos, como
el rastreador y el baqueano.
Espero haber
mostrado aquí un ejercicio de comprensión de aquello que significa responder a
la pregunta "quién habla" en un texto, es decir, el modo en que se
construye la figura del autor, en este caso de Sarmiento. Prosigamos la
lectura.
Luego del epígrafe
comentado, nos enfrentamos con una "Introducción" que a su vez se
abre con una invocación explícitamente shakespeariana. La invocación es un
recurso literario clásico, según el cual el autor llama en su ayuda a los
dioses para que lo iluminen a la hora de comenzar su discurso. En este caso,
esa invocación se dirige al fantasma, al espectro, a la sombra de Facundo
Quiroga, en un párrafo difícilmente olvidable:
"¡Sombra
terrible de Facundo! ¡Voy a evocarte para que sacudiendo el ensangrentado polvo
que cubre tus cenizas te levantes a explicarnos la vida secreta y las
convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! ¡Tú posees
el secreto, revélanoslo!".
Reforzamos entonces
la idea de que esta construcción se halla montada sobre la convicción del
historicismo romántico de que un grande hombre encarna una época, de manera
que, comprendiendo su vida y escribiendo su biografía, se entiende una época y
se responde en definitiva al enigma argentino. Así, el grande hombre del libro
de la civilización es un bárbaro, y esto irá produciendo deslizamientos
fascinantes en el texto, deslizamientos que incluso llevan a su autor mucho más
allá, a veces contra sus propias valoraciones, de un panfleto de defensa
política o de un programa civilizatorio.
Esto se halla
subrayado, sobredeterminado, porque los retratos de héroes de la civilización
que aparecen, con el general Paz a la cabeza, son inverosímiles o tienen una
escasa consistencia literaria. En cambio, la figura construida con delectación,
casi con admiración, es la de Facundo Quiroga. A su lado, la figura del general
Paz es una maqueta, diríamos; es inverosímil, no tiene consistencia ni
elaboración literaria.
De modo que el
libro de la civilización no tiene héroe de la civilización, por lo cual resulta
difícil, siguiendo la lógica misma del texto, encontrar una vía de resolución
del conflicto hacia una alternativa civilizada. Esto puede decirse de una
manera teóricamente más elaborada con esta pregunta: ¿hay dialéctica en el
Facundo? Por "dialéctico" se entiende aquel proceso en el cual se
enfrentan dos elementos, dos términos ("civilización y barbarie", en
nuestro caso), y como resultado de esta lucha producen una síntesis que no es
ni una ni otra, sino un tercer elemento (la síntesis) que los incluye y los
supera. Si esto es así, entonces, ¿hay dialéctica en el Facundo? Si se sigue la
línea del razonamiento fundado en la teoría del grande hombre, como señaló
Elías Palti, no podría haberla porque aún en Facundo no hay héroe de la
civilización, lo que sí ocurrirá en Recuerdos de provincia, que es la biografía
de un héroe de la civilización, que es… ¡el propio Sarmiento! Allí dice que en
tanto los unitarios miraban sólo de manera abstracta al futuro, y los caudillos
federales sólo con excesiva concretitud al pasado, él, Sarmiento, es como el
dios Jano, bifronte, que mira al mismo tiempo al pasado y al futuro, que
articula el pasado colonial con la revolución de independencia. De ahí la
importancia de la figura de su madre, doña Paula Albarracín, que simboliza el
aspecto positivo de la época colonial.
Luego de la
invocación de aliento shakespeariano, uno esperaría que comenzara por fin el
relato de la vida de Quiroga. Pero esto no ocurre. ¿Por qué? Porque el Facundo
incluye dentro de los géneros a los que acude el que hoy ubicaríamos dentro de
las "ciencias sociales", es decir, una pretensión científica de explicar
las formaciones sociales y los acontecimientos históricos. En esto también
Sarmiento es un moderno, ya que no apela a explicaciones de corte mágico o
religioso, sino que busca causas concretas, materiales, positivas. A partir de
ellas apela a una de las primeras concepciones que trataron de dotar de este
tipo de racionalidad a las formaciones sociales: la teoría del medio.
Se trata en rigor
de una idea muy vieja (se la encuentra en la tradición grecolatina) que dice
que las personas que viven en la llanura son distintas de las que viven en la
montaña, y éstas a su vez son distintas de las que viven en el mar, etcétera.
En la época de Sarmiento, existe un referente mucho más inmediato: Montesquieu
y su El espíritu de las leyes. Así, para Montesquieu la democracia se
corresponde con un territorio montañoso y en las planicies, como la pampa
argentina, impera el despotismo.
De modo que antes
de abordar la vida de Facundo, Sarmiento tiene que describir el escenario
geográfico, el medio que produce a Facundo; tiene en suma que escribir una
geogénesis, una interpretación racional que dé cuenta de la aparición del
caudillismo y de la barbarie en la Argentina a partir del medio, del
territorio. A esto dedica el primer capítulo del libro, titulado "Aspecto
físico de la República Argentina, y caracteres, hábitos e ideas que
engendra". Leemos allí una descripción de las regiones geográficas
argentinas que, por cierto, Sarmiento no es el primero en realizar, sino que la
toma de relatos de arrieros, soldados y también de viajeros europeos. Estos
últimos eran personas que combinaban tareas científicas, comerciales y aun de
espionaje con la escritura de los rasgos del país que visitaron entre 1820 y
1835; en conjunto componen un listado de autores que incluye a Francis Bond
Head, Joseph Andrews o el propio Darwin. Más allá de este dato crudo, lo
notable, nuevamente, es que el modo como los argentinos comienzan a ver su
propio territorio será tomado en buena medida de libros ingleses, sin excluir a
ese autor romántico que es Sarmiento.
Ahora bien, luego
de describir la selva y los Andes, Sarmiento se detiene en la pampa y decide
prácticamente que la Argentina es la pampa. Será sin duda una decisión de larga
duración: todavía en 1934, cuando Ezequiel Martínez Estrada intenta develar la
esencia de nuestro país, llama a su ensayo Radiografía de la pampa. ¿Qué es la
pampa que Sarmiento (que nunca ha visto la pampa) describe? Es una llanura
infinita donde la mirada se pierde. La pampa es un inmenso vacío: vacío de
habitantes pero también vacío de sentido o, al menos, de civilización. Este
escenario geográfico de una llanura infinita evoca a Montesquieu, quien a su
vez ha localizado ese escenario en Asia. Aquí detectamos una penetración del
"asiatismo" en la composición del Facundo, importante dato destacado
por Carlos Altamirano, más aún si tenemos en cuenta que también para
Montesquieu el modo de imponer orden en esos territorios infinitos, sin límites
naturales, en los que la mirada se pierde, es a través de regímenes fuertemente
centralizados y despóticos.
Este escenario
además es un ámbito económico, que corresponde a un modo de producción: la cría
extensiva de ganado con sede en la estancia pastoril. Por fin, escenario
geográfico y escenario económico definen un medio inhóspito para la generación
del lazo social. He aquí un fragmento donde se representa ese "mar en la
tierra" que es la pampa:
"Imaginaos una
extensión de dos mil leguas cuadradas, cubierta toda de población pero
colocadas las habitaciones a cuatro leguas de distancia unas de otras… La
sociedad ha desaparecido completamente; queda sólo la familia feudal, aislada,
reconcentrada, y no habiendo sociedad reunida, toda clase de gobierno se hace
imposible… Ignoro si el mundo moderno presenta un género de asociación tan monstruoso
como éste".
Allí no hay
sociabilidad. La única sociabilidad que encuentra es una perversa: la
sociabilidad de la pulpería, lugar al que la gente va a practicar no las
virtudes sino los vicios. "En una palabra, no hay res publica".
Este medio geográfico,
económico y social produce un tipo humano que es el gaucho, dentro del cual se
diferencian cuatro especies: el gaucho cantor, el rastreador, el baqueano y el
gaucho malo. De todos ellos sólo el último es un espécimen negativo, ya que el
cantor posee el don natural de la poesía y será la fuente de una literatura
nacional, mientras el baqueano y el rastreador comparten con Sarmiento su
sapiencia hermenéutica: ven sentidos donde los demás sólo ven significantes,
marcas sin significado. Sirva esto para desmentir la creencia de que en
Sarmiento todo lo relacionado con el gaucho es negativo. Lo que ocurre es que
el Facundo se propone explicar la barbarie, y para ello la economía del texto
exige ahora seleccionar de todos esos tipos al gaucho malo, porque tirando de
ese hilo nos toparemos con Quiroga. A partir de esa instancia, el capítulo
siguiente ya puede llamarse "Vida de Juan Facundo Quiroga".
Este capítulo se
inicia con otro pasaje antológico: el joven Quiroga se encuentra en el desierto
con un tigre cebado en carne humana, y a partir de allí Sarmiento establece una
analogía entre el animal y quien será llamado el Tigre de los Llanos.
"Su cara un
poco ovalada estaba hundida en medio de un bosque de pelo, a que correspondía
una barba igualmente crespa y negra… Sus ojos negros, llenos de fuego y
sombreados por pobladas cejas causaban una sensación involuntaria de terror en
aquellos sobre quienes alguna vez llegaban a fijarse… La estructura de su
cabeza revelaba, sin embargo, bajo esta cubierta selvática, la organización
privilegiada de los hombres nacidos para mandar".
De manera que
Facundo está descripto como un sujeto poseído por el puro instinto, la pura
pasión, rasgos notoriamente positivos para el formato romántico, aun cuando al
ser acentuados conducen a la bestialización de su figura. Uno de los trazos
reveladores de su carácter instintivo es la falta de cálculo racional. Quiroga
no calcula; obra por puro impulso, y en ese rasgo residirá una de las
diferencias centrales con Rosas (ahora bien: ¿diferencia a favor o en contra?).
Sea como fuere, Facundo emerge como un individuo pasional, irracional, potente,
energético.
Quiroga es además
un guerrero, un comandante de campaña, que como tal oficia de caudillo de masas
rurales. Un caudillo que entrará en conflicto con el caudillo porteño Juan
Manuel de Rosas y que en un momento bajará a Buenos Aires, donde por un lapso
se produce en él un fenómeno ambiguo. En efecto, la ciudad de Buenos Aires
ejerce sobre él efectos civilizatorios: viste frac, manda a sus hijos a los
mejores colegios y "no se le cae de la boca la palabra constitución".
