Esta historia
comienza con la vida intelectual en el Virreinato del Río de la Plata, a fines
del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. La particular recepción de la
Ilustración en España y el Río de la Plata, la forma como circulaban las obras
de los filósofos y enciclopedistas del siglo XVIII, el modo como se plasmaban
los debates y el surgimiento de la prensa nos muestran algunas de las más
relevantes configuraciones político-intelectuales del virreinato antes de 1810,
cuando Buenos Aires era apenas una pequeña ciudad perdida en la inmensidad de
la pampa.
Una pregunta
inevitable al hablar de la vida histórica es desde dónde comenzar el relato o,
dicho de otro modo, cuándo comenzó lo que ahora vamos a considerar. Como
sabemos que los sucesos históricos forman un continuo, no nos queda sino el recurso
de seleccionar aquellos hechos que pueden conformar cierta unidad en algunos
aspectos. De allí que, si bien la existencia de lo que empieza a ser la Argentina
tiene su acta de nacimiento el 25 de mayo de 1810, para comprender los sucesos
políticos y culturales es menester contar con una referencia al momento colonial
inmediatamente anterior, que podemos fechar en la creación del Virreinato del
Río de la Plata en 1776.
En estas
referencias seré más bien breve, dado que en estas lecciones se trata de ofrecer
apenas un trasfondo histórico de los aspectos culturales, que son aquellos que explicaremos
más en profundidad. Por supuesto, sabemos que la mencionada creación del virreinato
es una consecuencia de las reformas borbónicas, que tienen un punto máximo de
desarrollo y gravitación durante el reinado de Carlos III, quien ocupa el trono
español a mediados del siglo XVIII. Esas reformas han sido consideradas por Halperín
Donghi como un "proyecto de modernización defensiva", para el cual el
estado es llamado "a suplir las insuficiencias de la sociedad"
mediante una serie de medidas destinadas a una nacionalización de la economía
interna y colonial, el comienzo de la explotación de zonas hasta entonces
desatendidas, la liberalización del comercio dentro del régimen colonial y una
nueva división territorial frente a las amenazas extranjeras, especialmente
inglesas.
Desde España se
impulsan reformas económicas, administrativas y también ideológicas. Dentro de
estas innovaciones se cuenta la introducción de ideas provenientes de la
filosofía de la Ilustración que tenían su principal foco de producción en la
Francia del siglo XVIII. Por eso, para captar algunos rasgos fundamentales de
la cultura letrada del Río de la Plata entre fines del XVIII y principios del
XIX, debemos dotarnos de una comprensión general de esta corriente filosófica.
Por cierto, esta referencia apunta a relevar ese aspecto innovador dentro de la
vida cultural del Río de la Plata. Pero no debemos olvidar que dicha vida cultural,
en un sentido que cubre no solamente a las elites, se desplegaba sobre el fondo
de la cultura hispánico-católica.
También es cierto
que las novedades de la época incluyen (dentro del proceso borbónico de
modernización ya señalado) la introducción activa de algunos tópicos y estilos
de la filosofía ilustrada. Debo como consecuencia decir que con el nombre de Ilustración
o Iluminismo se conoce un período histórico-cultural europeo que alcanza su
máximo desarrollo en el siglo XVIII en Francia, Inglaterra y Alemania. Se trató
de un movimiento intelectual animado de una gran fe en la razón humana como instrumento
capaz de conocer la realidad y, en función de ese instrumento y de los hechos
sensibles, someter a crítica las nociones heredadas del pasado en todos los terrenos
(el conocimiento, la naturaleza, la historia, la sociedad, la religión…). Esta pretensión
es la que expresó el gran filósofo alemán Immanuel Kant hacia fines del siglo
XVIII al decir que el espíritu de la Ilustración se condensaba en esta
consigna: "Atrévete a saber", es decir, "¡ten el valor de
servirte de tu propia razón!".