Pero pagará por esto el duro precio de la pérdida de sus instintos. Una noche,
una partida policial irrumpe en su cuarto; Quiroga tiene el facón debajo de la
almohada pero no lo puede utilizar, queda literalmente inerme.
El romanticismo ha
entonado la alabanza del hombre natural, tanto más virtuoso cuanto más alejado
de los afeites y los afeminamientos de la civilización. De ahí su valoración de
lo espontáneo y natural, como el campesino o el niño, incontaminados por la
cultura. Ellos son individuos tocados naturalmente por la gracia. Lo que le
ocurre precisamente a Facundo es que la ciudad, sede de la civilización, lo
desgracia. La historia se cierra trágicamente cuando recupera sus impulsos
instintivos y marcha, como dirá Borges, "en coche al muere". Otra vez
el modelo es literalmente shakespeariano, tomado de la tragedia Ricardo III, el
rey que ofrece su reino por un caballo. Análogamente, Quiroga pide más
caballos, más caballos, más caballos, para ir sustituyendo los que quedan
agotados en esa carrera loca que lo llevará a la encerrona y la muerte en
Barranca Yaco.
Esta figura puede
ser entendida si se la compara con el cuento de la rana y el escorpión. Éste
tiene que cruzar un río y le pide a la rana que lo transporte sobre ella. La
rana argumenta que no lo hará porque tiene miedo de que la pique. Éste responde
que eso sería una tontería, porque entonces él mismo moriría ahogado en medio
del río. La rana se convence y acepta. Sin embargo, en la mitad del río, la
rana siente que el escorpión le clava su aguijón mortal. Le pregunta:
"¿Por qué?". Y el escorpión le responde: "Porque es mi
naturaleza".
Sobre este cuento,
el sociólogo francés Jean Claude Passeron reflexiona acerca de la lógica de la
acción social, es decir, acerca de la pregunta "por qué actuamos como
actuamos". Sustituyendo al escorpión por Facundo Quiroga, podemos
enriquecer la visión que de él formula Sarmiento. ¿Qué le pasa al escorpión?,
se pregunta Passeron. Cuando argumenta ante la rana, sigue la lógica de la
acción social que Max Weber llama "racional", típica de los modernos:
se persigue un fin (llegar al otro lado del río) y para ello se calcula el
medio racionalmente más adecuado (montarse sobre la rana). El problema del
escorpión es que mientras él argumenta, la rana cree en lo que dice, en lo que
afirma sobre sí mismo en ese momento, pero no sabe "el escorpión que se
viene". Éste es el que aparece cuando, montado sobre la rana, no puede
evitar que irrumpa algo más fuerte que su razón: su instinto, su naturaleza. De
esta ignorancia nacen un asesinato y un suicidio. Del mismo modo, cuando
Facundo sale de Buenos Aires recupera sus instintos, y esa, su naturaleza, lo
arrastra trágicamente a una muerte en su ley, la ley del gaucho bárbaro.
Así se llega a la
escena de la muerte de Facundo Quiroga, donde se suponía que el libro debía
terminar. Pero Sarmiento le agrega un capítulo con su programa para ser
implementado una vez derrocado Rosas: inmigración; libre navegación de los
ríos; nacionalización de las rentas de aduana; libertad de prensa; educación
pública; gobierno representativo; religión como elemento de moralización
pública; respeto de la vida (seguridad) y la propiedad privada. A la hora de
proponer el programa, Sarmiento no dice nada distinto de lo que había sido el
programa tradicional de la elite política e intelectual argentina. Es un
programa liberal, vaciado en el molde de las ideas de la Ilustración. De manera
que un texto en buena medida animado por el modelo romántico, a la hora de
proponer y organizar concluye adoptando el legado ilustrado. Es ahí que se
suele citar esa frase que ha hecho fortuna del profesor de filosofía Coriolano
Alberini, según la cual en el Facundo (y en general en los textos de la Generación
del 37) lo que impera es un romanticismo de medios y un iluminismo de fines.
Romanticismo para entender la realidad con todas sus particularidades locales,
pero iluminismo para articular de la manera más eficaz los procedimientos
destinados a obtener los objetivos y valores de la Ilustración.
Ahora que hemos
seguido hasta el final, no sin fascinación, la vida de Facundo, podemos volver
al texto para retomar la cuestión central, ya que el objetivo del libro no es
explicar a Quiroga sino, a través de él, explicar a Rosas, que es lo mismo que
develar el enigma argentino: porqué y cómo la revolución derivó en el
despotismo. He aquí la respuesta tal como aparece en el capítulo IV de Facundo,
titulado "Revolución de 1810", que es "el punto en que el drama
comienza". Allí se narra que antes de mayo había en lo que será la
Argentina dos civilizaciones (aquí "civilización" tiene el
significado antropológico de "cultura" y ya no refiere a una cadena
evolutiva). Se trata de la civilización de la ciudad y de la del campo, que
existían aisladas, encapsuladas, desarrollándose sin interferirse. La
revolución rompe la cápsula en el momento en que las ciudades llaman a una
"tercera entidad" en su apoyo: las masas rurales. Esto es, el
movimiento civilizatorio (ahora en el sentido evolutivo) de las ciudades
desencapsula o activa al mundo rural y bárbaro compuesto por las masas gauchas
y sus caudillos. De allí en más se desenvuelve una doble y simultánea lucha: de
los patriotas contra los españoles realistas y de las ciudades contra el campo.
Al final del proceso, la revolución triunfa sobre los realistas y el campo
sobre la ciudad. "He ahí explicado el enigma de la revolución argentina,
cuyo primer tiro se disparó en 1810 y el último no ha sonado todavía".
"Salen, pues,
los varones sin saber fijamente a dónde. Una vuelta a los ganados, una visita a
la cría, o a la querencia de un caballo predilecto, invierte una pequeña parte
del día; el resto lo absorbe una reunión en una venta o pulpería… En esta vida
sin emociones, el juego sacude los espíritus enervados, el licor enciende las
imaginaciones enardecidas. Esta asociación accidental de todos los días viene
por su repetición a formar una sociedad más estrecha que la de dónde partió
cada individuo; y en esta asamblea sin objeto público, sin interés social,
empiezan a echarse los rudimentos de las reputaciones que más tarde, y andando
los años, van a aparecer en la escena política…
Por deleznables e
innobles que parezcan estos fundamentos que quiero dar a la guerra civil, la evidencia
vendrá luego a mostrar cuán sólidos e indestructibles son. La vida de los
campos argentinos tal como la he mostrado, no es un accidente vulgar; es un
orden de cosas, un sistema de asociación, característico, normal, único, a mi
juicio, en el mundo, y el solo basta para explicar toda nuestra revolución.
Había antes de 1810 en la República Argentina dos sociedades distintas, rivales
e incompatibles; dos civilizaciones diversas; la una española europea culta y
la otra bárbara, americana, casi indígena; y la revolución de las ciudades solo
iba a servir de causa, de móvil, para que estas dos maneras de ser de un pueblo
se pusiesen en presencia una de otra, se acometiesen por largos años, y después
de largos años de lucha, la una absorbiese a la otra…
La revolución de
1810 llevó a todas partes el movimiento y el rumor de las armas. La vida
pública que hasta entonces había faltado a esta asociación árabe-romana, entró
en todas las ventas, y el movimiento revolucionario trajo al fin la asociación
bélica en la montonera provincial, hija legítima de la venta y de la estancia,
enemiga de la ciudad y del ejército patriota revolucionario. Desenvolviéndose
los acontecimientos, veremos las montoneras provinciales con sus caudillos a la
cabeza; en Facundo Quiroga últimamente, triunfante en todas partes la campaña
sobre las ciudades, y dominadas estas en su espíritu, gobierno, civilización,
formarse al fin el gobierno central unitario despótico del estanciero D. Juan
Manuel Rosas, que clava en la culta Buenos Aires el cuchillo del gaucho, y
destruye la obra de los siglos, la civilización, las leyes y la libertad"
(Domingo Faustino Sarmiento, Facundo, prólogo y notas del profesor Alberto
Palcos).
En términos
sustantivos, la historiografía argentina va a seguir insistiendo hasta el
presente sobre estos rasgos novedosos producidos a partir de 1810: la
militarización y la ruralización de la vida política. "Es singular
(escribe Sarmiento) que todos los caudillos de la revolución argentina han sido
comandantes de campaña".
En otro terreno,
podría suponerse que nuestro autor está describiendo una suerte de lo que José
Sazbón ha llamado "dialéctica involutiva", en la cual no se produce
un resultado superador que incluya los mejores elementos de las dos fuerzas en
conflicto. Lo que observa es que en dicha antítesis la barbarie termina
contaminando a la civilización. Sin embargo, para entenderlo habrá que ir más
despacio, porque el razonamiento se complejiza cuando registramos que esa misma
barbarie segrega otro fenómeno que Facundo contenía virtualmente pero que
requería algo más, algo que provee Rosas para producir el despotismo. ¿Cuál es
ese plus que agrega el Restaurador al impulso ciego de Facundo? Precisamente,
su visión, esto es, la racionalidad, el principio moderno por excelencia: el
cálculo racional.
En este punto es
cierto que las tensiones entre el alma ilustrada de Sarmiento y su alma
romántica estallan. Porque precisamente la racionalidad que Rosas introduce en
el proceso es lo que violenta la valoración romántica del instinto y la pasión
facúndica. Por eso, cuando describe a Rosas dice: "Corazón helado,
espíritu calculador, que hace el mal sin pasión y organiza lentamente el
despotismo con toda la inteligencia de un Maquiavelo". Es claro que en
esta afirmación hay una valoración inferior de Rosas frente a Facundo,
inferiorización que puede ser entendida fácilmente a partir de la cita anterior
de Rousseau cuando escribió que no hay peor cosa que el hombre que medita. Las
simpatías románticas de Sarmiento están en este nivel de parte del puro
instinto de Facundo frente al cálculo frío de Rosas. El caudillo riojano obra
por puro impulso, es incapaz de abarcar en un sistema articulado de ideas un
panorama político; por ello, cuando triunfa militarmente en un territorio no puede
construir nada en él y sigue su camino en busca de nuevos combates hasta que se
estrella con una muerte cuya falta de racionalidad le impide ver, porque
Facundo no puede ver sus límites, sus fallas fatales que derivan de su carácter
puramente instintivo. Ahora bien, el problema es que el libro llamado Facundo
está escrito en pro de la civilización, en pro de la modernidad, y por ende en
pro de una lógica de la acción social racional, según la cual se calculan los
medios más adecuados para obtener los fines considerados valiosos.