Uno de los jefes de
fila de este movimiento y coeditor de la Enciclopedia, el matemático Jean D'Alembert
(1717-1783), en su Ensayo sobre los elementos de la filosofía, nos transmitió
esta vivencia sobre el avance del conocimiento científico. Escribió que "nuestra
época gusta llamarse la época de la filosofía". Avaló esta designación con
el hecho de que la ciencia de la naturaleza avanzaba sin cesar, al igual que la
geometría, la cual a su vez llevaba sus luces a la física. Celebró por fin "la
viva efervescencia de los espíritus. Esta efervescencia ataca con violencia a
todo lo que se pone por delante, como una corriente que rompe sus diques. Todo
ha sido discutido, analizado, removido, desde los principios de las ciencias
hasta los fundamentos de la religión revelada, desde los problemas de la
metafísica hasta los del gusto, desde la música hasta la moral, desde las
cuestiones teológicas hasta las de la economía y el comercio, desde la política
hasta el derecho de gentes y el civil".
D'Alembert
describía así el avance en el conocimiento, que en realidad fue visto por la
Ilustración como un aspecto de la idea más amplia del progreso. Es preciso detenernos
aquí un momento, dado que estamos tocando una noción que nos permitirá ingresar
de lleno en la visión sobre la modernidad, esto es, sobre aquella época del
mundo que cubre la historia argentina entera. Podemos comenzar por una cita
clásica de Condorcet, presente en su Esquema de un cuadro histórico de los progresos
del espíritu humano (1795):
"Tal es el fin
de la obra que he emprendido y cuyo resultado consistirá en mostrar, mediante
el razonamiento y los hechos, que no ha sido señalado término al
perfeccionamiento de las facultades humanas, que la perfectibilidad del hombre
es realmente indefinida".
En esta cita
verificamos que ha ocurrido una revolución: se ha impuesto una nueva noción de
la temporalidad. Si cotejamos la nueva concepción con la de los antiguos, vemos
que para los griegos clásicos el tiempo se definía como un movimiento circular,
de eterno retorno de lo mismo. Los cristianos abrigarán una noción del tiempo
que ya se abre al porvenir, en la medida en que el tránsito del hombre en la tierra
(y la misma historia de la pasión y redención de Cristo) se desarrolla en el
tiempo. Pero debemos subrayar que se trata de un tránsito, de un pasaje del
mundo al trasmundo. Por el contrario, para la modernidad, la historia, el
cambio, en suma, el progreso, son intramundanos, transcurren en el siglo, son "seculares".
Por otro lado, la
temporalidad de los modernos, que contiene la noción de progreso, es concebida
como un desarrollo lineal, homogéneo, continuo, acumulativo, sin rupturas. Este
desarrollo apuntaba permanentemente al incremento del saber, la justicia, la
bondad, la felicidad. De este optimismo humanista extrajo el Iluminismo todo un
programa de reformas sociales y políticas volcado en una pedagogía que pretendía
llevar al pueblo las luces de la razón contra las tinieblas de la ignorancia, identificada
muchas veces con las creencias religiosas. De allí la dura disputa de época
entre el clero y los librepensadores, entre los defensores del dogma proporcionado
por la fe y los militantes de la verdad fundada en la razón. En general, este
mismo movimiento se reproduce en todas las esferas del conocimiento y de las prácticas
humanas: aquel que lleva de la trascendencia del ultramundo a la inmanencia del
mundo de los humanos. Este proceso es el que recibe el nombre de secularización.
En síntesis, para
los modernos todo tiempo pasado fue peor, y el hoy es mejor que el ayer pero
peor que el mañana. Sobre estas bases se elaborarán diversas filosofías de la
historia, dado que el progreso está inscripto en la naturaleza misma de la modernidad.
A partir de esto podría decirse que estamos condenados al progreso, siempre y
cuando expulsemos las sombras de la ignorancia, los dogmas y la superstición.
De allí la máxima ilustrada que aún puede verse en el frente de una biblioteca
popular del barrio de Saavedra: "El saber te hará libre".
Hasta aquí este
excursus para dejar sentados algunos criterios necesarios para la comprensión
de esta lección. En varios momentos apelaremos a este tipo de excursus, de
exposiciones destinadas a sentar bases de comprensión más amplias sobre los
fenómenos históricos considerados.