En suma, el moderno
civilizado calcula, hace cuentas, prevé, pre-ve, ve antes. Retornando a
Passeron, a la actitud objetivamente suicida y asesina del escorpión se le
contrapone la de Ulises frente a las sirenas en la Odisea. En efecto, Ulises sí
sabe "el Ulises que se viene" cuando pase frente a la isla de las
sirenas, y entonces el actual se protege racionalmente del Ulises por venir: se
ata al mástil y dispone que sus hombres se tapen los oídos con cera para no
escuchar el canto de las sirenas que es tan seductor como mortal.
Pero ocurre que
tampoco Rosas es puro; Rosas es un "híbrido", dice Sarmiento
textualmente. Es curioso: la palabra "híbrido" proviene del griego
hybris, donde significa que se ha mezclado o juntado lo que no debía juntarse
(por ejemplo, como en Edipo, un hijo con su madre en el lecho conyugal). En el
Facundo es precisamente sobre esa mezcla de elementos heterogéneos que Rosas
podrá construir su hegemonía, su poder, e imponer el orden, aunque sea un orden
autoritario. Porque en Rosas hay una parte de barbarie gaucha, nos dice
Sarmiento, ya que siendo estanciero ha desarrollado destrezas criollas que le
permiten conocer por el gusto los pastos de cada estancia de la provincia de
Buenos Aires, que le permiten (y esto es un elogio elevado) ser "el primer
jinete de la tierra". En otro orden, también contiene elementos
dionisíacos y padece, como Byron y Napoleón, nada menos, de "un exceso de
vida".
Junto con todo
esto, Rosas calcula. De manera que es un híbrido de barbarie y de civilización,
ese oxímoron (contradicción en los términos) que compone "el legislador de
la civilización tártara". En verdad, dicho sea de paso, según Facundo
varias cosas en América y en la Argentina son oxímoron, y por ende parecen
requerir sujetos en oxímoron. Sin ir más lejos, el propio Sarmiento gustará
definirse como "el doctor montonero".
Rosas al fin ha
logrado la unificación. Como Moisés, como Licurgo, ha terminado con la
anarquía; ha centralizado el poder; ha implantado el orden. El gobierno rosista
ha acarreado incluso beneficios secundarios: hizo conocer a la Argentina en el
mundo; aquellos obligados a exiliarse volverán enriquecidos en experiencia y
saber; destruyó el poder de la campaña; mezcló a los habitantes de la ciudad
con los del campo… Si hasta la mazorca tiene virtudes (como dice Sarmiento, y
como lo demuestra al salvar vidas de los enemigos del régimen), ello permite
alentar el optimismo sobre el futuro argentino dado que existe una estructura
de creencia más profunda que le evita caer en el derrotismo. Se trata de una
confianza en el curso inexorable del progreso, típica del siglo XIX, que en
clave hegeliana será mentada como la "astucia de la razón" y en el
universo cristianizado como "providencialismo". Está por consiguiente
la idea de que Rosas ha hecho el bien sin quererlo ni saberlo; siguiendo sus
propios objetivos ha obtenido frutos valorables aun para sus enemigos. Está la
idea de que este estado, que está en formación pero que ya tiene una figura,
podrá ser apropiado por los amigos de la civilización, para utilizar esta
maquinaria estatal con vistas a implantar el proyecto civilizatorio.
Este
providencialismo, que hoy llamaríamos "determinismo", aparecerá en
Facundo también de modo problemático, y esta problematicidad puede ubicarse
entre las tensiones que Max Weber en un texto clásico ha colocado en la
relación entre "el científico y el político". El científico actúa
según la lógica de los principios que lo conducen a no traicionar la verdad ni
los mandatos absolutos; el político se regula por la lógica de la
responsabilidad que le indica atender a las consecuencias de sus actos más allá
de su corrección moral.
Sabemos que, como
el Facundo está animado de un fuerte motor político, es prescriptivo cuando
dice: "Es preciso superar la barbarie". Pero también posee momentos
que podrían ser caracterizados como "científicos", en los que
describe las causas inexorables por las cuales Rosas ha llegado al poder. Esta
tensión entre el científico (que busca causas inscriptas en la naturaleza de
las cosas) y el político (que postula la capacidad de la voluntad para
transformar la realidad) estalla en un pasaje del libro, donde ocurre algo
similar a lo que pasa con el Manifiesto comunista que Marx escribe en la misma
época. Todo este libro está destinado a mostrar que la caída del capitalismo y
el triunfo del socialismo son inexorables. Sin embargo, el opúsculo termina con
una interpelación prescriptiva: "Proletarios del mundo, uníos". Ahora
bien: ¿por qué deben unirse, si todo lo anterior viene mostrando que
necesariamente se van a unir? Y ahora, he aquí el pasaje donde algo semejante
se le aparece a Sarmiento cuando se pregunta: "¿Para qué os obstináis en
combatirlo (a Rosas), si es fatal, forzoso, natural y lógico?". Y se responde:
"Es ley de la humanidad que los intereses nuevos, las ideas fecundas, el
progreso, triunfen al fin de las tradiciones envejecidas, de los hábitos
ignorantes y de las preocupaciones estacionarias".
Precisamente aquí
el providencialismo es una fuente de esperanza y de resistencia. Si tengo de mi
lado las leyes de la historia, las derrotas son pasajeras: se ha perdido una
batalla, pero se ganará la guerra. Esa providencia ha operado para que el mismo
Rosas, independientemente de sus deseos, haya realizado acciones por las cuales
en la República Argentina no todo es vacío, desierto, sino que hay un comienzo
de institucionalidad política imprescindible para la construcción de una
nación. En definitiva, dirá el Facundo, la carencia es clara: "faltáronnos
los jóvenes de la Escuela Politécnica", esto es, los cuadros
político-intelectuales que en Francia fueron los guías del proceso político a
partir de 1789. Traducido al Río de la Plata, eso significa reiterar la apuesta
de la Generación del 37 en la necesidad de sumar a la fuerza de una espada
victoriosa la sapiencia de la joven generación. En 1852, esta espada exitosa
será vista por Sarmiento en la figura del general Urquiza, con quien (a
diferencia de Alberdi) romperá rápidamente para reanudar, con otras alianzas políticas,
un camino que años más tarde lo llevará a la presidencia de la república.
Ahora podemos
agregar una última pregunta a la serie antes enunciada (quién habla, qué dice,
cómo lo dice), y preguntarnos para quién habla, para quién escribe. Esto es lo
mismo que preguntarse por el público al que está dirigido el texto, y
nuevamente hay que tener en cuenta que se trata de dos tipos de público: uno
virtual y otro real. El virtual es aquel que el libro (por no decir el autor)
tiene in mente al escribir, y el otro es el que realmente lee su obra. Para
averiguar sobre este último tenemos una serie de herramientas: acuses de recibo
o citas de la obra, listados de ventas en librerías o suscripciones, etcétera.
En cuanto al público virtual, aquel que el escritor tiene imaginariamente
mirándolo sobre el hombro mientras escribe, otra vez tenemos que buscarlo en el
texto, para encontrar allí términos lexicales, marcas, guiños, pactos de
lectura, un estilo, unas citas, unos sobreentendidos, que nos brinden pistas
para componer ese público virtual que el escritor ha construido. Porque para
ser leído y comprendido, un texto tiene que contar con una comunidad de sentido
previamente estructurada, así fuere en la cabeza del escritor (por eso los
distintos diarios utilizan diversos lenguajes, por ejemplo).
En este aspecto, el
Facundo fue escrito para los pares, para el mundo político e intelectual de las
clases dirigentes chilena y argentina, pero también (hay marcas de esta
pretensión en el libro) fue escrito para presentar la realidad americana ante
el público europeo. De hecho, Sarmiento tiene como modelo explícito La
democracia en América, publicado por Alexis de Tocqueville entre 1835 y 1840.
Allí este noble francés describe el fenómeno norteamericano de la
"democracia", "bajo una especie de terror religioso" y
admirado ante un animal político que no encuentra en la zoología europea y que
avanza, incontenible, desparramando "la nivelación universal".
Para las
coordenadas románticas de Sarmiento este modelo debe haber resultado estimable,
ya que se trataba de mostrar a la inteligencia faro de Europa una realidad
específica, idiosincrática, única, que es la realidad americana. Una realidad
para la cual no alcanza el diccionario europeo, y que debe, por ende, apelar a
otras figuras para dar cuenta de ella en su especificidad irreductible, porque
así como el puma no es un tigre subdesarrollado sino otra especie, la América
antes española tiene sus particularidades que Sarmiento pretende traducir para
la mirada culta europea. Por fin, no será casual que en su viaje iniciático a
Europa el sanjuanino lleve bajo el brazo, como tarjeta de presentación,
precisamente el Facundo.
Justamente, acerca
de la recepción real de sus contemporáneos contamos con dos testimonios
fundamentales, uno de los cuales es precisamente europeo. En Francia consigue
una crítica consagratoria de Charles de Mazade publicada en la prestigiosa
Revue des Deux Mondes. Esto refiere a otro tema que siempre debe tenerse en
cuenta, en relación con una preocupación de la sociología de los intelectuales:
¿quién consagra a quién?
Otra recepción es
crítica y está a cargo de un miembro prestigioso del exilio antirrosista:
Valentín Alsina, el que en una larguísima carta le señala una serie de errores:
la pampa que describe no es la pampa realmente existente; Sarmiento no conoce a
los gauchos y subestima a la Argentina; ha cometido errores empíricos,
etcétera. Sarmiento lee esta crítica, la agradece y dice que la tendrá en
cuenta. Aunque en sucesivas ediciones no corrige ni una coma, le dedica (eso
sí) el libro a Alsina… Seguía, en suma, el consejo de Dalmacio Vélez Sarsfield,
quien le había dicho: "El Facundo mentira será siempre mejor que el
Facundo verdadera historia".
Otro comentario lo
formula un compañero de la Generación del 37, Juan María Gutiérrez, que escribe
una crítica muy elogiosa del Facundo. Pero luego, en el lenguaje brutal de las
cartas, confiesa que todo lo allí dicho es mentira… Ocurre que entre el grupo
de los exiliados unitarios, con justo motivo, el libro cae mal; porque Facundo
contiene alabanzas pero también fuertes impugnaciones a la figura del unitario,
cristalizadas en sus referencias a Rivadavia: un señor que camina siempre con
la cabeza levantada, que no se digna mirar a nadie, y que cree que escribiendo
una ley sobre el papel de un cigarrillo se puede modificar una costumbre. Es,
en suma, la crítica de la Generación del 37 a los unitarios: los unitarios son
librescos; son pura razón formal; no tienen clavado un ojo en las entrañas de
la realidad nacional, sino los dos ojos puestos en la realidad europea.
Por fin, el
Sarmiento que llega a presidente ya no sostiene exactamente lo mismo que en
Facundo, especialmente en un aspecto. Al evocar en sus Viajes la llegada al
viejo mundo, ha dejado testimonio de esa profunda desilusión:
"¡Eh! ¡La
Europa!: triste mezcla de grandeza y de abyección; de saber y de
embrutecimiento a la vez. Sublime y sucio receptáculo de todo lo que al hombre
eleva o lo tiene degradado: reyes y lacayos, monumentos y lazaretos, opulencia
y vida salvaje. El repugnante espectáculo de la miseria y atraso de la gran
mayoría de las naciones europeas".
Lo que tan
profundamente choca a su sensibilidad es la inequidad social, y con ello nos
muestra de manera elocuente algo que él mismo había observado respecto de la
sociedad argentina como rasgo distintivo. Allí (escribió en Facundo) "la
democracia ha penetrado hasta las capas más bajas de la sociedad". Cuando
en el siglo XIX se dice "democracia" se alude, básicamente, a la democracia
de Tocqueville, a un "estado social" donde impera "la igualdad
de condiciones", e incluso (según Furet) a una cultura igualitaria más que
a un estado de la sociedad.
De este modo,
Sarmiento registraba como un rasgo positivo, aunque complejo y a veces
inconveniente, el igualitarismo como marca fundante de esta sociedad. En una
nota periodística de esos años, refiriéndose a Chile, dice que en ese país es
muy fácil saber a qué sector social pertenecen los individuos que circulan por
la calle, porque eso puede detectarse a través de la vestimenta, ya que cada
clase social usa una distinta. En cambio, cuando uno se para en la Plaza de
Mayo, según lo postula Sarmiento, no puede saberse a qué sector social
pertenece cada quien puesto que todos se visten igual.
Por eso, cuando llega
a los Estados Unidos de América exclama: "Aquí existe la democracia; la
república, la cosa pública, vendrá más tarde".
"La luz se
irradiará hasta nosotros cuando el sur refleje al norte. La aldea
norteamericana es ya todo un Estado. Del seno de un bosque primitivo, la
diligencia o los vagones salen a un pequeño espacio desmontado en cuyo centro
se alzan diez o doce casas. Éstas son de ladrillo, construido con el auxilio de
máquinas, lo que da a sus costados la tersura de figuras matemáticas, uniéndolos
entre sí una argamasa en filetes finísimos y rectos".
Fíjense cómo al
hablar de la casa nos está revelando su idea de un buen orden. Aquí una
construcción con ladrillos uniformes fabricados en masa y no artesanalmente
produce una estructura matemática de líneas rectas. Ya viejo, opinando sobre
las manifestaciones de la ciudad de Buenos Aires, Sarmiento dirá que esos
mítines son un escándalo porque todo el mundo va revuelto, confundido, cada uno
levantando sus propias consignas sin ningún criterio de unidad. Son un caos, un
desorden, una manifestación que evoca más bien la montonera. Le contrapone las
manifestaciones que ha visto en los Estados Unidos, en las que los
norteamericanos marchaban enlazados de los brazos. Y afirma que eso da a estas
manifestaciones una gran uniformidad, y además permite distinguir muy
precisamente la luz entre los distintos cuerpos. Es una sumatoria en la que
nadie pierde su individualidad. Por otro lado, como cada manifestante lleva a
otros dos unidos a sus brazos, se está haciendo cargo del comportamiento de
esos otros.
Ya en nuestra
despedida de Sarmiento, leamos una extensa cita de sus Viajes, que podemos
comparar teniendo en la mente aquella otra que en Facundo describía la pampa
sin sociabilidad posible como consecuencia de una extensión infinita y una
economía pastoral.
"Imagínese
usted veinte millones de hombres que saben lo bastante; que leen diariamente lo
necesario para tener en ejercicio su razón, sus pasiones públicas o políticas;
que tienen qué comer y vestir; que en la pobreza mantienen esperanzas fundadas,
realizables de un porvenir feliz; que se alojan en sus viajes en un hotel
cómodo y espacioso; que viajan sentados en cojines muelles; que llevan cartera
y mapa geográfico en su bolsillo; que vuelan por los aires en alas del vapor;
que están diariamente al corriente de todo lo que pasa en el mundo; que
discuten sin cesar sobre intereses públicos que los agitan vivamente; que se
sienten legisladores y artífices de la prosperidad nacional. Imagínese usted
este cúmulo de actividad, de goces, de fuerzas, de progresos, obrando a un
tiempo sobre los veinte millones, con rarísimas excepciones, y sentirá usted lo
que he sentido yo al ver esta sociedad sobre cuyos edificios y plazas parece
que brilla con más vivacidad el sol, y cuyos miembros muestran en sus
proyectos, empresas y trabajos, una habilidad que deja muy atrás a la especie
humana en general".
Aquí el acento está
colocado sobre una sociedad frugal: tienen lo bastante, leen lo necesario; es
una sociedad sin excesos. Al mismo tiempo, es una sociedad republicana: la
gente participa de la "cosa pública", discute sin cesar sobre
intereses públicos, se siente artífice de la prosperidad nacional. En esa misma
época, en 1855, Sarmiento le escribe una carta a su amigo Mariano de Sarratea:
ahora el escenario ya no es ni Francia ni los Estados Unidos, sino la propia
ciudad de Buenos Aires. Aquí surge su confesión de las expectativas altamente
optimistas respecto del futuro de Buenos Aires y de la Argentina:
"Buenos Aires
es ya el pueblo de la América del Sur que más se acerca en sus manifestaciones
exteriores a los Estados Unidos. Mezclándome con las muchedumbres que acuden a
los fuegos en estos días, y llenan completamente la Plaza de la Victoria, no he
encontrado pueblo, chusma, plebe, rotos. El lugar de los rotos de Chile lo
ocupan millares de vascos, italianos, españoles, franceses, etc. El traje es el
mismo para todas las clases; o, más propiamente hablando, no hay clases. El
gaucho abandona el poncho, y la campaña es invadida por la ciudad, como ésta
por la Europa. Aquí hay, pues, elementos para una regeneración completa. Con la
guerra, la paz, la dislocación o la unión, este país marchará".
No hace falta
comentar el elogio de la igualdad. Es una inmigración que, en este momento,
todavía sigue viéndose como una palanca fundamental para la modernización del
país. Cuando sea presidente, Sarmiento creerá ver realizado este programa en un
nivel micro en Chivilcoy. En 1868 pronuncia allí un discurso programático:
"Chivilcoy fue
una utopía que seguía por largos años, y la veo ahora realidad práctica. Yo
había descripto la pampa sin haberla visto, en un libro que ha vivido por esa
descripción gráfica. Pero encuentro algo más que no entraba en mi programa. Y
es el espíritu republicano, el sentimiento del propio gobierno, la acción
municipal de los habitantes. Heme aquí, pues, en Chivilcoy, la pampa como puede
ser toda ella en diez años. He aquí el gaucho argentino de ayer, con casa en
que vivir, con un pedazo de tierra para hacerle producir alimentos para su
familia. He aquí el extranjero ya domiciliado, más dueño del territorio que el
mismo habitante del país".
Es evidente que el
programa nacional que enuncia tiene su inspiración fundada en la democracia
agraria que Sarmiento ha visto en los Estados Unidos, país del cual ha
lamentado empero la esclavitud como "la llaga, la fístula incurable que
amenaza gangrenar el cuerpo robusto de la Unión". Pero en su propia nación
jamás se realizará la construcción de un país de granjeros (de farmers), debido
al régimen de apropiación latifundista de la tierra. Ante esa decepción, el
viejo Sarmiento acuñará el célebre insulto dirigido a la clase poseedora:
"Aristocracia con olor a bosta".
Ausentes en la
realidad argentina de su tiempo el reparto de la tierra y la participación
republicana en la política, del proyecto sarmientino sólo quedará en pie
(aunque como un satélite sin su planeta) el proyecto de la educación pública.
Para la consumación
de ese modelo Sarmiento había confiado en el activismo estatal pero sin
prescindir en absoluto de la iniciativa de la sociedad civil. Precisamente, si
de algo desconfía es de esas sociedades como las europeas, arropadas por un
estado que convierte a sus ciudadanos en "presos disciplinados" y
bien cuidados. De allí derivará su desacuerdo expresado en los Viajes con la
definición más convencional de la palabra "civilización" como la
encuentra en el Diccionario Salvá, que incluye entre sus atributos rasgos como
el "primor, elegancia y dulzura", y a que para nuestro autor "ni
las voces muy relamidas, ni las costumbres en extremo muelles representan la
perfección moral y física, ni las fuerzas que el hombre civilizado desarrolla
para someter a su uso la naturaleza". En cambio, para él la civilización
deseable incluye algo del "antiguo espíritu heroico de las primeras edades
de los pueblos", tales como sobreviven en "los presidiarios de Tolón
y de Bicêtre y los emigrantes norteamericanos", y a que "todo el
resto de la especie humana ha caído en la atonía de la civilización", esa
atonía debida a que "el europeo es un menor que está bajo la tutela
protectora del Estado" que le expropia "su razón, su discernimiento,
su arrojo, su libertad", "su derecho de cuidarse a sí mismo", a
diferencia del yanqui que "si quiere matarse nadie se lo estorbará",
conformando así una sociedad productiva, enriquecedora en todo sentido, una
sociedad de hombres libres e iguales y no de "presos disciplinados".
¿Sería por ello que
ante la tumba de Quiroga en la Recoleta llegará a decir: "Mi sangre corre
ahora confundida con la de Facundo, y no se han repelido sus corpúsculos rojos,
porque eran afines"?
Respuestas que sólo
ustedes podrán imaginarse. Entre otras cosas porque en esta lección he tratado
de permanecer fiel a la consigna que Schopenhauer daba respecto de la obra de
Kant, y que aquí diría así: "No permitas que nadie te cuente el
Facundo".