Para proseguir, entonces,
digamos que la política de la corona española incluirá parte de este proyecto
modernizador de la Ilustración, claro que condicionado por sus propias
limitaciones y particularidades. Las reformas que promueve apelan al criterio
de lo que conocemos como el despotismo ilustrado, es decir, a una política que
acentúa las tendencias centralizadoras del absolutismo y apuesta a una modernización
desde arriba, una suerte de revolución pasiva, es decir, una transformación
dirigida desde el estado sobre la base de la pasividad de la sociedad. En
general, se trata de un movimiento típico de países que han tenido dificultades
o retrasos considerables en el acceso a la modernidad, o sea, propio de
regiones sin fuerzas sociales modernizadoras, como Austria, Prusia y España.
Además, este
movimiento ilustrado en la España del siglo XVIII tiene una característica que
se reiterará en el Río de la Plata: se trata de un proyecto de modernización
cultural limitado. Ocurre que el carácter de la Ilustración española es moderado
respecto de la Ilustración inglesa o francesa, por razones fácilmente comprensibles:
el pensamiento ilustrado no puede circular libremente allí donde se opone al
pensamiento católico o a los criterios legitimadores de la monarquía española.
De ahí que aparezca esa caracterización que es casi una contradicción en los
términos: Ilustración católica. Como resultado, las ideas de la Ilustración
fueron promovidas en torno a prácticas y discursos que no resultaran
conflictivos ni con la monarquía ni con la Iglesia.
La modernización
que incluye la penetración de la filosofía ilustrada en España tendrá un
carácter muy evidente, muy explícito, prácticamente programático, centrado en
el desarrollo de conocimientos útiles fundados en el raciocinio y la
experimentación (los dos elementos que definen el proyecto iluminista), pero colocando
un límite muy estricto a la extensión de estos principios metodológicos a terrenos
vinculados con la religión. Los límites están señalados por la influencia cultural
e institucional de la Iglesia católica en España, por la ideología tomista dominante
dentro de esa estructura, y por el carácter monárquico del régimen español. De
manera que, tanto en aspectos religiosos como políticos, estos límites están
claramente instalados dentro de la introducción moderada de la Ilustración en la
propia metrópoli española. Incluso uno de los más avanzados ilustrados
españoles, fray Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro (1676-1764), sostiene la
ortodoxia más estricta en materia religiosa. Junto con Feijóo (autor de una
obra de muy vasta difusión titulada Teatro crítico universal), hay otra serie
de autores que forman parte de los letrados de la corte española y que tendrán
una importancia considerable en ese período del siglo XVIII: Jovellanos,
Floridablanca, Campomanes, Cabarrús y otros. Por lo demás, existen indicios
suficientes de la penetración y circulación en España de textos ilustrados,
fundamentalmente franceses y algunos de economía política inglesa. Se ha
verificado que, en los sesenta años transcurridos entre 1747 y 1807, la
Inquisición en España condenó unas seiscientas obras, entre las cuales figuraban
El espíritu de las leyes de Montesquieu, las obras completas de Voltaire y Rousseau,
La riqueza de las naciones de Adam Smith y El ensayo sobre el entendimiento
humano de Locke, entre otros.
Entre las medidas
que la corona adoptó para tener un mejor control de sus territorios coloniales,
una fue la constitución del Virreinato del Río de la Plata, por razones
militares antes que económicas. A partir de este hecho, comenzó a producirse
algún tipo de crecimiento económico, fundamentalmente centrado en la economía
ganadera, que tuvo como consecuencias el ascenso de la Argentina litoral y el
cambio del eje de desarrollo, que había estado colocado en vinculación con el Alto
Perú, es decir, con la zona del noroeste.
Entonces, primera
evidencia: la Ilustración americana es producto de una corriente intelectual y
de una decisión política adoptadas por la metrópoli. Segunda: este hecho limita
su carácter crítico ante el poder político de la monarquía y el religioso de la
Iglesia católica. Por todo ello, no se puede afirmar que la filosofía ilustrada
sea una suerte de ideología de las revoluciones independentistas posteriores.