Las
Bases de Alberdi
Pasemos entonces a
Juan Bautista Alberdi, con motivo del cual ampliaremos y complejizaremos
nuestro panorama sobre las formaciones del pensamiento liberal argentino en el
siglo XIX. Aquí el tono de esta lección cambiará de registro, teniendo en
cuenta lo ya avanzado en las lecciones anteriores y especialmente en la parte
referida al Facundo. Asimismo, se nota en lo que sigue la marca de un par de
trabajos míos, anteriores, sobre el propio Alberdi, de la que siempre resulta
difícil desprenderse.
A lo largo de una
obra tan caudalosa como la de Sarmiento, Alberdi construyó otra propuesta
nacida del seno de la Generación del 37 y orientada por los faros ideológicos
del romanticismo y del liberalismo. Sin embargo, no sólo dichas propuestas
difirieron en aspectos sustanciales, sino que pocas personalidades como las de
estas dos grandes voces político-intelectuales del siglo XIX han nacido, como
dijo Lugones, para no comprenderse. Todas las diferencias temperamentales
pueden encontrarse en la polémica que sostuvieron en 1853, a través de las
Cartas quillotanas de Alberdi y Las ciento y una de Sarmiento. La escritura
corporal del sanjuanino se contrapone allí al razonamiento delicado (aunque no
menos violento) del otro, escenificando un duelo entre un oso y un esgrimista,
para decirlo rápidamente pero con propiedad. A la escritura sutil de Alberdi,
Sarmiento le contrapone un caudaloso listado de insultos que prácticamente
agotan su inagotable diccionario de improperios, sin ahorrarse aquellos que
denunciarían la falta de cultura gaucha, tras muchos de los cuales campea la
atribución de una cobardía que Alberdi habría manifestado tempranamente al ser
de los primeros en abandonar Montevideo ante la cercanía de los ejércitos
rosistas, como Sarmiento le recordará en la dedicatoria envenenada con que le
entregó su libro Campaña en el Ejército Grande: "…el primer desertor
argentino de las murallas de defensa al acercarse Oribe".
Por cierto que más
importantes que todas estas diatribas personales son las diversas concepciones
y proyectos de nación que ambos construyeron a lo largo de vidas y actividades
igualmente extensas. La de Alberdi se inicia en la ciudad de Buenos Aires
(adonde había llegado a estudiar con una de las becas rivadavianas desde su
natal Tucumán), donde tempranamente lo encontramos como animador del Salón
Literario y autor, en 1837, del Fragmento preliminar al estudio del derecho. De
este escrito rescataremos algunas cuestiones básicas que nos permitirán
comprender sus posiciones ideológicas iniciales.
En principio, su adscripción
al romanticismo, nuevamente no exento de ambigüedades y tensiones. El joven
Alberdi, en efecto, es fiel al llamado de Echeverría a tener una mirada
estrábica (un ojo para Europa, otro para América), así como considera que las
leyes no deben imponerse sin diálogo con las costumbres locales. Al atender a
la propia realidad, detecta una particularidad distintiva con respecto a los
modelos europeos. En una conferencia que pronuncia en 1837 en el Salón
Literario lo expresa así: "La Francia había empezado por el pensamiento,
para concluir con los hechos. Nosotros hemos seguido el camino inverso: hemos
principiado por el fin". Esto es, la Argentina ha realizado una revolución
sin pensamiento, sin teoría. De allí la necesidad de dotarla de la legitimidad
de las ideas. Ha terminado por consiguiente el tiempo de los guerreros y ha
llegado la hora de los intelectuales, dentro de los cuales el propio Alberdi se
ubica. He aquí indicado el modo en que Alberdi se legitima a sí mismo y a su
propio grupo de pertenencia, con la autoafirmación de una autoridad fundada en
el saber que lo acompañará a lo largo de toda su vida. Como lo acompañará la
pretensión de hallar una espada, un caudillo o un hombre del poder dispuesto a
escuchar estos consejos de intelectual.
En aquel discurso
del Salón Literario, Alberdi muestra su confianza en que Rosas pueda resultar
funcional a su proyecto, en la medida en que ese "hombre grande que
preside nuestros destinos públicos" habría intuido en política "lo
que nuestra razón trabaja hoy por comprender y formular; había ensayado de
imprimir a la política una dirección completamente nacional, de suerte que toda
nuestra misión viene a reducirse a dar a los otros elementos de nuestra
sociabilidad una dirección perfectamente armónica a la que ha obtenido el
elemento político en las manos de este hombre extraordinario".
También en el
Fragmento preliminar revela su creencia de que Rosas es "expresión de una
realidad", de modo que "no es un déspota que duerme sobre bayonetas
mercenarias", sino "un representante que descansa sobre la buena fe,
sobre el corazón del pueblo argentino".
Esta creencia en la
capacidad del caudillo para bien dirigir la sociedad reposa sobre otra
creencia: que esta sociedad argentina alberga una población aún carente de educación
y hábitos cultivados, pero que, con la instrucción y el tiempo, esta plebe se
convertirá en un sujeto apto para recibir y desplegar los bienes y valores de
la civilización. La Argentina, entonces, no es "la pampa" sarmientina
vacía de civilización, sino un espacio sobre el cual un poder hegemónico como
el de Rosas, si establece una alianza con la palabra de los que saben, puede
construir las bases de una nación moderna.
He aquí un
romántico que, fiel a esta perspectiva, no busca un pueblo fuera de sus propias
fronteras, aunque sí buscará otra tradición cultural diversa de la heredada de
España, y lo hará en un punto clave de toda cultura, como es la cuestión de la
lengua. Efectivamente, en el Fragmento… escribió:
"Si la lengua
no es otra cosa que una faz del pensamiento, la nuestra pide una armonía íntima
con nuestro pensamiento americano, más simpático mil veces con el movimiento
rápido y directo del pensamiento francés que no con los eternos contorneos del
pensamiento español".
Drama del
romanticismo en el Plata que vemos reiterarse y que ya había experimentado su
héroe fundador. Echeverría había confesado así que, al salir en busca de
canciones populares, no encontró sino restos de canciones pertenecientes al
italiano, al francés, pero ninguna realmente autóctona…
Sin embargo, la
nula disposición del Restaurador a escuchar los discursos de estos jóvenes y la
radicalización de la situación política rápidamente llevan a Alberdi a una
activa oposición al gobernador de Buenos Aires y, por tanto, al exilio en
Montevideo. Desde allí, y en un giro violento de su actitud y su pensamiento,
promoverá la alianza con Francia y apoyará de manera muy activa la campaña
militar de Lavalle destinada a derrocar a Rosas. Es entonces cuando escribe que
"en América el momento actual no es de filosofía, sino de política y de
libertad". Fiel a esta nueva idea, en un proyecto de un curso de filosofía
considera que ésta tiene que ser en América filosofía aplicada y, básicamente,
filosofía política, ya que para los grandes principios derivados de la
metafísica o la teoría del conocimiento basta con seguir lo ya pensado por la
filosofía europea. En la continuidad de esta convicción, Alberdi proclamará que
América practica lo que piensa Europa. He aquí nuevamente planteado el límite a
lo autóctono romántico en el Plata. Ya en el Fragmento preliminar había apelado
por lo demás a una figura que sintetiza esta visión: el sol de la razón es uno
y universal, pero se refleja de diversos modos según el terreno sobre el cual
se posa; una metáfora que concilia el modelo cosmopolita (en rigor, europeo)
con el localismo romántico.
Fracasada la
empresa militar de Lavalle y afianzado por consiguiente el poder rosista,
Alberdi saldrá de Montevideo primero rumbo a una breve estadía en Europa y luego
a un largo exilio en Chile. Prosigue de tal modo lo que sería una marca
definitiva en su vida: la de haber vivido mucho más tiempo en el extranjero que
en su país, aun cuando jamás dejó de pensar y escribir sobre éste.
En su prolongada
estadía chilena produce dos obras en las que el giro de su pensamiento es
notable y decisivo: Acción de la Europa en América, de 1842, y en 1852 la
célebre Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina. Imagina en ambas un proyecto fundacional para introducir al país en
la corriente de la modernidad, proyecto que responde a dos preguntas centrales:
cómo generar hábitos civilizados y cómo construir el poder en estas tierras.
Descreído ahora sí definitivamente de la capacidad endógena para crear esos
hábitos, cuando la Argentina vuelve a aparecérsele vacía de civilización adopta
la vertiginosa "teoría del trasplante inmigratorio". Y digo
"vertiginosa" porque ella nos pone en presencia de un romántico que
ya no busca sólo costumbres en otras regiones, sino que ahora sale a buscar
habitantes en el extranjero; en su caso, aquellos europeos anglosajones en
quienes más se ha desarrollado el espíritu de la libertad de los modernos, tal
como la hemos considerado y sobre la cual volveremos.
En las Bases,
lapidario, Alberdi escribe: "La libertad, como los ferrocarriles, necesita
maquinistas ingleses". Y en Acción de la Europa… ya ha llegado a la
conclusión de que cada europeo que viene trae más civilización en sus hábitos
que muchos libros o manuales. Mediante el uso de metáforas botánicas, sostiene
que para "plantar en América la libertad inglesa, la cultura
francesa", es preciso traer "pedazos vivos de ellas en los hábitos de
sus habitantes", hábitos importados que son más eficaces que "el mejor
libro de filosofía". Éste es el sesgo antiintelectualista que Alberdi
nunca abandonará. Esto es: las costumbres no se modifican a través de la
instrucción letrada formal sino a partir de otros hábitos realmente existentes,
según la lógica de lo que llama (tomándolo de Rousseau) la "educación por
las cosas".
Pero además digo
"vertiginosa" porque es un gesto extraordinariamente revolucionario
en alguien siempre inclinado más bien a una mirada gradualista. Revolucionario
porque se trata, nada más y nada menos, que de alterar o modificar "la
masa o pasta de la sociedad", como Alberdi lo escribe. Junto con ello, al
instaurar el ámbito de la sociedad civil como el ámbito estratégico de
resolución de los problemas de una nación (sociedad civil en la que es instaurada
como centro la moral del productor), Alberdi confía en la pedagogía de las
cosas; en que los hábitos laboriosos de los inmigrantes van a difundir un nuevo
ethos. Alberdi está a la búsqueda de un nuevo ethos, de una nueva eticidad, de
una nueva matriz a partir de la cual se configuren los sujetos. Como esta
eticidad no la encuentra plasmada en el espacio nativo, apela a la teoría del
trasplante, la teoría de la importación de un ethos.
Entonces, la
pregunta es cómo europeizar; cómo civilizar. Y la respuesta es: a través del
trasplante inmigratorio y la educación por las cosas. Dice Alberdi en las
Bases: "No es el alfabeto. Es el martillo, es la barreta, es el arado lo
que debe poseer el hombre del desierto (es decir, el hombre del pueblo sudamericano)".
Para que este
trasplante inmigratorio resulte exitoso (prosigue Alberdi) hay que adecuar la
constitución (las leyes), proponiendo la doble nacionalidad, la libertad de
cultos, tratados ventajosos para Europa, ferrocarriles, libre navegación
interior y libertad comercial. Igualmente, "hay que fomentar los
matrimonios mixtos. Para ello, la Argentina cuenta con el encanto de las
mujeres sudamericanas".
La otra pregunta es
aquella que le recordaba a Sarmiento en sus Cartas quillotanas (llamadas así
porque las escribió en 1852 en la localidad chilena de Quillota), donde
sostenía que todo el problema desde 1810 en adelante residía en cómo se formaba
la autoridad, esto es, el poder legítimo, en la Argentina. Explorando su
respuesta concordaremos con calificar su posición dentro de lo que se ha
llamado el "progresismo autoritario" o "liberalismo
conservador": progresista en lo económico-social; conservador en lo
político. En definitiva, un liberal adecuado a los cánones del liberalismo
europeo alarmado ante los efectos del jacobinismo de la época del terror
robesperriano de la revolución francesa y de allí en más ante la presencia
descontrolada (ante sus ojos) de las masas en la escena política. Alarmas todas
ellas que se verificaron de modo espectacular entre las clases dirigentes y
poseedoras al calor de las revoluciones europeas de 1830 y sobre todo de 1848.
Desde entonces, la doctrina liberal afrontó un profundo desafío: la necesidad
de restaurar el orden luego de esos estallidos una vez que las masas ganaron la
escena pública, lo que en términos teóricos se tradujo en la conciliación entre
los principios revolucionarios de la libertad y la igualdad o, dicho de otro
modo, entre liberalismo y democracia.
Es entonces cuando
se percibe con entera claridad que estos principios pertenecen a dos órdenes de
necesidades y razonamientos. Porque la democracia (pensada desde la política)
refiere a un criterio de legitimidad (sólo es legítimo un gobierno que reposa
sobre la soberanía popular), y el liberalismo sostiene a su vez que un gobierno
legítimo es sólo aquel que respeta la libertad individual. Ahora bien: puede
ocurrir de hecho, y es posible lógicamente, que un régimen democrático atente
contra la libertad. Se plantea entonces la evidencia de que la libertad
política, instituida para proteger la autonomía individual, puede volverse
contra ésta y destruirla. Históricamente, además, es la lección que extrae el
pensamiento liberal de los sucesos revolucionarios en Francia. Las masas en la
escena política pueden convertirse en una amenaza para la libertad. Ha
aparecido entonces un fantasma que el liberalismo de todo el siglo XIX tratará
de exorcizar: el fantasma de la dictadura de las masas, el fantasma de la
dictadura de la mayoría. Ésta es la preocupación que anima la obra de Alexis de
Tocqueville, la figura más descollante, junto con Benjamin Constant, del
pensamiento liberal francés del siglo XIX.
El despotismo al
que Tocqueville teme es el despotismo social más que político, mientras el
temor del primer liberalismo era al exceso de poder del estado. Ahora aquel
temor a la democracia, a la mayoría como eventual enemiga de la libertad
conduce a redefiniciones de los criterios mismos de la relación entre
liberalismo y democracia, y a la reconsideración de la idea democrática. En
ambos casos, se introducen criterios de redefinición de la raíz del vocablo
"democracia": se discute lo que significa "pueblo" (demos),
entendiendo por ello el conjunto de sujetos que son los titulares de derechos
políticos o, dicho de otro modo, los que forman parte de la ciudadanía.
Justamente, lo que se llama el "liberalismo doctrinario" del siglo
XIX se abocó a tematizar esta situación: cómo hacer compatible el liberalismo
con la democracia, o sea, la libertad con la igualdad. Algunas de las respuestas
transitaron esa redefinición de la ciudadanía o del sujeto político. Se decidió
así, por ejemplo, que un ciudadano era aquel que tenía una renta determinada, y
esto, traducido al terreno del voto, adoptó el nombre de "sufragio
censatario". Otra alternativa culminó, de hecho o de derecho, en el
"sufragio capacitario": tienen derecho a votar, es decir, son
ciudadanos aquellos que tienen determinado tipo de capacidades, en general
vinculadas con el acceso a ciertos saberes. Otra lo vinculará con la participación
en determinado círculo de virtudes cívicas.
De tal modo, se
realizó lo que ha sido llamado el "liberalismo restrictivo", empeñado
en definir un criterio de ciudadanía que impidiera el desborde de las masas.
En suma, las
relaciones entre liberalismo y democracia no son obvias, no van de suyo, dado
que libertad e igualdad son valores diferentes, que no sólo no se deducen uno
del otro sino que, además, pueden entrar en colisión. La historia de los
avances y retrocesos del sufragio universal (un hombre, una mujer, un voto) es
justamente la historia de estos encuentros y desencuentros. Y debemos saber que
la adquisición del sufragio universal masculino es un logro que habrá de
esperar hasta las primeras décadas del siglo XX aun en los países más democráticos
del mundo, y el sufragio femenino, hasta después de la segunda guerra mundial.
La definición de
una ciudadanía y la cuestión democrática fueron preocupaciones permanentes, que
por supuesto también asediaron a Juan Bautista Alberdi. En su caso, esta preocupación
funcionaba en el seno de una visión gradualista de la construcción de la
ciudadanía. Justamente en aquel mismo año del "terror rojo" de 1848
en Europa, al escribir una biografía del general y presidente chileno Bulnes,
Alberdi nos permite observar cuál es al respecto su visión sintética sobre la
sociedad y sobre el orden político:
"El programa
del presidente consiste en conservar, robustecer y afianzar las instituciones
consagradas; mantener la estabilidad de la paz y el orden como principios de vida;
promover el progreso sin precipitarlo; evitar los saltos y las soluciones
violentas en el camino gradual de los adelantamientos; abstenerse de hacer
cuando no se sabe hacer o no se puede hacer; proteger las garantías públicas
sin descuidar las individuales; abstenerse de la exageración y la falsa
brillantez en las innovaciones; cambiar, mudar, corregir conservando; preparar
el fruto antes de recogerlo; sustituir la experiencia propia de las teorías
ajenas; anteponer lo sólido a lo brillante, lo positivo a lo incierto y
dudoso".
Se trata de un
proyecto gradualista, que va construyendo una serie de escalones por etapas
para arribar por fin a un régimen político democrático. Alberdi distingue así
una escala en la que se constituyen distintos tipos de sujetos: primero,
habitantes productores, luego, sujetos políticos o ciudadanos, a través de una
etapa económica, una social y otra política. Considera asimismo que el momento
de la Argentina es el económico-social, y que no ha llegado el tiempo de la
política. Esto quiere decir que no ha llegado el momento de efectivizar el
sufragio universal. Esta república poco republicana, en donde está abierto el
espacio de la sociedad civil (donde los habitantes desarrollan libremente sus
actividades económicas) y clausurado el de la ciudadanía (o sea, el de las
libertades políticas), es la que Alberdi llama "la república
posible", consistente en una nación donde una elite tutela a las masas,
mientras la "educación por las cosas" difundida por la inmigración va
cultivando a la población nativa y acercándose al momento de la "república
verdadera" de sufragio universal. En las Bases, Alberdi escribe:
"Gobernar
poco, intervenir lo menos, dejar hacer lo más. Es el mejor medio de hacer
estimable a la autoridad. Nuestra prosperidad ha de ser obra espontánea de las
cosas, más bien que una creación oficial. Las naciones no son obra de los
gobiernos. Y lo mejor que en su obsequio pueden hacer en materia de
administración es dejar que sus facultades se desenvuelvan por su propia vitalidad…
La república deja de ser una verdad de hecho en la América del Sur; porque el
pueblo no está preparado para regirse por este sistema superior a su
capacidad".
Si el pueblo no
está aún capacitado, se requiere montar las "bases y puntos de
partida" de la formación de una nación, y para eso se ofrece el
intelectual, es decir, el propio Alberdi. Pero se necesita además una clase
dirigente dispuesta a poner su brazo político en el timón de la nación.
Para proyectar,
programar y garantizar ese movimiento de la voluntad política es que Alberdi
escribe las Bases y se las envía al general Urquiza, es decir, al nuevo hombre
fuerte de la Argentina surgido de la victoria sobre Rosas en Caseros. Un
movimiento, entonces, que nuevamente parece realizar su antigua ambición de
unir la espada con la inteligencia. Ése es por ende el momento decisionista de
Alberdi, el momento en que el legislador pronuncia una palabra y en que esa
palabra se convierte en ley.
¿Cuál es el régimen
político que responde a las necesidades de la Argentina según el planteo
alberdiano? En la teoría política moderna, Maquiavelo y Montesquieu habían
sentado la siguiente clasificación de los tipos de gobierno: monarquía,
república y despotismo. La monarquía se apoya en el principio del honor de la nobleza,
que la "obliga" a proteger a los súbditos; el despotismo, en el
miedo; la república (aristocrática o democrática) en el cemento que genera la
integración social a través de la virtud, que consiste en anteponer el bien
general al interés particular.
En cambio, el motor
de la llamada "república del interés" reside en el egoísmo, por el
cual los individuos, persiguiendo la satisfacción de su interés privado,
contribuyen a la pública felicidad. Traducido este proyecto en términos de
sujetos del poder, es claro que se trata de una república aristocrática u
oligárquica, esto es, un régimen político no democrático donde una minoría de
la fuerza, del saber, de la virtud, del dinero o de todas esas cosas a la vez,
se autoerige en dirigencia tutelar de una población pasiva y la gestiona o
conduce garantizándole las libertades civiles (las de creencias, pensamiento,
opinión, de escribir y publicar, de obrar, trabajar, poseer, elegir su patria,
su mujer, su industria, su domicilio), pero manteniendo cerrada con siete
llaves la puerta de acceso a las libertades y a la participación política.