Tampoco lo ha sido en la propia Francia con respecto a la revolución de 1789, ya
que la Ilustración se desarrolla durante el Antiguo Régimen.
Esto nos planteará
algunos problemas más adelante. Suele afirmarse que la presencia de las ideas
ilustradas en el Río de la Plata (y en Hispanoamérica en general) fue un "antecedente"
de la revolución de mayo. Sin embargo, estamos diciendo aquí que en los
comienzos del movimiento ilustrado no se encuentran gérmenes de rupturas ni revolucionarias
ni independentistas. Sus pretensiones se hubieran cumplido con los objetivos de
modernización defensiva señalados al principio, perfectamente compatibles con
la subsistencia del régimen colonialista español. Volveremos sobre este punto
al analizar más detalladamente los textos de Mariano Moreno, pero por el
momento convendría remarcar que la filosofía de la Ilustración no es la
ideología que prepara la revolución de mayo, sino que cumple en el Río de la
Plata, en otra escala, aproximadamente la misma función que la que desempeña en
España, esto es, un movimiento limitado de modernización cultural.
En cuanto a la
difusión cierta de las ideas ilustradas en el Plata, existe un clásico trabajo
de Caillet-Bois de 1929 titulado Ensayo sobre el Río de la Plata y la
revolución francesa, donde a través de la investigación de archivos demuestra
la existencia en bibliotecas particulares de obras ilustradas en el Río de la
Plata (esto es, obras de Voltaire, Montesquieu, etc.) a pesar de la prohibición
y del celo de las autoridades metropolitanas para impedir su ingreso, sobre
todo después de la revolución de 1789. Caillet-Bois concluye: "Es
indudable que las ideas preconizadas por los filósofos y enciclopedistas del
siglo XVIII eran ampliamente conocidas por el elemento culto de la población
del virreinato". Por ejemplo, en el inventario de la biblioteca
perteneciente a un señor llamado Francisco de Ortega, en Montevideo y en 1790,
se encuentran cuarenta tomos de las obras de Voltaire, y podrían citarse otros reservorios
bibliográficos donde la situación se repite.
Por consiguiente,
es posible afirmar que estos libros estaban disponibles y eran conocidos por el
elemento culto de la población del virreinato. La pregunta es quién era este
elemento culto. Naturalmente, el primer sector sobre el cual este calificativo recae
es el clero. Junto con el clero se encuentran los letrados, fundamentalmente
los abogados. Un tercer sector que tendrá una gravitación considerable es el
ocupado de la edición de periódicos, entre los que encontramos, a principios
del siglo XIX, el Telégrafo Mercantil que dirige Cabello y Mesa, el Semanario
de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes y el Correo de Comercio dirigido
por Manuel Belgrano.
Si volvemos nuestra
atención sobre el aparato cultural, veremos que, cuando los historiadores han
mirado el tipo de enseñanza que se impartía en la principal institución
intelectual del período (la universidad), han encontrado (mirando los programas
de los cursos y la bibliografía indicada para desarrollarlos) que la penetración
de la filosofía de la Ilustración repite las características que anteriormente
señalamos: se trata de un intento de apertura hacia las "novedades del siglo"
(como se decía), que fundamentalmente tiene como objetivo la adopción de la
física matemática newtoniana. Como contrapartida, postulaban la necesidad de seguir
sosteniendo las verdades del dogma católico y la interpretación escolástica de las
Escrituras.
En el Real Colegio
de San Carlos, luego Colegio de Ciencias Morales (una institución intelectual
porteña de enorme peso en la medida en que por allí pasarán futuros miembros de
la elite política, como Belgrano, Moreno, Castelli y Rivadavia), se impartían
cátedras de latín, teología, moral y filosofía. Esta última seguía el clásico
modelo medieval del trivium: lógica, física y metafísica.