Esta concepción
introduce modificaciones sustanciales respecto del modo en que se piensa la
sociedad y la política en el modelo de la república de la virtud, porque en
ésta el papel del estado es dominante y es la política la que adquiere un claro
predominio dentro de las prácticas de construcción estatal. Ése es uno de los
elementos que había estado presente en la reflexión de los revolucionarios
hispanoamericanos, y a que van a encontrarse con que, lejos de heredar un
estado, tienen que construir otro, porque ese estado ha sido disuelto en medio
de la caída del Antiguo Régimen. Pero si lo que se piensa es una república del
interés, obviamente el predominio recae sobre la economía, recae en la sociedad
civil y sobre los individuos, en una relación de abajo hacia arriba.
La idea republicana
se relaciona bastante con lo que se ha conocido durante el período colonial del
despotismo ilustrado encarnado en las reformas borbónicas. Éste fue igualmente
un intento de construcción de lo social a partir de lo político, a partir del
estado. En cambio, el proyecto de una república del interés incluye la idea de
Adam Smith acerca de la autonomía de lo económico. Es que este movimiento que
hemos visto en las ciencias naturales, en la filosofía, en la teoría del
conocimiento, en la religión, en la estética, en la moral, también se está
produciendo en el terreno de la economía. Si Adam Smith puede intentar
construir una ciencia de la economía (que llama "economía política")
es porque la economía ya no se piensa como subordinada de otras instancias; no
depende de la instancia de la política ni estatal, puesto que el sistema de
producción, distribución y consumo de los bienes económicos tiene su propia
legalidad, sus propias leyes de funcionamiento. Esta concepción introduce la
tesis de la autonomía del mercado, es decir, la república del interés está
centrada en la noción de que existe un mercado y que este mercado es autónomo.
Cada individuo se dedica a estas tareas económicas y construye
"espontáneamente" (ésta es la otra idea fuerte del liberalismo, por
eso no hace falta el estado) la "pública felicidad". Esto es lo que
Adam Smith llamó "la mano invisible" de la economía, que
permanentemente distribuye bienes de la mejor manera posible fundándose en una
moral del productor individual. Más aún: centrado en la idea de mercado, Smith
cree haber hallado la clave para instaurar sociedades cuya solidez y cuya
integración no estén expuestas a los avatares de la política, puesto que su
principio de institución reposaría en esa esfera exterior de la economía y no
en el pacto político del contractualismo. En suma, Adam Smith cree haber
hallado en la economía la posibilidad de abolición de la política, utopía largamente
acariciada, que Pierre Rosanvallon exploró en su libro El capitalismo utópico.
En el caso de
Alberdi, a lo largo de sus escritos se fortalecen sus simpatías con el
liberalismo inglés. Y como las metáforas arquitectónicas son sumamente útiles
para transmitir visiones y proyectos de la realidad, tomo aquí de los Póstumos
una figuración del contraste entre la casa inglesa y la francesa, que sin
forzamientos puede trasladarse a una representación de la relación general
entre individuo y colectivo, entre público y privado.
En la casa inglesa
(dice Alberdi) dotada de una sola puerta, cada familia vive soberana, orgullosa
de su independencia, y de tal modo evita que la mitad de su existencia
transcurra en la calle, a diferencia de la casa francesa, que con sus dos
puertas abiertas a la acera únicamente puede producir confusión, desorden y
arbitrariedad en la vida de sus habitantes, además de que su carencia de jardín
empuja a los moradores a volcarse en la vía pública. Estos ejemplos
arquitectónicos revelan hasta dónde el hábitat familiar forma parte de la
organización de un país y son razón suficiente para adoptar un ejemplo de vida
cotidiana tomado de costumbres inglesas que a Alberdi le resultan entrañables:
"Cada familia
vive en su casa, cada casa es separada, independiente y exclusiva. No va al
teatro; va poco a los parques; no se les ve en la calle; hay pocas visitas; no
sale a sus balcones y ventanas. Las brillantes, limpias y majestuosas calles
que no sirven al tráfico comercial están silenciosas y solitarias, como si
nadie las habitase".
La cita es
iluminadora, ¿verdad? Y lo es porque a su través comprobamos una vez más que la
modernidad sigue proyectando la presencia creciente de la individualidad. Esto
es, la idea de que cada ser humano es un sujeto independiente y autónomo
lanzado a su autorrealización. Independiente porque ya no depende de factores
ajenos a él, y autónomo porque tiene potencias y derechos propios e
inalienables. Se abre entonces esa dialéctica entre público y privado que la
cita de Alberdi nos recuerda, en donde batallan las pretensiones del civismo
por un lado y del individualismo por el otro.
En suma, retornando
a términos doctrinarios, Alberdi piensa (al igual que algunos liberales
doctrinarios europeos como François Guizot) que la economía, en ese estadio de
república imperfecta, es el ámbito de los derechos universales. Sobre esto
vuelve una y otra vez en las Bases: hay que dar todo tipo de garantías y
derechos para que los individuos desplieguen sus prácticas económicas. En cambio,
la política es el universo de los derechos restringidos.
Es muy claro que
Alberdi sigue replicando el modelo de las elites político-intelectuales
argentinas de todo el siglo XIX. Esto es: se mira a la sociedad como si fuera
una pirámide en cuya cúspide existe una elite autolegitimada para dirigir,
conducir, gobernar. El ejercicio de este poder se realiza sobre una base
políticamente pasivizada y excluida del mercado político, donde es necesario
construir una ciudadanía a partir de la masa, sobre la base de un conjunto de
principios, derechos y valores que tienen que circular de arriba hacia abajo.
En el Sistema
económico y rentístico de la Confederación Argentina, de 1854, Alberdi señala
sin ambages:
"Alejar el
sufragio de manos de la ignorancia y de la indigencia es asegurar la pureza y
el acierto de su ejercicio. Pero deseo ilimitadas y abundantísimas para
nuestros pueblos las libertades civiles, a cuyo número pertenecen las
libertades económicas de adquirir, enajenar, trabajar, navegar, comerciar, transitar
y ejercer toda industria".
Este modelo, que
hasta la primera década del siglo XX resultó relativamente exitoso, dejaba para
el futuro la resolución de "la cuestión democrática", esto es, la
participación de las mayorías en la vida política. Llegado el momento, veremos
de qué modo este andamiaje elitista de la ingeniería política del liberalismo
restrictivo en la Argentina arrastraría en su derrumbe (con las elecciones
reguladas por la ley Sáenz Peña de sufragio universal masculino efectivo) la
hegemonía política de los sectores conservadores.
Por otra parte, en
el pensamiento de Alberdi se refleja como en un espejo gigantesco la dificultad
de la tradición liberal no sólo argentina para incorporar el principio
democrático. Siempre más atento a la defensa del orden que de la igualdad y aun
de la libertad, Alberdi apelará incluso durante una etapa de su carrera
política a la defensa de un régimen monárquico constitucional, y sin tapujos
gustará hacer suya la frase de Simón Bolívar según la cual los países
hispanoamericanos necesitan "reyes con el nombre de presidentes".
Este proyecto
desconfía entonces profundamente de la participación popular en la política
pero también lamenta la política facciosa argentina, es decir, considera
negativo para el desarrollo de la nación una presencia excesiva del ejercicio
de la política sin más. En cambio, creerá encontrar un marco y un control para
las pasiones caotizantes de la política en las fuerzas objetivas de la economía
y en los equilibrios del mercado. De modo que si para Sarmiento la nación se
construye desde la sociedad y desde el estado, para Alberdi el eje debe ser el
estado y el mercado. En este espacio, los individuos desarrollan sus prácticas
económicas, productivas y de intercambio, buscando la satisfacción egoísta de
sus intereses privados. Y por "la mano invisible del mercado", cada
individuo, al perseguir su propio interés, contribuye al mayor beneficio de
todos.
Aquí y a sabemos
que la fuente doctrinaria central reside en el liberalismo económico enunciado
por Adam Smith en su Investigación acerca de la naturaleza y las causas de la
riqueza de las naciones, de 1776, donde se lee:
"No es la
benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero lo que nos procura el
alimento, sino la consideración de su propio interés. No invocamos sus
sentimientos humanitarios sino su egoísmo".
Según esta
doctrina, el conflicto de intereses entre los individuos es resuelto por el
automatismo del mercado, dotado así de una especie de astucia providencial que
opera a espaldas de esos mismos individuos.
Es evidente que lo
que se encuentra en Alberdi es la prioridad de la sociedad civil por sobre la
sociedad política. Cuando digo "sociedad civil" me estoy refiriendo a
la diferencia establecida por Hegel entre el estado como sociedad política y la
sociedad civil como ámbito de los intereses privados. Por eso me refiero al
mercado, porque éste es el espacio donde los sujetos despliegan sus prácticas
económicas: trabajan, compiten, compran, venden, intercambian, consumen. De allí
que Alberdi sostenga que hay que colocar la palanca en la sociedad civil, ya
que la política y el estado son una especie de derivados de la sociedad civil.
En un aspecto, podría decirse que Alberdi confía en el espontaneísmo económico
o que tiene un pensamiento reduccionista de la política hacia la sociedad
civil, en la medida que esta última explica y da fundamento a la política.
Precisamente, la
constitución forjada por Alberdi intenta privilegiar la conformación de este
ámbito de la sociedad civil, donde a su vez debe difundirse una moral del
productor (laborioso, frugal, ahorrativo, honesto). Sobre una eticidad de esta
índole (cuyas relaciones con la moral puritana son evidentes) es posible
mejorar la sociedad, y de tal modo (como leemos en las Bases) "mejorar la
sociedad para obtener la mejora del poder, que es su expresión y resultado
directo".
Al final de este
recorrido podemos componer a través de los escritos alberdianos una propuesta
de construcción de nación. Recordemos al retomar este tema lo que anticipamos
cuando decíamos que esta ideología fundamental del siglo XIX, el nacionalismo,
debe ser entendida como la concepción que coloca como actor de la historia al
estado-nación. Aquí es interesante observar que esta concepción choca de hecho
con la otra gran corriente hegemónica de pensamiento de la época, el
liberalismo, en la medida en que para éste no puede haber nada por encima de la
libertad del individuo, mientras que el nacionalismo coloca a la nación como
entidad superior a la cual incluso debe subordinarse el individuo. Esta
contradicción estallará clamorosamente cuando, por caso, en nombre del interés
nacional el estado decida marchar a la guerra, haciendo uso para ello del bien
más preciado de los individuos, la vida. Para hacernos una idea acerca de una
posición antiliberal que legitima esa decisión estatal y nacional, podemos leer
el parágrafo 324 de la Filosofía del derecho del filósofo alemán Hegel,
publicada en 1819:
"El deber
sustancial del individuo es el de conservar, con el peligro y el sacrificio de
la propiedad y la propia vida (dos valores centrales del liberalismo), la
independencia y la soberanía del Estado. Aquí reside el momento ético de la
guerra".