Demos un paso más y
tomemos el curso de Lógica de Luis José de Chorroarín (1757-1823) de 1783. Allí
encontramos una crítica al criterio de autoridad en materias científicas, pero
no en cuestiones teológicas y morales. Un pasaje de este manual que se
utilizaba en la enseñanza universitaria de ese momento dice así:
"La autoridad,
pues, de todos los Santos Padres, en las doctrinas que pertenecen a la fe, es
infalible regla de fe. En materia de moral es irrefragable. Pero en las
ciencias naturales, cuando fueron versados en ellas y se aplicaron con
particular estudio, merecen veneración y se ha de adherir a ellos si no hay en
contra razones más poderosas o experiencias ciertas".
La cita es
elocuente: las verdades de la fe son incontestables porque se apoyan en la autoridad
de la Biblia y de la Iglesia; las de la física podrían serlo en la medida en
que pasaran por el tribunal de la razón y de la experiencia. Hay que prestar
atención entonces al término "autoridad", porque de aquí en adelante
buena parte de la historia intelectual de este período puede escribirse en
torno de la modificación de ese criterio.
Me gustaría traer
otra cita, ésta de Juan Baltasar Maziel (1727-1788), un sacerdote que introduce
algunas ideas ilustradas en el Río de la Plata hacia 1770, y que lleva una vida
que desemboca en el exilio, puesto que su pensamiento era demasiado inconformista
con respecto a los criterios dominantes de la Iglesia. En un informe de 1771 al
gobernador dice lo siguiente:
"Las cátedras
de filosofía no tendrán obligación de seguir sistema alguno determinado,
especialmente en la física, en que se podrán apartar de Aristóteles y enseñar
por los principios de Descartes, de Gasendi, de Newton y alguno de los otros
sistemáticos, arrojando todo sistema para la explicación de los efectos
naturales, seguir sólo la luz de la experiencia por las observaciones y
experimentos en que tan últimamente trabajan las academias modernas".
Es una muestra muy
clara de modernización de la enseñanza en el terreno de la física, donde se
indica la posibilidad de apartarse de la doctrina aristotélico-tomista. Por
otra parte, agrega: "Se seguirá a San Agustín y Santo Tomás en lo
referente a las materias de gracia y predestinación, lo mismo que en la moral".
Vemos entonces en concreto la limitación de la aplicación de los principios
ilustrados a los dogmas de la religión católica, y en otro pasaje observamos lo
mismo con relación al pensamiento político, allí donde una extensa cita de
Maciel dice:
"Los soberanos
pueden equivocarse y son capaces de hacer leyes injustas y expedir órdenes
contrarias a la justicia que los rige… Pero esto no implica dejar de cumplir
una ley, porque la fuerza de una orden o ley del soberano legislador no
consiste en la justicia, sino en la autoridad del que manda… Por consiguiente,
la falibilidad del príncipe, que es propia de su humana condición, no deroga la
autoridad de su supremo poder ni sustrae al vasallo de la obediencia que le
debe. No debo obrar como hombre que juzga, sino como súbdito que no examina ni
debe examinar, y que por consiguiente no duda ni debe dudar de la justicia de
lo que hace. Es preferible al nuestro el juicio del soberano que recibe con más
abundancia las luces del cielo para el régimen de los pueblos que la
providencia le ha encomendado".
De tal modo,
incluso de un letrado con influencias modernas se nos revela la ortodoxa
aceptación del criterio de la autoridad política fundada en el derecho divino, esto
es, del criterio de autoridad excluido de toda intervención crítica moderna por
parte de la razón.
Siguiendo con este
señalamiento de algunos aspectos centrales de la cultura en el Río de la Plata,
habíamos mencionado que en la última década del virreinato comienzan a aparecer
periódicos. El periódico está vinculado con la organización moderna de la
información, así como con su cada vez más veloz circulación. Al respecto, los
periódicos que aparecen en Buenos Aires tienen títulos muy significativos:
Telégrafo Mercantil; Semanario de Agricultura, Industria y Comercio; Correo de
Comercio, porque indican el espacio a través del cual el pensamiento de la Ilustración
se introduce en el universo hispanoamericano: los discursos sobre la economía.
En general, sus mensajes alegan por reformas correctivas del lazo colonial,
esto es, no se trata de un cuestionamiento global del orden colonial, sino de la
demanda de reformas que respondan a los intereses de sectores perjudicados por el
régimen monopólico. Es preciso subrayar entonces que no existe en el Río de la
Plata un proyecto encarnado en grupos económicos, sociales y con asistencia intelectual
que esté organizando un movimiento independentista antes del derrumbe final de
la Junta de Sevilla en 1810. Esto no implica que no hubiese fricciones o contradicciones
entre españoles y criollos, o que no hubiese cierto sentimiento de diferenciación
entre un "nosotros" y un "ellos". Pero no se comprueba el surgimiento
de un grupo que oficie como sujeto social, político e intelectual que esté
propiciando una ruptura con la corona. Así, pocos meses antes de la revolución
de mayo, Manuel Belgrano no duda de que el lazo colonial durará como mínimo dos
siglos más. Para entonces, Belgrano es funcionario de la corona, y las reformas
que propone en sus escritos económicos son una continuidad puntual del espíritu
de las reformas borbónicas. Un artículo titulado "Industria" sigue
refiriéndose a esta parte del reino de España como "nuestra feliz
provincia". El autor es el mismo Belgrano y la fecha de publicación es del
17 de marzo de 1810, esto es, a dos meses de la revolución de mayo.
Sin embargo, en
diversos escritos de la época existen afirmaciones o posiciones que, aun dentro
de referencias a cuestiones parciales e incluso técnicas, muestran una
penetración ampliada de las ideas ilustradas. Así, cuando Belgrano publica uno de
sus artículos en pro de la libertad de comercio, está adhiriendo a la teoría económica
llamada fisiocracia, teoría que a su vez forma parte de esa corriente de ideas
perteneciente a la filosofía de la Ilustración.
Permítanme un nueva
y última salida en esta primera lección del tema central; esto es, permítanme
un nuevo excursus. Piensen, crean, que poco a poco, a medida que se
desenvuelvan las sucesivas lecciones, nos estaremos dotando de una serie enriquecedora
de conceptos que harán más rica nuestra lectura de la historia de las ideas en
la Argentina.
Atiendan entonces,
por favor, a lo que intento transmitir vinculado con el término "fisiocracia",
que significa "gobierno de la naturaleza". Para que esto resulte aceptable,
es preciso que la naturaleza misma sea observada como una realidad autónoma
(autos nomos quiere decir precisamente "estar dotado de ley es propias, independientes").
Pero aclaremos que,
en la modernidad, "naturaleza" no significa sólo el ser físico o material.
Como dijo el filósofo alemán Ernst Cassirer, también pertenecen a la naturaleza
"todas las verdades capaces de fundarse de manera puramente inmanente",
todas aquellas cosas que descansan sobre sí mismas y no sobre otras. Por
ejemplo, la gran revolución científica encabezada por Galileo en el siglo XVII consistió
en buena medida en sostener que la naturaleza física tiene ley es propias de funcionamiento,
ley es que sólo dependen de la misma naturaleza y no de Dios ni de los milagros
que pueda realizar.
Esta mirada cubrirá
todos los aspectos del conocimiento a lo largo de la modernidad. Cuando los
intelectuales de la Ilustración lleven esta concepción al ámbito de la
economía, desembocarán en las teorías de la fisiocracia. Para ésta, la riqueza
circula como la sangre; esto es, la naturaleza tiene ley es que determinan un funcionamiento
espontáneo (natural) que no debe ser interferido por el accionar humano. La
consigna Laissez faire, laissez passer ("Dejar hacer, dejar pasar")
quiere decir justamente que no hay que intervenir en la economía, sino dejar
que la libre iniciativa de los productores, la libertad de empresa, guíe, con
su mano invisible, el curso de la riqueza.
En el Tableau
économique de 1758, el médico y economista François Quesnay (1694-1774)
representó la vida económica como un proceso en general automático, como un
círculo cerrado de producción, circulación y reproducción de bienes. Si bien se
oponía a que los funcionarios intervinieran en la economía, también pensaba que
un funcionario ilustrado podía conocer esas leyes y orientar el proceso, dado
que los procesos económicos tienen un curso regular y, por ende (el sueño
científico realizado), calculable.