De todos modos, es
necesario distinguir entre dos tipos de nacionalismo: el constitucionalista y
el culturalista. Recién en la próxima lección nos abocaremos al segundo de los
nombrados. En cuanto a Alberdi, es claro que profesa un nacionalismo
constitucionalista, si entendemos por éste el que sostiene que la pertenencia a
una nación se define por la adhesión a la constitución de un país en tanto
código que establece las leyes fundamentales que regulan aquellos derechos
naturales y por ende universales: libertad, propiedad, seguridad, etcétera.
Cuando Moreno,
Alberdi y Sarmiento reflexionan acerca de lo que debe ser la República
Argentina, piensan en un espacio sobre el cual se puedan desarrollar estos
valores que son valores universales (es decir, que no son patrimonio exclusivo
de los argentinos), valores que es necesario incorporar como criterio de
construcción de una nación moderna.
En esta línea de
pensamiento, leemos en las Bases:
"…la patria no
es el suelo; la patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la
civilización, organizados en el suelo nativo. Pues bien: esto se nos ha traído
por Europa. Europa, pues, nos ha traído la patria".
En otro pasaje
estampará una frase aún más provocativa para los futuros estándares
nacionalistas: "Ubi bene, ibi patria" ("Donde están los bienes
económicos está la patria"). Es decir, ser argentino es formar parte de la
modernidad, a la cual se llama "civilización", y la civilización es
todo aquel espacio donde imperan los valores anteriormente mencionados.
Como verán, de
todos los atributos que le adjudican a la nación no hay un solo elemento idiosincrático,
específico, diferenciador (idiosincrático contiene el elemento idio, que en
griego significa lo más propio, singular: significativamente, de allí proviene
la palabra "idiota"). En cambio, los valores indicados por Alberdi
(orden, riqueza, civilización) pueden existir en cualquier parte del mundo.
Incluso en un tema tan sensible al nacionalismo como es el de la lengua,
Alberdi no vacila al proclamar ante la presencia de importantes sectores
inmigrantes que no hablan español: "No temáis pues la confusión de razas y
de lenguas. De la Babel… saldrá algún día, brillante y nítida, la nacionalidad
sudamericana".
De modo que el
nacionalismo alberdiano es el nacionalismo llamado
"constitucionalista" e imitativo. Para entonces es evidente que la
orientación romántica del joven Alberdi (como sostuvo Bernardo Canal Feijóo) ha
cedido en pro de la influencia economista de Adam Smith.
Si Alberdi coincide
en su nacionalismo constitucionalista con su hermano-enemigo Sarmiento, también
dentro de las diferencias existe un significativo punto de acuerdo con el
sanjuanino y en general con el sector dirigente y letrado nacional: es la
sólida creencia en la excepcionalidad argentina, traducida tempranamente en la
convicción (que Bolívar recoge críticamente ya en 1829) de que en esta parte de
Hispanoamérica se está llevando a cabo un experimento original destinado a
imprimir su nombre entre las naciones más relevantes de la Tierra. Esta
creencia mitológica definirá un rasgo muy perdurable en el imaginario de la
cultura argentina, tanto en el campo de los intelectuales como en sectores más
amplios. Me refiero a la creencia en la grandeza argentina, en su
excepcionalidad dentro del concierto latinoamericano.
Así, al realizar un
balance de los primeros casi cuarenta años de existencia de la Argentina y en
plena hegemonía rosista, en su nota titulada "La República Argentina 37
años después de su revolución de mayo", de 1847, llama la atención la
obstinación por parte de Alberdi en cuanto a aquella creencia en la excepcionalidad
y la grandeza argentinas. Aun quien no era un amante de las glorias guerreras
escribe allí que "la Argentina no ha conocido la derrota militar, ni con
Rosas ni con Lavalle. Tiene glorias guerreras que no poseen pueblos que han
vivido diez veces más que ella". Además, plantea que la Argentina es una
especie de espejo que adelanta en la América antes española puesto que "de
aquí a veinte años muchos Estados de América se reputarán adelantados porque
estarán haciendo lo que Buenos Aires hizo treinta años ha. La República
Argentina tiene más experiencia que todas sus hermanas del sur, por la razón de
que ha padecido más que ninguna. Ella ha recorrido un camino que las otras
están por principiar".
Junto con ello, la
Argentina realiza más que ninguna otra el destino de ser una porción europea
trasplantada en el nuevo mundo, por tratarse de la nación "más próxima a
la Europa, y por eso recibió más pronto el influjo de sus ideas progresivas.
Ella, la Argentina, ha deslumbrado al mundo por la precocidad de sus ideas".
E incluso el fenómeno del exilio político es visto por Alberdi como una suerte
de desgracia con efectos positivos:
"No hay país
de América que reúna mayores conocimientos prácticos acerca de los Estados
hispanoamericanos que aquella república, por la razón de ser la que haya tenido
esparcido mayor número de hombres competentes fuera de su territorio; y que al
retornar enriquecerán al propio país".
Sin embargo,
agrega: "La República Argentina ha hecho ya demasiado por la fama, pero
muy poco para la felicidad". Y si ello es así se debe a que "en
función de la libertad, la Argentina olvidó el orden".
En este punto
preciso se le revelará una faceta positiva de Rosas, quien por fortuna "ha
enseñado a obedecer a sus partidarios y a sus enemigos. A este respecto, ningún
país de América Meridional cuenta con medios más poderosos de orden interior
que la República Argentina".
Por si fuera poco,
el Restaurador ha hecho conocer a la Argentina en el mundo:
"Los Estados
Unidos, a pesar de su celebridad, no tienen hoy un hombre público más
expectable que el general Rosas. Se habla de él popularmente de un cabo al otro
de la América; se le conoce en el interior de Europa, más o menos como a un
hombre visible de Francia o Inglaterra. Dentro de poco será un héroe de
romance, cuando alguien como Byron, Chateaubriand o Lamartine visiten el país
más bello, más expectable y más abundante en caracteres sorprendentes del nuevo
mundo… Bajo Rosas, Buenos Aires lanzó un 'no' altanero a la Inglaterra y a la
Francia coaligadas".
Es preciso recordar
que quien esto escribe había apoyado activamente el bloqueo anglofrancés y la
intervención de Francia en la lucha contra Rosas. Pero no importa. Por una
suerte de pacto con Dios, y "cualquiera que sea la solución, una cosa es
verdadera a todas luces. Y es que la República Argentina tiene delante de sí
sus más bellos tiempos de ventura y prosperidad".
Resuena en esta
proclama la misma confianza de Sarmiento según la cual "con la guerra, la
paz, la dislocación o la unión, este país marchará". Notablemente, este
tópico de la excepcionalidad y la grandeza argentinas recorrerá con alzas y
bajas todo el imaginario argentino hasta el presente. Tendremos ocasión de ver
de qué modo esta confianza se fractura en las décadas siguientes (sabemos
además que en el bienio 2001-2002 resultó francamente pulverizada, pero ésa es
otra historia).
En este largo
recorrido de la escritura, Alberdi experimenta encuentros y desencuentros con
su propio sector del mundo dirigente y letrado. Encuentros: después de todo,
Alberdi será efectivamente el inspirador central nada menos que de la
constitución nacional. Luego, con el advenimiento del roquismo al gobierno,
como veremos, es su programa el que parece imponerse a partir de 1880.
Desencuentros, porque Alberdi resultará perdidoso en sus apuestas estrictamente
políticas. Después de las Bases, ata su suerte a la Confederación liderada por
Urquiza. La revolución del 11 de septiembre de 1852, a partir de la cual la provincia
de Buenos Aires se autonomiza del resto de lo que comienza a ser la República
Argentina, sella su destino político hasta desembocar en la derrota por las
armas en Pavón. En aras de esta férrea oposición al partido de Mitre y
Sarmiento, Alberdi denunciará activamente la guerra del Paraguay, con lo cual
quedará incluido por la facción porteña en la ominosa acusación de
"traidor a la patria".
Esa marcada línea
del antiporteñismo alberdiano se halla perfectamente articulada con un
diagnóstico opuesto al de Sarmiento sobre las causas del atraso en la
Argentina. En las Bases, observa así que "es falsa la división en hombres
de la ciudad y del campo" y, lejos de residir bajo la forma de la barbarie
en la campaña, aquel mal se encuentra localizado en la ciudad de Buenos Aires y
su hinterland provincial. Buenos Aires, que se apropia indebidamente de la
renta aduanera que corresponde a la nación, y que se apropia de la ciudad de
Buenos Aires que debe ser de toda la nación, es decir, que, al igual que los impuestos
aduaneros, debe federalizarse.
Esta
federalización, sabemos, se efectivizará en 1880. Dicho sea de paso, en ese año
Alberdi regresa por un breve período a la Argentina y es designado legislador
por Tucumán según las nada democráticas prácticas de la época. El día en que el
Congreso vota la federalización de Buenos Aires (es decir, el día en que se
vota uno de sus proyectos fundamentales), Alberdi no asiste a esa sesión.
De todos modos, al
año siguiente escribe uno de sus últimos artículos: "La República
Argentina consolidada en 1880 con la ciudad de Buenos Aires por capital",
donde celebra y da por cumplido el proyecto de construcción de una nación
moderna. Como gesto de reconocimiento a su entera labor, el Congreso vota la
edición de sus obras completas.
Pero de nada valdrá
la reivindicación que le ofrecerá el roquismo en su último retorno a la
Argentina. Extraño en su patria, temeroso de las fuerzas para él siniestras de
la poderosa Buenos Aires, regresa a Francia para morir en 1884 en un exilio que
había ocupado casi la totalidad de los últimos cuarenta años de su vida.
Cuatro años
después, Sarmiento lo seguirá en el mismo camino a la tumba y a la posteridad.
Con ellos agonizaba una época a la que estos miembros brillantes de la
Generación del 37 habían alimentado con la pasión y el furor de sus polémicas,
y nacía otra, cuyo panorama se había modificado material y simbólicamente.
Oscar Terán
Historia de las ideas en la
Argentina (1810 – 1980)
Siglo Veintiuno Editores, 2008
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