Sobre las elites de
las colonias hispanoamericanas gravitó especialmente en esta dirección el ya
mencionado fisiócrata español Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), quien
se refiere al "primer principio político, que aconseja dejar a los hombres
la mayor libertad posible, a cuya sombra crecerán la justicia, el comercio, la
población y la riqueza". Y en su Informe sobre la ley agraria, Jovellanos
recalca: "La agricultura, como toda actividad humana, necesita ante todo
la libertad. Lo que importa precisamente es eliminar los obstáculos que
estorban el juego natural de los intereses". De este modo la fisiocracia
introducía el liberalismo económico dentro de su programa.
"La
agricultura bien ejercitada es capaz por sí sola de aumentar la opulencia de
los pueblos hasta un grado casi imposible de calcularse porque la riqueza de un
país se halla necesariamente vinculada a la abundancia de los frutos más
proporcionados a su situación, pues que de ello resulta una común utilidad a
los individuos. Es escusado exponer la preeminencia moral, política y física de
la agricultura sobre las demás profesiones, hijas del lujo y de la depravación
de las sociedades, pues nadie hasta ahora le ha disputado el ser la arte
creadora de la ciencia y los estados: ninguna merece mayor protección de la
autoridad pública porque tampoco ninguna se dirige más inmediatamente al interés
general; ella es el primer apoyo de la sociedad, y el origen de las luces adquiridas
por el hombre civilizado ("Agricultura", Semanario de Agricultura,
Industria y Comercio, 1º de septiembre de 1802).
Establecido este
esquema, podemos avanzar hacia nuestro universo de referencia, y allí
comprobamos que elementos de esta doctrina fisiocrática se encuentran en el Río
de la Plata. En efecto, para la fisiocracia la riqueza de las naciones reside
en la agricultura y en modo alguno, por ejemplo, en los metales preciosos.
Precisamente a esta idea adhiere Manuel Belgrano cuando desde la Secretaría del
Consulado, en una memoria de 1796, escribe que la agricultura "ha de ser
la que nos ha de proporcionar todas las comodidades, la población se aumentará,
las riquezas se repartirán y la patria será feliz haciendo igualmente la de la
metrópoli". Observemos que toda idea de independencia respecto de España
está completamente ausente del pensamiento de Belgrano. Podemos agregar dos
referencias. En una memoria del Consulado del 14 de junio de 1798 leemos: "Nuestro
augusto soberano, que siempre vela por el bien de sus vasallos, y cuyo paternal
amor sólo aspira a la prosperidad de sus dominios, para que reine la abundancia
entre todas las clases del estado". Y aun en el artículo titulado "Industria",
publicado apenas dos meses antes del 25 de mayo de 1810, Belgrano habla de "nuestra
feliz provincia", para referirse a que el Río de la Plata es una sección
del imperio español.
Por su parte, en el
primer número del Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, que desde
1802 hasta 1807 editó Hipólito Vieytes, leemos que "es excusado exponer la
preeminencia moral, política y física de la agricultura sobre las demás
profesiones". Aquí llama la atención que una práctica productiva (la
agricultura) aparezca no sólo valorada como productora de bienes económicos
sino como objeto de atributos morales y políticos. Y en rigor, en una historia
de las ideas y representaciones es importante comprender que también las
referencias a diversas prácticas suelen moralizarse. Así ocurre con la visión
fisiocrática, en la cual el laboreo de la tierra contribuye a la constitución de
buenos sujetos sociales, a diferencia de otras prácticas económicas que
alientan la ganancia improductiva, la especulación o la usura.
Con todos estos
elementos tomados de aquí y de allá, aunque siguiendo un hilo de sentido,
organizamos entonces un primer cuadro de situación acerca de algunos lineamientos
de las configuraciones político-culturales del Río de la Plata antes de 1810.
En la próxima lección tendremos ocasión de ir completando este cuadro y de centrarnos
en aspectos más específicos de esas configuraciones político-culturales.
Oscar Terán
Historia de las ideas en la
Argentina (1810 – 1980)
Siglo Veintiuno Editores, 2008
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